Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
En sus últimos años a Juan Pablo II le gustaba repetir una cita de las Odas de Horacio
(III, 30, 6-7), aquélla en la que el poeta afirma que no moriría por completo y que una
parte suya sobreviviría a la muerte. En efecto, del Papa Wojtyla sobreviven muchos
recuerdos, asociado a imágenes de sus viajes apostólicos o de su ministerio en Roma,
pero sobre todo nos quedan sus palabras y enseñanzas escritas, capaces de iluminar por
mucho tiempo a creyentes y no creyentes. Entre esos escritos no pasa desapercibido su
Tríptico romano, libro de poemas que escribió siendo Papa, a finales del verano de 2002
en Castelgandolfo. Y entre esos poemas están las Meditaciones sobre el libro del
Génesis en el umbral de la Capilla Sixtina, con clara referencia al escenario del futuro
cónclave.
En estas vísperas de cónclave, se puede afirmar que en esta estancia vaticana confluyen
los designios de Dios para la Iglesia y, en consecuencia, para el mundo. Por unas pocas
semanas, todas las miradas confluyen hacia Roma que revalida una vez más su apelativo
singular de Ciudad Eterna. No cabe imaginar –ni prevé una cosa contraria la
Constitución Universi Dominici Gregis, reguladora del cónclave desde 1996- otro lugar
que no sea Roma para la elección papal. De hecho, la Constitución es taxativa en su
artículo 41, cuando establece que la elección “se desarrollará dentro del territorio de la
Ciudad del Vaticano”. Históricamente Roma era el lugar tradicional aunque siempre
estaba abierta la posibilidad de reunir el cónclave en otro sitio. Este fue el caso de Pío
VII, elegido en Venecia en 1800, pues Roma estaba ocupada por los revolucionarios
franceses, convencidos muchos de ellos por entonces de que el Papado era algo arcaico,
digno de desaparecer como el calendario cristiano que habían suprimido. Consideraban
incluso que Pío VI, muerto en cautividad en tierras francesas, era el último Papa. Mas
en la actualidad, aunque el Pontífice muriese lejos de Roma, las disposiciones de Juan
Pablo II establecen que sus restos mortales tendrían que ser trasladados a la basílica de
San Pedro y que el cónclave habría de celebrarse en el Vaticano.
No cabe otro lugar mejor para elegir a un Papa; y Juan Pablo II lo reitera así: “Es
preciso que, durante el cónclave, Miguel Angel concientice a los hombres”. Esos
hombres, a los que antes solían llamarse príncipes de la Iglesia, se convierten por unos
días en dóciles instrumentos del Dios omnipresente. Eligen, pero Dios indica: “Tú que
penetras todo –indica! El indicará...” En la Capilla Sixtina parecerá que el tiempo se
detiene, pero no es así porque el hombre no está atrapado en la historia. La nave sigue
su curso. Habemus Papam.