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En el umbral de la Capilla Sixtina

Antonio R. Rubio Plo. Historiador y Profesor de Relaciones Internacionales

En sus últimos años a Juan Pablo II le gustaba repetir una cita de las Odas de Horacio
(III, 30, 6-7), aquélla en la que el poeta afirma que no moriría por completo y que una
parte suya sobreviviría a la muerte. En efecto, del Papa Wojtyla sobreviven muchos
recuerdos, asociado a imágenes de sus viajes apostólicos o de su ministerio en Roma,
pero sobre todo nos quedan sus palabras y enseñanzas escritas, capaces de iluminar por
mucho tiempo a creyentes y no creyentes. Entre esos escritos no pasa desapercibido su
Tríptico romano, libro de poemas que escribió siendo Papa, a finales del verano de 2002
en Castelgandolfo. Y entre esos poemas están las Meditaciones sobre el libro del
Génesis en el umbral de la Capilla Sixtina, con clara referencia al escenario del futuro
cónclave.

En estas vísperas de cónclave, se puede afirmar que en esta estancia vaticana confluyen
los designios de Dios para la Iglesia y, en consecuencia, para el mundo. Por unas pocas
semanas, todas las miradas confluyen hacia Roma que revalida una vez más su apelativo
singular de Ciudad Eterna. No cabe imaginar –ni prevé una cosa contraria la
Constitución Universi Dominici Gregis, reguladora del cónclave desde 1996- otro lugar
que no sea Roma para la elección papal. De hecho, la Constitución es taxativa en su
artículo 41, cuando establece que la elección “se desarrollará dentro del territorio de la
Ciudad del Vaticano”. Históricamente Roma era el lugar tradicional aunque siempre
estaba abierta la posibilidad de reunir el cónclave en otro sitio. Este fue el caso de Pío
VII, elegido en Venecia en 1800, pues Roma estaba ocupada por los revolucionarios
franceses, convencidos muchos de ellos por entonces de que el Papado era algo arcaico,
digno de desaparecer como el calendario cristiano que habían suprimido. Consideraban
incluso que Pío VI, muerto en cautividad en tierras francesas, era el último Papa. Mas
en la actualidad, aunque el Pontífice muriese lejos de Roma, las disposiciones de Juan
Pablo II establecen que sus restos mortales tendrían que ser trasladados a la basílica de
San Pedro y que el cónclave habría de celebrarse en el Vaticano.

Sólo en Roma se elige al Vicario de Cristo, y más concretamente en la Capilla Sixtina.


Lo dice también el Papa en el Tríptico Romano: “Y aquí precisamente, al pie de esta
maravillosa policromía sixtina, se reúnen los cardenales –la comunidad responsable de
la heredad de las llaves del reino”. Cruzar el umbral de la Sixtina tiene mucho de
vértigo de la historia, pero no existe el temor ante los designios de un Dios providente.
El vigila la barca de Pedro, una nave que no ha dejado de navegar pero que tiene
siempre necesidad de un timonel, de un piloto que la guíe a través de bonanzas y
borrascas. En la estancia vaticana tendrá lugar la entrega a Pedro de las llaves de Reino.
Los que se encierran en el cónclave son los guardianes temporales de esas llaves.
Depositan sus papeletas de voto, mas no realizan una elección humana. Su acción se
sitúa entre el principio y el fin de los tiempos, representados por La Creación y El Juicio
Finalde Miguel Angel. Los versos de Juan Pablo II se recrean en este escenario habitual
del cónclave – que no siempre lo fue, pues hasta 1870 tenía lugar en el palacio del
Quirinal-, y ponen como testigo a “la visión que dejó Miguel Angel”. Mas esa visión no
es tanto la del gran artista del Renacimiento como la de Alguien que escudriña todas los
rincones del espacio y del tiempo, y a Quien se aplican estas palabras: Omnia nuda et
aperta sunt ante oculos Eius (Heb 4, 13), una cita bíblica que el Papa repite en diversas
ocasiones a lo largo del poema. Expresa así que todo está descubierto y revelado ante
los ojos de Dios. No es un Dios inmóvil en la bóveda celeste. Es un Dios de rostro
humano, presente en el Creador anciano o en el Cristo atlético del Juicio Final de los
frescos de Miguel Angel.

No cabe otro lugar mejor para elegir a un Papa; y Juan Pablo II lo reitera así: “Es
preciso que, durante el cónclave, Miguel Angel concientice a los hombres”. Esos
hombres, a los que antes solían llamarse príncipes de la Iglesia, se convierten por unos
días en dóciles instrumentos del Dios omnipresente. Eligen, pero Dios indica: “Tú que
penetras todo –indica! El indicará...” En la Capilla Sixtina parecerá que el tiempo se
detiene, pero no es así porque el hombre no está atrapado en la historia. La nave sigue
su curso. Habemus Papam.

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