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LECTURA, COM
CREACIÓN

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Mercedes Laguna González, 1997

La escritura de forma autobiográfica es la literatura de lo íntimo, que indaga en lo


personal; aparecen en ella, de muy diversas maneras, temas relacionados con la vida del
individuo, con su forma de ser, con sus sentimientos, con sus ideas.
Hemos llamado a la escritura autobiográfica literatura[1], por tanto, indirectamente, la
estamos considerando un género literario, y, en consecuencia, nos tropezamos de lleno, desde el
principio de esta exposición, con el dilema ficción / realidad, que es clave en todas las
cuestiones relativas a la literatura.

La escritura autobiográfica es una forma de expresión y se puede manifestar de distintos


modos, a la vez que puede responder a distintas intenciones del autor y a distintas lecturas por
parte del lector destinatario. Establecemos una primera clasificación para situarnos en el corpus
tan inmenso como heterogéneo de la escritura autobiográfica:

1. SEGÚN LA INTENCIÓN DEL AUTOR Y LA INTERPRETACIÓN QUE HACE


EL LECTOR RESPECTO A LA CONSIDERACIÓN DEL AUTOR (PERSONA
REAL) COMO REFERENTE DE LA OBRA :

a) Obras de forma autobiográfica cuyo referente es el autor (persona real):


autobiografías, memorias, biografías, epistolarios, confesión, autorretratos,
diarios.
b) Obras ficticias, de forma autobiográfica, cuyo referente no es el autor:
novelas, poemarios, etc.

2. SEGÚN LA TÉCNICA QUE SE UTILIZA PARA LA COMPOSICIÓN DE LA


OBRA (TENGA UN REFERENTE REAL O NO):

a) Obras en las que se cuenta la vida de alguien a través del tiempo (siguiendo
un orden cronológico, yuxtaposición de tiempos, etc.): Autobiografías,
biografías, memorias, confesión.

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b) Obras en las que aparecen temas relacionados con lo personal (ideas,


sentimientos, formas de ser…), pero que no se presentan a través del tiempo
sino enclavadas en el presente (sea ficitivo o real): diarios, autorretratos
(aunque también pueden aprovechar el juego que da la distancia temporal);
· Las cartas (o epistolarios) estarían situadas entre los dos grupos ya que
pueden hacer referencia al presente y al pasado.

Hemos partido de esta clasificación porque nos ha parecido que era necesario fijar las
diferencias más claras de los distintos modos de escritura autobiográfica para poder pasar a
estudiar las cuestiones más debatidas por la crítica, aquellas que agradan o difuminan las
diferencias entre las modalidades señaladas.

Romera Castillo (1981:14) establece los características propias de la escritura


autobiográfica, señalando que, precisamente por presentar un conjunto de rasgos que la
caracterizan y la diferencian de otras modalidades, constituye, la escritura autobiográfica un
género literario.
Los rasgos diferenciados de la escritura autobiográfica serían, según Romera Castillo los
siguientes:

1. El yo del escritor queda plasmado en la escritura como un signo referencia de su propia


existencia.

2. Existe una identificación del narrador y del héroe de la narración.

3. El relato debe abarcar un espacio temporal suficiente para dejar rastros de la vida (la
extensión es libre: puede ocupar varios volúmenes o una página).

4. El discurso empleado, en acepción de Todorov, será el narrativo, como corresponde a


unas acciones en movimientos (el retrato, sin incluirlo en la dinámica actancial, sería por sí solo
una descripción estática).

5. El sujeto del discurso se plantea como tema la narración sincera (si no en su plena
integridad, sí parcialmente) de su existencia pasada a un receptor (testigo necesario de le
discursividad de la literatura intimista).

6. La forma utilizada para expresar su historia puede ser variada: la primera persona (el
yo), o monólogo puro, donde la tinta recae sobre el emisor del discurso más que en sus acciones;
la segunda persona (tú), como obra San Agustín en sus Confesiones al hacer a Dios destinatario
de su discurso, para que el receptor se vea implicado; la tercera persona (él), que sirve—sobre
todo en los relatos autobiográficos de ficción, según veremos luego—de máscara tras la que el

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escritor se esconde, ya sea por humildad, cobardía o simple ficción literaria; o la alternancia de
personas gramaticales.
Romera Castillo (1981: 14)

Como vemos el tipo de escritura autobiográfica a la que pertenecen estos rasgos definidos
por Romera Castillo en 1983, pertenecen a la modalidad a) de nuestra primera división; es decir,
se trata del conjunto de rasgos comunes que se pueden encontrar en las obras cuyo referente es
el yo existencial del autor que firma la obra; por lo menos ésa es la intención del autor y así lo
interpreta el lector (consecuencia del pacto autobiográfico establecido entre ambos, como señala
Lejeune (1994).

Avisa también Romera Castillo que hay “un tipo de literatura referencial intimista con
mayor pureza y otros que, integrados en un espectro, se vayan mixtificando paulatinamente”
(1981:13).

Analizaremos a continuación estos seis rasgos que Romera Castillo considera


diferenciadores de la escritura autobiográfica, haciendo referencia a los estudios más destacados
sobre autobiografía y literatura intimista. Estudiaremos las cuestiones polémicas de cada uno o
los agruparemos para tratar algunos temas interesantes.
Hemos de destacar, antes de comenzar el análisis, que la crítica se ha centrado
especialmente en una de las modalidades de la escritura autobiográfica: la autobiografía. Por
tanto, muchos de los puntos que vamos a tratar están referidos a la autobiografía. Los autores,
en general, estudian las características de la autobiografía y, en relación a ella -señalando
diferencias o semejanzas- tratan las otras modalidades de la escritura autobiográfica.

Unimos, en primer lugar, los rasgos 1º y 5º de los señalados por Romera Castillo, porque
plantean uno de los problemas estudiados con mayor profundidad por la crítica: la cuestión del
“yo” del autor en el relato autobiográfico y la sinceridad del escritor en relación con lo que dice
respecto a su propia vida en el texto.

1. El yo del escritor queda plasmado en la escritura como un signo referencia de su


propia existencia.
5. El sujeto del discurso se plantea como tema la narración sincera (si no en su plena
integridad, sí parcialmente) de su existencia pasada a un receptor (testigo necesario de le
discursividad de la literatura intimista).

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Se trata de un problema que, a su vez, incluye otras tantas cuestiones en torno a la forma
autobiográfica de la escritura. Vamos a intentar sintetizar agrupando los distintos estudios en dos
tendencias significativas. En el fondo, como decía Pozuelo Yvancos (1993), la polémica de la
crítica alrededor de la escritura autobiográfica es sólo cuestión de ideología.

Se dan dos tendencias críticas enfrentadas, aparentemente; cuentan cada una con
representantes destacados:

1) Los que ponen el acento en la capacidad de la escritura autobiográfica de ser


portadora de datos reales referidos a la existencia verdadera del autor. El
representante más destacado de esta tendencia es Philippe Lejeune.
2) Aquellos que insisten (influidos por la filosofía deconstruccionista de Jacques
Derrida) en la incapacidad de la autobiografía (y por extensión de la escritura
autobiográfica) para expresar la realidad de la vida del autor. Negando, en especial, la
capacidad del lenguaje para expresar la vida. Paul de Man se ha situado a la cabeza de
esta corriente deconstruccionista de la autobiografía.

La “cuestión palpitante” (diremos utilizando la expresión de E. Pardo Bazán referida al


naturalismo) de la autobiografía gira en torno a la posibilidad e imposibilidad del lenguaje para
ser expresión de la realidad, concretamente de la realidad individual -que parece la más
inasible-. Y, avanzando por el camino de la capacidad del lenguaje, la posible competencia de
éste para ser constructor del propio individuo. Algo impensable para Paul de Man, Jacques
Derrida, etc., para quienes el lenguaje y todo lo que puede construir el lenguaje queda en el
ámbito de la ficción.
Nos encontramos, pues, como indicamos al principio, en uno de las claves de la cuestión
autobiográfica y, en consecuencia, de la literatura en su conjunto: la relación-oposición ficción /
realidad.
No olvidemos que estamos considerando la escritura autobiográfica como un género
literario, partícipe, por tanto, de las condiciones de la literatura, aunque con sus características
especiales o rasgos diferenciadores.

Antonio Garrido Domínguez en su libro sobre los textos narrativos estudia los puntos
claves de la relación realidad-ficción haciendo un repaso de las opiniones más destacadas en
relación al tema. Presentamos a continuación una síntesis del trabajo de Garrido Domínguez
(1993: 27 y ss.):

En primer lugar, Garrido Domínguez parte de la pregunta: ¿Cuál es el referente de un


relato literario?. Para contestar a esta pregunta se ha de partir de las relaciones entre el mundo
de la fantasía y el mundo real. ¿Cómo se ve la realidad desde el arte? ¿Cómo un representación
mimética o cómo ilustración de la misma? Por medio de las convecciones del arte, se pueden
sugerir aspectos de la realidad, aunque el autor no pretenda ser fiel al mundo objetivo[2].
En la Poética, Aristóteles presentaba la literatura dramático-narrativa como mímesis de
acciones. El relato literario, apunta Garrido Domínguez consiste en una realidad

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descomprometida respecto al mundo objetivo, enmarcándose en el dominio de lo posible. Lo


característico de la literatura es su verosimilitud, lo que sin ser real, es creíble y convincente.

En cuanto construcción imaginaria, el relato de ficción implica la creación de mundos,


mundos alternativos al mundo objetivo, sustentados por la realidad (interna o externa) que hace
posible el texto.
La experiencia estética que el texto facilita implica la realción entre el mundo del autor
-textualmente proyectado a través de los signos y las convecciones literarias- y el mundo de los
lectores. El lector debe cooperar intencionalmente con el fin de completar las inevitables
lagunas que todo texto literario implica por su esquematismo. Es el lector el que, con ayuda de
sus facultades (afectividad, imaginación, inteligencia, memoria literaria, etc.) y experiencia vital,
da forma al objeto, al referente de la ficción, a partir de las instrucciones del texto (Albadalejo,
1986: 75-79).
La simbiosis entre la realidad efectiva y los elementos ficcionales dentro del texto de
ficción admite diferentes grados de intensidad (M.L. Ryan, 1980: 415 ss): la ausencia total de
elementos de la realidad en los relatos fantásticos[3].
La realidad y la ficción conviven generalmente en el marco de los textos ficcionales,
pero siempre sin confundirse, ya que sus modos de existencia son peculiares e imprescindibles.
Para Martínez Bonati (1992: 167-177) el fundamento de la experiencia artística reside en
que no buscamos ninguna verificación empírica para el objeto que la obra contiene; éste tiene
sus puntos de anclaje en el ámbito de la imaginación. De esa desvinvulación de la realidad
efectiva procede precisamente la riqueza (y la ambigüedad) del objeto ficiticio. Es la ficción la
que establece, de acuerdo con las convecciones artísticas, su propio campo de referencia, la que
decide su coherencia interna.
Según Ricoeur (1983:134), la realidad humana permanece siempre como horizonte
último, inevitable de la obra de ficción. El significado de un relato surge de la relación entre el
mundo fantástico, creado por el autor, y el mundo real o sensorial.
Precisamente la teoría de la ficción trata de dar cuenta de las relaciones que se
establecen entre la realidad efectiva y la ficción en el marco del texto ficcional.
(Garrido Domínguez, 1993: 27 ss)

Hasta aquí el resumen del estudio de Garrido Domínguez. Volveremos a él en adelante


para examinar temas decisivos en la investigación sobre la escritura autobiográfica.

Para presentar el modo de conocimiento que supone la literatura vamos a acudir a dos
estudiosos de la obra literaria: Mª. del Carmen Bobes Naves y Juan Oleza. Utilizaremos el
análisis del modo de conocimiento que supone la novela como género y la novela histórica en
particular como ejemplo del modo de conocimiento que significa la autobiografía (o la escritura
autobiográfica) en cuanto género literario.

Mª. del Carmen Bobes Naves (1993) estudia en su libro sobre la novela el modo de
conocimiento del mundo que supone este género literario. Aunque en nuestro trabajo nos
interesan las novelas, en principio, sólo en cuanto que pueden ser novelas de ficción
autobiográfica, también nos será útil este estudio sobre la novela para la autobiografía como
género literario, como veremos más adelante.

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Nos detenemos, pues, en la novela.


Por el hecho de pertenecer al conjunto de las creaciones artísticas producidas por el
hombre, está vinculada a las obras anteriores y a los sistemas culturales coetáneos.
La novela, como toda la literatura, es al mismo conocimiento y juego. Conocimiento del
hombre y del mundo, y juego como acto lúdico para el que escribe y para el que lee.
La novela puede suponer para el lector un vehículo que le ayude a interpretar la realidad,
una explicación de este mundo, presente y pasado, y una aproximación al conocimiento de otros
mundos posibles.
María del Carmen Bobes Naves (Bobes Naves, 1993: 22), al explicar las distintas
funciones de la literatura, afirma que la novela es “un medio que tranquiliza al hombre al
servirle de expresión y ofrecerle respuestas a cuestiones antropológicas que se plantea respecto
al pasado y al presente (…) La novela puede ser considerada como un proceso de conocimiento,
pues puede dar una explicación de las personas, de sus conductas, de los motivos por los que
actúan y de las consecuencias de sus acciones”.
Una obra novelística que consigue ser para el lector un “proceso de conocimiento”
necesariamente ha sido creado por una persona capaz de ver de manera privilegiada el mundo.
Decía Émile Zola (1987: 183) que la capacidad para “ver el mundo” es aún más escasa
que la capacidad de crear, y que eran pocos (en su época) los escritores que poseían el don de
penetrar con exactitud lo real para transmitirlo después en sus obras.

Juan Oleza (1994) presenta un trabajo sobre la novela histórica a finales del siglo XX en
el que realiza un estudio de las relaciones entre realidad y ficción tal y como se presentan en el
discurso narrativo, especialmente de la novela histórica, que resulta muy esclarecedor para el
tema que estamos tratando.
Presentamos en síntesis el artículo de Juan Oleza:

· Al imponer una trama a los acontecimientos reales no se refleja la vida tal como es sino
una imagen de la vida, que es y sólo puede ser imaginaria, y al ponerle un fin, se dota a la
secuencia de una significación moral, pues los acontecimientos no son tales sin una trama que
los seleccione, destaque y ordene.
· Para White (1978), la Historia y la Ficción operan de manera básicamente semejante
a la hora de enfrentarse a lo real, pues ambas utilizan la narración como modo de
conocimiento de lo real, ambas constituyen un único discurso simbólico, cuyo mayor poder
no es el informativo, sino el de generar imágenes de lo real.
· La trama de una narración histórica no reproduce el pasado, no lo imita, tampoco lo
explica, lo comprende y lo simboliza, se constituye en un correlato alegórico.
· Ricoeur (1985): el relato supone una “pretensión de verdad” por parte del autor.
El lector es la clave para interpretar esa intención de verdad del escritor.

· Las Autobiografías, etc. (Memorias, Crónicas, Diarios…) son formas híbridas


entre la Ficción y la Historia.

LA HISTORIZACIÓN DE LA FICCIÓN
· Tanto la novela histórica como las formas híbridas señaladas (autobiografía, etc.) nos
llevan a la cuestión de la ficcionalidad del discurso literario, o su cara opuesta, la referencialidad
del discurso histórico.

PRAGMÁTICA
· El lenguaje literario no es sino un uso especial del lenguaje, un juego de lenguaje

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(reglas, convenciones, tipo de situación comunicativa)


Los lectores son que lo aceptan como literario un determinado texto.
· El objetivo de esta clase de actos de habla es no sólo producir creencia (como las
aserciones) sino también implicar imaginativa y afectivamente al lector en el estado de las
cosas representado, incitarle a tomar partido, a evaluarlo.

FENOMENOLOGÍA
· Paul Ricoeur (1980): proporciona una última clave para las bodas entre Historia y
Ficción: devolver al concepto de representación sus posibilidades de juego. Relacionando la
capacidad de representar lo real por medio del discurso literario con el concepto de mímesis:
redefinición de la mímesis como un proceso en tres fases, que conduce desde la prefiguración
de los acontecimientos reales por el autor, a su configuración en el texto por medio de la trama,
para llegar a su transfiguración por el lector. El texto literario, otra forma de lo real,
tendiendo un puente entre nuestra capacidad de experiencia humana como agentes y
nuestra facultad de transformarla en experiencia estética por medio de la lectura.
El texto, la trama en que se ordenan nuestras experiencias resulta así un mediador
fundamental.
(Oleza,1994: 83 ss)

1. Facultad del lenguaje para expresar lo real:


n Autoinvención en la autobiografía: el momento del lenguaje:
En el extremo de esta primera posición (defensa del poder del lenguaje para
expresar la realidad) encontramos la postura de J. Eakin y de E. Bruss.
John Eakin (1991) afirma que “el yo existe y éste crea el mundo a través
del lenguaje”. Habla del papel determinante de la referencia en el reconocimiento de
cualquier texto como autobiográfico[4]: “siendo, por supuesto, la referencia principal la
identidad explícitamente postulada entre el personaje principal y el narrador del texto,
por una parte, y del autor del texto por la otra”[5] (1991: 80).
Eakin cita a James Oleny para insistir en que “el punto de vista que Paul de
Man expone sobre el dsicurso de la autobiografía en particular y sobre el lenguaje en
general contradice la concepción tradicional de la autobiografía como teatro de la
autoexpresión, el autoconocimeinto y el autodescubrimiento” (Eakin: 1991: 81).
Para asentar su teoría sobre bases sólidas, Eakin echa mano de las teorías de
Benveniste sobre el lenguaje.
“Los tratamientos contemporáneos más prometedores sugieren que el yo y el
lenguaje están mutuamente implicados en un único e interdependiente sistema de
comportamiento simbólico. (...) Para comprender la condición del hombre en el lenguaje,
E. Benveniste advierte que debemos abandonar “las viejas antinomias del “yo” y el
“otro”, del individuo y la sociedad. (…) Según Benveniste: “es literalmente cierto que la
base de la subjetividad está en el ejercicio del lenguaje”. Define la subjetividad como la
capacidad del hablante de proponerse a sí mismo como sujeto. (…) El lenguaje es el
modo de autorreferencia más importante.” (Eakin, 1991: 82).

Y cuando expone lo que él llama “el momento del lenguaje” trae a colación las

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tesis de E. Bruss, quien “identifica el yo y la autobiografía como estructuras lingüísticas


homólogas. (…) E. Bruss aboga por un acercamiento a la autobiografía basándose en el
modelo de acto de habla”. Bruss conceptualiza “la autobiografía como una forma de
elocución; (…) propone propone que es una tarea del crítico de la autobiografía,
trabajando a partir de claves lingüísticas o registros incluidos en el texto, para reconstruir
el contexto del habla original y conseguir así una llave del mundo privado del
autobiógrafo”. (Eakin, 91: 86).
Terminamos esta síntesis del estudio de Eakin con sus palabras sobre la capacidad
de la autobiografía: “Si aceptamos la escritura de la autobiografía como una especie de
habla y si postulamos la “intención” de un texto así es comunicar la naturaleza del yo
autor (el “efecto”), entonces puede que consideremos la posibilidad de que la
autobiografía, como el habla, pueda proporcionar un medio en el cual, tanto para el
autobiógrafo como para su lector, el yo pudiera aprehenderse en su presencia viva.”
(Eakin, 91: 87).

n Georges May:
Georges May (1979) concluye que el postulado básico de la autobiografía es que
el hombre existe, y sobre este postulado descansa la fortuna de la autobiografía. Toda
autobiografía entraña, explícitamente o implícitamente un testomonio. El autobiógrafo
pretende reencontrar en sí mismo a la especie humana. La intimidad conduce a la
universalidad.
Incluye May esta conclusión sobre la autobiografía en el apartado en el
que habla de “La paradoja fundamental de la autobiografía”: “La narración que hace el
autor de su propia vida tiene por virtud, quizá inesperada, quizá mágica, la de reflejar
también, aunque de otra manera, la de su lector”. Para avalar esta opinión, Georges
recuerda las palabras de Simone de Beauvoir: “Cuando un individuo se expone con
sinceridad, casi todo el mundo entra en el juego”.

n Paul Jay:
En 1984, Paul Jay escribió El ser y el texto, traducido al español en 1993 en
Megazul. El propósito del libro es, según nos dice su autor: realizar “un análisis histórico
del impacto que han tenido las ideas en constante transformación acerca del “yo”
psicológico y del sujeto literario sobre las formas de autorrepresentación literaria, a lo
largo de los siglos XIX y XX” (1993: 17).
Se trata de un trabajo muy interesante en cuanto a la interpretación de las obras
de forma autobiográfica (lo que Paul Jay llama “formas de autorrepresentación literaria”)
como presentación psicológica del sujeto; a la vez, que un estudio de las distintas formas
en las que aparecen:
“El análisis de la autorrepresentación literaria que expongo posee una
doble vertiente: por una parte, recorre la evolución de las estrategias textuales que han
proliferado en la composición de la literatura autorreflexiva a medida que surgen a
manera de respuesta ante las cambiantes concepciones del sujeto” (1993: 17).
El libro me parece acertado sobre todo en los siguientes aspectos:
n En primer lugar, el término que utiliza para referirse a la escritura
autobiográfica: literatura autorreflexiva o formas de autorrepresentación
literaria. Ya que resulta más esclarecedor para englobar a las distintas
modalidades y no confundirlas con la autobiografía propiamente dicha.
n Después me parece interesante el estudio comparativo que hace entre la
literatura autorreflexiva y el psicoanálisis, además de todas las cuestiones

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filosóficas que están en continua relación con la escritura autorreflexiva.


n Aunque el análisis de las Confesiones de San Agustín es un tema que tratan
de forma repetida los distintos estudiosos de la escritura autobiográfica, este
de Paul Jay me ha parecido especialmente sugestivo para acercarnos a la obra
en particular y a toda la literarura autorreflexiva en particular. Dice Paul Jay
del libro de San Agustín que todas y cada una de “están igualmente atentas a
su renovación y transformación, operada a mediada que escribe. Agustín
existe en su propia narración no tanto como sujeto que sea preciso
recordar en el lenguaje, sino más bien como sujeto que ha de ser
transformado por medio del lenguaje (…) Su “alma en ruinas”, espera que
Dios le ayude a “reconstruirla de nuevo”. Escribe sobre el pasado con objeto
de “curar” en el presente lo que él mismo denomina su “enfermedad”(…)
Agustín, el sujeto de las Confesiones se vincula a Agustín, el autor de las
Confesiones, en un esfuerzo de representación que se propone, mediante el
recuerdo de aquél, la transformación de éste”. (Jay, 93: 29)

n Ángel Loureiro:
Aunque Loureiro en sus estudios sobre la escritura autobiográfica parece dudar, en
principio de la capacidad del lenguaje para ser representación o construcción del
individuo, en el artículo de 1993 (“Direcciones de la autobiografía”), presenta una
puerta abierta a cierto poder del lenguaje en relación al conocimiento del sujeto. Es el
camino de la alteridad. Veamos las palabras de Loureiro:
“El estudio de la alteridad podría resultar fructífero si lo abordamos en el
contexto de las concepciones del poder y del sujeto de Focault. Tal vez
podrían soslayarse muchas de las dificultades apuntadas si no partimos de que
en la autobiografía nos hallamos ante un ser autónomo, íntegro, propio,
autodeterminado o autoconsciente sino que, al contrario, vemos al sujeto en el
sentido de Foucault: “sujeto a alguien por medio del control y de la
dependencia; y sujeto a su propia identidad por una conciencia o
autoconocimiento”(…) La confesión sería una de las formas privilegiadas de
creación de la individualiad, de creación de un discurso verdadero acerca de
uno mismo, de la constitución del sujeto como autoconciencia, en una
situación en que se da una relación de poder esencial para esa constitución
subjetiva: “la confesión es un ritual de discurso en el cual el sujeto que
habla coincide con el sujeto del enunciado (…) La escritura autobiográfica
podría considerarse una forma más de lo que Foucault llama las tecnologías
del yo, las cuales “permiten a los individuos efectuar por sus propios medios o
con la ayuda de otros operaciones sobre sus propios cuerpos o almas,
pensamientos, conducta y forma de ser, con el fin de autotransformarse
para alcanzar cierto grado de felicidad, pureza, sabiduría, perfección o
inmortalidad”. (Loureiro, 1993: 43-44)

n María Zambrano:
Aunque más adelante, en el apartado sobre las modalidades de la escritura
autobiográfica, estudiaremos la modalidad de la confesión partiendo del estudio de María
Zambrano La confesión, género literario, en este punto presentamos las ideas esenciales

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sobre la concepción del lenguaje y su capacidad para expresar, comunicar y construir a


la persona humana que defiende la filósofa escritora. Seguiremos para esta primera
exposición sobre el pensamiento de María Zambrano el artículo de María Luisa Maillard
de 1993:

“María Zambrano ha eludido, a la hora de transmitirnos sus ideas, el claro


camino de los conceptos. Frente a la actividad definidora, ha preferido la
sugerencia de la actividad simbólica y la tropológica. Frente a la semántica,
ha preferido la estilística. Se trata de una elección que busca elevar a la
conciencia los mecanismos de poeticidad que encierra el lenguaje. Arranca de
un toma de postura inicial muy semejante a los planteamientos de Jacques
Derrida (búsqueda de ese momento lírico anterior a la actividad logocéntrica).
Sin embargo, la apuesta de María Zambrano es de esperanza. si la filósofa
reclama lo poético a la luz de la conciencia, es precisamente por se confianza en
la facultad simbólica del lenguaje como una forma de conocimiento más
próxima a la vida que la de la violencia de los conceptos, patrimonio de la
cultura occidental desde Aristóteles”. (Maillard García, 93: 281)

2. La autobiografía no se puede mover más allá de su propio texto hacia un


conocimiento del yo y del mundo.

n Paul de Man
Para sintetizar las teorías de Paul de Man sobre el discurso autobiográfico,
utilizaremos el estudio de John Eakin; hemos escogemos la síntesis de este autor
porque, al defender él las ideas contrarias a la posición de De Man, se fija en las
cuestiones que nos interesan especialmente en este punto:
“Paul de Man, en su ensayo sobre el discurso autobiográfico, plantea un
ataque frontal basado en la presunción de que la autobiografía pertenece “a un
modo más simple de referencialidad”, de este tipo, que “parece depender de
hechos reales y potencialmente verificables de una manera menos ambivalente
que la ficción”. En la epistemología de de Man, la aspiración de la autobiografía
de moverse más allá de su propio texto hacia un conocimiento del yo y su mundo,
se funda en la ilusión, ya que “el modelo especulativo de la cognición”, en el
cual “el autor se declara a sí mimo el sujeto de su propio entendimiento”, “no es
ante todo una situación o un hecho que pueda localizarse en una historia, sino…
la manifestación, al nivel del referente, de una estructura lingüística” La base
referencial de la autobiografía es, pues, inherentemente inestable, UNA ILUSIÓN
PRODUCIDA POR LA RETÓRICA DEL LENGUAJE. De Man se centra en la
figura de la prosopopeya, el tropo dominante tanto en el epitafio como en la
autobiografía, “mediante el cual el nombre de uno se hace tan inteligible y
memorable como una cara”; “ficción de la voz desde más allá de la tumba” (…)
De Man concluye: “hasta tal punto el lenguaje es figura (o metáfora o
prosopopeya) es realmente no la cosa misma, sino la representación, la imagen de
la cosa, y, como tal, es silencioso, mudo como las imágenes”(…) La destrucción
del discurso autobiográfico es ahora completa; despojada de la ilusión de la
referencia, la autobiografía vuelve una vez más a inscribirse en la cárcel del
lenguaje”. (Eakin, 91: 82)

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“El yo del escritor queda plasmado en la escritura como un signo de referencia de su


propia existencia”. Éste es el primer rasgo de la escritura autobiográfica que Romera
Castillo (1981) subraya.
Después de la polémica de la que hemos dejado constancia arriba sobre la capacidad del
discurso autobiográfico para ser representativo del yo del autor, trataremos en concreto
de esta relación que se sitúa en la base de la escritura autobiográfica: la relación (o, tal
vez, indentidad) entre el autor del texto, el narrador (ente ficticio que narra) y el
personaje.
“El sujeto del discurso se plantea como tema la narración sincera” (Romera, 1983: 14).
El rasgo básico de la literatura autorrepresentativa es la intención (sincera) del autor.
Recoge Lejeune (1994: ) la definición que en 1876 hacía Vaperau de la autobiografía:
“obra literaria, novela, poema, tratado filosófico, etc., cuyo autor tuvo la intención,
secreta o confesada, de contar su vida, expresar sus ideas o expresar sus sentimientos”.
Se pregunta Lejeune, tras esta definición de diccionario, ¿quién decidirá la intención
del autor? Y responde sin dudarlo que es el lector el que decide si una obra ha sido
elaborada con una intención autobiográfica o no.
Y es que lo que interesa para el género autobiográfico no es si responde o no la verdad,
sino si el lector, que es quien re-crea la obra al leerla, la descodifica como escritura
autobiográfica, es decir, si utiliza para la interpretación las claves que le proporciona el
que sea el discurso autobiográfico un referente de la vida o del “yo” del autor.
Como dirá Darío Villanueva, leemos con una intención de realismo, aun las obras que
consideramos plenamente ficticias (Villanueva, 92 y 93).
La insistencia en el punto de vista del lector (característica, por otra parte, de la teoría
y la crítica literaria actuales, sobre todo, a partir de la Estética de la Recepción) es una
constante en los trabajos de Philippe Lejeune sobre la autobiografía, como lo es también
en el estudio de Georges May (1979). Aunque la crítica norteamericana, y la teoría
deconstruccionista en particular, opine de estos estudios que suponen posiciones
tradicionales y superadas (¿?) respecto a la escritura autobiográfica.
May dedica un capítulo de su libro al punto de vista del lector, en el que elabora un
estudio interesantísimo de la perspectiva de la recepción en la escritura autobiográfica:
n Al lector no le importa si la autobiografía es auténtica o no (él lee con intención
realista).
n La escritura autobiográfica gusta al lector porque se identifica, de alguna manera,
con el “yo” que se autoexpresa y esa identificación le sirve para tranquilarze:
encuentra que a otras personas le han pasado cosas parecidas a las que a él le han
ocurrido, capta ideas que le parecen importantes sobre el sentido de la vida, etc.
n “Lo íntimo es el camino más seguro hacia lo universal y lo general”. “El
autobiógrafo -que sabe hundirnos en las profundidades de su memoria para buscar
la unicidad de sus propios recuerdos- nos facilita, sin saberlo siempre, el acceso a
nuestra intimidad más estricta”. (May, 79: 129)

Sin embargo, las teorías de Lejeune y May, que se asemejan a la posición de Romera
Castillo (1983), son las que últimamente han retomado los críticos; destacan, en el ámbito
hispano, las opiniones de Darío Villanueva (1991 y 1993) y Pozulelo Yvancos (1993).
Se trata de colocar el eje del estudio de la autobiografía (o escritura autobiográfica) en el
lector y en las consideraciones pragmáticas. Lo estudiaremos con más detenimiento en el
apartado g): “Soluciones semiológicas y pragmáticas. La Estética de la Recpeción”.

Continuemos ahora con la proposición de Lejeune en el pacto autobiográfico (1994: )


“para que haya autobiografía es necesario que coincidan la identidad del autor, del narrador y
del personaje”. Respecto a esta cuestión de la identidad Autor-Narrador-Personaje, en El pacto

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autobiográfico, bis (1994: ), Lejeune apunta. “Siempre tuve la idea de que el centro del campo
autobiográfico era la confesión”.
La confesión del autor, es decir la intención (sincera o no) de que el que dice “yo” en el
texto corresponda al “yo” del autor.
La idea de la importancia de la confesión en la escritura autobiográfica aparece también
en María Zambrano (1995)[6]. María Luisa Maillard García lo estudia en su artículo de 1993.
La consideración de la confesión como género literario sirve a María Zambrano para
establecer la diferencia entre novela y la confesión propiamente dicha (la escritura
autobiográfica que cumple una serie de condiciones): “María Zambrano subraya las diferencias
entre novela y confesión: pues ambas son expresiones de seres individualizados a los que se les
concede historia (…) La confesión no partiría de un tiempo virtual, sino de la confusión e
inmediatez del tiempo real, para ir a la búsqueda de otro tiempo, no por imaginario menos real:
aquel capaz de dar cuenta de la unidad hallada de una vida” (Maillard García, 1993: 283).
Nos encontramos en este punto abocados, a través de las ideas de María Zambrano, a
tratar el tema del tiempo y la narratividad como expresión de la vida, pero este tema lo
dejaremos para más adelante.

Siguiendo con la cuestión que nos ocupa en este epígrafe (identidad Autor-Narrador-
Pesonaje), retomamos la exposicón de Fernando Cabo Aseguinolaza (1993). Nos parece
acertada la postura que propone. A la intención del autor, él la llama “voluntad de
identificación” del autor con el narrador y el personaje.
Todas las características de la forma autobiográfica, dice Fernando Cabo “hacen de ella
un lugar de privilegio para la reivindicación desde y para la teoría de la literatura de la
figura y el concepto de autor; y no sólo como una noción accesoria o meramente
instrumental, ni como una presencia incómoda difícil de situar en el entramado
conceptual de una teoría, sino como un elemento ineludible en un entendimiento
dialógico del hecho literario. En lo que se refiere a las autobiografías, sean o no de las
que se conocen como ficticias, hay una primera circunstancia de necesario
reconocimiento: el yo no puede ser entendido en ningún caso como expresión inmediata
del autor. Pero ello no debe impedir, por otro lado, que admitamos con todas sus
consecuencias que el yo de las autobiografías, llamémosles reales, se construye sobre
una voluntad de identificación.(…) A mi juicio, este proceso de identificación
constituye la principal dimensión retórica de la autobiografía, y como tal se fundamenta
sobre la pretensión de un efecto y la confianza en un determinado ethos autorial. En este
orden de cosas, lo más llamativo en el artefacto autobiográfico es la presencia de una voz
de apariencia autoconstituyente que trata de imponerse a sí misma como enunciadora de
un determinado discurso y busca delimitar su propio contorno desde la base de un
esfuerzo de identificación”. (1993: 136)

Buscando las conexiones entre la escritura autobiográfica y la novela (o relato fictivo) que
señalábamos en la Introducción, creemos oportuno dedicar un epígrafe a las relaciones entre
autor y narrador en las obras literarias, especialmente las narrativas. Y no sólo porque nos
queramos centrar en la literatura propiamente de ficción, sino también porque entendemos que
el género autobiográfico y el género de las obras de ficción de forma autobiográfica sufren
(ambos) un fenómeno de ósmosis:
1. La literatura autobiográfica de ficción toma las formas, los temas, las

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preocupaciones de las obras autobiográficas (las que tienen intención -sincera o


no- de tener como referente al autor).
2. La escritura autobiográfica por ser un género literario y pertenecer, por tanto, a
la literatura, no escapa de las creaciones fictivas que supone el lenguaje literario.
3. La literatura de ficción, sobre todo en la actualidad, como apuntaba Lejeune
(1994: 83), está tiñiéndose, cada vez más del llamado por él “espacio
autobiográfico”. Los autores dan pie para que se interprete su obra como un
espacio autobiográfico (mediante entrevistas, artículos, escritos
autobiográficos…). Y al lector le gusta rastrear en las obras de ficción las claves
autobiográficas de los autores.

Presentamos a continuación, en síntesis, las aportaciones que sobre la relación Autor-


Narrador de dos teóricos de los textos narrativos: Isabel Román Gutiérrez y Antonio Garrido
Domínguez.
Isabel Román Gutiérrez en la primera parte de su libro sobre la novela del siglo XIX
(1987) presenta datos básicos sobre la teoría de la narratividad, que interesan para entender
tanto la novela del siglo XIX como la novela contemporánea, y, por extensión, también nos
ayudan a acercarnos con mayor claridad a la escritura autobiográfica. Veamos su estudio sobre
el Narrador-Autor:

“Se hace necesario establecer quién es el narrador de la novela. En principio hay un


cierto paralelismo con la diferencia antes mencionada entre el mundo real y el mundo
novelesco. Vimos cómo este último adquiría entidad propia al margen de la realidad
externa. De igual manera, el escritor no tiene necesariamente que identificarse con el
narrador de la novela en sus distintas manifestaciones. Existe la misma oposición
ficción-realidad. Quede bien claro que no pretendo negar las relaciones e influencias
que el escritor como hombre pueda ejercer sobre la ficción novelesca, sino afirmar que
ésta es una realidad artística distinta al entorno real. Es inevitable separar las vivencias
del escritor de su creación artística.
Como expone Roland Barthes, qui parle (dans le récit) n'est pas qui écrit (dans
la vie) et qui écrit n'est pas qui est, diferenciando claramente el hombre que existe
como tal ("qui est"), el escritor ("qui écrit") y el narrador («qui parle"), personaje ya
desligado de las anteriores situaciones puesto que entra a formar parte de ese otro
mundo constituido por la creación literaria. De la misma forma que un elemento de la
realidad no puede ser trasladado idénticamente a la obra literaria, el narrador no puede
corresponder al autor, hombre real.
Escribe Francisco Ayala que “el autor queda ficcionalizado dentro de la
estructura literaria que él mismo ha producido, aun en el caso de que aparezca en
ella ostentando los caracteres de la más comprobable identidad personal”(Ayala,
1970: 27).
Walter Mignolo, por su parte, distingue el "acto de enunciar" del autor, que es
verdadero, del acto ilocutivo del narrador, que es simulado o pretendido”.
(Román Gutiérrez, 1987: 25-26)

Antonio Garrido Domínguez en su libro sobre los textos narrativos habla de la relación
entre el narrador y la cuestión del autor en los siguientes términos:

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“En el relato tradicional el autor hace frecuentes actos de presencia (de forma claramente
ostentosa) para opinar sobre el desarrollo de la acción, evaluar el comportamiento de los
personajes, etc. Esta cuasi-omnipresencia -o mejor, prepotencia- del autor contribuyó de forma
notoria a su descrédito hasta el punto de que a finales del siglo XIX y, muy en especial, en el XX
se observa un denodado esfuerzo por parte de los creadores tendente a dismular o escamotear
cada vez más su presencia. Se llega así a la asepsia narrativa, al relato que parece que se cuenta
a sí mismo. El texto no precisa al autor para explicarse de puertas adentro. En cuanto el proceso
productor del relato se pone en marcha, el autor cuenta con una imagen vicaria y una voz
delegada que es la del narrador.
Aunque tratándose de seres de papel, los únicos elementos con prerrogativas dentro del
universo narrativo son el narrador y los personajes. Para entrar en el relato el autor recurre a una
serie de máscaras a través de las cuales intenta mantener a salvo su credibilidad y la
verosimilitud de la historia. La primera y más importante es la del narrador. (hay otras:
transcriptor, editor de papeles encontrados… fuente oral o escrita). Empeñado en lograr la
máxima credibilidad ante los ojos del lector, el autor recurre a otros ardides también
consagrados por la tradición literaria: optando por una forma autobiográfica- de cuyo
pacto fundacional él es el principal garante y beneficiario- acudiendo a los factores
convencionalmente asociados a la verosimilitud como la deixis de espacio y tiempo o, en
suma, presentándose como testigo directo o investigador de los acontecimientos narrados.
El autor en el texto: autor implícito:
Por instinto el lector tiende a identificar con relativa frecuencia narrador-autor. E
incluso, cuando se trata de la autobiografía, con el personaje-protagonista.
Foster y Booth trataron de salvar los fueros del autor. El resultado fue la elaboración de un
nuevo concepto: autor implícito, que se distingue del autor real como del narrador. Según
Booth, el autor implícito es la imagen que el autor real proyecta de sí mismo dentro del relato. Se
trata de una realidad intratextual -aunque no siempre explícitamente representada- elaborada
por el lector a través del proceso de lectura, que puede entrar en abierta contradicción con el
narrador. El autor implícito sienta las bases, las normas -según Booth, de carácter moral- que
rigen el funcionamiento del relato y, consiguientemente su interpretación. Llámese alter ego o
segundo yo, la misión principal del autor implícito consiste en hacer partícipe al lector implícito
de su sistema de valores (morales). (Ligado al sentido general, profundo, del texto). El
planteamiento retórico que subyace en esta doctrina (implica un esfuerzo comunicativo) reclama
explícitamente la presencia de un receptor en cuanto destinatario de la persuasio pretendida por
el autor implícito (capaz de hacerse con el sentido global, siempre de orden ideológico de la
obra).
Batjín y Leujeune:
El autor -que en ningún momento debe confundirse con el narrador- domina todo el
universo del relato y, por consiguiente, trasciende ampliamente el ámbito del personaje.
Esta situación de privilegio se corresponde no sólo con un control absoluto de todos los resortes
del relato sino de su orientación general. Esto quiere decir que en cada momento el autor
adopta una actitud hacia el objeto de la narración y, en especial, hacia el héroe, que
permite ver en éste un trasunto de la visión del mundo del autor.
Lejeune: Lo que diferencia a la autobiografía de otros géneros es la instauración de
un pacto, en virtud del cual el lector establece espontáneamente una relación de identidad
entre autor, narrador y personaje a través de la forma discursiva yo y la firma (el nombre
propio) estampada por el autor en la portada del libro. El que dice yo , sea narrador o
personaje es al mismo tiempo el que vive realmente en el mundo objetivo, el que cuenta su
vida y el que ha vivido determinados acontecimientos en un tiempo anterior. El autor se
objetiva, pues, en el relato, mientras que narrador y personaje cuentan con un referente
externo que se convierte en garantía de su credibilidad. (Lejeune, 1973).
Sin embargo, es preciso alertar contra la tendencia a identificar narrador y autor real.

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Kayser: el narrador es sólo un papel, el procedimiento habitual que asume el autor para
convertirse en locutor y responsable de un mensaje narrativo; un ser de ficción.”
(Garrido Domínguez, 1993: 111 ss )

Nos detenemos ahora en los rasgos 3 y 4 de los señalados por Romera Castillo (1981)
como diferenciadores de la escritura autobiográfica:

3. El relato debe abarcar un espacio temporal suficiente para dejar rastros de la


vida (la extensión es libre: puede ocupar varios volúmenes o una página).

4. El discurso empleado, en acepción de Todorov, será el narrativo, como


corresponde a unas acciones en movimientos (el retrato, sin incluirlo en la dinámica
actancial, sería por sí solo una descripción estática).

5. El sujeto del discurso se plantea como tema la narración sincera (si no en su plena
integridad, sí parcialmente) de su existencia pasada a un receptor (testigo nece-
sario de le discursividad de la literatura intimista).

Aparecen aquí, aparte de las ya apuntadas, unas cuantas cuestiones importantes de la


escritura autobiográfica:

a) La consideración de la escritura autobiográfica como relato (historia que se


cuenta).
b) La cuestión del tiempo y la narratividad (de la vida y del relato).
c) El tema de la vida del autor (y de la vida que se cuenta en el relato).
d) La presencia de un receptor interno (narratario).

Tendríamos que partir de la definición -tantas veces citada y criticada- de Lejeune sobre
la autobiografía como relato en prosa retrospectivo. Explicar si nos estamos refiriendo a una
de las modalidades de la escritura autorrepresentativa, concretamente a la autobiografía.
Además de explicar, como acertadamente explicaba Romera (1981) designa el hecho de contar
una historia y que no tiene por qué manifestarse en prosa.
Muchos de los estudiosos de la escritura autobiográfica están de acuerdo en que la
modalidad más utilizada es la autobiografía y quizá por ello los demás subgéneros toman de ella,
aclimatándolas a sus formas, muchas o algunas de sus características.
Pero en este punto pienso que es conveniente hacerse eco del pensamiento del filósofo
Paul Ricoeur, que considera la narratividad como caracterísitica esencial de la vida humana. Y,
como veremos más adelante, el vivir la vida como narratividad y el apremio de contarla se
conecta con la necesidad de un narrador interno, llamado en teoría narrativa narratario.

El narratario:
Respecto al narratario, es, quizá, conveniente referirnos a la figura del destinatario, ya
no sólo interno (como lo es el narratario) sino al lector (como lector implícito y también como

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lector real.
Recordemos lo que Garrido Domínguez explica sobre estos elementos del texto
narrativo: el lector implícito, el narratario y el lector real:

Las tres categorías que aluden al responsable del mensaje han encontrado su
correlato en el marco del enfoque comunicativo, en la Estética de la Recepción. Han
ido surgiendo los conceptos de lector implícito, narratario y lector real.
El Lector implícito: se corresponde con el autor implícito y alude al hecho de
que todo mensaje permite reconstruir la imagen del lector en términos de sistema de
valores al que se dirige. El mensaje selecciona un tipo de lector específico. Puede estar
o no representado en el texto y es reconstruible únicamente a través del proceso de
lectura. El lector implícito se encuentra siempre presente en la mente del autor
real, hasta el punto de convertirse en uno de los factores que dirigen su actividad.
El narratario: se corrresponde con el narrador. Puede disponer o no de signos
formales, aunque simrpe es una realidad cuya presencia se hace notar. Es uno de los
procedimientos mediante los cuales el autor implícito orienta al lector real sobre cuál es
la actitud más adecuada ante el texto. Prince: el narratario es el destinatario del
mensaje narrativo, aunque no siempre se encuentra formalmente representado en él. Se
encuentra siempre en el mismo nivel diegético que el narrador y puede haber más de
uno en el texto (en el diario: el propio narrador). Su misión es la de funcionar de
intermediario entre el narrador y el lector; hacer progresar la intriga; poner en relación
ciertos temas; determinar el marco narrativo; actuar de portavoz moral….
Los signos formales del narratario son múltiples: desde el tú, querido lector,
pasando por las construcciones interrogativas, expresiones afirmativas, etc.
(Garrido Domínguez, 1983: 118 )

En la escritura autobiográfica el destinatario, que reúne las figuras del narratario, el


lector implícito y el lector real, tiene un papel decisivo:
n Igual que la novela requiere un lector individual y silencioso, la escritura
autobiográfica, por su propia naturaleza, habla directamente a un lector que lee en
silencio y que compara instintivamente lo que está leyendo sobre el “yo” del autor
con su propio ser personal.
n El narratario funciona dentro del texto como la imagen intratextual de ese lector que
está realmente leyendo el texto.
n Como el autor no puede conocer al lector real (y en la mayoría de los casos ni le
interesa) plantea su obra literaria a partir de la imagen que tiene del lector (lector
ideal) y para esa imagen escribe.
n La concepción que un autor tiene de su lector pude ser “parcialmente configuradora
de un género” (Tacca, 1975: 148ss). Aunque Óscar Tacca pone como ejemplo la
literatura fantástica, nosotros podemos decir que puede configurar un género como
el autobiográfico.

La narratividad como constitución del mundo

Un sujeto, el sujeto de la enunciación, que narra, cuenta una historia sobre su propio
“yo”. Desde el presente expone un discurso sobre el pasado, de tal manera que el “yo” de la
enunciación es el que resulta construido por el texto. Se trata de una “construcción lingüística”,
“una construcción textual del yo” (Pozuelo Yvancos, 1993: ).
La búsqueda del propio “yo” mediante el texto que se escribe, “la búsqueda de una
identidad insasible” es nuclear en la escritura autobiográfica, pero también podemos decir que
“toda la literatura es una forma autobiográfica” (Pozuelo Yvancos, 93), por lo que tiene de

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expresión y comunicación del propio autor aún a través de los mundos de ficción que construye.
Dice Pozuelo Yvancos que “a partir del siglo XVIII comienza la narración de sí mismo
a ser también un proceso de salvación personal”. Esta convicción que ha sido plasmada y
utilizada en la literatura se ubica hoy en la médula de la filosofía contemporánea.
Paul de Ricoeur afirma que el tiempo humano tiene un lugar privilegiado para
esclarecerse, y éste lugar es el relato, pero no un relato específico, sino, de forma genérica, la
configuración de la trama narrativa que no es sino “el medio privilegiado donde
configuramos nuestra experiencia temporal”. (Maillard García, 1993: 283).
Juan Oleza (1994), en el artículo en que relaciona la Ficción y la Historia, resume de
esta forma las ideas de Ricoeur sobre la Ficción y la Historia, el tiempo y la narratividad:

“Para Ricoeur la constatación de una cierta diferencia, si bien limitada y


relativa, entre relato de ficción y relato histórico, basada en la “pretensión de verdad”
de este último, no impide establecer firmemente la identidad estructural de ambos,
su condición narrativa. Se trata en principio de dos formas diferentes de una misma
exigencia de verdad, y ambas ponen en juego el carácter temporal de la experiencia
humana. “El mundo desplegado por toda obra narrativa es siempre un mundo temporal
(…) el tiempo se hace tiempo humano en cuanto se articula de modo narrativo”
(Ricoeur, 1985, I: 41). O dicho de otra forma más definitiva: “entre la actividad de
narrar una historia y el carácter temporal de la existencia humana, existe una
correlación que no es puramente accidental, sino que presenta la forma de la necesidad
transcultural” (I:47). En última instancia la diferencia entre narración histórica y
narración ficcional pertenece a la fase final de la mímesis narrativa, la que Ricoeur
denomina mímesis 3, y radica en la operación de lectura. El lector es su clave. Por el
contrario, en las dos primeras fases de la mímesis, en la captación del lo real o mímesis
2, el historiador y el novelista operan de la misma forma básica”.
(Oleza, 1994: 87-88)

Donde aparece la palabra Historia podemos poner escritura autobiográfica y donde


Oleza o Ricoeur utilizan el término “historiador” podríamos escribir “autobiógrafo”.

Villanueva (1991) concede, en la misma línea, un papel de primer orden al tiempo en


la narración autobiográfica. Afirma que “la problemática del tiempo es tan decisiva en la
autobiografía como la de la propia enunciación e identidad del yo”.
El sujeto de la enunciación interpreta la existencia vivida a mediante el poder
reconstructivo, esclarecedor, incluso creador de la memoria.
“Me parece fundamental para el estatuto de la autobiografía la existencia de un cierre
rotundo, que más allá de su función compositiva trasciende al plano de lo significativo.”
(Villanueva, 1991: 103).

Nos detenemos por último en el pensamiento de María Zambrano, en la importancia


que le concede al tiempo:

Si de alguna manera se puede afrontar la vida es en relación al TIEMPO, ésta es


la línea de pensamiento de Husserl, Heidegger y Ortega que sigue María Zambrano.
Piensa la filósofa que sólo el tiempo nos proporciona la posibilidad de vivir
humanamente; ya que al hombre se le da la vida, pero no el vivir, el hombre ha de hacer su
propia vida, y esa peculiarísima acción, se produce en el tiempo. En principio, en el sucesivo
de la conciencia, cuya forma más evidente será el tiempo histórico; pero también, dado que el
mero transcurrir entre la vida y la muerte se “llena” de acciones concretas, estas acciones
tenderán a encontrar un sentido, y habrá un tiempo que dé cuenta de él. Un tiempo que hallará

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en la confesión el medio favorable para manifestarse. (Maillard García, 1993: 283).


Continuaremos esta reflexión de María Zambrano en torno al género de la confesión y
al tiempo en el apartado de las Modalidades de la escritura autobiográfica.

El segundo rasgo característico de la escritura autobiográfica según Romera Castillo


(1981):

2. Existe una identificación del narrador y del héroe de la narración.

La relación entre el narrador y el personaje es también una de los puntos de la teoría


narrativa que nos pueden resultan útiles para estudiar las claves de la escritura autobiográfica.
Volvemos a establecer un paralelismo entre la relación del narrador con el personaje en
la literatura narrativa de ficción y la relación del narrador (referente del autor) y el personaje-
protagonista en la escritura autorrepresentativa.
En primer lugar nos hacemos eco de las teorías narrativas de Óscar Tacca (1975: 64 ss):

El narrador puede contar la historia desde dentro: frecuentemente nos encontramos ante
el relato en primera persona. Narrador y personaje coinciden en un personaje-narrador; el
narrador utiliza, así, un ángulo de visión preciso, una perspectiva constante, dispone de una
información limitada (la del personaje -en principio-).
Uno de los recursos más finos y tenues del arte novelesco está en este nimia diferencia
entre el saber del narrador y el saber del personaje; una diferencia que sólo encontramos
en la lectura atenta e inquisidora.
Proust ha sacado el mejor partido posible de este desajuste. M. Raimond explica que
“hay en el protagonista del mundo perdido una constante indigencia de “saber” respecto al
mundo, un desamparo de ‘verdad’ que el narrador posee por encima del personaje”. El narrador
va corrigiendo, va colmando a fuerza de ordenación, descubrimiento y lucidez el “saber” del
personaje.
Se trata de un desajuste que el arte del autor sabe mostrar en un mismo texto
n entre lo que dice el personaje,
n lo que finamente sugiere el narrador
n y lo que el lector sagaz percibe.
Hay un neto contraste entre el tiempo (brevísimo) del personaje y el tiempo
(dilatado) del narrador.

De lo expuesto se deduce que en la novela moderna[7] no encontramos solamente una


cuestión de visión, sino también, y a veces, sobre todo, una cuestión de lenguaje.
El sujeto que dice “yo” para contar inaugura un mundo: el mundo del lenguaje.

El último de los rasgos característicos de la escritura autobiográfica que destaca Romera


Castillo (1981) se centra en las formas que este tipo de literatura utiliza:

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6. La forma utilizada para expresar su historia puede ser variada: la primera


persona (el yo), o monólogo puro, donde la tinta recae sobre el emisor del discurso
más que en sus acciones; la segunda persona (tú), como obra San Agustín en sus
Confesiones al hacer a Dios destinatario de su discurso, para que el receptor se vea
implicado; la tercera persona (él), que sirve—sobre todo en los relatos
autobiográficos de ficción, según veremos luego—de máscara tras la que el escritor
se esconde, ya sea por humildad, cobardía o simple ficción literaria; o la
alternancia de personas gramaticales.

La primera conclusión que extraemos de este sexto rasgo diferenciador de la escritura


autobiográfica es que se refiere a la narración en prosa (principalmente), y, por tanto, parece
que se dice de una de las modalidades de la escritura autorrepresentativa: la autobiografía.
De hecho, el que le autor utilice para auto-presentarse una manera distinta a la narración
en prosa retrospectiva es ya una elección respecto a la forma que condicionará la interpretación
de su mensaje autobiográfico. No es lo mismo contar la vida por medio de la autobiografía que
expresar algo de sí mismo (más o menos real o sincero) a través del subgénero epistolar, del
diario íntimo, de las memorias…, o recurrir a los géneros ficitivos: la novela o el poema
autobiográfico.

Sin embargo, debemos recordar aquí, cómo Paul de Man inistía en que, precisamante
porque no hay unas marcas formales que diferencien la escritura autobiográfica de las
obras de ficción, no podemos considerar a la autobiografía como un género literario
aparte.
Esta opinión es muy discutible, y así ha sido rebatida por varios críticos. Sin embargo a
nosotros nos interesa destacar que no se trata de buscar unas marcas formales distintas para la
escritura autobiográfica, sino estudiar en cada caso cúales son las formas que utiliza, cómo se va
enriqueciendo de las formas utilizadas en los géneros de ficción y cómo éstos toman cada vez
más las formas, los temas y las preocupaciones de la escritura autobiográfica.
Es éste un punto interesante para el desarrollo del segundo trabajo del curso:
estudiar las obras y los autores a partir de las formas que utilizan para la
autorrepresentación.

Lejeune (1994) y May (1979) dan por supuesto en sus estudios sobre la autobiografía
que lo autobiográfico constituye un género literario.
Ya hemos apuntado que, en oposición, Paul de Man, la crítica estadounidense, sobre
todo de los años 70 y 80, y la teoría deconstruccionista en general afirman, con una insistencia
un poco llamativa, que no existe tal género, ya que no hay unas marcas formales que lo distingan
del resto de géneros de la literatura, especialmente -refiriéndose a la autobiografía- de la novela
de forma autobiográfica.
Sin embargo, estos críticos sólo se detienen en el aspecto de los procedimientos
narrativos, y no tienen en cuenta otras características y rasgos de la escritura autobiográfica, que
hemos estudiado en el apartado 3.

De forma explícita, José Romera Castillo (1981:51-52) afirma que lo autobiográfico

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constituye un género literario, “que tiene su autonomía propia”, aunque hay zonas de influencia
en las que lo autobiográfico conecta con las otros géneros de la literatura.
Además, el género de la escritura autobiográfica, incluye “ramificaciones tipológicas”:
los subgéneros o distintas modalidades de lo autobiográfico: autobiografía, biografía, memorias,
diario íntimo, etc.
Retoma Romera Castillo en su exposición, además de las que se recogen en el apartado
2., destaca otras características de la escritura autobiográfica, en concreto de la autobiografía,
presentadas por May y Lejeune. Por ejemplo que las autobiografía son obras generalmente de
madurez; el autor la mayoría de las veces es una persona conocida por el público lector; las
razones que mueven al autobiógrafo pueden ser racionales (testimonio, apología…) o afectivas
(encontrar o reencontrar sentido a la vida, etc.); el punto de vista del lector es fundamental en
este tipo de literatura (Se trata más de un modo de lectura que de un modo de escritura, como
decía Lejeune (1994)); el pacto autobiográfico, el asentimiento y la confirmación del lector
ante una obra es imprescindible para que la considere autobiográfica o no. (Por tanto, el papel
del lector es decisivo en la constitución de este género literario, como lo es en los otros).
(Romera Castillo, 1981: 52)

Resumimos las aportaciones de Darío Villanueva (1991 y 1993) respecto a la


consideración de la autobiografía como género en los siguientes puntos:
n Afirma que la categoría del género se constituye pragmáticamente.
n La autobiografía como género literario posee una virtualidad creativa, más que
referencial.
n Es, por ello, “un instrumento fundamental no tanto para la reproducción cuanto
para una verdadera construcción de la identidad del yo”.
n La autobiografía vendría a representar en el cuadro de los géneros literarios la
función de lo que Lacan ha definido como el estadio del espejo en la investigación
psicoanalítica.
n La autobiografía concede generalmente un papel preeminente a su narratario.
n La autobiografía tiene un enorme poder de convicción (según la perspectiva con que
la lee el lector): “Nada más creíble que la vida de otro cuando la hacemos nuestra
mediante una lectura desde determinada intencionalidad, nada más excepcional por
otra parte. El yo narrado y protagonista sustenta una estructura de incalculable fuerza
autentificadora, avalada por un acto de lenguaje de entre los más comunes de la
conducta verbal de los humanos. Y el lector es seducido por las marcas de verismo
que el yo-escritor-de-sí, sea sincero o falaz, acredita con su mera presencia
textual” (1993: 28).
n Concluye Darío Villanueva explicando lo que él considera la paradoja de la
autobiografía:
n La autobiografía es ficción cuando la consideramos desde una perspectiva
genética, pues con ella el autor no pretende reproducir, sino crear su yo;
n pero la autobiografía es verdad para el lector, que hace de ella, con mayor
facilidad que de cualquier otro texto narrativo, una lectura intencionalmente
realista.

José María Pozuelo Yvancos (1993) indica cómo el autobiográfico es uno de los géneros
mejor estudiados. Y recoge las palabras de Loureiro (1991 a:3) para explicarlo: “la discusión
sobre la autobiografía es un campo de batalla donde se enfrentan otras muchas y variadas
cuestiones:
n la lucha entre ficción y verdad,
n los problemas de referencialidad;

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n la cuestión del sujeto;


n la narratividad como constitutición del mundo”

El género autobiográfico, recuerda Pozuelo Yvancos, “se sitúa a caballo entre las
cuestiones que tradicionalmente preocuparon a la filosofía y las que vienen preocupando a la
filosofía.
n Siguiendo la afirmación de Villanueva sobre el papel predominante del narratario en la
autobiografía, Pozuelo Yvancos subraya cómo “en todo hecho histórico hay un tú que
fundamenta la forma persuasiva del discurso”.
n “La retórica también es una apelación y entiendo que a la autobiografía le es
inherente esta dimensión retórica de justificación frente al otro”.
n “Las distintas modalidades de presencia del tú en la autobiografía están situando ésta,
en el pacto de lectura, que es una dimensión retórica-argumentativa, también
apelativa”.
n “El proceso, pues, en el que inscribir el espacio autobiográfico no es solamente el de
la construcción de una identidad,
n en términos semánticos, es la construcción de una identidad como retórica de la
imagen, como signo para y por los otros”.

“Dentro del relato autobiográfico existen diferentes tipos o subgéneros, por


tener cada uno de ellos unas marcas peculiares sobre todos la técnica literaria
empleada y por los objetivos que el escritor se haya propuesto”
(Romera Castillo, 1981: 15).

Según el papel que juega el tiempo en cada una de las modalidades, clasificamos los
distintos subgéneros de la escritura autobiográfica en los siguientes grupos:

A) MODALIDADES RETROSPECTIVAS
1. Autobiografías
2. Memorias
3. Biografías
4. Confesión

B) MODALIDADES QUE SE CENTRAN EN EL PRESENTE


1. Diarios
2. Autorretrato

C) MODALIDADES en las que se mezcla la forma restrospectiva y la descripción


del presente
1. Cartas
2. Entrevistas y artículos

Antes de comenzar el estudio de cada uno, tenemos que señalar que se dan influencias
mutuas entre los distintos subgéneros y también entre los distintos grupos que hemos establecido
(Lo iremos indicando cuando expliquemos cada modalidad).

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Aunque haya diferencias respecto a la perspectiva temporal, a la forma escogida para la


expresión, al tema tratado, a la posición del narrador…, todas las modalidades de la escritura
autobiográfica tienen en común que:

n Se sitúan en el presente para hablar bien del pasado, de la interpretación del pasado,
del pasado inmediato, de las reflexiones sobre el presente. Es decir todas parten del
presente de la enunciación y éste ejerce su predominio sobre todos los demás
tiempos.
n Conceden una importancia decisiva al papel de la memoria como re-construcción
de lo vivido, ya se trata del pasado lejano o de un pasado tan próximo que se
confunde con el presente (como es el caso de los diarios).

A) MODALIDADES RETROSPECTIVAS

1. Autobiografías

A lo largo de la exposición hemos advertido cómo la mayoría de los críticos se centran


en el estudio de la autobiografía dentro del género de la literatura autorrepresentativa o
autobiográfica. Por tanto, hemos podido aproximarnos, más que a ninguna otra modalidad, a
ésta que definía Lejeune (1994) en su primera versión de El pacto autobiográfico en estos
términos:
Relato restrospectivo en prosa que una persona real hace de su
propia existencia, poniendo énfasis en su vida individual y, en
particular, en la historia de su personalidad.

El mismo Lejeune analizaba su definición y daba pie a que los distintos estudiosos de la
escritura autobiográfica anclaran sus reflexiones a partir del examen de sus puntos.

“La definición pone en juego elementos pertenecientes a cuatro categorías


diferentes:
1. Forma del lenguaje:
a) Narración
b) En prosa
2. Tema tratado: vida individual, historia de una personalidad.
3. Situación del autor: identidad del autor (cuyo nombre reenvía a
una persona real) y del narrador.
4. Posición del narrador:
a) Identidad del narrador y del personaje principal
b) Perspectiva retrospectiva de la narración

Una autobiografía es toda obra que cumple a la vez las


condiciones indicadas en cada una de esas categorías. Los géneros vecinos de la
autobiografía no cumplen todas esas condiciones. He aquí la lista de condiciones
que no se ven cumplidas en otros géneros:
n Memorias: (2).
n Biografía: (4 a).
n Novela personal: (3).
n Poema autobiográfico: (1 b).
n Diario íntimo: (4 b).

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n Autorretrato o ensayo: (1 a y 4 b)

(Lejeune, 1994: 50-51)

Las polémicas que suscitan algunos de estas afirmaciones de Lejeune han sido
planteadas en los apartados anteriores. Aunque se haya discutido mucho acerca de esta
definición, tiene valor porque supone el punto de partida a partir del cual se puede establecer
una teoría acerca de la escritura autobiográfica como género, además de ayudar a establecer en
qué consisten las otras modalidades distintas a la autobiografía.

Quizá para que nadie rebatiera los puntos menos consistentes de su propuesta, pocos
críticos han aventurado una definición de la autobiografía o de la escritura autobiográfica. Darío
Villanueva en 1991, aunque no dice que esté definiendo la autobiografía, presenta la siguiente
explicación:
“Básicamente la autobiografía es una narración autodiegética
construida en su dimensión temporal sobre una de las modalidades de la
anacronía, la analepsis o retrospección, la función narradora recae sobre el
propio protagonista de la diégesis, que relata su existencia reconstruyéndola desde
el presente de la enunciación hacia el pasado de lo vivido”.

Como vemos, continúa en el camino emprendido por Lejeune (como lo había hecho
Romera Castillo), a pesar de que utiliza para su definición los términos de la teoría de la
narratología actual. De este modo elimina las lógicas controversias: relación autor-narrador-
personaje; relato en prosa o no; relación narrador-personaje.
Sin embargo, continúa la posición tradicional de considerar la escritura autobiografía con
competencia para re-construir el pasado desde el presente de la enunciación.

2. Memorias:

2.1. Autobiografías y Memorias:


Como señala May (1979) se ha producido históricamente una confusión entre los dos
subgéneros. Utiliza May la definición del Diccionario Larousse del siglo XIX para ilustrar esta
confusión:
“Durante mucho tiempo, y tanto en Inglaterra como en Francia, las narraciones y
los recuerdos dejados sobre la vida por hombres destacados de la política, literatura y
demás artes, tomaron el nombre de Memoria. Pero a la larga (como ya se hacía en
Inglaterra) se adoptó el hábito de dar el nombre de autobiografía a esas memorias que se
parecen mucho más a los hombres que las hicieron que a los acontecimientos en los que
éstos se mezclaron”. (May, 1979: 139)

La diferencia entre autobiografía y memorias radica en la importancia o el lugar


concedido en la obra a los acontecimientos históricos narrados (y vividos) por el autor.
Esta confusión histórica nos sirve para reflexionar en las interrelaciones que se producen
entre autobiografía y memorias: la autobiografía tiene mucho que ver con la composición de las
memorias. May utiliza el ejemplo de Saint-Simon (a quien se sitúa entre los memorialistas para
mostrar cómo “resiste pocas veces la tentación de intervenir en persona, de una manera o de
otra, en su narración, y de hacer algunas reflexiones” (May, 79: 146). May insiste en que las

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fronteras entre autobiografía y memorias son fluidas, subjetivas y móviles, porque “así como es
raro que la personalidad del memorialista no entre en juego de tiempo en tiempo para hacer de él
un autobiógrafo que a veces se ignora, así también es extraño que los acontecimientos públicos
que un autobiógrafo debió atravesar durante su vida no se impongan a su memoria para hacerle
actuar, aquí y allá, si se quiere involuntariamente, en el papel de cronista”. (79: 141).

2.2. Memorias y Diario íntimo:


Isabel Román Gutiérrez, en el estudio ya citado, explica la principal diferencia entre
Diario y Memorias: la forma retrospectiva y la posibilidad de re-interpretar el valor de los
hechos pasados, precisamente por la distancia temporal:
“Similares al diario, salvo en su apariencia formal, son las memorias. Éstas son
presentadas en forma retrospectiva como acumulación de recuerdos desde un
presente en que el narrador-personaje está situado, más cerca del final de su vida que
de los hechos narrados. Como afirma Pope, hay además otra diferencia entre diario y
memorias: "El escritor de un diario, a pesar de que anota hechos de su vida, no puede
visualizar la importancia que ellos adquirirán en el transcurso de su existencia (...).
En una memoria el autor esgrime (...) la autoridad que le asiste por haber sido testigo
de ciertos sucesos”. (Román Gutiérrez, 1987: 56)

Como ocurre en todos los subgéneros de la literatura autorrepresentativa, el narrador


posee una omnisciencia limitada debido a su perspectiva personal, subjetiva:
“El autor de las memorias o del diario íntimo dispondrá de una omnisciencia
limitada. Si en el diario el subjetivismo de la visión es inexcusable e incluso necesario, en
las memorias, además de ocurrir esto mismo por lo que respecta al protagonista, afectará
también a su entorno, que será visto desde la propia perspectiva del personaje”. (Román
Gutiérrez, 1987: 56)

2.3. Interés sociológico de muchas Memorias:


También Isabel Román habla del interés sobre todo sociológico que adquieren muchas de
las obras de esta modalidad:
“La pretensión de estas memorias suele ser, cuando intenta corresponder a la
realidad, la justificación de una determinada postura ante la vida que ha podido ser de
algún modo combatida. Es por esto por lo que afirma René Demoris que el sujeto de
estas memorias es frecuentemente un personaje rebelde en un periodo de revolución
política. (…) Esta afirmación indica el interés más sociológico que literario de las
memorias en la mayoría de las ocasiones.”
(Román Gutiérrez, 1979: 57)

2.4. Las Memorias como artificio literario:

“Hay que pensar, sin embargo, (…) que si bien pueden tener valor real
autobiográfico, no siempre es así. Es posible su utilización como artificio literario, y
nada importa su correspondencia con la realidad. Si entendemos que la
correspondencia con la realidad carece de importancia, las memorias resultan un
enunciado literario semiotizado por la identificación del autor con el narrador-personaje
y, además, caracterizados por un signo exterior formal”. (Román Gutiérrez, 1979: 57)

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3. La biografía:
Según la definición de autobiografía establecida por Lejeune, el subgénero biografía se
diferencia del subgénero autobiografía en el punto 4 a, es decir, no hay identidad entre el
narrador y el personaje principal. En todos los demás rasgos coincidiría, en principio con la
autobiografía; por tanto, nos vamos a fijar sobre todo en la relación entre las dos modalidades,
insistiendo en esta desigualdad -el narrador no cuenta su propia vida sino la vida de otra
persona).

Biografía y autobiografía:
Como dice May (1979) estas dos modalidades de la escritura autobiografía, biografía y
autobiografía, están muy relacionadas ya desde el mismo vocablo (una palabra deriva de la
otra). Entre las líneas que utiliza May para establecer las semejanzas y diferencias entre las dos,
aparecen el papel de la muerte y la evidente distancia que hay entre el modo cómo se situán el
biógrafo y el autobiógrafo ante la vida que se cuenta.
Respecto al papel de la muerte, señala May que la autobiografía nunca puede llegar
hasta el final de la vida que cuenta (la muerte); precisamente uno de los móviles del
autobiógrafo sería triunfar, de alguna manera, sobre la muerte. Sin embargo, en la biografía uno
de los procedimientos que en ocasiones utiliza el autor es insistir en que la memoria de alguien
(la persona de la que está contando la vida) continúa más allá de la muerte.
En consecuencia, se da una oposición entre la seguridad del autobiógrafo y la inevitable
certidumbre del que escribe su autobiografía.
La segunda cuestión que distingue a las dos modalidades es la relación del que escribe
con las fuentes de información de las que dispone para contar la vida del “personaje”, y
cómo se sitúa ante sus conocimientos:
n el autobiógrafo, que conoce los acontecimientos de su vida, busca reinterpretarlos
(encontrar un sentido a su vida, descubrir la coherencia perdida, etc.) a través de su
memoria.
n el biógrafo recurre a unas fuentes de formación externas a la interioridad del
personaje (documentos, entrevistas, etc.) para descubrir y exponer por escrito la vida
de la persona cuya biografía está investigando.
La atención a las distintas etapas de la vida es totalmente diferente en uno y otro caso.

4. La confesión, género literario:

Como señalamos más arriba, vamos a incluir dentro de los subgéneros de la escritura
autobiográfica la confesión. Aunque se podría considerar con una faceta, sin más de la
autobiografía, y su consideración como género responda (se puede pensar) más a las
convecciones ideológicas de la autora que lo plantea- María Zambrano- que a motivos literarios,
creemos conveniente tratarlo de forma independiente por la profundidad del pensamiento que lo
sustenta.
María Zambrano publica en 1943 el ensayo titulado: La confesión, género literario. El
conocimiento del libro nos ha llegado por medio de su reedición en 1995 en Siruela.
María Luisa Maillard García lo utilizó como base para su artículo de 1993 sobre El
tiempo de la confesión en María Zambrano. Está recogido en los Repertorios Bibliográficos de
Romera Castillo (1991 y 1993) sobre la escritura autobiográfica. Pensamos que merece una
atención especial para el estudio de este género literario autorrepresentativo, sobre todo por tres
cuestiones:

1. La confianza en la facultad simbólica del lenguaje como forma de conocimiento


más próxima a la vida que la violencia de los conceptos.

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2. La importancia concedida a la intención del autor en la confesión como género


literario (problema filosófico y ético más que propiamente literario).
3. La convicción de que si de alguna manera se puede afrontar la vida es en relación
al tiempo; un tiempo que hallará en la confesión el medio favorable para
manifestarse.

Uno de los factores que María Zambrano subraya en su análisis del género: la concreción
en el escrito de una estructura imaginaria del tiempo en relación con el hallazgo del
argumento de una vida; y como consecuencia de ello, la consideración de la CONFESIÓN
como escrito específico dentro de la autobiografía
Si de alguna manera se puede afrontar la vida es en relación al TIEMPO, ésta es la
línea de pensamiento e La importancia concedida al TIEMPO se inscribe en una línea de
pensamiento de Husserl, Heidegger y Ortega que sigue María Zambrano.
Piensa la filósofa que sólo el tiempo nos proporciona la posibilidad de vivir
humanamente; ya que al hombre se le da la vida, pero no el vivir, el hombre ha de hacer su
propia vida, y esa peculiarísima acción, se produce en el tiempo. En principio, en el sucesivo
de la conciencia, cuya forma más evidente será el tiempo histórico; pero también, dado que el
mero transcurrir entre la vida y la muerte se “llena” de acciones concretas, estas acciones
tenderán a encontrar un sentido, y habrá un tiempo que dé cuenta de él.
Un tiempo que hallará en la confesión el medio favorable para manifestarse.

Dejemos la palabra a María Zambrano:

n La confesión se verifica en el mismo tiempo real de la vida, parte de la


confusión y de la inmediatez temporal. Es su origen; va en busca de otro
tiempo, que si fuera el de la novela no tendría que ser buscado, sino que sería
encontrado.
n El que hace la confesión no busca el tiempo del arte, sino algún otro
tiempo igualmente real que el suyo. No se conforma con el tiempo virtual
del arte.
n La confesión va en busca, no de un tiempo virtual, sino real, y por eso, por
no conformarse sino con él, se detiene allí donde ese otro tiempo real empieza.
Es el tiempo que no puede ser transcrito, es el tiempo que no puede ser
expresado ni apresado, es la unidad de la vida que ya no necesita
expresión.
n La Confesión es el lenguaje de alguien que no ha borrado su condición de
sujeto; es el lenguaje del sujeto en cuanto tal.
n No son sus sentimientos, ni sus anhelos siquiera, ni aun sus esperanzas; son
sencillamente sus conatos de ser.
n Es un acto en el que el sujeto se revela a sí mismo, por horror de su ser a
medias y en confusión.
n La confesión parte del tiempo que se tiene y, mientras dura, habla desde
él y, sin embargo, va en busca de otro.
n La confesión parece ser una acción que se ejecuta no ya en el tiempo, sino
con el tiempo; es una acción sobre el tiempo, mas no virtualmente, sino en
la realidad.
n El camino para lograr algo con respecto al tiempo y, como todo lo que es
camino, cesa.
n Mas si no ejecuto lo que ejecutó el autor de la Confesión, será en balde su
lectura. Porque la confesión es una acción, la máxima acción que es dado
ejecutar con la palabra.

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La confesión, revelación de la vida:


n Los géneros literarios parecen crecer a medida que la Filosofía se aparta
de la vida, ya alejándose de ella, ya confundiéndose.
n Es que la vida necesita revelarse, expresarse. Si la razón se aleja demasiado,
la deja abandonada; si llega a tomar sus caracteres, la asfixia. Pues se trata de
encontrar el punto de contacto entre la vida y la verdad. Y este punto de
contacto se encuentra por una operación de la misma vida, algo que tiene lugar
dentro de ella.
n La vida tiene que transformarse, abriéndose a la verdad, aunque solamente
sea para sostenerla, para aceptarla antes de su conocimiento, conocimiento
por otra parte imposible en su totalidad.
n Pero en este abrirse de la vida hay algo más que la aceptación de la verdad.
Hay la expresión de la propia vida, la revelación de sus entrañas. Cuando la
conversión es instantánea o cuando es previa al conocimiento, no es menester
la confesión.
n La confesión surge de ciertas situaciones. Porque hay situaciones en que
la vida ha llegado al extremo de confusión y de dispersión.
n Cosa que puede suceder por obra de circunstancias individuales, pero
más todavía, históricas. Precisamente cuando el hombre ha sido demasiado
humillado, cuando se ha cerrado en el rencor, cuando sólo siente sobre sí “el
peso de la existencia”, necesita entonces que su propia vida se le revele. Y
para lograrlo, ejecuta el doble movimiento propio de la confesión: el de la
huida de sí, y el de buscar algo que le sostenga y aclare.
n La confesión comienza siempre con una huida de sí mismo. Parte de una
desesperación. Su supuesto es como el de toda salida, una esperanza y una
desesperación; la desesperación es de lo que se es, la esperanza es de que algo
que todavía no se tiene aparezca.
(Zambrano, 1995: 27-37)

B) MODALIDADES QUE SE CENTRAN EN EL PRESENTE

Los subgéneros de este grupo son principalmente el diario íntimo, el autorretrato. Otras
modalidades, como el ensayo (artículos, etc.) y las entrevistas pueden pertenecer a este grupo o
al C) porque en la mayoría de las ocasiones mezcla la forma retrospectiva y la narración o
descripción del presente.
Aunque, en principio, no utilizan la forma retrospectiva no se puede decir que estén
totalmente anclados en el presente, ya que
n el presente puntual es efímero, siempre hay una perspectiva hacia el pasado, aunque
se trate de un pasado próximo,
n además en muchas ocasiones el autor (o narrador) mira hacia el pasado para
interpretar el presente como ocurre en los subgéneros de la modalidad A).

1. Diario:

1.1. Características esenciales:

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La característica esencial del diario es la marca temporal de los acontecimientos.


Otra característica del diario es que el autor, en principio, parece que lo escribe para sí
mismo (el destinatario del diario es el mismo destinador), y el lector parece que al leerlo se
asoma, como un intruso, a la intimidad de otra persona.
Ésta, por lo menos, es la forma que escoge el diario íntimo, aunque desde el momento
que se hace público, incluso cuando se concibe como obra literaria para ser publicada (aparte de
su cualidad de ser testimonio sincero del autor, que la vida -concepciones, sentimientos,
visiones, etc.- del autor sea el referente real de la obra), desde este momento el receptor que hay
detrás de la escritura es el lector ideal que el autor tiene en su mente (aunque en la forma se esté
hablando a sí mismo).
Veamos las explicaciones que sobre esta modalidad de la escritura autobiográfica han
hecho algunos de los críticos a los que venimos citando:

1.2. El Diario íntimo considerado como literatura:


“No siempre la literatura autobiográfica ha sido considerada como tal literatura, y
ha sufrido ese desdén sobre todo el diario. Puesto que en principio no va dirigido a lector
alguno, sino al mismo “yo” que escribe, carece de función comunicativa. A este
respecto, afirma H. R. Picard: El auténtico diario es un diario redactado
exclusivamente para uso del que lo escribe. En razón de la estricta identidad entre
autor y lector, carece precisamente de la condición más universal de toda literatura: el
ámbito público de la comunicación. Como palabra escrita, el auténtico diario es lo
contrario de la literatura en cuanto tal. Para Picard, el diario ha pasado a ser
considerado como obra literaria debido a que, en realidad, también significa una
imagen, si no del mundo, al menos del yo con respecto al mundo; por otra parte, el
siglo XIX vio nacer la preocupación por la antropología, el individuo y la biografia, de
ahí el interés por el diario. Naturalmente, la forma de diario termina por aceptarse
como artificio en obras de ficción: sirva como ejemplo Werther, de Goethe. Para
Romera Castillo, los diarios son la quintaesencia de la literatura íntima puesto que ni
siquiera existe el “tú” de las cartas: es un “yo” que dialoga consigo mismo”. (Román
Gutiérrez, 1987: 56)

1.3. Diario íntimo y cartas:


“Los diarios son la quintaesencia de la literatura íntima. Frente a las cartas en las que
hay una interrelación entre un yo y un tú normalmente distanciados, en los diarios
el yo autodialoga consigo mismo. Constituyen una especie de solitario que juega el
autor con sus propios naipes, algo así como un monólogo interior (en el sentido primario
de la expresión. no en el de la técnica narrativa del relato del siglo XX) en el que el
emisor va anotando, en actos de escritura coetáneos a sus vivencias, una serie de
informaciones y juicios que, a la larga, se convierten en memoria escrita
estrictamente personal y peculiar”. (Romera Castillo, 1983:46)

1.4. Diario íntimo y Autobiografía:


“Mientras que la autobiografía conlleva la vida en conjunto (bios), el diario
trata aspectos diarios decir, el diario abarca el período temporal de veinticuatro
horas (más breve temporalmente) y, por ende, conlleva una mayor brevedad
espacial de escritura. Asimismo, respecto al tiempo, el diario se centra en un pasado
reciente (recentísimo) en el que, cualitativamente, la vivencia adquiere una mayor
proximidad y realidad, aunque, cuantitativamente, por no tener la profundidad de
constatación y análisis, pueda perder amplitud y riqueza valorativa. E1 diario íntimo por
sí mismo no tiene una estructuración artificiosa (un día se sigue a otro día; aunque no
todos los días tienen que ser plasmados en el mismo: pueden omitirse períodos en los que

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no se escriba, nulla linea); por el contrario, las otras tipologías pueden tener logique du
récit (en terminología de Bremond), esto es composición estructural artificiosa.”
(Romera Castillo, 1983: 53-54)

“La problemática del tiempo es tan decisiva en la autobiografía como la de la


propia enunciación e identidad del yo. Frente al diario, la autobiografía se caracteriza
por el aplazamiento de narrar lo vivido, con lo que esto significa de filtraje de la
experiencia y su enriquecimiento es virtud de las manipulaciones semánticas
propiciadas a la vez por el recuerdo y el olvido. En este sentido, me parece
fundamental para el estatuto de la autobiografía la existencia de un cierre rotundo, que
más allá de su función compositiva trasciende al plano de lo significativo. Ese cierre
corresponde al momento de la escritura, desde el que se repasa y se construye toda
una vida.”( Villanueva,1991: 103)

2. Autorretrato:
Dice Romera Castillo (1981) que el “retrato… sería por sí solo una descripción estática”.

Autorretrato lírico:
Juan Herrero Cecilia escribió en 1993 un artículo sobre La escritura autobiografía y el
autorretrato lírico en el que nos vamos a basar para exponer las carácterísticas de esta
modalidad.
Subraya Herrero Cecilia la especial dimensión autobiográfica que encierra el
discurso de la poesía:

“Si la escritura autobiográfica no se queda en los aspectos superficiales de la


vida, se acercará entonces al campo de los sentimientos, inquietudes y vivencias íntimas,
y llegará a adquirir un tono poético más o menos auténtico y evocador. Pero como la
escritura autobiográfica es esencialmente narrativa, hay que reconocer también que el
discurso de la poesía no es la forma de expresión más adecuada para lo que se entiende
ordinariamente por relato autobiográfico.
El relato autobiográfico busca, en efecto, organizar, explicar o justificar en un
orden lógico-cronológico la vida pasada del autor-narrador. Al poeta, sin embargo, no le
interesa ofrecer una visión docuemental de la realidad histórico-existencial del “yo”, sino
acercarse a las dimensiones inefables de la vida interior, al dinamismo íntimo y complejo
de la sensibilidad y del espíritu de un “yo” inmerso en el devenir del tiempo pero que se
siente también supratemporal” (Herrero Cecilia, 1993: 248).

La poesía, cuando adopta un discurso orientado hacia una finalidad


específicamente autobiográfica, toma la forma de autorretrato lírico. Presenta, entonces, a
un destinatario (interno o externo), “los rasgos más significativos que constituyen la
personalidad del sujeto enunciador desde una perspectiva lírico-existencial”.
“En este género particular de la escritura autobiográfica, el sujeto enunciador que
realiza su autopresentación puede hacer coexistir el discurso con el relato iluminando el
“yo” biográfico pasado desde las inquietudes fundamentales del “yo” interior actual, o
del “yo” profundo y esencial cuya imagen intenta sugerir a través de la escritura del
texto. El discurso enunciado puede plasmar, entonces, actitudes y tonos muy diferentes”.
(Herrero Cecilia, 1993: 249).

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C) MODALIDADES en las que se mezcla la forma retrospectiva y la


descripción del presente

1. Cartas:

1.1. El epistolario o las cartas como subgénero de la escritura autobiográfica (literatura


referencial):
“Epistolarios: son las opiniones vertidas por un escritor y destinadas a un
receptor en concreto. Tocan temas concernientes a alguna problemática de la que
participan lector y emisor. Son esporádicas en el tiempo—algunas tienen continuidad—y
por sí mismas fragmentarias. Lo personal, lo contextual, lo conceptual, lo estético,
etcétera, pueden ser objeto de exposición y tratamiento.” (Romera Castillo, 1981: 53)

“Las cartas pertenecen de lleno a la literatura íntima. Su esencia reside en ser


una escritura complementaria, una literatura menor si se quiere, que un emisor envía a
un receptor determinado para darle cuenta de informaciones íntimas, juicios sobre
determinados acontecimientos y opiniones sobre su propia creación literaria o la ajena.
De ahí la importancia que tienen a la hora de conocer directamente las claves de la
creación literaria que un escritor, a través de ellas, proporciona. Son literatura referencial
(literatura, por los recursos artísticos empleados en ellas, y referencial, porque a la luz de
algunas de las ideas expuestas en las cartas es posible que se puedan ver con mayor
claridad las claves de escritura de un autor determinado). (…) Pero lo que aquí más nos
interesa es ver cómo las cartas de un cultivador de la literatura pueden servir para
desvelar parcelas inéditas de su personalidad. En las cartas no tiene cabida la ficción (la
literaria, claro; de las otras puede haber en cantidad); la vida se traspasa al papel y la
escritura se convierte en vida”. (Romera Castillo, 1983: 43-44)

1.2. Las cartas como procedimiento literario del género autobiográfico de ficción:
Isabel Román Gutiérrez dice de las estructura formal de las cartas que “desaparece toda
parte descriptiva, y el lector se pone en contacto con el personaje -o personajes- directamente y
sin más preámbulos que la introducción.
“En la forma epistolar pueden darse varias posibilidades con respecto a un punto
de vista. Las cartas pueden pertenecer al mismo narrador o aparecer éste como mero
presentador, en cuyo caso no interviene más que en un prólogo inicial y a veces en un
epílogo. Esta forma de presentación puede responder a intenciones diversas: exponer
algo como ajeno -es el caso de las cartas "encontradas" de las que el autor se erige en
"editor", eludiendo responsabilidades (Cartas marruecas, de José Cadalso)- o como
recurso literario que proporciona mayor fiabilidad al relato o mayor participación en la
vida de los personajes -Pepita Jiménez, de Juan Valera-. Estos ya no se dirigen más que
virtualmente al lector; lo hacen a un segundo, al destinatario supuesto de las cartas. El
lector tiene la sensación de ser partícipe de asuntos íntimos del personaje, que confía sus
experiencias a alguien que le es de algún modo cercano afectivamente.(…)
El procedimiento es también un puro artificio literario que tiene en cuenta el
“pacto autobiográfico” como lo plantea Lejeune, pues el lector sabe que el destinatario
de las cartas -y sus respuestas, si las hay- es el mismo autor. La forma epistolar posee las

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mismas posibilidades que el monólogo, pues el lector está en contacto con los personajes;
pero con la limitación de que puede no ser el pensamiento mismo de éstos, sino que, de
alguna manera, es una selección que el personaje hace: es el pensamiento que quiere
transmitir al destinatario de las cartas.”
(Román Gutiérrez, 1987: 58-59)

2. Artículos y entrevistas:
La información autobiográfica de los autores puede llegar al lector por medio también de
otros tipo de escritos, quizá no propiamente literarios, pero que explican cómo ha de ser
interpretado el espacio autobiográfico disperso en toda la obra literaria (y que la inunda) de un
determinado escritor y al que Lejeune se refirió en 1975 en el pacto autobiográfico. (1994: 81
ss).

[1]
Empleamos el término “literatura” en un sentido amplio (no como sinónimo de fición), que va des
las obras más claramente fictivas a las que podemos clasificar como más cercanas al lenguaje científi
(las más aparentemente “reales”, como la biografía o el ensayo).
[2]
En otras épocas de la historia literatura, los autores si que han pretendido explícitamente ser fieles
mundo objetivo. Es el caso del Naturalismo. Recordemos cómo Émile Zola propuso cambiar el nomb
de “novela” por el de “estudio”, ya que sus obras querían presentar de la forma más objetiva posible
realidad.
[3]
En el otro extremo se situarían los relatos autobiográficos.
[4]
En esto coincide con Romera (1981).
[5]
En el apartado e) de este punto 2.2.1. analizaremos este tema de la identidad autor-narrador-
personaje principal.
[6]
Un trabajo publicado por primera vez en 1943.
[7]
Nosotros podríamos decir en la narración moderna, y aquí, concretamente, de la narración
autobiográfica (real o ficiticia).

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© Mercedes Laguna González, 2005

LINDARAJA. Revista de estudios interdisciplinares y transdisciplinares.

Foro universitario de Realidad y ficción.

URL: http://www.filosofiayliteratura/Literatura.org/escrituraautobiografica.htm

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