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Ahora bien, una empresa corre el riesgo de que, por causa de algún evento negativo, sea
éste interno o externo, el público la castigue dejando de usar o comprar sus productos. Es
claro que tal castigo se traduce en menores ventas o en mayores costos de remediación, o
en ambas cosas.
Por supuesto que el impacto financiero de un riesgo como el anterior depende del giro del
negocio, del ciclo de ventas, de la competitividad en el mercado y de la fluidez de los
clientes, entre otros factores.
Por ejemplo, una compañía que cotiza en bolsa puede sufrir una pérdida inmediata en el
precio de sus acciones luego de una noticia negativa relevante.
Algunas de las empresas más exitosas del mundo han logrado posicionar sus marcas y sus
productos gracias a su “buena reputación”, misma que se origina en la alta calidad de sus
productos, en su buen servicio o garantía de satisfacción a sus clientes.
Esa buena fama o reputación ha permitido algunas de las mayores creaciones de valor en la
historia empresarial, al punto que las investigaciones de mercado actuales han incluido el
“grado de lealtad” de los consumidores, como una variable más a medir que explica el éxito
o fracaso de las empresas.
Claro que muchas veces esta creación de valor reputacional es inducida y asistida por las
mismas compañías mediante estrategias de publicidad o marketing.
Una de las más poderosas estrategias es, sin duda, la publicidad de boca-en-boca (word-of-
mouth), que consiste en que los clientes comuniquen su satisfacción directamente a otros
clientes potenciales, extendiéndose así la “buena noticia” y generando un impacto de mayor
confianza en futuros usuarios.
En empresas pequeñas es normal que el atractivo para el público provenga de las calidades
personales de quienes atienden a la clientela. La amabilidad, la eficiencia y el calor humano
generan clientes satisfechos.
El mecánico experto de un taller para autos o el dueño de una cafetería que ofrece postres
gratis, son ejemplos de la propensión a crear buena imagen.
Sin embargo, para que el efecto de satisfacción pueda multiplicarse y sostenerse, trascender
y replicarse muchas veces, es necesario que esas características positivas se
institucionalicen y se conviertan en políticas de la empresa.
Normalmente, el público preferirá una empresa que se conduce de una forma ética,
responsable con el medio ambiente, humana y profesional. Una empresa que trate bien a
sus empleados, que no contamine, que afronte su responsabilidad en el caso de producir un
daño, que escuche a sus clientes y que coopere con su entorno y con las comunidades.
Algunas de las características a las que el público pone atención en la actualidad y generan
buena reputación son:
-Honestidad.
-Medidas para el respeto de los derechos humanos, que eviten la explotación de los
colaboradores, el trabajo infantil y que prohíban la discriminación por razones de raza,
género, creencias religiosas o diversidad sexual.
A pesar de identificar, medir y controlar los riesgos, es imposible asegurar que nunca
ocurrirá un evento negativo. En tal caso, la empresa deberá contar también con medidas
para manejar una crisis de información o de confianza en sus productos o servicios,
medidas que pueden incluir tener un ejecutivo que se responsabilice de esa actividad y
apoye a los demás directivos o al mismo consejo de administración.
MERCADO DE VALORES
Control
SPBLPGPT-0.53
SPBL25PT-0.5
SPBLBGPT-0.26
DOW JONES-0.25
NASDAQ-0.49
S&P 500-0.31
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Riesgos Financieros
GREGORIO BELAUNDE
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En el post sobre la relación entre la ética y la gestión de riesgos, habíamos mencionado a las
conductas anti-éticas como fuente de riesgo reputacional (conocido también como riesgo de
reputación). A éste riesgo no se le suele considerar como un riesgo financiero. Y sin embargo
puede tener consecuencias financieras graves. Tratemos de entenderlo un poco mejor.
La reputación -
usando una definición operativa para la gestión de riesgos – es un
cúmulo de percepciones y opiniones que tienen los diferentes stakeholders (clientes,
trabajadores, proveedores, inversionistas,
la comunidad cercana y la sociedad….) sobre una organización. No se debe confundir con
la imagen, que es una noción vecina: una imagen
se puede fabricar, hay un fuerte elemento de marketing, una articulación con la
gestión de la marca, por ello existen asesores de imagen. Una buena gestión
de imagen no quiere decir necesariamente una buena gestión del riesgo
reputacional.
La medición
de este riesgo es muy difícil, pues las consecuencias financieras muchas
veces son indirectas y su intensidad es muy variable, con un alto grado de incertidumbre;
por ejemplo pueden ir de costos relativamente controlables de reemplazo de piezas
defectuosas a juicios multimillonarios o el abandono de un producto importante
o la paralización de una inversión, o
traducirse en pérdidas de clientes y entonces de ingresos, a través de un
período que puede ser muy variable, y a veces fatal. Esa dificultad de medición,
aunada a su carácter “desagradable para el ego”, hace que sea un riesgo muchas
veces olvidado y peor administrado.
Para
administrar este riesgo, el tratamiento preventivo es lo más eficaz.
Mejorar todo el dispositivo de control interno permanente
de todos los riesgos para reducir probabilidades y riesgos latentes
. Integrar
la preocupación reputacional en la gestión de la empresa, no desalentar la
“cultura de la alerta a los superiores”
. Auto-examinar el gobierno corporativo; p.ej.: ¿se está
dando demasiado poder a áreas con mayor apetito por el riesgo y por la
contabilidad creativa?
. “Ponerse en los zapatos” de los stakeholders: contacto continuo y transparente con ellos,
saber qué
les interesa más, analizar y reducir brechas respecto de sus expectativas, no
alimentar expectativas irrealistas.
Una herramienta esencial es el dispositivo de gestión de crisis; con organigrama,
responsables,
roles, procedimientos, “simulaciones de crisis”; en caso de crisis, dominar
la comunicación es clave (timing,
forma, contenido).