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ACTORES Y PROCESOS
DE LA Revolución
Quiteña
Bravo, Kléver Antonio; Cordero Íñiguez, Juan; Costales Peñaherrera, Dolores; De Guzmán
Polanco, Manuel; Freile Granizo, Carlos; Gómez de la Torre B., Joaquín; Jurado Noboa,
Fernando; Latorre, Octavio; Muñoz Borrero, Eduardo; Núñez Sánchez, Jorge; Ortiz Crespo,
Alfonso; Paladines Escudero, Carlos; Pérez Ramírez, Gustavo; Rodríguez Castelo, Hernán;
Rosales Valenzuela, Benjamín; Salazar Alvarado, Francisco; Serrano Pérez, Vladimir; Soasti
Toscano, Guadalupe; Tapia Tamayo, Amílcar; Tinajero Villamar, Patricio
FONSAL
Fondo de Salvamento del Patrimonio Cultural de Quito
Venezuela 914 y Chile / Telfs.: (593 – 2) 2 584 – 961 / 2 584 – 962
MULTIMEDIOS CIENTOSEIS
Café 106, Tanques de Pensamiento 2009.
Juan González N35-76 y Juan Pablo Sanz, Edificio Karolina Plaza, 3er piso.
Telfs.: (593 – 2) 225-3745 / 2253-729
Consultor editorial:
Alfonso Ortiz Crespo
Edición:
986.6
Lorena Rosero M. A188
Alfonso Ortiz Crespo
Actores y procesos de la revolución quiteña / varios autores.-- Quito:
Diseño e Impresión: FONSAL, 2009.
314 p. ilus., mapas, fotos
Noción Imprenta
Quito - Ecuador ISBN: 978-9978-366-32-5
Incluye bibliografía
Telfs.: (593 2) 334-2205
Impreso en Ecuador
1. ECUADOR – HISTORIA – INDEPENDENCIA.
2. PROCERES – BIOGRAFIAS.
Impreso en Ecuador
ISBN: 978-9978-366-32-5
Introducción ................................................................................................................ 13
Patricio Tinajero Villamar
La Revolución de Quito 1809, vista desde Santa Fe de Nueva Granada ................. 291
Gustavo Pérez Ramírez
INTRODUCCIÓN
La conmemoración del bicentenario del Primer Grito de Independencia, trae alegría y re-
gocijo, pero también contradicciones y desengaños.
Invita a reflexionar sobre nuestra nación y sobre quiénes somos como sociedad, de cómo
se conforma y existe la comunidad de ecuatorianos, diversa y multiétnica, folklórica, barro-
ca y moderna, ilustrada, ganadora y perdedora al mismo momento, en donde sus actores
encuentran goce y desilusión, contradicciones y grandes ternuras, heroísmo, traición, be-
lleza y excentricidad, entre los olores del frío del páramo y del calor del trópico…
Es agradable pensar en los días en que la faena de la comida era el rito de todos, sus ropas
y sus juegos, sus casas y sus patios, el campo y la ciudad con una corta separación entre
lo rural y lo urbano.
Ver crecer un pueblo en el inmenso paraje casi vacío de gente y lleno de fertilidad de la
naturaleza. Observar la carrera de los niños de todos los colores, con distintos idiomas,
unidos en un sólo Cristo. Niños que buscan su adolescencia para huir de la montaña y del
dolor, para gritar y reír en las rutas del descubridor, vivir su soledad y su silencio y alegrar-
se en compañía de la ilusión.
Encantan las calles, con agua en todos lados, con elegancias traídas de fuera, con hábitos
refinados como la piedra de las puertas de las iglesias, con la dureza del rigor eclesial y la
fuerza del alma nueva, del alma criolla, del alma mestiza, de las ideas nuevas queriendo
enraizarse en la tradición para nacer en el espíritu quitense.
Todo es nuevo como las mañanas de cada día, nada es igual, pero sigue un ritmo, es como
el río en distintos espacios, la misma agua, en otra forma.
Cautiva pensar en los hombres y mujeres de esos días, en sus dichos y cortejos, en sus
empeños y desvaríos, en su lucha por la forma y el poder, en el entramado social, en las
universidades y los talleres, las haciendas, los patrones y sus indios; en su convivir apre-
hendiendo el uno del otro, tomándose sus derechos y libertades por la fuerza y por la vive-
za, en una competencia de inteligencias distintas, de lógicas distintas, de ideales distintos
dentro de la misma realidad contradictoria, un espacio mágico, de una enorme simpleza.
El encanto de una nación que nace y que da frutos tiernos, pasos inseguros, desequilibra-
dos, audaces, inconcientes, ligeros, sin comprender toda su trascendencia, ni dimensionar
la grandeza de sus actos. Es un adolescente que experimenta con sus descubrimientos.
14 INTRODUCCIÓN
Para darle forma y contenido encontré a los historiadores que dedicaron sus afanes a
buscar la sucesión de los hechos y sus consecuencias, para darse y darnos explicaciones
y plantear nuevas interrogantes, agregar datos e hipótesis al amparo del hallazgo de más
documentos y nueva evidencia.
Cada expositor dejó más conocimientos y nuevas interrogantes y reveló el eje conductor de
la libertad como la razón de ser de todo el proceso independentista, ese sentido de libertad
fruto de las entrañas del ser humano que se canalizan en la razón y la lógica de la ilustra-
ción, trazando un sendero con señales claras en donde la ciencia moderna aporta con evi-
dencias y con métodos y crea un pensamiento estructurado en el que el ser y la sociedad se
dimensionan en los valores de la democracia y del derecho, para darle cabida a la libertad.
Esa libertad profunda que el ser humano lleva dentro de sí desde su nacimiento, porque es
lo que le da sentido a la vida misma. Y eso es lo que tenemos de quienes trabajaron ponien-
do todo su empeño, su inteligencia y sus bienes, para alcanzar la libertad.
La realización de este trabajo fue posible gracias al aporte de los miembros de la Academia
Nacional de Historia del Ecuador y de varios catedráticos universitarios y con la colabora-
ción del FONSAL, a todos quienes expreso mi gratitud.
Como suelo decir al terminar los programas: “Queda abierta la invitación a seguir com-
partiendo estos temas en familia, en las universidades, en las fábricas, en las calles, en
nuestros lugares de trabajo, y donde quiera que se encuentre un ecuatoriano que participe
de este Compromiso con la Historia, con el anhelo de fomentar la libertad y consolidar
nuestra nacionalidad”.
Patricio Tinajero
Fue tan importante, y, conforme más nos adentramos en esos sucesos, más se nos impone
su importancia. Actualmente solo una supina ignorancia puede negar la magnitud de lo
que en el agosto de 1809 se hizo en Quito.
El grito -si es que hubo grito- cuenta menos, y acaso por otros lados de América también
se gritó. Yo he penetrado largamente en lo que pasó en Quito hace doscientos años y por
ningún lado he dado con grito alguno. A quién se le ocurrió eso de “primer grito de inde-
pendencia” o realmente no sabía lo que entonces pasó, o se le ocurrió aquella metáfora que
después hizo fortuna.
El 1 de marzo de 1809 se lanzó un bando y se apresó como reo de Estado al capitán Juan
Salinas. Ha de tenerse presente que para un reo de Estado el castigo era la pena de muerte.
* Historiador de la literatura ecuatoriana, escritor de literatura infantil y juvenil, periodista, ensayista, crítico de arte,
promotor de la cultura y lingüista. Pertenece a la Academia Ecuatoriana de la Lengua, desde 1971; a la Real Aca-
demia Española de la Lengua, Miembro Correspondiente desde 1975; Academia Nacional de Historia, desde 1990;
Academia Paraguaya de la Lengua. Miembro Correspondiente desde 1998; Academia Estadounidense de la Lengua
Española, 2000. Entre sus obras más importantes se destacan: La Historia de la Literatura de los siglos XVII y XVIII,
sus biografías sobre ecuatorianos ilustres como Benigno Malo, Francisco Javier Aguirre Abad y Manuela Sáenz,
que está por publicarse. En literatura infantil, sus cuentos Caperucito Azul y El Fantasmita de las Gafas Verdes y el
Nuevo Diccionario Crítico de Artistas Plásticos Ecuatorianos.
18 Hernán Rodríguez Castelo • HABLANDO DEL 10 DE AGOSTO…
En días sucesivos fueron apresados los otros insurgentes, y así comenzó el proceso. Siendo
el plan de emancipación tan claro, la suerte de los revolucionarios quiteños estaba echada.
Pero entonces, de un modo entre extraño y pintoresco, los papeles de los procesos le fueron
sustraídos al secretario cuando iba con ellos al palacio. Desaparecieron, menos la defensa
que de sí mismo había hecho Rodríguez de Quiroga, y por esa defensa conocemos la filo-
sofía política que sustentaba el golpe que se iba a dar y que se daría definitivamente el 10
de agosto de ese mismo año; América, decía, tiene “fundadas en el Derecho Natural y de
Gentes, las razones legítimas” para resistir a Bonaparte. Eso de Bonaparte, que se hallaba
ocupando la Península y que había acabado con los Reyes, no era sino la oportunidad para
comprender que el poder había vuelto a su señor natural, que era el pueblo.
¿Y ENTONCES SÍ EL 10 DE AGOSTO?
No todavía. Tenemos que situarnos en la noche del 9 de agosto. Esa noche, con el pretexto
de un cumpleaños, se reunieron en el departamento que ocupaba Manuela Cañizares, en
la casa que queda junto a la iglesia del Sagrario -y que se conserva intacta- los líderes de
la revolución y otros conjurados, cincuenta en total. Ya bien entrada la noche Juan de Dios
Morales expuso, en apasionado discurso, el trascendental paso que iban a dar los quiteños
y leyó el Acta y el Plan de Gobierno, todos los presentes aclamaron el pronunciamiento.
Acto seguido se presentaron los documentos que acreditaban como sus representantes a
quienes estaban allí por los barrios de Quito, y, barrio por barrio, eligieron a sus diputados.
Y entonces firmaron el pronunciamiento de Quito:
“Nos los infrascritos diputados del pueblo, atendidas las presentes circuns-
tancias de la nación, declaramos solemnemente haber cesado en sus funciones
los actuales magistrados de la capital y sus provincias; en su virtud, los repre-
sentantes o delegados de los barrios del Centro o Catedral, San Sebastián, San
Roque, San Blas, Santa Bárbara y San Marcos nombramos representantes a
los Marqueses de Selva Alegre, de Solanda, de Villa Orellana y de Miraflores y
a los señores Manuel Zambrano, Manuel de Larrea y Manuel Mateu para que,
en junta de los representantes que nombren los Cabildos de las provincias que
forman la Presidencia de Quito, compongan una Junta Suprema que gobierne
interinamente la Presidencia a nombre y como representantes de Fernando VII
En un comienzo se presentó la revolución como defensa del lejano Rey, que, además, esta-
ba prisionero de Napoleón. Dado lo que el Rey significaba para todas las gentes católicas de
Quito -nada menos que el representante de Dios en la tierra, quien había recibido el poder
de Dios- negar de entrada la sujeción al Rey habría concitado un rechazo casi general. Pero
es significativo anotar que autoridades realistas de Lima, Santafé, Guayaquil y Cuenca no
se engañaron, y denunciaron que se trataba de un acto de rebeldía radical y total.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 19
¿Y EL 10 DE AGOSTO?
Y entonces sí fue el 10 de agosto. Largamente preparado y con todo pensado. Con un cua-
dro completo de nuevas autoridades, que incluía ministros: Juan de Dios Morales para el
despacho de Negocios Políticos y de Guerra, Manuel Rodríguez de Quiroga para el de Gra-
cia y Justicia y Juan de Larrea para el de Hacienda.
Y, como no hay revolución sin Fuerzas Armadas, el coronel Salinas se ganó a la tropa acan-
tonada en Quito, que luego, completada, formaría el primer ejército de la patria. (Con razón
las Fuerzas Armadas del Ecuador se aprestan a celebrar su bicentenario).
Y la Junta lanzó un Manifiesto: es “el pueblo que conoce sus derechos” y “que está con las
armas en la mano” el que da al mundo entero satisfacción de su conducta”, no por obliga-
ción, porque no conoce otro juez que Dios, sino por honor.
Este Manifiesto de la Junta llegó a varias capitales de América e inspiró movimientos se-
mejantes.
PERO FRACASÓ…
Sí: la Revolución de Agosto fracasó. Ejércitos virreinales, en especial los que vinieron del
sur la aplastaron y, a pesar de haberles prometido Ruiz de Castilla que no habría retalia-
ciones, cuando los insurgentes lo repusieron en el gobierno, cuantos habían tenido alguna
parte en el movimiento fueron reducidos a prisión y se les comenzaron procesos injustos
-los jueces eran parte- y, estando en prisión, los líderes de la Revolución fueron salvaje-
mente asesinados.
Quito era una ciudad del interior, sin puerto que le permitiese recibir recursos para resistir.
En Guayaquil había unos cuantos patriotas -los principales, Rocafuerte y su tío-, pero para
la mayor parte de los ciudadanos prestantes lo que importaba era su comercio y no estu-
vieron dispuestos a sacrificar ese comercio por ideas de autonomía. El gobernador Cucalón
puso en prisión domiciliaria a los contados sospechosos de simpatizar con el movimiento
de Quito y, en íntima colaboración con el Virrey de Lima organizó el ejército que subiría a
aplastar la Revolución.
Y Cuenca, aunque allí había un núcleo más fuerte de patriotas, también fue alineada con la
causa realista. Jugó papel especial un obispo atrabiliario fanático, Quintián.
Quito solo, cercado por fuerzas poderosas, sintió que no podría resistir mucho y procuró
llegar a un arreglo con el Presidente de la Audiencia, en cuya palabra creyó.
20 Hernán Rodríguez Castelo • HABLANDO DEL 10 DE AGOSTO…
Ni mucho menos. Hubo una segunda Junta -con los sobrevivientes de la Primera-, organi-
zada por Carlos Montúfar, que había llegado como enviado de la Junta Central de España.
Y, cuando Montúfar se vio rechazado por las autoridades virreinales, radicalizó su postura,
y Quito volvió a ser insurgente, esta vez sin caer en engaño alguno. Se organizaron ejércitos
que defendieron la Revolución por el sur hasta Cuenca que, por hechos casi inexplicables,
no fue tomada, y por el norte, hasta Pasto y Popayán. Y Quito eligió diputados y aprobó una
Constitución -que es la primera Constitución ecuatoriana, aunque seguramente lo desco-
nocía esa gran mayoría de ignorantes que urdieron en Montecristi ese mamotreto absurdo
que llamaron Constitución, y tiene bien merecido el título de la peor Constitución del Ecua-
dor-. Esa Constitución fue obra de Miguel Antonio Rodríguez, uno de los ecuatorianos más
ilustres, brillante profesor de la Universidad quiteña y altivo orador que hizo el elogio de
los asesinados del 2 de agosto, en su celebración aniversaria.
Fue heroica la resistencia de los ejércitos del Estado de Quito, hasta su derrota final junto
a Yaguarcocha. Y nuevamente sus dirigentes derramaron su sangre por el ideal de inde-
pendencia para Quito.
En fin, que hay mucho que recordar de esas páginas, acaso las más brillantes que hayan
escrito nunca ecuatorianos algunos. Aquí apenas si he podido esbozar estas pocas respues-
tas a las más frecuentes inquietudes sobre lo que nos aprestamos a celebrar en el Bicente-
nario. Quien se haya interesado por estos hechos ilustres puede acercarse a la Academia
Nacional de Historia y pedir el Boletín de la Academia, el número 179. Allí le cuento más
despacio “La gloriosa y trágica historia de la independencia de Quito 1808-1813”. Sin el
menor invento, sin ponderación alguna. Todo respaldado en documentos. Cuando algo en
nuestra historia es realmente grande no necesita de la menor mentira.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 23
“En este momento, me parece, señores, que tengo dentro de mis ma-
nos a todo el globo; y lo examino, yo lo revuelvo por todas partes,
yo observo sus innumerables posiciones, y en todo él no encuentro
horizonte más risueño, clima más benigno, campos más verdes y fe-
cundos, cielo más claro y sereno que el de Quito,...”2
INTRODUCCIÓN
La voy a citar in extenso por el valor que tiene para el propósito de examinar la visión que
de Quito, de la Audiencia de Quito, tuvo el movimiento ilustrado. La carta es una especie
de cantera de la cual extraeré el material necesario para reconstruir ese rico proceso
que desarrolló el movimiento ilustrado para imaginar, entender y construir la identi-
dad de la Audiencia.
* Catedrático de la PUCE y de la Universidad Particular de Loja. Doctor en Filosofía, Pontificia Universidad Católica
del Ecuador, 1975. Estudios de especialización en la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza Argentina, 1973 y
en la Universidad Fiedrich - Alexander von Humboldt de Erlangen – Nümberg, Alemania. Entre sus publicaciones
tenemos: Pensamiento Ilustrado Ecuatoriano, 1979; Pensamiento Positivista Ecuatoriano, 1981; Pensamiento Pe-
dagógico Ecuatoriano, 1988; Sentido y Trayectoria del Pensamiento Ecuatoriano, México, 1991; Rutas al siglo XXI
(Aproximaciones a la Historia de la Educación en el Ecuador), 1998. Erophilia: Biografía de Manuela Espejo, entre
otros. Ha publicado sobre educación, capacitación, filosofía e historia de las ideas, cerca de cien artículos, prólogos
y ponencias en libros y revistas nacionales y extranjeras; algunos de ellos publicados en México, Argentina, Vene-
zuela, Colombia, Perú, Uruguay, varios traducidos al inglés, al alemán y al francés.
1. El presente trabajo se inscribe en el marco de un programa de la Casa de la Cultura Ecuatoriana: Quitología, que
fue concebido como una cátedra informal no académica y está sustentada por Ulises Estrella desde el año 1990. Su
interés primordial es propiciar un acercamiento a la ciudad y a sus signos, símbolos, mitos, tradiciones, expresiones
artísticas e historia de diferentes épocas y culturas que se han fusionado en la actualidad y que necesitan ser enten-
didas para que el ciudadano cuente con guías sobre su noción de identidad. Mi reconocimiento a las observaciones y
a la crítica de Sara Palacios, Verónica Falconí, Ulises Estrella, Francisco Proaño y José Barrera, equipo responsable
de este proyecto.
2. Eugenio Espejo, Primicias de la Cultura de Quito, (Edición de 1944), Imp. Del Ministerio de Gobierno. p. 66.
24 Carlos Paladines • ¿VECINOS O CIUDADANOS?: LA IDENTIDAD DEL REINO
Y LA AUDIENCIA DE QUITO A FINALES DEL PERÍODO COLONIAL.
Dice Pedro Lucas Larrea: “Señor doctor don Eugenio Espejo. Muy señor mío y
dueño de mi singular estimación: La complacencia con que he leído siempre las
bellas producciones de su admirable Ingenio, me hizo que traslade el Discurso
dirigido a Quito con el pensamiento ventajoso de la erección de una Sociedad
Patriótica. Esta copia la remití a mis hermanos los Ex jesuitas quienes me res-
ponden las cláusulas siguientes: “Ahora estamos ambos traduciendo en italia-
no la bella Historia de Quito, que en tres tomos ha escrito en español nuestro
paisano Don Juan Velasco. Ambrosio traduce la parte de la historia natural de
plantas, animales, pájaros, minerales, etc. Y yo la parte de la historia civil y
política: y no pensamos en el día, sino en imprimir dicha Historia en italiano,
si se puede, que será muy celebrada. (…) Verdaderamente es pieza admirable,
y digna de que la vea todo el Mundo. Su autor muestra en ella su gran talento,
su vasta erudición y sus grandes y ventajosas ideas en beneficio de la Patria:
Pensamos enviarla a Roma a Ayllón, a Faenza, a Velasco, para que la inserte
en la admirable Historia que escribe de Quito en español, y a otras partes,
dicho Discurso, para que hagan concepto del sobresaliente ingenio de nuestro
compatriota Espejo. (…)Todos los autores que cita Espejo, los hemos leído acá
con horror, por las enormes imposturas, falsedades, y denigratísimos dibujos
de toda la América, y los Americanos; principalmente el maligno, y fanático
Prusiano Monsieur Paw, quien dice tantas bestialidades de los Americanos.
Contra todos ellos han escrito admirablemente Don Francisco Xavier Clavijero,
en su excelente Historia de México; un Chileno Molina, en la Historia de Chile;
y nuestro Don Juan Velasco en la cita de Quito”. 3
mentales de su despliegue. Iniciaré el análisis por los actores para luego centrar la atención
en el escenario y, posteriormente, en el proceso que condujo al movimiento ilustrado a
desarrollar los mensajes y planteamientos básicos sobre el Reino y la Audiencia de Quito,
aspectos todos ellos que ponen de manifiesto una experiencia humana e histórica de cons-
trucción de identidad extraordinaria o sublime, que en alguna medida nos interpela en el
presente o al menos llama a su admiración.
Comenzaré por Juan de Velasco. A mediados del XVIII, germinó en la Audiencia la crónica
y la narración histórica, en un reducido pero selecto grupo. Se puede constatar una serie
de trabajos, algunos aún inéditos, como informes de autoridades, historias generales y
particulares, narraciones y crónicas, en los que predomina la descripción física y geográ-
fica, pero también la relación de instituciones, personalidades, obispos, presidentes de la
Audiencia y acontecimientos que gravitaron o sobresalieron a lo largo del devenir de aquel
tiempo.
Sintetizó este movimiento y lo condujo a sus más altos logros, Juan de Velasco, en Faenza,
con su Historia del Reino de Quito. A través de este y otros trabajos, el ‘fundador o padre
de la historia’, coadyuvó a la toma de conciencia del hombre americano y al desarrollo del
conocimiento e identidad de nuestro pueblo. Por sus páginas, en forma pormenorizada, es
posible encontrar un amplio registro de informaciones y rasgos de identidad.
En esta obra hay un legado que es del caso resaltar: estamos ante los primeros brotes de
una ‘conciencia o identidad de lo propio’, construida a través de la literatura; ante los
primeros gérmenes de una ‘conciencia histórica’; ante el redescubrimiento no solo de la
Audiencia de Quito sino del Reino de Quito, desde una nueva óptica, hasta entonces desco-
nocida. Iniciábamos así la conformación de una individualidad que se percibía distinta de
los otros virreinatos y hundía raíces en tiempos anteriores al descubrimiento o conquista
de nuestros pueblos. Era el investigador que mostraba como se había conformado el Reino
y la Audiencia y los grados de intensidad, rupturas y permanencia de dicho proceso.
Pero Juan de Velasco no solo produjo materiales importantes para el proceso de autocono-
cimiento y autovaloración del Reino y la Audiencia de Quito; rol importante jugó en la cons-
trucción de un discurso reivindicatorio de América y de los americanos a través de la crítica
a las versiones denigrativas de América. Juan de Velasco consideró a tales ‘doctrinas’ ex-
presamente como ‘calumnias’, parte de la ‘leyenda negra de América’. Las versiones que
circulaban por Europa y encontraron adeptos incluso en América sobre la defectuosa e
inmadura naturaleza no sólo de la geografía americana sino también de su flora, de su fau-
na y hasta de sus hombres y de los pueblos indígenas, dio pie a Velasco para salir, a través
del testimonio de hechos y documentos en defensa de su tierra y de su pueblo.4 Se hacía
indispensable refutar calumnias, falsedades y errores que algunos escritores europeos ha-
bían puesto a circular. Hegel decía: “Plantas, animales y hombres son más pequeños y de
degeneración continua; la tierra está bañada de aguas muertas y por ello es casi estéril;
las plantas, en su mayor parte, son venenosas; el aire es malsano y frío. Los hombres no
pueden diferenciarse de las bestias más en la forma, pues su racionalidad es mínima”. 5
5. Federico Hegel, Lecciones de Filosofía de la Historia: El Nuevo Mundo, España, Ediciones Zeus, 1970, pp. 105-110.
6. Jaime Breilh, “Espejo epidemiólogo: nueva lectura de sus ideas científicas” en: Plutarco Naranjo y Rodrigo Fierro
(editores), Eugenio Espejo: su época y su pensamiento, Quito, Corporación Editora Nacional – Universidad Andina
Simón Bolívar, 2008, p. 179.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 27
A fines de 1789, se lanzó la propuesta de conformar esa Sociedad, germen de una cruzada
de transformación integral de la Audiencia por la participación de hombres competentes
que enfrentarían cada uno de los vacíos y deficiencias que afligían a la Audiencia. Las só-
lidas relaciones de amistad y confidencia que mantenía Espejo con algunos representantes
del ala progresista de la aristocracia criolla y terrateniente, aseguraban la viabilidad del
proyecto. El Discurso integró dos dimensiones: la de crítica fundamentada al sistema colo-
nial y la de propuestas alternativas, mediaciones ambas de una estrategia que conjugó el
imaginario general, los símbolos, los intereses y los caminos a seguir por este grupo tanto
en su forma de ver la realidad circundante como de enfrentarse a ella.
La Sociedad pretendía, como se expresa textualmente al inicio de sus Estatutos: “... procurar,
por cuantos medios fueren posibles, a la Patria y al Estado su conservación, restableci-
miento, y progreso feliz en todas sus líneas”. Mas si la misión última era tan amplia, los
objetivos inmediatos tampoco eran cortos e intentaban igualmente resolver todo género de
dificultades. Así, por ejemplo: el propósito de la primera comisión era fomentar, perfeccionar
y mejorar todo lo correspondiente a los ramos de la agricultura y economía rústica; la segun-
da tenía por objeto la enseñanza de las ciencias y artes instructivas y análogas a los oficios de
nuestros artesanos, especialmente a los de la agricultura, metalurgia, fábrica de telas de lana
y algodón, pintura y escultura; la tercera debía velar por los ramos principales de la industria,
el comercio del reino, los obrajes, la última estaba llamada a promover todo cuanto pudiera
contribuir al buen gobierno e ilustración del público.
En esta forma, con los planteamientos, las soluciones y con los actores listos o motivados
se terminó de elaborar el más completo ‘proyecto de renovación o reforma’10 de aquellos
tiempos.
Otro actor clave en el intento de despertar y fundamentar los sentimientos patrios, los lazos
de sangre, el amor a la tierra natal fueron los lectores del flamante periódico. Básicamente
se trataba de dos tipos de lectores: por un lado los miembros de la sociedad y los criollos
10. Arturo Roig ha preferido denominar como “proyecto autonomista” al que nosotros hemos llamado “proyecto de
renovación o reforma”. Cfr. Humanismo en la segunda mitad del siglo XVIII, 2da. Parte, “Del proyecto autonomista
al independentista”, Quito. Ed. Banco Central del Ecuador – Corporación Editora Nacional, 1984, pp. 13 – 20.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 29
ilustrados que nunca fueron muchos; y, por otro, las gentes poco ilustradas de los barrios
de Quito, estos últimos bajo una dinamia diferente pero no por ello menos importante.
Sería incompleta una visión de este segundo tipo de actor sin tomar en cuenta sus formas
de expresión: hojas volantes, pasquines, graffitis, tonadas, disturbios y levantamientos que
no se expresaron a través de cánones formales: libros o artículos académicos sino en los
muros, las plazas y las calles, pero que sirvieron para apuntalar el proceso de conforma-
ción de una conciencia nacional. A través de pasquines fijados en la oscuridad de la noche
y de hojas volantes repartidas clandestinamente se hizo presente la voz de los barrios de
Quito, si cabe el término, de los ‘plebeyos’.
No se ha rescatado aún con la profundidad que lo amerita este tipo de discurso y sus prác-
ticas y estrategias, pero no cabe duda que su función fue clara y coadyuvó a conformar
la conciencia nacional. Los barrios de Quito que contaban ya a su haber con una larga
tradición de levantamientos, siendo los más notables los realizados con motivo del estan-
co de aguardiente y el establecimiento de las aduanas11: se organizaron a través de muy
peculiares medidas.
El “Convite de San Roque a los demás barrios”, logró “Juntar como quince mil hombres
de todas clases y colores, hicieron zanjas y cortaduras muy profundas en los caminos,
formaron trincheras en las calle, agujeros en las casas para disparar desde ellas (…)
Fundieron cañones con las campanas de las iglesias, hicieron pólvora y balas hasta con
las pesas del reloj de la torre, que eran de plomo, y dispararon cohetes llenos de púas y
alfileres envenenados y en fin, no perdonaron medios ni arbitrios para hacerse temibles y
respetables”. 12
EUGENIO ESPEJO
Pero el actor que desplegó al más alto nivel los planteamientos sobre las maravillosas
condiciones naturales y humanas de la Audiencia, tanto de su cielo, clima, minas, manu-
facturas, productos agrícolas y ganaderos,... al igual que sobre las virtudes y cualidades
extraordinarias de sus habitantes: orfebres, artesanos, agricultores e intelectuales fue, sin
lugar a dudas, Eugenio Espejo, que al mismo tiempo que asumió esta perspectiva la trans-
formó y la llevó en una dirección fecunda.
En relación al espacio físico sus descripciones son notables.”No hay cielo más claro y se-
reno que el de Quito”, decía también son constantes las alusiones a la “gloria quitense”,
gloria que el resto del mundo no se atreve todavía a creer pueda reposar en los quiteños:
“esto es, que haya sublimidad en vuestros genios, nobleza en vuestros talentos, sentimien-
tos en vuestro corazón y heroicidad en vuestros pechos”. Aspectos todos que conformaban
el “orgullo nacional”, segunda fuente de la pública felicidad”13 Son reiteradas, igualmente
sus anotaciones sobre el Arte Quiteño y la habilidad de nuestros orfebres y artesanos. Tam-
bién resalta a figuras como las de Pedro Vicente Maldonado, hombre respetado en Londres
por sus observaciones histórico-geográficas; Miguel de Santiago, artista de la madera y el
mármol; Caspicara y Cortez, notables en la pintura sobre la tabla y el lienzo; Mariano Vi-
llalobos, descubridor de la canela.
Eran los primeros pasos de una abundante producción que terminó por hacer del arte y las
artesanías un producto con marca propia: la Escuela Quiteña, que expresaba una forma de
ser y existir peculiar y por ende diversa a la de otras regiones, y que además de ser factor
de identidad, en las épocas de crisis ayudó a paliar la falta de recursos con la riqueza que
generó la venta de su exuberante producción. ¿”Cuál -se preguntaba Espejo-, en este tiem-
po calamitoso, es el único más conocido recurso que ha tenido nuestra Capital para atraer-
se los dineros de otras provincias vecinas? Sin duda que no otro que el ramo de las felices
producciones de las dos artes más expresivas y elocuentes: la escultura y la pintura”.14
En pocas palabras, tanto en las páginas de la vasta obra de los ilustrados cuanto en la fe-
cunda producción del arte y las artesanías quiteñas reposan excelentes descripciones de
valoración de la vida en la Audiencia; de afirmación de sus usos y costumbres, casas y pla-
zas; de reconocimiento de la magnificencia de sus templos, pórticos, calles, fuentes, iglesias,
capillas, recoletas, monasterios, ciudades y campos.
La denuncia y la crítica
Pero el movimiento ilustrado con Eugenio Espejo a la cabeza no solo rescató la prodigiosa
naturaleza que envolvía a la Audiencia o su devenir histórico, tan bien realizó, aunque
parezca contradictorio, la más acerba crítica al sistema colonial sea en sus estructuras
educativas y culturales, como en las productivas, religiosas y políticas. Los detallados aná-
lisis que realizaron los ilustrados no solo encierran el mayor caudal de información que se
podía haber acumulado en aquel entonces para reconstruir la historia de la Audiencia, de
sus instituciones y de sus actores; esas obras también encierran, al mismo tiempo, la más
Eugenio Espejo, por ejemplo, entre marzo y julio de 1779, irrumpió con El Nuevo Lucia-
no de Quito, “La más antigua obra de crítica compuesta en la América del Sur”, a decir
de Menéndez y Pelayo. “El Nuevo Luciano” o despertador de los ingenios quiteños ofrece
abundantes materiales, que permitieron destapar con osadía y claridad todos y cada uno
de los males, deficiencias y fracasos de la vida cultural de la Audiencia. Esta obra fue se-
guida a pocos meses por otra, Marco Porcio Catón, y posteriormente, por La Ciencia Blan-
cardina, ambas en calidad de complemento, explicación y defensa de lo sustentado en El
Nuevo Luciano.
Con alrededor de mil páginas manuscritas, Espejo dio forma a la denuncia, crítica y recha-
zo al principio de ‘autoridad’, a fin de fundar sobre bases autónomas la reflexión; a su con-
dena del pasado en cuanto tiempo de ignorancia y oscuridad, y a su denuncia del presente
por las deficiencias y vacíos que encerraba la enseñanza de la poesía, de la filosofía, de las
matemáticas, ciencias naturales, retórica, teología, latín, medicina
Los primeros pasos de la crítica social se enfilaron, urgido por la realidad y las autoridades,
al análisis de uno de los problemas más apremiantes de aquellos tiempos. Recuérdese que
uno de los mayores estragos que sufrió la población indígena fue a causa de las plagas o
epidemias, holocausto que los diezmó por millones. Solo la primera epidemia que padeció
el mundo indígena a raíz de la conquista provocó la muerte de alrededor de 3,5 millones
de habitantes de Mesoamérica. Al concluir el primer siglo de la conquista española, la
población azteca pasó de 26 millones a solo 1’,6 en el año de 1620. Esta fue uno de las
plagas más mortíferas que ha padecido la humanidad. 16 En la Audiencia de Quito, “... más
del tercio de la población de los indios tributarios habrían fallecido como consecuencia de
las epidemias de 1693 y 1694 y la población indígena total habría sufrido un descenso
global del 40% durante esa década”. 17 Entre Julio y Octubre de 1785 una peste de viruelas
diezmó a la población de Quito en más de tres mil personas, cifra extraordinaria para una
ciudad que no superaba los cuarenta mil habitantes.
Pero una vez más, estudio y labor tan minuciosa sobre un mal endémico tampoco gustó
a los responsables de la salud y los aspectos descriptivos o de diagnóstico e incluso los de
carácter teórico o interpretativo sobre la literatura médica, que hicieron de esta obra un
ejemplo de aporte científico, terminaron por transformar al informe en una denuncia ex-
plosiva contra la situación imperante en esta área. La obra incluso cayó en el desafecto del
Presidente Villalengua, por no “habérsela dedicado” y por “haberse remitido a España el
citado Papel” sin su venia.
Espejo encontró la oportunidad no solo para defender a los religiosos de los Barreto, que
les acusaban y censuraban por la extorsión que ejercían a los indígenas, al incentivar una
“multiplicidad de fiestas que celebran los indios en las Iglesias parroquiales, sus anejos
y aun en Oratorios privados de las Haciendas”, sino además, para analizar y describir la
riqueza del mundo indígena y producir uno de los más omnicomprensivos estudios que
al respecto se han escrito, y a su vez una de las más sólidas denuncias que, según un au-
tor, bien podría haberse denominado más que Defensa o Representación de los Curas de
Riobamba, “Defensa de los Indios de América”.18
Del mismo tiempo son las Cartas Riobambenses, obra con la que consiguió sacar de quicio
a la nobleza riobambeña, que perdió los estribos e intentó incluso matarlo. Al ridiculizar
las justificaciones que María Chiriboga empleaba para tapar sus conflictos e infidelidades
matrimoniales destapó un área por demás sensible. También aprovechó la oportunidad
para plantear y exigir una reforma de las costumbres, que vino a sumarse a propuestas
anteriores como la reforma de la educación, de la economía y el comercio, que décadas
antes había analizado al detalle. La aristocracia terrateniente ya no fue solo atacada por
18. Cfr. Richard Renaud, “Sur la visin de idens d’Amerique par un métis éclaré du XVIIIe sicle: Eugéneo Espejo. Asso-
ciation des Professeurs de Langues vivantes de L’enssignment Public, Paris, LXXXe, Annes. No. 1-2, 1977. Esta obra
también ha sido vista como una cerrada defensa de uno de los grupos de poder más retardatarios de esa época:
los curas y religiosos. Ver. Manuel Ygnacio Monteros Valdivieso: Eugenio Espejo (Chúzhig) (El sabio indio médico
ecuatoriano – La primera figura científica literaria nativa en el retablo amerindio).Quito, Ed. Casa de la Cultura
Ecuatoriana, 2009.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 33
La reforma de las costumbres también descansaba en la presión del grupo de los criollos,
como clase social en ascenso, y en el criterio ilustrado de que la sociedad tradicional ha-
bía perdido su sentido, se había vuelto obsoleta y corrupta, haciéndose necesario definir
y construir un nuevo paradigma. Esta apasionada ansia de reforma y ‘modernización’, de
la cual habría de surgir una humanidad nueva, conducida por las luces de la razón, tam-
bién implicaba, como ya se ha señalado, el surgimiento de nuevas formas culturales que
respondiesen a los valores emergentes, y en general, a una diferente forma de estar o con-
cebir el mundo, especie de nueva cosmovisión. Por supuesto, la reforma de las costumbres
tampoco despertó simpatías.
La estategia ilustrada
Con la crítica global y las propuestas de reforma quedó todo listo para avanzar hacia la
estrategia requerida para la fase final del proceso: el asalto al poder.
Para finales del XVIII las puertas se abrieron de par en par a la discusión sobre los nuevos
planes de salvación e identidad de la Audiencia. Era la voz de los criollos que hegemonizó
19. Cfr: El Sermón Moral predicado por el Dr. Domingo Larrea en 1778; el Sermón de los dolores de la Santísima
Virgen, pronunciado por el cura de Sicalpa, en 1779, o el Panegírico del Apóstol San Pedro pronunciado por su
hermano, en Riobamba, en 1780, o la misma Defensa de los Curas y las Cartas Riobambenses, que encierran uno
de los primeros discursos que se han levantado en estos lares contra la corrupción.
34 Carlos Paladines • ¿VECINOS O CIUDADANOS?: LA IDENTIDAD DEL REINO
Y LA AUDIENCIA DE QUITO A FINALES DEL PERÍODO COLONIAL.
el proyecto y dio los primeros pasos hacia una diferente legitimación y organización del
gobierno, la misma que debía descansar en la soberanía ciudadana, en los derechos del
hombre, en la libertad e igualdad entre peninsulares y criollos, en definitiva, en un nuevo
Sujeto Histórico.
Así dejaron de ser suficientes los lazos de vecindad, el habitar en un lugar o aquellos que
surgen de la sangre, la religión o de compartir el pasado y tener una historia común,
-identidad en clave de vecindad-. Se hizo necesario un proyecto que expresase las nue-
vas necesidades e incluso aquellos lazos que brotan de repudiar la situación vigente y
movilizar la capacidad de imaginar un futuro diferente y construir un nuevo sistema de
vida y relaciones –identidad en clave ciudadana-. En síntesis, había que transformar a un
‘pueblo de vecinos’ en un ‘pueblo de ciudadanos’, proceso nada fácil ya que exigía no solo
diferenciar el campo territorial y nacional del político, sino además realizar su crítica y
superación (Aufhebung).
Seguramente quien mejor expresó y condensó este nuevo mensaje de ‘identidad ciudada-
na’ fue Bolívar para quien: “El hombre de honor no tiene más patria que aquella en que se
protegen los derechos de los ciudadanos y se respeta el carácter sagrado de la humani-
dad; la nuestra es la madre de todos los hombres libres y justos, sin distinción de origen
y condición”.20
Ahora bien, a una propuesta de tal envergadura no podía faltar una visión de la historia
que hiciera del futuro un referente vivo y posible de alcanzar. Lo peculiar de este modo de
concebir el cambio histórico, radicó en retomar y readaptar el tradicional esquema lineal
del tiempo, que establece una secuencia que parte del momento de opresión, pasa por el de
ruptura de la situación vigente, para arribar finalmente a la etapa de liberación. En otros
términos, la reconocida concepción escatológica del judaísmo y del cristianismo, con sus
tres momentos básicos: el Éxodo, la ruptura y el arribo a la Tierra Prometida, se trasmu-
taron en una concepción del progreso - modernización, acentuadamente laica e iluminista.
20. Citado por: Hans – Joachim Köning, “Símbolos nacionales y retórica política en la Independencia”. En: Problemas
de la formación del Estado y de la Nación en Hispanoamérica, Ed. Inter Natriones - Bonn, 1984, p. 402.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 35
Manuela y Juan Pablo Espejo, fueron figuras claves en esta fase del proceso, pero han sido
olvidadas, excluidas a pesar de su valor e importancia. A ella, en cuanto mujer, se le ce-
rraron las puertas y terminó cubierta por el manto del “olvido”. Era mujer y a la mujer, en
aquella época, no le estaba permitido entrar a recintos que pertenecían con exclusividad al
hombre. Por ejemplo: la universidad, la política, los estudios, el trabajo, la prensa, la litera-
tura,… El otro hermano de Eugenio fue varón, pero se le acusó de devaneos con una mujer
y la historiografía tradicional perdona todo menos a este tipo de asuntos. Contra diversas
figuras de la historia se han utilizado los rumores e imputaciones de carácter sexual a fin
de minimizar su valor e instigar así a su descrédito y denigración.
La Carta Magna sobre aspectos de género e identidad fue desarrollada a inicios de los años
noventa del siglo XVIII. En este texto, una mujer –Erophilia- expresa que se ve obligada a
pronunciarse y replicar ya que en las páginas del flamante periódico no solo se incurría en
una clara minus-valoración de las mujeres sino además en una solapada exclusión de ellas
del mundo de las ciencias y el arte. El periódico cerraba a la mujer las puertas de acceso
al conocimiento por el mero hecho de ser mujer. “En Quito, decía Erophilia, no alcanza la
mujer a descubrir la sublimidad de las ciencias y todos sus misterios y solo los hombres
son los que penetran y manejan ese ámbito”.
En otras palabras, la mujer cargaba a sus espaldas con una centenaria desventaja. Ade-
más, como nota final añadió que la publicación “olvidaba y echaba fuera de sus conside-
raciones el ser y la naturaleza de la mujer”; que “explicaba el talento de observación sin
36 Carlos Paladines • ¿VECINOS O CIUDADANOS?: LA IDENTIDAD DEL REINO
Y LA AUDIENCIA DE QUITO A FINALES DEL PERÍODO COLONIAL.
tomarla en cuenta”; que “el bello sexo no figuraba delante de su entendimiento, y éste se
ha vuelto de bronce, apático y enteramente ajeno de la sensibilidad respecto de aquel”.
“Ah! qué funesto linaje de indolencia!”. 21
Con el correr de los años este texto se convirtió en una especie de ‘Declaración de Prin-
cipios’, no solo por ser la primera publicación en que se mostraba de forma expresa al
público, sin tapujos, la desigualdad que se vivía en las relaciones entre hombre y mujer,
sino también por la fundamentación o argumentación que se hacía a favor de relaciones
de equidad de género y, al mismo tiempo, por el radical repudio a ese mundo de discrimi-
nación y exclusión vigente. A través de Erophilia llegó la hora de poner punto final a ese
cúmulo de vergonzosos errores y desaciertos; rebelarse contra esa “servil timidez de las
quiteñas”.
Pero Manuela no solo fue pionera en aspectos de género, también lo fue en la defensa de
los derechos ciudadanos. Ella, sin el más mínimo temor a la máxima autoridad y a sus po-
deres, basada en el legítimo derecho ciudadano a la defensa y en el respeto a la integridad de
las personas inició un “Alegato” contra Luis Muñoz de Guzmán, Presidente de la Audiencia,
en palabras suyas, “Por los enormes agravios, escandalosas y reiteradas violencias e insu-
fribles padecimientos que le causó a su hermano, en una causa criminal y calumniosa que
de oficio le siguió, sin prueba ni fundamentos bastantes para procesarle, con notoria injusti-
cia y trasgresión monstruosa de todas las leyes y defensas que resguardan su inocencia”. 22
Mas lo maravilloso no fue solo la defensa de su hermano, la defensa de su sangre, sino tam-
bién la perspectiva con que supo asumir la lucha por su hermano, la crítica que desarrolló
contra los procedimientos y autoridades del gobierno y de la justicia que no permitían el
florecimiento de los derechos de las personas en estas tierras. “Mi dolor, dijo, sería menos
sensible y mis quejas menos clamorosas, si solo hubiera padecido la inocencia y la libertad
de mi hermano; pero lo que me es insufrible y lo que provoca mi justa venganza en la pre-
sente demanda, es el daño irreparable y la funesta consecuencia que produjo esta causa
infausta y ruinosa,… “. 23
Con la ‘valoración de lo propio’ y el despertar del ‘orgullo nacional’; así como también con
la visión de la nueva patria o tierra prometida, alcanzable en la medida en que se desa-
rrolle el ámbito ciudadano, se superaba a la dinámica de vecindad sin negarla o destruirla
sino integrándola al proceso de insurgencia. Por supuesto, la descripción de un proceso
tan complejo en forma sumaria no es suficiente. Al momento no podemos seguir de cerca
ese apasionante y rico proceso, pero Juan Pablo Espejo constituye un arquetipo, uno de los
mejores testimonios o ejemplos del mismo.
21. Eugenio Espejo, Primicias de la Cultura de Quito, Carta de Erophilia al editor del periódico sobre los defectos del
No. 2.
22. Cfr. Carlos Freile, Eugenio Espejo y su tiempo, Quito, Ed. Abya-Yala, 1997, p. 43,
23. Carlos Freile, Op. Cit. p. 43.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 37
Seguramente fue González Suárez el primero en ofrecer detalles sobre “las expresiones
de Juan Pablo que favorecían las ideas de libertad”, sobre sus “proposiciones sediciosas
y perjudiciales a la quietud de Estado” e incluso sobre un detallado “plan de emancipa-
ción”. Junto a su hermano Eugenio, él habría llegado a “concebir y difundir la idea de la
emancipación política del Nuevo Continente, para fundar en las colonias gobiernos inde-
pendientes, bajo la forma republicana y netamente democrática”. 24
Estas y otras imputaciones muestran que para los realistas existía un peligroso plan de le-
vantamiento de las colonias y que claramente los Espejo y su grupo eran los Autores y jefes
de tal “Conspiración”. Eran los primeros aprestamientos para la batalla por la soberanía
ciudadana a nivel individual y general; soberanía de la cual habrían de quedar excluidos
tarde o temprano los españoles.
24. “Compendio de los puntos vertidos por el Presbítero Don Juan Pablo Espejo en dos conversaciones tenidas en la
habitación de Doña Francisca Navarrete, que van en los mismos términos y voces que las profirió según que así se
halla sentado con juramento en el Gobierno de esta Real Audiencia”, en: Carlos Freile, Eugenio Espejo: Precursor,
Ob. Cit. p. 62-ss.
38 Carlos Paladines • ¿VECINOS O CIUDADANOS?: LA IDENTIDAD DEL REINO
Y LA AUDIENCIA DE QUITO A FINALES DEL PERÍODO COLONIAL.
En tal perspectiva, el rápido colapso de la Sociedad de Amigos del País cerró un ciclo,
pero sirvió a su vez para abrir las puertas de otro. Además, con el fracaso de la Sociedad
se marcó la línea divisoria entre la “colaboración” y la “ruptura” con el régimen colonial,
inicio del proceso independentista, pues a partir de la disolución de la Sociedad, el movi-
miento ilustrado o por lo menos algunos de sus líderes, se vieron forzados a admitir, no sin
dificultad, que las puertas que habían “soñado” abrir a fin de impulsar la renovación de
la Provincia, se estaban cerrando herméticamente una tras otra, destruyendo todo el opti-
mismo de años anteriores y haciendo cada vez más fuerte el sentimiento de que no había
más salida que la subversión por el medio que fuese. Era ya hora de pensar y diseñar un
‘proyecto de ruptura’ con la madre patria.
En pocas palabras, para finales del siglo XVIII todo conducía a un nuevo tipo de identidad,
que se había de construir en clara denuncia, crítica y ruptura con la ‘madre’ patria trans-
formada ya en una ‘desnaturalizada madrastra’. La identidad ciudadana pasó a alimen-
tarse de la diferencia o contraposición a lo que había sido por siglos su modelo. Estrategia
de confrontación, ruptura, ataque y exclusión.
Con la vuelta de España al régimen absolutista del restaurado Fernando VII, el triunfo de la
Santa Alianza y el reagrupamiento de las fuerzas monárquicas, el avance revolucionario de
agosto de 1809 se vio obligado a retroceder. La reacción realista, una vez recibido el apoyo
de la mano militar, lanzó una ofensiva de tal envergadura que logró reconquistar los territo-
rios perdidos. En pocos años y en algunas regiones a los pocos meses, a las victorias de los
patriotas les sucedieron las derrotas. Cayó Chile, Nueva España, Guatemala, Quito, Perú... A
finales de 1815, en la mayor parte del territorio liberado volvió a restablecerse la adminis-
tración colonial.
A partir del año diez, el movimiento ilustrado se vio obligado no solo a desafiar el destierro,
el asesinato, la persecución y la muerte de centenares de sus hombres y a divisar como se
iban diezmando sus dirigentes y simpatizantes a todo lo largo de su territorio y de los virrei-
natos cercanos sino también a reformular o revisar profundamente su ideario centrado en
vinculaciones de carácter territorial y nacional – espacial e histórico, por un nuevo tipo de
vinculación de carácter predominantemente ciudadano. Por supuesto, este nuevo paso dislo-
caba los planteamientos anteriores y obligaba a forjar un nuevo concepto de lo político, como
ya sea ha señalado.
Al parecer desfallecía y se desangraba por los cuatro costados, un movimiento que tuvo el
arrojo necesario para enfrentar con lucidez la renovación de todas y cada una de las principales
áreas y actividades de las colonias, desde la reforma del “mal gusto” o los “caracteres de la
sensibilidad”, pasando por la modernización de la filosofía, teología, educación pública, hasta
llegar a exigir la transformación de la agricultura, minería, manufacturas y, finalmente, de la
misma estructura política. Pero concomitante a este proceso se aceleró la toma de conciencia
de la urgencia de los valores ciudadanos, ligados estos de modo esencial con la construcción
a futuro de una república - democrática. Proceso tan englobante habla a las claras de una
situación de cambio que si bien no logró el éxito deseado en primera instancia, sin embargo
dejó en su haber y para un futuro no muy lejano una fiebre revolucionaria, una ilusión lo
suficientemente aguda como para marcar con su sello, de modo duradero, al antiguo cuerpo
social y político que logró afectar en su corta primavera.
Era la propuesta de una nueva forma de vivir en Quito, entiendo por tal el Reino y la Audien-
cia, vivir tanto los aspectos de vecindad como los lazos provenientes de la ciudadanía, en un
escenario de integración y ruptura, inclusión y exclusión Se trastocaban y se transformaban
viejas y queridas concepciones ante la irrupción de los nuevos planteamientos políticos. No
se debía reducir su identidad a una conservación de ejes de articulación que miraran solo
a los tesoros de su geografía o a lo adquirido en el pasado, sino más bien a un movimiento
cuya fuerza se afincaba más que nada en un nuevo sujeto ciudadano y en la esperanza de
construir y vivir en una patria libre de la dominación española y las limitaciones que la aque-
jaban por doquier.
No alcanzaron muchos de los ilustrados a ver la ‘tierra prometida’. A los hombres que
cayeron en la lucha contra las caducas estructuras coloniales, no les fue dado, en su primer
asalto al poder, rematar la obra, pero seguramente lograron avizorar el sentido, las dimen-
40 Carlos Paladines • ¿VECINOS O CIUDADANOS?: LA IDENTIDAD DEL REINO
Y LA AUDIENCIA DE QUITO A FINALES DEL PERÍODO COLONIAL.
siones y perspectivas de su ardua, gigantesca y descomunal empresa, pues eso explica su ca-
pacidad para arrastrar tan numerosas y terribles dificultades que renacían al igual que una
hidra a la que trataban de minar cada una de sus cabezas, sin éxito definitivo. Esa conciencia
inmanente, que dio forma a un nuevo humanismo en estas tierras y, en consecuencia, a una
nueva visión de la vida y del futuro de la Audiencia, de acentuado carácter antropocéntrico,
torna comprensible, al menos en parte, las dramáticas luchas de esas últimas décadas del S.
XVIII y primeras del XIX.
Se han cerrado así dos grandes ciclos de nuestro proceso identitario y la filosofía como la
calandria puede arriesgarse a cantar al amanecer y abrir las puertas a nuevas fórmulas o
paradigmas que están por venir y corresponden más bien al por-venir
Para concluir, valgan las palabras de Miguel Antonio Rodríguez en honor a los héroes del
2 de agosto: “Sí, quiteños, amar a la patria es virtud; servirla, obligación. Pero ¿qué es
morir por la patria? Es morir por estimar la felicidad ajena como propia y despreciar la
felicidad propia como inútil. (…) Es, en una palabra, ser superior a sí mismo y al resto de
los demás hombres”.
Bibliografía
Fuentes Secundarias
Fuentes primarias
I. EL MAPA DE MALDONADO.
Los que conocían los problemas, admiraron la obra de Maldonado como fruto de la ciencia,
la dedicación y sobre todo, patriotismo. Así se expresa el sabio Francisco José de Caldas.
La humanidad tardó casi tres mil años en representar bien la tierra en los mapas y fue el
resultado de la colaboración de la física, las matemáticas, la geometría, la astronomía y
aún la filosofía. Todo esto indica que levantar un mapa no fue nunca fácil.
* Estudió Historia en la Pontificia Universidad Católica de Quito. Realizó sus estudios de especialización en Balti-
more, Boston y en Forham University en New York. Actualmente es investigador y catedrático en la Universidad
Internacional del Ecuador. Ha efectuado varios trabajos, sobre todo en el campo de la cartografía, llevando a cabo
publicaciones cartográficas, entre las que destacan los primeros mapas de la Amazonía. Es especialista en Pedro
Vicente Maldonado. También se ha dedicado al estudio especializado de la historia humana de las islas Galápagos
y de la Amazonía, áreas sobre las cuales tiene varias publicaciones.
44 O c t a v i o L a t o r r e T. • E L P R I M E R R E T R AT O D E L A P AT R I A . E L M A P A D E M A L D O N A D O
• Los griegos fueron los primeros que plantearon y luego resolvieron muchos de los
problemas de cartografía y cálculos terrestres, la forma y dimensión de la tierra,
(plana, semiplana o redonda), la inclinación de la elipsis, la ubicación del norte, etc.
Es admirable cómo Hiparco, Tales de Mileto, Anaximandro, Pitágoras, Eratóstenes,
Tolomeo de Alejandría pudieron calcular con bastante exactitud la dimensión de la
tierra, la elipsis y aun levantar mapas todavía deformes, pero bastante aceptables.
• Otro problema, ¿cómo presentar un país o la superficie esférica del mundo, en una
carta plana?. Parecía como querer presentar el círculo cuadrado, pero esto no fue
sino el comienzo.
• Quedaban, sin embargo, problemas complejos que vale pena mencionarlos: ¿cómo
orientarnos y ubicarnos con exactitud en cualquier superficie del globo o en medio
del océano?. La solución fue calcular la ubicación de un punto con relación a los as-
tros, formando un triángulo con el horizonte. Es lo que se llama “tomar las alturas
astronómicas”. Así nacieron los primeros aparatos que no hacían sino calcular los
ángulos, como el astrolabio, la ballestilla, el cuadrante...el sextante. Lógicamente la
geometría ayudó a elaborar tablas cada vez más refinadas que permitían disminuir
los errores de ubicación.
Instrumentos de orientación y
mediciones usados en el siglo
XVIII, en tiempo de Maldonado
y los Académicos Franceses: la
brújula con alidada; el nivelador
con brújula y aliada; el odómetro
para medir las líneas irregulares y
un medidor de ángulos
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 45
La proyección de un mapa parece sencilla, pero la Humanidad tardó varios siglos en re-
solverlo. ¿Puede haber un mapa perfecto, cuando hay que representar una esfera en un
plano?. En cierto modo es imposible. Las deformaciones son inevitables y lo único que se
puede hacer es disminuirlas.
La mejor solución fue inventada por el cartógrafo Mercator, holandés, en 1569, con la fa-
mosa proyección que lleva su nombre. Su genialidad fue imaginar a la tierra, no como una
esfera perfecta sino como un cilindro, en la que disminuía la inevitable distorsión.
La proyección de Mercator o cilíndrica que resolvió el problema de presentar en plano una superficie esférica.
1. Los mapas actuales generalmente se orientan al Norte: la palabra “orientación” señalaba el “Oriente’ que era co-
mún en los primeros siglos, por motivos religiosos (Jerusalén) o por la salida del sol.
46 O c t a v i o L a t o r r e T. • E L P R I M E R R E T R AT O D E L A P AT R I A . E L M A P A D E M A L D O N A D O
Puede sonar fácil ahora, pues solo se trata de medir el movimiento aparente del sol, para
lo cual nosotros usamos un buen reloj, pero en la antigüedad, el único instrumento para
medir las horas era la clepsidra o reloj de arena.
El Rey Felipe II ofreció grandes premios para quien encontrara un método fácil y seguro
de medir la longitud terrestre. La solución provisional dio el sabio Galileo Galilei al usar
el movimiento de los satélites de Júpiter como reloj bastante confiable. Por un siglo se usó
ese método que obligaba a instalar un telescopio y un observatorio astronómico en noches
despejadas. Los académicos franceses usaron este método y debió usarlo Maldonado, pues
la solución definitiva no vino sino veinte años después de la muerte de Maldonado, cuando
el inglés Harrison logró construir cuatro relojes, en la década de 1770, cada uno más con-
fiables que el anterior y que resistían los movimientos del mar.
Con tales dificultades y con aparatos tan primitivos, es admirable que para el final de la
Edad Media los exploradores y navegantes pudieran lanzarse a mundos desconocidos y
levantar muy pronto mapas y cartas de navegación.
El mérito de Maldonado hay que buscarlo más bien en la sed de aprender y de buscar
fuentes de conocimiento, para aplicarlo después al levantamiento del mapa de un territo-
rio nuevo. Estos conocimientos los debió acumular varios años antes de la llegada de los
sabios académicos, quienes le aceptaron como valioso colaborador y versado en el levan-
tamiento de mapas.
Sus estudios, en las instituciones jesuíticas de aquel tiempo, debieron ser, como era cos-
tumbre, de carácter humanista, filosófico y teológico. Por lo que resulta interesante in-
vestigar cual fue la fuente de inspiración para aventurarse en un campo tan desconocido
y complejo como la Geografía y la Cartografía. Tradicionalmente se suele suponer que la
formación de Maldonado en el colegio de Riobamba y en el Seminario de San Luis en Qui-
to, fue inútil y baldía para su perfeccionamiento posterior, pues se doctoró con una tesis
de Lógica y Metafísica que poco provecho le hacía para sus estudios posteriores. Varios
autores sacan la aparente conclusión lógica de que los estudios de nada le sirvieron y que
Maldonado fue un autodidacta.
Aurelio Espinosa Pólit tan conocedor de los efectos de la educación basada en los estudios
clásicos y filosóficos, defiende que éstos, al haber formado una mente analítica y cada vez
más profunda, le prepararon para penetrar e investigar otras ramas de la ciencia incluido
la física y las matemáticas. De hecho, como hemos mencionado, la filosofía griega dio mu-
chas luces para el conocimiento y representación del globo terráqueo.2
Según el investigador Costales, el primer instructor de Pedro Vicente fue su hermano ma-
yor el Presbítero don José Antonio Maldonado y Sotomayor. Maestro de filosofía y doctor
en teología. Había estudiado matemáticas, astronomía, ciencias naturales. Hizo traer de
Londres varios instrumentos científicos para sus estudios y observaciones; fue el profesor
de sus hermanos menores3 en esas materias, en las que descollaría su hermano Pedro Vi-
cente. La afirmación de que el presbítero José Antonio, filósofo y teólogo estaba a la altura
de los científicos de la Misión Geodésica, parece una exageración y no hay documentos que
lo confirmen.
Cuando llegaron los Académicos Franceses, Maldonado no era un aprendiz sino un eru-
dito y le aceptaron como un estrecho colaborador en el trabajo científico. Posteriormente
2. Aurelio Espinosa Pólit, Maldonado, elogio fúnebre...en el bicentenario de la muerte del gran sabio y patriota, Quito,
Temas Ecuatorianos, Vol. VI, 1954.
3. Piedad y Alfredo Costales, Los Maldonado en la Real Audiencia de Quito, Quito, Banco Central del Ecuador, 1987.
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Más probable fue la influencia de los misioneros jesuitas europeos que vinieron a trabajar en
las Misiones de Mainas y pasaban varios meses y aun años de profesores en la Universidad
de San Gregorio en Quito, adjunta al seminario de San Luis donde estudiaba Maldonado y
en donde hizo amistad con algunos de ellos, como vamos a ver.
La tradición de los misioneros jesuitas de Mainas era, no solo de santos, sino también de
verdaderos sabios que habían brillado en las universidades alemanas y de la actual Repú-
blica Checa.
Los primeros mapas consultados debieron indudablemente ser los de Samuel Fritz de 1691
y 1707, el gran misionero de los Omaguas y el defensor de los derechos de España y de
Quito contra las invasiones de los portugueses. El manuscrito de 1691 lo examinó con La
Condamine en La Laguna, a orillas del Guayllaga, la cabecera de las misiones de Mainas.
El superior de las misiones el P. Schindler regaló el mapa a La Condamine quien lo llevó a
Francia y lo entregó a la Biblioteca del Rey, la actual Biblioteca Nacional de París.
La edición de 1707 fue hecha en Quito y es lógico suponer que Maldonado lo examinó con
detenimiento. Se pueden notar numerosos detalles tomados del mismo y también correc-
ciones del curso del Marañón, y el trazado del río Morona que aparece en el mapa de Fritz
como un simple riachuelo.
El compañero del P. Fritz, Enrique Richter tenía fama de ser un sabio geógrafo.
Los misioneros alemanes de Mainas insistían en que los nuevos candidatos para las mi-
siones, trajeran, además de una sólida virtud, todas las habilidades posibles para ser más
útiles en un medio tan desconocido, entre ellos la capacidad de orientación con instrumen-
tos.4
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA
49
Mapa de Samuel Fritz levantado en las selvas del Amazonas en 1691, para defender los derechos de Quito ante las invasiones de los portugueses de Para
50 O c t a v i o L a t o r r e T. • E L P R I M E R R E T R AT O D E L A P AT R I A . E L M A P A D E M A L D O N A D O
Contemporáneos de Maldonado son varios los notables jesuitas cartógrafos que nos de-
jaron mapas de inmenso valor: Carlos Brentano, misionero incansable de Mainas, Pablo
Maroni, Zsuluha, Seintmartoni y el P. Juan de Velasco que nos dejó dos mapas bastante
bien hechos.
La Condamine, habla de la ayuda del mapa del P. Pablo Maroni. Dice así: “Los pormenores
del Ñapo y de sus afluentes se han tomado de un diseño hecho por el Padre Pablo Maroni,
jesuita italiano”.5 Maroni nació en Italia en 1695 y murió en Quito en 1757; Brentano na-
ció en Hungría en 1692 y murió al regresar a Quito en 1752. Maldonado nació en 1703 y
murió en 1750. Los Padres Maroni y Brentano fueron casi contemporáneos de Maldonado.
El hombre que estuvo más cerca y fue amigo, tanto de La Condamine como de Maldonado,
fue el Padre Juan Magnin, misionero suizo, escritor y cartógrafo, que nos dejó un mapa
bastante exacto y con ciertas claves interesantes de lo que debió suceder con la amistad y
colaboración de los misioneros, los Académicos y Pedro Vicente Maldonado.
La amistad de Maldonado con el P. Magnin debió iniciarse en Quito, varios años antes,
probablemente cuando terminaba sus estudios en el Seminario de San Luis, mucho antes
de la llegada de La Condamine, pues de lo contrario no tendría sentido la frase “amigo mío
íntimo como pocos desde antaño”.
El P. Juan Magnin era de Friburgo, Suiza y había llegado a Quito como misionero en 1724.
Su interés era internarse en las selvas del Maynas, pero trabajó en las misiones de Pana-
má, en Mainas y terminó como profesor en la Universidad de San Gregorio en Quito.
Conocemos tres obras de su mano, uno sobre las Misiones de Mainas, otra filosófica sobre
Descartes y el que más nos interesa, su mapa titulado:
“LA PROVINCIA DE QUITO con sus Misiones de Sucumbíos de los Religiosos de S. Francisco
y MA YNAS de los Padres de la Compañía de Jesús a las orillas del gran Río Marañan,
delineado por el P. Juan Magnin de la misma Compañía, misionero en dichas misiones,
1740”7.
4. Las Misiones de Mainas de la Antigua Provincia de Quito de la Compañía de Jesús, a través de las cartas de los
Misioneros Alemanes que en ellas se consagraron a su civilización y evangelización 1685-1757. Quito, 2007.
5. Citado por Carlos M. Larrea, Cartografía Ecuatoriana de los siglos XVI, XVII y XVIII, Quito, 1977, p.45.
6. Carta del P. Magnin a Charles Marie de la Condamine, Citado por Julio Tobar D., Un nuevo mapa de misiones ecua-
torianas, Boletín Academia Nacional de Historia, V. XXXV, No. 85, 1955, p. 82.
7. Juan, Magin, Provincia de Quito y las misiones de Maynas, 1740. Las obras que nos han quedado son. “Descripción
de la Provincia de y Misiones de Mainas en el Reino de Quito”. Biblioteca Aurelio Espinosa Pólit, 1998.- “Descartes
Reformatus”, obra filosófica, inédita. Una nota biográfica del Padre Schindler que había sido su superior en Mainas.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA
51
Mapa del misionero suizo, Juan Magnin de 1740, amigo de Maldonado y de la Condamine
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Se sabe que Juan Magnin entró a las misiones por el Pastaza y Canelos, no sabemos la
fecha exacta, pero probablemente hacia 1735. Según Costales, Maldonado supone que
acompañó al P. Magnin en su primera entrada.
Lo que parece cierto es que en Quito se formó una corriente de estudios científicos y geo-
gráficos alrededor de la Universidad de San Gregorio, aun antes de la llegada de los Aca-
démicos Franceses, en la que Maldonado habría participado.
Por aquellos años llegaba también a Quito otro jesuita italiano, Jean Domenico Coletti au-
tor del “DICCIONARIO HISTÓRICO Y GEOGRÁFICO DE AMERICA MERIDIONAL”, con un
mapa, obra iniciada en Quito y terminada en Italia luego de la expulsión de los jesuitas
de Carlos III (1767), en que aparecen las alturas astronómicas de sitios alejados del país,
como Muisne y que no puede ser obra de una sola persona por más que sea muy dedicado.
No sería de admirar que un dato semejante haya sido de Maldonado y no de Magnin, pues
aquel había trabajado en Esmeraldas.
Esto confirmaría lo que se dijo antes que se formó en la Provincia de Quito un núcleo de
geógrafos y cartógrafos, seguidores o al menos motivados por los trabajos y conversación
de los sabios Misioneros y luego de los Académicos Franceses.
Teniendo tan insignes maestros y aficionados a los estudios liberales, resultaría más bien
extraño que Maldonado no los hubiera aprovechado, pues una de las cualidades más ad-
mirables del sabio riobambeño era su capacidad de buscar y asimilar los conocimientos y
enseñanzas de los visitantes y amigos.
8. Citado por Tobar Donoso, en “Un Nuevo Mapa de Misiones Ecuatorianas”, Boletín de la Academia Nacional de
Historia, N. 85, Enero - Junio de 1955, p. 78.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 53
Como bien dice el General Luis Telmo Paz y Miño, el fundador del Instituto Geográfico Mi-
litar, no se sabe qué más admirar, sus esfuerzos individuales o su ansia de aprender de los
sabios que tenía delante.
El trabajo de Maldonado, para su tiempo, fue tan bien hecho que fue alabado por los cien-
tíficos posteriores y no fue superado sino un siglo y medio más tarde por Teodoro Wolf, en
1892.
El Mapa de Villavicencio de 1858, es decir un siglo más tarde, pese a que utilizó el mapa
de Maldonado, no logró superarle ni siquiera igualarle.
Ya hemos mencionado el concepto laudatorio del Padre Juan de Velasco que debió conocer
al autor y al mapa.
Maldonado no levantó un mapa por el solo celo científico, que ya hubiera sido un mérito
innegable. Con el mismo celo con que emprendió la construcción del Camino de Esmeral-
das para integrar las diversas regiones de la patria. Si hubiera concentrado su atención e
interés en el camino y gobernación de Esmeraldas, habría levantado la carta de su Gober-
nación. Maldonado miraba más lejos y quería presentar la imagen de su patria al mundo,
identificarla y hacerla conocer. Así lo califican varios cartógrafos españoles “que buscaba
ubicar su patria y hacerla conocer en el mundo”.9
Francisco de Requena, gobernador de Mainas a finales del siglo XVIII, señaló la impor-
tancia histórica del mapa, elogiando el ‘’infatigable celo con que procuró de estos países
noticias ciertas e interesantes para darlas a conocer”.
“El monumento más duradero que Maldonado mismo se ha erigido, es, como
ya se ha dicho, su mapa grande del Reino de Quito, mapa que ha servido de
fundamento a los posteriores de Velasco, de la Condamine y de cuantos se
han preocupado de la Geografía del Ecuador, y sobre el cual Humboldt formó
un alto concepto, elogiándolo como uno de los mejores que en su tiempo exis-
tieron de países no europeos”.
Finalmente nuestro historiador Federico González Suárez deja oír su admiración, poco
antes de la aparición del mapa de Wolf:
“Uno de los geógrafos y viajeros fue don Pedro Vicente Maldonado, a quien
debemos la mejor Carta Geográfica que en la antigua presidencia de Quito y
hoy república del Ecuador se haya levantado hasta ahora. Varios mapas de
nuestra República se han trazado después, pero el de Maldonado continúa
siendo todavía, sin disputa, el más completo, el más exacto, el más fiel, el
mejor trazado...”10
El General Luis Telmo Paz y Miño, que tanto había estudiado el mapa de Maldonado, con-
cluye:
10. Las citas están tomadas de Carlos Ortiz, Pedro Vicente Maldonado, Biografía, Quito, Comisión Nacional de Conme-
moraciones Cívicas, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2002.
11. Nelson Gómez, La Misión Geodésica y la Cultura de Quito, Quito, Ediguías, 1987. p. 26
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 55
Posiblemente el juicio de Luis Telmo Paz y Miño sea el más valioso por lo objetivo y com-
pleto, pues incluye el trabajo básico de levantamiento y el de adaptación de los trabajos de
otros sabios, tarea no muy fácil.
Hay con todo una observación sobre el significado del mapa de Maldonado que justifica el
título de este artículo: el “PRIMER RETRATO DE LA PATRIA”.
En el título se indican las fuentes de donde tomó los datos para completar su mapa: la pri-
mera y principal era, lógicamente los trazados de los Académicos a quienes había acompa-
ñado y con quienes había colaborado. Un ejemplo de trabajo de equipo, como pocas veces
se encuentra entre científicos.
Los Académicos habían trabajado principalmente en la Sierra desde la provincia del Carchi
a las cercanías de Loja. Las triangulaciones se iniciaron en las lomas de Mira al norte del
río Chota hasta las cercanías de Loja. Por lo mismo, tanto el mapa de Maldonado como el
de La Condamine - Bouger son bastante más exactos que los de las demás regiones. Por
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esta razón Teodoro Wolf cree que, al menos en esta parte, los mapas de La Condamine y
Maldonado, son iguales.
La segunda fuente fueron los mapas de los Misioneros de Maynas, comenzando por el de
Fritz, del que tomó algunos rasgos, pero mucho más del Padre Magnin, como él mismo lo
indica de la sección junto al curso del Pastaza. Incluye, por lo mismo, los errores del éste,
sobre el de las fuentes de los ríos Morona y Tigre. El primero, supuestamente nace en la
cordillera y su curso medio se le confunde con el Upano.
Las secciones trazadas según sus propias observaciones, además de las regiones hechas
en colaboración con los Académicos, son la región de Canelos y la Gobernación de Esme-
raldas.
Probablemente sus primeros levantamientos astronómicos los hizo cuando acompañó a los
misioneros jesuitas a Canelos. Esta entrada debió ser una verdadera aventura, dada la gran
dificultad de cruzar las pendientes de la cordillera desde Patate y Baños. La carretera actual
nos ha hecho olvidar las tremendas laderas que se precipitan sobre el río Pastaza. Hay una
carta de 1686 de uno de los primeros misioneros alemanes, Enrique Richter, compañero
del P. Fritz de su entrada por esas laderas. En la época de Maldonado, los jesuitas habían
intentado formar una estación de descanso para los misioneros del Pastaza y Amazonas
en uno de los valles junto al río Negro y que podía servir también para aprovisionar a las
misiones con ganado y equipos de trabajo. El proyecto falló por la dificultad de atravesar la
cordillera, pues en 15 años que duró el proyecto, apenas pudieron llevar algunos equipos
y de ganado, solo una vaca y un torete.
No sabemos hasta donde llegó Maldonado, pero por los detalles de su mapa, se puede cal-
cular que llegó por lo menos hasta el Palora y su confluencia con el Pastaza, donde estaba
el primer puesto de misión de los jesuitas. Por su puesto, los ríos y corrientes de agua que
debió cruzar, están incluidos en el mapa, con una nota de que esta región había sido revi-
sada en la segunda entrada en su viaje al Amazonas en 1743.
La sección oriental fue tomada en su mayor parte de los mapas de los misioneros, princi-
palmente del P. Magnin, cuando éste visitaba Quito y luego cuando se encontraron en Borja
y en la Laguna, a orillas del Guallaga.
La provincia de Esmeraldas, donde tanto trabajó y conoció durante la construcción del ca-
mino de penetración desde Quito, fue la más cuidadosamente trabajada, con levantamien-
tos astronómicos a lo largo de costa desde Tumaco hasta Esmeraldas y hacia el interior y
corregida junto con varias regiones de la costa, hasta el año de la grabación en París.
“La mayor parte de las correcciones son ligeras, algunas omisiones han sido
ya tomadas en cuenta. Yo pediré a Ms. De la Haye hacer las correcciones co-
rrespondientes”
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 57
El mapa fue grabado en París en cuatro planchas de cobre y ya integrado y sin márgenes,
mide 1.132 cm. de lago y 77.1 de ancho.
La línea central coincide con el “Meridiano que pasa por la torre de la Merced de la Ciudad
de Quito”, único meridiano del mapa.
Los paralelos a la línea ecuatorial, son dos de latitud norte y seis de latitud sur. La escala
del mapa es de 1: 825,000, aunque resulta algo irregular en algunas regiones. Con tres
escalas gráficas, como los mapas antiguos, de “Leguas Españolas de 17 al grado; las leguas
castellanas de 26 al grado” y “leguas de 20 al grado”.
Las montañas y el terreno siguen el sistema de perspectiva. Las cordilleras y las montañas
están muy trazadas. La proyección parece que es la de Mercator o cilíndrica.
Ya mencionamos que no todas las regiones están igualmente configuradas y dados los
aparatos todavía imperfectos que disponía, se pueden encontrar ciertas inexactitudes si las
comparamos con los mapas modernos. Recordemos que el método para medir la longitud
terrestre todavía no estaba resuelto y las observaciones de los satélites de Júpiter se pres-
taba a inexactitudes.
• El camino de Nono (Noroeste de Quito) a Puerto Quito trabajado por él durante tres
años, del cual, varios sectores han logrado identificar algunos arqueólogos.
• Camino de Daule a Jipijapa. Caminos de penetración a la región oriental:
• Quito - Papallacta - Baeza - Avila - Sucumbíos.
• Baeza - Archidona - Puerto Ñapo
• Ambato - Baños - San José de Canelos - Puerto Bobonaza
• Desde Gonzanamá hasta la orilla izquierda del Guancabamba, En el callejón inte-
randino, solo se mencionan los caminos:
• Chota a Pasto y Popayán
• En Loja, el camino de Loja, Cariamanga, atraviesa la frontera y termina en Piura y
Tumbes.
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Lastimosamente no indica en ninguna parte los límites de la Real Audiencia de Quito y los
de Lima. Hubiera sido de importancia incuestionable y un argumento terminante de los
límites de la patria en el futuro.
Las misiones de Maynas, no fueron simples misiones religiosas, como quieren presentar
algunos historiadores ecuatorianos de última hora, que cuestionan la presencia y, por lo
mismo los derechos del Ecuador al Amazonas. En el Mapa de Maldonado, el Amazonas,
sus afluentes y misiones, se integran a la Real Audiencia de Quito, como Esmeraldas, Rio-
bamba, Guayaquil.
Es difícil rastrear las primeras ediciones del mapa de Maldonado. La más antigua parece
que fue impresa en París en 1750 en blanco y negro, cuya única copia se encontraba en la
biblioteca de Don Isaac Barrera, en Quito. Contiene pequeñas variaciones en el título. ¿Fue
una edición especial o una provisional?.
Las copias enviadas a La Condamine para posibles correcciones de detalles y que reposan
en la Biblioteca Nacional de Paris, parecen indicar que las grabaciones, al menos provisio-
nales, ya estaban hechas y que las conoció Maldonado. La edición oficial que se conoce fue
“sacada a la luz por Orden y a expensas de su majestad, MDCCL”.
El Dr. Honorato Vázquez, nuestro gran defensor de los derechos territoriales en el Arbitraje
Real de Madrid en 1910, gran patriota y admirador de Maldonado, trajo dos copias de una
reimpresión del mapa de 1886, según su nota manuscrita de puño y letra, adquirida en
Madrid en 1907.
Las ediciones posteriores, casi todas han sido hechas en el Instituto Geográfico Militar,
lastimosamente sin fecha. La única particularmente controlada fue la de 1948 supervisada
por el Lic. Raúl Avilés, uno de los hombres que más estudió a Maldonado y cuya biografía
estaba ya casi terminada cuando murió.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 59
La amistad de estos dos hombres y su legado para la patria, es digna de estudio, por su
patriotismo y por sus ideas modernizantes.
Magnin, suizo de nacimiento, ecuatoriano de mente y corazón no solo nos dejó un mapa
de la PROVINCIA DE QUITO, sino que como misionero y profesor de la Universidad de San
Gregorio en Quito, impulsó los estudios geográficos de su nueva patria, e inició la discusión
de nuevas ideas que formarían un ambiente nuevo que se integrarían al proceso de la in-
dependencia. Dictar clases sobre Descartes en medio de una tradición filosófica y teológica
muy conservadora, debió ser una novedad en Quito. El “Cartesius Reformatus”, en que
discute las ideas del filósofo de la “Duda Metódica”, pudo ser el semillero de nuevas ideas
y nuevos cuestionamientos.
La influencia de los Académicos fue grande y los estudios comenzaron a girar sobre las
nuevas ciencias y teorías, como la de Copérnico, la nueva Física, las teorías atomísticas y
estudios experimentales. La expulsión de los Jesuitas por el Rey Carlos III frenó el avance
de las nuevas ideas, aunque algunas semillas de libertad intelectual siguieron en algunos
círculos.12
SUMARIO:
• El testimonio del P. Velasco puede ser el punto de partida para investigar la ruta
científica de nuestro compatriota: “Maldonado presentó en la Corte su excelente
mapa, que como geógrafo había formado del Reyno de Quito, sobre sus propias
observaciones y sobre las de los antiguos y modernos jesuitas. Esta obra que a la
verdad puede llamarse perfecta, se gravó en París, a costa suya, en cuatro láminas
grandes, las cuales mandaron llevar después a las correchuelas de Madrid”.
12. Nelson Gómez, La Misión Geodésica y la Cultura de Quito, Quito, Ediguías, 1987.
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• Obra de un sabio, pero sobre todo de un patriota que buscaba dar al Reyno de Quito
una identidad y hacer conocer a los círculos europeos la realidad de este pedazo
del mundo.
El geógrafo Nelson Gómez sintetiza el valor del mapa de Maldonado: “En la historia de
la cartografía ecuatoriana el mapa de Maldonado - Misión Geodésica será la obra más
brillante y duradera que jamás se haya hecho hasta nuestros días. Esta validez científica
del mapa ha sido restablecida con la cartografía moderna en base a fotografía aérea o
imágenes satelitarias”.13
APÉNDICE I
APÉNDICE II
• “R. Coca que navegó Gonzalo Pizarro y por donde Orellana descubrió el Marañón”
• En la confluencia del Ñapo con el Tutapisco: “ Por aquí Texeira dejó su gente 1638”.
13. Ibíd., p. 26
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 61
• El camino desde la villa de Ibarra hasta Popayán con sus adyacentes, es conforme al
derrotero de Mr. Bouguer y al de D. Miguel de St. Istecan”.
• Junto al río Caquetá: “El gran Caquetá que abaxo es el Orinoco”
• El río Mayo que divide los obispados de Quito y Popayán”.
• “Putu-mayu, río que a su entrada en el Marañón se llama Issa - Paraná”
• Junio al río Mira: “Por aquí corría el camino del Gobernador Justiniano”.
• Entre los ríos Mataje y Bogotá: “Por aquí vive la nación de los Malaguas que se rebeló
antiguamente”.
• En los orígenes del río de las Tórtolas: “Población ignorada que el Gobernador Maldo-
nado vio desde el monte de la Tórtolas el año de 1740 explorando estos ríos”.
• Entre los ríos Tosagua y Puebloviejo de Chone: “Rastros confusos de un camino que por
aquí abrió Ress Zabala”.
• En el río Pastaza antes de la unión con el Bobonaza: “Navegable pero que hasta aquí
ha dificultado en esta parte el conocimiento de este río”.
• Junto al río Pastaza: “ Parte del Pastaza demarcada por la navegación de Don Pedro
Maldonado, hasta su desembocadura en el Marañón”.
• “Guazaga que se navega río arriba hasta la altura de Andoas”.
• Bajo el paralelo 3o: “En este contorno del río Paute estuvo la ciudad de Logroño, des-
truida por los Xíbaros en el siglo pasado:.
• Sobre el paralelo 4o “El curso del río Morona, desde macas para abaxo y el del río de
St. Yago son sacados de un mapa particular, manuscrito del P. Magnin, Jes. Miss. que
fue en Maynas”.
Bibliografía
Fuentes secundarias
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“Descubridores Jesuitas del Amazonas”, Revista de Indias. No1 Sevilla, 1940.
Brown, Lloyd,
The Story of Maps. Dover Publ. New York. 1977
Coleti, Giandomenico,
Diccionario Histórico - Geográfico de la América Meridional (1771), Venecia, Trad. y Reedic. Ban-
co de la República, Bogotá, 1975
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Los Maldonado en la Real Audiencia de Quito, Quito, Banco Central del Ecuador, 1987.
Gómez, Nelson,
La Misión Geodésica y la Cultura de Quito, Quito, Ediguías, 1987.
La Condamine, Charles,
Viaje a la América Meridional por el río de las Amazonas (1745), Quito, Abya-Yala. 1993.
Larrea, Carlos Manuel,
Cartografía Ecuatoriana de los siglos XVI, XVII y XVIII, Quito, 1977.
Latorre, Octavio,
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seo del Banco Central, 1988.
62 O c t a v i o L a t o r r e T. • E L P R I M E R R E T R AT O D E L A P AT R I A . E L M A P A D E M A L D O N A D O
Magnin, Juan,
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Paz y Miño, Luis Telmo,
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Tobar Donoso, Julio,
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Vol. XXXV. No. 85. Enero – junio, 1954.
Wolf, Teodoro,
Geografía y Geología del Ecuador, Leipsig -Brockhaus, Tipografía 1892
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 63
Como punto de partida debo precisar que “Precursor” es aquella persona que se adelanta
a algo. Por eso se puede decir que Eugenio Espejo es un precursor. No es un autor directo
del 10 de Agosto de 1809. No, es la persona que está antes, que siembra las semillas y pone
las bases para que esto suceda después. De lo contrario ya no sería precursor, sería autor
de la gesta libertaria. Todas las personas que de alguna manera trabajaron desde 40 años
antes aproximadamente para que se diera el famoso grito del 10 de Agosto son precursores
y el más importante es Eugenio Espejo. Y eso se puede probar de varias maneras. En esto
habría cuatro puntos que se podría mencionar.
Uno, la labor crítica de Espejo en cuanto a la realidad social, económica, cultural, política
del Reino de Quito. Dos, su actividad ya sea preparando la independencia, que se ve – y
esto es importantísimo, lo podremos ampliar después – en las acusaciones que contra él se
dieron desde 1795 en adelante. Tres, el grupo de personas que dirigen el movimiento del
10 de agosto son amigos, discípulos muy cercanos a Eugenio Espejo, muy cercanos, tene-
mos una lista que se podría desarrollar y analizar. Y cuatro, lo que acabo de mencionar,
Eugenio Espejo – se sabe por documentación de la época – envió cartas sobre estos temas
a otros lugares de América, sobre todo, lo sabemos, a Bogotá y Caracas, tal vez también
a Lima. De tal manera, que estos son cuatro motivos para decir que Eugenio Espejo es
auténticamente un precursor de nuestra Independencia. No un actor, un precursor. El que
prepara los caminos. El que abre la trocha.
Es cierto que en los últimos años se le ha negado a Espejo ese atributo. Con todo el respeto
que tengo por el Padre Jorge Villalba, sacerdote jesuita, ilustre maestro de la Universidad
Católica, gran historiador, lleno de méritos, él presenta el juicio que se hizo a Espejo en
Bogotá, sobre el asunto de la Golilla y como Espejo fue absuelto, concluye que por consi-
guiente no es precursor. Pero yo pienso que al Padre Villalba justamente le faltó conocer
toda la otra documentación que nos indica lo contrario. Otra persona que también dice
que Eugenio Espejo no fue precursor es Claudio Mena en un libro que publicó sobre el 10
* Doctor en Filosofía. Estudió en las Universidades Católica de Valparaíso, Santiago, Quito y en Münster. Individuo
de Número de la Academia Nacional de Historia del Ecuador, de la Academia Ecuatoriana de Historia Eclesiástica,
Miembro correspondiente de la Real Academia Española de la Historia. Fue Profesor principal de la Pontificia Uni-
versidad Católica del Ecuador por más de dos décadas. En la actualidad es profesor de la Universidad San Francisco
de Quito.
Entre sus publicaciones destacan: Eugenio Espejo, Precursor de la Independencia, “Eugenio Espejo y su tiempo”,
“Eugenio Espejo Filósofo”, “La defensa de los Curas de Riobamba de Eugenio Espejo” y varios artículos. Se le con-
sidera uno de los más prestigiosos especialistas de la figura de Espejo.
68 Carlos Freile Granizo • BREVES REFLEXIONES SOBRE EUGENIO ESPEJO, EL PRECURSOR
Federico González Suárez afirma con toda claridad que Eugenio Espejo fue precursor.
Lo dice expresamente. Pero, de manera lamentable, para probar que Eugenio Espejo fue
precursor, cita unas acusaciones que se dijeron como promotor de la Independencia y del
descontento, no contra Eugenio Espejo, sino contra su hermano Juan Pablo. Y esa equivo-
cación la han mantenido muchos historiadores hasta hace pocos años. De tal manera que,
y el modo es interesante, dicen: “Vamos a demostrar que Eugenio Espejo es precursor” y
citan las declaraciones de Juan Pablo. Ahí hay un error grave de metodología en la inves-
tigación histórica. Por consiguiente, tenemos ahora que reconocer que Eugenio Espejo fue
precursor, por lo que se dijo de él en su tiempo y que Juan Pablo también fue precursor. No
quitarle a Juan Pablo su categoría para dársela a Eugenio con palabras que son de Juan
Pablo.
Nosotros podemos demostrar con documentos sobre la mesa que la colaboración entre
ambos hermanos es real. No solamente una lucubración más sobre la familia unida, lo
mucho que se querían... Claro que se querían mucho, de hecho Eugenio Espejo, en varias
de sus cartas, expresa ese amor fraternal y filial. Manuela también demuestra su vincula-
ción con sus hermanos, a Eugenio le llama prácticamente su segundo padre. Y nosotros
tenemos documentación que señala que la colaboración entre Juan Pablo y Eugenio fue
cercanísima.
Primero, Eugenio escribió sermones para que los pronuncie su hermano, que era sacerdo-
te, tanto aquí, el sermón de Santa Rosa, como en Riobamba, los famosos sermones sobre
San Pedro. En segundo lugar, la publicación de las “Primicias de la Cultura de Quito”, he-
cha por Eugenio, no hubiera sido posible sin la colaboración de Juan Pablo. Este compuso
la imprenta que trajeron los jesuitas y que estaba prácticamente en desuso, fundió nuevos
tipos para imprimir el primer periódico de nuestro país, tan es así que quedó enfermo
como secuela de los vapores de plomo para la fundición de los tipos. En tercer lugar, está
demostrado que estuvo muy cerca en la famosa colocación de las banderitas de tafetán co-
lorado en Quito, en las cruces, que todo el mundo recuerda. Entre uno y otro hermano hay
una gran colaboración. Cuando Juan Pablo dice sus cosas, también le meten preso a Euge-
nio, y eso es verdad. Cuando viaja Eugenio a Santa Fe de Bogotá van los dos hermanos y se
quedan allá cerca de dos años. No hay que tener ninguna duda de que eran dos hermanos
que vivían muy, muy cerca. Además, las declaraciones de Juan Pablo, sus acciones ya en el
10 de Agosto, su colaboración con la Junta Soberana, fue capellán de las tropas libertarias,
cuando vino Sucre también ayudó con plata y persona a las tropas en Chillogallo, dándoles
vituallas, todo demuestra sus ideales libertarios. De tal manera que la actuación de ambos
hermanos es consecuente con sus ideas y se ve que es la misma.
En conclusión: los dos son precursores y Juan Pablo también llega a ser prócer. Estuvo
preso, estuvo desterrado al Cuzco, le mandaron a Guayaquil con 25 libras de cadenas en
los pies. De tal manera que sí, él sí es un prócer activo en la Independencia.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 69
La labor crítica de Espejo, que mencioné al inicio, se concreta en diferentes obras, desde
las primeras, a partir del “Nuevo Luciano de Quito o Despertador de los ingenios quite-
ños”. No hay que olvidarse de esta segunda parte del título, “Despertador de los ingenios
quiteños”. Espejo quiere despertar a los quiteños que estaban dormidos, por eso el nombre
“Nuevo Luciano”, no solo porque es forma de diálogo, como se ha dicho, sino porque la
palabra Luciano trae a la memoria la palabra Luz, la luz nos despierta.
Bien, en estas obras que Philip Astuto, famoso investigador norteamericano, ha llamado
obras pedagógicas, hace la primera crítica: a la cultura y a la pedagogía y enseñanza que se
daban en nuestro medio para indicar que hay que cambiarlas de manera radical si quere-
mos progresar. Luego escribe una serie de obras de carácter socio económico. Las más im-
portantes son: la “Defensa de los curas de Riobamba”, la “Reflexión acerca de las viruelas”
y las dos obras sobre la quina: “Memorias sobre el corte de Quina” y “Voto de un ministro
togado”. En estas obras, Eugenio Espejo hace una crítica a la situación social y económica
de la Presidencia de Quito. Por ejemplo, en la “Defensa de los curas de Riobamba” no se
limita a defender a los curas de la acusación que hizo un cobrador de tributos, de que los
curas por hacer demasiadas fiestas, empobrecían a los indios. Espejo dice que eso no es
cierto, pero que sí es cierto que los cobradores de tributos cobran más, cobran el doble,
cobran de manera injusta de tal manera que ellos son los responsables de que los indios
sean pobres. Para decir eso hace un análisis profundo, inteligentísimo, de la economía del
Reino de Quito, la agricultura, la minería, el comercio, la industria. Y la consecuencia es
clarísima: todo está mal manejado, todo podría mejorar.
Igual pasa en su estudio sobre las viruelas. Es un análisis de las viruelas pero también es
un análisis de la situación social, de la salud pública en la ciudad. En el análisis del corte de
la quina no se limita a dar soluciones concretas a ese problema, va más allá. Este segundo
grupo de obras críticas abre más los ojos a los quiteños. Y el tercer grupo está compuesto
por las obras religiosas, teológicas en las cuales también Espejo manifiesta realmente ser
muy versado, un conocimiento profundísimo de los asuntos de la fe católica. Pero siempre
aprovecha para fustigar los vicios, la inmoralidad de unos y de otros. No es que diga que
todo el mundo es corrupto o inmoral, pero en los casos en que se da esa inmoralidad, pues
la corrige, la denuncia. Critica los diferentes aspectos de la sociedad que deben cambiar.
Él no lo expresa de manera clara en sus obras, pero por lo que dijeron de él - lo veremos
más tarde – sabemos que lo insinuó de viva voz. Y segundo, porque como ya dije, los que
hacen la independencia son sus discípulos; ellos llegan a la conclusión inevitable: quere-
mos una reforma educativa, eso no se puede porque requiere de una voluntad política;
queremos una reforma económica, no se puede porque requiere una voluntad política;
queremos una reforma social y moral, no se puede porque requiere una voluntad política.
Moraleja, consecuencia clarísima para cualquier persona con un mínimo de entendimien-
to: hay que cambiar la política, en última instancia, cambiar el régimen, no digamos tal vez
ser independientes de España, a lo mejor eso no estaba tan maduro todavía aunque pienso
que en la mente de Eugenio Espejo y de Juan Pablo sí, en la de muchos otros no – pero
en todo caso dependiendo de España, pero con un gobierno que sea ya nuestro, que esté
en nuestras manos. De tal manera que estas obras de Espejo sin proclamar directamente
la independencia son la semilla de lo que llamamos alguna vez, con Carlos Paladines y
Samuel Guerra, la conciencia crítica de nuestro país.
70 Carlos Freile Granizo • BREVES REFLEXIONES SOBRE EUGENIO ESPEJO, EL PRECURSOR
De paso sostengo que esa obra, “Eugenio Espejo, Conciencia Crítica de su Época”, editada
en 1978, me parece a mí fundamental por los artículos de Paladines y Guerra, debería
reeditarse.
Si damos un paso más podremos ver que Espejo sí se mostró activo por la independencia
y esto se puede ver en documentación que hemos sacado a luz y que proviene en primer
lugar de algunos problemas que tuvo Juan Pablo Espejo con un sacerdote llamado Luis
Andramuño. Pero también del juicio que Manuela Espejo puso al presidente saliente de
la Audiencia, Luis Muñoz de Guzmán, acusándolo del asesinato de Eugenio. En ese juicio
se expresa con toda claridad lo que las autoridades españolas pensaban sobre Eugenio
Espejo.
Volvamos al primer asunto: las acusaciones de una antigua amiga de Juan Pablo que no
están en el juicio que acabo de mencionar, ya se conocían, por lo menos en parte. En
segundo lugar, las acusaciones de ese sacerdote enemigo de Juan Pablo Espejo por razones
de cargos y presupuestarias. Juan Pablo, y eso indica también el prestigio que tenía en
nuestro medio, era capellán de la Real Audiencia, un cargo importantísimo primero por el
honor que significaba y segundo por el estipendio con que contaba, el otro quiere quedarse
con ese cargo y le acusa y saca a luz una serie de cosas contra los dos. Tercero, el juicio
de Manuela Espejo. En él, Jerónimo Pizana, abogado defensor de su tío, el presidente
Luis Muñoz de Guzmán, saca a colación todas las acusaciones que se fueron dando contra
Eugenio Espejo, por ejemplo, que quería la independencia, un gobierno diferente, eliminar
la monarquía de nuestro medio. De tal manera que la percepción de las autoridades sobre
la “culpabilidad” de Espejo es clarísima.
Debemos leer lo que dice Luis Andramuño, presbítero, en una carta que manda al Rey el
21 de febrero de 1797: “Don Juan Pablo Espejo domiciliario de este obispado en una con-
versación sediciosa con cierta mujer manifestando nada menos que su espíritu de rebelión
declarada y un loco deseo de independencia en este Reino, designios que confidencial-
mente descubrió tenían él y su difunto hermano Eugenio Espejo, médico de profesión, eran
sublevarse contra el vasallaje debido a vuestra majestad en estos dominios, establecer en
ellos un gobierno republicano, democrático...” La cita es textual.
No hay discusión posible sobre este proyecto: establecer aquí un gobierno republicano y
democrático. En 1794 hablar de un gobierno republicano y democrático significaba sin
lugar a dudas un gobierno en el cual todos los habitantes del país tuvieran representa-
tividad en el gobierno. Esa vieja teoría española de que la soberanía no radica en el Rey
directamente sino en el pueblo, lo menciona el famoso filósofo Francisco Suárez es la que
toman nuestros próceres, es la que está detrás de estos planes. Se plantea 15 años antes
del 10 de Agosto.
Recordemos que en 1765, en la famosa revolución de los barrios de Quito, que nosotros
conocemos como la Revolución de los Estancos, que tuvo gran protagonismo de nuestros
jóvenes, la gente gritaba “Viva el Rey, abajo el mal gobierno”. El Rey todavía quedaba in-
cólume, pero, el mal gobierno no. Poco tiempo después ya para 1790 y tantos recordemos
que en Cuenca se gritaba “a vivir o morir sin rey, preparémonos valeroso vecindario”. Se
da un proceso. En esto influye toda una dinámica interna de crisis económica en la región
central y norteña del Reino de Quito, de autoestima de los quiteños, “la valoración de lo
propio” que decía Samuel Guerra en uno de sus libros. Influyen también los elementos ex-
ternos. Para mi criterio tiene una gran importancia la revolución norteamericana, más que
la francesa. Y como acabo de mencionar la tradición jurídica española. Se da una serie de
factores que inciden la preparación de la tierra para la semilla, para que la semilla después
fructifique.
En referencia al otro punto que mencioné, el protagonismo de las personas vinculadas con
Espejo en el 10 de agosto, podemos, sin agotar todos los personajes, amigos, discípulos,
que después participaron en la Junta Soberana de 1809, mencionar a algunos: Juan Pío
Montúfar y Larrea, Presidente de la Primera Junta, amigo cordialísimo, muy cercano, de
Espejo, viajaron juntos a Bogotá; Jacinto Sánchez de Orellana, marqués de Villa Orellana,
miembro de la Sociedad Patriótica, diputado del barrio de San Roque; Juan de Larrea
y Guerrero, de familia muy vinculada a Espejo, también de la Sociedad Patriótica; Juan
Salinas, uno de los enjuiciados por los pasquines de 1794; José Javier Ascázubi Matheu,
miembro de la Sociedad Patriótica, paciente de Eugenio Espejo como médico; Pedro Qui-
ñones y Cienfuegos, miembro de la Sociedad Patriótica, maestro de José Mejía, el esposo
de Manuela Espejo; Mariano Menizalde, amigo de Eugenio y Juan Pablo Espejo, defensor
de Ciro de Vida y Torres contra María Chiriboga, enemiga de Eugenio Espejo; Juan de Dios
Morales, el gran ideólogo tal vez de la gesta del 10 de Agosto, amigo de Eugenio Espejo y
de Juan Pablo, defensor de éste en el juicio por las declaraciones de la Navarrete; Luis Qui-
jano abogado de Manuela en el juicio contra Luis Muñoz de Guzmán; Mariano Villalobos,
amigo y colaborador de Espejo en el bullado asunto de las banderitas; Joaquín Rodríguez,
compañero de estudios de Espejo; Miguel Antonio Rodríguez, hijo del anterior, sacerdote
que tradujo en nuestro medio los derechos del hombre y del ciudadano, autor del “Pacto
Solemne” de 1812; y para terminar, el propio Juan Pablo, su hermano. Tenemos aquí 13
personajes que hemos contado a ojo de buen cubero, sin profundizar demasiado. Habrá
72 Carlos Freile Granizo • BREVES REFLEXIONES SOBRE EUGENIO ESPEJO, EL PRECURSOR
muchos más, por eso es que Joaquín Molina, el Presidente de la Audiencia en 1813 decía
que los actores de la Junta Soberana son herederos de las ideas de un antiguo vecino lla-
mado Espejo. De tal manera que la relación entre Espejo y el 10 de agosto es innegable.
Sobre Don Juan Pío Montúfar y Larrea, Marqués de Selva Alegre se ha escrito mucho, acu-
sándolo de traidor, de haber sido totalmente incapaz de dirigir la Junta, de que no quería la
independencia. Yo pienso que es comprensible que un hombre tenga dudas, vacilaciones,
no todos tienen una voluntad férrea, sin ninguna pequeña claudicación de principio a fin.
Los grandes héroes olímpicos para mí no existen, todos tenemos debilidades. Para mi cri-
terio, el hecho de que Juan Pío Montúfar y Larrea hubiera sido acusado de traidor al Rey
aquí dentro de nuestro país, por el fiscal y luego que en el Archivo General de Indias haya
un documento en el cual el fiscal del Consejo General de Indias presenta 16 razones por
las cuales Juan Pío Montúfar debe ser declarado traidor al Rey, demuestra que el marqués
al final se comprometió con el movimiento patriota. Fue pues un insurgente completo. 16
razones da el fiscal. Lamentablemente no puedo citar ahora ese documento porque cuando
pedí copia al Archivo de Indias se saltaron por alguna razón secretarial esos párrafos. Pero
son 16 razones, tan es así que después fue desterrado y murió cerca de Sevilla, en Alcalá
del Guadaira, pobre y olvidado.
No olvidemos que en el bando contrario no siempre se obró con honestidad y decencia. Sa-
bemos que el conde Ruiz de Castilla se portó felón, traidor, y eso lo captó perfectamente el
pueblo de Quito. Aquí no hablamos de un análisis jurídico del proceso contra los próceres
sino de la conducta personal. El pueblo con la intuición que se dice tiene, enseguida iden-
tificó a Ruiz de Castilla como un traidor: no cumplió con su palabra. Por eso murió como
murió, asesinado.
Otro prócer al que podemos recordar es al capitán Juan Salinas, quien ya actuó junto con
Mariano Villalobos, en la colocación de las banderitas en 1794. Se ve que él estaba cerca
de esa visión libertaria de Eugenio Espejo. Y fue actor principal en la Primera Junta. Si
no hubiera sido por él, se dice en un documento de uno de los fiscales, no habría pasado
nada porque él es el que se encargó de arengar a la tropa, de hablar con la oficialidad, de
tal manera que él les ganó para la causa de la Junta Soberana y los realistas no pudieron
hacer nada. Él, que era un oficial no digamos anciano, pero ya adulto, con gran prestigio
en la tropa, él les convenció y murió, como todo el mundo sabe, el 2 de Agosto asesinado
de la manera más cobarde.
Ellos actuaron más o menos desde 1791 hasta 1792 en cuanto a Sociedad Patriótica, por-
que lamentablemente el Rey de España con esas posturas centralistas y absurdas, como
no se había pedido permiso antes para la fundación de la Sociedad Patriótica y porque los
estatutos de la Sociedad Patriótica fueron elaborados por Eugenio Espejo y no copiaban
casi servilmente los estatutos de la Sociedad Económica de Madrid como hacían las otras
sociedades para evitar problemas, el Rey de España la clausuró. De tal manera que todo
un proyecto que hubiera sido formidable para el desarrollo de nuestro país, se suspendió.
Solamente dos pequeños datos. Recordemos que don Miguel Jijón y León, miembro de la
Sociedad Patriótica, instaló una nueva fábrica de porcelanas finas en Latacunga y había
tenido material y maquinaria para una fábrica de objetos de carey en Ibarra. De tal manera
que ya se habían iniciado acciones para mejorar la situación de nuestro país, sin hablar
de los nuevos telares, la iniciativa para la comercialización de la cabuya, para mejorar la
extracción de la quina, una lotería nacional, etc., etc.
Sobre las relaciones con otras ciudades de la América Española, en primer lugar digamos
que Eugenio Espejo estuvo en Bogotá, cuando viajó con el marqués de Selva Alegre y se
puso en contacto con Antonio Nariño y Antonio Zea. Hay que recordar una cosa importan-
te: de los tres el mayor era Eugenio Espejo, el que ya se había formado intelectualmente, el
que había leído, el que había estado en contacto con las ideas europeas, es pues evidente
que fue él quien influyó en los dos jóvenes y no al contrario, como se ha afirmado sin crí-
tica.
Al regresar de ese viaje le nombraron bibliotecario porque era el más asiduo lector de la
biblioteca de los jesuitas. Y en esa biblioteca estaban las obras que cité, de grandes escri-
tores, políticos como Locke, como Hobbes, como Victoria, como Suárez y otros más. De tal
manera que mi tesis es que quien influye en Nariño es Espejo y no al revés.
Porque es mucho más fácil que influya el hombre maduro con una forma de pensamiento
ya estructurada en el joven que está recién formándose, que al revés. Eso por un lado. Por
otro lado, estando ya aquí después de regresar de Santa Fe de Bogotá, Fray Esteban Mos-
quera, un religioso que era amigo de Eugenio Espejo y después escribió una carta desde
Pasto alertando a las autoridades de que Eugenio Espejo y Juan Pablo estaban escribiendo
cartas a otros lugares de América, que había testimonios de un señor Tomás de Santa Cruz
y de otros, de que Eugenio y Juan Pablo mandaban cartas para preparar a la gente a ese
movimiento futuro.
González Suárez dice que en esas cartas se planificaba una sublevación general en toda
la América española el mismo día a la misma hora en todas partes, de tal manera que
los españoles no habrían podido reaccionar y someter a los rebeldes. Lamentablemente,
González Suárez no cita la fuente, no cita dónde está ese documento. Yo quiero decir con
toda claridad que le creo a González Suárez, me parece que era un hombre honesto, no
estoy de acuerdo con todo lo que dice, no estoy de acuerdo con todas sus interpretaciones
de la historia, lo cual me parece normal, pero que fue un hombre con una honestidad a
prueba de fuego no hay duda. Por consiguiente, si él dice que había un plan para que se
levanten en armas contra el poder español todas las colonias al mismo tiempo es que él lo
leyó, lamentablemente el documento no lo hemos encontrado, ¿estará tal vez en Bogotá
dentro de la miscelánea del Archivo Histórico de Bogotá? ¿Estará en el Archivo General
74 Carlos Freile Granizo • BREVES REFLEXIONES SOBRE EUGENIO ESPEJO, EL PRECURSOR
De Joaquín Rodríguez sabemos que con Espejo fueron compañeros de estudios y fueron
amigos toda su vida, muy cercanos. Después se pierde un poco la trayectoria de Joaquín,
pero reaparece el 10 de Agosto. Reaparece él y su hijo, Miguel Antonio Rodríguez como
participantes muy activos en la formación de la Junta y en la formación de los diferentes
grupos de vecinos para la votación para la elección de los diputados. Y esto se puede com-
probar también porque fue severamente castigado por Toribio Montes.
Montes cuando llega a Quito, como “Pacificador”, no tuvo ningún empacho en castigar a
todos los que tenían algún problema en relación con el respeto a la autoridad. Y en segundo
lugar, esto también se demuestra por la actuación de su hijo Miguel Antonio Rodríguez,
aquí si podríamos decir “de tal palo, tal astilla”, porque Miguel Antonio Rodríguez va mucho
más allá que su padre. Toma la posta y da varios pasos más. Uno de ellos la traducción de
la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano”. Otro, el haber pronunciado la
oración fúnebre por los mártires del 2 de Agosto. Y tercero, el haber elaborado el proyecto
vencedor para la constitución del Estado de Quito de 1812. Miguel Antonio Rodríguez fue
después desterrado a Filipinas y regresó lamentablemente muy maltrecho, enfermo y por
eso Roberto Andrade dice que al regresar no tuvo ningún papel, murió oscuramente. No
fue a pasar en Filipinas en el mejor palacio, sino lamentablemente en tugurios, en pueblos
miserables, y en la misma cárcel. Hay una vinculación muy grande entre los Rodríguez,
Eugenio Espejo y la Independencia.
Sobre Manuela, la hermana, después casada con José Mejía, en los últimos años se han
dicho muchas cosas no siempre amparadas en documentación de la época. Alguien me po-
drá acusar de lo que decía Carlos Marx de que yo tengo un fetichismo por los documentos,
pero sí quiero decir una cosa: no se puede hablar de algo sin basarse en un fundamento
documental, aunque fuera una simple tradición pero que tenga documentación más o me-
nos coetánea. Por ejemplo, yo puedo aceptar lo que me cuenta mi abuelo sobre algo, si es
que ese abuelo o fue testigo del acontecimiento, o su padre fue testigo y lo contó. Pero yo
no puedo aceptar que mi abuelo diga por ejemplo, me estoy inventando, sí Manuela Espejo
tenía una tertulia en Quito, porque mi abuelo no tenía ninguna constancia de que había
sido así; podía ser también algo inventado a lo largo de los años. Entonces, hay que tener
cuidado sobre lo que se dice sobre Manuela Espejo.
Ahora, ¿por qué José Mejía se casó con Manuela Espejo, siendo ella veinte y pico de años
mayor que él? ¿Se casó simplemente por tener acceso a los pocos libros que dejó Eugenio
Espejo cuando murió? Me parece que esa es una explicación inexacta porque Manuela
Espejo prácticamente había perdido los bienes que tenía para ayudar a Eugenio. Había
gastado lo que había heredado de sus padres en sus defensas, en sus juicios, en sus viajes
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 75
a Riobamba donde vivió un tiempo - dos veces estuvo allá - y a Bogotá. De tal manera que
Mejía no se casó por lo que decían aquellos “la vieja Espejo, por la plata”.
No había la plata. Tenían algo. No eran pobres de medio. Tenían una casa en la calle
Maldonado actual, tenía una buena profesión, tenía libros, etc. Entonces no se casó por
eso. Yo me imagino que se habrá casado por la personalidad de Manuela. Algo habrá
tenido esta mujer para que un joven veinte y pico años menor se case con ella. Eso hace
pensar que tendría ella alguna característica especial, pero no hay seguridad. En segundo
lugar, ella se muestra siempre muy devota de su hermano Eugenio. Cuando pone el juicio
de asesinato contra Luis Muñoz de Guzmán, con el apoyo de su marido, José Mejía, ahí se
ve el profundo afecto que tenía Manuela por su hermano. Y hace realmente unas apologías
dignas de ser conocidas por todos los ecuatorianos.
Tengo yo la dicha de ser quien publicó estas cosas, de hecho yo escogí este tema para
mi incorporación a la Academia de la Historia “La visión de Manuela Espejo sobre su
hermano Eugenio”, porque me parecía que era digno rescatar lo que esta mujer decía
de su hermano, tanto como hombre, como intelectual, cuanto como escritor, etc. Aunque
ella sostenía que no había sido traidor al Rey, que había sido siempre un fiel vasallo, lo
que no se contradice con la actividad por la autonomía. Porque además puede ser que
Eugenio Espejo haya hecho estas cosas sin que sepa su hermana para no involucrarla,
precisamente, para que no vaya a parar en la cárcel, con todo el problema que eso hubiera
significado. Manuela Espejo es una gran defensora de su hermano. Además crió un niño.
No sabemos si hijo de Eugenio, porque Eugenio Espejo tuvo dos hijos naturales. Este es
otro. No sabemos si hijo de él. Hijo de ella no, porque ya había pasado la edad. Pero esto
significa también un instinto maternal, protector: cuidar, siendo ella pobre, a un niño, que
no tenía padre. De tal manera que es una mujer -fuera de lo que se pueda decir sin base
documental- una mujer digna de recordar, digna de tener en cuenta, digna de ser puesta
junto a su hermano, también en esta labor anterior a la independencia. En ese proceso
le asesoró Luis Quijano, quien no quería involucrarse por miedo a las represalias de las
autoridades. Al final, Manuela le convence. Además aquí hay un doble juego: Quijano la
defiende porque sabe quién es Manuela Espejo y Manuela le pide que la defienda porque
sabe quién es Quijano, un hombre de bien, de honor, sabio y honesto.
Recapitulo: Con toda honestidad lo digo y estoy convencido, con todas las fuerzas de mi
capacidad intelectual que Eugenio Espejo fue precursor de la Independencia. Y que sus
sufrimientos a lo largo de su vida en parte se debieron a esta realidad. No solamente a las
críticas que hizo a la sociedad y a algunos personajes. Al principio tal vez solo fue por eso
pero después porque las autoridades españolas y muchos realistas sabían que Eugenio
Espejo era el motor de un movimiento subversivo que estaba dándose en Quito desde 1790
aproximadamente.
La acción no era fácil, pues cualquier iniciativa te puede resultar contraproducente porque
confías en alguien para ir preparando este proceso, para llegar al final, y ese alguien re-
sultó un señor poco digno de confianza y te traicionó. Entonces, la construcción es lenta,
recordemos que Luis Andramuño era amigo de Espejo, Esteban Mosquera también y luego
escriben contra él, de manera que no era fácil. Había que andar con mucho cuidado, a ver
en quién se puede confiar, los amigos pueden traicionar.
76 Carlos Freile Granizo • BREVES REFLEXIONES SOBRE EUGENIO ESPEJO, EL PRECURSOR
La familia Espejo trabajó en una cierta dirección; cada uno en su campo, cada uno en lo
suyo, cada uno con su preparación. Pero fue una familia excepcional de la colonia.
Hay una gran verdad en el hecho de que existió un sueño común en los diferentes actores
del proceso. Estos trece nombres que he dado un poco rápidamente reflejan con exactitud
este hecho que quienes estuvieron por la Independencia, desde los tiempos de Eugenio
Espejo no fueron solamente los marqueses para buscar sus privilegios como se ha dicho
muchas veces desde hace algunos años. No fueron tampoco solamente los hombres de
clase media como Morales, Quijano, Villalobos; ni fueron solamente personas – y aquí no
ha salido Pacho el organista, un líder popular- de origen plebeyo, no, cuando se da el 10
de Agosto nos encontramos con personas de todos los niveles sociales. Juan Salinas, por
ejemplo, en una de sus cartas al Conde Ruiz de Castilla, ya después del 10 de Agosto, men-
ciona que la aprobación del Acta de la Junta Soberana fue llenada por la nobleza, por el
Obispo, por los Cabildos y por el populacho. Y en ese entonces el populacho quería decir
no la clase media, sino la clase baja, lo que llamaban la plebe. Eso lo dice Juan Salinas en
una carta que se conoce perfectamente bien, que ha sido publicada por Borrero, por Ponce
Ribadeneira. Salinas mismo no era de clase alta. Entonces, todos estaban involucrados en
esto: clase popular, clase media y clase alta.
Como conclusión: no perdamos de vista este Bicentenario que estamos recordando los
ecuatorianos. Por favor, los ecuatorianos, no solo los quiteños. El 10 de Agosto es una gesta
nacional porque, a pesar de que hubo la abierta oposición –y esto es tema de otra discu-
sión, de otra conversación- hubo oposición en Guayaquil, Cuenca y Popayán, pero también
en esas ciudades hubo gente que estuvo a favor de la Junta Soberana y que sufrió por eso.
Riobamba se presentó favorable, Ambato, Latacunga, Ibarra también. En la Junta Sobera-
na había gente nacida en Popayán, en Charcas, había riobambeños, había de todas partes.
No solamente eran quiteños, una cosa quiteña, no. Las cartas que se mandan ya fundada
la Junta van a todo el país, los ecuatorianos tenemos que recordar este Bicentenario como
ecuatorianos, como país entero.
Tenemos que dejarnos ya de esas pequeñeces regionalistas pueblerinas, con todo respeto a
las demás ciudades de Ecuador (yo soy riobambeño) hay que pensar que esta fue una gesta
nacional, eso en primer lugar. En segundo lugar, tenemos que resaltar siempre de Eugenio
Espejo su compromiso, primero con la verdad, segundo con la justicia, tercero con su pue-
blo. Ese compromiso con la verdad, la justicia y el pueblo tenemos nosotros que repetirlo
ahora cada uno en su propia situación. No podemos vivir de mentiras, no podemos vivir
de injusticias y tampoco podemos apartarnos de lo que nuestro pueblo necesita. No de lo
que a veces el pueblo quiere, que puede estar equivocado. En esto estoy con los ilustrados,
estoy con Eugenio Espejo, que hace falta a veces darles una guía, no reemplazar sus deci-
siones pero si educarlo mejor. Pero, en todo caso, estar con ellos, estar con la gente, estar
con todos. Esta es mi palabra final.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 79
LA GLORIOSA Y TRÁGICA
HISTORIA DE LA INDEPENDENCIA
DE QUITO 1808-1813
Hernán Rodríguez Castelo*
Lo hacemos para todos los lectores del Ecuador y de América -y aun de más allá-, pero,
de modo especial, para los quiteños, que tienen la suerte de vivir en una ciudad que ha
guardado muchos de los lugares donde esos acontecimientos se dieron. Señalamientos en
un plano del tiempo y fotografías de esos sitios constituirán la invitación para un peregri-
naje cívico en el que todos los ciudadanos, pero con mayor fervor niños y jóvenes forjen su
espíritu y lo calienten al rescoldo, aún vivo, de toda esa alta carga de amor a la libertad.
EL FERMENTAR DE UN DESCONTENTO
Hay hilos subterráneos que unen la Revolución de los Estancos que desembocó en la que se
llamó Guerra de Quito con los acontecimientos de 1808 y 1809 -porque la cosa comenzó,
como veremos, a finales del año 8-. Cuanto aproximaba, a pesar del tiempo transcurrido,
los hechos de aquel lejano 1765 con los de agosto de 1809, dieron pie al mayor elogio que
se haya hecho del pueblo quiteño, encomio liberado de la menor sospecha de “patriotis-
mo”, pues quien lo hacía lo que estaba ponderando era, más que virtud alguna, aberración
y felonía.
* Historiador de la literatura ecuatoriana, escritor de literatura infantil y juvenil, periodista, ensayista, crítico de arte,
promotor de la cultura y lingüista. Pertenece a la Academia Ecuatoriana de la Lengua, desde 1971; a la Real Aca-
demia Española de la Lengua, Miembro Correspondiente desde 1975; Academia Nacional de Historia, desde 1990;
Academia Paraguaya de la Lengua. Miembro Correspondiente desde 1998; Academia Estadounidense de la Lengua
Española, 2000.Entre sus obras más importantes se destacan: La Historia de la Literatura de los siglos XVII y XVIII,
sus biografías sobre ecuatorianos ilustres como Benigno Malo, Francisco Javier Aguirre Abad y Manuela Sáenz,
que está por publicarse. En literatura infantil, sus cuentos Caperucito Azul y El Fantasmita de las Gafas Verdes y el
Nuevo Diccionario Crítico de Artistas Plásticos Ecuatorianos.
80 Hernán Rodríguez Castelo
LA GLORIOSA Y TRÁGICA HISTORIA DE LA INDEPENDENCIA DE QUITO 1808-1813
“Una serie no interrumpida de pruebas...”. Es, sin duda, la serie que se venía amarrando
desde los días del alzamiento de los estancos.
Una de las espinas que las autoridades hispanas tenían clavada era que el motín de Quito
había inspirado y hasta orientado el más importante del tiempo en España, el de Esqui-
lache. El 2 de diciembre de 1765 habían llegado a Cádiz, en el Aquiles y La Concepción,
noticias de la rebelión quiteña. El embajador Osun escribía a Choiseul unos días más tarde:
LA NOUVELLE ... CAUSE ICI QUELQUE SENSATION3
Se sabía que el pueblo de Quito había impuesto condiciones para restituir el orden. En car-
ta de enero de 1766, Paolucci, embajador de Módena, informaba que en Quito reinaba ya la
tranquilidad, pero los ministros regios habían tenido que contentarse con las “condiciones
dictadas por el pueblo de Quito”4. Y en el motín contra Esquilache, que estalla en Madrid
en marzo de 1766, el pueblo amotinado lograría del Rey unas Capitulaciones.
Las noticias de Quito y Madrid fueron mecha que encendió otros incendios en América.
Atizó esos fuegos, nunca del todo apagados en Quito, Espejo, el último Espejo, el insurgente.
Sin ese fuego y esa pasión de las gentes quiteñas por ser libres no pueden entenderse ni
valorarse los sucesos de diciembre de 1808 y el 10 de agosto de 1809 y cuanto de ellos se
siguió5.
Ya a finales del siglo XVII una Audiencia hasta entonces próspera se ha ido sumiendo en
incontenible decadencia. Para el comienzo del siglo XIX la situación ha cobrado caracteres
dramáticos. Como informaba reservadamente el presidente Barón de Carondelet al Virrey
de Santa Fe, su miseria era tanta “que no obstante su aplicación a la agricultura y su in-
dustria en la fábrica de paños, bayetas, lienzos de algodón, etc., que no teniendo ya con
que pagar los Reales impuestos y tributos, la mayor parte de ellos se ha visto precisada a
vender sus diamantes, perlas y alhajas, como también la Real Hacienda en vano empren-
dería vender los fundos para cobrar los atrasos, pues que los compradores y fiadores son
tan insolventes como los deudores”6.
Hasta la agricultura, que era la reserva de esa economía atrasada y dependiente, sufría
quebranto. “La agricultura que ministraba una abundante provisión de frutos, se ha atra-
sado tanto que los comestibles son pocos y raros”, se lamentaba otro documento oficial del
tiempo7.
A villas sumidas en la miseria por movimientos sísmicos y rigores del clima se les se-
guía exigiendo violenta y exageradamente contribuciones. En diciembre de 1803, Juan Pío
Montúfar y Manuel de Larrea y Jijón le reclamaban airadamente a Carondelet por los “mal
meditados e injurídicos procedimientos” de un administrador de Rentas de Alcabalas de
Latacunga8 .
5. Meritorio llamar la atención hacia los factores económicos que estuvieron detrás de estos sucesos, como lo ha hecho
Carlos Landázuri, al tenor del criterio dominante en la Nueva Historia del Ecuador, pero sería tan antihistórico
como no atender a estos factores el ignorar o aun minimizar esta pasión quiteña, tan documentada históricamente.
6. Cit. por Neptalí Zúñiga, Montúfar, o el primer Presidente de América revolucionaria, Quito,
Talleres Gráficos Nacionales, 1945, p. 359.
7. “Exposición y solicitud de Miguel Ponce al Presidente de Quito Barón de Carondelet”, 2 de mayo de 1800. Archivo
de la Corte Suprema de Justicia. Cit. por Zúñiga, ob. cit., 359-360.
8. Actuaciones correspondientes al tiempo de la Real Audiencia de Quito, Corte Suprema de Justicia de Quito.
82 Hernán Rodríguez Castelo
LA GLORIOSA Y TRÁGICA HISTORIA DE LA INDEPENDENCIA DE QUITO 1808-1813
toridad del Virreinato limeño. Todo esto podía darse por la escasa atención que prestaba a
Guayaquil el virrey de Santa Fe Amar y Borbón y la codicia con que lo miraba el de Lima,
Abascal y Sousa.
El malestar quiteño por tales recortes de su autoridad se plasmó en reclamo oficial en una
exposición que dirigió a Godoy, el poderoso ministro español, el presidente de la Audiencia
de Quito, Barón de Carondelet, el 21 de julio de 1804, pidiendo que se restituyera a Quito la
plena jurisdicción sobre Maynas y Guayaquil. Y, como medida que evitase en lo futuro tales
recortes de autoridad, reclamaba el ascenso de categoría de la Audiencia, que la indepen-
dizase por completo de los virreinatos vecinos. Proponía que la Presidencia de Quito, así
independiente, fuese elevada a la categoría de Capitanía General -o Audiencia pretorial-.
Esta era, parece, ya antigua aspiración de las oligarquías criollas quiteñas9.
Carondelet atendía a estos malestares de la aristocracia local -con la cual mantenía muy
buenas relaciones-, a la vez que se curaba en salud de lo que pudieran tramar los levan-
tiscos mestizos. Así las órdenes que impartió el 1 de junio de 1803 para que se cumplieran
en el caso de que “acaeciera alguna sedición, o alarma, sea de día, sea de noche” y las
providencias arbitradas por si el Presidente fuera tomado preso10.
Al tiempo que la nueva postura de la autoridad española irritaba a las aristocracias loca-
les, llegaban a la inquieta ciudad noticias de los acontecimientos que hacían tambalear las
testas coronadas europeas. El bloqueo inglés impedía el paso de navíos españoles hacia
América. Pero algo se filtraba. En agosto de 1808 arribó a Cartagena el capitán de fragata
José de Sanllorente, comisionado por la Junta de Sevilla, con noticias de los últimos suce-
sos españoles -del 2 de mayo a la batalla de Bailén-11 y del establecimiento de Juntas en
España, a falta del poder regio, secuestrado por Napoleón.
Esa era la noticia que más impactaba, sin duda: el colapso de la monarquía española, y
ella alentaba ideas autonómicas. América iba a asistir a una cadena de estallidos y pro-
nunciamientos comenzando por las Audiencias donde más habían madurado las ideas de
independencia: Quito y Charcas. La forma viable para esas aspiraciones largamente madu-
radas pareció el establecimiento de juntas soberanas, según el modelo de las peninsulares.
9. Cf. Alberto Muñoz Vernaza, Orígenes de la nacionalidad ecuatoriana, Biblioteca de Historia Ecuatoriana, 8, Qui-
to, Corporación Editora Nacional, 1984, pp. 90-98, y Carlos Landázuri Camacho, “La independencia del Ecuador
(1808-1822)” en Nueva Historia del Ecuador, Independencia y período colombiano, Quito, Corporación Editora
Nacional y Grijalvo, 1983, pp. 90-92.
10. Documentos publicados por Roberto Andrade en su Historia del Ecuador.
11. Noticia trasmitida por Cevallos: Pedro Fermín Cevallos, Resumen de la Historia el Ecuador. Desde su origen hasta
1845, Lima, Imp. del Estado, 1870, 5 tomos. Nos interesa el t. III: 1809-1822. Citamos por la edición contemporá-
nea de más .amplia difusión y fácil acceso, la que hicimos para “Clásicos Ariel”: Guayaquil, Publicaciones educativas
“Ariel”, s.a. (1973), t. 79, p. 39.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 83
LA PRIMERA CONJURA
El primer empeño de constituir una junta para Quito se dio en la Navidad de 1808, en
la casa de hacienda “El Obraje” de Juan Pío Montúfar, marqués de Selva Alegre, en los
Chillos. En la cena en la rica mansión se aprobó un “Plan hipotético” de Salinas -para el
caso de que España fuera tomada por los franceses y Napoleón quisiese invadir América-.
Otro sería, sin embargo, el plan con el que se llegaría a agosto de 1809: el “Plan del nuevo
gobierno”, obra de Morales, y sujeto por Morales, Quiroga y Antonio Ante a la aprobación
de Salinas y otros revolucionarios. De aquella Navidad política se ha escrito que “al retirarse
los invitados la tarde del 25 de diciembre dejaron acordado el proyecto de constituir una
Junta Superior que represente la soberanía del pueblo, aleje y prevenga la dominación
napoleónica y rija los destinos de la Presidencia de Quito”12.
A la autoridad española el caso le pareció grave, y no se engañaba. Esa inquietud que ve-
nía de atrás -y sobre la cual vigilaba celosamente el de Carondelet- se había traducido en
un proyecto político más o menos definido. En el movimiento -cuyos alcances la autoridad
hispana, medrosa y miope, no conocía a ciencia cierta- estaba, como dijera N. Clemente
Ponce, “el verdadero principio de la revolución quiteña” y “el programa que los próceres de
nuestra emancipación plantearon de manera clara y precisamente definida”14.
En marcha ya el proceso ocurrió un suceso pintoresco de esos que hacen dar un giro a la
historia. En los primeros días de abril, cuando el español designado secretario para las
diligencias procesales se dirigía a palacio a dar cuenta al Presidente del estado de la causa,
le fueron arrebatados todos sus legajos. Esos papeles cayeron en manos de todos los otros
conjurados, que por ellos conocieron que los recluidos no habían delatado a nadie. Y en
cuanto a la acusación, toda ella se quedó sin soporte alguno y los prisioneros debieron ser
puestos en libertad.
12. Manuel María Borrero, La Revolución quiteña 1809-1812, Quito, Editorial Espejo, 1962, p. 21
13. N. Clemente Ponce, “Cuatro palabras del editor”, introducción a la publicación del “Alegato de Quiroga”, Memorias
de la Academia Ecuatoriana correspondiente de la Real Español, Quito, 1922, p. 67, nota l.
14. Ibid., p. 63
84 Hernán Rodríguez Castelo
LA GLORIOSA Y TRÁGICA HISTORIA DE LA INDEPENDENCIA DE QUITO 1808-1813
Un tiempo se creyó que esos papeles se habían extraviado o hasta que se los había des-
truido; pero no era Rodríguez de Quiroga quien tal lo sufriese. Tan importantes papeles
“aparecieron en el estudio de Quiroga”, según ese cronista presencial que fue Stevenson.
La publicación del alegato del ideólogo del movimiento no dejaría lugar a dudas sobre la
suerte por ellos corrida.
Parece oportuno volver a Quito, a los meses que precedieron a esa Navidad de 1808 y los
que la siguieron, porque esos acontecimientos a menudo descuidados por quienes se si-
túan directamente en el 10 de agosto del año siguiente, confieren a este pronunciamiento
importantes claves de sentido.
William Bennet Stevenson, refinado viajero inglés, había arribado a las costas de Chile, en
1804, de diecisiete años. Y había comenzado un ascenso hacia el norte, rico de observa-
ciones, datos y reflexiones, que iban decantándose en notas con la inmediatez del cronista
testigo. Preso en Lima ocho meses -por ser inglés y estar España en guerra con Inglaterra-,
liberado con suerte de una acusación ante la Inquisición limeña puesta contra él por un
dominicano, Urriez, conde Ruiz de Castilla, que había sido nombrado Presidente de Quito,
le pidió acompañarlo convertido en su secretario. Y así es como para acá se vino este mag-
nífico cronista, que en los aciagos meses limeños había tenido tiempo de meditar en las
cosas de este mundo nuestro y de perfeccionar su español. Los acontecimientos quiteños
de 1808 a 1811 tendrían, a más de varios otros cronistas locales, un corresponsal extran-
jero. El año 11, cuando ejercía, por nombramiento de la Junta Revolucionaria de Quito, la
gobernación de Esmeraldas, el británico sería hecho prisionero y enviado a Guayaquil, de
donde escaparía para volverse al Perú. Así terminó su período quiteño, que es el que nos
interesa.
Este cronista de privilegiado mirador titula el capítulo XXXI “La revolución de Quito”, y lo
hace arrancar de una función literaria.
Representáronse, por los colegiales de “San Fernando”, cuatro piezas: Cato, Andrómaca,
Zoraida y Araucana. No habían sido elegidas inocentemente. “Todas ellas -ha escrito Ste-
15. William Bennet Stevenson, A Historical and Descriptive Narrative of Twenty Years´Residence in South America...
contains travels in Arauco, Chile, Peru and Colombia; with an account of the revolution, its rise, progress, and re-
sults, London, Robinson & Co, 1825, 3. vls.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 85
Era, seguramente, la Andrómaca de Racine, nueva versión de una rebeldía que había
hecho teatro el revolucionario e iconoclasta Eurípides, en obra de clara tendencia anties-
partana y de condena de la ferocidad de Menelao, un tirano. Y Zoraida era la del español
Nicasio Alvarez de Cienfuegos, patriota ferviente, condenado a muerte por los franceses
en ese mismo 1808 por la valiente tarea cumplida en la “Gaceta” y su participación en el
alzamiento del 2 de mayo17.
Ni el abotagado Conde -“viejo débil, sin talento”, lo ha pintado José Manuel Restreponi sus
áulicos debían saber de las ideas de la Revolución puestas en verso por el famoso poeta.
Pero hasta la intención que había presidido la elección de las obras pasó inadvertida para
las autoridades. Detrás de esa selección -y acaso de la traducción de la Andrómaca- esta-
ban dos personajes que iban a desempeñar papeles protagónicos en los acontecimientos
inminentes: Manuel Rodríguez de Quiroga y Manuel Morales. No habían nacido en Quito:
Rodríguez de Quiroga era oriundo de Chuquisaca18, estaba casado en Quito y, hombre de
letras, ejercía la abogacía con éxito, debido a su elocuencia, y con oposiciones y rechazos
por su índole independiente y brutal franqueza; Morales había nacido en Antioquia19 y
había sido secretario del presidente Carondelet; letrado de nombradía, era gran conocedor
del gobierno y la política imperiales -que se extendía, según Stevenson, a la “comprensión
de las intrigas que proliferaban en la corte española”-; “activo y diligente, ambicioso y tur-
bulento”, lo pintó Pedro Fermín Cevallos.
Así iba madurando la conjura, escondiendo las intenciones levantiscas a las autoridades
-que habían perdido la perspicacia de Carondelet- y mostrándolas a los americanos con vo-
luntad de rebeldía y alertas a lo que pasaba en la Península. Stevenson advirtió que “pese
a que el gobierno evitaba cualquier oportunidad de que la prensa informe al respecto, los
americanos residentes en España por aquel entonces se ocupaban muy activamente en co-
municar a sus amigos la verdadera situación de la Península, de modo que los americanos
por lo general estaban mejor informados de lo que ocurría que lo que estaban los españoles
residentes en América o incluso el mismo gobierno”20.
16. Citamos el libro de Stevenson por la edición de Abya-Yala: Narración histórica y descriptiva de 20 años de residen-
cia en Sudamérica, Traducción de Jorge Gómez. Quito, Abya-Yala, 1994. P. 489.
17. Para Marie-Danielle Demélas se trató de Zaira, la pieza de Voltaire. Cf. La invención política. Bolivia, Ecuador
y Perú en el siglo XIX, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 2003, p. 197. Pero en Stevenson, que fue quien nos
trasmitió esta noticia, está Zoraida.
18. Stevenson lo hace nativo de Arequipa. Para el establecimiento de su ciudad natal, que fue Chuquisaca o Charcas,
véase la parte biográfica en el capítulo dedicado a los Hombres de Agosto.
19. Así Pedro Fermín Cevallos, Ob. cit., “Clásicos Ariel” 79, p. 47. Para Stevenson nació en Mariquita.
20. Stevenson, ob, cit., 489.
86 Hernán Rodríguez Castelo
LA GLORIOSA Y TRÁGICA HISTORIA DE LA INDEPENDENCIA DE QUITO 1808-1813
Todo esto forma parte de la trastienda -el background- de lo resuelto la Navidad aquella en
la hacienda del Marqués. Después se siguió atando cabos, previniendo posibles problemas
y hasta sumando adeptos.
Esto último es lo que casi echa por tierra todos los empeños. En febrero de 1809, el capitán
Juan Salinas, comandante de la infantería de Quito -el militar tan necesario para la planea-
da revolución-, dio a conocer el plan a un fraile mercedario de nombre Andrés Torresano.
Le habló “de un proyecto de las medidas que debían tomarse para asegurar la libertad
e independencia de este Reino, en el futuro e hipotético caso de que la Francia sojuzgue
la Metrópoli, y no quede ninguno que legítimamente suceda al trono del S. D. Fernando
VII”22. Torresano, acaso perplejo, acaso aquejado de escrúpulos, consultó la cosa con otro
mercedario, fray Andrés Polo, y este Polo entrevió que algo perverso se agazapaba detrás
de esa fachada de fidelidad al Rey, y pasó denuncia a José María Peña, y éste, a Manzanos,
asesor general23.
Fue, pues, tomado preso Salinas, y, tras él, el Marqués de Selva Alegre, Morales, Rodríguez
de Quiroga, el cura de Píntag don José Riofrío y Nicolás Peña. “Yo he visto dilacerado el
honor de cinco americanos de lustre, de nacimiento y de circunstancias públicas” -recla-
maría Rodríguez de Quiroga en su Alegato-. Nosotros teníamos noticia de seis. Faltó uno.
¿Cuál? Seguramente Riofrío, a quien por su condición sacerdotal se le habrá excluido de
la orden de prisión.
Para la prisión de los próceres no faltaban motivos. “Don Nicolás de la Peña –ha consigna-
do el dato Jijón y Caamaño- propuso a su primo doctor José Antonio Mena “formar repúbli-
ca en esta provincia”, extinguiendo el gobierno de la Audiencia y creando una Junta”24. Y
había cartas del Marqués de Selva Alegre que alentaban a que sus corresponsales hicieran
en sus sitios lo que había de realizarse en Quito. “Morales –ha escrito el mismo distinguido
historiador- aprobó la carta de Selva Alegre”. Una conclusión se nos impone con nitidez y
es de la mayor importancia histórica.
Llegaron a ella Nicolás Clemente Ponce, en 1909, y Jacinto Jijón, en 1922. Ponce escribió:
“En la conspiración de 1808 se halla el pensamiento genuino con que nuestros padres em-
21. Rocafuerte, A la Nación, Quito, Tipografía de la Escuela de Artes y Oficios, 1908, pp. 237-238.
22. Alegato de Quiroga, cit. en nota 14, Memorias, p 73.
23. Salinas, en su alegato dio esta versión del porqué de la denuncia hecha por Polo: “El caso es, que el enemigo capital
mío, como a V.E. consta, D. Simón Sáenz, abusando de la íntima amistad que él, su hija Dña. Josefa y su marido
el Auditor, tienen con el Padre Polo, siendo éste compadre de ambos, y de su sencillez, contándoles de mi Plan, le
influyeron e hicieron creer era para República, impeliéndolo lo denunciase por tal”. Roberto Andrade, Historia del
Ecuador, T. II. Dos apéndices al Tomo I. Guayaquil, Editores Reed & Reed, s.a., p. 692
24. Jijón y Caamaño, Influencia de Quito, ob. cit. p. 13. de mayo de 1922.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 87
Puestos en prisión los al parecer conjurados, se instauró un proceso secreto, con prácticas
inquisitoriales -las quiteñas, que nunca llegaron a torturas y otros crímenes de lesa huma-
nidad-. “Se acudió a todos los medios para evitar que la gente conociera sobre el estado del
proceso -recordaría Stevenson-; a ninguna persona se le permitió ver a los prisioneros, a
los cuales se les privó de los medios para comunicar a sus amigos sobre los particulares de
su situación; al secretario no se le permitió que tuviera la asistencia de un amanuense”26.
Detrás del apunte se puede ver, del lado de las autoridades, el pánico a que la rebelión
cundiese en la levantisca Quito, y, del lado de la ciudad, el clima de incertidumbre que de-
bía reinar y la ola de rumores que alimentaría las interminables tertulias a que tan afectos
eran los quiteños.
Pieza capital del proceso era el alegato del Dr. Rodríguez de Quiroga, y este estupendo dis-
curso de exaltación del ideario de los revolucionarios ni se perdió ni se lo hizo desaparecer
por comprometedor, como hemos visto. “Esos papeles -dio la primera noticia Stevenson-
llegaron a las manos de Quiroga” y él hizo de su pieza proclama de libertad, “y propagó su
contenido entre las personas que él juzgaba más apropiadas para confiarlos” (el plural por-
que el cronista hablaba de los “fines”)27. Y, a vuelta de todo lo que aquí halla el historiador,
el de la cultura y literatura del tiempo da con un caso ejemplar de publicista y de difusión
de su obra más importante; en cuanto a la recepción, se la puede apreciar, sin duda, por
cuanto acaecería en Quito en los meses siguientes.
El Alegato, muestra de la nueva prosa quiteña, es un soberbio sermón laico. Que nos invita
-y lo exige- a hallar en él lo que fue la filosofía del golpe entonces abortado y que se daría
el 10 de agosto de ese 1809.
América”, y lo resume en “constancia y fidelidad hasta el último extremo con el Sr. Dn.
Fernando VII; y si por desgracia falta éste y no hay sucesor legítimo, independencia de
la América, cualquiera que sea su gobierno”28. Desde la llegada, en agosto de ese mismo
1808, de la Gaceta de Madrid, Rodríguez de Quiroga conocía lo que estaba sucediendo en
España, con una Madrid ocupada por las tropas francesas y hábiles y duras presiones por
el Emperador de los franceses que culminarían el 7 de mayo con la abdicación de Carlos
IV, en cuyas manos había puesto el día anterior Fernando, el hijo y heredero, su propia
abdicación: “He resuelto ceder, como cedo, por el presente todos mis derechos al trono de
las Españas y de las Indias a favor de Su Majestad el Emperador Napoleón”. Tan tremen-
das noticias le hacían ver al perspicaz y ducho intelectual que era Quiroga cuál sería el
lamentable final de ese Príncipe de Asturias al que Napoleón veía como “muy estúpido”.
De allí el curso del Alegato.
La argumentación, brillante, era radical: los monarcas españoles no pudieron por sí -“sin
el consentimiento de los estados generales de la nación en sus cortes”- abdicar el reino.
Tras apoyarse en sólidas autoridades, concluye que “ocupada España por los enemigos,
cesa la dependencia de la América”. Estudia la cesación de reinados y dominios y da un
paso más en sus conclusiones: España, vencida, “deja de ser para ellas (las colonias) la Me-
trópoli, y desde que fuera vencida se la considera como una provincia sojuzgada y reunida
por la fuerza al Imperio Francés”. América tiene. “fundadas en el Derecho Natural y de
Gentes, las razones legítimas” para resistir a Bonaparte.
Exhibe entonces un documento más directo que esos del derecho: una carta “de nuestro
caro y desgraciado Rey”, dirigida a los asturianos, “en que les intima peleen para sí mis-
mos, por sus libertades, y por la resistencia al yugo opresor del déspota”.
Un delicado sofisma se emboza tras tan briosa argumentación: identificar la lucha del
pueblo español contra el invasor con la que él propugnaba para los americanos. El pueblo
español lucha por su causa, “¿por qué -pregunta- no podrá hacerlo la América?, ¿cuál es
la diferencia para que en la península sea un entusiasmo heroico y en el continente de
América un crimen de alta traición?”.
Detrás de todas esas razones para probar ante las autoridades españolas la bondad de las
luchas americanas que esos adelantados de la libertad impulsaban estaba lo que apenas
28. Las citas del Alegato, publicado en las Memorias de la Academia Ecuatoriana correspondiente de la Real Española,
ver nota 14.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 89
podía formularse con nitidez -sin que se lo usase para probar el cargo de traición al estado
de cosas vigente-: ha llegado la hora de reflexionar sobre los derechos de los pueblos a
decidir su suerte por sí mismos.
Sustraídos los papeles del proceso, cabía que se lo reiniciase. ¿Por qué no lo hizo el fiscal
Arechaga? ¿Pesaron “las muchas talegas que dicen que le dieron los Montúfares”, como se
afirmó en una de las declaraciones del proceso29? ¿O fue, como lo sugirió Jijón y Caamaño,
que “era criollo y procuró justificar la conducta de los americanos”? ¿O fue, como el propio
acusado argüiría un año más tarde en su defensa, “porque en la formación del respectivo
proceso no se pusieron en ejercicio las reglas, prevenciones y cautelas que son indispensa-
bles para el claro descubrimiento de los delitos de esta naturaleza”30? Ello es que la causa
no se reinstauró y los ilustres prisioneros recobraron la libertad.
Los meses siguientes fueron de tensa calma -los conjurados, sin duda, habíanse tornado
más cautos-. Esa calma era turbada por las noticias que llegaban de España. “Cualquier
noticia llegada de España -recordaba Stevenson- servía para aumentar la aprehensión y el
desmayo de los gobiernos y de los españoles residentes en América”. Los americanos que
pensaban como Morales y Rodríguez de Quiroga atenderían a esas noticias en impaciente
espera de la señal para resolver que la monarquía española había perdido sus derechos
y debían crearse en América Juntas como las que había en España. Así se supo que el l5
de junio, las Cortes instaladas en Bayona habían elegido soberano a José Bonaparte. La
comunicación que enviaría la Junta quiteña a los cabildos de todas las ciudades y villas
de la Presidencia prueba que los quiteños conocían el lamentable suceso. La señal, pues,
estaba dada.
En contra de algunos más prudentes -acaso los que el historiador Neptalí Zúñiga llamó
los “criollos apergaminados”: el Marqués de Selva Alegre, Pedro Montúfar, Salinas, el cura
Riofrío-, los más impacientes y, por supuesto, los más radicales, con Morales, Rodríguez de
Quiroga y Ascázubi a la cabeza, creyeron en agosto de ese 1809 que no se podía aplazar
más la hora del pronunciamiento revolucionario. El 7 se reunió en la casa de Ascázubi,
convocado por Morales, un pequeño grupo, para que el propio Morales dictase el Acta de
instalación de la Junta. Al día siguiente, en una nueva reunión, más amplia, los represen-
tantes de los barrios de Quito firmaban un poder “para que -según lo atestiguaría Salinas-
determinados sujetos executasen la Revolución”31.
Estaba todo listo para el 9. Para la noche de ese día, el de San Lorenzo en el santoral cris-
tiano, se organiza una fiesta para homenajear a Lorenzo Romero, hijo adolescente de uno
de los conjurados. Invitaba doña Manuela Cañizares a la habitación que ocupaba en los
interiores de la casa parroquial de El Sagrario. La lista de los asistentes a esa fiesta, que
Ya bien entrada la noche, Juan de Dios Morales tomó la palabra para, en apasionado
discurso, exponer las ideas -como lo sabemos ya, largamente maduradas por él y por
Rodríguez de Quiroga- que fundaban el trascendental gesto político que iban a exhibir
ante el mundo. El imperio español rendido al poder napoleónico, la falta de gobierno que
amenazaba a las provincias con el caos en que ya se estaba sumiendo la metrópoli, las
Juntas como única salida. Y leyó el Acta y Plan de Gobierno. Todos los presentes, vibrantes
de emoción cívica, aclamaron el pronunciamiento.
Procedió luego Morales a anunciar, barrio por barrio, los documentos que acreditaban a
sus representantes, y barrio por barrio eligieron a sus diputados, en las primeras eleccio-
nes de una nueva patria. Acto seguido todos firmaron esa partida de nacimiento de la pa-
tria a vida republicana, con sus representaciones, ministerios y funciones del Estado, que
se leyó solemnemente, como pronunciamiento de Quito:
“Nos, los infrascritos diputados del pueblo, atendidas las presentes críticas
circunstancias de la nación, declaramos solemnemente haber cesado en
sus funciones los actuales magistrados de la capital y sus provincias; en su
virtud, los representantes o delegados de los barrios del Centro o Catedral, San
Sebastián, San Roque, San Blas, Santa Bárbara y San Marcos nombramos por
representantes a los Marqueses de Selva Alegre, de Solanda, de Villa Orellana
y de Miraflores y a los señores Manuel Zambrano, Manuel de Larrea y Manuel
Mateu para que, en junta de los representantes que nombren los Cabildos de las
provincias que forman la Presidencia de Quito, compongan una Junta Suprema
que gobierne interinamente la Presidencia a nombre y como representante de
Fernando VII y elegimos y nombramos por Ministros Secretarios de Estado a
don Juan de Dios Morales, a don Manuel Quiroga y a don Juan de Larrea, al
primero para el despacho de Negocios Políticos y de Guerra, al segundo, de
Gracia y de Justicia y al tercero, de Hacienda; de Jefe de la Falange al Coronel
Juan Salinas y de Auditor de Guerra a don Pablo Arenas. Acordamos también
la formación de un Senado, compuesto de dos salas para la administración de
justicia en lo civil y en lo criminal”33
Pero el triunfo de la Revolución e implantación del nuevo gobierno dependían de las armas.
Y el seducir a la tropa para que acatase a la Junta solo podía hacerlo Salinas, por el inmen-
so ascendiente que tenía sobre la tropa de la ciudad -150 efectivos-. Hacían guardia milita-
res ya apalabreados por Salinas, que le franquearon la entrada al cuartel, y el Coronel hace
formar la tropa en el patio y la arenga. ¿Con quién estaban, con el usurpador Napoleón o
con el rey Fernando VII? Todos están por el Rey. Entonces les lee el pronunciamiento de
Quito y les anuncia el nuevo gobierno, de la Junta constituida como las de España.
“Muy temprano en la mañana del día diez de Agosto de 1809, dos quiteños, de
apellidos Ante y Aguirre, visitaron al Presidente trayendo consigo una carta.
El ordenanza que estaba en la puerta de la antesala se negó a llevar carta o
mensaje alguno a Su Excelencia a una hora tan poco apropiada; pero Ante in-
sistió en la necesidad de su entrega inmediata, diciendo que contenía asuntos
de importancia de la JUNTA SOBERANA, un nombre nuevo tanto para los oídos
del ordenanza como lo era este cuerpo en América. El ordenanza despertó al
Presidente, y entregándole la carta le repitió las palabras que había escuchado
como una excusa por su inoportuno acto.
Habiendo leído la suscripción el Presidente - “De la Junta Soberana para el
Conde Ruiz, ex-presidente de Quito”- se vistió y leyó:
El Marqués de Selva Alegre fue llamado de su hacienda de los Chillos para que ocupase
la presidencia de la Junta. Los revolucionarios necesitaban del prestigio y ascendiente del
acaudalado aristócrata, sobre todo para la imagen que la Junta iba a dar hacia el exterior.
El mismo día 10, de febril actividad, la Junta emitió un “Manifiesto al público”, con una
versión más larga y razonada de sus motivaciones. Ese Manifiesto de la Junta tuvo, suerte
de respuesta o de eco, algo más tarde35, otro, un “Manifiesto del pueblo de Quito”. Los dos,
nacidos del mismo espíritu, exponen las mismas ideas fundamentales, y fueron una tem-
prana muestra de comunicación institucional de los revolucionarios. Son dos textos claves,
que tuvieron decisivo efecto sobre los habitantes de la ciudad que aún podían estar indeci-
sos frente a los tremendos acontecimientos que se vivían ya e iban a vivirse, y parece que
llegaron a varios destinos de América e inspiraron o animaron sentimientos autonomistas.
Del “Manifiesto de la Junta” escribió Carlos de la Torre Reyes: “circuló profusamente en las
principales ciudades americanas e inspiró muchas proclamas de independencia”36. Para la
historia de la literatura ecuatoriana, esos dos textos resultan ser las primeras páginas de
una nueva escritura oficial, la republicana.
Desbordando los fríos límites del puro informe, son textos destinados a convencer y mover,
sin más medio que la escritura. Es decir, valgan lo que valgan, literatura. En cuanto a su
contenido, era el de la gran transformación política puesta en marcha ese 10 de agosto, el
momento más alto e intenso de la historia de la ciudad de las revoluciones de las Alcabalas
y los Estancos.
El manifiesto de la Junta se abre con declaración radical y valiente. Es “el pueblo que
conoce sus derechos” y “que está con las armas en la mano” el que “da al mundo entero
satisfacción de su conducta”; lo hace no por obligación -ya que no reconoce más juez que
a Dios- sino por honor.
Gran parte de ese descuido en el gobierno tiene que ver con la pasividad frente a la des-
gracia del Rey.
Pero algo más reclamaron esos americanos resentidos -fue Stevenson quien denunció en
Morales y Quiroga resentimiento y afán reivindicatorio de sus propios derechos-. Dura la
primera formulación de la queja: “No se nos ha tenido por hombres, sino por bestias de
carga, destinados a soportar el yugo que se nos quería imponer”.
35. “Este hecho, posterior al 10 de Agosto” -dijo Rodríguez de Quiroga, su autor (como lo veremos en su propio lugar)
en su Defensa. Roberto Andrade, Historia del Ecuador, Apéndice al T. I, p. 620.
36. Carlos de la Torre Reyes, La Revolución de Quito del 10 de agosto de 1809, Quito, Editorial del Ministerio de Edu-
cación, 1961, p 223. Lamentablemente sin entrar en detalles de cosa tan importante ni citar fuentes.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 93
Y los españoles europeos ni en la grave crisis de la nación española han hecho causa co-
mún con los españoles americanos; más bien “ostentan una rivalidad ridícula” soñando en
“conservar su señorío”.
Su política ha sido tratar de ocultar lo que pasaba en España y seguir con celebraciones
fatuas. Y los que conocían la situación europea eran tenidos por sospechosos. La mejor
prueba es la causa de Estado “seguida contra personas de notorio lustre y de fidelidad al
Rey a toda prueba”. Proceso por el único cargo de “un plan hipotético de independencia
para el caso de ser subyugada la España y faltar el legítimo soberano”. ¡Y se tacha a los
procesados de reos de bonapartismo!
Los españoles europeos se han mostrado enemigos mortales de los criollos y han persegui-
do a tan importantes encausados. “Con que la conducta de estos para asegurar su honor, su
libertad y su vida, ha sido dictada por la propia naturaleza, que prescribe imperiosamente
al hombre la conservación de sus preciosos derechos”.
¡Cómo enlaza este último párrafo con los altivos reclamos de Espejo en sus alegatos! Era
el mismo espíritu, que ahora abría cauce en el devenir histórico. Era urgente emprender
acciones.
Este fue el punto más flojo de la argumentación, porque del otro lado podía argüirse que
el cambio de sede de un gobierno no altera los derechos que ese gobierno pudiese tener.
“Ni el Reino de Quito -se prosigue-, ni alguno otro de la América declarados parte integran-
te de la Nación española, reconocen por tal a la Andalucía sola”.
Curiosamente, las conclusiones no necesitaban del dudoso argumento. Son dos. El mismo
derecho que tiene Sevilla para formar Junta Suprema de Gobierno tiene cualquiera de los
reinos de América. (La Central está extinguida). Y, “habiendo cesado el aprobante de los
magistrados, han cesado también éstos sin disputa alguna en sus funciones, quedando, por
necesidad, la soberanía en el pueblo”.
Por el pueblo que conoce sus derechos se abrió el “Manifiesto” y con el pueblo soberano se
cierra. Eso era lo sustantivo de la Revolución, que, para transigir con siglos de sujeción a
un Rey que la poderosísima Iglesia en aula y púlpito pregonaba de derecho divino, tomaba
la forma de Junta provisional de gobierno, estableciéndose como se habían establecido
otras en la monárquica España.
94 Hernán Rodríguez Castelo
LA GLORIOSA Y TRÁGICA HISTORIA DE LA INDEPENDENCIA DE QUITO 1808-1813
(En el pliego que la Junta envió a los Ayuntamientos de Ibarra, Popayán, Riobamba, Cuen-
ca, y a las Asambleas de Otavalo, Latacunga, Ambato, Alausí y La Tola, al pedir que se
eligiesen representantes para la Junta quiteña se decía que el sueldo de que tales represen-
tantes gozarían era “según la soberana disposición del pueblo”37).
El 16 se celebró un Cabildo abierto en la sala capitular de San Agustín, con multitud del
pueblo agolpada en patio y corredores del convento. Allí, tras breve arenga del Marqués
de Selva Alegre y ardientes discursos de Juan Larrea, Rodríguez de Quiroga y otras figuras
menores, el Ministro de Estado Juan de Dios Morales leyó las actas y presentó las acciones
de la noche del 9 y mañana del 10, “y todos unánimes y conformes, con reiterados vivas y
aclamaciones de júbilo ratificaron cuanto se había propuesto y ordenado”. Especial sentido
tenía tal ratificación porque Morales había invitado al pueblo para que “dijese cualquiera el
reparo que tuviere que poner o que anotar sobre el establecimiento de la Suprema Junta de
Gobierno y lo dijese con libertad puesto que ya se había acabado el tiempo de la opresión”.
Concluye así la relación del acto hecha por el escribano de la Junta, Atanasio Olea:
“Concluida esta sesión tan plausible por la uniformidad y contento de los vecinos de todos
los rangos y estados, se extendió el acta más solemne que en nuestros días se ha visto y
la suscribieron gustosos todos los concurrentes autorizándola los Escribanos de Cámara
y Gobierno, públicos y Reales de esta Capital, quedando desde este punto firme la Cons-
titución Gubernativa e instalada la Suprema de Quito con el aplauso y regocijo completo
de más de 60.000 hombres que según las últimas enumeraciones había en esta ciudad”38.
37. Documento publicado por Nuevo Tiempo de Bogotá, 13 agosto 1943, reproducido por Zúñiga, ob. cit. en nota 7, p.
412.
38. La Relación del escribano Olea se publicó en Revista Museo Histórico, n. 6, Quito, 1950.
39. Relación del escribano Atanasio Olea, Revista Museo Histórico, n. 6, Quito, 1950, p. 24.
40. Dimos lugar al Obispo en nuestra Literatura en la Audiencia de Quito. Siglo XVIII, Ambato, Consejo Nacional de
Cultura y Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, Núcleo de Tungurahua, 2002, vol. II, pp. 1247 y ss.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 95
Hay un documento que desvela lo que el Obispo, a la cabeza de su clero curial, sentía y
pensaba en su interior en los días que precedieron a la solemne ceremonia de la jura,
mientras por fuera él y los otros eclesiásticos oficiaban diligentes y presidían devotos. El
pliego, reservado en manos de la Priora del Carmen so pena de excomunión, es un “Acta
de exclamación” y constituye impresionante confesión. Vale la pena leerlo íntegro, por fa-
rragoso y enrevesado que resulte:
“En la ciudad de San Francisco de Quito, en catorce días del mes de Agosto de
mil ochocientos nueve, habiéndose congregado por su Señoría Ilustrísima el
Venerable Deán y Cabildo de este Palacio Episcopal, para tratar y conferir lo
que debían hacer en las difíciles circunstancias en que se halla la Ciudad, previo
el correspondiente juramento que hicieron tecto pectore et corona, de guardar
inviolable sigilo hasta su tiempo por convenir así al decoro, honor y respeto
debido a la Sagrada Dignidad Episcopal, al Venerable Cuerpo Capitular y a
todo el Clero de la Diócesis. Hizo presente su Señoría Ilustrísima la amargura
en que se halla sumergido su corazón, por la repentina e inesperada invasion,
que hallándose a cinco leguas de distancia en la Recoleta Franciscana del.
Pueblo de Pomasque, ejecutaron el diez del corriente unos pocos hombres que
se atrajeron a su Partido a la Tropa y se apoderaron de las Armas, con cuya
fuerza depusieron de sus empleos al Excelentísimo Señor Conde Ruiz de Castilla,
Presidente de esta Real Audiencia, Don José González Bustillo Regente, y Don
José Merchante de Contreras Decano de la misma; arrestando sus personas,
y las del Comandante de la Tropa Don José Villaespesa, Teniente Don Bruno
Rezua, Asesor General Don Xavier Manzanos, Administrador de Correos Don
José Vergara, y Regidor Don Simón Sáenz en el Cuartel, y mudando el Gobierno
con la creación de una Junta llamada Suprema, Senado para el Despacho
de las causas Civiles y Criminales, y otros atentados que acreditaban bien
los designios perversos que se han propuesto, y las violencias que para su
verificación pueden cometer. Que ejecutadas así las cosas publicado todo por
bando, corrido oficios a todas partes, depuestos los señores Gobernadores de
Cuenca, Guayaquil y Popayán, según se dice públicamente, se le han corrido
Oficios y Diputaciones a Pomasque, para que su Señoría Ilustrísima se venga a
esta Ciudad, y presencie el Juramento que tienen acordado hacer en la Iglesia
Catedral el diez y siete de este mismo mes. Que ha contestado accediendo a
ello; pero con el designio de no verificarlo, sino con el consejo de su Venerable
Cabildo, y en los términos que se acordaren, si pareciese conveniente a sus
individuos.
Que su Señoría Ilustrísima se hace cargo y pone presente, por una parte, que
la asistencia a la Catedral al Juramento dispuesto autoriza de algún modo
con que se ha depuesto a los legítimos Magistrados y constituyéndose otros
que deben estimarse verdaderos Usurpadores de la Real Audiencia, contravi-
niendo con esto al Juramento de fidelidad que tenemos todos hechos a favor
de nuestro Amado Rey y Señor Natural Fernando Séptimo, y la Junta Suprema
Gubernativa del Reino, que le representa. Pero que por otra parte reflexiona
que hallándose los principales invasores en un estado de verdadera locura,
96 Hernán Rodríguez Castelo
LA GLORIOSA Y TRÁGICA HISTORIA DE LA INDEPENDENCIA DE QUITO 1808-1813
Es decir que la Revolución nacía con adversarios internos poderosos y solapados - verdade-
ra quinta columna-. Para obispo y alto clero no pasaba de ser abuso de “tiranos facciosos”
con sus “designios perversos”. Y así se orientaría a cuantos acudiesen a los confesionarios
por consejos para bien actuar ante las novedades que Quito vivía.
Y en el Cabildo quiteño las opiniones, estaban lejos de ser unánimes. Un precioso docu-
mento nos introduce en la sesión del 5 de septiembre de ese 1809, convocado para dar “en
cabildo abierto” contestación a descortés nota dirigida al gobierno quiteño por el Cabildo
de Popayán. Allí el Regidor Pedro Calisto, refiriéndose al 10 de agosto, manifestó que el Ca-
bildo “no había parte en el acaecimiento del expresado día ni se había contado con él para
nada”. Indignó esto a uno de los patriotas más decididos, el Regidor Manuel Zambrano, y
repuso “que el Pueblo Soberano había instalado la Junta sin tener necesidad de contar con
el Cabildo porque había reasumido en sí todas las facultades Reales”. Alza la voz entonces
el Regidor Manuel Maldonado y le replica:
“¿Que cómo era eso de Pueblo Soberano viviendo el Señor Don Fernando Sep-
timo, y su Real Dinastía? ¿Como puede llamarse Pueblo unos pocos hombres,
que se hicieron convocar la noche del nueve de Agosto?” Manuel Zambrano lo
frenó con firmeza. Le opuso “que si el Cabildo hubiese tenido algún derecho
lo había perdido con no haber representado cosa alguna en el día que fueron
congregados en el General de San Agustín”. Pero otros dos contumaces monár-
quicos, el tristemente célebre Juan José Guerrero y José Salvador, insistieron
en que “conforme a las Leyes de España no había Pueblo Soberano, porque el
Reyno de España era Monárquico, y su sucesión hereditaria”42.
41. El “Acta de Exclamación” se publicó en Revista Museo Histórico, n. 29. Consta en el proceso seguido a los revolu-
cionarios de Agosto. La reprodujo íntegra Borrero, ob. cit. pp. 36-38.
42. El documento –como documento 4- en Alfredo Flores y Caamaño, Descubrimiento histórico relativo a la indepen-
dencia de Quito, Quito, Imprenta de “El Comercio”, 1909, pp. XIII-XVI.
43. Todos los alegatos de Guerrero en su favor, que prueban su postura realista y cuanto hizo, taimado, para que fraca-
sase la Revolución –algunos de los cuales ocurrirán en su propio lugar- en la obra citada de Flores y Caamaño..La
declaración aquí citada fue también transcrita por Borrero, ob. cit. pp. 58-59.
98 Hernán Rodríguez Castelo
LA GLORIOSA Y TRÁGICA HISTORIA DE LA INDEPENDENCIA DE QUITO 1808-1813
Y lo peor de todo era la postura hesitante y casi claudicante del Marqués de Selva Alegre -a
quien Stevenson pintó como “indeciso y timorato”, “amigo del espectáculo y el alarde, pero
temeroso de su propia sombra, como si ella se burlara de él” y que “al igual que el pavo
real, dejaba que su plumaje cayera al suelo e intentaba esconderse”; de él, los burlones qui-
teños decían: “sus zapatos le quedan grandes”44 -. Intimidado por la amenaza del bloqueo
inminente dirigió el 9 de septiembre carta al virrey Abascal exponiendo las razones para
haber aceptado la presidencia de la Junta: procurar “impedir los desórdenes tumultuosos,
tranquilizar los ánimos y reponer el buen orden”, y confesaba un compromiso reservado
con Ruiz de Castilla “de hacer todos los esfuerzos más vigorosos para que se haga justicia
a su mérito, reponerlo a su puesto y reconocerlo públicamente como a jefe legítimo”45. El
soberbio Abascal retaría al timorato Marqués como “irreflexivo” y lo conminaría a que
destruyera la Junta por “mala y ridícula”.
Se proclamaba que, habiendo la nación francesa subyugado por conquista casi toda Es-
paña, coronándose José Bonaparte en Madrid, y “estando extinguida por consiguiente la
Junta Central, que representaba al legítimo soberano”, el pueblo de Quito se había conven-
cido de corresponderle la reasunción del poder soberano, y había creado otra Junta igual
Suprema e interina para que gobierne a nombre del señor don Fernando VII, “mientras Su
Majestad recupere la Península o viniese a imperar en América”46.
Cevallos recogió el texto de otra circular, que atribuyó al Ministro Morales. Acaso hubo
hasta algún otro texto, con variantes debidas a los destinatarios. En el que trae Cevallos,
que es cortísimo, la parte medular pedía: “haga saber a todas las autoridades comarcanas
que, facultados por un consentimiento general de todos los pueblos, e inspirados de un
sistema patrio, se ha procedido al instalamiento de un Consejo Central, en donde con
la circunspección que exigen las circunstancias se ha decretado que nuestro Gobierno
gire bajo los dos ejes de independencia y libertad”, por lo que, informaba, la Honorable
Junta había elegido presidente al marqués de Selva Alegre47. Cuesta pensar que este texto,
de tan avanzado y radical sentido republicano, haya sido destinado a lograr adhesiones
institucionales -así fuera de cabildos- a la Junta quiteña. Los cabildos de Ibarra, Otavalo,
Latacunga, Ambato, Riobamba y Guaranda reconocieron a la Junta quiteña.
Cuenca, sin molestarse en responder, inicia preparativos para marchar sobre Quito a sofo-
car el alzamiento. Ni en Guayaquil ni en Cuenca los fanáticos realistas que tenían el poder
se engañaron sobre el sentido último del establecimiento de la Junta de Quito y sintieron en
riesgo sus privilegios y granjerías. Peor aún, Cucalón ya se veía, en premio del cruel castigo
que infligiese a los alzados quiteños, nombrado presidente de la Audiencia...
Los pocos guayaquileños sospechosos de simpatizar con las ideas de Quito fueron vigila-
dos. Rocafuerte fue puesto en prisión preventiva. En Cuenca los posibles revoltosos fueron
apresados, y a algunos se los envió a Guayaquil engrillados. Allí fueron tratados con la
crueldad y arbitrariedad que denunció el provisor Caicedo en su Viaje imaginario - en du-
ros pasajes de esa preciosa crónica de un testigo de los hechos-.
LA RESISTENCIA HEROICA
Había sonado la hora de la resistencia heroica; pero para que ella fuese tan resuelta y ma-
siva como iba a ser necesario hacían falta tres factores de los que el movimiento quiteño
carecía: el líder, la unidad de las cabezas y el respaldo total del pueblo. La masa del pueblo
-como lo advirtiera Cevallos- nunca estuvo toda ella decidida por la causa: su devoción al
Rey no acababa de convencerse de los fervores realistas de los “insurgentes” -como llama-
ban los chapetones a los revolucionarios- y la gran mayor parte de los curas cumplían con
celo artero la tarea de zapa que les había encomendado el “Acta de exclamación” aquella
a cuya suscripción secretísima hemos asistido; en cuanto al líder, se nos ofrece enredado
en su sólitos terrores y en procura siempre del pacto que dejase a salvo su persona, lujos y
propiedades. De los otros aristócratas puestos a revolucionarios -más por el fervor de los
ideólogos de la causa y por las circunstancias, y hasta por la novelería del caso, que por
48. Carta de 8 de septiembre de 1809, cit. por Zúñiga, ob. cit., p. 415.
49. Cevallos, ob. cit., 79, p. 51.
100 Hernán Rodríguez Castelo
LA GLORIOSA Y TRÁGICA HISTORIA DE LA INDEPENDENCIA DE QUITO 1808-1813
hondas y resueltas convicciones-, Cevallos, historiador tan cercano a los sucesos, dijo que
eran “afeminados y de blandas costumbres”, que “veían con horror las violencias”50. ¿Y
cuándo se hizo una revolución sin violencia?.
Pocas figuras se salvaban de esta general falta de carácter y reciedumbre. Estaban, por
supuesto, los ideólogos y apasionados propugnadores del nuevo proyecto político: Juan de
Dios Morales y Manuel Rodríguez de Quiroga. Estaba el militar cuya acción había sido ya
decisiva y sería tan necesaria en lo futuro, Juan Salinas, ídolo de sus soldados. Sin em-
bargo, Salinas podía aportar entusiasmo momentáneo, apasionado, pero no tenacidad en
el propósito. “El carácter de Salinas -escribió Stevenson- era bien conocido por Morales y
Quiroga. Era todo un quiteño, volátil y voluble, que abrazaba cualquier objeto con avidez,
sin reflexión ni discriminación; Salinas perseguía ardientemente en un principio cualquier
esquema nuevo, pero lo abandonaba con facilidad el momento en que dejaba de serlo, o
cuando surgía otro”51. Estaba un grupito de abogados: Ante, Salazar, Arenas y Saa. Y Juan
Larrea, que, entre otras cosas, era poeta jocoso...
Se imponía organizar un ejército y fue Salinas -con tantos títulos para ello, como los exhi-
biría en su defensa- el encargado de hacerlo. Con 2000 hombres puso en pie de guerra la
Falange de Fernando VII.
Hubo mucho entusiasmo, pero faltó rigor. “En la estructura de la plana mayor –ha escrito
Zúñiga- campeó por fatalidad la improvisación técnica, el privilegio, la recomienda y el
apellido, constituyendo a excepción de pocos valores en la pericia guerrera todo un desas-
tre de improvisación y desacierto”53.
Un sino trágico se cierne ominoso sobre la joven revolución. La amenaza exterior es cada
vez más inminente y más fuerte: son Lima y Santa Fe, los virreinatos, los que se empe-
ñan en aplastar un movimiento que despertaba simpatías en muchos americanos y hasta
incitaba a acciones semejantes. “Comenzaron a agitarse en los cabildos las nuevas ideas.
Hubo levantamientos en Popayán, en Mompox” -ha escrito Germán Arciniegas54- , y en la
junta convocada por Amar y Borbón con las personalidades más distinguidas de Santa Fe,
frente a los españoles europeos y unos pocos americanos que se pronunciaron por llevar
la guerra a Quito, a someter por la fuerza a los revolucionarios, los criollos -la mayor parte
de la concurrencia- “pusieron en duda la legitimidad del Gobierno de la Suprema Junta
Central de Sevilla” y declararon “justificada la conducta de los habitantes de Quito, como
basada en los mismos procedimientos y derechos que le dieron nacimiento a tal Junta” y
hasta hubo quien opinó “que debía seguirse el ejemplo de Quito”55.
Con rica documentación a la vista, Jijón y Caamaño pudo resumir: “Los tres principales
centros del Norte de América Meridional se conmovieron profundamente con las procla-
mas de la Junta Soberana instalada en Quito, que hicieron pensar a los criollos que había
llegado el tiempo de realizar su aspiración: la de gobernarse por sí mismos; hablóse en
público y en privado de lo acontecido, regándose así fecunda semilla. Caracas, Cartagena y
Bogotá tuvieron, sucesivamente, sus Juntas, en cuya instalación no pudo menos de influir
el ejemplo de Quito, por todos conocido. No en vano escribió Molina: “Este inicuo plan (el
de la separación de España) se ha seguido yá por muchos lugares de América confederados
con Quito o movidos de su ejemplo”56.
Pero por ello mismo, por ver tan peligroso el peligro de contagio de las ideas quiteñas,
crece y se fortalece la amenaza exterior, que, sin duda, va a exigir resistencia heroica. Y,
frente a ello, en las cabezas del nuevo gobierno quiteño se delata falta de convicción sobre
el espíritu que había dado ser y daría su poder de resistencia a la Revolución. El 5 de sep-
tiembre, cuando se discute en el Cabildo la descortés nota con que el Cabildo de Popayán
había respondido a la circular de Selva Alegre, Juan José Guerrero, José Guarderas, Rafael
Maldonado y el ultramontano y traidor Pedro Calisto se redujeron a exaltar el amor al Rey
de España y a la religión; solo Manuel Zambrano y Pedro Montúfar defendieron a la Junta y
lograron que al fin prevaleciera la posición contraria a la dura comunicación popayanesca.
55. Juan D. Monsalve, Antonio Villavicencio (El Protomártir), Bogotá, Imprenta Nacional, 1920, pp.59-60.
56. Jijón y Caamaño, ob. cit. p. 16. Especialmente rica y sugestiva la nota 2. Lo de Molina, en su informe al Presidente
de la Regencia, desde Cuenca, el 29 de abril de 1811.
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LA GLORIOSA Y TRÁGICA HISTORIA DE LA INDEPENDENCIA DE QUITO 1808-1813
en las ciudades de Latacunga, Ambato y Riobamba y más pueblos del tránsito que habían
abrazado la proclamación del 10 de agosto”57. Y a tanto llegó la felonía que desde Alausí di-
rigió comunicación secreta al coronel Aymerich, jefe militar de Cuenca, informándole sobre
las debilidades del gobierno de la Revolución e instándole a cargar sin demora sobre Quito.
La exasperación a que tamaños actos traidores llevaron a las gentes leales se manifestó
en la reacción de los comandantes Antonio Peña y Juan Larrea que ordenaron dar bala al
traidor y, al no ser alcanzado por ellas, cargaron sobre él, espada en mano.
Pero acción tan apasionadamente asumida fue enfriada por una carta de su padre, el Mar-
qués. “Estoy trabajando incesantemente -le confiaba- a fin de verificar mis deseos en la
reposición del Conde”58. Le prometía noticias -en ese mismo sentido de labor de zapa a la
Revolución- y le encomendaba que “a la hora la comuniques a Pepe Larrea y a los Gober-
nadores de Guayaquil y Cuenca”.
El otro frente del sur era Guaranda, por donde debían subir hacia Quito las tropas de
Guayaquil y Lima. Nombrado Corregidor José Larrea Villavicencio, patriota a toda prueba,
desde que se posesionó de su función, el 20 de agosto, desplegó intensa actividad para
obstruir caminos y construir fortificaciones. Pero al frente de parte de los refuerzos pedidos
al centro llegó otro traidor, un sargento mayor Manuel Aguilar, del que tendría que desha-
cerse. Con los efectivos disponibles, Larrea montó un real frente de defensa. Cercano ya el
ataque de las fuerzas de Guayaquil, reforzadas por las enviadas desde Lima por el Virrey,
el leal y valiente Corregidor comenzó a sentirse solo.
En Otavalo, el flamante Corregidor José Sánchez de Orellana, hijo del marqués de Villa
Orellana, levantó tropas de milicia -y en Cayambe, Tabacundo, San Pablo, Cotacachi y
Atuntaqui-, venciendo la oposición de curas españófilos. Organizada esta milicia hasta el 23
de agosto marchó hacia la frontera de Pasto. El Corregidor de Ibarra fabricaba armamento.
La expedición a Pasto fue puesta a órdenes del teniente coronel Francisco Xavier Ascázubi.
Se le había adelantado cumpliendo una de las tareas revolucionarias más ejemplares de
esta hora el cura José Riofrío, que con su prédica mantenía alto el espíritu de los destaca-
mentos de Tulcán -impacientes por la acción, pero sin armas, que nunca acababan de lle-
gar-, y granjeaba partidarios para la causa en Ipiales, Cumbal, Túquerres y Pasto. Cuando
llega la Proclama de la Junta Central, “he mandado -refiere- a sacar unos cuantos ejem-
plares para repartirlos. Lo leí públicamente y los más rústicos entendieron al instante”.
Fue Riofrío, cura de Píntag, sacerdote de confianza del Marqués de Selva Alegre -lo vimos-,
uno de los que sintieron recelo de dar el golpe el 10; pero, hecha la Revolución, se entregó
apasionadamente a defenderla. Sus cartas a Morales -el ministro que el perspicaz cura
sabía lúcido y de honradez revolucionaria a toda prueba- constituyen documento vibrante
de esta hora decisiva para la joven patria.
Y documento crítico inapelable, aun en su más extremada dureza. “Una expedición mal
dirigida y la total falta de armas ha puesto en manifiesto riesgo nuestros quinientos hom-
bres que están acuartelados y a todo este fiel vecindario” -le escribe el 15 de septiembre,
y el 2l le trasmite su malestar por la demora injustificada de Ascázubi en Ibarra, “que nos
ha hecho ya difícil la toma de Pasto y puesto en riesgo a nuestros aliados”. “Qué hombres
de tan poco honor y vergüenza” -se indigna. Importa añadir que esas cartas muestran a
Riofrío como hombre de letras y, literariamente, son destacada parte de la producción
epistolar del período.
Indignante y dolorosa la crónica del fracaso de las armas de Quito en su campaña del
norte, que puede seguirse de estación en estación por las cartas del doctor Riofrío. El 16
de octubre se decidió la suerte de esa campaña en el paso del Funes. Fue aquella, que
Monsalve llamó “el primer combate de la independencia”, una derrota con consecuencias
trágicas porque no se pudo organizar una retirada ordenada, que mantuviese capacidad
de resistencia.
Quedaron las tropas del norte -que iban a decidir la suerte de la Revolución- en situación
penosa: les faltaban hasta los alimentos indispensables. Debíase ello, en gran parte, a la
traición de tanto traidor como estaba incrustado en el centro. Lo que pasaba en Quito bas-
taba para desmoralizar cualquier espíritu de resistencia y para terminar de descoyuntar
hasta el menor empeño bélico.
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LA GLORIOSA Y TRÁGICA HISTORIA DE LA INDEPENDENCIA DE QUITO 1808-1813
Convocados los barrios al día siguiente, tras pugna de tribunos se elige para reemplazar
al de Selva Alegre a Juan José Guerrero, conde de Selva Florida. Paradojalmente fue el
candidato que exaltó Rodríguez de Quiroga60. Guerrero, como lo revelaría en detalle la
vista del fiscal Arechaga, trabajó siempre, tan solapada como decidida y eficazmente, por
la reacción realista. “Me armaba -confesaría- contra el fanatismo filosofico, y hacía sus
esfuerzos inutiles, pr. el bien de la sociedad, y el restablecimiento de la perfecta autoridad
del Soberano en unos Pueblos qe. hacían vanidad de estár poseidos de mas patriotismo, y
de más espiritu publico para conducir y fermentar violentamente su revolución”.
Pero ya, con fecha15, Juan Salinas ha escrito a Ruiz de Castilla ofreciéndole obediencia
y garantizándole seguridad y rubricando aquello con la solemne protesta de “derramar
si fuere necesario mi sangre”63. Y, comenzando a cumplir la oferta, aleja de Quito –a
Machachi, a órdenes de Antonio y Juan Ante- las compañías que veían mal su entreguismo.
El 18 podía decirle al viejo Conde que solo restaba “efectuar la entrega de armas y baterías
a V. E.”.
Diez días le bastaron a Guerrero para hacer realidad sus solapados designios. Se gloriaría:
“dentro del brebisimo espacio de diez dias consume la grande obra de disipar la revolu-
cion, y dexar repuesto al Gefe”66. Fue del 12 al 22 de octubre. Consumada la traición de los
realistas incrustados en los mandos revolucionarios, dominó el sentimiento de que sobre la
ciudad se cernía una catástrofe total. Se ofreció entonces a Ruiz de Castilla una capitulación
honrosa para las partes. El 24 de octubre se formalizó esa capitulación “con los votos de
toda la Ciudad de Quito, nobleza, vecindario y Cuerpos Políticos”. Se lo hacía -se decía-
para evitar una guerra civil y “mantener la subordinación en dependencia”.
Se establecía que la Junta de Quito “sea una Junta Provincial, sujeta y subordinada a la
Suprema de España” y “que en ningún caso, ni por ningún evento se haga novedad ni
persecución de ningún ciudadano, en su honor, vida ni intereses”. De no aceptar el Conde
estas condiciones, advertía Guerrero, “no respondía al Rey, a la Suprema Junta Central, ni
al Universo todo de las funestas y terribles consecuencias que se sigan de la Anarquía, del
poder arbitrario y de los excesos de un Pueblo conducido al despecho”67.
De Lima se acercaban quinientos al mando de Arredondo, y por el norte venían las tropas
realistas victoriosas. Pudo, pues, Ruiz de Castilla ordenar al iracundo Aymerich que volvie-
se a Cuenca con sus tropas.
Pero a Arredondo le mandó -ignorando que, según las capitulaciones, Quito estaba con
la normalidad restablecida- que avanzase sobre la ciudad. El 3 de noviembre se puso en
camino a la cabeza de sus 500 hombres del Real de Lima -200 veteranos y 300 zambos
maleantes limeños.
El pueblo quiteño, en un pasquín que se fijó en varias calles de la ciudad, denunciaba: “La
mayor traición que hay en el día es querer meter tropas extranjeras”. Y anunciaba: “Noso-
tros ya estamos resueltos a morir matando, siempre que entren tropas extranjeras”. Y se
reprochaba a Salinas su proceder. Ese pueblo tenía clara conciencia -ese era el mayor fruto
de la fracasada Revolución- de ser depositario de poder. Solo debía temerse a tres -formu-
laban esos sabios pasquineros-: “el Rey, el Papa y el Sin Capa”, y concluían: “Ya ves Salinas
si no te iba mejor hincándote delante de nosotros que somos uno de los tres que hincándote
delante de taita Carrancio, que a más de no ser uno de los tres, es Chapetón pícaro”68.
El 24 de noviembre entraban en Quito las tropas extranjeras. Ruiz de Castilla ordenó que
se retire la guarnición de la ciudad. Mantuvo el mando de Salinas para una Compañía de
Dragones de 50 plazas, pero el coronel pidió que también este cuerpo se disolviese. Quito,
la revolucionaria, la altiva, la siempre rebelde, quedaba otra vez subyugada al poder es-
pañol.
Ruiz de Castilla, en posesión de todo el poder con la llegada de las tropas de Arredondo,
ignoró sus compromisos, y el 4 de diciembre, por bando, “a son de cajas y música militar”
-según queja del obispo Cuero y Caicedo-, anunciaba que “habiéndose iniciado la circuns-
tanciada y recomendable causa a los reos de estado que fueron autores, auxiliadores y
partidarios de la Junta revolucionaria levantada en 10 de agosto del presente año”, se
exigía que nadie encubriese a los reos y más bien los denunciara, nada menos que “bajo
pena de muerte al que tal no lo hiciese”. Esos reos de Estado, con cargo de alta traición,
eran cuarenta y dos.
Fueron a dar en prisión Arenas, Morales, Salinas... Y líderes populares, como Pacho, el or-
ganista. Entre los declarados reos de traición estaba el Marqués de Selva Alegre. A quienes
alcanzaron a ponerse a salvo se los buscó con celo y saña. La feroz persecución se extendió
a toda la Presidencia, comprometiendo a corregidores y gobernadores bajo la amenaza de
pena de muerte, caso de saber el paradero de algún prófugo y no denunciarlo.
Era Juez Comisionado Felipe Fuertes, magistrado justo; pero quien lo manejaba todo, des-
bordando sus funciones y atribuciones de fiscal, era Tomás de Arechaga, a quien Stevenson
describió “brutal en su apariencia, sus maneras y sus acciones; poseía toda la crueldad
propia de la casta de los chinos, que son una mezcla de africanos con indios” y de cuyos
móviles denunció: “se hubiera bañado en la sangre de sus compatriotas para asegurarse
la promoción”70.
Ante lo inicuo del aparato montado, el Marqués de Selva Alegre pidió -el 6 de enero- al vi-
rrey Amar y Borbón “se sirva enviar un Juez Pesquisador, íntegro, prudente e imparcial”71.
Aunque acicateado por turbios motivos y apasionada sevicia, el análisis que Arechaga ha-
cía en su vista fiscal del verdadero alcance de la Revolución quiteña calaba hasta las inten-
ciones de los más decididos y lúcidos de sus gestores. Hablaba de “la corrompida intención
de algunos individuos que quisieron hacer independiente esta Provincia”. Del juramento
de la catedral en favor de la Junta revolucionaria decía: “no era otra cosa en substancia
que la indicada independencia y sustracción del suave yugo de la dominación española”,
y concluía: “Todos los procedimientos de la Junta Revolucionaria, no han respirado sino
libertad, independencia y sustracción de la dominación española”.
Estupendo elogio de la Revolución quiteña, aunque sin extenderse a sus fundamentos ju-
rídicos y usado para un simplista pedir la pena de muerte para cabezas y seguidores, sin
hacer diferencia72.
Los cargos que Arechaga intentó probar eran deponer magistrados legítimamente consti-
tuidos, establecer tribunales no designados por el Rey, rebajar el papel sellado, extinguir el
cabezón de las haciendas y los estancos.
Pero todo esto podía hacerlo una Junta que había razonado suficientemente su legitimidad.
Hacía falta mucho más para dar fuerza al cargo de alta traición. Alta traición era “darle
al populacho, compuesto de la gente más ruin y despreciable de la ciudad, el nombre de
soberano”.
Probar que eso era alta traición requirió un ejercicio de filosofía política, que el fiscal resol-
vió con rastrero pragmatismo cortesano: “porque estando expresamente prevenido por las
leyes fundamentales de la Nación, que el poder soberano recae en los magnates del Reino,
a falta del legítimo sucesor de la corona, fue una usurpación proditoria el dárselo a la ínfi-
ma plebe, mayormente estando vivo nuestro adorado Fernando y existiendo aún muchos
individuos de la familia reinante”.
Tras proceso así llevado, Arechaga pidió pena capital para cuarenta y seis acusados, y
penas de presidio o destierro para los demás. Stevenson, que tan cerca estaba de Ruiz de
Castilla, nos ha contado lo que ocurrió entonces:
Otro testigo de los acontecimientos, de más amplio mirador y más crítico que el inglés, el
provisor Caicedo, aportó otra interpretación para ese giro dado por la causa:
(Cuando el voluminoso expediente -no menos de seis resmas- llegase a Bogotá, la revolu-
ción del 20 de julio impediría que se lo conociera).
Y es que en ese julio pesaba ya en la escena de las cosas quiteñas un nuevo actor, que iba
a jugar papel decisivo en los acontecimientos por venir: Carlos Montúfar, hijo del Marqués
de Selva Alegre, designado Comisionado del Consejo de Regencia para la Presidencia de
Quito, con poderes hasta de constituir Junta Gubernativa.
Carlos Montúfar, por entonces de treinta años, llevaba varios en la Península; su heroica
actuación en la lucha contra la invasión napoleónica le había merecido el coronelato de
Húsares, y su cultura y relaciones -entre las que se contó la de Humboldt, el ilustre huésped
de su padre en los Chillos- le habían granjeado aceptación en los más altos círculos sociales
españoles. Ahora había recibido -junto con otros dos americanos distinguidos, uno para el
Alto Perú y otro para la Nueva Granada- del Consejo de Regencia alta designación y crecida
responsabilidad.
Propone para nuevo Virrey al mariscal Antonio de Narváez, por sus virtudes, talento y
prestigio, y trasmite las quejas del pueblo quiteño contra funcionarios venales e injustos ya
antes depuestos, los ministros de la Audiencia Marchante y Bustillos, el asesor y los gober-
nadores de Guayaquil y Popayán.
Y dirigía cartas a las gentes de Quito, comenzando por su padre y el Cabildo. Ruiz de
Castilla y su camarilla secuestraron cartas, al tiempo que el viejo y taimado Conde pedía al
Virrey impedir o al menos demorar la llegada de Montúfar a Quito, siquiera hasta rematar
el juicio entablado a los acusados de traición a la patria. Pero Montúfar seguía viaje a Quito.
El 7 de julio salió de Bogotá. La inminencia de su arribo precipitó las cosas en Quito. Y
las cosas en la convulsionada ciudad iban mal. Los abusos de la soldadesca limeña eran
cada vez más irritantes. “Las tropas de Lima compuestas de negros y mulatos hacen mil
vejaciones y escándalos”, denunciaba ante el virrey Amar y Borbón el Marqués de Selva
Alegre, desde la clandestinidad, el 3 de marzo de ese 181076.
Este suceso provocó que Rodríguez de Quiroga denunciara ante el obispo Cuero y Caicedo
que “la primera orden que se dio en el patio del Cuartel por el Comandante de la pre-
vención, Dr. Fernando Bassantes, fue que a la menor novedad se acabase con nosotros”,
cosa, decía el altivo tribuno, que no podría hallarse “en ningún Código el más bárbaro del
mundo”.
Esa carta del revolucionario al Ilustrísimo es el último texto de ese gallardo e indomable
espíritu77. Tras denunciar que ese mismo día podía haber estado ya muerto, pregunta al
Obispo: “¿Tan poco pesa la vida de los hombres y tan poco interesa la salud espiritual
de las almas?”, reclama al Pastor: “¿O que se ha hecho V. S. I. que no interesa su autori-
dad celestial o su respetable mediación, para contener que no perezcan sus ovejas sin los
auxilios de la Iglesia, y sin los consuelos de la Religión?”. Y termina con el más solemne
emplazamiento, al que lo premonitorio del caso confiere su aire trágico: “Medítelo V. S. I.
y tiemble ante la presencia suprema del Señor, por unas consecuencias tan irreparables,
tan terribles, tan funestas, tan eternas. De hoy en adelante, si soy víctima sacrificada con
violencia; si V. S. I. no clama, no amonesta, no silva como pastor por el riesgo inminente
que corren sus ovejas cautivas, por la pérdida de su salud eterna en fuerza de un asesinato
violento, que ordenó hoy día el Capitán Bassantes, yo, por mi parte y a nombre de todos
los demás, constituyo responsable ante el augusto, tremendo Tribunal de Dios vivo, a V. S.
I. a que desde ahora para entonces lo cito y emplazo”78.
Pero nada se hizo y acaso nada pudiese hacerse. La suerte de los revolucionarios estaba se-
llada. Deberían haber muerto para cuando llegase a Quito el Comisionado Regio, de quien
toda la ciudad sabía lo que pensaba del inicuo proceso y las desorbitadas penas pedidas
por el fiscal.
(Esta es la hora en que la camarilla de Ruiz de Castilla agota el último recurso legal: el envío
del proceso a Santa Fe, con la esperanza de que el Virrey decidiese las sanciones, burlando
la anunciada acción del Comisionado).
Patriotas allegados a los presos y afectos a sus ideas debían sentir que la amenaza contra
esos seres inermes era inminente y que urgía hacer algo. Pero aquello debía ser en extre-
mo cuidadoso. La carta de Rodríguez de Quiroga al obispo Cuero (y Rodríguez de Quiroga,
el publicista, se las ingeniaba para que sus ideas violasen las rígidas censuras y llegasen
al exterior) dejaba claro que a los asesinos solo les hacía falta la ocasión y no era cosa de
dársela. Pero a la camarilla del viejo Presidente le urgía esa ocasión.
77. Cosa que hacemos en el capítulo dedicado a la escritura de los hombres de Agosto.
78. La carta en Borrero, ob. cit. pp. 230-232.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 111
Hay un revelador testimonio de primera mano de que esos inescrupulosos personajes fue-
ron los que movieron los hilos de la fallida intentona de libertar a los presos que terminó en
la masacre del 2 de agosto. “Las voces de que don Simón Sáenz y don José Vergara Gaviria,
con otros europeos, estaban pagando a los mozos de los barrios para que acometieran al
cuartel con el fin de que fueran asesinados los presos, estaban ya muy válidas” “Los ofi-
ciales hablaban de un asalto preparado contra el cuartel y se prevenían. Arechaga ofrecía
el brazo izquierdo porque se verificara, para ver degollados a los presos y sembradas las
calles de cadáveres”79.
Y el 2 se perpetró el mayor crimen que registran los anales americanos del tiempo. El Pro-
visor Caicedo fue testigo de aquellos acontecimientos y acucioso investigador de lo que no
pudieron ver sino los propios asesinos. Era tal la gravedad de los hechos cuya noticia fijaba
para la posteridad, que hizo preceder su crónica del más solemne pronunciamiento: “Yo
que presencié cuanto pudo verse por sólo un hombre en aquel día; yo que no me gobierno
por alguna pasión; yo que no tengo otro interés que el manifestar la verdad en toda su luz,
procederé con imparcialidad, hablaré con sinceridad y referiré lo más esencial con sosiego,
con ingenuidad y libertad”. Y este fue el relato de esas horas de confusión y horror.
A los tres cuartos para las dos de la tarde de ese terrible día acometieron tres
solos hombres con cuchillos a la guardia del presidio urbano, que se compo-
nía de seis hombres, un cabo y un oficial todos de Lima. Mientras el uno se
apechugaba con el centinela, llega otro como un tigre con su puñal y le da un
golpe. Entra y su vista hace temblar a los mulatos; salen corriendo, hiere al
oficial y queda dueño del sitio y de las armas. Abre los calabozos y da liber-
tad a los soldados que estaban presos. De éstos los más huyeron fuera de la
ciudad, dos se recogieron en casa del prebendado Batallas y otros tantos en
el Palacio episcopal, tres quedaron voluntariamente en el presidio y unos seis
tomaron las armas que habían dejado los limeños y tiraron por la plaza mayor
con dirección al cuartel. Entretanto se tañían las campanas de la catedral con
señal de fuego. Los mulatos del presidio que se habían ya juntado con los de la
guardia de la cárcel, no se atrevían a resistir y detener a estos hombres bravos
y los dejaron pasar
..................
Al mismo tiempo que al presidio asaltaron al cuartel de prevención de los lime-
ños cinco hombres, o según el informe del oficial que estaba de guardia, seis sin
más armas que cuchillos. A su vista el centinela quedó temblando y sin acción
y largó el fusil, que tomó el morlaco denunciante que fue uno de los emprende-
dores, quedándose en su lugar con la cartuchera para fingirse verdadero sol-
dado y usar del colma y de la pólvora. Los demás entraron tomando fusiles de
Aguilera durmiendo la siesta, y los demás clamando por confesión sin que se
les concediera, estando allí dos sacerdotes, de los cuales fue asesinado con
impiedad increíble el doctor don José Riofrío. Murió allí una esclava del doctor
Quiroga que estaba encinta, y los mulatos decían con gran serenidad, “ola y
cómo brinca el hijo”. Concluida la carnicería, salieron las hijas de Quiroga que
habían escapado prodigiosamente del diluvio de balas quellovían en todos los
calabozos, y rogaron al oficial de guardia con mil lágrimas que las redimiese.
Este que no creyó que vivía el infeliz, se fue con el cadete Jaramillo y lo saca-
ron de su asilo. Le dijeron que gritara, “vivan los limeños, viva Bonaparte”, y
respondió él, ¡viva la religión, viva la fe católica! le dio un sablazo Jaramillo y
como salió gritando que le dieran confesor lo acabaron de matar los soldados
en el tránsito.
En sustancia fue lo que pasó. Los hechos fueron confusos y las responsabilidades turbias.
El pueblo de Quito -recogió el provisor Caicedo en su Viaje imaginario- estaba convencido
de que el ataque a los cuarteles “fue obra de algunos europeos de acuerdo con los jueces
para asesinar con este pretexto a los que estaban presos”. El cronista halla razones que
apoyaban esta versión. La principal es cuánto temían autoridades y mandos que los pró-
ceres saliesen libres -“Un oficial español del destacamento de Lima llegó a decir que no
creería en el Espíritu Santo si Morales, Salinas y Quiroga escapaban con vida”- y cómo ce-
lebraron la matanza -“En casa del regente se hicieron las demostraciones de alegría que se
han referido y no había uno de los enemigos de Quito que no rebozase en gozo”; y la noticia
que recibieron de un soldado el Obispo de Quito y su provisor y vicario fue: “Ya estamos
bien porque los presos todos, menos el doctor Castelo, ya murieron”-.
Hubo sin duda traidores en la acción, y la precipitaron y luego enredaron. El Provisor habló
del “morlaco denunciante”, “a veces comensal de Fuertes”. Y fue precisamente él, “uno de
los emprendedores”, quien recibió el fusil del guardia del cuartel de los limeños y quedó de
centinela. Y después murió al tratar de estorbar la acción de los libertadores de los presos.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 113
Pero hubo también heroísmo en muchos de los que, acaso engañados, se jugaron la vida
para evitar que aquellos quiteños ilustres la perdieran inicuamente. Y si la empresa fra-
casó se debió a que quienes asaltaron el presidio urbano (que se hallaba en la esquina del
Carmen Bajo) solo llegaron a auxiliar a quienes trataban de liberar a los presos del Real de
Lima cuando sus puertas se hubieron cerrado y las tropas del contiguo Santa Fe entraban
ya por un horado hecho con un disparo de cañón en la pared divisoria. Y hubo martirio de
los próceres del 10 de agosto de 1809, que -esto está fuera de duda- no tuvieron parte en
la acción emprendida para libertarlos. ¡Si no cómo les habría sorprendido la muerte tan
descuidados, en casos con sus familiares íntimos! Han muerto vil y cruelmente asesinados
Juan de Dios Morales, Manuel Rodríguez de Quiroga, Juan Salinas, Francisco Javier Ascá-
zubi, el presbítero José Luis Riofrío, Juan Larrea y Guerrero, Mariano Villalobos -gober-
nador de Canelos-, Juan Pablo Arenas, Antonio de la Peña, Vicente Melo, Atanasio Olea -el
escribano que dio fe del Acta del grito de Agosto-, Nicolás Aguilera, Manuel Cajías, Carlos
Betancourt, José Vinueza y N. N. Tobar80.
¡Qué dolorosa mutilación de la clase dirigente quiteña fue la de ese día! Siguieron a la ale-
vosa masacre del Real de Lima otras muertes en sus inmediaciones por la desenfrenada
soldadesca limeña y matanza indiscriminada de gentes quiteñas a quienes esa hora de
confusión y horror sorprendió en calles y plazas del centro de la ciudad. “Em las calles
de Quito murieron unas trescientas personas” -recogería Stevenson, que, como sabemos,
estuvo en la ciudad, muy cerca del Presidente, en esos días81. Apenas si se opuso a la sor-
presiva sevicia unos pocos gestos de desesperada o altiva bravura. Entre los muertos cuen-
ta el cronista inglés siete soldados españoles “que fueron muertos por algunos carniceros
indígenas”. Hay crónicas patéticas de esta hora, la más trágica que viviera nunca Quito ni
ciudad alguna de la Presidencia. A la matanza siguió saqueo de establecimientos comer-
ciales y casas ricas, permitido a la soldadesca como sórdida recompensa por haber librado
al régimen de personajes cuya altivez y libertad de pensamiento los hacía especialmente
incómodos al aproximarse el Comisionado.
La masacre del 2 de agosto conmovió a América. En Caracas y Santa Fe, que habían ins-
talado Juntas como la quiteña -el 19 de abril y el 20 de julio de ese mismo 1810-, se cele-
braron honras fúnebres por los mártires quiteños. El gobierno de Venezuela ordenó un día
de luto anual. La Junta de Santa Fe decretó tres días de luto general y solemne funeral y
dirigió al Cabildo de Quito oficio que la honra y honra a América y es el más alto encomio
del Quito heroico. Es texto que debe leerse, al menos en fragmento, en este punto en que
el recuerdo de los bárbaros sucesos habrá producido en el lector algo de la conmoción con
que los vivieron los quiteños del tiempo:
“La Suprema Junta de esta Capital que desde el momento en que ha sabido los
tristes sucesos de esa ciudad, ha mezclado sus lágrimas con las de todos los
80. Cristóbal de Gangotena y Jijón publicó una lista de los mártires del 2 de agosto en el Boletín de la Academia Nacio-
nal de Historia, Vol. 6, n. 15, 16 y 17, Quito, 1923, p. 154. Como bien lo ha hecho notar Carlos de la Torre Reyes
en su ya citada La Revolución de Quito, pp. 543-546, fue una lista incompleta y hasta errada (a Nicolás Aguilera,
prócer asesinado, lo hace constar como oficial muerto en el cuartel). Para los próceres asesinados en el Real de Lima
la lista está registrada en la parroquia de “El Sagrario” a la que pertenecía ese edificio.
81. Stevenson, ob. cit., p. 504
114 Hernán Rodríguez Castelo
LA GLORIOSA Y TRÁGICA HISTORIA DE LA INDEPENDENCIA DE QUITO 1808-1813
Y a Ruiz de Castilla la misma Junta dirigió tremendo oficio acusatorio: la intimación he-
cha el 2l de agosto -le dicen- “sabemos haberse realizado funestamente el aciago día dos
de Agosto”. Ello, siguen, “no nos sorprende porque dejaremos de haber creído que unas
autoridades usurpadoras de los sagrados derechos de los pueblos, y sostenidas sobre los
excesos del terror y la opresión no fuesen capaces de procurar hasta el extremo la irrita-
ción de los ánimos para derramar la inocente sangre de los ciudadanos a la menor demos-
tración que hiciesen por su libertad, después de los más largos y penosos sufrimientos”.
Y anunciaban un cambio de actitud frente a autoridades virreinales a las que veían como
coautores del crimen cometido: “Tenga, pues, entendido V.E. que, aunque hasta ahora el
Excelentísimo Virrey y demás funcionarios del anterior gobierno en esta Capital, habían
sido tratados mucho más humanamente que merecerían a proporción de sus delitos, desde
este momento empezarán a sentir el peso de la severidad de esta Suprema Junta, como
principal y talvez autores de las desgracias de Quito”83.
Y entre las repercusiones del 2 de agosto quiteño en América, la más decisiva parece haber
sido que se convirtió en una de las razones para luchar ya sin transigencias contra un po-
der que había mostrado todo lo abusivamente cruel que podía ser. Bolívar en su Manifiesto
a las naciones del mundo sobre la guerra a muerte pondría el trágico acontecimiento como
uno de los grandes motivos para declarar esa guerra a los españoles:
“En los muros sangrientos de Quito fue donde la España, la primera, despeda-
zó los derechos de la naturaleza y de las naciones. Desde aquel momento del
año 1810 en que corrió la sangre de los Quiroga, Salinas, etc. nos armaron con
la espada de las represalias para vengar aquéllassobre todos los españoles. El
lazo de las gentes estaba cortado por ellos; y por solo este primer atentado, la
culpa de los crímenes y las desgracias que han seguido, debe recaer sobre los
primeros infractores”84.
82. El vibrante texto lo recogió Pedro Fermín Cevallos en el Anexo 8, del t. III, pp. XXX a XXXII. Clásicos Ariel 80, pp.
163-164.
83. En Cevallos, t. III, anexo 8, pp. XXXII a XXXIV. En la edición de populibro que manejamos, Clásicos Ariel 80, p. 165.
84. Simón Bolívar, Obras completas, La Habana, Lex, II, 1055.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 115
Importa reconocer que desde aquellas vísperas de Navidad de 1808 hasta cuando sucum-
bió aplastado por las armas, ya en los días en que comenzaba la guerra general por la
independencia de América, el espíritu quiteño se mantuvo indomable, al borde de los más
altos heroísmos, hecho de altiveces y nutrido de ideas que venían desde Espejo y aún antes.
El 2 de agosto de 1810, cuando los pardos de Lima y los zambos del Patía se regaron por la
convulsionada Quito, y tiraban a matar -era la orden-, comenzaron acciones de resistencia.
Mozos que con palos y cuchillos desarmaban a soldados, hombres sencillos del pueblo que
detenían y hacía retroceder a una patrulla, y hasta mujeres que se enfrentaban a pedradas
con los armados. “Oh! Si pudiera yo referir los prodigios de valor que se vio en esa poca
gente que solo con cuchillos se esforzaron a libertar a su Patria del yugo féreo dela tiranía”
-exclama el provisor Caicedo. Los barrios quiteños - los de las Alcabalas y los Estancos- se
armaron como pudieron y levantaron barricadas.
La decisión de luchar era fuerte. “Moriremos -decían-, pero moriremos por nuestra patria
y para romper las cadenas de la esclavitud”. La ciudad herida a mansalva quedó desolada.
La pintó así uno de esos testigos presenciales que nos ayudan a revivir los hechos, el que
veía las cosas desde palacio:
Las calles de la ciudad estaban completamente desiertas; grupos de personas estaban es-
parcidos por las colinas cercanas, mirando melancólicamente a su ciudad en apariencia
desolada; los cuerpos sin vida estaban en las calles y las plazas, y todo era horror y cons-
ternación85.
Presidente y camarilla se asustaron por ese oleaje de indignación que se encrespaba en los
contornos de la ciudad. Acaso se les vino a las mentes el cerco que pusiera a La Paz Tupac
Catari. Entonces se convocó a cabildo abierto, el 4. A él concurrieron guardia y tropa como
gesto de fuerza. La sesión comenzó -refiere el provisor Caicedo, asistente a ella- “en medio
de las bayonetas y los cañones”. Se comenzó por una arenga del Presidente que hablaba
de tranquilizar a la provincia y atraer la confianza del pueblo hacia el gobierno. “En pocas
palabras expresó su dolor por lo que había ocurrido y el sincero deseo de restaurar la paz
y la unión entre la gente” -resumió Stevenson, que también asistió a ese cabildo-. E hizo
leer un Acuerdo. Pero ese texto se había redactado como si nada hubiese acontecido. Esto
indignó a los quiteños y se alzaron tres altivas voces para exigir rectificaciones radicales.
El obispo Cuero dijo que temía que los deseos de Ruiz de Castilla no se cumplirían mientras
no fueran retiradas de la ciudad esas personas que habían aconsejado al Presidente violar
sus promesas. La alusión era directa y Arechaga se levantó y reclamó que el prelado recri-
minaba su conducta. Replicó el obispo, digno y grave, y el viejo Conde hubo de zanjar la
discusión pidiendo al fiscal que abandonara la sala. El provisor y vicario Caicedo -nuestro
principal testigo de esta parte de la historia- denunció con energía los males que causaría
el cínico acuerdo propuesto por el Presidente y señaló lo único que podía calmar la justa
indignación de la ciudad. Y lo que el provisor propuso y fue aplaudido por todo el cabildo
aquel era:
Proponía finalmente el provisor que todos los papeles acusatorios, custodiados en el archivo
secreto, y los que se remitieron a Santa Fe quedasen extinguidos y no se volviese a tocar
estos asuntos.
Yo aludo a los oficiales y a las tropas; ellos han cobrado la vida de más de trescientos seres
humanos inocentes, tan fieles cristianos y leales súbditos como ninguno; y si no se hubiera
detenido en la matanza, pronto habían convertido esta provincia, una de las más ubérri-
mas de la Corona española en un desierto; y al execrar su memoria, los futuros viajeros
habrían exclamado “Aquí yació una vez Quito”89.
Y entonces volvió de Santa Fe San Miguel, el discutido personaje que había llevado los pro-
cesos a esa capital virreinal, trayendo noticias alarmantes: al grito de “¡Cabildo abierto!”,
los bogotanos se habían tomado violentamente el Salón de la Ciudad y a la triple negativa
del virrey Amar de concurrir a la sesión, a altas voces de “queremos gobierno nuevo, fuera
chapetones”, habían depuesto al gobierno y a Amar y los Oidores se los había despachado
para Cartagena para que allí se embarcasen para Europa. Se le ocurrió antes tales nuevas
al senil Ruiz de Castilla la peregrina idea de que Quito debía ir a sofocar esa rebelión, y
pidió tropas a Cuenca y Guayaquil. Con lo cual volvió la zozobra a la ciudad.
El día 12 de septiembre entró en Quito Carlos Montúfar, precedido por más de doscien-
tos chagras a caballo y rodeado de la nobleza, a la cabeza de la cual estaba su padre, el
Marqués de Selva Alegre, hasta entonces fugitivo. Se inició ese día una nueva etapa en la
historia de estos tensos y heroicos años de la primera independencia.
Carlos Montúfar cumplió con la letra y el espíritu de la nueva concepción del Consejo de
Regencia, que, con estas formas de gobierno de mayor participación local y americana, as-
piraba a detener la insurgencia que ardía en varios focos de América -a más de Quito, San-
ta Fe y Caracas, en Charcas y La Paz, en el Alto Perú y Chile-. Implantó en Quito el nuevo
sistema gubernativo. “Así se organizó en Quito un gobierno justo, equitativo y moderado,
que indemnice a esta provincia de los desastres que le ha ocasionado la arbitrariedad de
sus amos mandatarios”, escribió Caicedo90.
La nueva Junta no fue acogida con general beneplácito por los quiteños. Se insinuaron par-
tidos. Uno, los que estaban con la Junta; otro, los patriotas, que no veían bien la sujeción
a España, y pensaban, con sobra de razón, que esta Junta retrocedía de la anterior, que se
había proclamado soberana y rechazaban la presencia en la Junta de personas que habían
traicionado la Revolución de Agosto; y un tercero, el de los ultrarrealistas, que habrían
deseado la vuelta al estado de cosas anterior a todas las convulsiones, sin Junta de clase
alguna.
La Junta declaró, en sesión del 9 de octubre, que reasumía sus soberanos derechos y de-
jaba a Quito libre de dependencia del Virreinato, asumiendo todas las facultades de una
Capitanía General. Cuenca, Loja y Guayaquil otra vez se negaron a reconocer la autoridad
de la Junta. Y Arredondo, suspicaz, detuvo la retirada de los limeños en Guaranda. Pedro
Fermín Cevallos ha recogido algo que significaba un golpe de timón decidido hacia otro
espíritu -el que reclamaba el partido de los patriotas-: “En la sesión del 11, como arrepen-
tida de tan mesurado paso, rompió los vínculos que unían a estas provincias con España
y proclamó, bien que con alguna reserva, su independencia”. “Con todo -ha añadido- tal
proclamación no llegó a publicarse sino seis meses después”91.
Ramón Núñez del Arce, en su Informe, acusaría a Carlos Montúfar de montar la nueva
administración en la línea de la Revolución de Agosto, “reclutando -escribió- gentes, apri-
sionando, persiguiendo y haciendo cuanta extorsión pueda imaginarse al vecindario, a fin
de realizar la obra de su padre”92.
Montúfar organizó un cuerpo de tropas quiteñas, y, al multiplicarse roces con las pana-
meñas, ordenó la salida de estas, salvo los soldados que quisiesen pasar a engrosar la
milicia de la ciudad. Puso este nuevo núcleo de ejército nacional al mando del indomable
e inclaudicable patriota coronel Francisco Calderón, quien había salido en libertad de su
cruel prisión guayaquileña gracias al indulto general de 4 de agosto.
Entonces se dirigió al Virrey de Lima pidiéndole que retirara las tropas que había detenido
en Guaranda y que no estorbase el establecimiento de Juntas de Gobierno en Guayaquil y
Cuenca. Pero Abascal era hechura de Godoy, contrario a las innovaciones españolas. Re-
unió el Real Acuerdo y este resolvió desconocer la autoridad del Comisionado quiteño “que
no podía hacer establecimientos opuestos a las leyes existentes” y declaró que era “pública
y notoria la subversión y desorden que había formado el Comisionado Montúfar”. En tal
sentido se ofició a Guayaquil y Cuenca. Se hallaba a la sazón en Lima Joaquín Molina y
Zuleta, que había recibido el nombramiento de Presidente de la Real Audiencia de Quito,
en reemplazo de Ruiz de Castilla. Se vio en él arma con visos de derecho para dominar
a la Junta quiteña. Se decidió que Molina se trasladase inmediatamente a Guayaquil, “en
donde podía tomar las providencias conducentes a que lo recibiesen en Quito y, en caso de
no lograrlo, se posesionara del gobierno de Quito”93.
Molina llegó a Guayaquil el 7 de noviembre, y allí encontró oficio en que Montúfar ponía en
duda la legitimidad de su posesión, porque no podía asumir la Presidencia si antes no ren-
día homenaje -como se mandaba en su nombramiento- al Virrey de Santa Fe. En cuanto a
la intromisión de Abascal, se la rechazaba: él no tenía jurisdicción sobre Quito.
Todo apuntaba a desconocer la autoridad del Consejo de Regencia, cuyo Comisionado era
Montúfar. Fracasado el acuerdo con dos emisarios de Molina -el segundo, un hombre de
claras ideas americanas, Jacinto Bejarano-, no le restaba a Montúfar sino defender su au-
toridad por la fuerza de las armas. No le quedaba otro camino: una junta de guerra, reuni-
da en el Puerto, con presencia del gobernador Cucalón y los jefes militares, había ordenado
que no pasasen de Guaranda los cuerpos llegados de Panamá, y el 19 de noviembre Molina
enviaba a Guaranda cuatro compañías de pardos de Lima más piezas de artillería. Y poco
después llegaba allá el grueso del ejército comandado por Arredondo.
93. Carta de Abascal a Molina, Lima 25 de octubre de 1810. En Jijón y Caamaño, ob. cit.(en nota 23), p. 30.
94. Jijón, ob, cit., 33
120 Hernán Rodríguez Castelo
LA GLORIOSA Y TRÁGICA HISTORIA DE LA INDEPENDENCIA DE QUITO 1808-1813
Por lo que haya sido, las tropas de Arredondo se dieron a la fuga en desbandada y solo
porque el invierno hizo difícil la persecución pudieron llegar por Naranjal a engrosar las
tropas de Molina en Cuenca. Arredondo no paró su fuga hasta Lima. El suceso confirma
noticias del tiempo que lo pintaron afeminado y cobarde. Estos son los ruines que se ensa-
ñan en prisioneros y otros ciudadanos inermes.
La nueva jugada de Abascal fue mover su peón más hacia Quito, a la otra ciudad importan-
te de la Sierra. Molina salió de Guayaquil el 18 de enero, y el 29 se posesionaba de su cargo
en Cuenca. Hizo de la ciudad capital de la Audiencia, nombró Oidores y aprestó tropas.
Desde Lima Abascal las aprovisionó con dos mil fusiles. Montúfar, victorioso, marchaba
hacia Cuenca. El 18 de febrero remitió al Cabildo cuencano la nota que le había hecho lle-
gar días antes la Junta quiteña. En ella se impugnaba la legitimidad de Molina por vicios
legales en su nombramiento y posesión - debía, se insistía, posesionarse ante el Virrey de
Santa Fe- y se recordaba que la capital de la Audiencia era Quito.
Había en Cuenca un núcleo pequeño pero influyente de patriotas y presionó para que se
escucharan las razones de la Junta de Quito y se evitara el derramamiento de sangre. Las
autoridades realistas más enconadas, con el atrabiliario obispo Quintián -uno de los per-
sonajes más nefastos de este tramo de la historia patria- a la cabeza, huyeron a Guayaquil.
Y el 19, el presidente Molina resignó el mando en el Cabildo de la ciudad. “Atentas las
críticas circunstancias de hallarse inmediatas las tropas quiteñas, en estado de atacar esta
ciudad”96.
Y era así: las tropas quiteñas habían vencido a Aymerich en Paredones y habían tomado
Cañar, mientras el español se replegaba hacia Verdeloma. Montúfar había dado plazo de
dos días al Ayuntamiento de Cuenca para rendir la ciudad. Y es cuando se produce uno
de los hechos más turbios y lamentables de este momento histórico, que pudo haber sido
decisivo: las tropas quiteñas recibieron orden de retirarse a Riobamba. “Patriotas y no pa-
triotas -escribiría Cevallos- quedaron estupefactos con semejante movimiento”.
Cevallos dio con un documento en que constaban las razones aducidas por el Comisionado
Montúfar y su Consejo de Guerra para explicar esa orden: el clima riguroso, que con las
crecientes tornaba impracticables los caminos y con las lluvias había enfermado a gran
parte de la tropa; escasez de víveres por el ocultamiento hecho por los pueblos de la región;
deserción de los indios de Riobamba que conducían los bagajes; deserción de algunos mili-
cianos y crecidos gastos para mantener un ejército que pasaba ya de cuatro mil efectivos97.
Stevenson creyó tener la clave para entender la decisión del Comisionado: fueron disposi-
ciones españolas a cuyo cumplimiento se sintió obligado. “Vino un correo de España tra-
yendo las noticias de la disolución de la Junta Central y la formación de la Regencia y las
Cortes, ordenando además a todos los fieles vasallos que abjuraran de la Junta traidora y
que tomaran juramento de la alianza a las autoridades recién constituidas”98.
Borrero piensa que hubo un acuerdo para someter las diferencias al Consejo de Regencia.
Ya Jijón había dado como razón para el sorpresivo retiro cierto acuerdo con Cuenca a la
espera de una resolución de la Regencia acerca de la Junta quiteña. En fin, no se ha de
perder de vista que Montúfar actuaba como Comisionado del gobierno español, el que fue-
se, y debió parecerle fuera de razón que él, Comisionado nombrado por el Consejo, hiciese
la guerra a un Presidente nombrado por el mismo Consejo. Y ¿no era cabeza de la Junta
el Presidente de la Audiencia? En abril, el Consejo de Regencia condescendería en que
subsistiese la Junta de Quito, “hasta tanto que el augusto Congreso de las Cortes generales
y extraordinarias del Reyno establezca la Constitución, que ha de formar el gobierno que
más convenga a las provincias de la Nación española”.
Ya se ve con todo esto cuantas causas había para la irresolución y ambigüedad de las accio-
nes de Carlos Montúfar a la hora de cruzar su Rubicón y tomar Cuenca. Cierto sector de la
sociedad debió ver con alivio la suspensión de la campaña. Pero el pueblo quiteño, el altivo
e indomable pueblo quiteño de los barrios, rechazó esa retirada cuando la toma de Cuenca
había sido inminente. “El pueblo miró con saña la retirada del ejército” -consignó Salazar
y Lozano-. A él las razones dadas nunca le convencieron99.
Como en la anterior lucha, Quito debía cuidar el norte. Allá estaba el siempre peligroso
bastión realista que era Pasto. Tacón, gobernador de Popayán, derrotado por los patriotas
del Cauca, con refuerzos bogotanos, en Palacé, había ido a dar allá. La Junta quiteña dele-
gó a Pedro Montúfar para que fuese a acabar con ese foco de reacción. En los primeros días
de mayo entraba en Ibarra a la cabeza de 300 hombres, y con cuatro piezas de artillería.
97. Oficio de Carlos Montúfar a la Junta. En Cevallos, ob. cit., Clásicos Ariel, 79, pp. 94-95
98. Stevenson, ob, cit., p 510
99. Agustín Salazar y Lozano, “Recuerdos de los sucesos principales de la Revolución de Quito desde el año de 1809
hasta el de 1814”, Revista Museo Histórico, 17 (septiembre 1953) p. Estas memorias se escribieron en 1824 y se
publicaron por primera vez en Quito, en 1854.
122 Hernán Rodríguez Castelo
LA GLORIOSA Y TRÁGICA HISTORIA DE LA INDEPENDENCIA DE QUITO 1808-1813
El 4 de julio se celebró en Quito Cabildo Abierto para declarar la guerra a Tacón. En esa
asamblea de la ciudad, Miguel Antonio Rodríguez -cuya autoridad ante las gentes quiteñas
hemos destacado ya- le planteó a Montúfar que hasta cuándo estaba con la simpleza del
reconocimiento a la Regencia y que ya era tiempo de que sustituyese el título de Comisario
Regio por el de Comandante de las fuerzas de Quito. Era el espíritu que iba imponiéndose
en la ciudad: era ya hora de romper con las Cortes “más nulas que la Regencia misma”,
según una carta de Joaquín de Araujo, representante de Riobamba en ese Cabildo100.
Tras variadas acciones de armas -cuyas crónicas y noticias llegaron hasta Cevallos, el his-
toriador mayor de estos tiempos heroicos- dos mil quiteños ocuparon Pasto el 22 de sep-
tiembre de 1811. También llegó allá, desde el norte, Joaquín Caicedo, presidente revolucio-
nario del Valle del Cauca, y él se posesionó de la ciudad. ¿Por qué el granadino si la caída
del reducto realista se debió a las tropas quiteñas, y Pasto pertenecía a Quito? Hubo, pien-
so, una poderosa razón de otro orden: Caicedo representaba la liberación total de España,
mientras la Junta de Quito significaba aún una manera particular de sujeción a España -a
las Cortes y el Consejo de Regencia-. Pero en Quito había un partido fuerte -apoyado por
la parte más decidida del pueblo- que estaba por lo que representaba Caicedo. Ese pueblo
se agitó y llegó al tumulto amenazante. Ruiz de Castilla debió dimitir la presidencia de la
Junta y retirarse a la recoleta del Tejar, de los frailes mercedarios.
100. Documento hallado por Jijón y Caamaño en el Archivo de Indias, cit. en ob. cit., p. 23, nota 4.
101. En la siguiente parte de nuestra Historia General y Crítica de la Literatura Ecuatoriana. 1800- 1860, la analizare-
mos detenidamente.
102. Toda la oración en Antología de prosistas ecuatorianos, tomo segundo, Quito, Imprenta del Gobierno, 1896, pp.
64-79. El lugar transcrito, pp. 67-68.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 123
A partir de entonces vemos diferenciarse dos tendencias de las gentes quiteñas, duramente
enfrentadas: moderados y radicales. Los moderados, liderados por Selva Alegre -a los que
por el apellido del marqués se dio en llamar “montufaristas”-, que se apegaban a los jura-
mentos de fidelidad a Fernando VII que hiciera -al menos como fachada- el movimiento de
agosto de 1809, y los radicales, con el Marqués de Villa Orellana a la cabeza -llamados, por
el apellido de su jefe, Jacinto Sánchez de Orellana, “sanchistas”-, que exigían la indepen-
dencia de España y propugnaban un sistema republicano de gobierno.
Los radicales, que vieron mal que sucediera a Ruiz de Castilla en la presidencia de la Junta
el Marqués de Selva Alegre -para los radicales, traidor a la Revolución del año 9- y recha-
zaron igualmente la presencia en la Junta de quienes juzgaban desleales a ese movimiento
como Zambrano -actuaciones de Manuel Zambrano con las que hemos dado ya prueban lo
errado de esta apreciación-, Manuel de Larrea, Rodríguez Soto, Benavides, Quijano y Mur-
gueitio, exigieron otra Junta y una postura más decidida frente a la dominación española.
La nueva Junta se integró por los que para los radicales eran probados patriotas: Valdivie-
so, el Marqués de Villa Orellana, Antonio Ante, Nicolás de la Peña, Juan Donoso. Se pidió al
obispo Cuero y Caicedo que la presidiese, y él aceptó. La nueva Junta convocó a elecciones
para un Congreso constituyente que dictase una Carta Política y diese forma a los poderes
públicos. Debían ser dieciocho diputados: uno por el clero, uno por las órdenes religiosas,
dos de la nobleza, cinco de los barrios –uno por barrio-, y uno por cada asiento de Ibarra,
Otavalo, Latacunga, Ambato, Riobamba, Guaranda y Alausí.
Las elecciones fueron el campo donde esos dos partidos que polarizaban cada vez más las
opiniones quiteñas se afirmasen en su peculiar concepción de la relación con la Metrópoli,
y midieran fuerzas. En las elecciones vencieron los moderados o realistas mitigados.
Se discutió y, “teniendo en cuenta que la Regencia no había resistido con éxito a los fran-
ceses, se resolvió a pluralidad de votos por la independencia, recomendando la confede-
ración con las provincias granadinas, cuyos intereses y derechos son comunes con los de
Quito para bien de la sagrada causa americana”104.
103. Acta del Soberano Congreso de Quito, de 11 de diciembre de 1811. Archivo de Indias 126-3-11. Cit. por Jijón y
Caamaño, ob. cit., p. 24
104. “Acta del Soberano Congreso”, Quito, 11 de diciembre de 1811. Archivo de Indias, Sevilla. Cit, Jijón y Caamaño,
ob.cit., p. 24.
124 Hernán Rodríguez Castelo
LA GLORIOSA Y TRÁGICA HISTORIA DE LA INDEPENDENCIA DE QUITO 1808-1813
Firmaron el Acta el obispo Cuero y Caicedo, como Presidente; el Marqués de Selva Alegre,
Vicepresidente; Manuel Zambrano, representante del Ayuntamiento; Calixto Miranda, de
Ibarra; Rodríguez Soto, del Cabildo Eclesiástico; Prudencio Vásconez, del Clero secular; fray
Alvaro Guerrero, del regular; el Marqués de Villa Orellana y Mariano Guillermo Valdivieso,
por la nobleza; Manuel Larrea, por el barrio de Santa Bárbara; Manuel Matheu, por el de
San Marcos; Mariano Merizalde, por el de San Roque; Miguel Antonio Rodríguez, por el de
San Blas; el Dr. Francisco Aguilar, por Riobamba; el Dr. José Manuel Flores, por Latacunga;
Miguel Suárez, por Ambato; José Antonio Pontón, por Alausí; Antonio Ante, por Guaranda;
Luis Quijano, secretario de Estado, y Salvador Murgueitio, de Gracia, Justicia y Hacienda.
De esta gallarda resolución inicial del flamante Congreso y de los firmantes que la aproba-
ron en representación de estamentos, barrios y provincias se deducen dos conclusiones de
la mayor importancia: la primera, que las diferencias entre las dos tendencias de la Asam-
blea -y de Quito- eran más de apariencia -más o menos virulenta- y de caudillismo -pugna
por el poder de los dos grupos oligárquicos- que de fondo, y la segunda, que Quito se había
pronunciado, a través de sus diputados, por la independencia.
105. Del que Jijón consignó esta sugestiva información: “El 29 de Enero de 1812, remitió Molina el Proyecto de Constitu-
ción, escrito por el Maestraescuela, doctor don Calixto Miranda, documento aún inédito y valiosísimo para conocer
las opiniones corrientes en esa época”. Jijón lo halló en el Archivo Histórico Nacional de Madrid. Jijón y Caamaño,
ob. cit., p. 25. Hemos dado con Calixto Miranda como firmante del Acta del Congreso de Quito, de 11 de diciembre,
como representante de Ibarra. ¿Cuándo y por qué remitió su proyecto de Constitución a Molina? Y Molina, si lo
remitió al Congreso quiteño, ¿reconocía su competencia para dictar una Constitución?.
106. Julio Tobar Donoso, Orígenes constitucionales de la República del Ecuador, Quito, Imprenta de la Universidad
Central, 1938, p. 5.
107. El precioso documento fue publicado por Celiano Monge en 1913. Se reprodujo en Revista Museo Histórico, año X,
ns. 27-28 (agosto 1957), pp. 81-103.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 125
El Pacto comenzaba por solemne período en cuyo núcleo estaba una estupenda formula-
ción de filosofía política. Proclamábase que se sancionaban los artículos de la Constitución
“en uso de los imprescriptibles derechos que Dios mismo como autor de la naturaleza ha
concedido a los hombres para conservar su libertad, y proveer cuanto sea conveniente a la
seguridad y prosperidad de todos y cada uno en particular”, y formulaba el deseo de “darse
una nueva forma de gobierno análogo a su necesidad y circunstancias en consecuencia de
haber reasumido los Pueblos de la Dominación Española por las sanciones de la Provi-
dencia Divina, y orden de los acontecimientos humanos la Soberanía que originariamente
reside en ellos”. La soberanía, se sentaba inequívocamente, reside en los pueblos.
Y sobre la sociedad política se establecía que “el fin de toda asociación política es la con-
servación de los sagrados derechos del hombre”.
Es decir, toda una filosofía política impensable antes de la Revolución Francesa y el res-
quebrajamiento del viejo régimen que ella había producido en Europa. Esa primera consti-
tución de la nueva República garantizaba las libertades: la de sufragio, la de expresión. El
Supremo Consejo, integrado por miembros que durarían dos años, tenía la misión de pro-
teger y defender los derechos del pueblo, vigilar la guarda de la Constitución y enmendar
o sancionar a los miembros de los tres poderes -Ejecutivo, Legislativo y Judicial-, a cuyas
atribuciones y responsabilidades se dedicaban sendas secciones.
Eran ocho provincias libres las que formaban el Estado de Quito, pero debíase entender
“lo mismo respecto de las demás provincias vinculadas políticamente a este Cuerpo luego
que hayan recobrado la libertad civil de que se hallan privadas al presente por la opresión
y la violencia”.
El lugar del Rey se definía en un artículo en apariencia obediente pero con salvedad de-
cisiva: “En prueba de su antiguo amor, y fidelidad constante hacia las personas de sus
pasados Reyes; protesta este Estado, que reconoce, y reconocerá por su Monarca al Señor
Don Fernando Séptimo, siempre que libre de la dominación francesa, y seguro de cualquier
influjo o amistad, o parentesco con el Tirano de Europa pueda reinar, sin perjuicio de esta
Constitución”. Tratábase, en el mejor de los casos, de un rey y monarquía casi simbólica,
y, en el peor, de una monarquía constitucional, pues era poco lo que podía gobernar “sin
perjuicio de esta Constitución”.
“Dado en el Palacio del Reino de Quito”, rezaba, con cierto toque de ufanía, la data de la
flamante constitución.
El Pacto tendría vida efímera, porque el partido radical lo desconocería por no haber sido
suscrito por la totalidad de los diputados. Desconocieron, además, a un Congreso que esta-
ba partido, y se constituyó un Consejo Directivo del movimiento revolucionario.
La división había llegado a ser total y se tornaría fatídica para la Revolución misma y la
supervivencia del Estado que con la Carta Magna nacía. Y ya tenemos a las dos facciones
enfrentadas hasta la guerra fratricida. El líder militar de los radicales, el coronel Francisco
126 Hernán Rodríguez Castelo
LA GLORIOSA Y TRÁGICA HISTORIA DE LA INDEPENDENCIA DE QUITO 1808-1813
Calderón, que se hallaba con sus tropas en Alausí vigilando las fronteras de la patria libre,
unió a esas fuerzas las de Guaranda y marchó sobre Quito. Hízose preceder de proclama
que testimonia, a la par que las razones que esgrimía ese partido, los altos niveles que ha-
bía alcanzado la pasión política. “Quiteños: Albricias! El día de vuestra libertad se acerca”
-comenzaba ese texto que, leído a la distancia de aquellos fragores, suena casi delirante-.
Anunciaba la llegada de los patriotas “arrojados del gobierno porque no prostituían vuestra
confianza”. Venían -se decía- para acabar con la que llamaban “casa dominante” -es decir
la de los Montúfar-, “esa casa que arruinó el reino con la revolución y contrarrevolución” y
ahora detentaba todos los poderes. Y a quien encabezaba la fuerza militar en camino se lo
llamaba “vuestro libertador”108.
El partido encabezado por los Montúfar -Carlos, Juan Pío y Pedro- no se sintió con fuerzas
para resistir a las tropas de Calderón o quiso evitar derramamiento fratricida de sangre.
Ello es que fueron aceptadas todas las condiciones impuestas por Calderón.
Renunció a la presidencia el obispo Cuero y Caicedo, Carlos Montúfar debió huir para
evitar la prisión decretada por los adversarios y el Marqués se ausentó. Sin el freno de
los moderados, otra vez estamos en una Quito en plena revolución, participando enfervo-
rizadamente en los preparativos para marchar sobre Cuenca. La capital sureña era vital
para la Revolución de Quito: había que evitar que se uniese a Guayaquil para sofocar la
insurrección del centro.
El 1 de abril de ese 1812 salió el ejército quiteño -2000 hombres, 200 veteranos y el resto
bisoños entusiastas-, al mando del coronel Calderón. Por el camino, gentes de Latacunga,
Ambato, Riobamba y Alausí, en número superior al millar, engrosarían las filas. (Ese 1 de
abril el año anterior había llegado a Quito Carlos Montúfar tras su retirada de Cuenca. Por
tal coincidencia, “día misterioso” lo llamaba un pasquín antimontufarista que circuló el
mismo día en Quito109).
Cuando la campaña se acercaba a un final triunfal, intrigas urdidas por los opositores de
Quito y llevadas por Echanique, bajo la fachada de portador de los sueldos de la tropa, fre-
naron la toma de Cuenca -cosa tan grave la ha sentado el ponderado Cevallos, según fuente
108. La proclama de Calderón en Cevallos, ob. cit., Clásicos Ariel 79, 106. T. III, Nota 2, pp. 121-122
109. Nos referiremos a él en el texto de nuestra Literatura. Se lo publicó en el Boletín de la Academia Nacional de His-
toria, vol. XXIV, n. 64 (julio-diciembre 1944), pp. 320-326.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 127
Pero entonces, cuando Cuenca esperaba ansiosa a los patriotas victoriosos para una unión
que fortalecería enormemente la República, los revolucionarios forzaron una insólita reti-
rada111, y lo que llegó a Riobamba fue un ejército desmoralizado y deshecho. Una suprema
Diputación de Guerra, enviada por Quito a esa ciudad, dando oídos a intencionados infor-
mes de la vanguardia en retirada, decretó la privación del mando a Calderón. Se consumó
así esta página bochornosa de la historia nacional, hora sombría en que obscuros intereses
pusieron en riesgo la suerte de la patria. Para reparar tamaña injusticia cometida contra
Calderón, patriota a toda prueba, se lo nombró, el mismo día, comandante en jefe de las
operaciones del norte.
El teniente general Toribio Montes -brillante militar de carrera-, que había sido nombrado
Presidente de Quito, en reemplazo de Molina, había llegado a Guayaquil el 21 de junio de
1812, con cuantiosos recursos. Junto a él estaba el coronel Juan Sámano, que cobraría tris-
te celebridad en las guerras de la independencia por su sevicia. Montes destacó a Sámano
a Cuenca para que dirigiera las tropas de esa ciudad. Así que salieron Sámano de Cuenca
y Montes de Guayaquil. Unidos, sus efectivos llegaban a 2.675 -418 de Guayaquil y 1.860
de Cuenca.
Tomado Pasto por los realistas, Quito estaba amenazado por el sur y por el norte.
Consciente de la gravedad de la situación, el Congreso de Quito toma medidas radicales
como el llamamiento a las armas a los ciudadanos mayores de 16 y menores de 50 años,
la convocatoria a voluntarios para la defensa de Ibarra, la orden de alistar las milicias de
Quito y sus cinco leguas para caso de amago a la Capital y confiscación de bienes de los
autores y cómplices de la sublevación de Pasto112.
En esta hora de peligro para la joven república, el obispo Cuero y Caicedo se dirigió a sus
vicarios con exhortación que trasuntaba decisión patriótica. Les pedía que levantasen el es-
píritu de los habitantes para que “sin distinción de clase, estado y condición, coadyuvasen
con todos sus esfuerzos y facultades, a hacer una defensa vigorosa para salvar sus vidas
y propiedades de los saqueos, agravios y violencias, extorsiones, pecados y males que se
prometían consumar las fuerzas invasoras”113.
Este es otro Cuero y Caicedo, muy distante del contrarrevolucionario taimado del año 9.
Haber presenciado, el 2 de agosto del año siguiente, impotente -y seguramente con algún
remordimiento-, los alevosos asesinatos de tantos ciudadanos ilustres, inermes en prisión,
y después la matanza de tantos otros quiteños indefensos en las calles de la ciudad y los
saqueos y abusos, había hecho madurar su conciencia de patriota y decidido su voluntad
ya sin vacilaciones ni cobardías.
Y hay otros textos que revelan de modo aun más vigoroso a este nuevo Cuero y Caicedo.
Son un edicto de 8 de agosto y una pastoral del 19 de septiembre, que lo confirmaba y urgía
lo prescrito, ante la derrota del ejército de Quito en Mocha. El Obispo llegaba a declarar
“suspensos ipso facto de oficio y beneficio a todos los sacerdotes seculares y regulares que
se obstinasen en sembrar ideas seductivas, sanguinarias y contrarias a la felicidad de la
Patria, o que concurriesen a desalentar a las gentes y separarlas del justo y legítimo desig-
nio de defenderse y auxiliar al Gobierno” y decretaba “pena de excomunión mayor a los
seculares de cualquier estado, calidad y condición que manteniendo comunicación con los
enemigos, les diesen noticias relativas a la defensa y Estado de la Patria, o interiormente
desalentasen, sedujesen o impidiesen los arbitrios que se adopten en la Capital y sus pro-
vincias unidas”. Apoyaba tan graves decisiones en luminosa doctrina: tales sanciones se
aplicaban “en atención a considerarse indignos de la sociedad de los fieles, a todo insen-
sibles, a la voz de la Justicia y la Caridad” y porque “la naturaleza y la religión obligan a
112. Acta del Congreso de 15 de junio de 1812. Archivo de Indias. Cit. Jijón y Caamaño, ob. cit., p. 40.
113. Cit. en Borrero, ob. cit., p. 357
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 129
trabajar a costa de los mayores sacrificios, por la salud, la libertad y los adelantamientos
de aquella sociedad en que han vivido y a la que son deudores de cuanto son y poseen”114.
Documento tan enérgico, al tiempo que la noble pasión patriótica hacia la que había evolu-
cionado el Obispo, muestra, por su misma gravedad y urgencia, que había todo un sector
del clero actuando como quinta columna realista.
Y, como la retirada de las tropas del Estado de Quito estaba perturbada por deserciones y
robos al ejército, el Obispo extendió la pena de excomunión mayor a los desertores que no
volviesen a incorporarse bajo las banderas de la República, como también a los que tuvie-
sen armas, caballos, pertrechos y municiones del Estado y no los devolviesen en tres días.
Aunque algo tarde, había sonado la hora de la unidad de la patria. Con muchos cuerpos
en desbandada hacia Latacunga, Carlos Montúfar fue llamado a ponerse a la cabeza de las
tropas quiteñas del sur. (Antonio Ante, nombrado para ese comando tras la separación de
Checa, reconoció no estar capacitado para dirigir campaña que se había vuelto tan difícil y
fue quien acudió a Montúfar).
“Si no estuviese persuadido este pueblo fiel y religioso que el estilo de los pira-
tas, que solo miran en sus empresas las vergonzosas pasiones de la ambición
o el interés, es el que se lee en vuestro oficio, nunca creería que os atrevieseis
a insultar los sagrados derechos que ha proclamado esta ciudad por el cauti-
verio de nuestro amado monarca, el señor don Fernando VII de Borbón; pero
nada debe extrañarse de un hombre sin principios de religión ni de política, y
que aspira a formar su suerte con el robo, el asesinato y los demás excesos y
crímenes de un hombre corrompido. Mas os engañáis con la turba de facine-
rosos que se os han asociado, pues los individuos de este supremo gobierno,
las corporaciones, el venerable clero, la nobleza, el pueblo bajo y las tropas de
esta plaza, se hallan prontos a manifestar a la faz del universo que no es fácil
subyugar a hombres resueltos que pelean por su libertad; y en su virtud, se os
114. Edicto del 8 de Agosto de 1812 y Pastoral de 19 de Septiembre de 1812. Archivo de Indias, Sevilla.
130 Hernán Rodríguez Castelo
LA GLORIOSA Y TRÁGICA HISTORIA DE LA INDEPENDENCIA DE QUITO 1808-1813
Firmaba aquello el 6 de noviembre “el pueblo quiteño”. ¿Quién había recogido el sentir de
ese pueblo altivo y heroico? ¿Quién le había dado forma en ese texto que llega al estupendo
poder de la sentencia lapidaria “no es fácil subyugar a hombres resueltos que pelean por
su libertad”, digna de Bolívar o Martí?
Siguieron tres días de tensa espera, que lo fueron de febriles preparativos, que pintó con
admirada emoción el cronista Salazar y Lozano, el más cercano a los hechos, y consignó el
historiador que amasó el relato de estas horas con recuerdos de sobrevivientes, Cevallos.
No había hombre que no fuera un soldado voluntario; las mujeres, no contentas con entre-
gar sus joyas, suplían a los hombres en las guardias; las criaturas redondeaban soroches
y piedras para el balotaje de fusiles y cañones; las campanas se bajaban para fundir caño-
nes. Las calles de la entrada fueron cerradas con grandes piedras y troncos. Se volvieron al
uso escopetas y fusiles viejos. Pasados los tres días Montes atacó -el 7 de noviembre-. Una
de las divisiones por el Machángara, a las órdenes de Sámano y Valle; otra por el llamado
arco de la Magdalena, garganta entre el Panecillo y las estribaciones del Pichincha. Montes
se reservó una tercera parte del ejército.
Las tropas del Machángara y la Magdalena fueron arrolladas. Entonces el jefe español re-
solvió atacar de frente el Panecillo. Y este audaz movimiento tomó por sorpresa al bisoño
capitán que lo resguardaba. Y la fortificación cayó. Lo quiteños que defendían la colina
escaparon ladera abajo. Y resultó que barricadas y defensas quedaron inservibles.
Con todo, los estrategas quiteños sobrestimaron ese éxito de Sámano, y no vieron que la si-
tuación del español era crítica y podía ser cercado y rendido. Faltó sentido táctico, a la vez
que -como reprochó con buen sentido Cevallos- sobraban rezos y procesiones. Montúfar
reorganizó la defensa en la plaza mayor con artilleros que desde la plazoleta de la Merced
cañoneaban el fortín del Panecillo. La resistencia estaba intacta. Así se llegó a la noche. Y
esa que debía haber sido la gran oportunidad para asestar a los españoles golpes desmo-
ralizadores concertando acciones, fue más bien hora de derrumbamiento. Se regó por la
ciudad el rumor de que las tropas la abandonarían replegándose al norte. Y ello provocó un
éxodo desesperado y aterrorizado de todos cuantos tenían algo que perder. Ante situación
tan crítica, las tropas quiteñas debieron efectivamente salir hacia el norte. El 8 Montes
entró en una ciudad desierta, y sus famélicas tropas se dieron al saqueo.
La retirada de los quiteños hacia el norte se detuvo en Ibarra, donde el coronel Calderón
tenía un cuerpo de seiscientos hombres. A él plegaron los que llegaron en formación y los
que se reagruparon por pelotones hasta sumar mil seiscientos efectivos.
En el norte un vaivén de acciones habría acaso llegado a una nueva toma de Pasto por el
yanqui Macaulay, pero la habían frustrado las malas noticias llegadas del sur -desde la
ruptura de la línea de Mocha- y el llamado a defender Quito.
Ahora han llegado a Ibarra, al frente de los pelotones en retirada apenas ordenada, Carlos
Montúfar, el Marqués de Villa Orellana, Antonio Ante, Manuel Mateu, Nicolás de la Peña y
su heroica esposa doña Rosa Zárate, y tres de los eclesiásticos más fieles a la causa, Miguel
Antonio Rodríguez, José Correa -el cura de San Roque- y el provisor Caicedo.
En el proceso instruido contra el Marqués de Villa Orellana se lee esta pregunta y la res-
puesta dada por Jacinto Sánchez de Orellana:
En lo que le descargaba de culpa, el Marqués declara cosas verdaderas -la ida a Atuntaqui
para negociar un armisticio con Sámano, y cómo recibieron las tropas decididas a la lucha
lo que vieron como pusilanimidad y cobardía-. Eso de que no tuvo parte en la decisión
del ataque, en cambio, mal puede afirmarse basados en esta declaración, hecha, como
116. Al empaque conversacional de las fuentes llegado hasta el texto se volverá más en detalle precisamente con este
pasaje en la parte de la Literatura que se dedicará a Pedro Fermín Cevallos y su Historia.
117. Borrero, ob. cit., 372 y ss.
118. En la confesión del de Villa Orellana en el proceso, este alegaba en su favor haber ido a Atuntaqui, a celebrar un
armisticio con Sámano. La acusación de Toribio Montes y la defensa de los acusados en el Boletín de la Academia
Nacional de Historia, vol. XXI, n. 57. Esta declaración de Jacinto Sánchez, el marqués de Villa Orellana, en la p. 121
119. Esa misma declaración del de Villa Orellana termina así: “que a su regreso lo recibieron hostilmente las tropas
quiteñas”.
120. Documento reproducido en La Revolución de Quito 1809-1812, Archivo Nacional de Historia, Boletín No 33, Quito,
2007, pp. 66-70.
132 Hernán Rodríguez Castelo
LA GLORIOSA Y TRÁGICA HISTORIA DE LA INDEPENDENCIA DE QUITO 1808-1813
Dictada por el Dr. Antonio Ante y firmada por Francisco Calderón, en el cuartel general de
Ibarra, a 27 de noviembre de 1812, está la altiva nota de rechazo de esa forma prepotente
de proceder:
Las cartas estaban echadas y a los patriotas no les quedaba sino combatir. Iba a escribirse
la última página de esta trágica y gloriosa historia comenzada en 1808 y 1809. Sámano
seguía en Atuntaqui, al frente de 590 hombres. Y vio que lo que se le había antojado fácil
persecución de unos restos en desbandada era en realidad guerra contra un ejército bien
plantado y decidido. Y el cerco que le pusieron poblaciones indígenas lo llevó al borde del
colapso. Entonces ocupó el lugar del militar valiente el político taimado y pidió entrevistar-
se con Montúfar y con él envió un pliego que proponía un armisticio con la promesa “de-
lante de los cielos” de mediar con Montes para que se corriese un velo sobre lo sucedido.
Una vez más se frustró una victoria decisiva del ejército quiteño. Sámano quería apare-
cer conciliador, pero avanzaba hasta San Antonio, donde se hacía fuerte, y el cura daba
noticia de ello a los patriotas. Marchan entonces estos a castigar la felonía del español y
lo acosaron hasta que se vio forzado a refugiarse en la iglesia. Allí, cercado, acabados los
pertrechos, resolvió la noche de ese 29 de noviembre rendirse con el alba.
Pero al alba los sitiadores habían desaparecido... Otro doloroso enigma de esta historia
inicial de nuestras guerras libertarias. ¿Qué había pasado? Una vez más el rumor tenden-
cioso. Cevallos lo contó: “... corrió entre la tropa quiteña la voz de que se acercaba otra divi-
sión en auxilio de Sámano. Bastó este vago rumor, esparcido entre las tropas liberales que
ocupaban diferentes puntos, para que se diera la orden general de retirada a Ibarra”122.
Desde tan infeliz decisión todo fue precipitarse la tragedia. Tropas desordenadas, mandos
divididos, frente a un adversario cruel y ahora ya bien aprovisionado de munición, todo
condujo a la desmoralización. Y se volvió a pedir la capitulación. Sámano, aunque comuni-
có el pedido de capitulación a Montes, cargó sobre Ibarra.
Ante esta acción de personaje del que cabía esperar cualquier crueldad y ninguna humani-
dad, Carlos Montúfar con parte de los quiteños salió hacia el Chota. Calderón lo hizo con su
tropa para el norte, con miras a unirse a los patriotas de Popayán. Sámano, apenas lo supo,
se movilizó en su persecución y le dio alcance junto a la laguna de Yaguarcocha. Allí, junto
al “lago de sangre” -que debía su nombre a otro holocausto al final de otra resistencia he-
roica: el de los quiteños caranquis degollados por el Inca invasor- se libró la última batalla
de la Revolución de Quito. Desigual, desesperada, rica de ya inútil heroísmo.
A los derrotados Sámano persiguió con saña, para ejecutarlos. Sin atender al juramento
prestado, hizo fusilar en Ibarra al coronel Francisco Calderón, el 4 de diciembre de ese
1812.
La sevicia con que Montes y su atrabiliario segundo en el mando, Sámano, tomaron ven-
ganza dejó huellas espeluznantes en órdenes como la dada por el Presidente a un Fábrega,
que había capturado a Nicolás Peña y su heroica esposa Rosa Zárate en los bosques de
Malbucho -camino de Tumaco-, en donde las gentes quiteñas habían ido a combatir des-
pués de los sucesos de diciembre en Ibarra: “Proceda Ud. a ponerles en capilla, pasándolos
por las armas por la espalda, cortándoles las cabezas que, con brevedad, remitirá Ud. del
mejor modo posible, para que se conserven y que vengan ocultas, a fin de ponerlas en la
plaza de esta capital”123.
Carlos Montúfar acabó escondido en su hacienda de los Chillos. Apresado por delación de
un fraile dominico, fue sometido a juicio y, acaso por el peso de la familia y su poder econó-
mico, el fiscal declaró la nulidad del proceso. Vuelta a instaurarse la causa, hubo de escon-
derse y, juzgado en rebeldía, fue -lo mismo que su padre, el Marqués condenado a muerte.
Imploraron indulgencia -ha referido Roberto Andrade- y les fue conmutada la pena capital
por la de destierro, a Loja, el padre, a España, el hijo. Camino de ese destierro, Carlos fugó
en Panamá y por Tumaco llegó a Popayán para unirse a los patriotas del Cauca. Fue a Bo-
gotá, como comisionado del gobierno de Popayán ante Manuel Bernardo Alvarez, dictador
de Cundinamarca, para conseguir la ratificación del convenio que acordaran los delegados
del Congreso Federal y Cundinamarca. Pero, mal recibido y acosado por el dictador, debió
salir a Tunja. Al paso de Bolívar por esa ciudad, de camino a reducir a Alvarez, Montúfar
se le unió como ayudante de campo - había conocido al Libertador en París-. En la toma
de Bogotá actuó heroicamente. De allí regresó a combatir en las filas patriotas del Cauca y
comandó, como mayor general, el ala derecha de las tropas que vencieron a los españoles
junto al río Palo.
En 1813 se recibió en Quito la Constitución que las Cortes españolas habían aprobado el
año anterior. La ciudad, ya vencida, juró esa Constitución que sería la base del derecho
constitucional americano. El juramento se solemnizó con las festividades de rigor. Entre-
tanto la Nueva Granada resistía y Sámano avanzó hacia Popayán multiplicando saqueos y
desafueros.
En Santa Fe, Nariño presidía el gobierno independiente, y, aunque se sentía a una España
fortalecida por la mala fortuna que comenzaba a derrumbar el imperio napoleónico, re-
chazó el someterse. Nariño era un luchador indomable. Por haber traducido la Declaración
de los Derechos del Hombre había sido llevado, cargado de hierros, a cárceles de Cádiz, y,
vuelto en clandestinidad a la patria, para seguir luchando, había sido nuevamente apre-
sado en 1810. Nada lo podía doblegar. Fracasada una mediación británica, el gobierno de
Santa Fe desconoció la autoridad del rey.
Para someter a los victoriosos salió de Quito el atrabiliario Sámano hacia Pasto, el 18. Y
en Quito se engrillaba y sumía en calabozos -aun por encima de la autoridad de Montesa
ciudadanos notables, acusados de conspirar: Manuel Larrea, Manuel Mateu, Guillermo
Valdivieso, Francisco Javier Salazar, Bernardo León...
Solo cuando supo que Morillo había rendido Cartagena y avanzaba hacia el sur, Montes
autorizó que Sámano saliese de Pasto hacia Popayán. Se fortificó en el Tambo. Las tropas
patriotas de Popayán, cortas -menos del millar-, corrían el riesgo de quedar atenazadas en-
tre el gran ejército español que bajaba del norte fusilando a cuanto rebelde o colaborador
apresaba y Sámano al sur. Mejía, su nuevo comandante. Resolvió lanzarse contra Sámano.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 135
El choque, en la cuchilla del Tambo, acabó en derrota americana, tras heroica lucha. Sá-
mano ocupó Popayán y Morillo lo hizo Mariscal de Campo. El Virreinato volvió a sujeción
de España y comenzaron consejos de guerra que fusilaban a decenas de americanos, algu-
nos tan ilustres como Caldas y Camilo Torres. Montúfar pudo esconderse algún tiempo en
las selvas. Aprehendido y llevado a Buga, fue fusilado por la espalda como traidor, el 31 de
julio de 1816. Traidor a la corona: este fue su definitivo y más alto título de bemérito de la
patria y la causa de la libertad de América.
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Publicaciones periódicas
A pesar de que se nos avecina una celebración del Bicentenario del Primer Grito de Inde-
pendencia, un tanto discreta y con bajo perfil; lo que viene a continuación es una síntesis
de las campañas militares del Ejército quiteño que, con el paso de los años, reflejan el poco
reconocimiento de aquellas acciones de armas, tomando en cuenta que esa tropa llegó a
ser la verdadera fuerza que supo mantener con firmeza y coraje los anhelos de la Junta Su-
prema de Gobierno en lo referente a la independencia política de la antigua Real Audiencia
frente al coloniaje español.
Si bien, aquellas campañas que fueron protagonizadas inicialmente con oficiales y tropa de
la Falange quiteña y que finalizaron con la matanza y persecución de sus líderes que per-
sistieron en el tema de la Independencia; pues todo este proceso, tanto como sus actores,
no fue nada improvisado. El papel de los militares patriotas y la configuración del Ejército
quiteño obedece a la organización de milicias y tropa regular aparecidas en siglos anterio-
res, especialmente ésta última, llamada también tropa veterana, cuyos orígenes se remon-
tan al año de 1755, tiempo en el que fue creada la Compañía de Guardia del Presidente,
a cargo de don Juan Pío Montúfar y Frasso, marqués de Selva Alegre y presidente de la
Audiencia, con el propósito de disponer de un cuerpo armado que garantice su seguridad
y que pueda repeler los alzamientos populares.1
Al emprender esta interesante labor de narración y análisis de los siete principales com-
bates protagonizados por los patriotas frente a las tropas realistas, entre los años 1809 y
1812; grato es reconocer su valor y decisión en el campo de batalla, pero así mismo, ingra-
to es recordar los conflictos políticos que dividieron y que además frustraron el éxito en las
últimas operaciones militares. Aquí sus pormenores, entornos y actores:
* Es Miembro Correspondiente de la Academia Nacional de Historia del Ecuador, Máster en Relaciones Internaciona-
les por la Universidad San Francisco de Quito, Diploma Superior en Comunicación Social por la Universidad Andina
“Simón Bolívar”, Máster y Ph.D (c) en Historia de América Latina por la Universidad “Pablo de Olavide”, Sevilla
– España. Entre sus publicaciones destacan: “Bandido`s, una biografía indiscreta del subdesarrollo ecuatoriano”,
2001; “Ejército ecuatoriano, historia, civismo y desarrollo”, 2001; “Aviación del Ejército ecuatoriano, honor, vuelo,
eternidad”, 2002; “Historia general del Ejército ecuatoriano”, 2005. Como editor general y coautor: “Historia de
los cascos azules del ecuador”, 2005; La Campaña Revolucionaria del General Eloy Alfaro y la modernización del
Ejército ecuatoriano”, 2009.
1. La Compañía estaba integrada por un capitán, un teniente, dos sargentos, dos cabos, un tambor y 25 soldados. Fue
creada mediante Real Decreto del 8 de febrero de 1755. Archivo General de Indias (AGI), Quito, legajo 573, f. 207
140 Kléver Antonio Bravo
L O S S I E T E C O M B AT E S D E L E J É R C I T O Q U I T E Ñ O E N N O M B R E D E L A I N D E P E N D E N C I A , 1 8 0 9 - 1 8 1 2
Aunque era visible el apego de los pastusos a la Corona a través de la “defensa de su terri-
torio”, la causa de sus autoridades era diferente. Su interés por la defensa territorial no era
otra cosa que la defensa de sus bienes y su estabilidad en el poder. Esta era la realidad ante
la cual don Ignacio Ortiz, secretario de la expedición quiteña, manifestaba que los pastusos
no defendían la causa del Rey sino los derechos del doctor Santacruz.
Con el rechazo a la propuesta de la Junta, el cabildo de Pasto procedió a embargar los cau-
dales de los quiteños que reposaban en las Cajas Reales de Popayán, suspendió el correo
oficial de Quito y detuvo a don Pedro Montúfar que se encontraba en Popayán junto a sus
tres ayudantes, entre ellos don Joaquín Gómez de la Torre.2 Con esto, la guerra entre Pasto
y Quito estaba declarada, pero antes de que inicien las operaciones militares, la Junta, a
través del general Manuel Zambrano, comandante de la tropa quiteña, planteó al cabildo
de la “fiel ciudad de San Juan de Pasto” una tregua y un encuentro para llevar la situación
de forma pacífica y así buscar la unión fraternal para el bienestar de las provincias. El
cabildo consultó a Tacón y éste reiteró su rechazo a la tregua y al diálogo, dando paso al
enfrentamiento entre quiteños y pastusos: un encuentro bélico que ante la historia sería el
primer combate por la independencia en la nueva Hispanoamérica.3
La tropa pastusa se dividió en destacamentos a fin de cubrir con algunos puntos críticos
del río Guáitara. A la cabeza de esta tropa estaban los capitanes Tomás Santacruz, Ramón
Zambrano Santacruz, Miguel Nieto Polo, Francisco María Santacruz y Gregorio Angulo.
A la cabeza de la primera compañía estaban el capitán Nicolás Quiñones, un teniente y
un subteniente. En la segunda compañía: el capitán Agustín Estupiñán, un teniente y un
subteniente.4
Este ejército de Pasto se preparó para enfrentarse a nuestro ejército comandado por el
general Manuel Zambrano, teniente coronel Francisco Xavier Ascázubi, el doctor Ignacio
Ortiz de Cevallos y 18 oficiales, quienes lideraban una fuerza de 553 hombres.5
2. Gerardo León Guerrero Vinueza, Pasto en la Guerra de Independencia 1809-1824, Bogotá, 1994, p. 22
3. Extracto del oficio de la Sala Capitular de Quito al ayuntamiento de Pasto, septiembre de 1809, Archivo Nacional
de Madrid, sección Consejos, legajo 21679, en Gerardo Guerrero, “¿Por qué vinieron los quiteños?, dos invasiones
al distrito de Pasto 1809 – 1811”, Primer encuentro colombo-ecuatoriano sobre raíces históricas, Memorias, Pasto,
24-28 de mayo de 1987, pp. 108 - 111
4. Gerardo León Guerrero Vinueza, op. cit., p. 25
5. Alfredo Ponce Rivadeneira, Quito 1809-1812, , Madrid, Imprenta Juan Bravo, 1960, p. 39
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 141
constituía en la Vanguardia del Norte, al mando del sargento mayor Javier Zambrano y el
ayudante mayor José Vinueza, quienes llegaron hasta Tulcán, en espera de ser reforzados
por el grueso del personal, armamento y demás pertrechos que salieron de Quito a finales
de agosto, al mando del teniente coronel Ascázubi.
Inicialmente los patriotas invadieron Ipiales, Sapuyes, Castigo y el Guabo, luego bloquea-
ron los caminos que conducían a Barbacoas. Por su parte, el ejército pastuso organizó una
contraofensiva, dividiendo su fuerza en destacamentos ubicados en varios puntos de acce-
so, entre estos la tarabita de Funes, lugar donde se dio el primer combate que duró cerca
de una hora. Fue el 16 de octubre de 1809, día en el que el ejército patriota fue derrotado
luego de un ataque envolvente ejecutado por todas las compañías del ejército contrario.
Como resultado de este fracaso, cayeron prisioneros dos capitanes, un teniente, dos subte-
nientes, 99 soldados y seis mujeres.6
La derrota empezó cuando el grueso del oponente pastuso atravesó el paso de Funes. Al
anunciarse la derrota, las tropas revolucionarias terminaron en desbanda; sin embargo,
dos días más tarde, lograron reunirse e iniciar otras escaramuzas que lamentablemente no
fueron exitosas, más bien cayeron prisioneros: el teniente Miguel Carrasco, un sargento y
13 soldados; aparte de que fueron tomados cuatro cañones y demás pertrechos de guerra.7
Estos combates en la frontera norte dejaron en la historia la figura de dos ejércitos que
pelearon con toda la valentía y decisión: unos por la fidelidad al Rey y los otros por el ideal
de la Independencia.
una veintena de soldados del Real de Lima, 13 artilleros, 200 fusiles y dos piezas de Arti-
llería de campaña.8
Con su puesto de mando instalado en Guayaquil, Molina mantenía una estrecha correspon-
dencia con el gobernador de Cuenca: entre líneas insistía que se tome las debidas provi-
dencias a fin de que se envíe a Alausí un buen número de soldados al mando de los mejores
oficiales y de allí tomarse Riobamba y Ambato. Para esto, dispuso al gobernador Aymerich
que aliste por lo menos a 1.800 hombres, “sin detenerse en los gastos que origine” y así,
dejar a los quiteños “sin comercio ni comunicación, encerrados en los estrechos límites de
su jurisdicción…”.9
Luego de haberse confirmado la guerra entre la Junta y Molina; Montúfar, con un número
aproximado de 2.620 hombres y 16 cañones, emprendió la marcha hacia Guaranda para
atacar por los tres puntos predeterminados: La Ensillada, Guanujo y San Miguel,10 El ata-
que sorpresa de los patriotas se dio el 31 de diciembre de 1810 frente a los 900 hombres
que conformaban las tropas realistas que se encontraban al mando del coronel Manuel
Arredondo.11 Apenas se dio una escaramuza entre las vanguardias conformadas por solda-
dos de caballería de los dos bandos, las tropas realistas abandonaron el campo de batalla
tras sufrir una inesperada derrota. Con esta victoria, los patriotas se lanzaron a la persecu-
ción, pero debido a las torrenciales lluvias retornaron al puesto de mando con un número
reducido de prisioneros.12
Pasada la victoria en Guaranda, el Ejército patriota marchaba hacia el Sur con todo el es-
píritu de lucha, con una logística completa y con una moral cada vez en ascenso. En esta
condición de vencedor, don Carlos Montúfar escribió una carta al cabildo de Cuenca propo-
niendo un ambiente de paz y a la vez, recordando que Quito había sido invadida dos años
antes por sus provincias limítrofes y por soldados extranjeros que protagonizaron la ma-
sacre del 2 de Agosto, en tal razón, Quito debía recuperar sus derechos de Capital tomando
el camino de las armas como último recurso. Lamentablemente en Cuenca había criterios
divididos, por lo que se dejó que la situación avance por la misma vía de las armas.13 Así,
los patriotas llegaron a Paredones, y con una ligera operación ofensiva en la madrugada
del 17 de febrero de 1811, lograron una segunda victoria con apenas 500 hombres que se
enfrentaron a la vanguardia realista. En esta acción de armas se capturó a 51 soldados, a
quienes se les dejó en libertad viendo que Aymerich y sus 2.000 soldados tocaban la reti-
rada hacia Cañar en una fuga desesperada.14
8. Archivo Nacional del Ecuador (ANE), Fondo Especial, caja 190, Vol. 2, documento 10.675, Guayaquil, 8 de noviem-
bre de1810
9. Archivo Histórico del Banco Central del Ecuador (AHBCE), Carta del presidente Molina al virrey Abascal, 6 de di-
ciembre de 1810. Encabezaba el documento con el titular “Cuenca del Perú”, Fondo General, Vol. 00006, f. 6.
10. AHBCE, Fondo General, Vol. 00005, f. 147
11. ANE, Fondo Especial, caja 190, Vol. 2, documento 10.675, cuaderno segundo
12. AGI, Carta de Molina a la Regencia, , 126-3-10, en Jacinto Jijón y Caamaño, “Influencia de Quito…” p. 72
13. AGI, Montúfar al cabildo de Cuenca, Puyal, febrero de 1811, 126-3-10, en Jacinto Jijón y Caamaño, “Influencia de
Quito en la emancipación del continente americano”, Boletín ANH, Vol. VIII, Quito, 1924, p. 72
14. AHBCE, Cartas del provisor don Manuel José Caicedo al doctor Joaquín Arrieta, 6 de marzo de 1811, Fondo Gene-
ral, Vol. 00005, f. 40.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 143
Con el fracaso en Paredones, las tropas realistas replegaron hacia Cañar, donde llegaron
el 18 de febrero a las tres de la madrugada, habiendo sido reforzadas con gente de Guala-
ceo y Paute al mando de don Ignacio Balladares, teniente gobernador de Chuquipata, del
capitán del Ejército realista don Francisco Villarreal y del capitán de infantería Santiago
Serrano.
Después del triunfo en Paredones, el próximo objetivo debió ser la toma de Cuenca, pues
esta conquista aseguraba el proyecto emancipador de la Junta; empero a pesar de que
Montúfar tenía todas las de ganar en el ataque a esa ciudad, no atacó. ¿Y por qué no ata-
có? El mismo Carlos Montúfar decía que desertaron los milicianos por la intensidad de las
lluvias, que desaparecieron los indios de Riobamba con las bestias que llevaban los bagajes
y pertrechos militares y que también había escasez de víveres.18.
La campaña del Sur terminó con una victoria incompleta. Las tropas adoptaron una reti-
rada “prudente” y marcharon hacia Quito, ciudad a la que arribaron el 1 de abril de 1811,
con los laureles en alto y con una victoria no definida.
tida a la Junta Superior de Quito, la misma que no dio paso a tal entrevista por la intriga
y desconfianza que irradiaba dicho gobernador.20 Por esta razón, el 3 de mayo fue des-
plazado hacia Tulcán el teniente coronel Pedro Montúfar al mando de una fuerza de 300
hombres, precisamente con la misión de cubrir la frontera septentrional,21 a sabiendas de
que ya estaba en marcha una acción combinada entre las fuerzas de la Confederación del
Cauca por el Norte y el ejército quiteño que marchaba en su segunda expedición ofensiva
por el Sur. Esta vez nuestros patriotas marcharon con las siguientes misiones: desalojar a
las fuerzas de Tacón que habían invadido Tumaco, proteger a los habitantes de Pasto que
sufrían hostilidad y violencia de su propio cabildo y que por lo mismo solicitaban agregarse
a la Real Audiencia de Quito; y, finalmente, recuperar el tesoro perteneciente a las cajas
quiteñas.22
Al cruzar el río Carchi, el 29 de junio de 1811, los patriotas habían aumentado sus filas con
200 hombres enviados desde Quito. Frente a este avance, Tacón destacó parte de su tropa
en Carlosama, lugar donde tomaron prisioneros a varios soldados de la vanguardia de
Montúfar.23 Luego de varios días de combates, los pastusos, al mando de los tenientes co-
roneles José María Villota y José Uriguen, cedieron terreno para que se dé combate cuerpo
a cuerpo, dando un resultado favorable para los patriotas quienes se tomaron la loma de
Cuaspud. Con este triunfo parcial a favor de los quiteños, Tacón decidió tomar el mando de
sus huestes y ubicarse en Sapuyes, lugar donde fue atacado y obligado a replegar, pues ya
tenía conocimiento de que las fuerzas revolucionarias del Norte estaban en camino y que
los patriotas quiteños preparaban una mayor ofensiva por el Sur.
Luego de varios días, el ejército de Montúfar sentó su cuartel general en Túquerres con
el fin de iniciar su ofensiva final contra Pasto. Con un ejército de aproximadamente 2.000
hombres, los quiteños se organizaron en tres divisiones: la primera, al mando del teniente
coronel Pedro Montúfar; la segunda, al mando del teniente coronel Feliciano Checa; y la
tercera, al mando del capitán Luis Arboleda.24 Con este contingente, los patriotas se traba-
ron en un feroz combate con los pastusos, liderados por los comandantes Corral y Taques.
Luego de cuatro días de reñida lucha se logró desalojar a un fragmento de la fuerza enemi-
ga que hostigaba desde Funes.25
Merecido es recordar que el 22 de septiembre de 1811, los quiteños cantaban una mereci-
da victoria en las afueras de Pasto. Aquí vale la pena mencionar la maniobra inteligente de
Checa, con lo cual se pudo salvar el paso del río Guáitara y los 40 soldados del Regimiento
de Artillería que lograron tomarse el puesto de mando enemigo. Al entrar a Pasto, los ven-
20. Manuel María Borrero, op. cit. pp. 309, 310. El rechazo de tal entrevista quedó sentada en actas de la Junta del 4
de junio de 1811
21. Pedro Fermín Cevallos, Resumen de la Historia del Ecuador desde su origen hasta 1845, segunda edición, tomo III,
Guayaquil, Imprenta de la Nación, 1886, p. 106
22. Guerrero, op. cit., pp. 48-51
23. M. M. Borrero, op. cit., p. 314. Recordemos que Tacón ya tuvo su papel represivo en el 2 de Agosto, por ser ultra-
rrealista y por haberse amparado en sus vínculos familiares con Manuel Godoy, recordado éste por su “poder tras
el trono” en la época de Carlos IV
24. Luis Felipe Borja (hijo), “Méritos y servicios del coronel Feliciano Checa”, Boletín No. 5 de la Sociedad Ecuatoriana
de Estudios Históricos Americanos, Quito, marzo – abril de 1919, p. 223
25. Los patriotas que vencieron en Guapuscal podían “traer un parche pequeño con un rotulito bordado que diga Guái-
tara”, Acta de la Junta del 5 de noviembre de 1811. Jacinto Jijón y Caamaño, “La influencia de Quito…” p. 76
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 145
cedores la encontraron desierta, su gente y autoridades habían huido a los campos por el
temor de posibles represalias, cosa que no sucedió, más bien los patriotas promulgaron
un bando exhortando la tranquilidad y la prohibición de los excesos por parte de la tropa
victoriosa.26
Al tercer día de instalados en Paredones, llegó de Quito don Mauricio Echenique con dinero
para cancelar el sueldo de las tropas y, por lo que se conoce de la narración histórica de
Pedro Fermín Cevallos, venía también a entorpecer la operación ofensiva comandada por
Calderón. Con el pretexto de los sueldos, había entablado conversaciones esquivas con
los montufaristas dirigidos por el teniente coronel Terán. Con síntomas de conspiración,
se encerraron en un Consejo de Guerra para decidir si continuaban con la ofensiva o em-
prendían la retirada.31 Empero, los pleitos entre los dos bandos acallaron por un momento
debido a que el enemigo – que se encontraba en Azóguez – ubicó a su vanguardia en la
cima del cerro más próximo a Verdeloma, situado al Oeste de Biblián. Con esta posición, los
realistas tomaron cierta ventaja que obligó a los patriotas a iniciar el combate.
Con el relato de este acontecimiento, se podría decir que se perdió una vez más la oportu-
nidad de ingresar victoriosos en Cuenca y consolidar el nuevo Estado, debido a la división
partidista.
El 21 de junio de 1812, día en el que llegó a Guayaquil el general realista Toribio Montes,
la mayoría de los pueblos de Cuenca y la Costa se proyectaron a una campaña masiva en
contra de los insurgentes quiteños. Para el efecto, el nuevo presidente de la Real Audiencia
destacó al coronel Juan Sámano a que se haga cargo de las tropas cuencanas y así, con-
vertir a todas las huestes morlacas en una fuerza de carácter ofensivo. De igual manera,
Montes tomó la ruta de Guaranda, en dirección a Quito, para cumplir con la misma con-
signa, pero con el membrete de “pacificador”. Ante los dos avances simultáneos, el Ejér-
cito patriota, que se encontraba concentrado en Riobamba al mando del teniente coronel
Feliciano Checa, debió atender al mismo tiempo dos frentes de batalla: uno que venía de
Guayaquil y el otro de Cuenca.
El primer combate de esta campaña se dio en San Miguel, población cercana a Guaranda.
Allí, la vanguardia realista, comandada por el teniente coronel Alejandro Eagar y organiza-
da por 500 hombres, entre infantes y dragones apoyados por cuatro cañones,33 se enfrentó
a una fuerza que sobrepasaba los 400 patriotas al mando del teniente coronel Antonio
Ante. Era el 25 de julio, día en el que la tropa quiteña se lanzó al ataque, causando 100 ba-
jas, de las cuales perecieron 35 hombres, incluyendo el mismo teniente coronel Eagar que
murió al tercer día del enfrentamiento y el segundo jefe, don Juan Manuel Fromista que
cayó herido. No se llegó a prolongar este éxito patriota porque se agotó la munición. Esta
carencia logística obligó a replegar a sus cuarteles provisionales en Guaranda.34
Al llegar a Cuenca, el coronel Sámano llegaría a organizar una fuerza de 2.100 hombres
distribuidos en 18 compañías de infantería y tres escuadrones de caballería. Con este
contingente emprendió la marcha hacia el Norte a finales de julio, específicamente hacia
la zona de San Andrés, población ubicada a un par de leguas al norte de Riobamba35 y
lugar donde se reunieron los dos comandantes realistas, cuya tropa ascendía a un número
de 2.675 combatientes, destacándose de entre ellos 1.860 milicianos cuencanos, 418
milicianos guayaquileños y 397 limeños entre pardos, milicianos y veteranos.36 Toda esta
tropa habría recibido de parte del gobernador de Guayaquil, don Vasco Pascual, 59 cajones
que contenían 50.000 cartuchos de fusil, los cuales serían trasladados por el cabo Juan
Martínez y ocho soldados.37
En este sector destacó el arrojo y valentía el capitán Ramón Chiriboga38; quien, al mando
de 40 soldados de caballería, emprendió una misión de reconocimiento en los páramos de
Pazguazo. Allí combatió con otro escuadrón de caballería enemigo al mando del teniente
coronel Jiménez. El resultado de esta acción de armas entre caballerías resultó favorable a
Chiriboga y sus soldados. Un tipo de confrontación que se volvió a repetir al día siguiente
con similares resultados favorables a los patriotas.39
Estos dos efímeros triunfos de la caballería patriota no lograron impedir el avance de las
fuerzas de Montes, lo que obligó a las tropas de Checa a un repliegue forzado a Mocha para
adoptar una posición defensiva en la quebrada más cercana al pueblo. Al decir de nuestro
Ejército, estaba constituido por 2.938 hombres.
Momentos antes del combate, los dos ejércitos estaban separados con distancias mínimas,
por lo que daba a suponer que tenían contacto visual. Con esta situación, el primer caño-
nazo lo dio el capitán patriota Carlos Larrea y nada menos que a la tienda de campaña del
general Montes, que acampaba con sus tropas en la finca de Mochapata. Como resultado
del tiro directo del cañón, murió uno de los sirvientes del Presidente.40
33. ANE, Fondo Especial, caja 193, Vol. 469, documento 10.922, exp. 67
34. Cevallos, op. cit., pp. 137-139
35. Agustín Salazar, Recuerdos de la Revolución Quiteña, Quito, 1910, p. 54
36. Cevallos, op. cit., p. 139. En referencia al oficio de Montes al virrey de Santa Fe, del 6 de abril de 1813
37. ANE, Fondo Especial, caja 193, Vol. 469, documento 10.922, exp. 174.
38. Alfredo Costales Samaniego, Dolores Costales Peñaherrera, Insurgentes y Realistas, la revolución y la contrarre-
volución quiteñas, 1809 – 1822, Biblioteca del Bicentenario de la Independencia, FONSAL, editorial Trama, Quito,
2008, pp. 58 – 63.
39. Élmer Carvajal, Riobamba: personajes ilustres de la colonia, Riobamba, Editorial Pedagógica Freire, 1999, p. 122
40. Cevallos, op. cit., p. 142
148 Kléver Antonio Bravo
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Al tiempo en que los patriotas preparaban su trinchera, Montes avanzaba con sus tropas
hacia Latacunga bajo el hostigamiento de patrullas móviles. Al respecto, el capitán Vivero
daba parte por escrito que su reparto realista fue víctima de incendios y saqueos en La-
tacunga, Tanicuchí y Pujilí, por parte de los insurgentes e indígenas del sector.41 Una vez
instalado su campamento en las inmediaciones de El Calzado, Montes envió un oficio a las
autoridades quiteñas, exhortando, a la rendición en un plazo de tres horas; de lo contrario,
estarían en peligro las vidas, bienes y haciendas de los quiteños. Carlos Montúfar no tardó
en responder a tal oficio dando un plazo de dos horas para que las fuerzas realistas sean
quienes abandonen estas tierras en nombre del Rey, la religión católica y el Ejército al cual
dirigía. Con este tipo de amenazas de parte y parte, los dos ejércitos continuaron en el ca-
mino de las armas.42
Con el propósito de rechazar el avance de las tropas realistas, Montúfar adoptó una especie
de defensa en posición, ubicando a sus tropas en tres frentes: el primero en la entrada de
San Sebastián, el segundo en la Magdalena y el tercero en la cima del Panecillo, este último,
reforzado con cinco cañones. Montes, tras conocer las posiciones de los patriotas, procedió
a organizar la marcha ofensiva destacando a una división por el río Machángara, al mando
del coronel Sámano; la segunda división por el arco de la Magdalena, a órdenes del capitán
ingeniero Miguel Atero y la tercera en la reserva.43
En vista de que las dos divisiones estaban desgastadas, Montes colocó una batería de cua-
tro cañones para apoyar el avance de la vanguardia, llegando a la cima para trabarse en
combate cercano con la tropa quiteña que se encontraba en la cima del Panecillo, la misma
que estaba compuesta por milicianos y jóvenes que lucharon con todo el brío y audacia
41. ANE, Oficio del capitán Francisco José de Vivero a Montes, escrito en Pujilí con fecha 11 de septiembre de 1812,
Fondo Especial, caja 194, Vol. 471, exp. 16.
42. Cevallos, op. cit., pp. 151-153. El oficio de Montes fue despachado el 6 de noviembre de 1812 a las ocho de la ma-
ñana.
43. Luciano Andrade Marín, La Batalla del Panecillo, 7 de noviembre de 1812, Quito, imprenta Municipal, 1954, p. 20
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 149
para defender este punto estratégico, pero ante el incesante fuego enemigo, la munición de
los patriotas se agotó, debiendo replegar de forma urgente a la ciudad para reorganizarse,
dejando el cerro en manos de las tropas realistas. Este combate dejó como saldo 47 muer-
tos y decenas de heridos del lado patriota; mientras que del lado realista fueron 15 muertos
y 71 heridos, incluidos seis oficiales.44
El 8 de noviembre, Montes hacía su entrada triunfal en una ciudad, haciendo del convento
de San Francisco su área de vivac, su campamento. De inmediato despachó 520 soldados
de infantería y 80 de caballería, con la misión de perseguir a los insurgentes que partieron
hacia Ibarra.
Luego de varias jornadas de marcha forzada, los patriotas quiteños llegaron a Otavalo. En
ese trayecto se reorganizó una fuerza de aproximadamente 600 combatientes, reuniéndo-
se en Ibarra, el 16 de noviembre, con otros 600, al mando del coronel Francisco Calderón.
Inesperadamente renació la discordia entre los jefes sanchistas y montufaristas por la
disputa del comando del ejército y porque cada bando quería tomar la decisión que más le
convenía: los que estaban con el coronel Carlos Montúfar querían un armisticio con Mon-
tes, mientras dure su gobierno; en tanto que los del grupo de Calderón estaban empecina-
dos en continuar por el camino de la guerra.45 Los pleitos no daban tregua, hasta cuando
llegó por casualidad a manos de los líderes quiteños una comunicación de Montes, dirigida
a Sámano, en la cual disponía la captura de los comandantes patriotas y su correspondien-
te sentencia a la pena de muerte junto con el cobro de 500.000 pesos en un plazo no mayor
a las 24 horas.46
Al ser detectados ciertos movimientos extraños al Acuerdo, el cura párroco de San Antonio
dio aviso inmediato a Montúfar sobre esta novedad. Al principio este aviso fue subestimado
por cuanto el jefe realista supo vender con certeza su perfidia, pero como el aviso fue reite-
44. Ibíd., p. 22. Oficio del general Montes al virrey del Perú, de fecha 11 de noviembre de 1812
45. M. M. Borrero, op. cit., p. 373
46. Ibíd., p. 374
150 Kléver Antonio Bravo
L O S S I E T E C O M B AT E S D E L E J É R C I T O Q U I T E Ñ O E N N O M B R E D E L A I N D E P E N D E N C I A , 1 8 0 9 - 1 8 1 2
rado, la cúpula quiteña decidió enfrentar el asunto por el método de las armas, dividiendo
el ejército de 620 soldados en cuatro columnas encabezadas por Montúfar, Calderón, Gu-
llón y Pólit, para enfrentarse al enemigo que se encontraba atrincherado en el pueblo con
un contingente similar.
Llegada la noche, las dos fuerzas adversarias decidieron cesar el fuego; los patriotas eran
los más próximos a la victoria, no así los realistas, cuyos jefes habían hablado de una ren-
dición al amanecer del 28 de noviembre, luego de ver a los insurgentes como una tropa
disciplinada y bien organizada. En esa misma noche, los soldados realistas, que habían
consumido toda su munición, realizaron un contraataque con bayoneta calada y arma
blanca, logrando abrir una brecha sobre el ejército patriota que les tenía sitiados. En eso,
la tropa de Sámano recibió los refuerzos con lo que pudo perseguir a los patriotas que
rompieron filas y tomaron el camino hacia Ibarra.47
Viéndose sin enemigos en ningún frente, el jefe realista emprendió la persecución hacia
la villa de Ibarra, logrando apoderarse de armas y pertrechos que habían abandonado los
patriotas.
Gran parte de los patriotas lograron escapar: unos fueron a ocultarse en sus haciendas,
otros se dispersaron por el camino de Malbucho, sendero que conducía al Pacífico; empero
Calderón y otros soldados perseveraron en la lucha y tomaron el camino hacia el Norte,
pensando en unirse a los patriotas del Cauca. Dieron la cara al enemigo, a sabiendas de
que disparaban sus últimos cartuchos y que tarde o temprano serían vencidos. Hasta que
cayeron prisioneros en Yahuarcocha.48
El 1 de diciembre, era el día en que el último reducto insurgente peleaba con denuedo,
agotando sus últimas energías en el combate. Allí pasó a la historia el valiente capitán
Landaburu, oficial que había recibido 13 puñaladas por no dejarse arrebatar el pendón
insurgente. En esos mismos instantes, Calderón fue tomado prisionero por un soldado de
apellido Guerrilla, oriundo de Cañar.49 La misma suerte corrieron los oficiales Manuel de
Aguilar y Marcos Gullón, algunos soldados y siete indígenas de Otavalo.50 Todos estos fue-
ron condenados a muerte en Ibarra el 4 de diciembre, luego de un juicio y sumario verbal
ordenado por Sámano.
CONSIDERACIONES FINALES
Con el mismo entusiasmo con el que se formó la Junta Suprema de Gobierno, igual se for-
mó el Ejército quiteño, de cuyas campañas descritas en páginas anteriores, vale decir que
los siete combates tuvieron sus finales de gloria y derrota. Guaranda, Paredones, Pasto y
San Miguel, fueron los escenarios de triunfo para los patriotas, pero no todos éstos dis-
frutaron del éxito. Recordemos que luego de Paredones, la retirada fue discreta debido a
la deserción de los indígenas que servían como elemento de apoyo logístico y transporte
de abastecimiento y munición, y sin estos elementos, ningún ejército está en capacidad de
combatir, mas todavía percibir el triunfo.
En cuanto a las derrotas en Pasto, Mocha, Panecillo y San Antonio de Ibarra, fueron el
resultado de la falta de armamento y munición, como fue el caso del Panecillo, y una me-
jor organización para el combate, como fue el caso de Pasto. Empero lo más crítico se vio
en Verdeloma y San Antonio, escenarios de guerra donde las rencillas entre sanchistas y
montufaristas, lograron dividir a las filas patriotas, opacando el verdadero sentido de la
campaña.
Con la derrota en San Antonio de Ibarra y el fusilamiento de los principales líderes patrio-
tas, el tiempo de lucha del Ejército quiteño se acabó. Lo que no se acabó fue la gran aspi-
ración de conseguir la libertad y la autonomía de la Corona española. En Quito se fraguó el
proyecto de Independencia el 10 de Agosto de 1809 y en Quito se consolidó la Independen-
cia el 24 de Mayo de 1822. Debió pasar más de una década de combates y batallas para
entender que sin el papel de las armas y de los ejércitos, la Independencia apenas sería un
proyecto a largo plazo.
Bibliografía
Fuentes secundarias
Publicaciones periódicas
Revista Ejército Nacional, No. 36, tomo 33-36, 1927
Fuentes primarias
Fondo Especial, caja 190, Vol. 2, documento 10.675, Guayaquil, 8 de noviembre de1810
Fondo Especial, caja 190, Vol. 2, documento 10.675, cuaderno segundo
Fondo Especial, caja 193, Vol. 469, documento 10.922, exp. 67
Fondo Especial, caja 193, Vol. 469, documento 10.922, exp. 174.
Oficio del capitán Francisco José de Vivero a Montes, escrito en Pujilí con fecha 11 de septiembre
de 1812, Fondo Especial, caja 194, Vol. 471, exp. 16.
Serie Indígenas, caja 161, exp. 17
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 155
EL 10 DE AGOSTO DE 1809 Y LA
ORDEN DE SAN LORENZO
Joaquín Gómez de la Torre B.*
La víspera del 10 de Agosto, día de San Lorenzo fue escogido por los patriotas para reunir-
se en la casa de Manuela Cañizares, con el pretexto de festejar a Lorenzo Romero hijo del
prócer Francisco Romero.
En esa ocasión los complotados crearon una nueva Orden llamada de San Lorenzo, la mis-
ma que, como dice el informe al Rey por parte del Regente de la Audiencia José Fuentes
González Bustillos el 21 de noviembre de 1809 desde el Cuartel General de las tropas rea-
listas en Túquerres: “los insurgentes de la revolución de Quito… fundaron un nuevo orden
llamado de San Lorenzo con el fin de establecer títulos republicanos”.
En 1829 el historiador español Mariano Torrente en una obra suya publicada en Sevilla
sobre la independencia de Hispanoamérica nos dice: “los insurgentes de Quito instituyeron
la Orden de San Lorenzo, decorada con una banda tricolor”.
Pero, la pregunta que surge es ¿a quién se le ocurrió la idea? Nosotros pensamos que a
Eugenio de Santa Cruz y Espejo.
Francisco Eugenio de Santa Cruz y Espejo (1747 - 1795) fue testigo de cómo se premió al
Presidente de la Real Audiencia de Quito Teniente Coronel José Diguja (1767 - 1778) por
su buen Gobierno y honradez acrisolada, se hizo querer de sus gobernados, por lo que me-
reció ser nombrado por el Rey Caballero de la Orden de Carlos III, Orden fundada en 1771
para premiar los méritos por servicios patrióticos prestados a España.
* Licenciado en Ciencias de la Educación con Especialidad Historia y Geografía. Tiene un doctorado en Historia del
Ecuador por la Universidad Central. Es miembro correspondiente de la Academia Nacional de Historia, desde el
2008, miembro del Instituto Ecuatoriano de Cultura Hispánica, miembro de la Sociedad de Amigos de la Ciencia y
la Cultura y de la Sociedad de Amigos de la Genealogía, Secretario 2009. Ha sido profesor en importantes institu-
ciones de nivel medio y superior. Entre sus publicaciones destacan “Motivos Indígenas Ecuatorianos (precolombi-
nos)”,1971; “EL Ecuador el Hombre y la Tierra”, Historia y Geografía del Ecuador, 1977; “El Parque Geodésico del
Colegio Militar Eloy Alfaro”; Instituto Ecuatoriano de Cultura Hispánica, 1999, “Historia de la Escuela Politécnica
Nacional”, 6 Tomos, 2003; “Geografía del Ecuador”, 2004; “Este es tu País Ecuador”, Diccionario Enciclopédico,
2005.
156 J o a q u í n G ó m e z d e l a To r r e B . • E L 1 0 D E A G O S T O D E 1 8 0 9 Y L A O R D E N D E S A N L O R E N Z O
Luego Espejo tuvo que tratar con el Presidente de la Audiencia Don José García de León y
Pizarro (1778 - 1784) cuando éste le pidió curar a su hija para que pueda casarse con Vi-
llalengua. Esa fue una razón más para que Espejo conociera sobre la existencia de la Real
Orden de Caballeros de Carlos III porque también este Presidente pertenecía a la misma.
García de León y Pizarro cumplía con el Rey, pero era un verdugo con el pueblo, por lo
que Espejo comprendió el valor y la importancia del buen o del mal uso de esa clase de
condecoraciones. Esta es la primera razón que nos hace pensar que Eugenio Espejo fue el
inspirador de la Orden de San Lorenzo.
El Rey de España Carlos III (1716 - 1788) hizo un pedido a la Real Audiencia de Quito y a
las demás colonias, para que alguien asumiera el encargo y la responsabilidad oficial de es-
tudiar un instructivo con el fin de que se apliquen las medidas sugeridas por el Médico de la
Corona Don Francisco Gil, Cirujano del Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial, para
combatir la epidemia de viruelas que asolaban la región. El Presidente de la Audiencia Don
José de Villalengua y Marfil (1784 - 1790) encargó a Eugenio Espejo esta responsabilidad.
Espejo alcanzó el respaldo del Rey debido a la fama que había adquirido como médico,
ya que él con la ayuda de su hermana Doña Manuela de Santa Cruz y Espejo (primera
practicante de enfermería) casada con el precursor José Mejía Lequerica (1777 - 1813) se
habían destacado realizando numerosas curaciones, incluida la de la esposa del Presidente
Villalengua aquejada por un grave mal.
Espejo cumplió a cabalidad el encargo del Rey realizando un estudio sobre los microbios
(Doctrina Microbiana) titulado: “Reflexiones sobre las viruelas”, el mismo que fue enviado
a Madrid con una dedicatoria especial a Bernardo Gálvez Marqués de la Sonora Ministro
del Consejo General de Indias, este Marqués reconoció la obra médica de Espejo y la pa-
trocinó para que por su importancia el Dr. Francisco Gil la incluya como apéndice en la
segunda edición de su obra editada en 1786: “Disertación Médica”.
Esta relación de Espejo con el médico Gil debió haber influido en el ánimo de Espejo
respecto a la importancia de la vida de San Lorenzo como símbolo cristiano de libertad
y sacrificio ante el dominio y persecución de los emperadores romanos. San Lorenzo fue
víctima del emperador Valeriano en el año 258.
También deben haber influido en Espejo los acontecimientos de Europa como la Revolu-
ción Francesa (1789) y la existencia de lugares históricos de España como el Monasterio
de San Lorenzo del Escorial, mandado a construir por el Rey de España Felipe II en forma
de parrilla en honor al mártir San Lorenzo, como agradecimiento a dicho Santo, porque en
el día de su onomástico se produjo el triunfo de las tropas españolas sobre las francesas en
la batalla de San Quintín el 10 de Agosto de 1557.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 157
Estas frases se hallan eternizadas para el recuerdo, en la cruz de piedra que se encuentra
delante de la iglesia de Santo Domingo. Esa cruz es muy antigua, se construyó según consta
en la misma, por parte de la Cofradía de los Nazarenos el 2 de junio de 1627, siendo su
mayordomo Diego Ivan de Puga.
Según Ekkehart Keeding en aquellas frases revolucionarias Eugenio de Santa Cruz y Espe-
jo proponía una Utopía: “La Ciudad de Dios”, que según San Agustín es la aplicación plena
de aquella teología ética objetiva, para la que todo vivir y afanarse va tras un fin que es a
la par consumación y felicidad.
Eugenio Espejo, toma a San Agustín para aplicar sus ideas del valor y de la felicidad al te-
rreno de la vida práctica en su filosofía social y en su filosofía de la Historia. Ello constituye
el fondo filosófico de “La Ciudad de Dios”. También propugna una libertad proveniente de
la reforma de la educación, dirigida al progreso científico y una religión más pura y vivida.
Indudablemente parece que Eugenio Espejo fue el inspirador de aquel texto provocativo,
pero el autor material fue su hermano el Presbítero Juan Pablo Espejo cura de Tanicuchí,
pues por esta razón fue sometido a juicios civil y eclesiástico y condenado a catorce meses
de prisión.
Cuando Espejo trató estos temas con su íntimo amigo y protector Juan Pío Montúfar Mar-
qués de Selva Alegre, debió abordar el tema de las Ordenes y condecoraciones con las que
se podría premiar los servicios de los patriotas y debió ponderar el trabajo de su amigo el
Médico y Cirujano Francisco Gil, del Monasterio de San Lorenzo del Escorial, y de la im-
portancia y significado que podría tener ese Mártir y Santo para los patriotas. Porque ¡qué
mejor que exaltar las cosas pretéritas que repercuten en la conciencia humana!; porque la
Historia no se desenvuelve caprichosamente e irracionalmente.
Esta conspiración fue descubierta semanas después y encarcelados algunos de sus autores
que fueron sometidos a un proceso, pero el robo de los expedientes impidió continuar con
las pesquisas. Es en esa ocasión que se debió escoger el 10 de Agosto del año 1809 como
fecha simbólica para el alzamiento, porque en un día igual los españoles derrotaron a los
franceses en San Quintín.
Como había sido planeado en la madrugada del 10 de Agosto de 1809 los patriotas se
reunieron en la casa de Manuela Cañizares y simularon tener una fiesta por el onomástico
de Lorenzo Romero hijo de uno de los próceres, Don Francisco Romero; allí reunidos
formaron la Junta Suprema y Soberana de Gobierno, presidida por Juan Pío Montúfar
y formada por el Obispo Cuero y Caicedo, Juan de Dios Morales, Manuel Quiroga, Juan
de Larrea y el cura Juan Pablo Espejo como capellán de las tropas. La Junta tomó varias
resoluciones, entre las más importantes: deponer al Gobierno, acuñar moneda propia,
hacer una guerra mortal a todos sus enemigos, principalmente franceses y crear la Orden
de San Lorenzo.
La Junta Soberana de Quito, actuó durante ochenta días, luego de los cuales tuvo que lu-
char por su supervivencia, en el sur contra las fuerzas del Virrey del Perú Fernando de
Abascal y Souza, comandadas por el coronel Manuel Arredondo, y por el norte contra las
fuerzas del Virrey de Santa Fe Antonio de Amar y Borbón, secundado por el Gobernador
de Popayán Miguel Tacón quien organizó un avance contra los patriotas.
El conde Ruiz de Castilla fue restablecido en el poder y los patriotas perseguidos y ochenta
y cuatro de los mismos encerrados en los calabozos; el Fiscal Arrechaga, pidió la pena de
muerte para cuarenta y seis de los acusados y el destierro para los demás.
Por parte de las tropas virreinales se produjo una ola de saqueos tanto en la ciudad como
en el campo, lo cual provocó la reacción del pueblo, que se manifestó el 2 de Agosto de
1810, protestando contra los abusos de la Ley, se asaltaron las prisiones donde estaban
los próceres, muchos de ellos salieron libres, pero otros no, sobre todo los que estaban con
Arredondo en el cuartel Real de Lima; las fuerzas de Arredondo barrieron con sus fusiles
y cañones a sus atacantes y luego procedieron a una matanza general de los prisioneros,
murieron setenta y dos, y en las calles más de trescientos, los grupos realistas también
perdieron muchos hombres, solo en uno de sus grupos dirigido por el Comandante Dupret
a órdenes del Virrey de Santa Fe de Bogotá se perdieron más de doscientos hombres en la
refriega.
Muchos de los patriotas fueron sacrificados muriendo como su Santo Patrono San Lorenzo.
Dieron la vida por su Dios y por su Patria, y por sus convicciones libertarias. Algunos de
los mártires fueron: Juan Larrea, Juan de Dios Morales, Manuel de Quiroga, Juan Pablo
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 159
Arenas, Antonio Arenas, Vicente Mariano Peñaherrera.; otros patriotas fueron castigados
con el destierro como: Ignacio Rendón al Morro de la Habana, Antonio Ante a Ceuta, los
curas: Joaquín Paredes al Perú, Tadeo Romo a Guatemala y Juan Pablo Espejo al Cuzco.
Por iniciativa del Dr. Jorge Salvador Lara se planteó restablecer la Orden de San Lorenzo
con motivo de las celebraciones del Sesquicentenario del Primer Grito de Independencia
en Hispano América el 10 de Agosto de 1959, con ese motivo el Dr. Salvador Lara puso en
conocimiento de la Junta de Festejos del Sesquicentenario que el historiador español Ma-
riano Torrente, en una obra publicada en 1829 en Sevilla, sobre la independencia hispano-
americana , informa que los insurgentes de Quito instituyeron “La Orden de San Lorenzo”
decorada con una banda tricolor.
La Junta de Festejos acogió la iniciativa del Dr. Salvador Lara y los Señores Carlos Manuel
Larrea e Isaac J. Barrera miembros de dicha Junta, plantearon el proyecto al Canciller de
la República Carlos Tobar Zaldumbide, el mismo que lo aceptó, pidiendo luego a nuestro
representante en Madrid conseguir información más completa en los archivos de España.
El Canciller ecuatoriano pidió también información sobre la Orden de San Lorenzo al Señor
José Rumazo González Académico de la Historia y embajador del Ecuador en Honduras,
ya que cuando el Sr. Rumazo estuvo en Madrid realizó una amplia investigación sobre el
10 de Agosto de 1809.
El Señor Rumazo haciéndose eco del pedido, envió la copia de un documento, donde cons-
ta el informe del Regente de la Real Audiencia y Presidencia de Quito Don José Fuentes
Gónzales Bustillo enviado al Rey de España desde el Cuartel General de las tropas realistas
en Túquerres, fechada el 21 de noviembre de 1809, en ese informe se hacen conocer las
acciones que realizaron los insurgentes de Quito, como por ejemplo la creación de la Orden
de San Lorenzo. El documento original que se encuentra en los archivos de la Academia
Nacional de Historia de Madrid, entre otras cosas dice: “...y fundaron un nuevo Orden lla-
mado de San Lorenzo con el fin de establecer títulos republicanos...”
No. 1329
CAMILO PONCE ENRÍQUEZ
Presidente Constitucional de la República
Considerando:
dencia del Ecuador crearon “un nuevo Orden llamado San Lorenzo”, con el
objeto de “establecer títulos republicanos”;
Que consta positivamente que dicha Orden de San Lorenzo fue creada por los
patriotas de 1809, razón por la cual es la más antigua de Hispanoamérica, y
DECRETA
Artículo 1o.- Restaurase, con el objeto de premiar extraordinarios servicios a
la República, la antigua Orden de San Lorenzo, erigida en Agosto de 1809 por
los patriotas quiteños.
Bibliografía
Fuentes secundarias
Ordenes Nacionales que reconocen a los servidores del país, Ministerio de Relaciones Exteriores.
Publicaciones periódicas
Diario EL COMERCIO, Jorge Salvador Lara , Opinión A5, Quito, 14 de enero de 2002.
Las medallas concedidas por Quito, Perú y Colombia a los vencedores de la Gran Batalla de Pi-
chincha.- (En efecto, Tomás y Rufino Guido, estuvieron ambos en Guayaquil, el primero en No-
viembre de 1820, como enviado de San Martín, para estudiar la situación política de la provincia,
cuando ésta recién proclamaba su independencia y se había puesto bajo la protección del héroe
de San Lorenzo).- Diario EL TELEGRAFO, Guayaquil, 25 de mayo de 1937.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 165
CATECISMO DE LA INDEPENDENCIA
Gustavo Pérez Ramírez*
Me había empeñado en saber cómo se recibió en Santa Fe de Nueva Granada la noticia del
Grito de Independencia de Quito, que hizo de esta ciudad “Luz de América”. Y en efecto
encontré un escrito fundamental de Robert L. Gilmore, The Imperial Crisis, Rebelión and
the Viceroy: Nueva Granada in 1809. Son 24 páginas todas de particular interés para el
historiógrafo, porque, entre otras razones, los documentos citados son en su mayoría del
21 y 22 de agosto de 1809.1
En una de sus páginas hay una información, cuya presentación y comentario constituye el
objeto de este artículo.
Gilmore menciona en su escrito que seis semanas antes de la rebelión de Quito, un cierto
don José Nunes (sic) de Panamá había recibido de Quito el Catecismo en que debe estar
instruido todo fiel vasallo de Fernando 7o. Gilmore describe brevemente el Catecismo se-
ñalando que en él se dice que Napoleón vendría a apoderarse de América y que, conse-
cuentemente, América debía proclamar su independencia, hacer la paz con Inglaterra, y
rescatar a Fernando de su traidor, y esto se imponía en conciencia. Y añade algo que me-
rece tenerse en cuenta en nuestros días, pues según Gilmore, este catecismo dictaminaría
“que la riqueza de América debe permanecer en América, cuyos residentes serán ricos y
poderosos”.
* Es Doctor en Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Católica de Lovaina, Bélgica. Miembro correspondiente de la
Academia Nacional de Historia. Secretario General del Grupo América. Miembro de la Sección Académica de Histo-
ria y Geografía de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Jubilado de las Naciones Unidas, Departamento de Cooperación
Técnica para el Desarrollo. Columnista de opinión. Entre sus publicaciones recientes tenemos: Utopías para el Siglo
XXI, 2000; Reto para el Nuevo Milenio: Población y Desarrollo Sostenible, 2000; Virgilio Guerrero, protagonista de
la Revolución Juliana, 2003; Alborada Bolivariana, 2005. Del Vesubio al Cotopaxi, (biografía del químico napolitano
Carlo Cassola), 2008, Luis N. Dillon, Intelectual humanista del siglo XX y la tercera edición de la biografía de Camilo
Torres Restrepo.
1. Como se requería para su consulta la autorización JPLOR, acudí a la biblioteca de la PUCE en Quito, cuyo director
gentilmente autorizó la impresión de las 24 páginas que constituyen el artículo.
166 G u s t a v o P é r e z R a m í r e z • C AT E C I S M O D E L A I N D E P E N D E N C I A
Sin embargo, también por el principio de serendipidad, encontré dónde debe estar el ori-
ginal del Catecismo, pues estando examinando poco a poco en el Archivo Histórico del Dis-
trito Metropolitano de Quito cada uno de los 16 volúmenes que contienen las copias de los
Procesos a los Patriotas, cuyos originales están en el Archivo General del Estado en Bogotá,
encontré otra referencia al Catecismo.2
En los folios 645 a 646, que corresponden a las páginas 622 a 624 del tomo V, se encuentra
la siguiente información, que tiene visos de novela de intriga:
Folio 645:
Le escribe al Señor Conde Ruiz de Castilla, Presidente de Quito, con fecha 15 de julio de
1809, el Señor Juan Antonio de la Mata, Gobernador de Panamá (1805-1812).
“Excelentísimo Señor:
El mes de marzo llegó desde Trujillo a esta plaza don José Núñez, Contador
de las Salinas de Zipaquirá en Santa Fe, con permiso del Excelentísimo señor
Virrey a esperar la resolución de Su Majestad sobre el empleo de Guarda Ma-
yor de esta Aduana que ha solicitado y a pocos días me presentó un memorial
pidiéndome le pusiese en posesión interina del citado empleo y habiéndolo pa-
sado al estudio del Asesor General dictaminó este que no podía este gobierno
concederle su solicitud por depender del Excelentísimo Señor Virrey del Reino
que lo había conferido interinamente a don Juan Ducer, vecino de esta ciudad
y español.
Muy pocos días después amaneció en la peana de Nuestra Señora de los Do-
lores, en la iglesia de la Merced, una carta abierta que el Padre Comendador
me atrajo a mi casa; era un pasquín anónimo convidando al pueblo a que se
levantase y en motín ahorcase al referido Ducer, mezclando al mismo tiempo
a cinco sujetos más que son franceses, entre ellos tres hombres ancianos que
vinieron de soldados en los batallones el mío de Murcia y el de Ñapóles, ya ca-
sados, con algunos bienes raíces y familia; el asunto era el querer exterminar
a los franceses establecidos aquí, tocando entre estos al relacionado Ducer que
es hijo de Cádiz,
2. Procesos que se instauraron a los Patriotas, cuyos originales habían sido enviados a Santa Fe y que se encuentran
en el Archivo General de la Nación en Bogotá. Jorge Garcés, director del Archivo del Distrito Metropolitano de Quito
trajo en 1949 las copias que hoy reposan en el Archivo Municipal en 16 volúmenes.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 167
En este intermedio escribió don José Nuñez una carta a don Juan Ducer con
un interrogatorio lleno de expresiones capciosas y como es creíble que dicho
Núñez comprendiese que se daban providencias para la averiguación de dicho
pasquín, del cual las gentes de razón que han llegado a tener noticia de este
hecho, recelan serlo él en compañía de un sobrino de su mujer , mulato de
calidad, empleado de escribiente en esta Real Tesorería, mozo de conducta y
costumbres de libertinaje; para deslumhrar cualquier concepto que se haya
formado contra él porque la conciencia acusa, a los dos días de haber llegado
una embarcación de Faita del mes próximo pasado de junio, me pasó el oficio
que en testimonio acompaño a Vuestra Excelencia con el dictamen que me dio
el Asesor General con el cual me conformé. Me incluyó al mismo tiempo el anó-
nimo adjunto que original remito y empieza
Folio 646
Catecismo en que debe estar instruido todo fiel vasallo de Fernando 7o.
En su mismo oficio dice que desde esa capital de Quito se le tenían remitidos
dos pliegos anónimos que recibió el primero en Trujillo, invitándole en uno y
otro a que se declare del partido de los infames Napoleón y Godoy y que no
tuvo otra acción sino la de entregarle al señor Intendente del citado Trujillo.
Comprendo que hace todo lo dicho muy poco honor a Núñez porque si son
ciertos los anónimos dirigidos a él desde ahí, debe sacarse la consecuencia de
que los autores tienen pleno conocimiento de su modo de pensar y de que es de
fácil adhesión a su partido para inflamar al pueblo a una sedición, pues de lo
contrario no dirigirían a él con tanta repetición los expresados anónimos. No
obstante de que yo así lo juzgue con presencia de los antecedentes referidos.
Vuestra Excelencia con sus grandes talentos, perspicacia y extraordinario celo
al Real Servicio y a nuestro legítimo soberano el señor don Fernando Séptimo y
a su Majestad la Suprema Junta que lo representa, se dignara tomar ahí aque-
llas providencias que estime más conducentes a la indagación de un asunto
que tanto interés al Rey y al Estado en las críticas circunstancias en que nos
hallamos.
Así aparece el texto firmado por el mismo Marqués de Selva Alegre de su juramento:
Nota:
Posteriormente a la entrevista radial, y como resultado de una intensa búsqueda en el
Archivo Histórico del Distrito Metropolitano de Quito, finalmente logre copia parcial del
Catecismo:
HECHOS Y LUGARES DE LA
REVOLUCIÓN QUITEÑA
Alfonso Ortiz Crespo*
Los hechos históricos de la Revolución Quiteña tuvieron sus actores tanto individuales como
colectivos, se desarrolló en un tiempo y por supuesto tuvo un escenario. Quito, la misma que
en su papel de testimonio nos transporta al lugar de los hechos a través de sus calles, casas,
conventos, plazas, etc., lugares que forman parte de la memoria colectiva nacional y que son
el testigo material de nuestra historia.
Así, hacia la época de la Independencia, fue el plano dibujado a partir del de Juan y Ulloa
de 1748, el que nos deja el retrato de una ciudad donde se distinguen fachadas de edificios
importantes como el Palacio de la Audiencia, calles como la de las Siete Cruces, hoy García
Moreno, la Ronda, Guangacalle, entre otras más.
Pero ¿qué queda hoy, de la ciudad que se refleja en este plano de la época de la independen-
cia? En realidad queda mucho de esa Quito que fue escenario de la lucha de un pueblo por
conseguir su libertad, pero enumerar toda esa herencia arquitectónica y urbana, nos tomaría
muchas páginas, por lo que se invita al lector a un breve paseo por los lugares protagónicos
que conservan las huellas de la historia, doscientos años después1.
* Arquitecto restaurador, historiador, con una amplia experiencia en arquitectura andina colonial y decimonónica. Ha
publicado numerosos trabajos que dan cuenta de una inagotable pasión por la historiografía de la ciudad de Quito.
1. Lo que sigue se basa en parte en: Alfonso Ortiz Crespo, “A pie por la historia”, en revista Patrimonio de Quito, Quito,
FONSAL, N° 4 agosto 2007, pp. 38-47.
2. Gonzalo Ortiz Crespo, La conspiración de Chillo, Conferencia en la sesión solemne conmemorativa de los 200 años
de la conspiración, Quito, Hacienda Chillo Compañía, 15 de diciembre de 2008.
172 Alfonso Ortiz Crespo • HECHOS Y LUGARES DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA
Cabe aclarar que esta hacienda pertenecía a Juan Pío Montúfar y sus hermanos desde 1785,
fecha en la cual fue rematada junto con el obraje que allí funcionaba y con las haciendas
de Pasuchoa, Pinllocoto y Tigua. El nombre de “Chillo Compañía” permitía distinguirla de
otras haciendas de aquel valle, como “Chillo Jijón” y además nos deja revelar su origen, ya
que había pertenecido a la orden de los jesuitas, cuyas propiedades fueron rematadas por
la Junta de Temporalidades 18 años después de su expulsión en 1767.
En todo caso, cuando esta hacienda fue ya propiedad de la familia Montúfar, aquel día de
Navidad fueron llegando numerosos invitados, entre ellos se encontraban: Juan de Dios
Morales, Manuel de Quiroga, Nicolás de la Peña Maldonado, Juan Salinas, el presbítero
José Riofrío, y aunque muchas veces la historiografía no las ha nombrado, seguramente
estuvieron las esposas e hijas de los invitados, entre las que podemos mencionar a Rosa
Zárate, esposa de Nicolás de la Peña y la misma Rosa Montúfar y Larrea, hija de Juan Pío
Montúfar, el anfitrión de esa noche.
Esta sencilla y típica casa quiteña de dos pisos, construida en el siglo XVIII, sobre el relleno
de la profunda quebrada de Sanguña que desciende del Pichincha, se ubica al costado sur
del templo del Sagrario, obra concluida en el primer tercio de ese siglo.
Es, hasta la fecha, casa parroquial y se destaca por haber sido escenario de las reuniones
de los patriotas quiteños que dieron el primer grito de independencia el 10 de agosto de
1809. En ella vivía la señora Manuela Cañizares, arrendando algunas piezas de la planta
alta. Siendo amiga y confidente de los cabecillas de la revolución, la noche del 9 de agosto
de 1809, con el pretexto de festejar un onomástico, se reunieron ahí más de 40 complota-
dos. Juan de Dios Morales arengó a los presentes y cuando algunos temerosos intentaron
abandonar la reunión, la tradición asegura que Manuela se plantó cerrando el paso, puñal
en mano, increpándoles: “Hombres cobardes, nacidos para la servidumbre ¿de qué tenéis
miedo?”, consiguiendo que reaccionaran positivamente.
En la madrugada del día diez salió de aquí el coronel Juan Salinas para convencer a las tro-
pas de los cuarteles que estaban al frente, para que se unieran a la revolución y descono-
cieran a las ineptas autoridades coloniales. Horas después, de la misma casa salió el doctor
Antonio Ante para deponer en nombre de la Junta Suprema Gubernativa, al Presidente de
la Real Audiencia, Conde Ruiz de Castilla, así como diversas comisiones para comunicar la
buena nueva a los barrios de Quito.
174 Alfonso Ortiz Crespo • HECHOS Y LUGARES DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA
El Palacio se levanta al costado oeste de la plaza, que no era más que un rectángulo de
tierra con una fuente de piedra al centro, construida a los pocos años de fundada la ciu-
dad, limitada al sur por la Catedral, al norte, compartiendo con viviendas de importantes
familias, se hallaba el Palacio Episcopal, y al este, el Cabildo, acompañado de casas parti-
culares. La Plaza Grande se convirtió en el sitio más prestigioso de la ciudad y corazón de
las actividades religiosas, sociales, económicas y políticas.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 175
Este espacio conventual se utilizaba, tanto en las reuniones periódicas de los religiosos,
en donde analizaban los asuntos administrativos y financieros de la Orden, se procedía a
la elección de prelados y dignidades, etc., así como aula magna de la Universidad de San
Fulgencio, que ellos mantenían. Se ingresa a ella por una puerta situada a mitad de su lado
largo; una sillería con frentes y espaldares tallados en madera al natural, con escaños a dos
niveles, rodea la sala, ubicándose al costado oriental una llamativa tribuna tallada y dora-
da para los oradores, y al frente, un retablo con un típico Calvario quiteño, cubriéndose el
espacio con un artesonado geométrico, con pinturas circulares intercaladas.
En esta sala, el 16 de agosto de 1809, el pueblo de Quito reunido en Cabildo Abierto, ratifi-
có la voluntad de independizarse de España después del Grito del 10 de Agosto, y curiosa-
mente, en su bóveda de entierro se depositaron un año más tarde los cuerpos de muchos
de los patriotas asesinados el 2 de agosto de 1810.
176 Alfonso Ortiz Crespo • HECHOS Y LUGARES DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA
El espacio que fue capilla de San José, al norte de la sacristía de la iglesia de la Compa-
ñía, recientemente restaurado, fue en su origen el salón de actos de la universidad de San
Gregorio de los jesuitas. No solo fue escenario de cátedras magistrales, grados académicos
y representaciones teatrales de los alumnos, si no también lugar de acontecimientos his-
tóricos.
En efecto, luego de la expulsión de la Orden, en 1767, pasaron los edificios a la Real Uni-
versidad Pública de Santo Tomás de Aquino y el 30 de noviembre de 1791, tuvo lugar en
este sitio, la sesión inaugural de la “Sociedad Patriótica de Amigos del País de Quito”,
creada por iniciativa del ilustrado quiteño Eugenio Espejo, y secundado por Miguel Jijón y
León primer Conde de Casa Jijón y el Obispo José Pérez Calama.
En 1810, luego de la matanza de los patriotas en el vecino cuartel, y del asesinato de de-
cenas de quiteños en las calles, arribó a la ciudad el Coronel Carlos Montúfar, quien venía
investido como pacificador de amplios poderes desde España. Enterado de primera mano
de los acontecimientos del 2 de agosto, resolvió investigar los atroces acontecimientos y
sancionar a los responsables, organizando en este salón el 22 de septiembre una segunda
Junta de Gobierno. Para guardar las apariencias, nombró presidente al conde Ruiz de Cas-
tilla y aseguró a su padre, el marqués de Selva Alegre, en la vicepresidencia.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 177
En este barrio residió uno de los más ilustres personajes de la Revolución de Quito, el clé-
rigo Miguel Antonio Rodríguez Mañosca, quien al decir de un historiador puso los funda-
mentos y primera victoria de vida políticamente libre de la nación ecuatoriana. Vivió en
San Marcos desde su niñez y su vida debe ser comprendida en el contexto de la indepen-
dencia. Rodríguez fue profesor en la Real Universidad de Santo Tomás transmitiendo sus
conocimientos de la Ilustración a sus alumnos. Fue también constitucionalista, y en 1812
participó activamente en el clima de cambio político que se vivía en Quito, redactando la
Constitución del libre estado de Quito o Pacto Solemne. Por su compromisos libertarios fue
condenado a muerte en 1813, indultado, fue desterrado a las Filipinas como castigo por
“alta traición”.
178 Alfonso Ortiz Crespo • HECHOS Y LUGARES DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA
Una antigua leyenda cuenta que a inicios de la época colonial vivía en las inmediaciones
del actual barrio de San Roque, un cacique indio que sufría de una grave herida, infectada
por el uso de medicina natural: orina, telas de araña y hierbas. El enfermo se encomendó a
San Roque, un santo muy popular contra las pestes, adquirió su imagen y al sanar milagro-
samente se lo atribuyó a su intercesión. Este hecho se divulgó provocando que los vecinos
acudieran a venerar la imagen. Se generalizó entonces el nombre de San Roque para este
sector de la ciudad y solo más tarde el Obispo de Quito, fray Luis López de Solís conformó,
a finales del S. XVI, la parroquia con su respectiva iglesia, González Suárez dice que se le
adjudicó un solar que pertenecía a un hijo del Inca Atahualpa.
Este popular y tradicional barrio de Quito se caracterizó desde muy temprano por la activa
participación de su población en diversos tumultos. Sin duda, una de las más importantes
fue la que encabezó en la llamada sublevación de los barrios de Quito contra la aduana y
el estanco de aguardiente, iniciada el 22 de mayo de 1765. La osadía y arrojo de los san-
roqueños fue incuestionable, siempre fueron los últimos en retirarse en estas violentas jor-
nadas y los primeros en lanzarse al ataque del Palacio de la Audiencia, habiéndose apode-
rado, incluso, de uno de los cañones que lo defendía. La convulsión duró varias semanas,
y en ella se evidenció que el pueblo de Quito no soportaba la despótica petulancia de los
europeos, su codicia insaciable, su insolencia desvergonzada y sus abusos escandalosos.
Más tarde será reconocida su decidida participación en la defensa de Quito, junto con otros
barrios de la ciudad, en la trágica Batalla del Panecillo de 1812, contra el General español
Montes, y después en la batalla de Pichincha, en 1822, con el General Sucre.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 179
Con la expulsión de los jesuitas del año 1767, sus edificios e iglesia fueron incautados por
la Corona y quedaron abandonados bajo la Administración de Temporalidades. Veinte años
después, se estableció en los mismos locales de la universidad jesuítica de San Gregorio, la
Real Universidad Pública de Santo Tomás de Aquino.
Por otra parte, en al año 1792 se instaló de manera definitiva en el claustro noroeste y otras
áreas aledañas del complejo, el Cuartel Real, conformado por tres compañías fijas, un piquete
de dragones y un depósito de armas. Estas fuerzas, creadas en 1771, habían ocupado prime-
ro las construcciones que habían dejado los jesuitas en el Panecillo y luego, en 1786, pasaron
al edificio del seminario diocesano de San Luís, frente a la iglesia de la Compañía. El 10 de
agosto de 1809 los Próceres de la Independencia lo ocuparon, luego de conseguir por acción
del Capitán Juan Salinas, que las fuerzas que lo guarnecían plegaran a la Revolución.
Habiendo fracasado el movimiento, por falta de apoyo de las provincias vecinas, los patriotas
se vieron obligados a pactar y a devolver el poder. Al sentirse respaldado por las fuerzas in-
vasoras de Lima y Nueva Granada, el Presidente de la Audiencia, Conde Ruiz de Castilla, fal-
tando a su palabra, ordenó la prisión de cerca de un centenar de patriotas, los cuales fueron
aherrojados en el mismo Cuartel desde diciembre de 1809, compartiendo las instalaciones
con un batallón del Real de Lima.
A mediados del siglo XVIII, en el tejar mercedario, surgió un pequeño retiro, utilizado en
la época de cuaresma por el P. Francisco de Jesús Bolaños, quien con su devoción atrajo a
otros compañeros de la Orden. Al inicio se la conocía como la ermita de San José, pero por
Cédula Real del 17 de septiembre de 1754 se concedió licencia a los mercedarios para que
construyeran su recoleta. El P. Bolaños también estableció una casa de ejercicios espirituales
para seglares, para reemplazar la que los jesuitas abandonaron a raíz de su expulsión en
1767, y anexa levantó una bella capilla dedicada a San José.
Fue en la cripta de esta capilla a donde el padre Joaquín Lagraña trasladó el cuerpo del Dr.
Eugenio Espejo, fallecido el 27 de diciembre de 1795, según certifica Mariano Parra de la
parroquia del Sagrario. Se lo entierra en la capilla de San José de El Tejar, cumpliendo con
su deseo, pues aún no estaban construidos, ni el cementerio público, que recién se autoriza
su construcción en enero de 1828, ni la iglesia de la recoleta, pues esta se consagra el 12
de agosto de 1832.
Esta casa histórica se encuentra frente a la portada de pies de la iglesia del Carmen Bajo.
Según los planos del segundo tercio del siglo XVIII, en este solar se levantaba la cárcel de
mujeres, llamada Santa Marta de Ciudad, a diferencia de la Santa Marta de Corte, que se
hallaba tras el Palacio de la Audiencia.
El presidio urbano lo mandó a construir el barón de Carondelet en el primer lustro del siglo
XIX, en el mismo solar de la cárcel, pues según visitas de las autoridades coloniales, este
era un lugar inhumano. La función del nuevo edificio era la de guardar a contraventores,
como borrachos, artesanos que no cumplían con sus compromisos, etc., y dedicarlos tem-
poralmente a las obras públicas.
En manos particulares ya desde la creación del Ecuador, la casa ha sufrido muchas trans-
formaciones, pero aun se conserva en la clave de la sencilla portada de piedra, que se abre
a la calle Venezuela, un pequeño escudo coronado, con el toisón de oro en la parte inferior,
y leones rampantes y castillos en diagonal en sus cuarteles, inequívoco símbolo de la coro-
na española de Castilla y León.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 183
LA HEROÍNA DE LA INDEPENDENCIA
Manuel de Guzmán Polanco*
Hace 200 años nadie habría pensado que una mujer pudiera determinar la hora de la in-
dependencia ecuatoriana de la España monárquica, asumiendo su pueblo la soberanía que
300 años venía ejerciendo la Corona. Hablaré de ese paradigma recordando la figura de
MANUELA CAÑIZARES Y ALVAREZ.
Ese Diego Antonio Nieto Polo cometió toda clase de atropellos contra los grandes y los chi-
cos de Quito; y pretendió quedarse de Alcalde de la ciudad, para mejor explotarla; pero los
quiteños le negaron el voto, lo que le enfureció aún más; por lo que tuvo que salir pues ya
había sido nombrado Presidente titular de la Audiencia el Conde Ruiz de Castilla.
Por fortuna los juicios no pudieron seguirse porque los expedientes se perdieron, por la di-
ligencia de alguien del grupo Patriota. En 1810 se los encontró entre los papeles que fueron
del prócer fallecido Manuel Rodríguez de Quiroga.
* Director de la Academia Nacional de Historia del Ecuador. Es abogado y Embajador de carrera. Internacionalista.
Miembro correspondiente de las Academias de Historia de España, Argentina, Chile, Perú y Colombia. Es cate-
drático de universidades nacionales y extranjeras. Ha sido diputado, Concejal de Quito, Subsecretario, Magistrado
del Tribunal de Garantías Constitucionales y del Tribunal Supremo Electoral. Recibió condecoraciones de varios
gobiernos, entre los que destacan la Cruz de Malta y la Orden Piana.
184 Manuel de Guzmán Polanco • LA HEROÍNA DE LA INDEPENDENCIA
Había que reunirse en alguna parte que diere seguridades para los revolucionarios y los
anfitriones. Se eligió una casa que quedaba y queda frente a la que era la Universidad de
San Gregorio, y es contigua a la Iglesia de El Sagrario, diagonal al Palacio de gobierno, al
Cuartel de la Audiencia; casa en donde funcionaba la Parroquia del Centro; amplia y de dos
pisos, patios con puerta de escape hacia la gran quebrada de Jerusalén.
Habitada por inquilinos respetables, el Presbítero Castelo y doña Manuela Cañizares y Al-
varez con su hermana menor María, y a donde ocasionalmente llegaban sus dos hermanos
varones, Mariano y José. Había también habitaciones para el personal de servicio y para
depósitos. Lugar ideal, pues Manuela merecía la confianza de las esposas de los conspira-
dores, que llegaban para tomar un chocolate, o café o infusión de alguna planta medicinal
como la hierbabuena, la menta, la manzanilla… en fin de las muchas que se producen en
las huertas de la ciudad y los campos vecinos.
Quién podía objetar reuniones tan normales, a la luz del día y con el silencio de todos,
especialmente de Manuela que es la que conducía el secreto y alentaba a los inspirados
revolucionarios, en buena parte universitarios, profesores y alumnos que tenían al frente
la Universidad de San Gregorio y que en nuestro tiempo fue ya la Universidad Central del
Ecuador, en la que nos educamos millares de jóvenes, muchos de los cuales dirigieron el
país desde las diversas magistraturas. Ahora, el edificio remodelado es el Centro Cultural
del Municipio de Quito, al lado del radiante templo de La Compañía.
Era allí, la que debemos llamar la “Casa de la Independencia”, en donde bullían la mente
y el corazón de los hombres para dar el paso trascendental a la separación de la abusiva
y corrupta administración hispana. El derecho de autonomía, de independencia, de sobe-
ranía, el derecho de los seres humanos de defender la libertad y la de su nación, que se
oponían al supuesto derecho divino de los reyes, temas que habían estudiado sus padres y
abuelos en las Universidades de Quito y también de España.
La “casa de Manuela” no era de ella, era alquilada a una Congregación religiosa, que man-
tenía sus actividades benéficas y espirituales. Esa Congregación no habría arrendado el
local a una persona disipada, discutida, no bien calificada por su vida, ni a una persona
vulgar. El Sr. Alfredo Flores y Caamaño, uno de los 9 fundadores de la Academia Nacional
de Historia, junto a González Suárez, destaca “la importancia ética e intelectual de la so-
bresaliente luchadora”1
La famosa casa, ahí está todavía. En cierta forma restaurada hace como 30 años por el
Municipio de Quito, para no perder esa reliquia del pasado heroico del Ecuador. Allí, en
donde antes era la Calle Real y ahora la García Moreno, junto al precioso recodo artístico
de la Iglesia de El Sagrario; y que fue originariamente destinada a vivienda de los sacerdo-
tes que atendían al culto y a la Parroquia Religiosa que, por las estrechas relaciones con la
Corona, debía ser también Parroquia Civil; y así se la conocía y conoce aún, porque para
ello sirve, como Parroquia del Centro.
La casa tiene tres balcones a la calle, detalle arquitectónico del siglo XIX, con zaguán em-
pedrado y dos tiendas a la calle para sendos pequeños comercios. Hacia el norte, una sola
muralla, a la que su empeñoso Cura Párroco le hizo abrir una simple ventana para dar luz,
en buena hora, a la habitación que hoy es sala de recibo para los parroquianos. La casa y
la Capilla del Santísimo, como también se le llama a la de El Sagrario, son una sola cosa.
La muralla y una cruz de piedra por delante son como una invitación a mirar la preciosa
entrada de piedra labrada, el importante portón de madera antigua y el amplio presbiterio
brillante y acogedor, joya del arte quiteño del siglo XVIII, trabajado por el famoso artista
Legarda.
En la muralla esquinera de la casa, dando frente a la calle García Moreno, está una mo-
desta placa de mármol blanco que contiene el homenaje que rindió a la Casa de Manuela
el Congreso Nacional de 1888. Un letrero común y corriente, frente al cual solo se detiene
algún curioso ocasional que pretende descubrir lo que hay en el modesto inmueble pintado
de blanco amarillento. No se puede descubrir la gloria que cubren las dos paredes que dan
a la calle. Algo hay que hacer para que los artistas y arquitectos pongan su ingenio para
que el ciudadano corriente, el estudiante, el turista, se detengan obligadamente a mirar por
fuera y a mirar por dentro el santuario de la libertad del Ecuador y de América.
Esa debe llamarse oficialmente “La Casa de la Independencia”. Estas y otras considera-
ciones pertinentes ha hecho la Academia Nacional de Historia ante las diversas instan-
cias oficiales desde hace cuatro años para que se afronte con entusiasmo –guardando su
grandiosa simplicidad- la adecuación de esa monumental pequeña casa a la admiración
perpetua de los ecuatorianos y los extranjeros que admiran la libertad y que se acerquen
a la memoria de los 37 varones y una mujer que abrieron las puertas a la independencia
política y la autoestima personal de millones de seres humanos del Nuevo Mundo, en 1809.
Para entonces, esto es, para Agosto de 1809, Manuela era una mujer de edad mediana y
seguramente atractiva, según el óleo que de ella reprodujo el notable hombre público y de
letras de Guaranda, el Coronel y doctor Ángel Polibio Chávez, en el libro que publicó en
1895. La edición recopila “artículos” de buena textura de su propia producción. Menciona
varias mujeres destacadas en la época de la Independencia: María Larrain, Josefa Tinaje-
ro, Rosa Zárate, la “Costaloma”, líder del barrio de San Roque y termina diciendo: “Pero
indudablemente, entre todas las mujeres patriotas de aquella época, ninguna tiene la im-
portancia de doña Manuela Cañizares por la parte activa que tomó en los acontecimientos
públicos de esos tiempos memorables”. Se trata pues de una mujer atractiva por su inteli-
gencia, por su belleza, por su presencia, nada más que digna y no reluciente, pues no era
ni una actriz ni una figura de sociedad.
Manuela nació en 1769 en casa de su madre en el barrio de Santa Clara en Quito, hija de un
panameño, Miguel Cañizares Bermúdez y de Isabel Alvarez Cañizares, primos hermanos.
De su padre no tenía ningún buen recuerdo. En su testamento ni siquiera se refiere a él.
Amaba a su madre. Sí.
Una de las virtudes basamentales de la Heroína de Quito fue la modestia. Nunca habló de
sí misma, ni para alabarse ni para quejarse. Tampoco para compararse en más o en menos
con terceras personas. No hay un solo documento sobre ella, que proceda de ella. Sabemos
y entrevemos lo que fue por lo que dijeron de ella sus contemporáneos, sobre todo los del
bando opuesto, los realistas. Ya hablaré documentadamente al respecto. En definitiva, hay
un solo documento público en que ella habla y en el que inevitablemente se destaca por
su idioma, su raciocinio, su objetivismo, su espiritualidad, su sentido de familia. Nada de
política, ningún enemigo, ningún favorecido.
El revelador documento que describe al ser humano llamado a sí misma Manuela Alvarez
y Cañizares es su testamento, última voluntad antes de su muerte, que fue notarizado por
el Escribano Antonio de la Portilla, el 27 de agosto de 1814. Ni siquiera sabemos el día de
su muerte, que probablemente fue pronto después de esa fecha. Ni sabemos dónde efecti-
vamente fue enterrada ni cuándo. Sólo se sabe por ese mismo testamento, que debía ser
inhumada en la Iglesia de La Merced, es decir en la Recolección de El Tejar. Pues en una de
las cláusulas ordena el pago de su nicho para sus restos en ese lugar. En la Parroquia de
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 187
El Tejar no hay rastro alguno del suceso. En esa época en que tan difícil y peligrosa era la
presencia de los patriotas, justamente para proteger a sus familiares las Ordenes Religiosas
prescindían de dejar rastro alguno sobre los muertos que albergaban en sus bóvedas.
De este modo, la Primera Heroína de Quito fue también en la tumba el símbolo de la MU-
JER CALLADA en la tumba, como lo fue durante su vida. Uno de los problemas que se ha
tenido para relevar la figura magnífica de Manuela, la quiteña heroica, ha sido la falta de
documentos originales sobre ella, de la época en que vivió, o sea de 1769 a 1814, sus 45
años de vida.
La testadora se presenta como Manuela Alvarez y Canisares, así, con n, sin ñ. Y dice ser
de Quito e hija de Dña. Isabel Alvarez. Ni siquiera menciona a su padre, lo que revela que
ningún sentimiento le ligaba a ese hombre, cuyo apellido menciona en segundo término
después del de su madre… La niñez y juventud y toda su vida fue sin la presencia ni el
amor de su padre.
“Muero pobre y no dejo bienes algunos, sino tal cual dependencia por cobrar” En las cláu-
sulas siguientes hay que ver la insignificancia de bienes que le quedan después de haber
tenido una “hacienda” en Cotocollao, que la vendió en 1950 pesos, de los cuales el compra-
dor le debía todavía novecientos pesos. Parece que vivía de ese capital. Aparte de esto lo
más importante de sus bienes son pequeñas joyas, la mayor parte de ellas comprometidas
con préstamos, situación que revela que había tenido muchos “apuros” por algo de dinero
en la mano para sobrevivir. Se refiere a un “zarcillo o arete de perlas gruesas doncellas
que el par está tasado en doscientos pesos”. Y así otras pequeñas joyas todas prendadas.
Su vestimenta se ve que no era pobre, pero sí escasa. Una de las cláusulas testamentarias
dice: “…y también declaro por mis bienes, dos camisas de encajes, un vestido de crespón
aurora, una chaqueta de lana con galones finos y un fondo de tafetán morado”.
Felizmente, pasados esos años en que imperaron las más crueles pasiones entre los habi-
tantes, realistas o chapetones los unos, patriotas o revolucionarios los otros, fueron espa-
188 Manuel de Guzmán Polanco • LA HEROÍNA DE LA INDEPENDENCIA
ñoles mismos de otra altura moral e intelectual, los que prodigaron los más encomiásticos
calificativos a Manuela Cañizares. Basta referirme a lo que decía de ella el “historiador”
realista por antonomasia que narró la “Historia de la Independencia Hispanoamericana”
en los tres tomos que vieron la luz bajo la aquiescencia del gobierno de Madrid, con ese
nombre, en la imprenta madrileña de León Amarita en 1829, historiador que vivió en es-
tos países revolucionarios de América, desde 1809 y se llamaba Mariano Torrente . Fue
él quien calificó a Manuela como “la Mujer Fuerte” de la Revolución del Diez de Agosto de
1809. La intachable mujer en su moral, pero incomparable en su fortaleza espiritual, como
la Mujer Fuerte del Evangelio. En los 200 años transcurridos no han logrado los moralistas
políticos o sociales un solo documento o un hecho o una declaración valedera en contra de
Manuela Cañizares. Para qué recordar nombres de los acusadores modernos, contemporá-
neos, cuya calumnia solo se explica por razones políticas de arroyo social.
Sin embargo, ronda todavía por allí como acusación que Manuela tuvo un romance con el
gran líder de los patriotas, Manuel Rodríguez de Quiroga. ¿En dónde el pecado, en dónde el
escándalo, en dónde la miseria espiritual?. El héroe de agosto era un joven viudo, ella era
una atrayente mujer soltera revestida del amor a su Patria. Si el amor les juntó más allá de
la política, ¿en dónde la ofensa a la sociedad, a la religión o a la Patria?.
Ella vivía con su hermana menor María; y era su inmediato vecino de habitación, el patrio-
ta Presbítero Castelo. ¿Cuándo se oyó que este religioso hubiera tildado de ilícita la cordial
relación de Manuel Quiroga y Manuela Cañizares?. A las mentes enfermas les agrada ver
algo reprochable en los actos o pensamientos más normales y edificantes. Pero la grandeza
de esos Héroes deja atrás tanta pequeñez.
EL SILENCIO Y LA MUERTE
Luego del aislamiento y lucha de Quito contra los antirrevolucionarios auspiciados y em-
pujados por los Virreynatos de Lima y Santa Fe, el gobierno criollo resuelve atraer a Ruiz
de Castilla, para salvar la Revolución. Pero lo que vino fue la persecución personal y los
juicios contra los Patriotas, que ingenuamente confiaron en la palabra de este traicionero
funcionario peninsular. Pero Manuela no fue tocada. El 2 de agosto de 1810 seguramente
ya no estaba la Heroína en la Casa de la Libertad. ¿Dónde se recluyó?. En su hacienda de
Cotocollao probablemente no, porque estaba demasiado cerca de la garra chapetona. Mas
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 189
bien en la hacienda de uno de los Marqueses o Nobles Patriotas fuera del ámbito capitalino,
en lo que son las Provincias actuales de Cotopaxi o Imbabura. Lo que sí se sabe es que un
tío suyo era Párroco de Perucho, al noroeste de Quito
El III Marqués de Miraflores y su esposa la Marquesa Antonia Flores Carrion eran dueños
de un precioso juego de haciendas con base en Tanlagua, Parroquia de Pomasqui, sobre la
ribera occidental del río Guayllabamba, mientras sobre la oriental estaban Conrogal, Gua-
tús en el valle de Perucho. Allí sí muy fácil ocultarse bajo el amparo de los Miraflores (mis
quintos abuelos) y del señor Cura Cañizares. Además así habría estado Manuela cerca de
su hacienda en Cotocollao, que la vendió finalmente antes de 1814.
Pero la persecución a los patriotas no cejó un momento. El General Montes, Jefe Militar
y Presidente de Quito desde 1811, incluyó a Manuela en la famosa lista de nuevos perse-
guidos, que firmó en noviembre de 1812, porque Manuela debía de saber mucho de la
Revolución, arguyó el traicionero y morboso Fiscal Juan José Arechaga. Está por verse en
los archivos de la época, de los cuales estos mismos días tiene copias la Academia Nacio-
nal de Historia, si llegó a instaurarse el juicio contra Manuela. Mas parecería que no, pues
para 1814, año de su muerte, el cruel Montes amainó su rigidez porque no había ya de qué
defenderse. Quito había sido totalmente dominada militarmente desde 1812 y las fuerzas
militares de la Corona eran superiores a 9.000 hombres repartidos en todo el territorio de
la Audiencia.
Nunca más apareció el nombre de Manuela Cañizares en ningún papel oficial o en alguna
crónica, hasta que vino el gobierno de la Restauración en 1883. Fue su Congreso, compues-
to de ciudadanos de primera línea, el que dispuso los honores para los Próceres de Agosto,
e incluyó entre ellos a Manuela Cañizares y Alvarez, la Heroína de la Independencia. Sólo
en 1888 se colocó la modesta placa de mármol en la pared frontal de la Casa de la Indepen-
dencia, insignificante constancia material de la grandeza de Manuela Cañizares.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 191
Durante su infancia cursó estudios básicos en su pueblo natal y, ya joven, fue enviado a Bo-
gotá en 1780, para que continuara sus estudios en el Colegio Real Mayor de San Bartolomé,
donde ingresó como becario y cursó tres años de estudios, para luego pasar a continuarlos
en la Universidad Tomística, donde cursó estudios de Filosofía y obtuvo el grado de bachi-
ller en 1784.2 En 1788, obtenía en la misma institución su Bachillerato en Derecho Civil
y dos años después, tras destacarse por su talento y empuje personal, era invitado por el
hasta entonces oidor de la Audiencia de Santa Fe, don Antonio Mon y Velarde, a pasar a
Quito en calidad de secretario suyo, toda vez que había sido designado nuevo Presidente de
la Audiencia quiteña.3 Así, el 28 de abril de 1790, Juan de Dios Morales y Leonín llegaba
a la ciudad que iba a ser el escenario mayor de su vida pública y el altar de su gloria y su
martirio.
* Historiador y antropólogo ecuatoriano. Es Doctor en Jurisprudencia por la Universidad Central y ha cursado es-
tudios de post-grado en antropología, Geografía e Historia en México y España. Fue Presidente de la Asociación
de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe, subsecretario de cultura del Ecuador, y presidente del Consejo
Nacional de Cultura. Es miembro de varias academias internacionales de Historia y de otras entidades académicas
y culturales del Ecuador. Entre otros títulos ha publicado: Ensayos sobre historia de las ideas en América (1993),
La historiografía ecuatoriana contemporánea (1994), Historia del Ecuador (1997), Historias del país de Quito (con
cinco reediciones hasta 2008), El Ecuador en el siglo XIX (2002), Pueblos ciudades y regiones en la historia del
Ecuador (2003), De la noche al alba (2009).
1. Roberto M. Tisnés, “Juan de Dios Morales, prócer colombo–ecuatoriano”, Ediciones de la Academia Colombiana de
Historia, Bogotá, 1996, pp. 29–31.
2. Ibíd.
3. Ibíd.
192 Jorge Núñez Sánchez
JUAN DE DIOS MORALES, EL LÍDER DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA DE 1809
En su vida profesional, Morales defendió con toda responsabilidad las causas de pobres y
reos, a pesar de sus tareas como Oficial Mayor de la Secretaría, y su honestidad, generosi-
dad humana y entrega al servicio público le valieron ser nombrado después Agente Fiscal
de lo Criminal y Protector de Naturales, funciones desde las cuales se interesó por defender
los intereses de los pobres indios, sometidos a la más abyecta servidumbre y la explotación
más vil. Cabe precisar que ejerció esa responsabilidad durante algún tiempo, sin percibir
sueldo alguno, hasta la reincorporación de su titular, y que paralelamente se hizo cargo
del despacho de Agente Fiscal de lo Civil, por hallarse enfermo el abogado titular que lo
servía.7
Obviamente, él aspiraba a tener algún buen cargo público en propiedad, para vivir con
autonomía y desarrollar su espíritu de servicio público. Por ello, envió cartas y memoria-
les a varias autoridades, solicitando se le asignase una asesoría o auditoría de guerra en
alguna provincia, pero sus gestiones no lograron resultado alguno. Siguió, pues, laborando
en calidad de Oficial Mayor de la Presidencia de Quito, cargo que ejerció por un lapso total
de ocho años, seis meses y siete días.8 Y desde esa posición vio como Muñoz de Guzmán
elevaba a la Secretaría de la Presidencia a su sobrino Gerónimo Pizana, un joven oficial de
pocos escrúpulos y ninguna experiencia administrativa. Morales, que aspiraba con justicia
a ese cargo, reclamó por su postergación, pero sus reclamos dieron lugar a que Muñoz de
Guzmán lo destituyera de su cargo en 1793, en un evidente abuso de autoridad.
4. Expediente de méritos y servicios del Dr. Juan de Dios Morales y Leonin. AGI, Quito, l. 234.
5. Tisnés, cit., p. 61.
6. “Expediente …”, cit.
7. Id.
8. Id.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 193
Tras ocurrir el terrible terremoto de febrero de 1797, que arrasó totalmente con la antigua
Riobamba y semi destruyó Ambato, Latacunga, Guaranda y muchas otras poblaciones de
la Sierra Central, causando un total de 12.553 muertos, fue afrontada la situación por el tri-
bunal de la Audiencia de Quito, presidido por el oidor decano don Lucas Muñoz y Cubero,
en ausencia del Presidente Muñoz de Guzmán, que se hallaba fuera de la ciudad, descan-
sando en la población de El Quinche. En busca de conocer mejor los terribles efectos del
cataclismo y paliar en algo los daños causados, la Audiencia designó al doctor Juan de Dios
Morales como Comisionado General ante la emergencia, con el encargo específico de que
visitara la región destruida, entregara a los damnificados, como mejor pudiera, la limosna
de 400 pesos recogida con tal fin en los templos de Quito, “y observando las circunstancias
de las cosas diese cuenta del estado de ellas”.9 Como parece obvio, esa designación estuvo
motivada por el hecho de que los oidores de Quito conocían el temple de Morales, su apego
por los pobres y menesterosos y su voluntad de servicio a los demás, cualidades que lo
convertían en la persona ideal para cumplir tan apurada y delicada misión.
Morales se hallaba por esos días convaleciendo de una enfermedad, pero bastó el llamado
al servicio público para que se levantara de su lecho y se pusiese en acción, con toda la
pasión que le era característica. Actuando sin gratificación oficial y a costa de su peculio
personal, se puso en camino hacia el sur de la capital el 9 de febrero, haciéndose acompa-
ñar del escribano real Bernardo Gaona, que también iba sin remuneración alguna. El 10
llegó a Machachi y luego pasó a Aloasí, donde descubrió que se habían producido tumultos
por causa de la especulación con los precios de la sal, por lo que ordenó volver al precio
original. Luego siguió hacia Latacunga, hallando en el camino un cuadro verdaderamente
dantesco, que describió en un primer informe al Presidente Muñoz:
9. Informe de Juan de Dios Morales al presidente Muñoz de Guzmán, en “Expediente sobre el terremoto de Riobam-
ba”, Archivo Nacional de Historia, Quito, año 1797 vol. 2, folios 116 a 120.
194 Jorge Núñez Sánchez
JUAN DE DIOS MORALES, EL LÍDER DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA DE 1809
Ante tan dramática situación de los pueblos, Morales se prodigó en acciones e iniciativas.
Repartió en Latacunga parte del dinero y los víveres que llevaba y remitió otra parte para
Ambato. Pidió informes a los Corregidores de Ambato, Riobamba y Guaranda, sobre los
males causados y las necesidades más urgentes. Convocó a la población a trabajar en min-
gas bajo su dirección, para restablecer de alguna manera los puentes caídos, por cuya falta
no podían arribar víveres desde los campos a las ciudades. Y también se empeñó en buscar
bajo los escombros, para recuperar fondos reales, salvar archivos oficiales y rescatar la
pólvora acumulada en la fábrica de Latacunga.
Toda esa prodigiosa actividad le ganó el afecto de los pobladores, que se dirigieron a él
solicitándole “como a nuestro Juez, Padre y Protector de los miserables, que por Divina
Providencia ha venido a favorecernos y a consolarnos, se digne ponernos a las piadosas
plantas de Su Alteza, para que no permita que el resto de sus vasallos permanezcamos
enteramente en la ruina y la miseria.”10 Pero, por otra parte, también provocó el celo de
las autoridades locales, que se vieron desbordadas por la actuación de Morales, quien ha-
bía asumido de hecho la iniciativa para aliviar los males de esa región central de la Sierra
quiteña, respaldado como se sentía por el nombramiento que le hiciera la Audiencia de
Quito.
Uno de los principales celosos fue el Corregidor de Ambato, don Antonio Pástor, quien se
negó a colaborar en sus esfuerzos para restablecer los puentes de la zona y aun pretendió
suspender a Morales en su calidad de Comisionado, irrespetando de este modo al Tribunal
de la Audiencia. Morales, muy cuidadoso de las formas, escribió desde Ambato al Presi-
dente Muñoz, informándole de los maltratos y falta de ayuda del corregidor Pástor, y acla-
rando sus propios actos. Le decía en ella:
10. Morales a Muñoz de Guzmán; Latacunga, a 17 de febrero de 1797. En “Expediente sobre el terremoto …”, fol. 127v.
a 128.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 195
Sobre víveres debo decir que hay absoluta falta de pan y carne; que los demás
efectos no están en abundancia, y que corren a precios subidos sin que se haya
dado (por el corregidor) providencia para corregirlos. La necesidad que padece
este pueblo es innegable, pero construyéndose puentes, moderándose el precio
de los frutos, levantándose los molinos y los hornos cesará enteramente la ca-
restía y no será necesario que se toque la Real Hacienda ni que esa ciudad (de
Quito) se grave más con sus piadosas limosnas. Por lo demás están sepultados
aún los Archivos Públicos debajo de las ruinas como los (bienes) de las gentes…
; las calles sin limpiar, el lugar fétido, y en una palabra solo evitado el mal de
ladrones, sin duda por al Auto que el Corregidor ha hecho fijar en una picota.
…
Morales, que se había entregado en cuerpo y alma al servicio de los damnificados, segura-
mente esperaba una respuesta de respaldo y apoyo a sus actuaciones, pero no contaba con
los propios celos políticos del Presidente Muñoz, que se sentía mal por haber perdido la ini-
ciativa ante la Audiencia en tan sensible caso, y seguramente temía que el Rey se formara
una mala opinión sobre sus actos. Por eso, lo que recibió de Muñoz fue una cucharada de
dulce y otra de sal: le dijo en una carta oficial que su comisión se había limitado a entregar
la limosna recogida en Quito a las poblaciones de Latacunga y Ambato, pero que
Morales recibió esa carta en Latacunga, cuando ya iba de regreso a Quito, y se apresuró a
contestar al Presidente, agradeciendo cultamente la forzada aprobación hecha por Muñoz
sobre sus actos, dándole a entender al gobernante que su comisión no fue solo para entre-
gar la limosna recogida en Quito, y tomándose su tiempo para cumplir la orden de retorno:
11. Morales a Muñoz; Ambato, a 20 de febrero de 1797. En “Expediente sobre el terremoto …”, fol. 21.
12. Muñoz a Morales; Quito, a 18 de febrero de 1797. Ibíd., fol. 122 a 124.
196 Jorge Núñez Sánchez
JUAN DE DIOS MORALES, EL LÍDER DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA DE 1809
Detrás de las formalidades de uno y otro, esas cartas eran el preanuncio de la tormenta
que se avecinaba, pues Muñoz estaba furioso por el hecho de que la Audiencia hubiese
encargado tal comisión a Morales, a quien consideraba su enemigo, y éste, por su parte,
sentía que Muñoz le había cortado las alas en el momento en que con más ganas volaba al
servicio de las gentes más necesitadas del país. De ahí que Morales, apenas vuelto a Qui-
to, preparara para el Tribunal de la Audiencia un informe general sobre sus acciones de
Comisionado y, además, una Información Sumaria, a partir de las informaciones y decla-
raciones recogidas en el escenario del terremoto por el escribano que lo acompañara en su
comisión. Además de dejar en claro que la actuación de Morales se ciñó a los términos de
la comisión recibida del alto tribunal, hizo constar el cúmulo de necesidades que existía en
las provincias centrales y la urgencia de que el gobierno acudiese en ayuda de los miles de
damnificados supervivientes al terremoto, quienes afrontaban, entre otros varios peligros,
el de morir de hambre por causa de la destrucción de los caminos, la caída de los puentes
y la ruina de los molinos de harina y hornos de pan.
La Audiencia, movida por su oidor decano, que fuera el comitente de Morales, aprobó
en primer lugar el informe de cuentas de su Comisionado, y, en cuanto a la Información
Sumaria, leyó con atención el expediente presentado y debatió la idea de aprobar sus
recomendaciones, pero el general Muñoz de Guzmán consideró contraria a los intereses
económicos de la corona la información sobre las necesidades de los pueblos levantada
por Morales, pues, según dijo indignado, “se pretendía que yo abriese las Reales Cajas é
hiciese de su caudal una Caridad General en todos los pueblos que habían experimentado
los efectos de la Justa Providencia Divina” y agregó que los damnificados “a la verdad
no necesitaban tampoco (de ninguna ayuda) estando los campos llenos de sus frutos”.14
Con tales argumentos, se negó a aprobar la información sumaria levantada por el doctor
Morales y buscó recursos legales para resistir la entrega de fondos de las cajas reales en
beneficio de los perjudicados. De este modo, no solo mostró su mal talante personal, sino
que dejó en evidencia que las actuaciones de un gobernante colonial no se orientaban tanto
a proteger a los pueblos sometidos cuanto a velar por los intereses del rey y de la metrópoli.
Irritado por esa actitud del gobernante, y sobre todo, por su arrogante y despectiva actitud
para con las víctimas del siniestro, el espíritu patriótico de Morales se inflamó de indigna-
ción y lo llevó a tomar una audaz resolución, que fue la de apelar la decisión del presidente
ante el tribunal de la Real Audiencia. El gobernante se puso furioso ante la acusación fron-
tal que se le hacía, pero no dejó de temer la posibilidad de que Morales elevara una queja
ante el rey. Fue así que Muñoz de Guzmán se apresuró a escribir al ministro de Indias,
don Eugenio Llaguno, dándole su interesada versión de los hechos y alertando al ministro
sobre las “representaciones difusas que -decía- no dudo dirigirá (Morales)”.15
Luego siguieron varios trámites dilatorios, que buscaban enterrar el asunto, y eso dio mo-
tivo para que Morales redactara lo que Tisnés ha calificado de “Informe–reclamo, dirigido
nada menos que a la Real Majestad de Carlos IV”,16 poniéndole al tanto de los principales
detalles de lo acaecido en el país de Quito tras el terremoto, de los orígenes y desarrollo
de su comisión y del triste final de la misma. También se quejaba del maltrato recibido del
Presidente Muñoz, diciendo:
El reclamo mostraba el sentido de la dignidad personal que tenía Morales, pero revelaba
también algo todavía más importante: su sentido del patriotismo. De ahí su afirmación
final de que había actuado por amor al soberano (lo cual era un lugar común, repetido
por todos quienes elevaban peticiones o memoriales al rey) “y por satisfacer su (propio)
patriotismo”, frase inusual y nueva, que revelaba lo que estaba procesándose en el rebelde
espíritu del doctor Juan de Dios Morales, seguidor de las ideas de Eugenio Espejo y afiliado
al naciente fervor por la “Patria americana”, distinta y opuesta a la tradicional idea de la
“Patria española”.
Los consejeros del Rey de España quizá notaron algo de novedoso en esa comunicación de
Morales, pero no le prestaron mayor atención. Fueron al meollo de la cuestión y resolvie-
ron, apoyados por la evidencia documental, que el doctor Morales tenía toda la razón al
haber formulado su reclamo. Su resolución expresó textualmente:
Resulta necesario aclarar, en este punto de nuestra historia, que, tanto en la necia actitud
de Muñoz de Guzmán como en la diligencia con que actuara Morales, afloraban las aristas
de un mutuo aborrecimiento personal, pero también el latente enfrentamiento político que
venía incubándose desde tiempo atrás entre criollos y chapetones.
En efecto, salta a la vista que el rencor del joven abogado contra el gobernante estaba mo-
tivado por los malos tratos que éste le había irrogado, al destituirlo de su plaza de Oficial
Primero de la Subdelegación de Real Hacienda y hostilizarlo frecuentemente en el ejercicio
de su profesión, mediante amonestaciones y multas oficiales, bajo la acusación de “usar
del oficio de chimbador... y suscribir representaciones desatentas y faltas de estilo”.19 Me-
nos obvio, pero no menos cierto, es que la oposición de Morales a Muñoz estaba inspirada
también en la política de persecuciones que este gobernante había desatado contra los
representantes más avanzados del criollismo quiteño y principalmente contra el doctor
Eugenio Espejo, finalmente muerto a consecuencia del encarcelamiento ordenado por Mu-
ñoz , en 1795.
Por su parte, el odio de Muñoz contra Morales provenía de que este joven abogado neogra-
nadino poseía un espíritu altivo y que, tras su injusta destitución, se había convertido en
defensor de los criollos que criticaban los actos del poder y denunciaban la corrupción ofi-
cial. Además, pesaba el hecho de que Morales era un criollo ilustrado y había sido uno de
los amigos y discípulos políticos del doctor Espejo, quien fuera el propulsor de la idea de la
“nación quiteña” y un activo denunciante de los abusos del poder colonial. Una prueba de
esa estrecha amistad fue la defensa que Morales asumió del presbítero Juan Pablo Espejo,
hermano del doctor Eugenio, en 1795, cuando se lo acusó de conspirar contra el Estado y
tramar la independencia del país, durante el gobierno de Muñoz de Guzmán. Y otra prueba
fue el hecho de que, tras la muerte de Eugenio Espejo, Morales siguió siendo uno de los
amigos más próximos de los hermanos del Precursor, llegando en 1798 a actuar como uno
de los testigos de la boda de Manuela Espejo con José Mejía Lequerica.20
MORALES Y CARONDELET
aprobar su nombramiento era inferior al que había venido detentando en la misma función
el anterior Secretario, Gerónimo Pizana, que era de mil pesos. Eso motivó a Morales a
elevar una representación a la corona en la que exponía que el primer Secretario que
hubo en la Presidencia, que lo fue don Agustín Martín de Blas, ganaba un sueldo de 1.500
pesos anuales; que el segundo, que lo fue don Bernardino Delgado, con el carácter de
interino, gozó inicialmente de un sueldo de 1.495 pesos anuales, que luego fue elevado
por Real Orden a 2.000 pesos completos, que cobró Delgado desde 1784 hasta 1793; y que
el tercero, que fue Gerónimo Pizana, cobró como Secretario interino un sueldo de 1.200
pesos, aunque el Presidente Muñoz de Guzmán solicitó para él una remuneración de 1.500
pesos anuales. Morales concluía su pedido expresando:
En la misma petición, el Presidente Carondelet incluyó una sumilla dirigida al Rey, que
decía:
Para reforzar su pedido a la corona, Morales dirigió paralelamente otra carta al Ministro de
Hacienda de España, don Miguel Cayetano Soler, un político mallorquín conocido por re-
formista y liberal. En esta carta, seguramente sugerida por Carondelet, Morales solicitaba
la protección personal del ministro y le exponía con la mayor sinceridad la difícil situación
económica en que lo colocaría el sueldo de 600 pesos que le habían asignado, puesto que
era del todo insuficiente. “Hablo a V. E. sin afectación –le decía–; con cincuenta pesos men-
suales apenas alcanza para un mesa demasiado frugal. Y si pretendo hacer un vestido,
saldré empeñado por cuenta cabal y deberé siempre.”24
Sin embargo, mientras Morales esperaba una favorable resolución de la corona a sus
pedidos, llegó a la Presidencia de Quito una Real Orden fechada el 25 de marzo de 1802,
que mandaba que tanto Pizana como Morales devolviesen a las cajas reales el exceso de
sueldo que habían cobrado sobre la dotación de 600 pesos. Eso angustió del todo al doctor
Morales, quien de inmediato presentó una dolida exposición al Presidente y Capitán General
de Quito, Barón de Carondelet, manifestándole la terrible situación en que lo colocaba esta
23. Juan de Dios Morales al Rey de España; Quito, a 20 de mayo de 1802. AGI, Quito, l. 234, folio 726.
24. Juan de Dios Morales a Miguel Cayetano Soler; Quito, a 21 de mayo de 1802. AGI, Quito, L. 234, folios 748 a 750
vuelta.
200 Jorge Núñez Sánchez
JUAN DE DIOS MORALES, EL LÍDER DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA DE 1809
nueva disposición superior, que lo obligaba a reintegrar a la Real Hacienda “el dinero que
yo creía en mi conciencia haber justamente devengado con mi trabajo.” Exponía luego las
duras condiciones en que vivía en Quito:
“Escaso de bienes de fortuna, sin más caudal que unos pocos libros destinados
a la ilustración de mi espíritu, unos muebles que se deja comprender que serán
los de un hombre solo y forastero, y cuatro vestidos para la decencia de su per-
sona; sin arbitrio de buscar en otra ocupación la subsistencia, y el dinero para
satisfacer esta deuda fiscal; amante del Real Servicio, que (debería) dejarlo
para trabajar en otros objetos menos honrosos … Esta pintura tan negra y fu-
nesta de ningún modo es exagerada. A V. S. le consta que este país es caro, que
con 50 pesos mensuales apenas es dable mantener una mesa regular, que yo ni
puedo, ni debo, ni tengo lugar (para distracciones) y que (a mi empleo) asisto
asiduamente todos los días, desde la mañana a la noche, excepto las horas de
preciso descanso; (y) que abandoné enteramente el foro, que un tiempo me fue
útil…”25
Ciertamente conmovido con esta exposición, Carondelet elevó al Rey la justa petición de su
Secretario, que –dijo “no puedo menos de apoyar en honor y conciencia”, precisando que
la cantidad que se le mandaba reintegrar a Morales no solo iba a “reducirle a la mayor
estrechez, sino a la nada, pues que no posee otros bienes en este mundo que los libros…”
Finalmente, enfatizaba que Morales era “un sujeto de talento, enteramente dedicado al
desempeño de su empleo honorífico y sumamente laborioso, cuyo trabajo ha influido mu-
cho en el aumento considerable que han tenido las Rentas Reales durante mi gobierno…”26
Por suerte, las peticiones de Morales y las cartas de Carondelet lograron conmover el áni-
mo del monarca y el asunto concluyó con una nueva Real Orden dirigida al Presidente de
Quito, por la que el Rey se dignó “perdonar lo que han cobrado demás así por Pizana como
por Morales, asignando a éste y a los que le sucedan en el referido empleo la dotación de
mil pesos al año.”27
La solución no era la ideal, ni para Morales ni para Carondelet, pero al menos salvaba a
nuestro personaje de la angustia de pagar una deuda inesperada y lo dejaba en situación
de sobrevivir con decencia, aunque sin mayor comodidad.
25. Juan de Dios Morales al Presidente Carondelet; Quito, a 20 de septiembre de 1802. AGI, Quito, l. 234, folios 760 a
762 vuelta.
26. Carondelet al Rey; Quito, a 21 de septiembre de 1802. AGI, Quito, l. 234, folios 758 a 759.
27. La Real Orden fue emitida en San Ildefonso, el 6 de agosto de 1803. AGI, Quito, L. 234, fol. 773 y vuelta..
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 201
Tras llegar a Guayaquil y ayudar a que la baronesa embarcase para España, Morales se
dedicó a contactar a los potenciales revolucionarios del puerto. Uno de ellos fue Vicente
Rocafuerte, quien dejara testimonio de las reuniones que mantuviera entonces con Mora-
les, quien llegó a refugiarse en su hacienda Naranjito por recomendación de la Baronesa
de Carondelet y con quien se identificaron mutuamente como hermanos masones. Reme-
morando aquella circunstancia en sus “Cartas a la Nación”, publicadas en 1843, escribiría:
La verdad es que la revolución de agosto de 1809 no fue un acto precipitado bajo la inspi-
ración de Juan de Dios Morales, sino el resultado final de una larga reflexión política y una
meditada operación de los patriotas quiteños. Y toda vez que ellos controlaban el ejército
miliciano existente en el país, de cuyos batallones eran jefes u oficiales, el camino escogido
para tal propósito fue un golpe de Estado, encaminado a apresar a los mandones peninsu-
lares e instaurar en Quito una Junta Soberana de Gobierno, al modo de las existentes en
España. Como paso preliminar hacia la ansiada emancipación, su meta inicial fue lograr
una forma de autogobierno dentro de la misma soberanía española, pero liberándose de
los funcionarios chapetones.
Pese a que, desde décadas atrás, los alzamientos indígenas del Perú y Quito habían plan-
teado reformas sociales, tales como la eliminación de las “mitas” y los tributos de los in-
dios, y de la esclavitud de los negros, el alzamiento quiteño de 1809 se mostró más bien
como un movimiento conservador, en el que la aristocracia criolla y la Iglesia se coaligaron
para garantizar el orden social existente y la defensa de la religión.
La triste verdad es que Morales y el sector liberal o progresista que él lideraba lograron
precipitar ese golpe de Estado contra el poder chapetón y arrastrar a su causa a la aristo-
crática elite quiteña, pero de inmediato fueron avasallados ideológicamente por ésta y es-
pecialmente por el poderoso estamento eclesiástico, que, según decir de González Suárez,
para la época contaba con más de cuatrocientos religiosos en una ciudad que no tenía sino
unos treinta mil habitantes.
Según lo había demostrado Morales a lo largo de su vida, él era un hombre de gran sensi-
bilidad social, que se indignaba ante la miserable situación del pueblo y especialmente de
los campesinos indígenas y mestizos, por lo que es dable suponer que sus planes políticos
contemplaban también ciertas indispensables reformas sociales. Pero no es menos cierto
que él era socialmente un afuereño, un advenedizo, que había logrado ubicarse en un lugar
respetable del mundo intelectual y político gracias a sus talentos y sus servicios al país,
aunque carecía del poder económico, la influencia social, la larga parentela y las redes
clientelares que tenían los aristócratas terratenientes.
De otra parte, hay que precisar que Morales se había ganado con sus actos la admira-
ción de la juventud universitaria, de los líderes barriales e incluso de la población pobre
de otras provincias, pero también que había concitado la resistencia de los sectores más
conservadores de la sociedad quiteña, que veían con malos ojos su relación adulterina con
doña Josefa Tinajero, una mujer separada de su esposo. Y hay que recordar que, movido
por ese vínculo afectivo y también por su espíritu liberal, había dirigido tras bastidores el
juicio de divorcio de su amada, lo que constituyó todo un escándalo en la sociedad colonial
y lo enfrentó nada menos que con el Obispo de Quito, José Cuero y Caicedo, quien coman-
daba la numerosa y poderosa hueste eclesiástica.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 203
Así, pues, aunque estos dos letrados revolucionarios poseían una gran capacidad de agi-
tación política, que resultó muy útil para la preparación del golpe de Estado antichapetón,
tenían en su contra varias circunstancias de significación: eran personas de pocos recur-
sos económicos, que vivían estrechamente de sus sueldos de maestros universitarios y sus
ocasionales ingresos profesionales; no tenían más influencia social que la lograda por su
agitación política en los círculos barriales de la ciudad, y merecían la resistencia activa de
la alta sociedad y la Iglesia, ante las que aparecían como dos aventureros e inmorales, que
vivían en público amancebamiento con mujeres rebeldes al yugo religioso.
En tal circunstancia, uno de los más duros opositores de Morales y su bando fue desde
el primer momento el obispo José Cuero y Caicedo, un criollo conservador, calculador y
ambicioso, originario de Cali, pero cuyo carácter de afuereño quedaba disimulado del todo
por el poder ideológico, económico y social que representaba, en su condición de jefe del
poderoso estamento eclesiástico.
El obispo fue arrastrado al movimiento de agosto por la fuerza de las circunstancias, pero
en general tuvo una actitud sombría, rayana en el doblez y hasta en la traición. Más tar-
de diría que la Junta Quiteña de 1809 estaba sujeta al “despotismo de Morales, que todo
lo mandaba”,30 queriendo justificar así el movimiento contrarrevolucionario que se gestó
prontamente al interior de la propia Junta Soberana, con ánimo de frenar definitivamente
los proyectos políticos del bando radical, integrado por intelectuales progresistas, militares
patriotas y curas de pueblo.
En síntesis, lo que ocurrió luego del 10 de agosto de 1809 fue que los terratenientes, obra-
jeros y altos dignatarios eclesiásticos, tradicionales beneficiarios del sistema social colo-
nial, se asustaron de haber apoyado una revolución anticolonial y buscaron dar marcha
atrás, con ánimo de evitar un desbordamiento social que afectara sus intereses y también
con deseo de hacerse perdonar por las autoridades reales. Otros de ellos, desde el comien-
zo se opusieron a la transformación y se propusieron destruirla, para restablecer el poder
colonial; fue el caso de Juan José Guerrero y Matheu, Conde de Selva Florida, quien, en
confidencia hecha a un regidor de Quito, “le declaró su modo de pensar en orden a la re-
volución, el odio con que la miraba y los arbitrios que meditaba para destruirla, y resta-
blecer a su autoridad la potestad legítima, destruida por la revolución.”31
El marqués era un buen hombre, un empresario culto y liberal, de fino trato y sincero pa-
triotismo, pero era también un hombre cómodo, que no estaba dispuesto a jugarse la vida
por una revolución que hicieron otros y que iba tomando un cariz peligrosamente radical.
Además, como testifican sus contemporáneos, era bastante pusilánime y no estaba hecho
para tareas de mando y gobierno. Todo eso terminó enfrentándolo con sus jóvenes herma-
nos masones, encabezados por Morales, que le criticaban su ánimo conciliador y le pedían
una definición más claramente anticolonial. Al fin, atrapado entre las exigencias de esa
juventud radical que lo había exaltado al poder y las opuestas presiones de su propia clase,
el marqués buscó salirse por la tangente, abandonar la aventura revolucionaria y ganarse
el perdón del poder real.
“Al decir de fray Vicente Solano, Selva Alegre “rodeado de enemigos y de ami-
gos que contrariaban sus ideas, no pensó más que en disolver dicha Junta y
restablecer el gobierno del presidente Ruiz de Castilla: así se verificó. He aquí
el origen de los padecimientos de Selva-Alegre y de la rivalidad de los dos
partidos, el uno dirigido por Montúfar y el otro por Morales, hasta producir el
funesto desenlace del 2 de Agosto. Si ambos partidos hubieran trabajado de
consuno, jamás habrían entrado en Quito las fuerzas peruanas y granadinas,
y el gobierno quiteño habría marchado con firmeza, sin que la resistencia que
le opusieron las provincias limítrofes hubiesen sido bastante para sofocarlo;
tanto más, cuanto que dentro de poco tiempo se incendió toda la América.”33
En opinión de Alfredo Flores Caamaño, el nuevo presidente trabó cuanto pudo la acción de
Morales y el bando radical, dio contraórdenes que arruinaron el curso de la guerra en las
provincias del norte y “contribuyó de una manera deliberada a desbaratar la obra de los
próceres de 1809 en el espacio comprendido del 12 al 22 de octubre del mismo año o sea
en diez días, según su propia confesión: verdad que corroboran las siguientes frases del
Fiscal Arrechaga en su carta de 5 de noviembre: ‘Ha cumplido usted perfectamente con el
encargo que se le hizo, según me lo persuade su pliego reservado.’ ”34
Este sombrío personaje, que antes había exigido al cabildo de Quito jurar fidelidad absolu-
ta al rey de España y a la Junta Suprema Central, ahora exigió igual juramento a los jefes
militares patriotas y en especial al capitán Juan Salinas, que para entonces estaba en plan
de recular de sus posiciones insurgentes, temeroso de la llegada de las fuerzas que avan-
zaban desde Lima y, sobre todo, de la venganza del poder real. También hizo publicar por
bando público la total sumisión de la decapitada Junta Soberana de Quito al rey de España,
a la Junta Central de Sevilla, a la religión y a la patria española. Luego, los jefes y oficiales
radicales fueron enviados fuera de la capital, para evitar toda resistencia al regreso del
poder colonial.
Privado del apoyo social y político de la aristocracia y viendo anulado el poder militar re-
volucionario, que había sido su ariete, Morales aceptó de mala gana su destitución, quizá
pensando que más tarde habría una segunda oportunidad para encender el fuego de la
revolución anticolonial. Es más, con una inexplicable ingenuidad se quedó en Quito, al
igual que muchos otros líderes radicales, confiado en los términos del acuerdo político de
rendición pactado con Ruiz de Castilla.
Hábil político, Ruiz de Castilla no enfocó su represión contra los marqueses insurgentes
que le habían devuelto el poder, sino contra los insurgentes radicales, que habían sido los
verdaderos artífices del alzamiento. Y no perdonó a ninguno de ellos, incluido el timorato
Juan Salinas, que fuera su perno de maniobra en la contrarrevolución y que incluso lo
escoltara personalmente durante su regreso a la casa de gobierno. Pero todo eso lo hizo
por mano ajena, por medio del perverso fiscal Arrechaga y del vengativo teniente coronel
Arredondo, para guardar las formas y no aparecer como un violador de la palabra dada.
Y en esas andaba la situación cuando se precipitaron los hechos del fatídico 2 de agosto de
1810 y las tropas limeñas procedieron al asesinato de los presos, que todavía no habían
sido sentenciados ni condenados. Fue enterrado en un nicho común del Convento de San
Agustín, debajo de la Sala Capitular y junto a su amigo y compañero de luchas Manuel
Quiroga.
Bibliografía
Fuentes secundarias
Fuentes primarias
Expediente de méritos y servicios del Dr. Juan de Dios Morales y Leonin, Quito, l. 234.
Juan de Dios Morales al Rey de España; Quito, a 20 de mayo de 1802, Quito, l. 234, folio 726.
Juan de Dios Morales a Miguel Cayetano Soler; Quito, a 21 de mayo de 1802., Quito, L. 234, folios
748 a 750 vuelta.
Juan de Dios Morales al Presidente Carondelet; Quito, a 20 de septiembre de 1802, Quito, l. 234,
folios 760 a 762 vuelta.
Carondelet al Rey; Quito, a 21 de septiembre de 1802, Quito, l. 234, folios 758 a 759.
La Real Orden fue emitida en San Ildefonso, el 6 de agosto de 1803, Quito, L. 234, fol. 773 y vuelta.
Informe de Juan de Dios Morales al presidente Muñoz de Guzmán, en “Expediente sobre el terre-
moto de Riobamba”, Quito, año 1797 vol. 2, folios 116 a 120.
Morales a Muñoz; Ambato, a 20 de febrero de 1797. En “Expediente sobre el terremoto”, fol. 21.
Nació en la hacienda de San Vicente de Flor, en la vieja casa que aún está en pie junto al
pueblo de Urcuquí, propiedad de su tío Joaquín López de la Flor, siendo bautizado en el
pueblo el primero de febrero de 1771 con los nombres de Ignacio Antonio, según la parti-
da que él presentara para graduarse de abogado. Fue hijo único -pues su hermano mayor
José murió en la infancia- de don Gaspar Ante Donoso, quiteño y de Isabel López de la Flor
y Grijalva, ibarreña. Tuvo un hermano de padre llamado José Antonio Ante Fernández de
Aliena, hijo de doña Úrsula Fernández de Aliena, quien pasó a Valparaíso por 1798 en
calidad de escribano. El padre fue enjuiciado de 1769 al 70 por Luisa Valenzuela por una
deuda de 411 pesos que el Doctor Ante no le había pagado luego de la compra a crédito de
una negra esclava2.
Los atuntaquireños, entre ellos don Telmo Aguinaga, con enorme sentido de patriotismo
local, obtuvieron de doña Hortensia Paz Ante, bisnieta del prócer, la declaración de que
éste había nacido en Alobuela, jurisdicción de Atuntaqui y que cruzaron el río Ambi para
bautizarlo en Urcuquí, pero se trata de un error de Hortensia, ya que Alobuela fue de don
Juan Donoso, yerno del Doctor Ante3
Su padre fue sepultado en la iglesia de San Agustín, por lo que creemos que vivieron en ese
barrio, aunque su madre se sepultó en Santo Domingo.5
* Miembro de número de la Academia Nacional de Historia del Ecuador. Es Doctor en medicina y doctor en Psiquia-
tría por la Universidad de Navarra. Profesionalmente ha sido por casi un cuarto de siglo, Director del Departamento
de Psiquiatría en el Instituto de Criminología, director de la revista Archivos de Neuropsiquiatría, profesor de nivel
medio superior y de postgrado y gestor de una larga consulta privada. En otro ámbito ha desarrollado de manera
crónica un rastreo documental y testimonial sobre muchos hechos históricos en la vida cotidiana del país, centrado
entre Barbacoas por el norte y la provincia de Bolívar por el sur, así como en la zona noroccidental del país. Autor
de casi 70 volúmenes y de medio millar de artículos monográficos. Fundador y presidente de la Sociedad de Amigos
de la Genealogía ha desarrollado uno de los más exitosos proyectos editoriales, la colección SAG que ya va por los
200 volúmenes.
1. Este artículo se editó en el libro Quito Luz de América de Manuel de Guzmán.
2. Archivo Orden San Francisco de Quito, p. 13-162
3. Ver El Comercio de Quito de 2 de marzo de 1962, p. 16
4. Archivo Sagrario de Quito, Defunciones
5. Archivo Sagrario de Quito, Defunciones
210 F e r n a n d o J u r a d o • A N T E Y F L O R , D r. A N T O N I O
A causa de su pobreza, debió haber aprendido el arte de la zapatería, pues de otra manera
no se explica cómo ejerció este oficio en Ceuta muchos años más tarde. Esto al margen de
que cursó estudios con regularidad.
El 8 de julio de 1788 a los 17 años figura como primer Subteniente del Regimiento de Dra-
gones de milicias disciplinadas de Quito6.
En 1789 estaba en Latacunga y se ocupó de la defensa jurídica de su tío carnal y tutor don
Joaquín López de la Flor7
En la primera década del siglo XIX, pasó largas temporadas en su finca lllina en Izamba
formando a los ambateños en las ideas revolucionarias12, alumnos suyos fueron sus primos
Flor Egüez, Manuel Anda, Pedro Lana, Mariano Cevallos, Miguel Lara y hasta al viejo don
Juan Manuel Vásconez de la Vega, quien además había recibido la formación de su herma-
no el clérigo Prudencio.
Fue Regidor del cabildo de Quito en 1805. En 1806 pasaba muchas necesidades económi-
cas, tal que su tía política María Juana Egüez dice en su testamento que al Doctor Ante le
tenía dados 1.316 pesos en esta forma: 100 pesos para su viaje a Guayaquil, pues no tenía
nada en sonante, un doblón de 16 pesos el momento de montar, como Ante le dijo “que no
tenía en qué comer”, le dio algunas cosas que fueron de don Joaquín Flor: un plato, una
cuchara y un tenedor de plata, que todo valía 24 onzas de plata, 200 pesos librados a favor
de la señora Oláis y contra el abogado Pedro Quiñones, prestamista que debía darlos en
Quito y otros mil pesos cuando Ante regresó de Guayaquil.
Conocedor del cautiverio de Fernando VII, escribió en 1808 una proclama y un catecismo
hábilmente disimulados y que se llamó “Clamores de Fernando VII,”una verdadera pro-
clama revolucionaria que debía circular por todo el continente. Ante quedó en viajar en
compañía de su íntimo amigo el Doctor Luis de Saá, sobre todo a Lima, pero Juan Salinas
les instó a no hacerlo, ya que el golpe debía darse enseguida. Fue Salinas quien pidió hacer
de copistas al Doctor Saá, a Antonio Pineda Donoso y a Miguel Donoso, estos dos parientes
del Doctor Ante, para que esas copias circularan en varias capitales de América13.
Estuvo en la tarde del 9 de agosto de 1809 en la casa del Doctor Ascázubi según lo declara
el Doctor Arenas en el respectivo proceso14.
Sorprendió la guardia del Palacio a las 5 de la madrugada del célebre 10 de agosto y entre-
gó en manos del edecán la carta a Ruiz de Castilla.
Poco después fue nombrado Teniente Coronel de la Falange15 y asistió a la expedición con-
tra Pasto, según el juicio instaurado por Montes. A poco acusó de versatilidad a Montúfar
y cuando se enteró que Salinas había pactado con Ruiz de Castilla se ofreció para matar a
Salinas16.
En los primeros meses de 1810 estuvo fugitivo, pero sorpresivamente el 2 de agosto de ese
año apareció comandando el tumulto, lo que indica que fue uno de sus organizadores17.
Hasta abril de 1810 figura de vecino de El Sagrario, pero en octubre de 1812 ya está en
Santa Bárbara, pues compró en 1811 la casa esquinera de la calle Benalcázar y Manabí en
el ángulo noroeste, largo tiempo en poder de sus herederos.
En 1811 fue miembro del Soberano Congreso de Quito o “Congreso de las Provincias” en
representación de los vecinos de Guaranda y como tal el 11 de diciembre fue uno de los
firmantes del Acta por la cual se declaraba la Independencia plena18.
La campaña de 1812 fue financiada en buena parte por su primo Francisco Flor Egüez,
Ante estuvo en las campañas contra Cuenca y Guaranda; parte del año 1812 vivió en Rio-
bamba, donde recibió a los derrotados en Verdeloma, el 25 de julio combatió en San Miguel
de Chimbo durante dos horas, batiendo a la vanguardia realista, se agotaron las municio-
nes y pasó a Guaranda19; lograron la ayuda de 340 indios del pueblo de Mocha.
Ante odiaba a los Montúfar y a su partido, luego del desastre de Mocha, Feliciano Checa
fue retirado de la jefatura de las armas, nombraron en su lugar -estando en Latacunga- al
Comandante Ante, pero éste con nobleza total indicó que quien debía ser el jefe era don
Carlos Montúfar20. Fue miembro de la Junta de Quito en 1812.
A la caída de Ibarra, en poder de los españoles estuvo presente el Doctor Ante y fue testigo
de las propuestas de Montes del 25 de noviembre de recibir todo el armamento, de pasar
por las armas a 8 revolucionarios feroces -entre ellos los curas Prudencio Vásconez, Ma-
nuel José Cayzedo y José Correa- y de tomar presos a todos los revolucionarios, documento
que Ante lo llamó “pliego de los capítulos sanguinarios”22.
El día 27 en Ibarra, Ante redactó una carta al Coronel Juan Sámano en que le decía:
El documento lo firmó el Coronel Francisco Calderón, de quien Ante hacía como secretario.
A la caída de los patriotas, su primo Francisco Flor Egüez lo condujo por las alturas de la
cordillera central, hasta su finca de La Viña en Izamba, a orillas del río Ambato. Pasó allí
pocos días y luego estuvo en casa de familiares en Ambato, gracias a un indulto de Montes.
En 1813 Núñez del Arco en el número 38 de su Alegato, lo lapida con estas palabras:
“sostuvo los ataques de Guaranda, Mocha y entrada de Quito con el ardor del más
distinguido entusiasta, por su condición feroz y sanguinaria, siendo pocas las ex-
presiones que merece este monstruo MONARCOMACO obstinado. Es criollo y salió
destinado a Guayaquil bajo su palabra y se ha mantenido en Ambato, de donde
parece que regresa absuelto”.
El 18 de junio, el Fiscal San Miguel le condenó a diez años de presidio en Ceuta, pero final-
mente se lo mandó a Ambato. Estuvo pues otra temporada en Ambato, hasta que debido
a la fuga del patriota Ignacio Martínez Valenzuela, fue apresado el 13 de julio de 1813
junto con el cura Juan Pablo Espejo y con don Juan Manuel Vásconez, luego les enviaron
escoltados a Guayaquil. Ante tenía 20 días de malestares intestinales, en agosto pararon en
Guaranda, Ante se alojó en casa del Corregidor Morales que lo atendió con suma decencia
durante un mes entero. Finalmente, obtuvo el ser de nuevo trasladado a Ambato, donde se
unió en septiembre con su señora e hijos pequeños.
Concertó la liberación de don Antonio Nariño cuando éste iba a pasar por Quito, pero al
conocer los planes, los realistas le hicieron pasar directamente a Nariño de Guayllabamba
a Latacunga25.
Los Ante Oláis vivieron entre Ambato, La Viña y Patate de fines de 1813 hasta 181526.
Isaías Toro Ruiz considera que en Izamba el prócer tuvo un amor furtivo, aunque sin espe-
cificar si fue en esta temporada (Las Parroquias de Ambato).
En 1815 se regresó oculto a Quito con su hijo José María de 10 años y vivió secretamente
en su casa de las calles Benalcázar y Manabí. Al conocerse el plan de la conjuración patrio-
ta de Semana Santa de 1818, los españoles mandaron a apuñalarlo en su casa con un sol-
dado disfrazado de mayordomo y que se presentó ante los criados de Ante con el ardid de
que traía una carta de don Juan Ponce desde Chillo. Tenía 47 años. Herido en el pecho con
una daga mientras leía la carta, Ante logró asirse en forma tortísima del puño del soldado e
impidió una segunda herida, luego fue llevado preso al cuartel, el 18 de abril de ese año el
secretario interino de la Presidencia, Francisco Javier Olivera, certificó con malicia que el
decreto conmutatorio del 11 de agosto de 1813 se hallaba “sin firma ni otra formalidad”27.
Luego desterrado a Ceuta con su hijo José María, fueron por tierra hasta Popayán, Bogotá
y Santa Marta hasta llegar a Ceuta, donde pasaron mucha pobreza, once meses presos y
luego el Doctor Ante hizo de zapatero, artesanía que quizás la ejerció de niño.
La familia guardó como 120 años el chaleco ensangrentado y apuñalado. Hacía 1940 una
empleada de los Villavicencio Enríquez, viéndolo tan viejo y sin saber su valor, lo regaló a
un pordiosero.
En abril de 1818 los funcionarios Rivera y Francisco Javier de Olivera levantaron un pro-
ceso porque la leve condena de agosto de 1813 -cambiándole Ceuta por Ambato- no estuvo
firmada, pues se olvidaron de hacerlo, Montes, el escribano Calisto Muñoz y el Doctor
Murillo28.
Este documento hallado por el Padre José Joaquín Flor Vásconez, fue publicado en 1978 en
la Revista Museo Histórico, de Quito y viene a ser la autobiografía del prócer.
Para entonces estaba malhumorado e irascible, caracteres que conservó el resto de su vida,
según referencias de sus nietos a Manuel de Jesús Andrade en 1909.
Por datos de su nieta doña Emilia Ante Valdez, se sabe que varias veces se ocultó en la
hacienda Alobuela, propiedad de su yerno don Juan Donoso.
En 1828 fue diputado a la Convención de Ocaña, pero no concurrió, según el Doctor Joaquín
Enríquez fue Ante el que se opuso totalmente a los planes de Flores (ver biografía de Juan
José Flores por Elias Lazo); el 13 de mayo de 1830 firmó el acta de separación de la Gran
Colombia como “Anto Ante” al lado del Doctor Víctor de San Miguel -que le condenó a
muerte años antes- y de José Valentín Chiriboga31 y en 1830 fue diputado a la Constituyente
de Riobamba. En esta un diputado venezolano insultó al Doctor Ante de la manera más
indigna, según lo anota don Pedro Moncayo en su historia.
Flores el 29 de octubre de 1830 le nombró único Asesor de Gobierno con el sueldo de 1.300
pesos al año, suma más bien modesta pues Flores se puso el sueldo de 12.000 pesos32, en
mayo de 1833 firmó una certificación a favor del Coronel Feliciano Checa.
Este año fue célebre pues estando de Juez letrado de hacienda le tocó conocer el juicio de
imprenta iniciado por el gobierno de Flores en contra del Doctor Pedro Moncayo, redactor
principal de El Quiteño Libre, pues Moncayo había acusado a Flores de gravísimos perjui-
cios económicos al Estado en su propio beneficio.
Flores nombró su representante a Pedro José de Arteta. Ante rechazó por ilegal la repre-
sentación de Arteta, recusó a Camilo Caldas Tenorio (su pariente) y a Andrés Salvador a
quienes los convirtió en acusadores, dejando finalmente sin efecto la acusación contra
Moncayo el 8 de agosto de ese año.
En dicho año y en el censo de Santa Bárbara se declaró de 60 años y Juez de Letras (tenía
62), moraba en casa de don Pedro Rodríguez con sus 3 hijos: Luisa, José María e Isabel. La
mayor, Mercedes, vivía en Otavalo.
El Congreso de 1837 reconoció sus méritos y dio pensión vitalicia a su viuda. Su esposa
murió en Ibarra el 18 de enero de 1838, es decir meses después.
No existe un retrato auténtico del prócer, conforme lo asienta Celiano Monge en la revista
La Ilustración Ecuatoriana número I, p. 51, considerando que el más parecido era su nieto
Aurelio, se le hizo hacer un óleo tomándolo a éste como modelo.
Los orígenes familiares de Carlos Montúfar se pueden rastrear hasta la primera mitad del
siglo XVIII, con la llegada a América de Juan Pío Montúfar y Frasso, primer Marques de
Selva Alegre, que fundó el marquesado el 13 de julio de 1747; y llegó a Quito tras la com-
pra del cargo de Presidente de la Audiencia el 16 de julio del mismo año; se posesionó del
cargo el 22 de septiembre de 1753, en reemplazo de Don Fernando Sánchez de Orellana.
Montúfar y Frasso se casó en Quito con Rosa de Larrea y Santa Coloma, en el año de 1761,
son los padres del segundo Marques de Selva Alegre, Juan Pío Montúfar y Larrea, quien, a
su vez, estuvo casado con su prima hermana doña Teresa Larrea y Villavicencio.
Carlos Montúfar, que nació en Quito en 1780, vivió en su infancia un ambiente tranquilo
y acomodado. Estudió en el Real Colegio Seminario de San Luis de Quito donde cursó sus
estudios de bachiller y se examinó, con honores, en la Universidad de Santo Tomás, el 17
de marzo de 1800, como maestro en Filosofía con especial conocimiento de las Ciencias
Naturales, las que estudió bajo la dirección de José Mejía y Lequerica. En 1803, acompañó
a Humboldt en su recorrido de investigación científica por la Audiencia de Quito, Perú,
México y Estados Unidos.
En 1805 se trasladó a París y luego a Madrid, donde cursó estudios militares en la Real
Academia de Nobles o la Universidad Mayor de Madrid. La agitada situación política de la
Península, en 1808, lleva al joven Montúfar a alistarse en el ejército real español, frente a
la invasión del el ejército francés. Participa en varias campañas militares como teniente
coronel de caballería. Su actuación más destacada es el 19 de junio de 1808, cuando junto
al ejército español consiguen el triunfo en Bailén, provincia de Jaén, con lo cual el ejército
francés tiene que abandonar el territorio español. El gobierno de España creó una conde-
coración especial para todos los jefes y soldados “Vencedores de Bailén”. Así, pues, Carlos
Montúfar y Larrea fue considerado un héroe más de la campaña española de defensa de
los franceses.
Carlos Montúfar, por su parte, estuvo vinculado con los objetivos y acciones de la Sociedad
de Lautaro o la Agencia de Cádiz o también llamada “La Logia de los Caballeros Racionales
Nº 7”. Quienes formaban parte de esta Sociedad se comprometían bajo juramento y “bajo
palabra de honor” trabajar para que: “por cuantos medios estén al alcance, los pueblos
decidan por el régimen republicano que es el más justo y más conveniente para la Huma-
nidad en general, y es la más adaptable para los gobiernos del Continente Americano”.
Establecida la Junta, Montúfar, como Jefe de las Milicias, se propuso defender el proyecto y
extenderlo al resto de los territorios quiteños; las acciones militares mas importantes son:
la campaña del Sur contra Joaquín Molina, en la cual resultó triunfante y la campaña del
norte contra el coronel Sámano, en San Antonio de Ibarra (1812), en la que fue herido de
gravedad; ocultado en Cayambe, fue trasladado en seguida hasta su hacienda en Los Chi-
llos. Desde aquí el coronel Melchor Aymerich lo condujo a Quito engrillado, para someterlo
a un breve juicio y enviarlo a Panamá como prisionero de estado. El 28 de marzo de 1813
Carlos Montúfar huye de la cárcel panameña, llegando hasta el Valle del Cauca, establece
contacto con Bolívar, se une a su ejército; participa con él en la toma de Bogotá y luego en la
Batalla de la Cuchilla del Tambo, donde fue tomado preso, juzgado y condenado a muerte.
El Coronel Carlos Montúfar terminó su vida fusilado, en Buga, el 31 de Julio de 1816.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 221
Carlos Paladines*
En el caso de Manuela Espejo, estas tres batallas se tuvieron que dar en situación de des-
ventaja. Manuela ha sido el símbolo de la mujer cubierta por el manto del ‘olvidado’. Los
historiadores se ocuparon poco de ella. Era mujer y a la mujer, en aquella época, no le es-
taba permitido entrar a recintos que pertenecían con exclusividad al hombre. Por ejemplo:
la universidad, la política, los estudios, el trabajo, la prensa, la literatura,…
A). En relación a la investigación de la naturaleza, valga recordar que en esos años tomó
cuerpo la nueva Física o Física Moderna y se despertó el interés por la Cartografía, Astro-
nomía, Geografía, Botánica, Hidrografía, Geología, Zoología, Flora, Lingüística, Arqueolo-
gía, Etnografía. También en el campo de la crónica histórica y la historia se avanzó en la
relación de instituciones, personalidades, obispos, presidentes de la audiencia y aconteci-
mientos que gravitaron o sobresalieron a lo largo del devenir de aquel tiempo. En relación
con el reino racional, se informó sobre los primeros habitantes de América: el origen de
quienes poblaron Quito, su físico, carácter moral y civil; los reinos, alianzas y crisis que
tuvieron, así como también la religión, el sistema de gobierno, los edificios, la administra-
ción,... tanto del reinado de Huayna Capac como de Atahualpa, hasta llegar a la conquista
de la Audiencia por los españoles.
* Catedrático de la PUCE y de la Universidad Particular de Loja. Doctor en Filosofía, Pontificia Universidad Católica
del Ecuador, 1975. Estudios de especialización en la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza Argentina, 1973 y en
la Universidad Fiedrich - Alexander von Humboldt de Erlangen – Nümberg, Alemania 1979 - 1981. Profesor - Inves-
tigador Principal de 1974 – ss de la Universidad Católica del Ecuador Profesor Visitante de la Univ. Alexander von
Humboldt de Erlangen – Alemania. Entre sus publicaciones tenemos: Pensamiento Ilustrado Ecuatoriano, 1979;
Pensamiento Positivista Ecuatoriano, 1981; Pensamiento Pedagógico Ecuatoriano, 1988; Sentido y Trayectoria del
Pensamiento Ecuatoriano, México, 1991; Rutas al siglo XXI (Aproximaciones a la Historia de la Educación en el
Ecuador), 1998. Erophilia: Biografía de Manuela Espejo, entre otros. Ha publicado sobre educación, capacitación,
filosofía e historia de las ideas, cerca de cien artículos, prólogos y ponencias en libros y revistas nacionales y extran-
jeras; algunos de ellos publicados en México, Argentina, Venezuela, Colombia, Perú, Uruguay, varios traducidos al
inglés, al alemán y al francés.
222 Carlos Paladines • LOS ESPOSOS: MEJÍA – ESPEJO
En este contexto de desarrollo de las ciencias hay que ubicar la labor de los esposos Mejía –
Espejo. “José Mejía fue un hombre con una ejemplar inclinación para la Ciencia, siendo de los
primeros en investigar la naturaleza ecuatoriana con teorías y métodos apropiados. Introdujo
en el plan de estudios de la Universidad, por vez primera, la cátedra de Botánica y ha sido
considerado como el iniciador de la botánica científica en el Ecuador. Preparó una obra sobre
“Plantas Quiteñas”, “la primera obra sobre la flora nacional, escrita por un nativo, siguiendo
los lineamientos de la botánica moderna”. Además, envió a Mutis las descripciones, con sus
esqueletos y láminas, de nuevos géneros y nuevas especies, una de ellas el género Espejoa,
en homenaje a su maestro Eugenio Espejo y varios Cuadernos con descripciones botánicas.
“En Quito, decía Erophilia, no alcanza la mujer a descubrir la sublimidad de las ciencias
y todos sus misterios y solo los hombres son los que penetran y manejan ese ámbito”. En
otras palabras, la mujer cargaba a sus espaldas con una centenaria desventaja. Además,
como nota final añadió que la publicación “olvidaba y echaba fuera de sus consideraciones
el ser y la naturaleza de la mujer”; que “explicaba el talento de observación sin tomarla
en cuenta”; que “el bello sexo no figuraba delante de su entendimiento, y éste se ha vuelto
de bronce, apático y enteramente ajeno de la sensibilidad respecto de aquel”. “Ah! qué
funesto linaje de indolencia!”. 1
Con el correr de los años este texto se convirtió en una especie de ‘Declaración de Prin-
cipios’, no solo por ser la primera publicación en que se mostraba de forma expresa al
público, sin tapujos, la desigualdad que se vivía en las relaciones entre hombre y mujer,
sino también por la fundamentación o argumentación que se hacía a favor de relaciones
de equidad de género y, al mismo tiempo, por el radical repudio a ese mundo de discrimi-
nación y exclusión vigente. A través de Erophilia llegó la hora de poner punto final a ese
cúmulo de vergonzosos errores y desaciertos; rebelarse contra esa “servil timidez de las
quiteñas”.
1. Eugenio Espejo, Primicias de la Cultura de Quito, Carta de Erophilia al editor del periódico sobre los defectos del
No. 2.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 223
C) Pero Manuela no solo fue pionera en aspectos de género y ciencias naturales , también
lo fue en la defensa de los derechos ciudadanos, campo en el que también Mejía jugó,
en las Cortes de Cádiz un papel protgagónico. Ella, sin el más mínimo temor a la máxi-
ma autoridad y a sus poderes, basada en el legítimo derecho ciudadano a la defensa y en el
respeto a la integridad de las personas inició un “Alegato”, contra Luis Muñoz de Guzmán,
Presidente de la Audiencia, en palabras suyas, “Por los enormes agravios, escandalosas y
reiteradas violencias e insufribles padecimientos que le causó a su hermano, en una causa
criminal y calumniosa que de oficio le siguió, sin prueba ni fundamentos bastantes para pro-
cesarle, con notoria injusticia y trasgresión monstruosa de todas las leyes y defensas que
resguardan su inocencia”. 2
“Mi dolor, dijo, sería menos sensible y mis quejas menos clamorosas, si solo hu-
biera padecido la inocencia y la libertad de mi hermano; pero lo que me es insu-
frible y lo que provoca mi justa venganza en la presente demanda, es el daño irre-
parable y la funesta consecuencia que produjo esta causa infausta y ruinosa,…”
2. Cfr. Carlos Freile, Eugenio Espejo y su tiempo, Quito, Ed. Abya-Yala, 1997, p. 43,
José Cuero y Caicedo
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 225
Comienzo con una afirmación radical: en los momentos en que se jugaba el porvenir de
Quito independiente había muchos problemas y dificultades. No era siempre muy fácil
comprender la realidad, lo que sucedía aquí y en España; aquilatar de alguna manera
segura las opiniones de las personas. Uno no podía confiar siempre en todo lo que decían
los demás, siempre había dimes y diretes, estas ideas y chismes que van pasando de boca
en boca. De tal manera que era difícil para los habitantes de esta ciudad en aquella época
saber a qué atenerse. Algunos con toda claridad lo sabrían, los líderes, los que estaban más
en contacto con los procesos de cambio o con las ideas, con los proyectos. Para otros iba a
ser muchísimo más difícil.
Lamentablemente, es triste decirlo, pero así está en las fuentes, Quito tenía fama de ser
una ciudad llena de chismes, llena de mentiras y de habladurías. O cuando llegaban algu-
nos extranjeros decían: Quito está lleno de habladurías y de chismes. Monseñor José Pérez
Calama, ese gran Obispo de Quito, amigo de Eugenio Espejo – colaborador con él en la
Sociedad Patriótica – decía que cuando llegó a Quito encontró dos cosas: pobreza y chis-
mes. Porque estábamos en una época de crisis económica, entonces había tantos chismes.
Nosotros sabemos que esos chismes llegaban también a veces a las autoridades máximas.
En esa misma época el presidente Diguja - que por otro lado ha pasado a la Historia como
un buen Presidente - en variada documentación se ve que hacía caso de los chismes de baja
estofa, de mercado, de las gateras, como se decía entonces. Y hacía caso de esos chismes
para juzgar a personas, para dar o no dar un cargo, lo cual es grave. En ese ambiente hay
que poner todo lo que se decía en Quito sobre la Independencia, sobre lo que se tramaba,
lo que se había hecho. Era muy difícil saber dónde estaba la verdad y dónde estaba la cor-
dura también.
Nosotros lo podemos sospechar de la actuación real del obispo José Cuero y Caicedo por-
que sabemos, por documentos de la época, por la misma confesión de él, en varias opor-
tunidades, tanto en los días mismos del 10 de Agosto al Conde Ruiz de Castilla, Presidente
* Doctor en Filosofía. Estudió en las Universidades Católica de Valparaíso, Santiago, Quito y en Münster. Individuo
de Número de la Academia Nacional de Historia del Ecuador, de la Academia Ecuatoriana de Historia Eclesiástica,
Miembro correspondiente de la Real Academia Española de la Historia. Fue Profesor principal de la Pontificia Uni-
versidad Católica del Ecuador por más de dos décadas. En la actualidad es profesor de la Universidad San Francisco
de Quito. Entre sus publicaciones destacan: Eugenio Espejo, Precursor de la Independencia, “Eugenio Espejo y su
tiempo”, “Eugenio Espejo Filósofo”, “La defensa de los Curas de Riobamba de Eugenio Espejo” y varios artículos.
Se le considera uno de los más prestigiosos especialistas de la figura de Espejo.
226 Carlos Freile Granizo
A P R O X I M A C I Ó N A L A F I G U R A D E J O S É C U E R O Y C A I C E D O , O B I S P O P AT R I O TA
El Obispo Cuero y Caicedo escuchó lo que decían los Canónigos y decidió junto con ellos es-
cribir una comunicación secreta en la cual se distanciaba de las acciones de los miembros
de la Junta, aunque él había sido nombrado Vicepresidente de ella, todavía sin su consen-
timiento. Escribieron ese documento que después fue entregado a la Abadesa del Convento
de La Concepción, para que quede en manos seguras y totalmente responsables, en que
ellos, tanto el Obispo como los Canónigos, se distanciaban del movimiento de la Junta. Yo
pienso que en esta actitud del Obispo influyó no solamente su trayectoria anterior, sus con-
vicciones monárquicas, su formación, su extracción social, sino también el informe que le
habrán dado estos Canónigos, sobre todo alguno de ellos extremadamente realista.
De tal manera que hay que tomar esta primera postura del Obispo con mucha prudencia.
Después se dice que él mismo de acuerdo al consejo dado por los Canónigos o quienes
eran los sacerdotes más cercanos a él, decidió aceptar la Vicepresidencia, también con
la intención de estar presente y ver lo que estaba sucediendo. A lo mejor moderar ciertas
actuaciones, tranquilizar a ciertos miembros de la Junta mucho más extremistas, inquietos
y agresivos. El era un hombre anciano, tenía 74 años si no recuerdo mal, era prudente,
calmado, y pensaba: “A lo mejor mi presencia en la Junta como Vicepresidente, ayude a
que no se vayan las cosas demasiado fuera de cauce”. Todos estos factores debemos tener-
los en cuenta para juzgar a José Cuero y Caicedo, para condenarlo o absolverlo de manera
absoluta. Yo pienso que siempre las cosas están en un justo medio, en una penumbra, no
en lo blanco y negro sino en lo gris.
Poco tiempo después escribió el Obispo casi textualmente: “En mi calidad de Obispo, yo
tengo que velar por mi grey, justamente para evitar que haya muertes, heridos, esa es mi
principal obligación. Mi obligación fundamental no es servir a la política o servir a algo
mundano de gobierno humano. No. Mi principal obligación es mi grey. Como Obispo, como
cristiano, debo poner todo lo que yo pueda de mi parte para que no haya derramamiento
de sangre, violencia, injusticia, aprovechamiento ilícito de los bienes privados”. Parece que
el Obispo tuvo una conducta ambigua porque por un lado mandó la carta que se guarda
en el Monasterio de La Concepción y por otro lado intervino. Pero, no intervino de manera
ambigua, sino que dijo con toda claridad: “Voy a estar ahí para poder actuar de acuerdo
con mi condición de Obispo”.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 227
El había nacido según algunos en Popayán, según otros en Cali. Parece ser que la verdad es
que nació en Cali, en 1735, de una familia importante de esta ciudad. El padre era español,
con buena fortuna; su madre criolla, nacida ahí; muy vinculados con la clase alta de Popa-
yán, de Cali, de todo el Cauca. Por esto vino a estudiar en Quito, porque Cali pertenecía a
lo que ahora es el Ecuador, en ese entonces el Reino de Quito como decían y jurídicamente
hablando la Real Audiencia de Quito. Lógicamente, primero estudió en el seminario de
Popayán y luego vino a Quito y aquí estudió en la Universidad con los padres jesuitas. Para
1762 ya era doctor, se había doctorado en Filosofía y en Derecho. Por eso, una vez gradua-
do en Quito, él será profesor de Derecho Canónico en la Universidad.
En la de San Gregorio muy poco porque los jesuitas fueron expulsados, pasó a ser profesor
de planta de la Universidad de Santo Tomás de Aquino. En esa Universidad sentó fama de
ser un excelente profesor, un hombre sabio; tan es así que cuando hubo un problema en la
Universidad, cuando fue elegido el primer rector, (después de la reforma llevada adelante
por orden del Rey Carlos III – en esa reforma tuvo protagonismo el Obispo José Pérez Ca-
lama: la redacción de los nuevos estatutos, los planes de estudio, etc. –) el doctor Nicolás
Carrión y Vaca, algunos eclesiásticos dijeron que debería ser rector un eclesiástico. Los
dominicos querían que fuera un dominico. Pero como era una Universidad Real, vinculada
con la Corona, los laicos dijeron que podría ser un laico. Pero no llegaron a ningún acuer-
do. Entonces, en consenso se nombró rector interino al doctor José Cuero y Caicedo. Esto
antes de ser nombrado Obispo de Cuenca.
Tuvo, pues, una carrera completa porque de profesor llegó a rector, aunque sólo encar-
gado. Poco tiempo después, en 1803 fue preconizado Obispo de Cuenca. En la práctica él
fue el segundo Obispo de Cuenca, ahí estuvo pocos años. Usando un lugar común, fue muy
amado de su grey, de sus fieles. Pero, casi inmediatamente, fue nombrado Obispo de Quito.
Hay también algún historiador que dice que primero fue nombrado Obispo de Popayán y
luego de Quito. Pero nunca fue a Popayán como Obispo. A lo mejor le nombraron Obispo
de Popayán e inmediatamente de Quito porque había que reemplazar al anterior y pensa-
ron que él, que había tenido tanta experiencia en Quito, conocía a la gente, había además
demostrado su excelente capacidad como Obispo de Cuenca, entonces para 1806, aproxi-
madamente ya vino a Quito como Obispo.
Años antes había tenido un problema con Espejo por el “Nuevo Luciano de Quito”. Euge-
nio Espejo publicó el manuscrito del “Nuevo Luciano”, libro en el cual critica acerbamente
a un sacerdote quiteño don Sancho de Escobar y Mendoza, en esa crítica incluye a todos
los eclesiásticos y no eclesiásticos que se enorgullecían de una amplia cultura, pero que
realmente no la tenían. Era un poco la moda figurar como hombres cultos – bellos espíri-
tus se decía en aquella época – pero claro, si no había una buena educación, una buena
formación académica, pues difícilmente se podía ser un bello espíritu. El mismo Espejo nos
informa que el Provisor, en ese entonces José Cuero y Caicedo (no le nombra nunca con su
nombre) se indignó por el escrito entre paréntesis: Provisor significaba en aquella época el
Procurador del Obispo, en otras palabras, quien representaba legalmente al Obispado. Ese
era el discreto Provisor, como se le llamaba siempre. Y cuenta Eugenio Espejo que el Provi-
sor, enojado por lo que decía en el “Nuevo Luciano de Quito”, le persiguió por las calles de
Quito con dos pistolas cargadas, porque se sintió aludido.
228 Carlos Freile Granizo
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Con esto quiero decir que no había amistad entre José Cuero y Caicedo y Eugenio Espejo.
Aunque años después, cuando se fundó la Sociedad Patriótica, quedó incluido José Cuero
y Caicedo en el número de los miembros plenos de ella. En todo caso, ya se acercaron, tu-
vieron una cercanía intelectual, luego de ese primer desfase, porque hubo una coincidencia
de proyectos.
Yo niego la teoría, y acabo de leerla hace un par de días en un proyecto que se me presentó,
que dice que Eugenio Espejo usó la Sociedad Patriótica para preparar la Independencia.
Por lo que a mí respecta jamás he encontrado en Eugenio Espejo una referencia directa
a que la Sociedad Patriótica sea un medio para la Independencia. Lo que está clarísimo,
tanto en los estatutos elaborados por Espejo, cuanto en el Periódico que publicó la Sociedad
básicamente gracias a Eugenio Espejo, las “Primicias de la Cultura de Quito”, y en otros
documentos de la época es que Espejo, José Pérez Calama, fundaron esta Sociedad con la
intención de que todas las personas con posibilidades económicas e intelectuales o de pres-
tigio colaboren en el progreso del Reino de Quito. Es más, en un documento dicen los pro-
motores que uno de los motivos por los cuales fundan la Sociedad Patriótica es para que no
haya tanto noble ocioso, tanta persona de la clase alta que no hace nada. No se menciona
para nada la Independencia. Sí querían todos que se pusiese en práctica lo que ellos discu-
tían y alcanzaban teóricamente; que se pusiese realmente en obra todo lo que se pensaba
para mejorar la pobreza, el abandono, las injusticias que había en nuestro Reino de Quito.
Pero antes de llegar a eso recordemos que en la Sesión Solemne que se realizó el 16 de
Agosto en la Sala Capitular de San Agustín, estaba presente el Obispo, como Vicepresidente
de la Primera Junta Soberana, bajo la presidencia del Marqués de Selva Alegre. Está ahí y
esa presencia logrará tranquilizar a algunos y adherir a otros. Lamentablemente después
llegaron las tropas de Lima y esas tropas, el 2 de Agosto de 1810 cometieron la tremenda
matanza de los próceres quiteños que estaban en el cuartel y luego salieron y siguieron
con la matanza en las calles de Quito. Aquí, el Obispo también tuvo un papel muy impor-
tante: salió a la calle para tratar de calmar a estos bárbaros que mataban gente a diestra
y siniestra y saqueaban, robaban, de una manera realmente salvaje, con la anuencia y
el permiso de sus jefes militares. Porque los jefes militares no detuvieron estas acciones
dolosas, propias de delincuentes de último nivel. Porque no es verdad que la matanza y el
saqueo posterior de Quito duraron unas pocas horas. Duraron dos días. El Obispo de Quito
salió primero a calmar a las tropas limeñas que poco caso le hicieron. Siguieron en sus
trece, mataron a muchas personas. Entre los muertos estaba uno de los Canónigos que fue
a hablar con Cuero y Caicedo en Pomasqui, el Canónigo Batallas.
Era un hombre anciano y fue asesinado cobardemente por las tropas limeñas. Un hombre
que posiblemente era realista, por lo que podemos nosotros colegir, de los que fue a hablar
con el Obispo. Pero después se sabe que la gente, el pueblo, preparaba la respuesta a esa
matanza y que fuera de la ciudad de Quito ya había unas quinientas personas armadas para
atacar la ciudad y enfrentarse a los limeños. En esta segunda oportunidad las autoridades
le pidieron al Obispo que interceda para evitar una guerra civil violenta. El Obispo logró
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 229
calmar a las tropas limeñas. Logró que las autoridades las recojan al cuartel y decidan
sacarlas de la ciudad. Una vez conseguido eso, el Obispo habló con los cabecillas, con los
líderes de los que querían vengar cruentamente la matanza y les dice “Cálmense, porque
si ustedes se enfrentan a las tropas limeñas, habrá una masacre mucho más grande entre
ustedes, los limeños y muchas otras personas en la ciudad. Por favor, regresen a la calma,
a la paz” e impide que estas quinientas personas bajen a la ciudad a tomar venganza.
Según algunos, la masacre llegó a trescientas personas en la ciudad. Pero algunas inves-
tigaciones que tengo ahora en desarrollo, sobre los años siguientes con documentación
original de la época, me llevan a sospechar que los muertos fueron más. Los historiadores,
de acuerdo con las fuentes publicadas que están al alcance, hablan de tal vez trescientos
cincuenta. Yo ahora me atrevo a decir que a lo mejor fueron más de mil los muertos. Eso
para una ciudad que no llegaba a cincuenta mil habitantes, era realmente pavoroso. En-
tonces, con eso delante, el Obispo trata de conseguir la calma. Algunos autores también
han interpretado esta segunda parte de la acción del Obispo como una traición al pueblo
de la ciudad de Quito, porque calmó a los patriotas para que no se enfrenten a los realis-
tas. Pero como Obispo, José Cuero y Caicedo, no podía arengar ni auspiciar la guerra, la
muerte, los asesinatos. Era Obispo de todos y debía velar por la salud y la salvación – no
sólo por la salvación espiritual, sino la salvación física y temporal, de todos – y eso es lo que
hizo. Ese proceso le cambió la mentalidad, un cambio que se va dando poco a poco. Algu-
nos autores sostienen que en este 2 de Agosto, al ver las matanzas, los saqueos, al ver que
los jefes militares de los pardos de Lima prácticamente no hicieron nada para contenerlos,
salvo alguna excepción que puede haber por ahí, cambió de opinión y comenzó a pensar
ya como una opción favorable y positiva, la independencia y la libertad.
Poco después, cuando llegó el Comisionado Regio, Don Carlos Montúfar, después de los
acontecimientos que hemos narrado, habló con el Obispo y con el Conde Ruiz de Castilla
y como Montúfar tenía una autoridad emanada de la Junta Suprema de España, decidió
que se funde aquí en Quito otra Junta Soberana. Y se nombró presidente al propio Conde
Ruiz de Castilla. Pero hay que recordar que el pueblo de Quito no quería a Ruiz de Castilla,
porque le acusaba directamente de ser el responsable de la masacre del 2 de Agosto. De tal
manera que detrás de eso también había una inquina contra el Conde. Él tendrá que se-
pararse de la Junta, después será asesinado y ocupó el cargo de Presidente de la Segunda
Junta el Obispo. Y como tal el Obispo toma decisiones realmente definitivas y patrióticas,
ya dentro de esta nueva línea.
Un par de ejemplos: los decretos que el Presidente Obispo envió, tanto dentro de su dióce-
sis, cuanto fuera, las cartas que envió a otros lugares de América – porque es interesante
que el Obispo mandó comunicaciones a todas las ciudades importantes de América, mucho
de lo que nosotros sabemos ahora sobre la actuación de José Cuero y Caicedo, no está en
archivos ecuatorianos, sino en archivos extranjeros, porque allá llegaron las cartas, las
comunicaciones, emanadas de la Segunda Junta, hacia Lima, a Santiago, Buenos Aires,
Asunción, etc. Por ejemplo, un documento dice: “José, por la gracia de Dios y de la Sede
Apostólica, Obispo de Quito y por la voluntad de los pueblos, Presidente del Estado de Qui-
to”. Esta segunda parte, a nosotros nos dice con toda claridad, que el Obispo José Cuero y
Caicedo ya había aceptado de manera consciente y plena, la nueva realidad. “Presidente
del Estado de Quito”. Y nótese lo que dice antes: “por la voluntad de los pueblos”.
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Eso es democracia, aquí vemos que se cosechan las semillas sembradas por Espejo, que
fue acusado en 1797, tres años después de muerto, de haber preparado en nuestro país la
fundación de un gobierno republicano y democrático.
Está por ejemplo Valdivieso, quien después ocupará el cargo, está el Marqués de Villa
Orellana, todos ellos apoyaron esta idea del Congreso. Y José Cuero y Caicedo convocó
al Congreso. Pero antes de hablar de este Congreso en el cual el presidente sigue siendo
José Cuero y Caicedo, recordemos que también el Obispo Presidente, envió una serie de
circulares a sus párrocos en su diócesis – que iba desde Riobamba hasta Ibarra – mandó
circulares diciendo que todos los sacerdotes deberán colaborar con el gobierno. Que hay
excomunión a todos los que se opongan al gobierno o a los que pongan dificultades a lo que
haga el gobierno. Pidió que todos los sacerdotes apoyen los actos del gobierno y apoyen
también a las tropas. Porque ya sabía que de Cuenca y Guayaquil venían tropas dispuestas
a acabar otra vez con esta Segunda Junta, con este nuevo gobierno. Y dijo con toda clari-
dad que serían excomulgados todos los que se opongan a los actos del gobierno. En esta
época, José Cuero y Caicedo realmente era favorable al movimiento patriota.
Dejé algo importante en referencia al 2 de agosto: Parece que detrás de eso hubo una con-
fabulación de algunos españoles interesados en que los líderes del movimiento sean supri-
midos, eliminados. Parece digo, porque sobre esto no hay claridad absoluta. En todo caso,
hay documentación que nos permite sospechar que un par de españoles logró convencer
de manera indirecta, a través de otras personas, a varios jóvenes de la ciudad de Quito,
para que liberen a los presos. En otras palabras forjar un motivo para la matanza.
Varios jóvenes, sobre todo del barrio de San Roque bajaron hasta la antigua Casa de los je-
suitas, que se había convertido en cuartel en parte, por eso estaban retenidos los próceres
ahí. Un par de españoles convencen a algunos jóvenes de que asalten el cuartel y liberen a
los presos, engañándoles, diciéndoles que los pardos, los soldados limeños, no estaban ahí
y estaban en otro lado. Se oyeron gritos al medio día: “¡Libertad a los presos!” Disparos al
aire. Una gritería que bajaba por la actual calle Espejo, desde la actual Benalcázar, hacia la
puerta del cuartel. Frente a estos, algunos jefes militares ordenan: “¡Fuego contra los pre-
sos!” Antes de que lleguen los jóvenes o la gente que estaba confabulada para liberar a los
presos, ya comenzaron los pardos a romper las puertas para entrar a las celdas – no eran
celdas originarias, eran cuartos de lo que había sido la Universidad de los jesuitas, al lado
estaba la antigua biblioteca – entraron dispararon y mataron a la gente a bayonetazo lim-
pio o con las espadas. Cuando llegaron los conjurados también fueron recibidos a balazos.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 231
Entre paréntesis, me permito decir que toda narración nos hace pensar con toda certeza
que los presos no estaban donde se exhiben ahora las efigies de cera. Los presos estaban en
el primero y segundo pisos, los cuartos de abajo eran “michinales” que servían para liberar
de la humedad a las construcciones, porque cerca de ahí pasaba una quebrada. Los pardos
entraron a los cuartos convertidos en celdas y masacraron a los próceres. Pero, luego salie-
ron del cuartel, se les unieron otros soldados que habían estado de franco y asaltaron casas
y tiendas de la ciudad. Mataron hombres, mujeres, niños, no respetaron ni siquiera a un
eclesiástico, a un Canónigo. Y esa matanza no era simplemente cruel, sanguinaria y nada
más. Buscaba otra cosa: la rapiña, el robo. Y entraron y saquearon almacenes, tiendas,
covachas, casas, etc., sobre todo de los Patriotas. Según cálculos aproximados de la misma
época – que yo considero un poco exagerados – cuando los pardos fueron expulsados de
Quito por las autoridades que pidieron que se vayan, en las mochilas de los soldados salie-
ron 300 mil pesos. Era una cantidad enorme, enorme. Esto significa, si la cifra es exacta,
que el saqueo fue generalizado y en toda la ciudad. Porque si hubieran saqueado solamente
unas pocas casas, yo pienso que dada la situación económica de Quito, en esos años, muy
difícil que en pocas casas haya 300 mil pesos en contante y sonante, para poder llevarse en
las alforjas. Porque, claro que también se llevaron objetos valiosos, joyas…
El saqueo duró dos días. El 2 de Agosto y la mañana del 3. Solamente a la mañana siguien-
te los pardos se tranquilizaron. Esa fue una noche de zozobra, porque estaban enardecidos
por el alcohol –también robaban en las cantinas, en el Estanco – fue una cosa realmente
horrorosa para la ciudad de Quito. Por eso después, tanto Bolívar como otros personajes
siempre sacarán a luz, mencionarán la masacre del 2 de Agosto como un ejemplo de la
crueldad de los españoles, aunque sabemos que los asesinos eran más bien pardos lime-
ños, no eran españoles, pero como eran mandados por autoridades españolas. Camilo
Henríquez en Valparaíso, lo afirmó. Y otros recordaron.
En Caracas se hizo una Misa solemne de honras fúnebres. También aquí, después se cele-
bró una Misa de honras fúnebres presidida por el Obispo, en ella predicó Miguel Antonio
Rodríguez, el mismo autor de la Constitución que resultó la electa en ese Congreso del cual
estábamos hablando antes. Se nota que la matanza provocó un impacto tremendo. Se com-
pusieron muchas endechas, muchas poesías luctuosas, algunas se han conservado, se han
publicado. Juan León Mera tuvo el gran acierto de haber recogido algunas de ellas, pero
otras se han perdido.
Y el Obispo salió a apaciguar a la gente con una condición: que no le acompañen soldados.
Porque el Presidente de la Audiencia, conde Ruiz de Castilla ordenó que vaya con una corte
de honor de soldados. Y él se opuso tenazmente: “Si voy con soldados va a ser peor. La gen-
te va a reaccionar no solamente contra los soldados sino contra mí. Creerán que yo estoy
azuzando esta masacre. Prefiero ir solo acompañado por dos eclesiásticos”. Y salió con un
Cristo en la mano, con un Canónigo y un joven clérigo que le ayudaba.
Uno de los más connotados realistas don Pedro Calisto y Muñoz, riobambeño, levantó las
horcas para colgar de ahí los cadáveres de los asesinados en el cuartel, el antiguo colegio
de los jesuitas; ventajosamente, tanto las autoridades españolas como el Obispo se ente-
raron de eso e impidieron que Pedro Calisto cuelgue los cadáveres, además quería colgar-
los desnudos, para mayor escarnio y afrenta. Piensen ustedes lo que hubiera sido para
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nuestra ciudad, esa escena realmente dantesca. No hay que olvidar que años después don
Pedro Calisto y Muñoz fue fusilado por los Patriotas, por haber sido uno de los principales
sostenedores del realismo y por estas acciones totalmente en contra de la dignidad de los
muertos.
La viuda de Salinas se presentó con la hijita en brazos, todavía tierna, y tuvo un impacto
horroroso y fue vejada, insultada, golpeada por los esbirros que rodeaban a Pedro Calisto
y Muñoz. Eso también provocó que la sociedad, el pueblo quiteño de alto y bajo nivel, todo
el mundo rechace esas conductas y se ponga de parte de los Patriotas. Y hace que también
el Obispo ampare a la viuda de Salinas.
Después de que se retiraron las tropas limeñas, hubo otras escaramuzas y al final llegó
Toribio Montes con un cargo muy español: “Pacificador”. Los pacificadores tenían una
norma de conducta tradicional: tratar de atraerse a su propio bando, en este caso al bando
realista, también a antiguos Patriotas. “Vengo a traer perdón y olvido. Los que se pasen a
los realistas, a los fieles, a los leales y que no hayan cometido grandes crímenes, serán per-
donados”. Esto no funcionó así. De hecho, el fiscal Nuñez del Arco, el fiscal Arechaga, etc.
presentaron acusaciones durísimas contra los próceres sobrevivientes y también contra
los muertos, sacado a luz todo lo que habían hecho por la Independencia. Toribio Montes,
hay que reconocer que sí logró poner más paz, más serenidad en los ánimos y no cumplió
todo lo que pedían los fiscales. Por ejemplo, se pidió directamente la pena de muerte para
el Obispo.
Y pensemos lo que significa. Supongamos que ahora, año 2009 en un Ecuador ya pagani-
zado, totalmente descreído, con un porcentaje más bien pequeño de católicos practicantes,
se condenara a muerte a un Obispo, aún en nuestra situación, sería un escándalo tremen-
do, sería una cosa gravísima, la gente diría ¡Condenar a muerte a un Obispo! Piensen lo
que era en 1811. Entonces Montes dijo no, pues no podía cargar en su conciencia que se
fusile a un Obispo. Conmutó la pena de la muerte, por el destierro y confiscación de bienes.
Entonces José Cuero y Caicedo fue desterrado a Lima. Pero salió de Quito, con lo puesto,
no pudo sacar nada. Lo único que le permitió llevar Toribio Montes fue el breviario, o sea el
libro de oraciones obligatorio para todos los sacerdotes de la Iglesia Católica. Y salió a pie,
anciano de cerca de 80 años. Fue recibido en Lima por el Arzobispo Las Heras que viendo
que su colega no tenía absolutamente un medio para sobrevivir le ayudó para que viva en
el Palacio Arzobispal de Lima, hasta que en 1815, si no recuerdo mal, falleció.
Otros sacerdotes, otros patriotas también serán desterrados. El sobrino del Obispo, José
Manuel Caicedo y Cuero fue desterrado a Filipinas y después de algunos años regresó a
Cali y ahí le llamaban el padre Manila, por haber estado desterrado en Filipinas. A Juan
Pablo Espejo, el hermano de Eugenio Espejo le desterraron al Cuzco, parece que no llegó
a salir, pero en el decreto, en el que Toribio Montes firmó el destierro para Juan Pablo
Espejo se dice expresamente que lleve en los pies 25 libras de hierro, para evitar que se es-
cape. Muchísimos sacerdotes sufrieron destierro, algunos fueron también asesinados, hay
constancia de dos; el uno quedó anónimo en una de las batallas, no he logrado encontrar
el nombre de este sacerdote que murió no sé si en Huachi, Tanisagua o en Verde Loma y
el otro fue el padre Pedro José Donato, nativo de Loja, que fue fusilado por los realistas.
Lamentablemente la Historia ecuatoriana los ha olvidado completamente.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 233
Yo quisiera valorar en el Obispo José Cuero y Caicedo esa capacidad de cambio a pesar
de la edad. Tenía 74 años cuando se fundó la Primera Junta y ahí era realista, opuesto a
la Junta Soberana de Montúfar de Morales, de Quiroga, de Ante. Pasa un par de años y ya
lo vemos Patriota. Yo no diría que se puso Patriota porque las circunstancia le llevaron a
ello, porque quería estar con los que ganan, porque hay que recordar que cuando regía la
Segunda Junta todavía no se veía nada claro a favor de los Patriotas ni aquí ni fuera del
Reino de Quito. No había certeza del triunfo de los Patriotas ni en Caracas, ni en Buenos
Aires, ni en Santiago de Chile…
El frente a ese altísimo riesgo ya no dudó en ponerse al frente de la Junta Soberana, tiem-
po después renunciará también porque pensaba con toda certeza que no era conveniente
que el Obispo tenga un cargo político. En el momento preciso en que era necesario se hizo
cargo de la presidencia pero después renunció para quedar sólo como Obispo, su princi-
pal obligación. Yo quiero valorar esto en José Cuero y Caicedo, el hecho de haber sabido
cambiar, de haber sabido reconocer que su postura primera, a lo mejor no era la más ade-
cuada, y abandonarla. Sabemos que escribió un documento que quedó en el Monasterio de
las monjas conceptas. Si a lo mejor Cuero y Caicedo hubiera sido un hombre más taimado,
más calculador, más político en el sentido maquiavélico del término, pudo haber dicho: “Yo
tengo un documento por ahí, mejor lo mando a retirar para quedar bien con los Patriotas
y lo quemo”. O después cuando Toribio Montes lo desterró haberle dicho: “Yo tengo este
papel en el que me aparto de los insurgentes”. Sin embargo, no, el papel quedó en el ar-
chivo de las monjas conceptas y Cuero y Caicedo aceptó su destierro porque supo en su
conciencia que en la Segunda etapa de las Juntas había obrado como Patriota.
Que yo sepa no se ha conservado lo escrito por José Cuero y Caicedo excepto estos decre-
tos, estas proclamas que él escribía para avisar lo que sucedía como Presidente de la Junta.
Tengo entendido que escribió también alguna Carta Pastoral, un Edicto Pastoral, como se
decía en aquella época, pero creo – puedo estar equivocado – que esos Edictos reposan
ahora en alguna universidad norteamericana, tengo esa sospecha. De tal manera que tam-
bién eso se ha perdido para nosotros.
quiero yo es conocer para dar también a conocer a los demás, lo poco que he llegado a
tener como bagaje intelectual y cultural. Cuando doy clases de Historia del Ecuador – lo digo
también con modestia – quiero que mis estudiantes en la Universidad vean que en nuestro
pasado hay también hombres valiosos, mujeres valiosas, personas que han luchado por
sus ideales, que han sabido rectificar cuando fue necesario, como es el caso de José Cuero
y Caicedo, que han sabido dar la vida por sus ideales como tantos Próceres del 2 de Agosto
y de esa época, que han sabido combatir hasta el final por lograr lo que ellos consideraban
justo. Entonces nuestra Historia del Ecuador no debe ser llenada con héroes vacíos, héroes
vacuos. No, es necesario llenarla con estos personajes que realmente hicieron lo que
pudieron por nuestro País y por nuestra América en general. De tal manera que esto para
mí es motivo de enorme, gran satisfacción. Y es también un motivo, podríamos decir, de
retroalimentación para mi propia satisfacción personal.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 237
INTRODUCCIÓN
En la mayoría de los estudios históricos del país hay notoria ausencia de las relaciones y los
conflictos de género, pues se los ha escrito desde la óptica masculina que ha considerado
circunstancial y secundaria la participación de la mujer en la esfera pública.
Las elegidas para este breve artículo son prueba palpable de que la mujer bregó por con-
seguir su propio espacio en una época que la mantuvo cubierta con velos, encerrada en el
hogar, aislada detrás de los muros de la clausura conventual y aherrojada mental y espiri-
tualmente.
Por generaciones muchas quiteñas vivieron convencidas de no ser sino elementos decora-
tivos y objetos de poca importancia, salvo para adornar las salas, para el placer masculino,
para procrear y cuidar a los hijos y realizar tareas domésticas o de destreza manual.
Las inconformes, aquéllas que rompieron los límites de lo establecido, no pocas veces ad-
quirieron mala fama y fueron consideradas peligrosas porque podrían contagiar a otras y
desencadenar el caos social. Era necesario, por tanto, encerrarlas a cal y canto, asegurar-
las en el cerco del matrimonio, tener garantizada su ignorancia y alejadas de las activida-
des consideradas privativas del llamado sexo fuerte.
* Es licenciada en Comunicación Social por la Universidad Central del Ecuador e investigadora social por el IEA,
Instituto Ecuatoriano de Antropología. Ha sido Decana de Comunicación de la Universidad Internacional SEK y
docente de las universidades Central del Ecuador, Politécnica Salesiana y San Francisco de Quito. Ha colaborado en
distintos periódicos, revistas y radios ecuatorianos y es autora y coautora de varios libros de ciencias sociales. El
más reciente se titula “Insurgentes y realistas, la revolución y la contrarrevolución quiteñas: 1809 – 1822”, que lo
realizó en conjunto con su padre, Alfredo Costales Samaniego. Ambos tienen lista para la publicación la “Enciclope-
dia de las Mujeres en la Historia del Ecuador”, primer tomo. Actualmente es asesora del programa “Buenos Días”
de Radio Visión de Quito.
238 Dolores Costales Peñaherrera • LAS ROSAS DE LA REVOLUCIÓN
Pero la maltrecha vitalidad de las mujeres siempre se recuperó. La época de las guerras de
Quito les dio ocasión excepcional para actuar e incidir en la esfera pública, y ejercer pre-
sión para comenzar a ser consideradas ciudadanas de pleno derecho. Las que ofrendaron
su tranquilidad, sus bienes, su honra y hasta su vida para que su suelo fuera libre, fueron,
sin duda alguna, superiores a su siglo en todos los sentidos, y así lo demuestran las breves
biografías de las que he llamado “las Rosas de la revolución”.
ROSA ZÁRATE
Según un documento de 1786, Rosa había cumplido dos años de reclusión en el monasterio
de las monjas conceptas de Riobamba, por haber tenido, en vida de su marido, relaciones
adúlteras con Peña Maldonado. A pesar del castigo, el vínculo perduró largamente pues,
años después se dispuso su encierro en la cárcel pública por continuar en concubinato con
un soltero.
La vida de Rosa debe haber sido muy dura por esta causa en una sociedad tan cerrada
como la quiteña de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX.
Logró huir con la ayuda de una entrañable amiga suya, Teresa Flores y Egüez, y tuvo que
permanecer algún tiempo escondida. Las autoridades la buscaron afanosamente en los
barrios de Quito, especialmente en San Roque, y se la llamó a través de pregones.
La “Cánovas” tuvo que ingresar esta vez en el beaterio, obedeciendo un mandato judicial,
mientras que Nicolás de la Peña recibió prohibición de acercarse al lugar.
Fruto de sus amores fue don Antonio de la Peña, que consta como colegial del seminario
de San Luis en 1804.
Antonio estuvo a cargo de una fuerza patriota que en Alausí capturó al jefe realista Pedro
Calisto Muñoz. Fue aprisionado en 1810 y murió en la masacre del 2 de agosto, dejando
solas a una niña de dos años y a su viuda de apenas veintiséis años.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 239
Nicolás de la Peña estuvo en las reuniones clandestinas del obraje de Chillo, en donde se
preparó el levantamiento contra la Corona, a causa de lo cual fue encerrado en el convento
de La Merced. La noche del 9 de agosto de 1809 estuvo en la conjuración en la casa de
Manuela Cañizares y luego fue nombrado jefe de los cuchilleros de San Roque y teniente
coronel de las fuerzas rebeldes.
El carácter y el temple que había mostrado doña Rosa, se evidenciaron nuevamente cuan-
do fue perseguida por Montes junto con otros patriotas, entre los cuales se contaban su
marido, Nicolás de la Peña, y su nuera Rosaura Vélez. Ésta había quedado viuda tras la
muerte de Antonio de la Peña en la masacre del 2 de agosto de 1810. Su pequeña hija que-
dó en Quito en manos de familiares maternos.
Esta frase fue citada en un poema que dedicó a la heroína el escritor colombiano Elio Fabio
Echeverri y que apareció en Bogotá, en 1930, en el libro “Las Mujeres de la Independen-
cia”.
El pueblo quiteño, rebelde como ninguno, recibió castigos espantosos por parte de las
fuerzas realistas durante el periodo llamado de las Guerras de Quito; pero, como suele
suceder en todos los grupos humanos, no podían faltar rivalidades entre los jefes separa-
tistas y sucedió que los criollos nobles que estaban a la cabeza del movimiento libertario
240 Dolores Costales Peñaherrera • LAS ROSAS DE LA REVOLUCIÓN
Juan Pío Montúfar estaba del lado de la independencia junto a toda su familia. Esta noble
progenie (tanto por su sangre como por sus sentimientos patrióticos) no dudó en entregar
con dedicación y entusiasmo, su fortuna y aun la vida, para cumplir el sueño del Quito
independiente.
Rosa, la última de los hijos de Juan Pío, fue una niña verdaderamente mimada por la fortu-
na, pero a la que el destino sometería a duras pruebas. A su porte altivo y a sus luminosos
ojos azules se unía un carácter decidido. Cuando llegó a sus oídos que el gobierno de la
Real Audiencia tenía la intención de apresar a su padre, organizó la fuga de éste desde los
Chillos hacia Sigchos. Salieron ocultamente el marqués de Selva Alegre, su hermano Pedro
y su mujer, Nicolasa Guerrero, con dirección a las propiedades de Suya, Silito y Tigua, en
donde permanecieron algún tiempo dedicados a las labores del campo.
Una vez que los dejó a buen recaudo, Rosa regresó a Quito para mantenerse informada de
los acontecimientos. Sin embargo, y pese a todas las precauciones, el marqués fue detenido
por el corregidor de Riobamba, Martín Chiriboga y León, en febrero de 1813, y enviado a
Loja.
Doña Rosa se presentó en Riobamba con dos mil pesos para liberarlo, pero llegó tarde pues
el marqués ya había sido conducido a su destino por la ruta de Cumbal. De todos modos,
valiéndose de sirvientes fieles, se ocupó de enviarle todo lo necesario en su destierro.
Mientras las tropas reales llegaban desde el mar, el Sur y el Norte, para sitiar a Quito, su
hermano Carlos preparaba la defensa de la ciudad organizando a los combatientes, fun-
diendo campanas, refinando pólvora y poniendo las armas a punto.
Montes sitió la ciudad y la gente se defendió con lo que tuvo a mano. Contra los tres mil
veteranos de Montes, Carlos Montúfar confió la defensa al cholerío de los barrios quiteños;
la lucha fue tan cruenta que la población, aterrorizada, inició el éxodo hacia el Norte. Pocos
se quedaron en Quito, entre esos los Montúfar, dispuestos a enfrentar a los pardos y a los
mulatos sedientos de sangre que había traído consigo el jefe español.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 241
Mientras los varones de la familia se entendían en la lucha armada, Rosa tomó las riendas
de las propiedades para mantenerlas en funcionamiento y poder continuar ayudando a la
revolución.
Armó un verdadero ejército de chinas, pongos y cateras que le servían de ojos y oídos
dentro de la administración pública, en los cuarteles y en las casas de sociedad. Pedro
Montúfar, perseguido como toda su familia, cayó en una redada dispuesta por Sámano; y
Rosa no logró hacerlo fugar de la cárcel. Sin embargo, debido a que se hallaba enfermo,
fue liberado tres días antes de la matanza del 2 de agosto de 1810.
Cuando Sámano se enteró de que estaba a salvo dispuso que lo condujeran nuevamente al
presidio, pero Rosa se le adelantó, y con ayuda de sus esclavos negros Antonio y Francisco,
y de su prima hermana, María Mercedes Montúfar, condujo a Pedro al cementerio de El
Tejar, lo ocultó en una cripta, y lo salvó de sus perseguidores.
Melchor Aymerich cerró brutalmente el cerco en torno a los Montúfar, y nuevamente Rosa
y María Mercedes salieron a hacerle frente, sin amedrentarse por las posibles consecuen-
cias.
Con Juan Pío Montúfar en el destierro, Carlos luchando en el Norte, Pedro demostrando
también su talento guerrero, y Rosa y María Mercedes ayudándolos a escurrirse de las ma-
nos de sus enemigos, las autoridades realistas tenían que defenderse por diversos flancos.
Por esta razón se valieron del espionaje y dijeron haber interceptado una carta anónima
subversiva que atribuyeron a Pedro y lo llevaron preso. Pedro, y su mujer Nicolasa, entre
otros, fueron interrogados sobre la carta sin que las autoridades pudieran probar su acu-
sación. Quien organizó la defensa jurídica fue precisamente Rosa y logró un triunfo moral
sobre Aymerich. Éste, sin embargo, no se detuvo y violó la correspondencia entre Rosa y su
hermano Carlos. La valerosa mujer no dudó en presentarse a reclamar por sus derechos,
pese a lo que podía significarle un enfrentamiento con las autoridades.
Mientras Sucre se hallaba aposentado en la propiedad de los Montúfar en los Chillos, Rosa
ayudó a huir al general Mires y a otros jefes libertarios que estaban prisioneros en Quito.
Servidores suyos llevaron a los guardias dos botellas de vino con narcótico, y cuando es-
tuvieron dormidos, les quitaron las llaves y sacaron a los prisioneros por las montañas,
provistos de guías indios.
242 Dolores Costales Peñaherrera • LAS ROSAS DE LA REVOLUCIÓN
La carta de Rosa llegó primero a manos de Sucre, testigo directo de los servicios de ella,
de su marido Vicente Aguirre, y de toda su familia, a la causa de la patria libre, así como
de las medidas injustas y de las persecuciones que habían padecido por parte de las auto-
ridades reales.
La larga misiva de Rosa tenía por objeto solicitar que se le recibieran las haciendas de
Angamarca como pago por las deudas contraídas durante más de una década de revolución,
por no poder atenderlas ni ponerlas a producir.
Rosa Montúfar en un ejemplo verdaderamente notable de las mujeres de nuestro suelo que,
motivadas por diversas circunstancias, iniciaron aquel apasionado, y muchas veces difa-
mado e incomprendido viaje fuera de las fronteras del hogar. Junto con muchas otras que
le precedieron en el tiempo, preparó de muy diversas formas a las que luego se decidieron
a cruzar el puente para ampliar los horizontes de sus logros individuales y colectivos.
Palma dice que debió haber recibido buena educación porque era de mente despejada,
bailaba, tocaba el clavecín y la vihuela, leía y escribía perfectamente y discurría con lógica.
Hija como era de un español y una mulata, sus opciones dentro de la sociedad porteña,
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 243
Rosa se convirtió en apasionada defensora de la causa, al punto que en 1818 fue denuncia-
da a la Inquisición por ser poseedora de libros prohibidos. Por ello figuró en los registros
secretos del Santo Oficio, lo que habla claramente de su mentalidad liberal que iba contra
los cánones establecidos para las mujeres de su época.
Cuando San Martín desembarcó en el Perú, Rosa inició correspondencia con el líder ar-
gentino. Se dice que el virrey La Serna estaba interesado en ella y que no pocos secretos
de los realistas los conoció a través de él y de otros españoles que frecuentaban la tertulia
de su casa.
Rosa devino amante de San Martín y ambos trabajaron para conquistar a importantes mi-
litares realistas para la causa americana. Los encantos de la guayaquileña, sumados a la
influencia de Manuela Sáenz sobre su hermano José María, consiguieron que el capitán del
batallón en el que éste servía a la Corona -el Numancia- se sumara al partido de la libertad
junto con sus novecientos efectivos.
Cuando San Martín se alejó del Perú después de su entrevista con Bolívar en Guayaquil,
Rosa dejó de figurar en primer plano, pero tomó su posta Manuela Sáenz.
Rosa tuvo después otro amante, un comerciante alemán con el que tuvo a su único hijo,
pero se hallaba ya en la pobreza y quizás perseguida por los españoles. La descripción de
ella nos la ha dejado Ricardo Palma en estos términos:
“Era una señora que frisaba en los cincuenta, de muy simpática fisonomía,
delgada, de mediana estatura, color casi alabastrino; ojos azules y expresivos,
boca pequeña y mano delicada. Veinte años atrás debió haber sido mujer se-
ductora por su belleza y gracia y trabucado el seso a muchos varones en ejer-
cicio de su varonía. Se apoyaba para andar en una muleta con pretensiones de
bastón. Rengueaba ligeramente. Su conversación era entretenida y no escasa
de chistes limeños, si bien a veces me parecía presuntuosa por lo de rebuscar
palabras cultas”1
1. Ricardo Palma, Tradiciones Peruanas Completas, Madrid, Aguilar S.A, 1953, p.952.
244 Dolores Costales Peñaherrera • LAS ROSAS DE LA REVOLUCIÓN
La abuela de Rosa fue una esclava, según se ha dicho, pero al parecer fue blanca como lo
denotan los rasgos fisonómicos de la nieta. Si bien no alcanzó la gloria de Manuela Sáenz,
su vida no fue tan desgraciada como la de la “libertadora del Libertador”.
Otros autores que han hablado de Campusano han retomado la descripción de Palma que
da cuenta de que era una mujer sensual, de ojos celestes, que arrebató el amor del gene-
ral San Martín y vivió con él un romance apasionado en la quinta La Magdalena, cerca de
Lima. San Martín nunca habló públicamente de su relación con la hermosa guayaquileña,
porque se cuidó mucho de todo lo que pudiera poner en peligro su carrera. De todos mo-
dos, la sociedad limeña percibió lo que ocurría y llamó a Rosa “la protectora” en irónica
alusión al Protector del Perú.
Ricardo Palma, quien fuera compañero de aula del hijo de Rosa, Juan Weniger, tuvo oca-
sión de conocer a la heroína personalmente y fue el primero en dar a conocer su romance
con San Martín.
Rosa Campusano ha visto minimizado su activismo libertario porque se ha dicho que obte-
nía información gracias a sus amoríos. Aún si eso fuese cierto no oscurece el hecho de que
fue patriota de buena ley y que no tuvo temor de difundir las cartas de San Martín en las
que pedía a los criollos que se sumaran a la causa republicana, ni de vestirse como “tapa-
da” para salir por la noche a pegar proclamas subversivas en las paredes de Lima, ni de
ocultar a oficiales desertores de la Corona que se pasaban al bando patriota.
ROSA ROBALINO
Junto con varias de sus amigas tomó nombre masculino, se vistió de soldado y peleó en
la batalla del Pichincha, en mayo de 1822, y resultó herida. Reconocidos sus méritos en el
campo de batalla, fue condecorada y ascendida al grado de sargento.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 247
EL MARTIRIO DE LA IGLESIA
Eduardo Muñoz*
Con cierta frecuencia, en las páginas de la historia, se omite la acción decisiva de la Iglesia
y de sus miembros más conspicuos en la acción libertaria. Incluso, se preconiza o dice que
la Iglesia en su totalidad estuvo a favor de la causa real; lo cual está reñido con la verdad.
Según documentos fidedignos más bien, las autoridades episcopales y conventuales, for-
jaron los espíritus para las nuevas instancias. Evidentemente prelados españoles como el
Obispo de Cuenca, estaban contra estos movimientos que los consideraban prematuros y
aún dieron indicaciones severas para que los súbditos no incurrieran en posibles errores.
LA “PACIFICACIÓN”
Muy poco duró aquel bello esbozo constitucional. En el mes de junio llegó a Guayaquil el
general Toribio Montes, designado Presidente y Comisionado para establecer el orden.
Inmediatamente abrió operaciones contra las fuerzas de Quito, dirigidas por noveles ca-
pitanes. La Iglesia consagrada ya por el martirio y previendo nuevas crucifixiones, hizo
cuanto estuvo en su poder para enardecer el patriotismo, allegar recursos y crear medios
de defensa nacional.
El limo, señor Cuero y Caicedo fue el alma de la resistencia, el centro de la ingente labor
encaminada a sostener la flamante patria, amenazada en su misma cuna. Aplicó los ramos
de cruzada y diezmos al sostenimiento del ejército, pidió a los dos Cleros socorros econó-
micos cuantiosos, se valió de los recursos espirituales para conminar a los párrocos a que
prestasen ayuda, separó a los renuentes de sus cargos, aunque fuesen propietarios, y puso
excusadores en vez de ellos.
* Pertenece a la Comunidad de Hermanos de las Escuelas Cristianas fundadas en Francia por Juan Bautista de la Sa-
lle. Realizó en Quito estudios de Humanidades Modernas y Pedagógicos. Fue enviado a varias ciudades (Latacunga,
Ibarra) como profesor. Realizó sus estudios superiores, Pastoral y de Catequética, en Bélgica, Bruselas. Ha estado a
cargo del Santuario de la Magdalena por 20 años.
En el aspecto literario e histórico es autor de 7 obras, entre ellas, algunas dedicadas al mismo Hermano Miguel.
Ganó el primer premio en el concurso de biografías del padre Julio Matovelle, fundador de la Basílica del Voto
Nacional. Entre sus obras de carácter histórico destacan: “En el Palacio de Carondelet”, obra que ha tenido 5 edi-
ciones, “Entonces fuimos España”, con motivo de los 500 años del descubrimiento de América, libro que espera una
nueva edición. La Academia de Historia Nacional lo recibió como miembro correspondiente en 1979, y en 1982 fue
elegido miembro de Número. Por dos ocasiones ha desempeñado el cargo de secretario, actualmente es secretario
hasta próximas elecciones. También fue nombrado miembro y director de la Academia Ecuatoriana de Historia
Eclesiástica.
248 Eduardo Muñoz • EL MARTIRIO DE LA IGLESIA
Legó aún, si hemos de aceptar el testimonio de Núñez del Arco, a valerse de la excomu-
nión contra varios clérigos que rehusaron adherirse a la causa nacional. En suma, en su
doble calidad, de presidente y prelado, no dejó de excogitar medida eficaz para salvar a la
Junta Suprema. Su brazo derecho, fortalecido con la poderosa arma de la juventud y de la
ambición de gloria, fue el doctor Manuel José Caicedo y Cuero, sobrino del propio Obispo y
hermano del presidente de la Junta de Popayán. Juntó en sí los dos poderes, el eclesiástico
y el civil, y puso ambos al servicio de la patria, no siempre de acuerdo con los Cánones.
Como miembro del Consejo de Vigilancia ejerció severísima fiscalización de los actos de
los clérigos realistas, a muchos de los cuales persiguió, según afirma Núñez del Arco. El
mismo procurador refiere que Caicedo levantó un batallón de indios y que estimuló el re-
clutamiento de soldados.
El Clero secular y regular contribuyó a encender el sentimiento patrio, a organizar las fuer-
zas cívicas, a despertar al pundonor militar; y proporcionó, con generosidad heroica -el sa-
crificio del dinero cuesta, muchas veces, más que el de la vida- los caudales que había me-
nester la República. No sólo prodigaron clérigos y frailes sus haberes personales, sino que
dieron, no sabemos si prescindiendo, en fuerza de la circunstancias, de las disposiciones
eclesiásticas, objetos de alto precio y, particularmente, plata labrada. El famoso P. Antonio
Albán, quien trajo el reloj público que enjoya la torre de la Basílica Mercedaria, no vaciló
en entregar para la construcción de elementos bélicos, la cañería de plomo que conducía
el agua a la pila del Convento. Clérigos hubo que se convirtieron en santa providencia de
sus cohermanos aprehendidos o fugitivos, suministrándoles los recursos necesarios para
el ocultamiento. Entre ellos mencionaremos, por ejemplo, al Cura da Píllaro, Dr. Juan José
Roca, hermano del futuro Presidente don Vicente Ramón Roca.
No fueron pocos los sacerdotes que, urgidos por el civismo, saltaron la valla de sus deberes
eclesiásticos. Según las informaciones de Núñez del Arco (a las cuales hacemos las debidas
reservas, por su notoria parcialidad), los curas de Chillogallo y Machachi, don José Pérez y
don Tadeo Romo, acaudillaron militarmente a sus feligreses; el cura interino de Sangolquí,
fray Francisco Hurtado, franciscano, se ocupó en leva de tropas; el propietario de Yaruquí,
don José Joaquín Manosalvas, montado a caballo y lanza en ristre, estimuló a sus feligre-
ses para que acudiesen al sitio de honor; el P. fray Francisco Saa, cura de Esmeraldas y
mercedario, y el doctor Ramón Alzamora, de Intag, comandaron asimismo tropas que par-
ticiparon en la defensa de Mocha; don Manuel Arias, cura de San Sebastián de Latacunga,
se trasladó a Alausí a disponer el ataque contra Cuenca. A Mocha acudieron igualmente,
en una u otra forma, los PP. Ignacio Bossano, Luis Cevallos, José Correa, Esteban Riera,
franciscanos; Antonio Bahamonde, agustino, etc. El cura de Santa Prisca, Antonio Román,
defendió con sus feligreses el punto de Jalupana. Y el detalle que hacemos no agota nom-
bres ni heroísmos.
a enconar a Montes, quien, después de rendida la fortaleza del Panecillo, ocupó la ciudad.
Las fuerzas que la guarnecían, acompañadas del Obispo-Presidente, los demás miembros
de la Junta, numerosos sacerdotes y religiosos y hasta las monjas claustradas retiráronse
penosamente hasta Ibarra, en cuyas cercanías se libró el combate definitivo, desfavorable
a los patriotas.
EL MARTIRIO DE LA IGLESIA
Con esta fuga, se reinició el martirio de la Iglesia quitense. Al salir de Quito había cons-
tituido el limo, señor Cuero y Caicedo, gobernador de la diócesis al abogado popayanejo,
recientemente ordenado, doctor Antonio Tejada, Senador durante el gobierno de la pri-
mera Junta. Mas, como no conviniese a Montes que éste ejerciera el cargo, porque había
secundado la conducta del Obispo, mandó al Cabildo Eclesiástico que declarara vacante la
Sede. El Cuerpo tuvo la debilidad de prestarse a tan grave ultraje; y poco después nombró
para Previsor Capitular al Deán Joaquín Sotomayor y Unda, quien, no obstante cautelo-
sas reservas, había colaborado económicamente con el partido patriota. A partir de este
instante hubo en la diócesis dos autoridades: la legítima, o sea Tejada, representante del
Obispo, quien, para escampar los odios de Montes, se había retirado a un predio de la selva
de Malbucho; y la del tornadizo Sotomayor. Entre ellas se desataron graves conflictos juris-
diccionales, que no pudieron menos de desasosegar la conciencia de los fieles. Tan serios
fueron los problemas y tan discutido el nombramiento de Sotomayor por los mismos cléri-
gos realistas, entre ellos los ilustrados dres. Andrés Villamagán, Joaquín Miguel de Araujo
y Francisco Javier Benavides, que Montes acabó por permitir a Tejada el pleno ejercicio de
su jurisdicción.
Poco después, el Obispo, anciano, abatido y flaco de fuerzas físicas, vino a un lugar vecino a
Quito, aprovechando el cambio que había logrado en Montes el Canónigo Magistral Rodrí-
guez Soto. Tan noble fue la actitud de éste con el Clero patriota, que se concitó la enemistad
de los realistas. Por contraste, el Obispo le nombró el 10 de enero de 1814, para goberna-
dor de la diócesis, cargo que ejerció hasta que el limo. Sr. Cuero y Caicedo partió desterra-
do a Lima. Más tarde fue Rodríguez encarcelado y vejado; y al fin, se marchó a España.
Los últimos días de su vida, los pasó el Obispo en la Capital del Virreinato del Perú, “sumi-
do, según el Continuador de Ascaray, en la más terrible miseria y sin un recurso para lo
más preciso de su subsistencia y curación”; pero, en realidad, gentilmente atendido por el
Arzobispo de las Heras, que representó para con él la caridad de la Iglesia. Todas las rentas
del Prelado habían sido secuestradas. Para obtener que nadie ocultase cosa alguna perte-
neciente a aquel, Montes mandó librar censuras canónicas. El limo, señor Cuero y Caicedo
murió el 9 de octubre de 1815. Sus restos se han perdido: todos los esfuerzos, que el que
esto escribe, hizo para descubrir su tumba, en 1939, resultaron estériles1.
Durante la ausencia del Prelado, gobernó la diócesis el virtuoso canónigo doctoral, realista
contumaz, doctor Nicolás de Arteta, más tarde Obispo de Quito; y una vez fallecido aquel,
el Cabildo nombró Vicario Capitular al doctor José Isidoro Camacho, quien obtuvo la con-
firmación de su cargo después de largos pleitecillos movidos por los divididos canónigos.
Entre los elementos patriotas, Camacho era, sin duda, uno de los más dignos y moderados.
La Iglesia quitense, en conjunto, fue humillada por Montes cuando puso a órdenes del
arrebatado realista que presidía la diócesis de Cuenca, limo, señor Andrés Quintián y Pon-
te, a todos los que habían seguido la causa de la libertad. Luego mandó al Gobernador
del Obispado dictar providencias “para que reservadamente procedan los Vicarios de las
respectivas provincias a arrestar a los curas relevados’, conduciéndoles con seguridad a
Guayaquil a disposición del Excelentísimo e Ilustrísimo Obispo de Cuenca; y como el moti-
vo o causa es notoria, puede V. S. determinar que se les forme sumariamente el proceso”2.
En los conventos entró la guerra más desapiadada, porque el Pacificador dispuso que le
pasasen lista de los religiosos patriotas.
No fue el Obispo el único en padecer por la libertad. Si Montes perdonó la vida a los
miembros de la Junta Superior, exceptuó expresamente a cuatro clérigos: los Dres.
Miguel Antonio Rodríguez, Manuel José Caicedo, Prudencio Váscones y José Correa. Sin
embargo, ninguno de éstos fue ejecutado. A los dos primeros se les remitió a Manila; y allí
permanecieron largos años. Rodríguez sólo pudo regresar en 1822; Caicedo obtuvo indulto
de Fernando VII en 1819. Correa llevó vida llena de sobresaltos después de la pacificación.
Huyó a Barbacoas, pero no logró evitar la captura y se le envió a Panamá en unión de otros
sacerdotes. Sámano le aprehendió de nuevo en Bogotá en 1818 y le devolvió a esta Capital,
donde se le mantuvo en prisión. El Canónigo Calixto de Miranda tuvo que conservarse,
asimismo, a salto de mata, hasta 1822. Váscones, por influencias de familia, logró que se
le conmutara la pena capital con la de confinamiento en una hacienda, donde residió con
su madre3.
El canónigo Penitenciario Guisado, en cuya labor nos hemos ocupado ya que recibió de
la Primera Junta la comisión de persuadir a Guayaquil de la legitimidad del Movimiento,
fue condenado a diez años de detención en Antequera4. El Cura de San Sebastián de La-
tacunga, doctor Manuel Arias, fue penado con ocho años de detención en Filipinas; mas,
revocando su primera decisión, Montes le confinó en Alausí5.
Al Párroco de Huaca, Joaquín Paredes, “público seductor”, condénesele a ocho años en una
cárcel de Guatemala, aunque luego se le mandó a Trujillo del Perú; al de Machachi, Tadeo
Romo, se le impuso detención por un decenio, en la Recolección de Piura. El hermano de
Espejo, Juan Pablo, capellán de las tropas patriotas, fue llevado al Cuzco, con orden de
permanecer allí igual período. El Dr. Manuel Quiñones, representante por el barrio de San
2. Ibíd.
3. Padre José María Vargas, “Historia de la Iglesia en el Patronato Español”.
4. Véase Juan de Dios Navas, “Historia de los Obispos del Ecuador”.
5. Julio Tobar Donoso, La Iglesia Modeladora de la Nacionalidad.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 251
Roque, fue condenado a recolección en Canarias; al Dr. Joaquín Veloz, cura de San Blas
de Quito, preso a raíz de los sucesos de 1809, remitiósele, con pena de diez años, a Santa
Fe. De algunos no consta el tiempo de la condena, pero sí que se les desterró: el cura de
Muíalo, Pedro González Verdugo6, el P. Luis Cevallos, franciscano, (enviado a Lima); los
PP. de la misma Orden, Manuel Mera, José Garcés y Manuel Viteri (a Panamá); los clérigos
Juan Alarcón, cura de Quero, José Espinosa, Miguel Cruz, de Uyumbicho; José Corella y
otros más. Los privados de beneficio, que llevaron por muchos años vida miserable, fueron
numerosos.
Se -dice que hubo un clérigo pasado por las armas, después de la batalla de Ibarra: el
lojano, Pedro José Donato, cuyo delito, si en realidad cometió alguno, no se ha probado7.
La Pacificación significó para todos los miembros patriotas del Clero, la pérdida de los em-
pleos que ejercían, aun en el orden educativo, y la proscripción de la vida civil: los Dres.
José Manuel Flores y Calixto de Miranda, Rector y Canciller de la Universidad, fueron
reemplazados por religiosos; al profesor de filosofía de San Fernando y docto fraile merce-
dario, José de Jesús Clavijo, se le sustituyó con el Dr. Luis Fernando Vivero. También fue
depuesto de su Cátedra el patriota dominicano fray Antonio Ortiz, maestro de teología en
el propio Colegio.
Al Procurador del Cabildo de Quito, Núñez del Arco, realista encendido y prolijo que elabo-
ró el catálogo completo de los hombres de cuenta o influencia en los tormentosos días de
la primera emancipación, clasificándolas en tres grandes categorías insurgentes, realistas
e indiferentes, debemos datos minuciosos acerca de la posición del elemento eclesiástico.
Escuchemos, ante todo, el juicio de conjunto que formula al principiar:
Por este registro se puede descubrir como la gran mayoría del Clero quitense, los dos
tercios mejor dicho, se afilió al movimiento emancipador y colaboró con él, en uno u otro
sentido, algunas veces excediendo manifiestamente su papel, pero siempre con desenfado
y ardentía. De 14 miembros del Cabildo Eclesiástico, cuatro apenas estuvieron por Rey.
6. Ibíd.
7. Padre José María Vargas, “Historia de la Iglesia en el Patronato Español”.
8. Julio Tobar Donoso, La Iglesia modeladora de la nacionalidad, p. 106.
252 Eduardo Muñoz • EL MARTIRIO DE LA IGLESIA
De los curas de la Ciudad de Quito, tres fueron indiferentes, uno realista y seis patriotas
decididos. De los párrocos de las cinco leguas de Quito, veinte y uno insurgentes, ocho
realistas y uno indiferente; de Latacunga y su partido, ocho patriotas, siete realistas y dos
indiferentes; de los de Ambato, cuatro patriotas, tres indiferentes y cuatro realistas; de los
de Riobamba, ocho patriotas, siete indiferentes y cinco realistas; de los de Guaranda, cinco
patriotas, tres realistas y dos indiferentes; de los de Otavalo, seis realistas, cinco patriotas
y un indiferente; de los de Ibarra, seis patriotas, tres indiferentes y dos realistas; de los
capellanes de monasterios, tres realistas y cinco patriotas.
En cuanto a los claustros, la división fue más profunda; pero prevaleció el elemento pa-
triota, a tal punto, que Núñez del Arco pudo decir que los de San Francisco se habían “…
distinguido con la seducción y entusiasmo, predicando en los púlpitos; saliendo en comu-
nidad por las calles a exhortar y animar a las gentes para que tomen armas y sostengan
la guerra; tomándolas ellos mismos y erigiéndose de comandantes a las expediciones...”
Acerca de San Agustín escribió cosa semejante: “En esta Orden han sido pocos y señalados
los realistas, siendo los más insurgentes seductores que salieron con armas, comandando
tropas a las expediciones...” Y, en fin, de la Merced: “Los religiosos de este Convento Máxi-
mo han ido a una con los franciscanos en el entusiasmo y seducción, saliendo con armas
de comandantes a las expediciones; siendo muy pocos los que se han portado bien”9.
En suma, la Iglesia quítense fue fortaleza máxima y alma mater de la Revolución, guía e
inspiradora de sus ideales, cerebro del Primer Poder Constituyente, maestra excelsa del
Derecho Público Ecuatoriano, su mártir por excelencia.
No es ésta oportunidad propicia para discutir la afirmación del antiguo rector de la Uni-
versidad de San Marcos, don Luis Alberto Sánchez, acerca de que el principal factor de la
Independencia, después del estudiantado, fue el clero bajo, “cuya acción no se limitó a la
prédica sino que llegó a alzarse en armas y a conspirar abiertamente como en los casos de
los Talamantes, Hidalgo, Morelos, Muñecas, Bajar, Henríquez, etc.”10
Mas, sí nos toca dejar constancia de que, según el mismo historiador, el caso de Quito fue
excepción: “En cambio, dice, el alto clero, criollo y peninsular (con muy pocas excepciones,
entre ellas la de Mons, Cuero y Caicedo, obispo de Quito) se mantuvo al margen o contra la
Revolución”11. Entre nosotros, no puede decirse que hubo esa distinción de categorías: de
clero alto y de clero bajo, sin discrepancias atribuibles: a riqueza o aristocracia de cuna,
salvo muy contados casos, se unió a su Obispo y a la nobleza criolla, para proclamar la
emancipación.
9. Véase Padre Luis Octavio Proaño, “Historia de la Orden Mercedaria en el siglo XIX”.
10. Julio Tobar Donoso , La Iglesia Modeladora de la Nacionalidad.
11. Padre José María Vargas “Historia de la Iglesia en el Patronato Español”.
12. Julio Tobar Donoso, La Iglesia Modeladora de la Nacionalidad.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 253
obispo, un español hecho para la lucha, el limo, don Leonardo Santander y Villavicencio,
antípoda del limo, señor Cuero y Caicedo, luz del patriotismo ecuatoriano. Había llegado
al clero la hora de enmudecer. No se acallan, sin embargo, de manera perenne los gran-
des clamores del alma humana, sobre todo cuando juntan dos nombres sagrados: Patria y
Dios. España podía estar satisfecha de haber inspirado tan excelsos ideales.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 255
PROCESO PENAL
EN CONTRA DEL PROCER
MANUEL RODRIGUEZ DE QUIROGA
Amílcar Tapia Tamayo*
“A fines de 1809 había hecho el conde Ruiz de Castilla una pesquisa general
de los reos de la primera revolución á pesar de la palabra que habia dado
á los revoltosos de cubrir con un denso velo sus pasados desaciertos. Mas
de setenta habian sido encerrados en estrechas prisiones; pero con el ausilio
de su familias logró don Pedro Montufar fugarse de la cárcel, i varios de los
iniciados pudieron sustraerse á la persecución. Puestos de acuerdo todos los
partidarios, proyectaron otra conspiración de consecuencias mas trascenden-
tales. No era posible que unos hombres ya constituidos en el último grado de
compromiso, i relacionados en toda la provincia por su ilustre nacimiento, por
sus riquezas, i por su poderoso influjo sobre la plebe ignorante, permaneciesen
tranquilos espectadores del triunfo de sus contrarios, i que dejasen de empe-
ñarse en nuevas aunque temerarias para adquirir la libertad, i hacer triunfar
la causa…”1
Uno de los prisioneros era el doctor Manuel Rodríguez de Quiroga, de quien el inglés Wi-
lliam Bennet Stevenson -que llega a Quito en 1808 en calidad de secretario del Conde Ruiz
de Castilla, don Manuel de Urriez cuando es nombrado Presidente de la Real Audiencia,
afrontando prontamente la primera insurrección independentista de América Hispana-,
habla en 1825 cuando publica en Londres sus memorias sobre los sucesos de Quito ocurri-
dos entre 1808 y 18102.
* Realizó sus estudios superiores en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Facultad de Ciencias Humanas,
Doctor en Historia. Funcionario público en varias instituciones, ex subsecretario de Educación, Gobierno, asesor
de varios ministros de Estado. Consultor en organismos nacionales e internacionales, profesor de la Pontificia
Universidad Católica del Ecuador y la Sede en Ibarra, miembro de las Academias Nacional de Historia, Historia
Eclesiástica Ecuatoriana, Academia de Historia de Colombia, SEIHGE, INHEPOL, Confraternidad Bolivariana de
América, Sociedad Bolivariana del Ecuador, Sociedad Bolivariana de Boyacá, Centro de Estudios Americanos de
México y otras instituciones. Articulista de diarios El Comercio, El Universo, La Hora, Diario del Norte, la Verdad,
La Prensa. Autor de 32 libros sobre temas de investigación histórica y social. Actualmente asesor de la Comisión de
Fiscalización y Legislación de la Asamblea Nacional en la oficina del asambleísta nacional Pedro de la Cruz.
1. Mariano Torrente, “Historia de la revolución hispano-americana”, Madrid, 1830.
2. William Bennet Stevenson, “Historical and descriptive narrative of twenty years´residence in South America”, trad.
Íñigo Salvador Crespo, Londres, Edimburgo, 1829.
256 A m í l c a r Ta p i a Ta m a y o
PROCESO PENAL EN CONTRA DEL PROCER MANUEL RODRIGUEZ DE QUIROGA
Cuando arribó el nuevo presidente, Morales supuso que le restituirían su cargo; sin em-
bargo, el Conde Ruiz de Castilla llegó acompañado de un joven abogado llamado Tomás de
Arrechaga, a quien se le confirió el cargo de Secretario de Gobierno, con lo cual terminaron
sus legítimas aspiraciones.
En estas circunstancias, conocieron la grave situación política por la que atravesaba Es-
paña, cuando el monarca español Fernando Séptimo había sido apresado por Napoleón
Bonaparte en la localidad de Bayona. Esta noticia permitió reflexionar a Morales, Quiroga,
capitán Salinas, presbítero Riofrío y otros, a los que prontamente se les conocerá como “in-
surgentes” en razón de que argüían de que el pueblo de Quito debería reasumir el gobierno
ante la ausencia del soberano; por lo tanto, a criterio de los complotados, las autoridades
realistas de Quito ejercían un mandato espúreo, ya que desaparecido el poder del rey,
dejaban ellos de ser dignatarios, correspondiéndole, en consecuencia, al pueblo asumir la
regencia, para lo cual debía designar a sus legítimos representantes.
Este plan fue concebido en la reunión de Navidad efectuada en una hacienda en el valle de
los Chillos el 25 de diciembre de 1808, bajo la dirección de Juan Pío Montúfar, Marqués de
Selva Alegre, plan que fracasó por cuanto fueron denunciados ante Francisco Javier Man-
zanos, asesor general de la Audiencia, razón por la que apresaron en febrero de 1809 al
Marqués de Selva Alegre y junto con él a Juan de Salinas, Juan de Dios Morales, el presbíte-
ro Pablo Riofrío y Manuel Rodríguez de Quiroga, siendo enviados al convento de la Merced
de Quito bajo estrictas medidas de seguridad
El presidente de la Audiencia nombró a Pedro Muñoz como secretario privado para tomar
declaraciones lo más reservadas posibles, ya que se pretendía guardar la más absoluta
discreción para evitar llegara a conocimiento del público. Por este motivo, ninguna perso-
na podía ver a los prisioneros, ya que ni siquiera se permitió la ayuda de un amanuense,
llegando al extremo de imponer extremas medidas de seguridad.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 257
Ninguno de los complotados cesó en sus empeños, tal es así que en la mañana del 10 de
agosto de 1809 le fue entregada una carta al conde Ruiz de Castilla que decía:
Pasarían varios meses en los cuales la revolución sufrió algunos reveses debido a la reacción
de las autoridades españolas, particularmente de los virreyes de Lima y Bogotá, quienes
se aprestaron a sofocar esta rebelión a la que consideraban temeraria y nefasta para los
intereses de la corona en esta parte de América.
Uno de los primeros fracasos fue la falta de adhesión de los cabildos particularmente de
Cuenca y Guayaquil, cuyas autoridades se declararon fieles al monarca español. Por otro
lado, cuando los nuevos dignatarios pretendieron imponer su autoridad mediante incur-
siones hacia Pasto, fueron derrotados por tropas comandadas por Miguel Nieto, quienes
vencieron a los quiteños en el paso de Funes el 16 de octubre del mismo año 1809.
Antes de este colapso, el marqués de Selva Alegre previniendo graves consecuencias, optó
por renunciar a la Presidencia de la Junta, nombrando como su reemplazo a José Gue-
rrero, quien luego del fracaso contra Pasto, propuso al conde Ruiz de Castilla restituirle la
presidencia con la condición de que subsista la Junta. El jefe español aceptó la propuesta,
3. Ibíd.
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PROCESO PENAL EN CONTRA DEL PROCER MANUEL RODRIGUEZ DE QUIROGA
prometiendo además que intercedería ante el virrey del Perú para que no se tomen re-
presalias contra ninguno de quienes participaron en este movimiento, respetando vidas,
empleos y propiedades. Este acuerdo se firmó el 26 de octubre del mismo año.
Ruiz de Castilla dispuso que las tropas realistas que habían llegado desde Cuenca al man-
do del gobernador Melchor de Aymerich regresaran a su lugar de origen. Este militar
comandaba una tropa compuesta por dos mil hombres y estaba dispuesto a castigar a los
insurgentes quiteños, sin embargo, Ruiz de Castilla se impuso y logró que se acataran sus
órdenes.
Casi al mismo tiempo, llegaron de Lima más de ochocientos soldados al mando del coronel
Manuel Arredondo, marqués de San Juan Nepomuceno. Entonces Ruiz de Castilla olvidán-
dose de sus promesas y en razón de las instancias de Tomás de Aréchaga, mandó el 4 de
diciembre a tomar prisioneros a todos cuantos se habían complotado en el movimiento del
10 de agosto. Para ello, el oidor Felipe Fuertes fue designado juez para las actuaciones y
Tomás de Aréchaga fiscal o acusador.
Prontamente fueron tomados prisioneros Morales, Salinas, Quiroga y más de sesenta per-
sonas y conducidos a lúgubres calabozos. Pocos pudieron escapar, entre ellos el marqués
de Selva Alegre y Juan Larrea, quienes debieron ocultarse en los más recónditos lugares
para evitar su captura y encarcelamiento.
1ª.- Preguntado como se llama, de dónde es natural, qué estado, oficio o em-
pleo tiene y su edad ? Dijo: Que aunque podía proponer una declaratoria de
jurisdicción justa, legítima y competente, excuca hacerlo ya que por las tristes
consecuencias en que se halla constituido y considera por tanto ser inútil y
perdido todo remedio legal; ya también porque no se crea que a sombra de un
efugio pretende impedir el examen de conducta, procede desde luego a evacuar
su confesión en la manera siguiente, sin que se entienda perjudicarse ante las
autoridades competentes y legítimas donde compareciese el proceso. Dice lla-
marse Don Manuel Rodríguez de Quiroga, natural de la ciudad de La Plata en
el Perú, de treinta y cinco años de edad, poco más o menos, de oficio Abogado,
de estado soltero. Y responde.
5…/
innumerable con la calidad de compromisos suscribió la Acta en que no puso
firma alguna el confesante sino en la ratificación general del diez y seis de
Agosto celebrado en el Convento de San Agustín, en que se halla su firma entre
las muchas de todo el vecindario, Cabildos, Comunidades, Prelados de ellas,
cuerpos políticos, nobleza y demás habitantes. Que para la formación de dicha
Acta, los tratamientos, forma de Gobierno y demás que comprende, ni intervino
el confesante, material ni formalmente, ni presentó la pluma, dictamen o con-
sejo, pues lo extendió cundo fue pública, siendo notorio que el Doctor Juan de
Dios Morales la extendió por las razones o motivos de que deberá dar razón él
mismo. Y responde.
Justicia que se le confió y ha servicio. Dijo: Que se ratifica en lo que tiene dicho
y en comprobación de ello expone, que ni ahora ni en la causa anterior faltó
a la religión del juramento, pues consta de aquellos autos y de su confesión a
que se remite, como también consta al Señor Oidor y Juez actual que le tomó
la confesión, que no le hizo cargo ninguno en ella tocante al premeditado pro-
yecto, expresando que cuanto a este no le resultaba cargo al confesante, pues
los que se le hicieron se contrajeron sólo a la imputación de que había dicho
el exponente, no debía darse el donativo pedido, ni remitirse los caudales del
situado, cuyos particulares resultaron falsificados ahí mismo, y como se dice
exactis, en cuya virtud el Ministerio Fiscal lo calificó de inocente y fiel vasallo.
Que aunque en la declaración preventiva se le preguntó en general tocante a
algunos papeles o designios en caso de que la España fuese tomada por los
franceses y no existiese el Soberano; respondió que los ignoraba como de facto
los ignoró siendo constante que este cargo fue sólo propio y peculiar del Capi-
tán Don Juan Salinas a quien se le atribuyó. Que en haber admitido y ejercido
el empleo del Ministerio que se le confirió, no hizo más que la que hicieron los
demás Vocales y tantos otros empleados en diversas funciones que se hacían
libres, creyendo de buena fe el confesante que en cualquiera destino en que se
hubiese ocupado, había un servicio a Dios, al Rey y a la Patria, cuyos objetos se
le pusieron por delante y se sujetó a la autoridad y recomendación de tan res-
petables nombres, concibiendo sencillamente que eran santos, buenos y justos
estos fines. Últimamente, que este destino no se le comunicaron de antemano ni
lo supo con prevención anterior. Y responde.
6…/
toma de Madrid y que José Bonaparte mandaba en él como Rey; que entonces
se creyó haber llegado el caso de la hipótesis, pensándose en la revolución y
ejecutándola; diga clara e individualmente lo que sucedió, a que está obligado
bajo la religión del juramento. Dijo: Que en conformidad a lo que tiene jurado,
ni sabe, ni tiene motivo de responder por los pensamientos, ideas o designios de
otras personas; pues, si se han proyectado o no planes desde la prisión del Rey
Nuestro Señor, ni consta ni puede justificársele al confesante haber sido autor
o tenido parte en ellos. Que la complicidad que se le quiso atribuir en el plan
hipotético de Don Juan Salinas, ni se le probó como queda dicho en la pregunta,
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 261
6ª.- Repreguntado, deducirse del cargo anterior, que los complicados en aque-
llas causas formó y tuvo principio en el mes de Febrero de este año por el plan
de nuevo Gobierno, no tuvo efecto en aquella época por la vigilancia de la Pre-
sidencia y aunque como queda dicho, el confesante manifestase por entonces
su indemnidad, aparece no haberlo ignorado que fue uno de sus autores y que
posteriormente ha sido sabedor de la mudanza de Gobierno y erección de la
dicha Suprema Junta, de los motivos en que se fundaba la rebelión, como que
consta de un acta extendida por el confesante, en que se analizan por menor
y la declaración de los que precedieron para que cesasen a sus empleados
las autoridades legítimas nombradas por nuestro Rey y Señor Don Fernando
Séptimo, confiese la verdad. Dijo: Que se ratifica una y mil veces, que antes
de la revolución, cuya época debe considerarse y no la posterior, ignoró total-
mente, cuando, cómo, ni por qué debía hacerse; siendo cierto que la Acta, en
que se analizan los motivos es muy posterior al hecho y en tiempo que iba a
constituirse Presidente de dicha Junta el Excmo. Señor Conde Ruiz de Castilla,
cuyos puntos se le mandaron extender por los señores Vocales de ella, orde-
nándole verbalmente y con instancia, no omitiese ninguno de los fundamentos,
a cuyo efecto le pusieron por delante, dos instrucciones por escrito del Doctor
Morales y Don Juan de Larrea, lo que le consta al Oficial que escribió el borra-
dor, que lo fue Don Bernardo Estrella y omitió muchos particulares de dichas
instrucciones, por impertinentes. Que finalmente, la prueba auténtica de no ser
dicha acta obra parcial y sola del confesante, es hallarse suscrita por todos los
de la Junta, siendo él de los penúltimos que la firmaron. Que este hecho, como
posterior nada arguye contra su conducta antecedente, puesto que en el tiempo
que se hicieron públicos los motivos, nadie dejó de saberlos. Y responde.
7…/
7ª.-Se le reconviene, que aunque dicha acta fue posterior al establecimiento de
la Junta, como que es de fecha 12 de Octubre y firmada por sus Vocales, resulta
la presunción de que para su extensión se valdría de la persona que impuesta
bien de los motivos que precedieron, los individualizase para cohonestar la le-
262 A m í l c a r Ta p i a Ta m a y o
PROCESO PENAL EN CONTRA DEL PROCER MANUEL RODRIGUEZ DE QUIROGA
8ª.- Se le hace cargo, cómo persiste negativo, cuando está plenamente justi-
ficado que el confesante asistió en la noche del 9 de Agosto a casa de Doña
Manuela Cañizares, con otros varios principales autores que habían premedi-
tado la revolución, donde reunidos y congregados y atrayéndose a otros para
verificarla, la realizaron en efecto, dirigiéndose al Cuartel y apoderándose de
las armas, para lo que, y que no hubiese resistencia, sedujeron a los soldados
con dinero y falsos datos acerca del estado de la España, desde cuyo momen-
to hechos dueños de la única fuerza, depusieron a las autoridades legítimas,
substituyendo la Junta referida, y como el acta popular fuese extendida en
aquella dicha noche, según lo convence el proceso, no pudo menos que llegar
a noticia del confesante que fue uno de los ejecutores; se le apercibe, diga la
verdad puntualizando quien o quienes concurrieron a poner en obra el plan
del nuevo Gobierno, los que fueron principales cabezas, cuáles lo hicieron vo-
luntariamente y quiénes por seducción o engaño, como cualquiera que hubie-
se prestado ayuda o consejo. Dijo: Que concurriendo a dicha casa a su tertulia
ordinaria, pasó aquella noche antes de las siete y media, solo y sin compañía
y manteniéndose en conversación con Don Ramón Egas, su madama y los de
la casa que habían ido como parientes a visitarla según lo tenían por costum-
bre se introdujo a las 8 de la noche una considerable porción de gente armada,
que sorprendió tanto a los dueños de la casa como a los que se hallaban de
visita y al Presbítero Castelo, que como vivía en una pieza contigua, fue igual-
mente sorprendido de la novedad. Que no dejando salir a nadie y concurrien-
do a cada instante más gente, cuyo considerable número no puede individua-
lizar pues ocuparon todas las piezas, la grada y según entiende, el patio, se
mantuvieron hasta las once de la noche, en cuyo estado sacó el Dr. Don Juan
de Dios Morales la acta y demás papeles que sin duda venían ya acordados
con todo el pueblo, pues 195 que se hallaron suscribieron y firmaron como Re-
presentantes de sus barrios. Entonces fue que vio y supo por la primera vez el
confesante la insinuada novedad, como también los fundamentos que venían
en otro papel y leyó el mismo Dr. Morales. Que evacuadas las suscripciones,
en que no entró el confesante, y dadas las doce, vino un soldado o cabo, que
ignora, y avisó desde la calle que estaba todo pronto y fuese el Capitán Don
Juan Salinas, con lo cual se marchó solo y sin compañía, ya una hora volvió
otro soldado a llamar a los demás. Con esto marcharon todos y hallaron el
Cuartel iluminado y toda la tropa sobre las armas, la cual al entrar el pueblo
exclamó dos veces con las voces de Viva el Rey. Que por consiguiente conoció
que estaba dispuesto todo y no vio que precediese seducción en
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 263
8…/
aquel rato por persona alguna; pues no medio fuerza, engaño ni soborno a su
vista, cuando todo lo encontró hecho. Que formada la tropa con las armas, leyó
el mismo Dr. Morales el Manifiesto y la Acta del Pueblo, en que se constituía la
Junta y se alteraba el Gobierno; a que contestó la tropa con otra aclamación, de
Viva el Rey y la Patria. Evacuado esto, destacándose varios piquetes a verificar
el arresto, en que el confesante tampoco intervino ni como ejecutor, ni como
consejero, ni en forma alguna. Y entre el número inmenso de tanta gente haría
toda la tropa sobre las armas, la cual al entrar el pueblo exclamó dos veces
con las voces de Viva el Rey. Que por consiguiente conoció que estaba dispuesto
todo y no vio que precediese seducción en aquel rato por persona alguna; pues
no medió fuerza, engaño ni soborno a la vista, cuando todo lo encontró hecho.
Que formada la tropa con las armas, leyó el mismo Dr. Morales el Manifiesto
y la Acta del Pueblo, en que se constituía la Junta y se alteraba el Gobierno; a
que contestó la tropa con otra aclamación de Viva el Rey y la Patria. Evacuado
esto, destacándose varios piquetes a verificar el arresto, en que el confesante
tampoco intervino ni como ejecutor, ni como consejero, ni en forma alguna.
Y entre el número inmenso de tanta gente haría agravio notorio si señalase
particularmente este o aquel sujeto, no constándole cuáles de ellos eran los
principales, cuando a su entender ya lo que vió, halló que todos generalmente
procedieron con igualdad en sus operaciones. Que el Dr. Morales que tuvo los
papeles deberá decir quienes fueron. Y responde.
10ª.- Como insiste negativo, cuando de la Oda que se le manifestó y está se-
ñalada con el No. 1, hallada entre los papeles del confesante en el registro y
embargo que se ha hecho de ellos y trabajada sin duda por él mismo, como que
poseía la poesía, en que, hablando a Quito, esfuerza a sus hijos a la mudanza
de Gobierno por las razones que expresa dirigiéndose al último a Salinas por la
acción que iba al practicar de apoderarse de las armas, lo intitula fiel soldado,
cuando en ella cometió delito de alta traición. Dijo: Que no puede presentarse
prueba más auténtica, más clara ni más decisiva de la buena fe, sinceridad,
264 A m í l c a r Ta p i a Ta m a y o
PROCESO PENAL EN CONTRA DEL PROCER MANUEL RODRIGUEZ DE QUIROGA
9…./
Panamá, al mando del Capitán y Comandante Don Juan Salinas, como es noto-
rio a: guardar, según se dijo, aquella plaza del ataque de los ingleses que se te-
mía por la toma que acababan de hacer de Buenos Aires, como bien claramente
se deja ver en dicha Oda. Que el expresado señor Carondelet, mandó sacar va-
rias copias de ella, que remitió a las Superioridades de Lima y Santa Fe, entre
otras poesías que se hicieron al efecto. Que por este respecto y para alentar la
tropa al Real servicio y al desempeño de sus obligaciones hizo dicha Oda ahora
tres años y no dudó elogiar al Comandante de dicha Expedición, para animar
su valor por tan noble causa. Y responde.
11ª.- Preguntado, por qué trata de implicar la generalidad del pueblo en la for-
mación de dicha Junta para conseguir de este modo intimidad con aquel, que
no tuvo facultad de dirigirla, porque estando jurado por esta Ciudad a Don Fer-
nando Séptimo por nuestro Rey y toda su Dinastía, no llegó el caso de reasumir
aquel poder alguno que sólo le concede la Ley de Partida, a falta de sucesión
en la familia reinante, pero al presente debe prescindir de esta cuestión porque
no fue este pueblo el que hizo la revolución sino unos cuantos sujetos, los más
de la hez de él, que alzándose contra la soberanía en la noche del 9 de Agosto,
la practicaron y ejecutaron en la forma referida y, para que se entere el confe-
sante de ellos, se le leerá la lista que obra en estos autos para que recordando
la memoria, confiese lo que se le pregunta a que está obligado en fuerza de
juramento. Dijo: Que como tiene expuesto, es cosa fuerte se le impute a sólo el
confesante un hecho que se dice abiertamente ser ejecutado por muchos, pero
entrando en la sustancia y espíritu del cargo, vendría bien y podría argüirse
como un delito de alta traición, si el pueblo de Quito en este acontecimiento hu-
biese jurado a otro Rey ni otra familia que al Señor Don Fernando Séptimo y su
Real Dinastía; expresando en formales palabras en el juramento que se celebró
en la Iglesia Catedral el día 17 de Agosto, no por la hez del pueblo, sino por
todos los cuerpos políticos, clero secular y regular, nobleza y vecindario ilustre,
en manos del Prelado Diocesano que recibió los juramentos; y se protestó con la
vida y con la sangre morir pro la pureza, bondad y conservación de la religión
Católica, por el vasallaje al Señor Don Fernando Séptimo, a quien se le juró por
único y legítimo Soberano y a su Real Familia y, finalmente, hacer todo el bien
posible a la nación y a la Patria, cuyos tres puntos contuvo el juramento, objeto
de la nueva Constitución. En esta conformidad, si el pueblo de Quito
nando Séptimo por nuestro Rey y toda su Dinastía, no llegó el caso de reasumir
aquel poder alguno que sólo le concede la Ley de Partida, a falta de sucesión en
la familia reinante, pero al presente debe prescindirse de esta cuestión porque
no fue este pueblo el que hizo la revolución sino unos cuantos sujetos, los más
de la hez de él, que alzándose con la soberanía en la noche del 9 de Agosto, la
practicaron y ejecutaron en la forma referida y, para que se entere el confe-
sante de ellos, se e leerá la lista que obra en estos autos, para que recordando
la memoria, confiese lo que se le pregunta a que está obligado en fuerza del
juramento. Dijo: Que como tiene expuesto, es cosa fuerte se le impute a sólo el
confesante un hecho que se dice abiertamente ser ejecutado por muchos, pero
entrando en la sustancia y espíritu del cargo, vendría bien y podría argüirse
como un delito de alta traición, si el pueblo de Quito en este acaecimiento hu-
biese jurado a otro Rey ni otra
10…/
familia que al Señor Don Fernando Séptimo y su Real Dinastía; expresando en
formales palabras en el juramento que se celebró en la Iglesia Catedral el día
17 de Agosto, no por la hez del pueblo, sino por todos los cuerpos políticos, clero
secular y regular, nobleza y vecindario ilustre, en manos del Prelado Diocesano
que recibió los juramentos; y se protestó con la vida y con la sangre morir por la
pureza, bondad y conservación de la Religión Católica, por el vasallaje al Señor
Don Fernando Séptimo, a quien se le juró por único y legítimo Soberano ya su
Real Familia y, finalmente, hacer todo el bien posible a la Nación y a la Patria,
cuyos tres puntos contuvo el juramento, objeto de la nueva Constitución. En
esta conformidad, si el pueblo de Quito reasumió la facultad suprema, fue por
tan santo objeto, imitando la conducta de las Provincias de España que hicieron
otro tanto, en especial el Principado de Asturias, que por iguales circunstan-
cias y por sólo el temor de caer en la dominación francesa, declaró en una Acta
semejante a la de Quito, hecha en Mayo del año pasado de 1808, que reasumía
en sí la soberanía y declaraba residir en su Junta toda la potestad suprema,
entre tanto se restituyese al Trono el señor pon Fernando Séptimo o alguno de
su Real Familia, que es lo mismo que se ha practicado y hecho en Quito.
Que en cuanto a haberse practicado y formado la dicha Junta por pocos, como
se dice, ella lo fue por un pueblo considerable, pero no tomó todo el lleno de su
autoridad y sanción, sino por la ratificación pública y solemne que hizo lo más
ilustre y distinguido de la Ciudad, en la Acta del 16 de Agosto en San Agustín,
firmada por el universo vecindario, en que se deja ver que lo hizo todo el pue-
blo; pues los hechos toman su valor de las ratificaciones, no siendo presumible
que tantos cuerpos ilustres ratificaran y suscribieran un hecho notoriamente
inicuo como se supone ejecutado por la hez del pueblo a quien pudieron y de-
bieron repeler y despreciar siendo la acción criminosa y traidora, siendo así
que el confesante provocó a todos en alto a que objetasen lo que tuviesen por
conveniente, dejándoles en libertad de hacerlo y nadie respondió, sino con acla-
maciones de júbilo y ratificaciones públicas, cuerpo por cuerpo y por sus jefes
respectivos. Con que se le arguye al confesante un cargo que es de la generali-
dad de todos. Y responde.
266 A m í l c a r Ta p i a Ta m a y o
PROCESO PENAL EN CONTRA DEL PROCER MANUEL RODRIGUEZ DE QUIROGA
11…/
poder de sus respectivos barrios. Y que esa misma mudanza de Gobierno y, esta
revolución tal como fué, con todas sus circunstancias, fue la que ratificó toda la
Ciudad, sin óbice ni reparo alguno, ni corrección de algunos hechos particula-
res, pues la Acta la leyó en público y en voz clara e inteligente el Dr. Don Juan
de Dios Morales, en el General de San Agustín. Que si el confesante hubiese
promovido o sugerido la suspensión de los empleados y fuese idea suya, podría
desde luego imputársele el cargo y entonces lo absolvería el confesante; pero,
ninguna Ley ni derecho obligan a responder por cosas ajenas. Y responde.
12…/
14ª.- Preguntado, que aun bajo el especioso pretexto que se alega por el confe-
sante, de haber tenido facultad el pueblo para la elección de la Suprema Junta
con el objeto de no sujetarse a la tiránica dominación de Bonaparte, porque a la
verdad, lo que se pretende es cohonestarse con él, la dicha revolución, no sien-
do ciertos los temores de la anarquía que refiere en su citada Proclama, cuando
siempre ha existido un Poder Soberano a la cabeza de la nación reconocida:
por ella y ejerciendo sus funciones, en su nombre, las autoridades subalternas
y si siendo un dato fijo y constante que hecha la renuncia por el Rey y Señor
Don Carlos Cuarto, en el Príncipe dé Asturias y hoy nuestro amado Soberano,
formada la Suprema Junta de Sevilla, en las críticas circunstancias de haberse
internado los franceses en España por la cábala y engaño y apoderándose por
los mismos medios su pérfido Emperador, de la persona sagrada de nuestro
joven Monarca, tomó las medidas más sabias, prontas y oportunas para la
resistencia común del enemigo, la que fue reconocida por tal, única y suprema
depositaria en aquella fecha del sumo poder la misma que habiendo enviado
luego Diputados en su nombre a la América, se le prestó obediencia y subroga-
da en su lugar la Suprema Central compuesta legalmente de vocales de todos
los Reinos de España y de los de América, declaró por tal soberana y nacional
hasta entonces a la enunciada de Sevilla y reos de Estado a los que no la obe-
dezcan, en la Real Cédula de su erección; y habiendo sido ambas reconocidas
en todos los dominios americanos según sus diversos tiempos y obedecídoles
en esta misma Ciudad y sus Provincias, no puede decirse sin faltar a estos só-
lidos principios e incurrir en delito de insubordinación, haber tenido el pueblo
de Quito potestad para la creación y el establecimiento de la Suprema Junta,
no tocándole más que obedecer a la dicha Central que tenía jurada. Dijo: Que
268 A m í l c a r Ta p i a Ta m a y o
PROCESO PENAL EN CONTRA DEL PROCER MANUEL RODRIGUEZ DE QUIROGA
13…/
un reino que se creyó no existente. Por eso mismo consideró el confesante justa
y legal una acción que sería en obsequio de Dios, del Rey y de la Patria. Y res-
ponde.
15ª.- Reconvenido, que si la Suprema Junta Central ha sido extinguida, ni la
nación española ha quedado en tiempo alguno acéfala por ser indudable que
los representantes de los reinos que fueron subyugados por la fuerza de las ar-
mas por Napoleón Primero, lo dejaron de tener voz y voto en la Suprema Junta
Central, pues los mismos reinos, a pesar de la conquista y todos sus vecinos y
moradores sin distinción de clases ni estados han trabajado por libertarse de
la opresión del tirano, pudiendo decirse con verdad, que éste no ha estado en
quieta ni pacífica posesión de aquellas Provincias y que inmediatamente que
sus tropas salieron de un pueblo o una ciudad la perdían y, no siendo digno de
sus corazones sus representantes, conservaron el nombramiento e investidura
parra ayudar a sus reinos al mismo saludable objeto, procurarles la libertad, y
de consiguiente siempre ha existido en él, llena de su poder, la expresada Cen-
tral. Dijo: Que es excusada la reconvención, porque el confesante no cuestiona
ni disputa sobre la falta de personalidad y representación de los miembros
diputados por la conquista de sus provincias diputantes, sino que realmente
ha contemplado toda la Junta sojuzgada por las armas y sus vocales o presos
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 269
u oprimidos, fundándose para esto en una conjetura más que probable, que
apunté arriba, de estar perseguida por sus enemigos y no haberse sabido el
final éxito de su suerte, comprobándose esta conjetura con el hecho público de
haber mandado la Junta cerrar los puertos de América a los ingleses, según
se ha dicho de público; lo que induce la reflexión de hallarse definitivamente
subyugada, pues no de otra suerte se podría manejar con su generosa aliada,
la Inglaterra. Y responde.
14…/
otras, y no lo puedan hacer los pueblos de América, siendo en éstas delito de
alta traición lo mismo que en aquellas, fue una heroica virtud. Que en cuanto
a las noticias auténticas que se citan, las ha ignorado absolutamente el con-
fesante y no han llegado a su noticia sino las contrarias, mayormente cuando
muchas que se han dado por constantes y seguras y como tales se han solemni-
zado con luminarias y repiques, han sido inmediatamente falsificadas por otras
contrarias de mayor autenticidad, lo que ha sido bastante para inducir una
racional desconfianza y un justo temor de intrigas y seducciones. Y responde.
19ª.-Se le hace cargo de que refiriendo la Ley de Partida, los casos por qué se
comete el delito de traición; uno de ellos es, si alguno se trabajase de hecho o
de consejo que alguna tierra o gente que obedeciese a su Rey se alzase contra
él, o que no le obedeciese tan bien como solía, en el que ha incurrido el confe-
sante como Miembro de la Suprema Junta y Ministro de Gracia y Justicia de
élla, seduciendo a las demás Provincias y reinos de América, dirigiendo a sus
Jefes y Cabildos las actas de su erección y varios papeles a unos para que la
obedeciesen ya otros invitándoles parra que las creasen por sí; prometiendo a
los primeros varias gracias y premios propios de la soberanía cuya conducta
manifiesta bien a las claras, que la idea era el aspirar a la independencia de
esta Provincia y demás reinos de la América, de la Metrópoli encubriéndola
con el nombre del Señor Don Fernando Séptimo, porque siendo el proyecto en
sí difícil y
15…/
arriesgado, si no se conseguía por la oposición de las Provincias como ha su-
cedido lograr la impunidad que hace mayor el crimen. Dijo: Que no habiéndose
alzado esta tierra contra el Rey nuestro Señor, ni dejado de obedecerle como
Señor; pues los accidentes no varían la sustancia de las cosas. No estamos en
el caso de la ley citada, ni en manera a1guna es aplicable a las circunstancias
del día que siendo tan extraordinarias y graves, han estado fuera de alcance
de las leyes, pues según este concepto también se diría, que las Juntas de Es-
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 271
paña se han alzado contra el Rey porque han tratado mandar por sí. Que es
falso, falsísimo haya seducido el confesante otras Provincias, ni remitido las
copias de las actas, ni otros ofrecimientos y mercedes, ni como Miembro de la
Junta, ni como Ministro de élla, ni como simple particular; pues sin embargo de
tener muchos corresponsales en Cuenca, Guayaquil, Barbacoas y otras partes,
a nadie escribió una letra, ni les comunicó cosa alguna; si no es, una u otra
contestación a las muchísimas enhorabuenas que le enviaron. Que la revisión
de dichas actas tampoco fue obra de la Junta, sino sólo del que hacía de su
Presidente, entre cuyos papeles sabe que incluyó su Proclama, mandándola
imprimir dicho Presidente a su costa y sin que tuviese intervención ninguna en
ello el confesante. Y responde.
20ª.- Se le reconviene constar de estos autos que dichos papeles fueron exa-
minados por la Junta y con su aprobación se circularon a los Cabildos, par-
ticipándoles la novedad ocurrida en ésta por la formación de la Junta, y por
el papel señalado con el Nº 2, escrito de letra del confesante, dirigidos, según
da a entender su contexto, al Reverendo Obispo de Cuenca, para la unión de
aquella Provincia y sujeción a la referida Junta; en que le presenta los motivos
de interés recíproco y, caso de oponerse, le amenaza con el fuego y la espada,
infiriendo ser del ánimo del confesante, la conquista a todo trance de los pue-
blos que no se sometiesen voluntarios y de constituir unas fuerzas respetables,
capaces de oponerse a las Provincias leales que quisiesen hacerlos entrar en
sus deberes. Dijo: Que visto dicho papel de facto está de su letra:, manos las
entrerenglonaduras que sé hallan; pero que está firme en que ni lo remitió ni
lo subscribió; porque, o bien fue un mero proyecto que no tuvo efecto, como es
fácil convencerse presentándole al confesante los originales subscritos por él
y remitidos a sus destinos, a que está muy seguro o bien fue un papel simple y
de pura idea que nada obra porque no se dirigió a ninguna parte y pudo acaso
habérsele dictado por el Dr. Morales, de cuya letra parecen ser las entrerenglo-
naduras, así como escribió una u otra orden dictada. Y responde.
4. Tomado del libro “Procesos a los Patriotas”.- Revolución de Quito. 1809. Folio vuelto 13. Pág. 10 y siguientes.- Tomo
VII.
272 A m í l c a r Ta p i a Ta m a y o
PROCESO PENAL EN CONTRA DEL PROCER MANUEL RODRIGUEZ DE QUIROGA
Corolario:
Luego de leer y analizar la confesión del doctor Manuel Rodríguez de Quiroga, no deja de
causar una profunda impresión en el ánimo de quien lo hace, toda vez que la verticalidad,
la profundidad de sus aseveraciones y sobre todo la convicción de sus ideales, hacen que
este documento se convierta en una sabia lección de patriotismo y amor por los principios
libertarios que pregonó Rodríguez de Quiroga.
Podrá haber sido un personaje que dejó alguna tacha en su conducta: su impetuosidad
exaltada, su rebeldía inquieta, su aparente individualismo; sin embargo, nos ha marcado
para siempre con la impronta gloriosa de su gesto que culminó con la entrega de su vida en
la masacre del 2 de agosto de 1810, en la que, junto con otros visionarios de la libertad, se-
llaron para siempre el panorama de la emancipación y dejaron abierto el camino expedito
para que Bolívar, el alfarero de naciones, concluyera su obra magistral, no sin antes haber
derramado lágrimas, sangre y sacrificios de millares de hombres amantes de la revolución
y la independencia.
Bibliografía
Fuentes secundarias
Fuentes primarias
Procesos a los Patriotas, Revolución de Quito, 1809. Folio vuelto 13. p.10 y siguientes.- Tomo VII
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 275
GUAYAQUIL Y LA REVOLUCIÓN
DE QUITO DE 1809
Benjamín Rosales Valenzuela*
Guayaquil formó parte de la Audiencia de Quito desde su erección en 1563, como también
lo hicieron Cuenca y Popayán. En la primera mitad del siglo XVIII, la Presidencia pasó a
ser parte del Virreinato de Santa Fe, primero temporalmente y luego en forma definitiva,
aunque las provincias de Guayaquil y Azuay nunca disminuyeron los intensos lazos co-
merciales, familiares y aún políticos que mantenían, por su cercanía, con el Virreinato del
Perú, del que la Audiencia formó parte durantes dos siglos. De hecho, Guayaquil, para su
mejor protección según las recomendaciones de Francisco Requena, regresó a depender
militarmente de Lima en 1802.
Eso no disminuía los lógicos nexos que Guayaquil tenia con la capital de la Presidencia de
Quito, una ciudad para entonces casi tres veces mayor que el puerto por que se realizaba la
mayor parte de su comercio exterior. Por esa dependencia de Guayaquil para su comercio
y transporte al virreinato del Perú y a la metrópoli española, los quiteños tenían relaciones
familiares y de amistad en Guayaquil. Por otro lado, los guayaquileños que querían hacer
estudios universitarios, debían ir a Quito o Lima, estrechando lazos entre el puerto y las
dos ciudades. Los que lo hacían en la capital de la Audiencia, entraron en contacto con las
ideas de la ilustración europea que eran estudiadas en la universidad quiteña. La existen-
cia de pensamiento vanguardista en Quito a fines del siglo XVIII ha sido confirmada con el
análisis de los libros de bibliotecas y pensums durante esa época. Ekkehart Keeding en la
obra “Surge la Nación” dice: “La lista de los libros utilizados por los Agustinos demuestra
en forma contundente que los estudios de claustros en Quito no esperaron el llamado de
reformas en las universidades españolas, dictado en 1771, para proveerse de literatura
moderna.” Sin duda resaltan en Quito el pensamiento y obras de Eugenio Espejo, en las
cuales advierte la exigencia del hombre moderno de tener autonomía intelectual y moral.
Pero Espejo no estuvo solo en la difusión de ideas modernas en Quito, el Obispo José Pérez
Calama y el Dr. Pedro Quiñónez impulsaron la secularización de la enseñanza universita-
* Se graduó en Bradley University en Peoria-Illinois de Ingeniero Industrial en el año de 1972, obtuvo en 1980 una
Maestría en Administración en el ISEA, se tituló de Licenciado en Diplomacia y Organizaciones Internacionales en
1984 en el Instituto de Diplomacia “Antonio Parra Velasco” de la Universidad de Guayaquil. Realizó el Programa
de Alta Dirección Empresarial del IDE en 1995 y obtuvo el Doctorado en Diplomacia y Ciencias Internacionales de
la Universidad de Guayaquil en el año de 1996 con la tesis doctoral: “Vía Ecuatoriana Interoceánica: Integración y
Desarrollo”. Ingresó como miembro correspondiente de la Academia Nacional de Historia en 1998 y desde el 2004
es individuo de Número de la Academia Nacional de Historia. Entre sus publicaciones destacan: “Un puerto de paz
y progreso”, y “José de Villamil y la independencia de Hispanoamérica”. Actualmente, además de realizar estudios
e investigaciones históricas, trabaja como miembro voluntario en la Junta de Beneficencia de Guayaquil, Director
del Capitulo Guayaquil de la Academia Nacional de Historia y en una empresa familiar agroindustrial y turística.
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ria, sobresalieron también los doctores Miguel Rodríguez y José Mejía, Fernando López y
José Clavijo en la intelectualidad quiteña que prepararon el camino para el diez de agosto
de 1809. También tuvieron contacto con ideas vanguardistas de republicanismo e inde-
pendencia, unos pocos guayaquileños con gran fortuna como Vicente Rocafuerte, podían
estudiar en Francia, que era la principal fuente de la ilustración europea.
La situación económica de Quito también influyó para que esta ciudad se adelantara a
otras americanas en su insurgencia contra las autoridades coloniales españolas. Desde la
mitad del siglo XVIII, la exportación de textiles desde los obrajes de Quito y su región a los
virreinatos del Perú y Santa Fé disminuyó sustancialmente. A modo de ilustración, en la
década de 1760 se exportaron a Lima vía Guayaquil, un promedio de 440 fardos anuales
de textiles, en la de 1780, 215 fardos y para fines de siglo XVIII, estas eran insignificantes.
La competencia de la producción industrial europea estaba desplazando a los textiles qui-
teños de los mercados que le habían dado prosperidad a comienzos de la colonia, y esto
sumió a Quito y su región, en una grave crisis económica que afectaba tanto a los nobles,
dueños de los grandes obrajes, como a los ciudadanos en general. Guayaquil y su provincia
por otro lado, estaban experimentando un crecimiento comercial excepcional gracias al
incremento de la producción cacaotera y de su exportación en el mercado mexicano y euro-
peo. Existiendo una gran variación anual en el precio y producción, podemos estimar que
el promedio anual del valor exportado se duplicó entre 1780 y 1800. Este desarrollo de la
región de Guayaquil lo evidenció el Gobernador Juan Urbina, cuando en 1803 comunicó al
Virrey del Perú lo siguiente: “su gran puerto está en el centro de una porción de países que
hacen de él un comercio muy activo, y el aliciente del cacao atrae embarcaciones grandes
que lo extraen…. cien mil cargas pueden reputarse de cosecha todos los años…. mantie-
nen a esta provincia en un estado de desahogo, y facilidad que no he notado en ninguna
otra de las muchas que he visitado en el vasto Continente Americano ...la población que
en la mayor parte de los países disminuye, aquí aumenta visiblemente….el año 1793 era
de 39 mil almas…en el pasado 1801, ascendió a 50 mil”1.
de la Universidad de Santo Tomás, fue uno de los patriotas que con mayor entusiasmo
hicieron la propaganda de la emancipación, desde comienzos del siglo XIX. Luego del
pronunciamiento revolucionario del cual fue uno de los inspiradores e instalada la Junta
Suprema de Gobierno, Juan Pablo Arenas fue nombrado Auditor General de Guerra. Se-
tenta y cuatro días se sostuvo la primera etapa del proceso revolucionario, porque el 25 de
octubre, ante la falta de apoyo de las provincias vecinas, el fracaso de la incursión militar a
Pasto y la aproximación de fuerzas realistas, el Conde Ruiz de Castilla fue reinstalado como
Presidente bajo la promesa de no afectar a los involucrados. No cumplieron los españoles
la palabra del Conde, el Dr. Arenas fue apresado y procesado junto a decenas de patriotas
quiteños, quienes, el fatídico 2 de agosto de 1810, fueron vilmente asesinados. Este guaya-
quileño fue participante directo de la revolución de Quito.
Vicente Rocafuerte, hijo de una adinerada familia guayaquileña, había estudiado en San
Germán en Laya, una afamada academia cerca de París, donde tuvo como compañeros se-
gún el propio Rocafuerte, a la juventud más florida de aquella época, siendo presentado y
admitido en la familia de Napoleón, y frecuentado los más brillantes salones. En la “ciudad
luz” entabló amistad con americanos como Simón Bolívar, Carlos Montúfar y Fernando
Toro, con quienes vislumbraban los días de Independencia de América. Rocafuerte relata
que regresó a Guayaquil en 1807 cuando tenía veinte y cuatro años, dedicándose a trabajar
en su propiedad de Naranjito. Luego de la muerte del Barón de Carondelet, su viuda viajó
al puerto de regreso a España acompañada por Juan de Dios Morales, quien había sido
Secretario del fallecido y querido Presidente de la Audiencia. Como el Dr. Morales se había
opuesto a que el Coronel Nieto, oficial español de mayor rango en la capital que estaba de
tránsito a Puno para ocupar la Intendencia, ocupase el mando de la Audiencia, cuando
este logró su objetivo, ordenó el arresto de su opositor. Al conocer esto la baronesa, le pi-
dió a Rocafuerte, a quien conocía porque le había traído correspondencia de Europa, que
refugiara a Morales, motivando que los dos criollos entablaran amistad y cruzaran ideas
libertarias en la hacienda del Naranjito. Relata Rocafuerte: “Morales y yo discutimos lar-
gamente la cuestión de la Independencia de la América, convinimos en que había llegado
el momento de establecerla; solo diferimos en los medios de llevarla a cabo, y de obtener
el mejor resultado. Yo era del sentir que esperáramos a formar y extender la opinión, por
medio de sociedades secretas, de extenderlas al Perú y a la Nueva Granada, para apo-
yarnos en tan poderosos auxiliares. El quiso todo lo contrario, y que en el acto mismo se
diese el grito de Independencia.”2
2. Vicente Rocafuerte “A la Nación”. Carta No. XI. Colección Universidad de Guayaquil. Nº 3, 1983. p. 166.
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bierno de los virreyes y de los Presidentes y Capitanes Generales; de ahí, las suplicas de
los insurgentes y las quejas al mismo Consejo de Regencia; de ahí el querer formar Juntas
a la manera como se formaban en España; de ahí una revolución, que si era contra las
autoridades españolas no era contra España; de ahí un Obispo que tomaba su parte en el
Gobierno revolucionario del miedo que se desmande; de ahí las rogativas, las procesiones,
las Misas para que tengamos la fiesta en paz y no haya derramamiento de sangre hermana;
de ahí, en fin, el que todas las quejas de los insurgentes se dirigieran al gobierno español.
Solo más tarde cuando el pueblo quiteño, el pueblo americano en general, sintió que no le
comprendían las Cortes y los monarquistas españoles, dio al traste con la Monarquía, que
se puso inaguantable en sus exigencias. En el grito del 10 de Agosto, como en todos los
movimientos de la América del Sur, no hubo revolución sino evolución. La revolución vino
después. La hicieron los mismos españoles.”3
En la conversación que Rocafuerte relató, vemos que él, aunque más joven, era más pru-
dente que Morales. Debió estar consciente que en Guayaquil no existían condiciones toda-
vía para apoyar la revolución, había que convencer a más gente. Era necesario hacer con-
tactos en los virreinatos, formar sociedades secretas como las de americanos en Europa,
para difundir las ideas independentistas en Lima y Bogotá. El Dr. Morales regresó a Quito,
a impulsar la revolución y liderar el grupo más radical. Morales como Quiroga, Salinas,
Riofrío y muchos otros patriotas de la revolución, murieron en aquella aciaga tarde del 2
de agosto de 1810.
3. José Gabriel Navarro, La Revolución de Quito del 10 de Agosto de 1809, pp. 166-167.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 279
entonces Quito sentía todo el peso de la opresión desencadenada por Arechaga y Arredon-
do.”4 Aparentemente el Gobernador de Guayaquil quería evitar excesivas represalias con-
tra los insurgentes y que se respete los acuerdos realizados, pero Ruiz de Castilla cambió
de actitud por influencia del fiscal y del comandante de las fuerzas de pardos peruanos.
Dice Navarro de Cucalón: “que cayó en desgracia tan completa que, después de haberle
recibido entre palmas y banquetes cuando fue llamado, salió de Quito aniquilado, perdió
la gobernación de Guayaquil y presidencia del Cuzco por el juicio de residencia que no se
concluyó sino el año 1814”.5
Recordemos que Vicente Rocafuerte le dijo a Juan de Dios Morales que era necesario am-
pliar las ideas independentistas en Lima y Bogotá, para asegurar el éxito de la revolución.
Quito se adelantó en la revolución de América, y la revolución fracasó trágica, aunque
heroicamente. A fines de 1812 todo estaba consumado, los afanes independentistas de la
capital de la Audiencia habían sido completamente aplastados. Sin embargo, el ejemplo de
los patriotas quiteños no quedó en el olvido, sirvió de inspiración para héroes como Simón
Bolívar y San Martín, que sacrificaron todo por la Independencia de la Patria Americana, y
miles de patriotas en Chile, Venezuela, Nueva Granada y toda América. Los guayaquileños
declararon la Independencia de la ciudad el 9 de octubre de 1820 y enseguida emprendie-
ron un gran esfuerzo militar y económico para la liberación definitiva de todo el territorio
de la Audiencia de Quito, de las opresoras fuerzas realistas. La victoria final se logró al pie
del Pichincha el 24 de mayo de 1822, con la participación de batallones conformados con
habitantes de lo que ahora es el Ecuador y los enviados por los libertadores Bolívar y San
4. Ibíd., p. 131.
5. Ibíd., p. 137.
6. Gral. José de Villamil, Reseña de los Acontecimientos Políticos y Militares de la Provincia de Guayaquil”, desde
1813 hasta 1824, Cronistas de la Independencia y de la República. BEC, vol. 17, p. 136.
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Bibliografía
Fuentes secundarias
Arosemena, Guillermo,
“El Comercio Exterior del Ecuador”, Periodo Colonial: La Audiencia de Quito, Vol. I, Guayaquil,
1992.
Cordero Íñiguez Juan,
Cuenca y el 10 de Agosto de 1809, Quito, UNAP, 2009.
Destruge, Camilo,
Controversia Histórica sobre la iniciativa de la Independencia Americana, Guayaquil, Librería e
Imprenta Gutenberg de Uzcátegui & Cia., 1909. (Publicación del programa Editorial de la Biblioteca
Municipal de Santiago de Guayaquil, 2008).
7. Camilo Destruge, Controversia Histórica sobre la iniciativa de la Independencia Americana, Guayaquil, Librería e
Imprenta Gutenberg de Uzcátegui & Cia, 1909. (Publicación del programa Editorial de la Biblioteca Municipal de
Santiago de Guayaquil , 2008), p. 94
8. Ibíd., p. 96
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 281
DICIEMBRE DE 1808
Hace doscientos años, en los últimos días de diciembre de 1808 se reunieron en el valle
de los Chillos algunos quiteños con el objeto de tomar una resolución de trascendencia:
a falta de una autoridad legítima en España, por la invasión de Napoleón Bonaparte, se
debía asumir el poder y empezar a demostrar que los españoles americanos eran capaces
de autogobernarse y de iniciar nuevos sistemas políticos con autonomía, sin dejar de reco-
nocer la autoridad legítima de Fernando VII, preso en Bayona, por disposición del árbitro
de Europa en ese entonces.
Sin lugar a dudas, estas reuniones hechas con disimulo, son los antecedentes más inme-
diatos para el desarrollo de los acontecimientos iniciados efectivamente el 10 de agosto de
1809. Por los documentos que hemos podido consultar, sabemos que uno de los complota-
dos, conversó discretamente con un fraile mercedario, quien traidoramente lo denunció,
para que se iniciara una investigación judicial, a cargo de fiscales y jueces de la Audiencia,
que terminó en un sobreseimiento por falta de pruebas.
Por la presión ideológica del obispo Andrés Quintián Ponte y Andrade, bien coordinada
con el poder político de Melchor Aymerich, gobernador de Cuenca, la ciudad se pronunció
abiertamente por liderar la oposición a la Junta Revolucionaria de Quito y desde el 16 de
agosto, fecha de arribo de la primera comunicación oficial de los cambios ocurridos en
Quito, comenzó la preparación de la resistencia y de un ejército que debía ir al norte a
sofocar a los alzados.
* Cronista de la ciudad. Subdirector de la Academia Nacional de Historia del Ecuador. Es Ph.D en Historia de América
por la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla, España. Ex Ministro de Educación. Autor de innumerables libros
de historia. Se ha desempeñado, como catedrático de Historia en las Universidades de Cuenca y del Azuay. Fue
fundador y Director del área cultural del Banco Central de Cuenca.
1. Tomado de la Introducción del libro “Cuenca y el 10 de Agosto de 1809”
284 Juan Cordero Iñiguez • CUENCA Y EL DIEZ DE AGOSTO DE 1809
Homenaje a Quito desde la ciudad de Cuenca
La transcripción de ese grupo de documentos reunidos por el Cabildo de Cuenca entre los
años 1809 y 1810, por sí solos, sin mayores comentarios, es un claro homenaje a Quito,
ciudad que inició e impulsó la liberación política de nuestro país, por el patriotismo y el
empuje de sus ciudadanos, sin contar con el apoyo de otras regiones de la patria que ofi-
cialmente más bien se opusieron franca y tenazmente, encabezadas por las autoridades de
Cuenca, Guayaquil y Popayán2.
El primer paso dado por Quito hacia el autogobierno y en un corto tiempo dirigido ya a la
independencia, impulsó no sólo la difícil conquista de la libertad de nuestra patria, sino que
lo fue también de otras en el mundo hispanoamericano. Fue una lucha valiente y heroica y
su conmemoración debe enorgullecer a todos los ecuatorianos, que con mejor conocimien-
to de la historia, llegaremos a ratificar que la frase concebida por el patriota chileno Camilo
Henríquez, testigo de los hechos ocurridos entre 1809 y 1812 es merecida, pues Quito fue
y es Luz de América.
Con el establecimiento de la Junta Suprema, organizada y planificada desde diciembre de
1808 y ejecutada entre el nueve y diez de agosto de 1809, se dio un paso fundamental:
demostrar que los españoles americanos estaban en capacidad de sustituir en el gobierno
a los españoles europeos o peninsulares, quienes se sentían hasta entonces con derecho
divino y humano para estar al frente de los más altos cargos públicos. La Junta de Quito,
en una coordinación armónica entre algunos vecinos y estantes de la urbe, que no tenían
representaciones políticas o burocráticas, optó por deponer a las autoridades de la Real
Audiencia, con el derecho que les asistía a falta de autoridad legítima en España. Y en esto
está lo esencial y lo nuevo, frente a los tímidos enfrentamientos sólo entre autoridades de
origen peninsular, como ocurrió en los movimientos de Chuquisaca y La Paz, unos meses
antes.
De la lectura de los documentos que transcribimos para la obra que hemos titulado Cuenca
y el Diez de Agosto de 1809, se pueden sacar algunas importantes conclusiones. El movi-
miento revolucionario fue organizado por criollos de Quito y de otros lugares de América
que residían en nuestra capital; que su iniciativa fue novedosa por ser un movimiento
planificado al margen de las autoridades, inclusive municipales, como rezaba el antiguo
derecho; que en el análisis jurídico, teológico y político renació la teoría de que el pueblo
debía retomar el poder a falta de una autoridad legítima, hasta llegar, en la mente de algu-
nos de los más avanzados, a rechazar claramente el derecho divino de los reyes; que hubo
incertidumbre en cuanto a la forma de gobierno, pues pesaba una tradición de trescientos
años a favor de la monarquía, por lo que aún se levantó la bandera del respeto y sujeción
a Fernando VII quien la ostentaba, aunque con indignidad, en aquellos torrentosos años
de la iniciación del siglo XIX; que fue una revolución de trascendencia continental, de lo
2. Los documentos son copias certificadas por los notarios y algunos se conocerán por primera vez, pues el libro de
cabildos de los años 1809 y 1810 está extraviado por lo menos desde 1920, año en el que lo pudo consultar Octavio
Cordero Palacios, quien cita fragmentos de algunas de las actas. La publicación que estamos haciendo, llena un
período importantísimo que va de agosto de 1809 hasta enero de 1810.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 285
que estaban conscientes las autoridades españolas, por lo que quisieron liquidarla violen-
tamente; que fue una revolución que transformó un sistema de gobierno, pues devino en
otros de orientación constitucional y republicana; y, en fin, que se la hizo con el sacrificio
de muchas vidas, terriblemente destruidas por las balas y las bayonetas de tropas llegadas
de los virreinatos vecinos y cuyo punto de partida es la masacre del dos de agosto de 1810.
Es, por lo tanto, un homenaje a todos los héroes del largo proceso que iniciado el 10 de
agosto de 1809 sólo culminó para nuestra patria el 24 de mayo de 1822.
También lo es para los pocos ciudadanos que simpatizaron o se vincularon en Cuenca con
los anhelos de la Junta Suprema de Quito, que sufrieron persecuciones y sentencias de
muerte por sus ideales políticos. Varios son de otras regiones como el cubano Francisco
(García) Calderón, funcionario de la reales cajas y padre de Abdón, nuestro héroe del
Pichincha. Sus bienes fueron confiscados, dejando en la mayor pobreza a su familia. Logró
la libertad cuando llegó el comisionado regio Carlos Montúfar, volvió a unirse al movi-
miento revolucionario hasta que fue derrotado y condenado a muerte en 1812. Su esposa
Manuela Garaicoa y sus hijos se trasladaron a vivir en Guayaquil, desde 18133; el quite-
ño Blas Santos, conductor del correo de la capital; José González, de profesión platero,
natural de Ibarra, vecino de Quito y transeúnte en Cuenca, sospechoso por sólo el hecho
de provenir de la capital; el quiteño Juan Antonio Terán, residente en Cuenca, acusado
de haber escrito una carta al marqués de Selva Alegre en la que opinó que era mejor ser
gobernados por patricios criollos que por europeos y por comunicar a la Junta de Quito lo
que ocurría en Cuenca; el payanés Joaquín Tobar, interventor de correos de Cuenca, por
poseer unos versos en contra de los criollos y otros de contestación, con críticas y burlas
a los chapetones; también se le acusó por emitir expresiones seductoras, por aprobar lo
ocurrido en Quito y por tener entre sus papeles una carta de Quiroga. Enfermó, se conta-
gió de tercianas, y en agonía se le trasladó al hospital donde murió. El bogotano Vicente
Melo, avecindado en Quito, portador de una carta, interceptada por los espías de Melchor
Aymerich, donde constaban algunos planes para incorporar a Cuenca en la revolución
quiteña de 1809, incluyendo la captura del gobernador. Hay que añadir en esta lista a los
veinticuatro soldados que llegaron a Cuenca, con el sargento Mariano Pozo, quien estuvo
vinculado con los preparativos del 10 de Agosto de 1809 y que llegó a Cuenca para renovar
a quienes habían cumplido su período de vigilancia en nuestra ciudad.
3. En el Archivo Histórico Municipal que reposa en el Museo Remigio Crespo Toral hay un libro de las sesiones de las
Juntas Administrativas que cubre los años de 1806 a 1851. Una antigua numeración lo signó con el N. 56. Allí cons-
tan los razonamientos de Francisco Calderón para oponerse a la entrega del dinero solicitado por Melchor Aymerich
en agosto de 1809. Su adhesión a la causa libertaria le llevó al martirio, pues fue fusilado el 3 de diciembre de 1812
en Ibarra.
286 Juan Cordero Iñiguez • CUENCA Y EL DIEZ DE AGOSTO DE 1809
Homenaje a Quito desde la ciudad de Cuenca
De entre los pocos cuencanos simpatizantes del movimiento libertario de 1809 sobresale
uno de gran nombradía en esa fecha, don Fernando Salazar y Piedra, quien ocasional-
mente firmaba también como Francisco Guerrero Salazar y Piedra, alcalde de primer voto
que se opuso, con Francisco Calderón, a entregar una suma solicitada por el gobernador,
por decisión de una Junta auxiliar del Cabildo, para cubrir lo primeros gastos en la orga-
nización de la defensa del realismo contra los revolucionarios de Quito. Tenía sesenta y un
años de edad cuando fue apresado y procesado, junto con Calderón y otros sospechosos.
Cuando su hermana Rosa intervino en el proceso, se le hizo saber que debía guardar per-
petuo silencio o de lo contrario se tomarían en su contra otras providencias que afectarían
sus bienes, su seguridad y su vida. Los presos fueron remitidos a Guayaquil, donde les
esperaba el apasionado realista Bartolomé Cucalón, gobernador de esa ciudad, para exhi-
birlos en público como traidores, luego encarcelarlos y vejarlos.
De la lectura de los documentos que pronto saldrán a luz, y de otros relacionados con estos
años iniciales de luchas heroicas, se pueden extraer otros nombres de personas que estu-
vieron por el cambio en esta hora difícil para la patria. He aquí algunos: Joaquín Vallejo;
quien después de dos meses de estar preso sin que se le tome una sola declaración, pidió su
libertad; Miguel Fernández de Córdova, oficial de las cajas reales por haber participado
en la redacción de los oficios enviados por Francisco Calderón, así como por haber dicho,
por declaración de testigos, que estaba bien quitarles el mando a los chapetones y por
haber redactado un diario con el registro de los acontecimientos que, según su criterio, lo
hacía siguiendo una tradición establecida desde tiempos atrás, como los viejos cronistas;
Juan José Aguilar, portador de una comunicación dirigida a Luis Cobos, con el nombra-
miento de corregidor del Cañar, quien logró salir con una fianza; Antonio Moreno, por
haber comentado en Paute que en Quito pagaban a los soldados un peso diario y que aquí
sólo dos reales; Teodoro Ordóñez Pesántez, porque en Pucará había dado la noticia de lo
ocurrido en Quito; Manuel Rivadeneira, por conducir comunicaciones de funcionarios de
Cuenca dirigidas a la Junta. Sus privadas libertades y en algunos casos sus vidas, fueron
semillas que prosperaron pocos años después y que dieron sus frutos el Tres de Noviembre
de 1820.
A los nombres que citamos anteriormente añadimos los de otros simpatizantes del movi-
miento libertario de Quito. Uno es Pablo Tames, quien en una conversación había aproba-
do a la Junta de Quito; otro es Guillermo Valdivieso, este por haber dirigido unas comuni-
caciones a Cuenca y Loja sobre la Junta de Quito. Se le embargaron sus bienes, incluyendo
una recua de 500 mulas chúcaras. El regidor y fiel ejecutor de Loja José Maldonado fue
comisionado por las autoridades de su ciudad para que desembarguen las mulas, algunas
de las cuales pertenecían al comerciante guayaquileño Carlos Lagomarsino y otras a Fran-
cisco Calderón. Por una reclamación insistente de Pío Valdivieso, se logró que se levante el
secuestro, previa una fianza.
Eran sospechosos todos los que habían mantenido alguna correspondencia con las nuevas
autoridades de Quito, los que de cualquier manera habían mostrado su simpatía con el
movimiento o que solo, con una expresión, se habían interesado por la revolución. El pri-
mer paso fue el embargo, la confiscación y el remate de sus bienes. Después se integró un
tribunal compuesto por Juan López Tormaleo, teniente asesor de gobierno; por el regidor
José Neira Vélez y por Carlos Célleri, fiel ejecutor. Algunos se excusaron por tener otros
compromisos, y fueron sustituidos por José María Vázquez de Noboa y por Luis José de
Andrade y Hermida. Cuando hubo recusaciones actuaron el licenciado Miguel Gil Malo, el
doctor Salvador Pedrosa y el doctor Juan Agustín Carrión.
Los ocho más complicados, según el criterio de las autoridades cuencanas fueron enviados
a Guayaquil, otros al Callao y unos pocos se quedaron en Cuenca para ser juzgados por el
mencionado tribunal. En todos los lugares se les trató inhumanamente, con cepos, grillos,
sin camas, sin proporcionarles por lo menos una camisa y con poca comida.
El conductor de los presos con destino a Guayaquil fue Pablo Ylario Chica, quien se com-
portó inhumanamente, pues los llevó maniatados, con grillos en los pies, mal protegidos
del frío del Cajas y con todo tipo de injurias y amenazas. Comenta el historiador Víctor Ma-
nuel Albornoz: “Aymerich no tiene el valor de castigar con propia mano a los que juzga cul-
pables. Los envía para que lo haga un energúmeno, prevalido de su cargo de gobernador
del Guayas, don Bartolomé Cucalón, nacido para verdugo antes que para mandatario…”4.
Cuando recuperó el poder el conde Ruiz de Castilla, solicitó que los presos enviados al
Callao sean devueltos a su jurisdicción. Se les enceró en las cárceles de Quito y muchos de
ellos murieron el 2 de agosto de 1810.
Los abogados defensores, con mucho temor, sólo pudieron acusar a los miembros del tri-
bunal de parcializaciones, apasionamiento y prevención o alegaron la existencia de errores
en los sumarios judiciales.
La serie de documentos signados en el Archivo General de Indias como Lima 803 fue pre-
parada por las autoridades de la ciudad de Cuenca a fines de 1809 y a principios de 1810,
según las certificaciones de los escribanos y tuvo como objetivo claro la obtención de mer-
cedes a favor de la ciudad, que debía concederlas Fernando VII o quienes le reemplazaban
legalmente, mientras permanecía en cautiverio bajo las órdenes de Napoleón Bonaparte.
Estos documentos son copias certificadas de los originales que se archivaban en la ciudad
y que algunos historiadores los han podido revisar, entre otros, Alberto Muñoz Vernaza,
quien los utilizó parcialmente para la publicación de su obra Memorias sobre la Revolución
4. Víctor Manuel Albornoz, “Movimiento cultural de Cuenca durante la época de la colonia. La revolución de 1809”, en
Revista Tres de Noviembre N° 37, Cuenca, enero, 1939, p. 60.
288 Juan Cordero Iñiguez • CUENCA Y EL DIEZ DE AGOSTO DE 1809
Homenaje a Quito desde la ciudad de Cuenca
En Sevilla se logró la participación del excelente historiador doctor Javier Ortiz de la Ta-
bla, quien tomó la dirección del equipo, una vez organizado y puesto en funcionamiento,
cuando debimos regresar al Ecuador, transcurridos dos meses. Dentro del grupo estuvo
Montserrat Fernández Martínez, quien fue la que localizó el legajo, no en la sección que
habíamos estudiado íntegramente, la de la Audiencia de Quito, sino de la de Lima. Ella nos
proporcionó una copia al tomar conciencia de que era de sumo interés para los ecuatoria-
nos y en particular para los cuencanos, varios de los cuales habíamos iniciado el proyecto
que lo bautizamos con el nombre del gran historiador José Rumazo González.
Bibliografía:
5. Alberto Muñoz Vernaza, Memorias sobre la Revolución de Quito, La Unión Literaria, publicada por entregas desde
1909 hasta 1911. También la publicó la Universidad de Cuenca en 1966 en su Revista Anales y en una separata.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 291
Hay que distinguir lo que fueron las reacciones de las autoridades oficiales españolas, de
las cuales damos aquí dos testimonios, uno del Virrey Antonio Amar y Borbón y otro el del
Gobernador de Popayán, Miguel Tacón, y las reacciones de neogranadinos.
Después de que se supo lo ocurrido en Quito, el Virrey Antonio Amar y Borbón (1803-1810)
vivía en continua zozobra, porque se decía que en Santafé seguirían el ejemplo. Historia-
dores señalan que los Oidores encabezaban personalmente las patrullas que recorrían la
ciudad por la noche y dormían en el Palacio del Virrey.
La reacción del Virrey fue Manu Militari. No podía esperarse algo distinto de un burdo
militar que había sido nombrado como tal. La rebelión de Quito fue la primera calamidad
que tuvo que enfrentar en la crisis imperial de 1808. Otra actitud hubiera sido la reacción
de Pedro Mendinueta y Múzquiz, su antecesor, quien en 1796 sucedió a José fue Manu
Militari. No podía esperarse algo distinto de un burdo militar que había sido nombrado
como tal. La rebelión de Quito fue la primera calamidad que tuvo que enfrentar en la crisis
imperial de 1808. Otra actitud hubiera sido la reacción de Pedro Mendinueta y Múzquiz, Si
bien militar de profesión, fue estimado y dejó fama de ser trabajador, ilustrado y amable,
habiendo gobernado hasta 1803.
* Es Doctor en Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Católica de Lovaina, Bélgica. Miembro correspondiente de
la Academia Nacional de Historia. Secretario General del Grupo América. Miembro de la Sección Académica de
Historia y Geografía de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Jubilado de las Naciones Unidas, Departamento de Coope-
ración Técnica para el Desarrollo. Columnista de opinión. Entre sus publicaciones recientes tenemos: Utopías para el
Siglo XXI, 2000; Reto para el Nuevo Milenio: Población y Desarrollo Sostenible, 2000;Virgilio Guerrero, protagonista
de la Revolución Juliana, 2003; Alborada Bolivariana, 2005. Del Vesubio al Cotopaxi, (biografía del químico napolitano
Carlo Cassola), 2008, Luis N. Dillon, Intelectual humanista del siglo XX y la tercera edición de la biografía de Camilo
Torres Restrepo.
1. Ideas expresadas en el artículo preparado para el libro En torno al 10 de agosto de 1809, conmemorativo del Bi-
centenario que publicará el Grupo América.
292 Gustavo Pérez Ramírez
L A R E V O L U C I Ó N D E Q U I T O 1 8 0 9 , V I S TA D E S D E S A N TA F E D E N U E VA G R A N A D A
Como hombre ilustrado, Mendinueta apoyó la misión del barón Alexander von Humboldt
y Aimé Bonpland, quienes llegaron en 1801. Especialmente en su propósito de elaborar
un mapa de América del Sur desde el Amazonas. En su “Relación del estado del Nuevo
Reino de Granada” Mendinueta insistió en la necesidad de elaborar un mapa exacto del
Virreinato. También apoyó a José Celestino Mutis para la construcción del Observatorio
Astronómico en 1802.
El historiador José Manuel Restrepo sostiene que Antonio Amar y Borbón gozó en deshacer
la obra benéfica de su antecesor, y considera que Amar y Borbón era un militar sin talento
y dominado por su mujer doña Francisca Villanova (habiéndola conocido personalmente)
a quien acusa de vender escandalosamente los empleos que daban los Virreyes.
El Virrey Amar y Borbón declaró su lealtad a la Junta de Sevilla y consideró los hechos
de Quito como un acto de rebeldía, y temiendo que el ejemplo cundiera en el Virreinato,
ordenó contener la rebelión de Quito, en asocio con las tropas enviadas por el Virrey del
Perú. En su empeño de sofocar la revolución, Amar y Borbón convocó en Palacio a una
Junta General.
En el Archivo del Municipio de Quito, se encuentra una copia del mensaje que envió el Vi-
rrey, una vez enterado “de los papeles sediciosos, turbativos del buen orden y tranquilidad
pública...con motivo de las ocurrencias de Quito”.
A pesar de los esfuerzos que hacía el Virrey para que en Santafé se ignorasen aquellos
acontecimientos, éstos inquietaron a los tranquilos santafereños, en general, monárquicos,
a quienes les gustaba ostentar escarapelas al pecho para manifestar su adhesión á los Re-
yes de España y su odio a los franceses.2
El doctor Rosillo, además, creía que el Marqués de Selva Alegre tenía un plan, para dar la
libertad a todas las colonias de América, se decía que preparaban una vasta conspiración
contra el Virrey y todo el tren gubernamental.
2. En la jura del Rey Fernando Vil todos usaban escarapelas con las cifras del nuevo Rey. “Clérigos, monjas, minoris-
tas, bonacillos (sic) y colegiales, al pecho; los seglares en el sombrero y las mueres en el brazo izquierdo y en general
en sus sombreros,” dice don J. M. Caballero. Véase Patria Boba, página 109
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 293
Téngase en cuenta que el 20 de octubre de 1808, Manuel Mariano Blaya (sic). Fiscal del
Crimen de la Real Audiencia, había escrito al Virrey Amar y Borbón sus impresiones sobre
la invasión de Napoleón a España, así como las medidas que debían ser tomadas en la
colonia para evitar posibles simpatías con la causa napoleónica.
“[...] el corzo es un ateísta, como todos saben. ¿Pues quién sino un ateo es
capaz de iguales atrocidades y delitos? [...] Estas y otras semejantes ideas, o
más bien verdades que ya sabemos, conviene extenderlas y esparcirlas, pin-
tándolas en los papeles públicos nuestros, con los vivos colores de que son
susceptibles, para fijar, digámoslo así, la opinión pública de nuestra nación y
de estas colonias; así como por el contrario, conviene obstruir y tapiar, si es
posible, todo conducto por donde puedan llegar a los pueblos cualesquiera pa-
peles seductivos, engañosos, y que hagan dudar o balancear la opinión pública
contra el tirano corzo. [...] En todas las capitales de provincia convendría que
Vuestra Excelencia tuviese una persona de muchísima confianza, integridad
e inteligencia, secretamente comisionada para firmar las competentes dili-
gencias del sumario contra cualesquiera, de cualesquier estado o condición,
que propale, extienda o publique proposiciones o máximas subversivas contra
nuestro presente Gobierno, nuestro legítimo soberano y nuestras autoridades
establecidas /.../”3
Con fecha 23 de agosto de 1809, Miguel Tacón se dirigió al Gobernador de Panamá en estos
términos:
3. -”Informe del fiscal Don Manuel Mariano de Blaya al virrey Amar y Borbón, en 1808”. El Correo Nacional. No. 430,
mar 3 de 1892, pp. 2-3. Tomado de Noticias Bicentenario. La biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá adelanta el
proyecto “Noticias Bicentenario” que. con motivo de la celebración del Bicentenario de la Independencia, ha puesto
en marcha con el objeto de buscar, entre los periódicos y documentos oficiales, las noticias más importantes de
la época pre, post e independentista del Virreinato de la Nueva Granada, entre 1750 y 1850, y así vincularse a la
efeméride. Allí se han venido publicando algunas noticias que se refieren a Quito.
294 Gustavo Pérez Ramírez
L A R E V O L U C I Ó N D E Q U I T O 1 8 0 9 , V I S TA D E S D E S A N TA F E D E N U E VA G R A N A D A
para atajar el mal según las prevenciones del Excmo. Sr. Virrey, a quien he
dado cuenta inmediatamente. Pero como sea necesario poner en Armamento
que intimide a los rebeldes y los retraiga de adelantar las ideas que han ma-
nifestado: hallándose esta ciudad con solo cien fusiles y sin cañón y recelando
que no alcance a armarla suficientemente la capital de Santa Fe: espero que
V.S. me remita los fusiles que permita la situación de esa plaza con cuatro
cañones de campaña y balas proporcionalmente. Los gastos de conducir los
indemnizará este Gobierno. Pero para la mayor brevedad tan necesaria en
el caso vera venir al puerto de Buenaventura este armamento con noticia del
Teniente Dr. Manuel Silvestre Valverde a quien se le comunican las ordenes
convenientes sobre el particular.
Dios guíe a VS.,muchos años. Popayán, Agosto 23 de 1809.
Sr. Gobernador y Comandante General de la Plaza de Panamá.”4
Según Jacinto Jijón y Caamaño, “el gobierno de Tacón representaba a la dominación espa-
ñola intransigente y opresora de los criollos”.5
Tras el arresto de Fernando VII por los Bonaparte, se formaron diversas Juntas Regionales
en España para el gobierno de las provincias, invocando el principio que, en ausencia del
rey, la soberanía recaía en el pueblo y reclamando la legitimidad del depuesto rey Borbón,
constituyéndose en gobiernos regionales que se opusieron a la invasión francesa, en lo que
se conoce como la Guerra de la Independencia Española.
Casi todos los granadinos ilustrados, enterados de los acontecimientos del 10 de Agosto
de 1809 en Quito, siguieron aquella revolución con interés, “persuadidos de que influiría
sobre la suerte de la América española. Y de que la América española no debía seguir la
suerte de la España, sino conservar la independencia de la Nueva Granada para que Fer-
nando VII viniera a reinar en ella”.
Ante tal convicción se juzgó inoportuna la revolución de Quito. Las ciudades confederadas
del Valle del Cauca, con Cali a la cabeza, fueron las únicas que apoyaron a Quito. Sin em-
bargo, las opiniones fueron cambiando ante los acontecimientos que siguieron, especial-
mente cuando la revolución fue sofocada antes de un año, mediante la sangrienta ejecución
de los patriotas degollados el 2 de agosto.
Así pensaban los doctores Camilo Torres, y otros hombres ilustrados de la capital. Téngase
en cuenta que ya el 20 de noviembre de 1809, Camilo Torres dio a la publicidad su Me-
morial de Agravios, que había comenzado a escribir sin tener noticias del Grito de Quito.
En este Memorial, conocido como la Representación del Cabildo de Santa/e, defendía el
4. Archivo Histórico Restrepo, Fondo I, volumen 25 La Revolución de Quito 1809-1817. folio 45.
5. Influencia de Quito en la emancipación del continente americano, La independencia 1809-1822, en Boletín de la
Academia Nacional de Historia, vol. LXXXVII, n° 180, 2008, Quito, pag.59.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 295
Antonio Nariño, por su parte, era partidario de que se esperara “a que el pueblo fuese
menos ignorante y la clase elevada más instruida”, antes de lanzarse a una guerra con-
tra España. Entretanto él procuraba convencer a sus conciudadanos de sus aspiraciones
libertarias. No se mantuvo en silencio después de su salida de prisión, sino que andaba
cauteloso para no despertar sospechas del Gobierno español, pero sin abandonar sus ideas
de emancipación de su patria.
Hay que tener en cuenta, además, que en Santa Fe la juventud estudiosa no se ocupaba de
política, era más interesada en las ciencias naturales, que el sabio Mutis les había enseña-
do, y entusiasmados por la visita del Barón de Humboldt y de Bonpland.
Francisco José Caldas, a su vez, estaba consagrado a las matemáticas, la astronomía y las
ciencias naturales, con tanto éxito que fue conocido como “El Sabio Caldas”. Había parti-
cipado en numerosas expediciones, incluyendo la de Mutis y la de Alexander Humboldt y
desde 1805 era director del Observatorio Astronómico. Junto con otros patriotas ilustres.
Caldas fundó el Diario Político de Santa Fe, para defensa del movimiento independentista,
y no dudó participar cuando le correspondió como coronel de ingenieros, supervisar la
fundición de cañones y la fabricación de pólvora y municiones, al servicio de la revolución.
6. El texto trascrito corresponde al publicado por Manuel Antonio Pombo y José Joaquín Guerra, Constituciones de
Colombia, tomo I. Bogotá , Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1951, págs. 57 a 80
296 Gustavo Pérez Ramírez
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Del proyecto Noticias Bicentenario de la biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá, tomamos
las siguientes noticias y comentarios sobre los acontecimientos de Quito en 1809.
A 7 de Enero de 1810: “Hubo misa de acción de gracias por los triunfos conseguidos por
las armas españolas en Quito, y predicó el señor canónigo provisor y gobernador del ar-
zobispado, don Domingo Duquesne”
A 21 de Enero: “Entró preso el canónigo magistral doctor don Andrés Rosillo, conducido
desde la villa del Socorro, lo pusieron en La Capuchina, con centinela de vista”.
A 17 de Junio: “Por la tarde entró el comisionado de Quito, don Carlos Montúfar, (Marqués
de Selva Alegre) venido de España, de diputado para Quito”.
A 5 de Septiembre: “Se leyó la carta de las crueldades ejecutadas en Quito por los españoles
y zambos de Lima, el día 2 de agosto”.
A 6 de Septiembre: “Se echó bando de que se pusieran luto todos en general y que se ha-
rían unas honras por los que murieron en Quito, en Pore y en el Socorro, y que contribuye-
sen con limosnas para las viudas y huérfanos”
A 20 de Septiembre: “fue recibido don Carlos Montúfar en Quito, con muchos vivas y aplau-
sos, llamándolo el Libertador”.
Ya el 13 de Septiembre de 1808, José María Caballero había dejado constancia del repudio
en Nueva Granada de la prisión de Fernando VII en Bayona.
“Se hecho bando de la guerra contra el Emperador de los franceses. Napoleón l Bonaparte,
por traidor y usurpador de las personas reales y católicas de España, haciendo este infame
monarca la mas vil acción que se cuenta en las historias: con título de paz y amistad, sacar
la familia real, llevarla a Bayona, y después que los hubo en su poder los aprisionó y cau-
tivó, haciendo que renunciase Fernando la corona en su padre Carlos y éste en Napoleón”.
Bibliografía
Fuentes secundarias
Fuentes primarias:
“Informe del fiscal Don Manuel Mariano de Blaya al virrey Amar y Borbón, en 1808”. El Correo
Nacional. No. 430, mar 3 de 1892, pp. 2-3.
Archivo Histórico Restrepo, Fondo I, volumen 25 La Revolución de Quito 1809-1817. folio 45.
Juan y Ulloa
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 299
ESPAÑA Y LA INDEPENDECIA
DE AMÉRICA
El espíritu patriótico que informó las clases de historia que nos impartieron sobre los
temas relativos a la Independencia, en nuestra vida escolar; mantuvo una extrema pola-
ridad, ya que los españoles aparecían siempre dispuestos a sofocar los levantamientos de
los patriotas, y estos últimos deseosos de entregar su vida por la causa de la libertad. Más
aún el Himno Nacional cuya letra fue redactada por Juan León Mera, en momentos en
que España atacaba las costas peruanas y chilenas, exaltó aún más los sentimientos anti
hispanos. Por otra parte y aunque no fue la intención en el monumento a la Independencia
que se encuentra en la plaza del mismo nombre, un león herido por un dardo levanta su
cabeza, hacia un cóndor, que lo mira desde la altura con actitud de vencedor, lo que para
muchos ha significado la derrota de la arrogancia española.
Siendo indispensable por tanto, recordar que a partir del siglo XVI, un hecho que se pro-
ducía en cualquier parte del mundo, ya tenía un efecto global, lo que se acentuó aún más
a partir del XVIII. Por estas razones el movimiento independentista que se suscitó entre
1809 y 1822, se halló cruzado de lo que ocurría en la propia España. Con el objeto de bus-
car un acercamiento a esas circunstancias, conviene examinar, algunos temas, como por
ejemplo la respuesta española a las inquietudes independentistas que se experimentaban
en los dominios de ultramar a fines del siglo XVIII; la invasión napoleónica, las acciones
del gobierno de José Bonaparte y las Juntas que se constituyeron tanto en España como
en Hispanoamérica y luego abordar de inmediato la significación de las Cortes de Cádiz.
* Es miembro correspondiente de la Academia Nacional de Historia del Ecuador. Tiene Estudios de Jurisprudencia
en la Universidad Central del Ecuador Estudios de Post-Grado en Psicología Analítica con la Asociación Interna-
cional de Psicología Analítica (IAPP).Ha sido profesor de historia de la UDLA, del Colegio Americano de Quito y del
Colegio OSCUS. Es autor de “Conciencia e Interculturalidad”, “Los serranos de Quito, historia y genealogía”, “Breve
Historia de los Pérez de Quito”, es coautor del libro del centenario del diario El Comercio “Testigo del Siglo”, autor
de “Sociedad alternativa y luchas civiles”. Es columnista del Diario El Comercio en la sección Quito. Profesor de la
Academia de Guerra de la Fuerza Aérea, en las cátedras de Sociología y Geopolítica. Director Ejecutivo de CEDECO
y Presidente de la Fundación Carl Gustav Jung del Ecuador. Ha sido Secretario General de la Administración Pública
1982-1983. Subsecretario de Gobierno 1981-1982. Embajador Extraordinario – Traspaso de Poderes en Costa Rica
1982.
300 V l a d i m i r S e r r a n o P é r e z • E S PA Ñ A Y L A I N D E P E N D E C I A D E A M É R I C A
A su regreso de la firma del Acuerdo de Versalles por el cual Inglaterra reconoció la In-
dependencia de los Estados Unidos en septiembre de 1793, Pedro José Abarca de Bolea
conde de Aranda, ministro de Carlos III, dijo a su rey que era necesario prepararse, porque
los dominios hispanos en el centro y sur de América, pronto se alzarían en búsqueda de
libertad. Por estos motivos, el ilustrado y masón Aranda proponía convertir a los virrei-
natos en reinos, relativamente independientes, encabezados por príncipes de la dinastía
Borbón. Cuando Carlos IV le sucedió, el tema cobró actualidad. Un hijo del ex presidente
de la Audiencia de Quito José García de León y Pizarro, ejercía un ministerio en el gabi-
nete del rey esos momentos y por haber vivido su niñez en Quito, pensaba que el proyecto
de Aranda era viable. Pero ahora había un nuevo interesado en integrarse al reparto de
tronos en Indias y éste era Manuel Godoy, favorito de Carlos IV quien quería constituir un
país para si mismo en la Luisiana, territorio que pasó a poder de España, luego del tratado
de París firmado en febrero de 1763. Carlos IV se convertiría en emperador de América,
con lo cual se esperaba detener las ansias autonomistas de los criollos. Por cierto que no
todos los independentistas eran republicanos y algunos habrían preferido una monarquía,
bien con el propio Fernando VII, como rey o con uno de sus parientes. Los más avanzados,
llegaban a concebir soberanos criollos. En el propio Quito, el partido montufarista pensaba
en Carlos Montúfar y Larrea, hijo de Juan Pío, quien actuó, como comisionado del Consejo
de Regencia de Sevilla, para que ocupara el trono local; lo que produjo la seria oposición
de los sanchistas (partidarios de Jacinto Sánchez de Orellana, marqués de Villaorellana),
los que creían en la necesidad de establecer una República.
México cuando consiguió su Independencia, a pesar de haberla ganado por las armas, en
el llamado Plan de Iguala negociado con el virrey O´Donoju, se establecía que en el caso
de que Fernando VII y sus parientes rechazaran el trono, podría pasar a un criollo lo que
efectivamente ocurrió, con la proclamación de Agustín de Iturbide como emperador, aun-
que diez meses más tarde sería derrocado, por sus constantes confrontaciones con el par-
lamento y finalmente fusilado. Igual destino corrió Maximiliano de Habsburgo cuarenta y
cinco años más tarde. Todo lo cual hace pensar que las monarquías salvo la brasileña iban
a fracasar en el nuevo mundo.
se encarcelaba a Manuel Godoy. Hasta tanto pretextando la invasión a Portugal, las tropas
francesas se encontraban en territorio español hacía varios meses.
Tanto Carlos IV como Fernando VII, fueron atraídos por Napoleón Bonaparte a Bayona,
donde entregaron el trono al corso, quien lo traspasó a su hermano José, para entonces
rey de Nápoles. Este acontecimiento resulta clave para comprender el aparecimiento de las
Juntas, primero en Aranjuez y luego en Madrid, sin que esta última haya podido mantener
una resistencia adecuada a los invasores, lo que obligará a constituir un Consejo de Regen-
cia en Sevilla, el que convocó a Cortes en Cádiz.
Las juntas eran la respuesta de resistencia a José Bonaparte, que gracias a las fuerzas
francesas de su hermano, ocupó el trono español, aunque con notable afán de autonomía
personal. En el mismo año de 1808 en Bayona se convocaron unas Cortes que expidieron
una Constitución, moderadamente liberal, con la que José intentaba gobernar España e
Indias, sin embargo su imagen en Hispanoamérica era de usurpador y por lo tanto la figura
de Fernando VII, se convirtió en emblemática para absolutistas y liberales. Por este motivo
el mayor insulto entre realistas y patriotas, era el de llamarse bonapartistas.
El rey Bonaparte intentó acercarse a los liberales y algunos de ellos lo respaldaron, to-
mando el nombre de afrancesados. Desde entonces para ciertos autores España se habría
dividido en dos: la una de los tradicionalistas y la otra de los radicales reformistas, lo que
le llevaría a sucesivas guerras en los siglos XIX y XX.
En junio de 1808, José Bonaparte, convocó a todas las provincias ultramarinas a que con-
formaran las Cortes de Bayona. Si bien el rechazo a tal invitación fue unánime, la Junta
Central de España e Indias, con sede movible en Andalucía y para contrarrestar la política
de Bonaparte, inmediatamente propuso a los virreinatos y capitanías generales el envío de
delegados para que la integraran. De esta manera, por primera ocasión los hispanoameri-
canos eran incorporados a un gobierno conjunto. El número de delegados fue considerado
insuficiente por los criollos. Quito mandó a un representante, pero se benefició de las su-
plencias, pues los americanos llegaron a tener hasta 30 suplentes, entre los que se incluyó
302 V l a d i m i r S e r r a n o P é r e z • E S PA Ñ A Y L A I N D E P E N D E C I A D E A M É R I C A
José Mejía Lequerica que tan destacada actuación tuviera en ese Parlamento. Aparte de
él, participó el representante oficial Juan Matheu, conde de Puñonrostro, a quién se eligió
durante la vigencia de la segunda Junta quiteña, sostenida por Carlos Montúfar.
Las Cortes redactaron una Constitución, conocida como la “Pepa” por haber sido expedi-
da el 19 de marzo de 1812, en la cual se establecieron las mayores libertades públicas y
derecho a representación existentes en la Europa de entonces, aparte de suprimir la Inqui-
sición, la mitas y el tributo de Indias en América y el trabajo forzado en la propia España.
Aseguró así mismo el control del Estado sobre la Iglesia y dispuso la dictación de leyes
iguales para todos los componentes de la monarquía española, restringiendo la autoridad
del rey y entregando a las Cortes el poder decisivo.
Esta Constitución fue puesta en vigencia en el actual territorio ecuatoriano, primero por
Toribio Montes llegándose a elegir cabildos bajo sus disposiciones y luego cuando se es-
tableció el llamado trienio liberal en España a partir de 1820. Juan de Mourgeon, virrey
nombrado para Santa Fé y que solamente pudo residir en la capital de la Audiencia, la
restituyó hasta el 24 de mayo de 1822.
Quizás si Fernando VII no hubiese derogado la carta fundamental de Cádiz, otro talvez
habría sido el proceso de autonomía de los pueblos americanos, al menos por un tiempo.
Los hechos descritos son muy importantes de recordar, a fin de contar con una visión
integral de la historia cuando vamos a celebrar el bicentenario de la Revolución de Quito.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 305
LA CONSTITUCION DE 1812
Francisco Salazar Alvarado*
No. No fue nada de eso. Todo se lo preparó con minuciosidad. Manifiestos, cartas, acciones
civiles y militares, organización de una estructura política y administrativa.
Las grandes transformaciones de la humanidad han requerido siempre de una cúpula di-
rigente. Intelectuales, políticos, activistas, personas influyentes, líderes en el más amplio
sentido, son los que encabezan y guían al pueblo.
Dimos valientemente el primer paso, aquí logramos que con nuestro grito naciera el soplo
de un viento nuevo, que se constituyó en el ciclón del gran movimiento independentista
americano.
Saltemos el 10 de agosto de 1809, el trágico suceso del 2 de agosto de 1810, lo que salió
de la primera y segunda Junta, las prisiones de los patriotas y el sacrificio de sus vidas y
todo lo que va hasta 1812. La revolución fue eminentemente separatista del poder español.
Vayamos directamente a lo que sucede en el año 1812. En tres años no han descansado los
revolucionarios. El indómito carácter de la quiteñidad, en lugar de decaer, ha redoblado
esfuerzos. Día tras día y mes por mes fue surgiendo el prudente y sensato afán político y
jurídico. Había que tener la piedra angular, base de sustentación de la figura real y autén-
tica, la partida de nacimiento de lo que va a llamarse ESTADO DE QUITO, dentro de lo que
sería una sui géneris monarquía hispánica.
* Individuo de Número de la Academia Nacional de Historia. Licenciado en Ciencias Públicas y Sociales por la Ponti-
ficia Universidad Católica del Ecuador – Facultad de Jurisprudencia. Tesis Doctoral: “Los Derechos Humanos en las
Constituciones Políticas Ecuatorianas. Entre sus publicaciones destacan: Discursos políticos; Mensajes a las Asam-
bleas Generales del Partido Conservador Ecuatoriano; Conferencias; artículos de tipo histórico y de opinión pública
en diversos periódicos ecuatorianos y “El Cruzado Español” de Barcelona – España. Se encuentran también: Vida y
Pensamiento de Eduardo Salazar Gómez. 1972. La Derecha Política en el Ecuador. 1980. Octavio Chacón Moscoso:
Político Cristiano. 1984. Gonzalo Cordero Crespo: Testimonio de una Vida. Memoria Política del Siglo XX. Encuentro
con la Historia: Gabriel García Moreno.
306 Francisco Salazar Alvarado • LA CONSTITUCION DE 1812
Esta verdadera joya del derecho constitucional americano fue pulida en QUITO. Según el
ilustre escritor, jurista y político ecuatoriano, doctor Pablo Herrera, quien fue varias veces
Ministro de Estado, con los Presidentes Gabriel García Moreno y Antonio Flores Jijón, adju-
dica, luego de investigaciones por él realizadas, al doctor Miguel Antonio Rodríguez, Vocal
Representante del Barrio de San Blas, en el Congreso, la paternidad mayor del texto de la
Carta Política, además de otros distinguidos juristas, como los doctores Mariano Merizalde,
Francisco Aguilar, José Manuel Flores, Francisco Javier de Salazar, Antonio Ante, Miguel
Suárez, Luis Quijano, José Antonio Pontón, Salvador Murgueitio.
Presidieron este Primer Congreso Constituyente el Obispo de Quito Mons. José Cuero y
Caicedo y don Juan Pío Montúfar, Marqués de Selva Alegre.
El texto de la Constitución de 1812 se inicia con este Preámbulo, que lo recogemos sin
comentario:
Este texto es una confesión de fe católica. Se menciona primero a Dios, creador del hombre,
quien ha dado al hombre las facultades que tenemos de naturaleza, Dios que ha dotado al
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 307
En el cuarto artículo se declara a la Iglesia Católica como oficial, asunto que no debe ex-
trañarnos dado el tiempo en que vivíamos y la adhesión casi absoluta de los habitantes de
esta América de entonces y de esta patria nuestra que nacía jurídicamente.
Los primeros artículos enumeran lo que es necesario para conseguir la libertad, proveer
cuanto convenga a la organización general.
Personalmente considero que desde los primeros artículos se va cimentando la base del
Derecho Constitucional del Estado de Quito, que luego será Estado del Ecuador.
Aquí van:
SECCION 1a
Del Estado de Quito y su Representación Nacional
Art. 1º
Las ocho Provincias libres representadas en este Congreso, y unidas indiso-
lublemente desde ahora más que nunca formarán para siempre el Estado de
Quito como sus partes integrantes, sin que por ningún motivo ni pretexto pue-
dan separarse de él, ni agregarse a otros Estados, quedando garantes de esta
unión unas Provincias respecto de otras: debiéndose entender lo mismo res-
pecto de las demás Provincias vinculadas políticamente a este Cuerpo luego
que hayan recobrado la libertad civil de que se hallan privadas al presente por
la opresión y la violencia, las cuales deberán ratificar estos artículos sancio-
nados para su beneficio y utilidad común.
Art. 2º
El Estado de Quito es, y será independiente de otro Estado y Gobierno en
cuanto a su administración y economía interior reservándola a la disposición
y acuerdo del Congreso General todo lo que tiene trascendencia e interés pú-
blico de toda la América, o de los Estados de ella que quieran confederarse.
Art. 3°
La forma de Gobierno del Estado de Quito será siempre popular y representa-
tiva.
Art. 4°
La Religión Católica como la han profesado nuestros padres, y como la profe-
sa, y enseña la Santa Iglesia Católica, Apostólica Romana, será la única reli-
gión del Estado de Quito, y de cada uno de sus habitantes, sin tolerarse otra ni
permitirse la vecindad del que no profese la Católica Romana.
308 Francisco Salazar Alvarado • LA CONSTITUCION DE 1812
Art. 5º
En prueba de su antiguo amor, y fidelidad constante a las personas de sus pa-
sados Reyes; protesta este Estado, que reconoce y reconocerá por su Monarca
al señor don Fernando Séptimo, siempre que libre de la dominación francesa y
seguro de cualquier influjo de amistad o parentesco con el tirano de la Europa
pueda reinar, sin perjuicio de la Constitución.
Art. 6º
Las leyes patrias que hasta el presente han gobernado y que no se opongan a
la libertad, y derechos de este Pueblo y su Constitución quedarán en toda su
fuerza y vigor por ahora y mientras se reforman por la Legislatura, tanto el
Código Civil, como el Criminal, y se forman los Reglamentos convenientes para
todos los Ramos de la administración política y civil.
Art. 7º
La Representación Nacional de este Estado se conservará en el Supremo Con-
greso de los Diputados Representantes de sus Provincias libres, y en Cuerpos
que éste señale para el ejercicio del Poder, y autoridad soberana.
Art. 8º
Esta no se podrá ejercitar jamás por un mismo Cuerpo ni unas mismas perso-
nas en los diferentes Ramos de su administración, debiendo ser siempre sepa-
rados y distintos el Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
Como se ve, irrevocablemente se afirma la Soberanía del Estado que nace. Se declara la
unidad de las ocho provincias representadas en esta primera Asamblea Constituyente y
se abren las puertas para que otras provincias puedan integrarse al Pacto. Se acentúa el
concepto de independencia de nuestro estado frente a cualquier otro estado y gobierno, sin
negar la posibilidad de que otros pudieran adherirse a esta confederación.
La forma de gobierno será popular y representativa.
Hay un reconocimiento sui generis del sistema monárquico español y de las leyes españo-
las vigentes, hasta tanto se vaya aprobando un nuevo entorno jurídico.
El art. 2 abre la puerta para que nuevos estados de América puedan confederarse:
Son 54 artículos que convierten al estatuto jurídico ejemplar, elaborados por individuos
inteligentes, capaces y preparados, no gente ignorante que buscan más aprovecharse para
satisfacer sus ambiciones personales.
ACTORES Y PROCESOS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA 309
Siendo difícil reproducir en su totalidad los 54 artículos que hacen el texto completo solo
me limitaré a un análisis somero de los títulos que contiene. En la primera sección se es-
tablecen las normas generales sobre el ESTADO DE QUITO y su representación nacional y
los derechos humanos
Art. 9°
El primero se ejercitará por un Presidente del Estado, tres asistentes, y dos
secretarios con voto informativo que nombrará el Congreso. El Legislativo se
ejercitará por un Consejo o Senado compuestos de tantos miembros, cuantas
son las Provincias Constituyentes por ahora, y mientras calculada su pobla-
ción resulten los que correspondan a cada cincuenta mil habitantes, los cuales
miembros de la Legislatura se elegirán por el Supremo Congreso. El Poder Ju-
dicial se ejercitará en la Corte de Justicia por cinco individuos, de los cuales
cuatro serán Jueces que turnarán en la Presidencia de la Sala, y un Fiscal,
nombrados todos por el Congreso
La segunda sección regula el Poder Ejecutivo. La tercera sección regula el Poder Le-
gislativo y la cuarta el Poder Judicial.
“He aquí la fórmula del Juramento que debían prestar los Jefes de las Cor-
poraciones de la Capital:
Este es un verdadero modelo de Constitución Política para el Estado, que revela la pureza
de los sentimientos democráticos con que actuaron nuestros próceres, desde el 10 de agos-
to de 1809. Ellos fueron los verdaderos creadores de un Estado. Ellos anhelaron tener una
Patria Libre, Grande y Soberana.
Cuanto habría valido que los que en estos tiempos se autodenominan “legisladores” hubie-
ran leído siquiera algo del contenido de algunos de nuestros textos constitucionales.
Bibliografía
La entelequia del Diez de Agosto fue consagrada por estos líderes continentales como un
principio de Derecho Internacional para América Hispana por la legitimidad, solidez y per-
manencia de la Revolución Quiteña.
Para evitar el enfrentamiento militar, Sucre envió a Lamar las bases del documento que
suscribirían las partes, documento que se conoce como las Bases de Oña, desde sus po-
siciones en ese lugar en la Provincia del Azuay hacia el campamento peruano al frente,
notable pieza de carácter jurídico, político, militar e internacional, que llevaba fecha 3 de
febrero de 1829.
La segunda de las Bases decía: “Las partes contratantes nombrarán una comisión para
arreglar los límites de los dos Estados sirviendo de base la división política y civil de los
Virreynatos de Nueva Granada y Perú en agosto de 1809, en que estalló la revolución de
Quito y se comprometerán los contratantes a cederse recíprocamente aquellas partes de
territorio que por defectos de la antigua demarcación perjudican a los habitantes”.
* Director de la Academia Nacional de Historia del Ecuador. Es abogado y Embajador de carrera. Internacionalista.
Miembro correspondiente de las Academias de Historia de España, Argentina, Chile, Perú y Colombia. Es catedrá-
tico de universidades nacionales y extranjeras. Ha sido diputado, Concejal de Quito, Subsecretario, Magistrado del
Tribunal de Garantías Constitucionales y del Tribunal Supremo Electoral. Recibió condecoraciones de varios gobier-
nos, entre los que destacan la Cruz de Malta y la Orden Piana. Es autor de varios libros, artículos y conferencias en
la prensa y en revistas universitarias.
314 Manuel de Guzmán Polanco • “UTI POSSIDETIS JURIS”
El Libertador fue informado por Sucre de todo lo ocurrido y contó con su aprobación. Por
lo demás, de acuerdo al mismo Convenio de Girón se firmó después el Tratado definitivo
de Guayaquil, del 22 de setiembre de 1829.
Quedó así establecida la regla del “uti possidetis juris”, principio del Derecho Internacional
Americano para definir las nuevas nacionalidades hispanoamericanas. Los territorios de
las nuevas Repúblicas serían los que tenían al momento de su independencia. En el caso
de Ecuador, quedó claro que Sucre y Bolívar, Lamar y los soldados peruanos reconocieron
taxativamente que el Diez de Agosto de 1809 fue la revolución definitiva de la Independen-
cia del Ecuador. Testimonios irrefragables de la Historia, que nadie puede honradamente
atreverse a discutir.
Puede verse también las páginas 141 a 193 de “Doctrinas Ecuatorianas en el Derecho
Internacional – La Victoria no crea derechos” de Manuel de Guzmán Polanco – Editorial:
Estudios y Publicaciones – Quito 1974.- Premio Tobar.
EL FONDO DE SALVAMENTO DEL PATRIMONIO CULTURAL DE QUITO, FONSAL Y SU PRO-
GRAMA EDITORIAL
A raíz de los sismos de marzo de 1987, el Congreso Nacional creó por ley el Fondo de Salvamento del Patrimonio Cultural
de Quito (FONSAL) destinado a la restauración, conservación y protección de sus bienes históricos, artísticos, religiosos
y culturales. El Fondo tiene su ámbito de acción en el Distrito Metropolitano de Quito, en donde se cuenta con vestigios
arqueológicos prehispánicos, monumentos arquitectónicos, obras de arte, memoria escrita, memoria oral, música, produc-
ción popular, etc.
Entre los bienes inmateriales o intangibles de una sociedad se encuentran el lenguaje hablado y escrito, la producción
académica y especializada, las investigaciones, los análisis y recopilaciones que con su corpus científico ayudan a repensar
y reflexionar sobre la ciudad y los elementos que la conforman.
Como parte del rescate del patrimonio intangible del Distrito Metropolitano de Quito, el Fondo de Salvamento creó su
programa editorial con el fin de fomentar la investigación sobre temas patrimoniales, apoyar la publicación de obras que
se destacan por su elevada calidad científica, literaria y gráfica, y ponerlas en manos de los lectores que a través de estos
títulos descubren el patrimonio vivo de Quito.
▪ IMÁGENES DE IDENTIDAD, Acuarelas quiteñas del siglo XIX. Evelia Peralta, 2005.
▪ JOSÉ MEJÍA LEQUERICA 1775-1813, Las ideas políticas de un quiteño en España. Jorge Núñez Sánchez,
2007.
▪ TULIPE Y LA CULTURA YUMBO, Arqueología comprensiva del subtrópico quiteño. Olga Fernández Val-
dez y Sofía Luzuriaga Jaramillo, 2007.
(26) HISTORIA DE LA RECOLETA MERCEDARIA DE EL TEJAR. María Antonieta Vázquez Hahn y Alfonso
Ortiz Crespo.
(27) ARTE QUITEÑO MÁS ALLÁ DE QUITO. Memoria del seminario internacional de agosto de 2007. Alfonso
Ortiz, Alexandra Kennedy, Marta Fajardo, Fernando Guzmán, Ricardo Morales, Darko Sustersic, Suzanne
Stratton-Pruitt, María del Pilar López, Olaya Sanfuentes, Jaime Mariazza, Jesús Paniagua, Carmen Fernán-
dez-Salvador, Gustavo Vives, Pedro Querejazu, Gloria Cortés, Francisca del Valle, Adriana Pacheco, Rodolfo
Vallín, Jeaneth Rodríguez, María Isabel González, Patricio Guerra, Laura Vargas y Ángel Justo Estebaranz.
(28) ATLAS ARQUEÓLOGICO DE QUITO. FONSAL-Holguer Jara Chávez, 2009. Volumen II: S. José de Minas
y Guayllabamba, Volumen III: Pacto y Lloa.
(32) CALLES, CASAS Y GENTE DEL CENTRO HISTÓRICO DE QUITO. Tomo VIII. Protagonistas y calles en
sentido sur-norte, de 1534 a 1950, de la calle Flores a la calle Los Ríos. Fernando Jurado Noboa.
(33) CALLES, CASAS Y GENTE DEL CENTRO HISTÓRICO DE QUITO. Tomo IX. Plazas y plazoletas. Fernando
Jurado Noboa.
(34) HISTORIA DEL ANTIGUO HOSPITAL SAN JUAN DE DIOS (en colaboración con el Museo de la Ciudad).
Nancy Morán, Jorge Moreno, Silvia Benítez y Cecilia Ortiz
▪ IMÁGENES DE IDENTIDAD, Acuarelas quiteñas del siglo XIX. Evelia Peralta, 2005.
▪ JOSÉ MEJÍA LEQUERICA 1775-1813, Las ideas políticas de un quiteño en España. Jorge Núñez Sánchez,
2007.
▪ TULIPE Y LA CULTURA YUMBO, Arqueología comprensiva del subtrópico quiteño. Olga Fernández
Valdez y Sofía Luzuriaga Jaramillo, 2007.
1. RINCONES QUE CANTAN. Una geografía musical de Quito. Fernando Jurado Noboa, 2006.
2. GONZALO BENÍTEZ. Tras una cortina de años. Adrián de la Torre y Pablo Guerrero Gutiérrez, 2007.
3. EL CANTO DEL RUISEÑOR. José María Trueba, artífice del canto lírico en Quito, siglo XX. Alfonso Cam-
pos Romero, 2009.
MUSEO DE LA CIUDAD
▪ EL RETRATO ILUMINADO. FOTOGRAFÍA Y REPÚBLICA EN EL SIGLO XIX. Lucía Chiriboga y Silvana
Caparrini, 2005.
EDICIONES ARCHIPIÉLAGO
▪ EN LA TIERRA, QUITO… LA CIUDAD, LA PINTURA. Lenin Oña (prólogo y selección), Jorge Enrique
Adoum (textos), 2004.
▪ … Y EN EL CIELO UN HUEQUITO PARA MIRAR A QUITO. LA CIUDAD, LA POESÍA. Jorge Enrique
Adoum (selección), 2004.
LA PALABRA EDITORES
▪ LOS QUITEÑOS. Francisco Tobar García (1981), 2005.
▪ QUITO. SUEÑO Y LABERINTO EN LA NARRATIVA. Peter Thomas, 2005.
▪ JOSÉ ENRIQUE GUERRERO. El pintor de Quito. Patricio Herrera Crespo y Edwing Guerrero Blum,
2006.
▪ COLECCIÓN ESCRITORES DE QUITO
T. 1: La Voz Cordial. Correspondencia entre César Arroyo y Benjamín Carrión (1926-1932), 2007.
T. 2: Sonata para Valle Inclán y otros ensayos (1914-1936), César E. Arroyo, 2007.
T. 3: Textos escogidos. Gonzalo Zaldumbide, 2007.
T. 4: Antonio ha sido una hipérbole. Jorge Fernández, 2007.
T. 5: Poesía. Julio Zaldumbide, 2007.
T. 6: Galería de Místicos e insurgentes. La vida intelectual del Ecuador durante cuatro siglos (1555 –
1955). Jorge Carrera Andrade, 2008.
T. 7: Seis veces la muerte (cuentos). Jorge Icaza, 2008.
T. 8: Obra selecta. Augusto Arias, 2008.
TRAMA EDICIONES
▪ LA LINARES. (Edición bilingüe). Iván Égüez, 2005.
▪ QUITO. HISTORIA Y DESTINO. Gonzalo Ortiz Crespo, 2006.
▪ CONTRIBUCIONES A LA HISTORIA DEL ARTE EN EL ECUADOR. José Gabriel Navarro (1921-1952),
tomo 1, 2007.
▪ CONTRIBUCIONES A LA HISTORIA DEL ARTE EN EL ECUADOR. José Gabriel Navarro (1921-1952),
tomo 2, 2007.
▪ CONTRIBUCIONES A LA HISTORIA DEL ARTE EN EL ECUADOR. José Gabriel Navarro (1921-1952),
tomo 3, 2007.
▪ CONTRIBUCIONES A LA HISTORIA DEL ARTE EN EL ECUADOR. José Gabriel Navarro (1921-1952),
tomo 4, 2007.
▪ GUÍA ARQUITECTÓNICA DE QUITO. Evelia Peralta y Rolando Moya Tasquer, 2007.
FLACSO
▪ DE MEMORIAS. Imágenes públicas de las mujeres ecuatorianas de comienzos y fines del siglo veinte.
Ana María Goetschel, Gioconda Herrera, Andrea Pequeño y Mercedes Prieto, 2007.
▪ LA CIUDAD Y LOS OTROS. Higienismo, ornato y policía. Quito 1860-1940, Eduardo Kingman Garcés,
2008.
EDITORIAL EL CONEJO
▪ TESTIMONIOS DEL RADIOTEATRO EN QUITO. Margarita Guerra Gándara, 2008.
CITYMARKET
▪ 200 AÑOS DE HUMOR QUITEÑO. Xavier Michelena, 2007.
▪ 200 AÑOS DE PINTURA QUITEÑA. Xavier Michelena, 2007.
▪ 200 AÑOS DE ESCULTURA QUITEÑA. Esteban Michelena, 2007.
▪ 200 AÑOS DE PERSONAJES QUITEÑOS. Vladimir Serrano Pérez, 2009.
▪ 200 AÑOS DE DEPORTES Y ANÉCDOTAS, Jorge Ribadeneira, 2009.
▪ Biblioteca General de la Universidad Central del Ecuador (BUCE). Biblioteca del Ministerio de Relaciones
Exteriores (DMIM) y Cancilleria del Estado. Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit (BAEP).
▪ Biblioteca Nacional del Ecuador Eugenio Espejo de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamin Carrión.
▪ Biblioteca del Convento Máximo de San Francisco de Quito.
El DVD que acompaña a este libro, contiene 25 entrevistas realizadas por Patricio Tinajero
Villamar en el programa multimedial Café 106 que se emite en 106.9 FM Radio Urbana y en
Multimedios106. Estas entrevistas corresponden a la serie Tanques de Pensamiento - Com-
promiso con la Historia que se desarrolló en un acuerdo de cooperación con la Academia
Nacional de Historia del Ecuador (ANH) y el FONSAL, como un homenaje al Bicentenario de
la Revolución Quiteña de 1809.
LISTADO DE ENTREVISTAS
Hernán Rodríguez Castello ANH HABLANDO DEL 10 DE AGOSTO DE 1809
LA IDENTIDAD DEL REINO Y LA AUDIENCIA DE QUITO A
Carlos Paladines Escudero CATEDRÁTICO PUCE
FINALES DEL PERIODO COLONIAL
Octavio Latorre ANH EL PRIMER RETRATO DE LA PATRIA
Carlos Freile Granizo ANH EUGENIO ESPEJO, PRECURSOR DEL 10 DE AGOSTO
LA GLORIOSA Y TRÁGICA HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN
Hernán Rodríguez Castello ANH
QUITEÑA
Kléver Bravo Calle ANH COMBATES DEL EJÉRCITO PATRIOTA
Joaquín Gómez De La Torre ANH EL 10 DE AGOSTO Y LA ORDEN DE SAN LORENZO
Gustavo Pérez Ramírez ANH EL CATECISMO DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA
Alfonso Ortiz Crespo ANH A PIE POR LA HISTORIA
Manuel De Guzmán Polanco (†) ANH MANUELA CAÑIZARES, LA HEROÍNA DE LA INDEPENDENCIA
Jorge Núñez Sánchez ANH JUAN DE DIOS MORALES
Fernando Jurado Noboa ANH ANTONIO ANTE Y FLOR
Guadalupe Soasti Toscano CATEDRÁTICA CARLOS MONTÚFAR
Carlos Paladines Escudero CATEDRÁTICO PUCE LOS ESPOSOS JOSÉ MEJÍA Y MANUELA ESPEJO
Carlos Freile Granizo ANH EL OBISPO CUERO Y CAICEDO
Dolores Costales Peñaherrera INVESTIGADORA LAS ROSAS DE LA REVOLUCIÓN QUITEÑA
Eduardo Muñoz Borrero ANH EL CLERO EN LA REVOLUCIÓN DE QUITO
Amílcar Tapia ANH EL PROCESO CONTRA MANUEL RODRÍGUEZ DE QUIROGA
Benjamín Rosales ANH GUAYAQUIL Y EL 10 DE AGOSTO DE 1809
Juan Cordero Íñiguez ANH CUENCA Y EL 10 DE AGOSTO DE 1809
LA REVOLUCIÓN DE QUITO VISTA DESDE SANTA FÉ DE NUEVA
Gustavo Pérez Ramírez ANH
GRANADA
Vladimir Serrano ANH ESPAÑA FRENTE A LA INDEPENDENCIA DE AMÉRICA
Francisco Salazar Alvarado ANH LA CONSTITUCIÓN QUITEÑA DE 1812
Manuel De Guzmán Polanco (†) ANH UTI POSSIDETIS JURIS
DECANO DEL COLEGIO DE
Fabián Corral ANÁLISIS DE LA CONSTITUCIÓN DE 1812
JURISPRUDENCIA- USFQ
ESPECIFICACIONES TÉCNICAS:
• DVD INTERACTIVO
• REQUERIMIENTOS MÍNIMOS:
• LECTOR DE DVD
• PENTIUM 4
• 2 GHZ DE VELOCIDAD
• 128MB RAM
• MONITOR SVGA (800 X 600 PÍXELS)
• PARLANTES
• WINDOWS 2000, XP.