Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
NUESTRO MAESTRO
Al celebrar los 38 años de su partida hacia el Padre
Juan Borea
Nota previa: en esta reflexión intento interpretar el sentir de los entonces jóvenes y ahora
adultos en base 5 y 6 que conocimos a Héctor en la década de 1970 y lo seguimos
sintiendo presente. Hablo en plural porque no lo gozamos individualmente, lo gozamos
siempre como grupo. A esos amigos les pido indulgencia por las fallas o carencias que
pudiera haber en mi interpretación.
“La piedra que desecharon los arquitectos se ha convertido en la piedra angular” (Salmo
118,22).
Porque Héctor fue para nosotros Maestro. Claro que un maestro sui generis, alejado del
estereotipo “normal”: no era líder conductor, no sabía organizar, no era intelectual, no
aparecía como místico, no era asceta, como profesor era aburrido.
Conversaciones en años posteriores a su muerte me han llevado a intuir que en cierta
manera era un problema para su Congregación, que no sabían dónde ponerlo; por ello
lo envían a Francia a estudiar pastoral juvenil, y luego lo designan a la nueva casa de
formación y de acogida de jóvenes acompañando a dos religiosos jóvenes y destacados,
Gastón y José Luis. Era una “pieza desechable” que por el espíritu de Dios se convirtió
para este grupo de jóvenes en fundamento de fe y en impulso para vivir con plenitud.
¿Por qué se convirtió para nosotros en un Maestro? Por la convergencia (guiada por el
espíritu de Dios) entre nuestras características personales y circunstancias de vida, y lo
que Héctor podía aportar. Esta sinergia generó la fuerte interacción que sin darnos
cuenta (ni nosotros ni él), nos llevó a la relación de discípulos y maestro.
Éramos un grupo de jóvenes que estábamos en búsqueda de una propuesta que saciara
nuestra sed de plenitud. Firmemente creyentes en Jesús de Nazaret, pero críticos ante
una propuesta religiosa estereotipada y congelada en el culto. Inconformes con la
situación social, y convencidos de la necesidad de hacer algo para mejorarla. Deseosos
de compartir con otros jóvenes nuestros deseos de búsqueda y de construcción de un
mundo mejor. Teníamos personalidades fuertes, y en general destacábamos en los
ambientes de donde proveníamos. Alegres, entusiastas, jaraneros, con firme convicción
de libertad personal. No hubiéramos encajado en otras propuestas de fe respetables
pero que no respondían a lo que éramos. Nunca hubiéramos jugado el papel de acólitos,
ni hubiéramos sido sumisos ante propuestas despersonalizadoras. Coincidimos en el
local de Ramón Zavala 243 para “ayudarlo a hacer retiros” y nos quedamos porque
encontramos allí lo que estábamos buscando.
Héctor nos ofreció, apoyado por los religiosos que con él vivían, la acogida cariñosa, el
espacio y el tiempo para satisfacer nuestras necesidades, y el estímulo para
desarrollarnos como cristianos, ciudadanos, y líderes sociales.
No lo hizo con un plan preconcebido; no lo tenía, y si lo hubiera tenido con nosotros no
hubiera funcionado. Lo hizo con apertura para escuchar por un lado “los signos de los
tiempos” de nuestra iglesia y nuestra sociedad, y por otro las necesidades espirituales y
afectivas de cada uno de nosotros. Y en esa escucha y esa apertura, supo acompañar
nuestros procesos grupales y personales.
“A los muchachos:
Ustedes son el único argumento válido
de lo que ha sido mi vida”
Héctor era sencillo y austero, y en esas condiciones nos enseñó a gozar de cada
momento de la vida con plenitud. Gozaba en las reuniones, cumpleaños, eventos. Le
gustaba cantar (tenía una voz profunda), pasear en carro por las calles Lima, viajar por
el Perú. Jugaba sapo en el “Patrullero González”, apreciaba una copa de whisky si le
invitaban, aunque ordinariamente brindábamos “Sol de Ica” en la tapa de la “chata” que
compartíamos. Jamás nos enseñó la “ascesis” como camino de vida; sí a aceptar las
estrecheces y carencias en aras de la causa que seguíamos. Gozaba tanto del menú del
comedor popular de Surquillo que consumíamos diariamente cuando la casa de
formación de los SSCC se mudó (y cuyas sobras mezcladas eran invitadas a quienes se
quedaban los domingos después de misa) como de los platos deliciosos en eventos o
invitados por un amigo.
Siguiendo el ejemplo de Jesús, nunca se puso como modelo ni nos dio una aplastante
teoría. Nos invitó a caminar juntos en pos del Señor, sirviendo a los jóvenes y los pobres,
para que en ese camino compartido fuéramos todos (incluido él mismo) descubriendo
la voluntad de Dios para cada uno, y en esa voluntad nuestra única y personal ruta de
crecimiento. Siempre fue dialogante; el defecto de no saber dirigir lo convirtió en la
virtud del acompañamiento.