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Trabajo final: cruces epistemológicos

en un diálogo entre Tiresias y Edipo.

Psicopatología
Prof. Silvia Orlich

Luis Imbach

Universidad Centroamericana de Ciencias Sociales (UCACIS)

Diciembre 2017
El interés en trabajar la obra de Sófocles en el marco de un curso dedicado a estudiar
teoría psicoanalítica parece obvio, después de todo Freud llamó a Complejo de Edipo a uno de
los componentes nucleares de su descubrimiento, i.e. el efecto de lo inconsciente en la vida de
los seres humanos. Sabemos, también, a esta altura, de qué viene más o menos este complejo: de
la infancia es posible deducir la estructura patológica de una marca, cuya persistencia es
interpretable según los términos de un deseo sexual en relación a la madre y una rivalidad con
respecto al padre. En Edipo Rey encuentra exactamente esto, la representación de esta
estructuración de la subjetividad. Lo que uno no encuentra si no es leyendo el texto son los
detalles acerca de lo que podríamos llamar una “subjetividad edípica”. Estos comentarios
entonces se proponen explorar la situación Edipo, pero en una parte específica del relato, la que
se concentra en el diálogo entre el rey de Tebas y el adivino Tiresias. En esta queda expuesta esta
mentalidad edípica de la que hablamos, y de una forma excepcional porque, contrario a lo que
uno podría suponer, no aparece impulsiva sino profundamente moralista, no enferma sino
correcta, no irracional sino de una llaneza lógica que asombra. De este modo, los conceptos de
verdad, virtud y justicia quedan trastocados de un modo que arroja una luz extraña sobre lo que
usualmente entendemos por “pensar normal”.
Para comenzar recapitulemos brevemente la secuencia de acciones que conforman la
trama de Edipo Rey. Al principio tenemos a los sacerdotes de Tebas reunidos en el umbral del
palacio del rey, solicitando una audiencia con él. Cuando este sale a hablar con ellos, que quieren
una respuesta acerca de la peste que asola Tebas, aparece Creonte, su cuñado, que vuelve de
Delfos con noticias del oráculo: la peste se debe a Layo, el rey anterior, que no ha sido vengado.
Edipo, atento al veredicto del oráculo, jura encontrar al culpable del crimen, cueste lo que cueste,
pero aparece Tiresias, el adivino, que acusa a Edipo de haber asesinado a su padre y de haber
tenido hijos con su madre. Edipo se niega a reconocer lo que declara Tiresias y lo acusa de estar
confabulando con Creonte su caída del poder y cuenta su historia. Es hijo de Polibo y Mérope de
Corinto, abandonó su ciudad porque un oráculo le confirmó un rumor: asesinaría a su padre y se
acostaría con su madre. Dice que para evitar cumplir la profecía huyó de Corinto y revela que
antes de llegar a Tebas asesinó a unos hombres en un cruce de caminos. Layo también fue
asesinado en un cruce de caminos. Yocasta, la reina, llama a un testigo que sabe si Layo fue
asesinado por uno o varios hombres. Si fue asesinado por varios hombres Edipo quedaría fuera
de sospecha. Mientras esperan al testigo llega un mensajero de Corinto anunciando que Polibo ha
muerto y que Edipo debe asumir el trono de esa ciudad. Resulta que el mensajero fue también el
que encontró a Edipo cuando era apenas un niño. Lo encontró abandonado, con los pies
hinchados (de ahí su nombre, literalmente “patón”). Agrega que lo recibió de un pastor al que se
le había encomendado perder al bebé en las montañas. El mismo pastor fue también el testigo del
asesinato de Layo. De pronto Yocasta entiende todo y abandona la escena. Finalmente llega el
testigo y declara que el niño que se le ordenó perder en las montañas era el hijo de Layo y
Yocasta. El niño había sido objeto de un oráculo funesto: asesinaría a su padre y se acostaría con
su madre. Edipo entiende que se trata de él. Llega noticia del palacio: Yocasta se ha suicidado.
Edipo comprende que él es el culpable y se saca los ojos. Aparece ante todos con la cara
ensangrentada, solicitando ser desterrado. Creonte asume el trono de Tebas. Edipo abandona la
ciudad.
A simple vista la historia de Edipo no parece dejar ver otra cosa que la desgracia del
destino trágico de una persona que cayó en una situación desafortunada, pero si leemos con
detenimiento encontramos una serie de detalles que indican un asunto más complejo.
Especialmente en el diálogo con Tiresias encontramos que hay un tema de fondo que tiene ver
con la naturaleza de la conciencia humana y el conocimiento. Tiresias, el adivino, denuncia la
falsa conciencia del rey, que en su empecinada búsqueda de la verdad acaba por ignorar que él
mismo es el culpable. Pero en el transcurso de esta denuncia encontramos que Tiresias denuncia
en el rey una ignorancia que no es el mero efecto de una circunstancia, sino algo que tendría más
que ver con lo que hoy comprendemos como la consecuencia de una estructura. Incluso diría que
no es exagerado relacionar el discurso de Tiresias con lo que Nietzsche, en “El origen de la
tragedia”, señala como la calamidad socrática, el fin de la sensibilidad antigua y el comienzo de
la metafísica racionalista, la desensibilización lógica en las promesas de lo trascendente.

En Sócrates se materializó uno de los aspectos de lo helénico, aquella claridad apolínea,


sin mezcla de nada extraño: él aparece cual un rayo de luz puro, transparente, como
precursor y heraldo de la ciencia, que asimismo debía nacer en Grecia. Pero la ciencia y el
arte se excluyen: desde este punto de vista resulta significativo que sea Sócrates el primer
gran heleno que fue feo; de igual manera que en él propiamente todo es simbólico. Él es el
padre de la lógica, la cual representa con máxima nitidez el carácter de la ciencia pura: él
es el aniquilador del drama musical, que había concentrado en sí los rayos de todo el arte
antiguo.
Edipo aparece en ese momento previo al fin de la antigüedad griega, con Sófocles, Esquilo
es el primer y último trágico, después de él viene el tiempo Eurípides y Sócrates, que no son la
antesala de Platón sino ya los protagonistas de esa política que será el objeto de la filosofía
platónica y su glosa aristotélica. Edipo significa el comienzo de un sentido de la justicia que parte
del razonamiento por exclusión, de la lógica del chivo expiatorio, de la búsqueda de culpables. Un
sentido de la justicia cuya base, hoy diríamos coordenadas-epistemológicas, es completamente
abstracta, en que cualquier consideración terrenal es entendida como desviación, ilusión. Si vemos
de cerca la adhesión de Edipo al pronunciamiento del oráculo es de tipo jurídico. No siente miedo
de los dioses, respeta sus órdenes porque es su obligación en calidad rey. A Edipo se lo encuentra
completamente aislado, separado del pueblo y espiritualmente alienado de la ciudad. No es un
detalle menor que uno de los peligros que acechan a Tebas no es otro que la infertilidad,
(¡hipertrofia libidinal diría Freud!) y esto parece estar estrechamente conectado con que Edipo es
un rey que ha perdido el camino de los antiguos. Aquí la implicación política del crimen de
parricidio nos podría llevar bien lejos. “Todos han perdido el juicio” () declara Tiresias, y cuando
Edipo lo persigue, no sin ánimo inquisitivo, para que se apure en declarar en sus razones, el brujo
lo rechaza: “Llegarán por sí mismas, aunque yo las proteja con el silencio” (). La verdad edípica
es la presa exacta de lo inconsciente, verdad de lo cognoscible, verdad de los sentidos y la
inteligencia. Tiresias no habla desde la demostración analítica sino desde la inspiración, esa
inspiración que que en Ión se menciona como origen de todas las técnicas, que convierte a todas
las cosas expresión de lo mismo.

Tiresias: Afirmo que tú has estado conviviendo con muy vergonzosamente, sin advertirlo,
con los que te son más queridos y que no te das cuenta en qué punto d desgracia estás.
Edipo: ¿Crees tú, en verdad, que vas a seguir diciendo alegremente esto?
Tiresias: Sí, si es que existe alguna fuerza en la verdad.
Tiresias: Existe, salvo para ti. Tú no la tienes, ya que estás ciego de los oídos, de la mente
y de la vista.

No se trata de que Edipo sea el ejemplo de lo que hoy, anacrónicamente, mal-llamáramos


un comportamiento neurótico, una conducta desesperada en torno a la falta de esa provisión de
garantía que el sujeto de la histeria encuentra en un Maestro, aunque sin duda algo de esto podría
alegarse, sino, en cambio, de que estamos, con Tiresias, ante otra cosmología, por decirlo de alguna
forma, otra verdad, casi nos atreveríamos a afirmar que otro mundo, y que entre ambos, entre
Edipo y Tiresias, es posible localizar una crisis, una fractura, un quiebre, este que Nietzsche
menciona recurrentemente en el texto citado, entre el mundo antiguo y el socrático. Contrario a lo
que supone, es Tiresias el que guarda el patrimonio de la verdad, una verdad que va más allá de
los sentidos y las apariencias. ¿Cuál es la naturaleza de esta verdad? Parece imposible señalarlo
directamente, precisamente porque, a la vez que se trata de un hecho constatable desde el más
común sentido (Edipo, el rey, ignora que su esposa es su madre biológica) el camino por medio
del cual Tiresias conoce que esto es cierto no es el mismo por medio del cual Edipo persigue al
culpable del asesinato del anterior rey de Tebas, Layo. Tiresias en realidad nunca declara cómo
sabe lo que sabe y siempre queda la pregunta sobre cómo se enteró, por más que al final se
corroboré que, tal cual, lo que dijo resultó ser lo verdadero. Dijimos que se trata de una verdad que
se revela en el sentido de la inspiración, indicio que es suficiente para avanzar el contraste en
relación al modo edípico, que es el de la fuerza, la impulsividad, la culpa asociada a la inseguridad
que viene de no poder confiar en los dioses, de tener que “ver para creer”. Tiresias, ante la fuerza,
la potestad del tirano diríamos, elige la inhibición, se hace a un lado, abre el espacio para que la
verdad salga sola a la luz. Es como si Tiresias, que señala a Edipo sólo después de ser empujado
por las circunstancias a hacerlo, prefiriera callar porque tiene claro una cosa: la verdad no se sabe,
se asoma. Tiresias intuye, sugiere y lanza sus acusaciones siempre en relación a los trazos de
sospecha que Edipo, vuelto loco, deja sobre sí. La preocupación primera y última del adivino es
no perder el favor de los dioses.

Edipo: ¿Es que es tolerable escuchar esto de ése? ¡Maldito seas! ¿No te irás cuanto antes?
¿No te irás de esta casa, volviendo por dónde has venido?
Tiresias: No hubiera venido yo, si tú no me hubieras llamado.
Edipo: No sabía que ibas a decir necedades. En tal caso, difícilmente te hubiera hecho venir
a mi palacio.
Tiresias: Yo soy cual te parezco, necio, pero para los padres que te engendraron era
juicioso.
Edipo: ¿A quiénes? Aguarda. ¿Qué mortal dio el ser?
Tiresias: Este día te engendrará y te destruirá.
Es importante tener claro que se trata de una representación, que no estamos leyendo el
registro de “hechos de la vida real” sino que cada las situaciones y los personajes en su conjunto
representan ideas, conceptos y juicios que sostienen a la vez la proyección de nuestros prejuicios.
Entendido así es más fácil leer en el diálogo entre Tiresias y Edipo un conflicto irresoluble entre
dos realidades. No parece exagerado ver en Edipo la representación del fin de una época, el fin de
los dioses en el advenimiento de la política socrática, de los sofismas, el descreimiento, el fin de
la antigüedad. Pero lo que nos interesa es otra cosa, es ver que en el interés que Freud concentró
en la pieza, sobre esa acción central que es la revelación del incesto, hay algo que no es sólo
representativo del trauma que significó el choque entre las pulsiones incestuosas infantiles y el
aparato inhibitorio que emerge con la inscripción del cuerpo del niño en el mundo de la cultura.
Sino que podemos ver aquí ya un bosquejo del comportamiento neurótico así como de la técnica
analítica, el primero en Edipo y la segunda en Tiresias.

El neurótico y su tragedia….. en su forma de huir, de buscar la expiación en el encontrar


al culpable, encuentra, precisamente, su condena.
La sustracción del lugar del sujeto del saber y la entrada de la tercera fuerza…
Bibliografía

“El nacimiento de la tragedia”, Federico Nietzsche. Edición: Proyecto Espartaco. Accesible:


http://www.proyectoespartaco.com

http://www.filosofia.org/cla/pla/azc02187.htm

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