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El chango

E. Ruiz

Un fuerte golpe, seco, a puño cerrado, seguro duele más cuando hace frío. Recorro
sutilmente la cortina y observo a través de la ventana. Dos sujetos despojan a un
jovencito de sus pertenencias, a su vez le propinan terrible golpiza. No puedo hacer
nada por él, ¿qué caso tiene? Quizá lo dejaron muerto. Los maleantes se van y el
cuerpo queda tendido sobre el pavimento.

La vista hacia éste mundo es mejor que cualquier película, siempre hay acción,
sangre y sexo. Cuando estoy aburrido me entretengo viendo a las rameras que
exhiben su mercancía. Las hay de todas formas aunque son pocas las que valen la
pena, la mayoría son gordas, viejas o mugrientas; también deambulan maricones que
se visten de mujer, al final todas son unas putas. Tiene mucho que no visito alguna,
de cualquier manera ni se me antojan; ya no hay mujer como aquella, una verdadera
hembra. A veces la extraño. No cualquiera puede presumir el haber tenido a su
propia puta. Que hermosa mujer, la más asediada, la mejor del barrio. Sólo conmigo
se entregaba completamente, y yo sin prejuicios me la comía, así sin nada, a pelo
directo, me lo permitía sólo a mí, ella me lo dijo. Después de un año tuvimos un
chamaco, nuestro hijo, sin embargo ella se contaminó de quién sabe qué y pues valió
madres. No la juzgo por eso, toda profesión tiene su riesgo.

El joven golpeado comienza a incorporarse, algunas personas se acercan a él para


socorrerlo, principalmente son madrecitas, ellas limpian la sangre de su rostro y le
dicen “hijito”. De la vecindad sale “El chango”, un tipo tosco, prieto, peludo, digno
de llevar ese nombre, con voz aguardentosa vocifera y da empujones para apartar a
las ancianas -¿Quién es este? ¿Quién es este? ¡A la chingada cabrón! ¡Te voy a tronar
como a un perro si no te largas! ¡A morirse a otro lado desgraciado!- Las madrecitas
desaparecen y el joven corre descompuesto, tambaleado y aturdido por los fuertes
golpes.

Tanto escándalo me robó el sueño, una ronda nocturna no me caería mal, el frío
decembrino siempre me resulta agradable. Conozco este barrio por varios años y me
doy cuenta que todos se parecen, el mismo olor y el mismo tipo de gente. La
inmundicia gusta salir cuando no hay luz. Futuros delincuentes se drogan en las
calles y llevan consigo estatuas de “santitos”; indigentes cagando como perros
callejeros y puestos de comida por todas partes, tal parece que el mejor condimento
se encuentra en el aire que se respira.

Regreso a la vecindad, atravieso el oscuro callejón y el pasillo que lleva al primer


patio. Adornos navideños le dan colorido a tan lúgubre recinto; los niños corren
como lucecillas y chispas, ríen y brincan, creo ver entre ellos a mi hijo. Mi pecho se
infla, algo me impide exhalar, me siento enfermo y cansado. Inmerso en mí mismo
camino extraviado en un lugar que conozco por años. Un silbido suena varias veces
y después mi nombre, eso me hace reaccionar. Es “El chango”, se acerca a darme la
mano y un abrazo:

- Que gusto Pablito, ¿todo bien? ¿Cómo has estado?

- Todo bien “chango”, ¿hace cuánto saliste?

- Apenitas, justo para navidad.

Un lapso de silencio se presenta entre ambos, -no sé por qué pero me gustaría que
siguiera encerrado-. “El chango” rompe el silencio y dice:

-Ya me estuve enterando de todo lo que pasó en mi ausencia. Hay que poner orden
en el barrio, todo es un desmadre.

-Es verdad…

-Cada vez hay más maricones ¿Te has dado cuenta?

-Sí…
-No tengo nada en contra de los putos, pero ¡eso de que ya quieren ser mujeres! No,
eso no va. Nosotros sabemos de lo que son capaces esos cabrones-. Al mirar
alrededor baja la voz y pregunta: -¿Sabes algo de la Chabela?

-No, por la madriza que le diste pasó mucho tiempo en el hospital. Regresó unos
meses a la vecindad y después de que no le comprobaron nada se fue a quién sabe
dónde.

-Quizá ya es mujer y ni sabemos- el chango comienza a reír a carcajadas -¿No lo crees


Pablito?

-Puede ser…

-O sigue de puta por acá y ya me la cogí sin darme cuenta –“el chango” carcajea aún
más descontrolado y pregunta con seriedad repentina -¿Pero ya no te buscó, ya no le
seguiste la pista?

-Me dijo lo mismo que a la policía, que no tuvo nada que ver con la desaparición, que
andaba puteando a esas horas.

-¿Y todo el billete que le encontraron después, qué?

-Según eran ahorros de su chamba.

-¡Ni madres, ni que valiera para algo esa chingadera! Yo la vi Pablito, en serio que
llevaba a tu chamaco de la mano. Le silbé y caminó hasta más rápido. “Pinche joto”,
pensé mientras se alejaba, no le di importancia, tampoco fue algo tan extraño, se
sabía que le tenía cariño a tu chavito, pues ya ves, ella era muy amiga de tu vieja, que
en paz descanse– se persigna.

-Ya pasó un buen rato de eso “chango”, no recuerdo muchas cosas, ni quisiera
hacerlo…
-Pero tú sabes que no se puede. Yo no me arrepiento de la golpiza que le di y por eso
mismo no quiero que se me olvide. Es más quiero contarte algo, pero discreción
Pablito.

-Bueno…

-Esa noche llegué a la vecindad y todos gritando: “el niño”, “el niño”, pues a buscar
en la calle, en los cuartos, en todas partes. Repentinamente me acordé que lo vi con
la chabela, pero ni luces de la cabrona. ¿Te acuerdas que llegó del otro lado? Que
según porque su cliente la dejó por la calle de atrás. ¡Mentira! ¡Quién iba a llevar a
esa puta en carro hasta la vecindad! Apenas la veo y me lanzó contra ella, pinche
maricón, todo viejo pero bien que corre a encerrarse en su cuarto. De ahí ya sabes,
todos me vieron forzando su puerta para entrar y darle en su pinche madre.

-Sí, lo recuerdo…

-¡Ah, y me respondes fastidiado! Todavía que yo fui el único que se aventó, ya ni tú,
que hasta me estabas separando. Mira cabrón me aguanté doce años encerrado, pero
volvería a hacer lo mismo: chingármela. Recuerdo como la chillona se escondió en el
ropero, pues que lo abro de una patada y la saco de las greñas. Le grito: “¿Dónde está
el niño, dónde está el niño?” No responde nada, sólo grita como loca, le propino
varios en el hocico hasta dejarla floreada, fue ahí cuando entraron a separarme, entre
ellos tú, poco les duró el gusto porque los saqué y atranqué la pinche puerta, ahí
dentro se quedó el René, ambos la pateamos en el suelo, se revolcaba como culebra,
no sé cuántos chingadazos le dimos, yo creo que muchos porque ya me dolían los
pies, de pronto el René me dice: “oye chango, vamos a cogérnoslo por puto”. No sé
qué me pasó, pero me dieron ganas, así que le rompí la falda y los calzones y ¿sabes
qué?, esto no lo dije antes, pero ese culo no estaba recién usado por un cliente, me
consta. Por eso te pregunto: ¿De dónde salió el dinero que según guardaba en la
funda de la almohada? ¿De sus ahorros? ¡Ni madres! El varo no estaba ahí, no en ese
momento, lo trajo después la cabrona.

-¿Cómo lo sabes chango?


-Porque agarré la almohada y se la puse en la jeta para taparle el hocico y no verle la
pinche cara; de haber dinero me lo hubiera chingado.

-¿Por qué no lo dijiste antes?

-¿Querías que dijera que me violé a un maricón?

-Pero ¿qué no por eso te encerraron?

-Es su palabra contra la mía. ¿Entiendes? Yo sólo te digo cómo pasó todo, porque
estoy seguro que ese marica se llevó a tu chamaco para cambiarlo por varo para su
pinche operación, para convertirse en “mujer”. Se la pasaba hablando de eso, de que
sería una damita, jodido viejo asqueroso. ¡Le hubiera hecho la jarocha en ese
momento! En cambio, la saqué a rastras del cuarto y la hice morder banqueta
¿Recuerdas cómo le brincaron los dientes cuando aplasté su cabeza?

Después de tener que escuchar al chango salí por la parte trasera de la vecindad
con la necesidad de recrear la escena, sin embargo han pasado más de doce años y
cada vez recuerdo menos las cosas, ojalá pronto olvide todo. Ahora estoy en mi
cuarto, envuelto en mí mismo. Los ruidos de la noche no conceden descanso y las
grietas de las paredes rasgan mis ojos. Afuera solamente hay bullicio. ¡Que
porquería! Todos revolcándose en su propia suciedad y embarrándose las manos con
la mierda del otro. Al menos mi hijo está fuera de esa posibilidad, se libró, sin querer,
sin saberlo. No sé si está muerto, si la chabela se lo llevó, si se perdió o está buscando
el camino de regreso. Hoy sería un jovencito, así como al que golpearon bajo mi
ventana hace unas horas… pero no tengo sueño, se me fue hace años. Voy a salir un
momento, quizá lo encuentre en el camino, se veía tan mal al pobre chamaco.

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