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José Luis Ibáñez Salas 15/10/2017 OPINION, Tribuna libre Dejar comentario
Margaret MacMillan
Es necesario evitar los abusos de la memoria de los que nos previene el intelectual búlgaro
nacionalizado francés Tzvetan Todorov. De hecho, estoy con la historiadora canadiense
Margaret MacMillan cuando afirma que “haber estado allí no permite necesariamente
conocer mejor los acontecimientos; en realidad, más bien, ocurre justo lo contrario.”
Y el gran escritor argentino Jorge Luis Borges escribió un poema que finaliza así:
Somos nuestra memoria,
somos ese quimérico museo de formas inconstantes,
ese montón de espejos rotos
La memoria es sin duda un montón de espejos rotos. Como explican los psicólogos es algo
engañoso; es, como apunta MacMillan, “selectiva y maleable”. El escritor británico
Harold Pinter, premio Nobel de Literatura en 2005, consideraba que “el pasado es lo que
recuerdas, lo que imaginas recordar, lo que te convences en recordar, o lo que pretendes
recordar”. Y uno de los más grandes memorialistas del siglo XX, el italiano, judío,
superviviente del Holocausto Primo Levi tiene mucho que decir al respecto. Por ejemplo,
esto:
Por eso hablaba más arriba de “evitar los abusos de la memoria”. El historiador español
Joaquim Prats se pregunta que si eso es la memoria individual, qué no será la memoria
colectiva, esa memoria que muchos llaman memoria histórica pero que en realidad es una
fase anterior de ésta: memoria colectiva es en realidad un concepto creado por el intelectual
francés Maurice Halbwachs, muerto en el campo de concentración nazi de Buchenwald en
1945, que nos habla de los recuerdos preservados por la sociedad civil para destacarlos
sobre otros; que, en definición de MacMillan, “nos habla de las cosas que pensamos que
sabemos con toda seguridad sobre el pasado de nuestras sociedades”. La historiadora
canadiense redondea el asunto cuando escribe:
“La memoria colectiva, en realidad, trata más del presente que del pasado, porque es
esencial para la imagen que un grupo tiene de sí mismo”.
Qué no será la memoria colectiva (de la que el ensayista estadounidense David Rieff dice
que su función esencial “es la legitimación de un criterio particular y un programa político
y social, y la deslegitimación de los opositores ideológicos)… Qué no será asimismo la
memoria histórica, añado yo. Esa de la que el historiador español Francisco Martínez
Hoyos dice que “no es sino una coartada para el maniqueísmo”.
Hay ideología, como suele ser habitual en los campos de las ciencias sociales (al que
pertenece la Historia), en la expresión, y en su uso aún más, memoria histórica, un marbete
que parece que tiene en el historiador francés nacido en 1931 Pierre Nora a su padre y que
se refiere al esfuerzo decidido de cada grupo social, o del conjunto de varios grupos
engarzados, o no, en una nación, para dar con el pasado necesario de una manera
claramente reverencial. (La cursiva es para fijar tu atención en esto que considero un
hallazgo de mi propia definición.)
“Todos tenemos derecho a recuperar nuestro pasado, pero no hay razón para erigir el
culto a la memoria por la memoria; sacralizar la memoria es otro modo de hacerla estéril.
[Y, como ya sabemos:] La memoria histórica es en realidad un combustible para la
caldera de la Historia, ya que si la Historia sólo fuese memoria, ya no sería Historia.”
Existe una escuela historiográfica que comete el error de querer sustituir la Historia de los
vencedores con la Historia de los vencidos. Pues algo así podríamos decir de la prevalencia
de las denominadas políticas de la memoria basadas en el uso y abuso de la memoria
histórica.
No obstante, dicho todo ello, aunque, como dice Prats, “el conocimiento de la Historia es
mucho más transformador y revolucionario que recrearse en los recuerdos o las memorias
de unos contra los otros”, trabajar a favor de una memoria histórica, en el sentido de
memoria social, “puede tener claras funciones de saneamiento de las sociedades que han
sufrido traumas históricos”, de manera que se enseñe a “renunciar al olvido interesado”.
Sobre todo esto, sobre la memoria y la Historia, Ernst Nolte, el polémico historiador y
filósofo alemán fallecido en 2016, tiene algo que decir cuando nos habla de los periodos
históricos que “se niegan” a transformarse en Historia “verdaderamente desinteresada” y se
empeñan en ser una Historia “anormal”. Es “el pasado que no quiere pasar”. Algo que está
relacionado con las experiencias traumáticas sufridas por las sociedades civiles, por las
naciones. La Guerra Civil del siglo XX que sufrió mi país en la década de los años 30, sin ir
más lejos.
Es interesante, a todo esto, referir a continuación algo de la visión que de este asunto tiene
el filósofo de la Historia holandés Chris Lorenz, para quien el boom de la memoria
colectiva, de la memoria histórica, que él data en la década de los 80 del siglo pasado y
considera impulsado por Pierre Nora, está relacionado con el hecho de que los historiadores
académicos estaban, y están aún, añado yo, perdiendo su privilegiada posición de
especialistas de la interpretación del pasado en favor de otros, especialmente los medios de
comunicación.
Existiría, dentro de este orden de cosas, una mezcla particular de Historia y memoria de la
que habla el historiador indio nacido en 1948 Dipesh Chakrabarty, quien dice —nos sigue
conduciendo Lorenz pero estas que vienen son palabras de aquél—:
“Los hechos históricos no son iguales a las verdades históricas, pero las segundas
constituyen una condición de posibilidad de los primeros. Las verdades históricas son
generalizaciones amplias y sintéticas, basadas en la investigación de colecciones de hechos
históricos individuales que pueden estar equivocados, pero están siempre disponibles para
la verificación mediante los métodos de investigación histórica: los hechos históricos son,
por otro lado, una mezcla de Historia y memoria y por lo tanto su verdad no es verificable
por los historiadores. Los hechos históricos no pueden crearse, sin embargo, sin la
existencia previa de verdades históricas”.
Regreso brevemente al asunto del olvido. Para Hartog, la “mirada museificada” es aquella
que nos hace estar “atrapados como estamos entre la amnesia y el deseo de no olvidar
nada”. Para él, “el pasado golpea a la puerta, el futuro a la ventana y el presente descubre
que no tiene un suelo sobre el que mantenerse en pie”.
Sí, como afirmara el intelectual Christoph Ransmayr, nacido en 1954, “el tiempo es un
estanque en el cual el pasado sube hacia arriba en burbujas.”
Y es que, para Lorenz, “la preocupación del historiador profesional por el pasado
simultáneamente implica una preocupación por el futuro”.
“El pasado no está presente cronológicamente. Pero no se puede escapar del hecho de que
una buena parte de él está presente substantivamente”.
Palabra de King.
Antoine Prost
Y palabra de Antoine Prost, que es parte esencial en mis reflexiones sobre mi oficio de
historiador, que son las de quienes mejor lo saben, sobre la memoria y la Historia. Dice el
historiador francés que la demanda actual que la sociedad hace de la Historia hace de ésta
“un lugar de memoria que es fuga del presente y miedo al futuro”.
Es difícil no estar con Prost cuando nos dice que los historiadores hemos de “hacer
prevalecer el razonamiento sobre los sentimientos y más aún sobre los buenos
sentimientos”. Cuando defiende que nuestro oficio “exige razones y pruebas, frente a la
memoria, que extrae su fuerza de los sentimientos que moviliza”. Imposible no estar con él
cuando sentencia que “acceder a la Historia constituye un progreso, ya que es mejor que la
humanidad se conduzca siguiendo razones que atendiendo sentimientos”. Sí, yo sigo a
Prost a pies juntillas cuando me dice que para “ser responsables de nuestro futuro tenemos
que cumplir ante todo con un deber de Historia”.
Como aprendimos del gran historiador español Juan José Carreras, “la proliferación
abusiva de la palabra memoria está siendo usada cada vez más en perjuicio de la palabra
Historia”. Vivimos en el mundo de las batallas por la memoria.
Creo que es una auténtica perversión que la palabra memoria posea “una dimensión ética,
prácticamente mágica” —a decir del historiador francés Henry Rousso, nacido en 1954—,
que supere en eficiencia a la palabra Historia.