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sociedad. Si previamente el peligroso era el delincuente, para fines del siglo XIX y principios del
XX los peligrosos fueron los inmigrantes, que se habían transformado en una amenaza para la
sociedad, poniendo en tensión la cuestión de la construcción de la nación y la ciudadanía con la
cuestión obrera y la pobreza.91
La inmigración que había sido alentada por el Estado era ahora cuestionada y sospechada por su
carácter extranjero y por portar ideas disolventes y corruptas que comenzaban a desestabilizar el
orden vigente. Estos temores ante el protagonismo adquirido por los “nuevos habitantes” se
canalizaron a través de la definición de un sistema coercitivo que pretendió dar respuesta desde los
sectores hegemónicos a la sensación de sorpresa/temor generada en su seno por el aumento de la
conflictividad social.
La Nación era representada en la metáfora de un cuerpo dividido, amenazado por las “enfermedades
morales” y el “desorden” provocado por la presencia de una “nueva barbarie”
identificada en los rostros de “inmigrantes exóticos”. El temor de los sectores dominantes a la
propagación del germen de la disolución social se encuentra estrechamente vinculado al aumento de
la conflictividad social.
Los orígenes de la llamada “cuestión social” argentina se remontan a la última década del siglo
XIX. Este término describe el conjunto de consecuencias sociales del proceso de inmigración
masiva, urbanización e industrialización que transformó al país, entre las que se contaron problemas
en áreas de vivienda, sanidad y salud pública, el aumento de la criminalidad urbana, la protesta
obrera y el surgimiento de nuevas corrientes ideológicas que desafiaban la validez de las
instituciones políticas y económicas vigente
Por último, el surgimiento de las primeras organizaciones obreras y sus campañas reivindicativas, y
las amenazas del terrorismo anarquista introdujeron un fuerte contenido político- ideológico que se
sumaba a los reclamos por una transformación del sistema político argentino
Por aquellos años del novecientos, hacinados en los conventillos del Centro y de la Boca,
marginados y excluidos de las sociedad y de la política, acusados en muchos casos de extranjeros
indeseables, los sectores populares supieron crearse ámbitos y espacios de reunión, de defensa de
sus intereses inmediatos; al tiempo que presionaban sobre el Estado y la sociedad, supieron elaborar
una identidad y, más aún, una cultura propia, que podría definirse como trabajadora y
contestataria.99
El impacto inmigratorio facilitó la transmisión de formas organizativas y de resistencia que
cuestionaron la vigencia del modelo económico agroexportador de corte capitalista marcando los
inicios del movimiento obrero en nuestro país.
Estas condiciones fueron propicias para la formación de una clase trabajadora y el encuentro
solidario entre emigrantes europeos y nativos entorno a ciertos principios reivindicativos en relación
a: la explotación, desempleo, salarios bajos, alquileres elevados, mala alimentación, jornadas de
trabajo extensas y desprotección legal del obrero. En consecuencia, surgirán las organizaciones
partidarias y sindicales que definen su accionar a través de principios ideológicos anarquistas y
socialistas.
Supo interpretar con su lenguaje político la miseria y el descontento popular y brindó respuestas al
malestar y a la insatisfacción de los sectores humildes.
hemos privilegiado los conflictos
que se articularon desde comienzos del siglo XX alrededor
del mundo del trabajo, aunque incorporando otros
actores sociales cuando han significado un cambio sustantivo
en el tono de la protesta.
en donde la población
trabajadora experimentó la explotación y la opresión
capitalista bajo formas diferentes: el despotismo de
la clase dominante, la distancia entre trabajadores y
empresarios, la parcialidad de la ley, la represión policial,
la disciplina laboral, las largas jornadas y las malas
condiciones de trabajo, y la discriminación política. Todo
esto ha provocado frecuentes conflictos y agitaciones que
adoptaron formas variadas de acuerdo con los diferentes
contextos históricos y con la compleja relación con el
Estado. Así, es cierto que hubo coyunturas en que la
conflictividad social pasaba a un segundo plano o permanecía
larvada debajo de la superficie, ya sea por la estabilidad
económica, la paz social o el equilibrio político;
cada uno de estos términos se combinó de manera diversa
para canalizar las demandas populares y amortiguar
la conflictividad social. Sin embargo, la historia argentina
del siglo XX no transcurrió sin conflictos. Al contrario,
está jalonada por ellos, y desde la propia conformación
como país capitalista, la protesta de los nuevos
actores sociales emergió con intensidad preocupando a
las élites gobernantes, que debieron apelar a concesiones
de tipo político y social para neutralizar la intensidad
de la protesta social
la alta conflictividad social y política
de vastos sectores de la sociedad durante casi todo
el período comprendido entre 1955 y 1976
definieron
un espacio para el conflicto -el de las fábricas y
sus alrededores- y delinearon una cultura obrera centrada
en torno al lugar de trabajo. En cambio, las huelgas
generales extendían la protesta al ámbito de la ciudad,
convirtiendo las calles y plazas en el escenario de la
confrontación. Huelgas parciales y huelgas generales así
como manifestaciones callejeras fueron colocando el boicot
y el sabotaje en un lugar secundario. Las fábricas y
talleres diseminados en las ciudades resultaron escenarios
propicios para las huelgas, pero las protestas podían
extenderse a las calles adyacentes que, a veces,
se convertían en verdaderos campos de batalla.
empresarios. Con el
aumento de la represión luego del golpe militar que en
1955 derrocó al presidente Perón, se fue consolidando
una cultura de la rebelión que privilegió el uso de la violencia
como arma política. Sabotajes, tomas de fábricas
y rehenes conformaron la «resistencia» al régimen militar;
y de esta forma los trabajadores no sólo reclamaban
por sus reivindicaciones especificas sino también, y de
manera inédita, por el retorno de su líder al poder. Sólo
una década más tarde aparecieron las prácticas violentas
de la guerrilla urbana, que, aunque no formaban parte
de la protesta obrera, se entrometieron en ella amenazando
o secuestrando empresarios y directivos con el
fin, a veces, de obtener mejoras para los trabajadores.
Con la entronización de la dictadura militar, la violencia
desde arriba no sólo se adueñó de los lugares de
trabajo sino que derramó su manto de desaparición, tortura
y muerte sobre un amplio conjunto de la sociedad.
La acción represiva del Estado modificó profundamente
el tono de la protesta, pues quienes se movilizaron (trabajadores,
vecinos, jóvenes, artistas y mujeres) lo hicieron
en buena medida y de manera novedosa, alrededor
de los derechos humanos y en defensa de la vida.
Las formas de protesta se volvieron multiformes, y
a la caída del régimen dictatorial, las profundas transformaciones
de la vida económica, política, social y cultural
bajo los efectos del neoliberalismo consolidaron una
multiplicidad de caminos para efectuar los reclamos
El presente libro se basa en un presupuesto fuerte
que organiza el relato: desde
fines del siglo XIX se fue
conformando una sociedad sobre la base del trabajo pro
ductivo y una clase social, los trabajadores, que luchó
permanentemente para que patrones y gobiernos los interpelara
como interlocutores legítimos. A lo largo del siglo
xx, en un complejo proceso, se fueron afianzando las
herramientas de lucha que permitían amortiguar la explotación,
y los trabajadores hicieron valer sus demandas
avanzando hacia la obtención de la ciudadanía social.
La opresión económica pero también política a la
que fueron sometidos los trabajadores y el conjunto de
los sectores populares durante las diversas dictaduras
militares en los años cincuenta y sesenta favoreció la
participación de otros actores sociales que se aliaron a
la clase obrera, y convirtieron la protesta social en un
fenómeno más heterogéneo.
En el tercer capitulo se abordan
los cambios en los repertorios de confrontación a la luz
de las crisis políticas, con sus ciclos de inestabilidad
política y alternancia entre gobiernos civiles y militares;
el impacto de la represión y la vinculación de los trabajadores
con otros sectores sociales como los estudiantes;
y el papel de la guerrilla.
Si se examina la actuación de los poderes públicos nacionales durante el mismo periodo se
comprueba la casi total inexistencia de preocupaciones en torno a la cuestión social. Los conflictos
laborales no fueron temas de atención para los legisladores, sólo en momentos de crisis o
efervescencia social se produjeron algunos atisbos de intervención.11
Fue así que se gesto una precepción negativa del extranjero que desembocó inevitablemente en la
Ley de Residencia y en una política de fuerte sesgo represivo, generalizándose el rechazo al
extranjero desde alusiones culturales hasta biológicas y racistas.
El grupo dirigente apeló a la profundización de la coerción física para mantener un orden imperante
que articulaba liberalismo económico y conservadurismo político y social. La Ley de Residencia y
otras medidas represivas representaron una respuesta lógica de un sistema de ideas que vinculaba
conceptos tales como crimen, violencia, anarquismo, socialismo, huelgas, prostitución o
degeneración de la raza con la inmigración, con el extranjero. El conflicto social instaurado en la
sociedad urbana del momento fue así percibido como un fenómeno residual de las relaciones
sociales de los países industrializados europeos. Esta visión negadora del conflicto social, como
elemento inherente a las modernas sociedades capitalistas instauró un velo distorsionador en el
entramado de las relaciones entre la clase dominante y los trabajadores.
La ley tratada anteriormente no había logrado consumar sus objetivos, haciéndose visible el
aumento de las tensiones sociales a las cuales no había dado respuesta y dejando abierta la
posibilidad de sancionar nuevas leyes que profundizarán el carácter represivo por parte del Estado.
La discusión sobre los conflictos laborales, las condiciones precarias de trabajo, y los sueldos bajos,
no era la principal preocupación de la clase dirigente, la representación sobre los problemas
gremiales recaía en la responsabilidad del anarquismo al convencer, a modo de secta, a los
indefensos y sanos obreros.
política represiva cuyo principal objetivo era aislar y erradicar a los elementos más
contestatarios del movimiento obrero;
El control se tornaba mucho más efectivo con el anarquismo que era considerado el verdadero
enemigo del orden público y al cual era necesario desarticular en la medida que no tenían intención
de aceptar las reglas del juego.
La fuerte presencia del movimiento ácrata expresada a través de dichas acciones, las cuales
cobraban mayor notoriedad durante los momentos de acrecentada violencia en el ámbito social,
comenzaron a alarmar al poder gubernamental, sector desde el cual se percibió la escalada del
fenómeno libertario como una amenaza al orden público considerando al anarquismo como un
enemigo altamente peligroso.
En vísperas del Centenario, durante el periodo comprendido entre la “Semana Roja” de mayo de
1909 y el mes de abril de 1910, cuando el gobierno decidió encarar una persecución implacable
contra el anarquismo, los círculos vivieron el clima de euforia y optimismo de todo el movimiento
anarquista. Sin embargo, una vez desatada la represión el clima de euforia se desmoronó como un
castillo de naipes y la actividad de los círculos libertarios cesó casi por completo.154
La huelga insurreccional era considerada por los anarquistas como un momento de inflexión en el
combate contra el capitalismo, no era una mera herramienta táctica para obtener mejoras generales
para los trabajadores, sino una poderosa arma revolucionaria para cambiar radicalmente la sociedad.
Los mecanismos de acción directa, el boicot y el sabotaje, pueden englobarse dentro del concepto
de huelga general. Esta fue desde un primer momento un símbolo muy distintivo del anarquismo
que en muchas ocasiones polemizaba con otras corrientes socialistas y sindicalistas sobre el carácter
de las huelgas. Para los anarquista cualquier sindicato que protestara debía ser apoyado por una
huelga general que involucrara a toda la clase trabajadora, esto estaba fuertemente relacionado con
la solidaridad obrera. Basada en ese principio fue adoptada como el medio más práctico y
revolucionario entre los trabajadores, aunque no involucraba solo a los obreros sino también al
pueblo en su conjunto que podía utilizar a esta herramienta de lucha en los distintos niveles de la
sociedad.
La huelga general consistía en suspender la producción en todas las ramas del trabajo durante los
días que eran necesarios para destruir el valor de cambio y permitir a los proletarios la toma de
posesión de los medios de producción de la riqueza.158
El anarquismo veía en cada huelga general una oportunidad para adelantar el camino a la
revolución, en Argentina la enorme magnitud de la Huelga de Inquilinos ocasionada en 1907 fue
interpretada de este modo por los ácratas locales.
Los desajustes acontecidos en el proceso de inserción de dicha masa de trabajadores a su nuevo
contexto laboral se plasmaron en una visible inestabilidad y mala distribución del empleo
acompañado del deterioro en los niveles de ocupación, contribuyendo dichos factores a la
agudización del conflicto social. A las dificultades en la integración económica social de los
trabajadores inmigrantes se sumaban su difícil integración en el plano político y cultural, de lo cual
se desprende que los trabajadores en Argentina se convirtieron antes en “obreros”, en última
instancia en “clase obrera”, antes que en “ciudadanos”.68
Ante este panorama emprenderán sus actuaciones reivindicativas las cuales aludían a presupuestos
ideológicos elaborados en otros contextos sociales.
El mito del éxito posible en una sociedad abierta como así también el del crisol de razas que
estimulaban la realización del mito igualitario generaban a la vez un conjunto de ilusiones que
operaban de manera ambigua ya que enmascaraban una realidad concreta dominada por
todo tipo de desigualdades y prejuicios.
La contradicción entre sus aspiraciones como inmigrantes y su calidad de asalariados
explotados motivará al inmigrante a la resistencia al sistema imperante, y será la
causa del arraigo de las ideas contestatarias. El factor que transformara esta situación
potencial en acto, sobredeterminándola, serán las condiciones de vida y de trabajo que
deberán enfrentar las masas.
Las condiciones de trabajo fueron, desde el comienzo de este proceso, una de la preocupación
central de los trabajadores y la causa de gran parte de la protesta social. Así, los accidentes de
trabajo, el hacinamiento, el empleo y la explotación de menores, las largas jornadas laborales, los
bajos salarios, la desigualdad del trabajo femenino con relación al masculino, la disciplina laboral
(reglamento, capataces), el trabajo nocturno, la regularidad o la eventualidad del empleo y las
propias formas de contratación de la mano de obra eran todas cuestiones que
motivaron la protesta reiterada de los trabajadores, con el objetivo, de mejorar sus condiciones de
trabajo y su calidad de vida.
Sin embargo, si nos detenemos a analizar las características del mercado laboral podremos observar
también su inestabilidad e incertidumbre ya que demandaba fundamentalmente un elevado número
de trabajadores no especializados y altamente móviles. La irregularidad existente derivaba en
situaciones laborales disimiles que afectaban la capacidad de negociación y presión de los
trabajadores de cada rubro, y que se reforzaba en el caso de las ocupaciones de importancia
estratégica para el funcionamiento de la actividad agroexportadora. Por encima de las diferencias,
quienes dependían de un salario para su subsistencia compartían, en mayor o menor grado, las
dificultades, las necesidades y los anhelos de una existencia signada por el desarraigo, la
explotación y la esperanza muchas veces frustradas de mejoramiento social.73
Junto con las deficientes condiciones de vida, que trabajadores y sus familias debían soportar de
manera cotidiana en la gran urbe, eran los problemas intrínsecos a la situación laboral las causas
que alimentaban el malestar obrero: las bajas remuneraciones, las multas y reducciones salariales,
las jornadas abrumadoras, la amenaza del desempleo, etc.74
Por su parte, el Estado incrementó sus tareas en muchos planos
José Panettieri señala que había que distinguir entre “dos” ciudades que coexistían: junto al de la
oligarquía existía “el otro” Buenos Aires, el que yacía soterrado sobreviviendo en la indigencia, el
de los nativos y extranjeros pobres.
La Argentina del Centenario se mostraba así como un país unificado que había resuelto los
principales problemas del siglo XIX. Buenos Aires, la ciudad portuaria, se había vuelto la
lujosa capital de una nación que parecía haber alcanzado su apogeo. En esa “república
oligárquica” que representaba el orden conservador y la completa incorporación del país a la
civilización europea, sin embargo, la democracia seguía siendo un ideal lejano, pero la
prosperidad y el optimismo estaban a la orden del día.
Los sectores dominantes vieron en la celebración del Centenario de la Revolución de Mayo
una oportunidad de legitimación como grupo social al mostrarse al mundo como los
propulsores de una verdadera potencia exportadora que estaba a la par de cualquier país
europeo desarrollado. La conmemoración debía realizarse con todo el lujo y la pompa que
merecía uno de los grandes exportadores del mundo capitalista y para ello se gastaron
fortunas para engalanar lujosamente la ciudad de Buenos Aires e invitar a numerosas
personalidades de la cultura y jefes de estado.172
Esto apuntaba a unir la conmemoración con un modo de enfrentar la heterogeneidad étnica
inmigratoria. De allí la necesidad de edificar con mayor intensidad que nunca una memoria
colectiva capaz de cohesionar a la sociedad toda, en un momento en que la legitimidad del régimen
político se hallaba fuertemente debilitada y, a la vez, construir otra legitimidad en reemplazo: la del
pasado histórico glorioso y la del presente venturoso, anuncio de un futuro en esa misma dirección.
El Centenario fue clave para la definición identitaria del sujeto argentino recortando esta figura en
términos de oposición nacional- extranjero. De esta manera, en un contexto político más amplio, la
conmemoración de un centenario aparecía como una “invención” hecha a medida para la
celebración de eventos que permitía cimentar la formación de las modernas naciones occidentales
afirmando la construcción de sus identidades.175
En aquellos años la situación de los trabajadores distaba de merecer los tonos eufóricos y
celebratorios de los festejos del Centenario. Sin embargo, no puede negarse que la presencia
de los obreros y sus organizaciones fue una nota fundamental de aquella coyuntura.”
La exclusión de las mayorías populares y la escasa presencia del Estado para resolver los
problemas más acuciantes de los trabajadores fueron conformando una sociedad en donde la
confrontación social y el enfrentamiento ocuparon un lugar destacado. La puja entre la clase
obrera porteña y sus manifestaciones ideológicas, por un lado, con los patrones y el Estado,
por otro, adquirió en muchas oportunidades características violentas, profundizando el clima
de conflictividad. En este sentido, el Centenario puede definirse como una batalla simbólica
emprendida por los sectores dominantes en contra de los sectores políticos más radicalizados.
Símbolo de contrastes, el centenario mostró la contracara de la celebración , se trataba del
proletariado urbano que vio en en las fiestas patrióticas, la coyuntura propicia para manifestar
sus críticas a una Argentina caracterizada por la exclusión política, la concentración de la
riqueza, la explotación obrera y las desigualdades sociales;masa de sujetos extranjeros que
para la elite constituirán un “enemigo imprevisto”, una inmigración “no deseada” y contra la
cual aplicarán mecanismos represivos y una legislación arbitraria y excluyente.
Pasemos ahora a la segunda pregunta. ¿Cuál fue el rol de los trabajadores
durante la última dictadura?
Siguiendo con lo que veníamos viendo, podemos sostener que uno de los focos
centrales sobre el que el terrorismo de Estado quería actuar era la clase trabajadora y
el movimiento obrero organizado. Fueron la principal presa del accionar represivo. El
mismo 24 de marzo de 1976, día del golpe de Estado, la Junta militar y sus
aliados civiles intervinieron los sindicatos y las confederaciones obreras y
empresarias, la CGT fue primero intervenida y luego legalmente disuelta, y se
intervinieron 175 sindicatos. Sus máximos dirigentes fueron encarcelados;
prohibieron el derecho de huelga; anularon las convenciones colectivas de
trabajo y congelaron los salarios.
Todo intento de protesta o resistencia por parte de los trabajadores ante estos
avances, fue tajantemente reprimido. Se buscó eliminar toda forma de organización
obrera, especialmente las comisiones internas, para lo cual se operó directamente
sobre muchos delegados y dirigentes de base. Todos los lugares de trabajo y
producción pasaron a ser considerados objetivos militares. Se intentaba desmantelar
toda la organización laboral y sindical que se había construido por más de 30 años. En
la fábrica Ford, por ejemplo, “el Ejército entraba en las plantas fabriles y se instalaba
en el mismo lugar de trabajo. Los obreros tenían que trabajar con los fusiles
apuntándoles. A los ritmos infernales, contra los que no podían protestar, y el
aplastamiento de viejas conquistas relativas a derechos individuales, se sumaba la
intimidación del Ejército”, como relata Álvaro Abos en su texto "Las organizaciones
sindicales y el poder militar (1976-1983)", incluido en el libro de Caraballo, Charlier y
Garulli –La dictadura (1976-1983). Testimonios y documentos– publicado por Eudeba
en 1999. Otro ejemplo es el de la empresa ACINDAR, mencionada en la entrevista de
Basualdo, que contó con un Centro Clandestino de Detención dentro de su propia
fábrica.
Este aparato “legal” fue invocado por empresarios y empleadores de fábricas ante
cualquier tipo de movilización o protesta obrera. La consecuencia de esa invocación
era, en la mayoría de los casos, la ocupación de los lugares de trabajo por efectivos
armados.
A pesar de todo este accionar represivo, no dejaron a los trabajadores sin respuesta, y
éstos buscaron modos de manifestarse y protestar. La mayor parte de los conflictos
obreros a partir de 1976 se registraron en el sector industrial, entre los metalúrgicos,
los obreros textiles y los de las automotrices, entre otros. Especialmente fuerte fue el
desarrollado por los trabajadores de Luz y Fuerza –sindicato de trabajadores de la
electricidad nacido en 1943-; incluso en una protesta llegaron a concentrar a 10.000
personas, y este conflicto sólo terminó cuando desaparecieron al dirigente Oscar
Smith, quien estaba encabezando dicho conflicto. Ese mismo año, los trabajadores de
la mayoría de las empresas automotrices (Ford, General Motors, Fiat, Renault) y del
ámbito portuario protagonizaron varias huelgas. A lo largo de todo el gobierno militar
los trabajadores buscaron la manera de responder a los ataques. Hasta que el 27 de
abril de 1979, el Movimiento Sindical Peronista, de reciente conformación, logra
convocar al primer paro nacional; y el segundo recién se convoca el 22 de julio de
1981.
¿Cómo hacían para manifestarse ante tanto control militar y empresarial? Las acciones
de resistencia de los trabajadores se tuvieron que instrumentar a través de otros
métodos. Muchas de las comisiones internas de las fábricas y muchos de los delegados
gremiales asumieron una posición que podríamos llamar de “resistencia defensiva”, lo
que implicaba la lucha por mantener los niveles salariales y las condiciones de trabajo,
y el cuidado frente a las represalias empresariales en contra de los dirigentes y las
organizaciones gremiales. Eran también muy comunes las formas de protesta que
evitaban el choque de fuerzas directo, como el trabajo a desgano o el sabotaje.
De igual modo, se atacó a las comisiones internas de fábrica y sus delegados, aunque no
todos ellos fueran elementos radicalizados. En ciertas plantas se persiguió a aquellos obreros que
hubiesen adoptado posiciones combativas, tuviesen o no relación con organizaciones guerrilleras.
Fue en esta fracción de la clase obrera que se cuenta la mayoría de las víctimas del Proceso. A este
último le fue necesario, para desarticular al sindicalismo, “amputarlo” de su base natural que se
encuentra en los lugares de trabajo.
La represión no fue solamente directa sino también “disuasiva” es decir, a través de la
intimidación o intervención militar y policial en las plantas, con verdaderas exhibiciones de fuerza.
Se suman además las detenciones, con posteriores liberaciones. Las “desapariciones” de
trabajadores y dirigentes asociados por el regimen militar a la actividad huelguística funcionaron
como verdaderos disciplinadores del movimiento obrero, si bien en algunos casos constituyeron el
móvil de protestas y conflictos laborales durante el periodo.
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Los autores que destacan la oposición y/o la resistencia obrera a la última dictadura militar
analizan los conflictos obreros que tienen lugar en las fábricas, organizados por delegados,
comisiones internas o por los mismos obreros, señalando las especificidades de las luchas obreras
en el periodo. Derivan en general en dos interpretaciones, en algunos aspectos, antagónicas
acerca de la resistencia obrera hacia la dictadura. P. Pozzi resalta la oposición obrera hacia el PRN
elevándola al papel de detonante del fracaso y fin del Proceso de Reorganización Nacional. La
presencia de la resistencia obrera para este autor es innegable si se realiza un estudio “desde
abajo” del periodo 1976-1983. Esta mirada desde abajo permite identificar el constante accionar
de la clase obrera argentina desde sus bases, en los lugares de trabajo, quienes a pesar de sufrir
los duros embates de la represión militar consiguen sobrevivir en la clandestinidad, y proteger a
las comisiones internas de fabrica y sus delegados , los verdaderos protagonistas de la oposición
obrera a la dictadura. La resistencia constante a la política económica del Proceso a través de
novedosos métodos de resistencia (como el trabajo a tristeza) y la reedición de viejos (sabotajes a
la producción, trabajo a desgano, a reglamento) constituyeron la base material de la caída del
regimen militar instaurado en 1976, impulsando a los demás sectores
sociales a alinearse en contra del gobierno militar e imposibilitando durante todo el periodo la
instauración del consenso social necesario para la supervivencia del regimen.
Por su parte, R. Falcón prefiere señalar el carácter defensivo de la resistencia obrera, que
si bien estuvo presente a lo largo del periodo, fue dispersa y molecular. Señala también la
presencia de delegados provisorios, comisiones clandestinas, así como también de “mecanismos
inéditos” de lucha. Pero a diferencia de Pozzi no le atribuye un papel determinante a la hora de
evaluar el fracaso del PRN, matizando la resistencia con la brutal ofensiva del gobierno y las
empresas.
Los conflictos y sus características.
Asistimos entonces a un primer momento de la resistencia obrera a la dictadura, desde 1976
a 1979, signado por una serie de conflictos obreros caracterizados como “moleculares”, en su mayor
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parte inorgánicos, es decir, sin coordinación sindical , con elecciones de delegados provisorios que
salvaron la necesidad de un “interlocutor valido” para negociar durante los conflictos con la
patronal o los interventores militares. Resistencia en la que tuvieron participación las comisiones
internas, muchas veces clandestinas, o por el contrario contaron con la participación de los
delegados más cercanos a las fábricas en conflicto, cuyos mandatos fueron prorrogados por el
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Ministerio de Trabajo.
La distinción de las luchas desarrolladas por las bases (a nivel de empresa) de aquellas que
fueron coordinadas por la dirigencia sindical nacional no significa pensar en un enfrentamiento
entre unas y otras; como señala Arturo Fernández, se cree que ellas son en alguna medida,
complementarias.
Las bases sindicales sufrieron una brutal represión desde los años previos a la dictadura y
de modo sistemático a partir del golpe. Esto generó cierto repliegue de los trabajadores, sus
delegados y las comisiones internas. Pero el duro golpe a los salarios y a las condiciones de trabajo
desató tempranos conflictos. Así, la oposición a la política laboral y económica del “Proceso” y la
represión promovieron modos de lucha de características novedosas.
Este cambio viene dado principalmente por el fracaso que experimentan los trabajadores de
una táctica de enfrentamiento abierto a la ofensiva de la dictadura. La ausencia de “responsables
visibles” o “interlocutores válidos” en varias huelgas del periodo responde justamente a estos
nuevos métodos de lucha que va desarrollando el movimiento obrero desde su base, para evitar
señalar a los delegados y dirigentes gremiales por lugar de trabajo frente a las detenciones y los
despidos masivos.
Para un análisis de los conflictos obreros del período 76-83, se deben incluir como medidas
de lucha los petitorios, reclamos y negociaciones; Ricardo Falcón las reconoce como tales debido a
que “en las circunstancias de la época, estas medidas, especialmente la primera (refiriéndose a los
petitorios) constituían sin duda una medida de lucha, aunque no fuera estrictamente un acto de
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fuerza” . Este autor entiende además como “acto o medida de fuerza” a las huelgas, quites de
colaboración, trabajo a desgano, trabajo a tristeza, trabajo a reglamento, boicots al comedor de
planta, concentraciones internas y ocupaciones de planta.
La mayor parte de los conflictos obreros a partir de 1976 se registraron en el sector
industrial, los metalúrgicos, Luz y Fuerza, UOM, textiles, automotrices entre otros. Estos gremios
“fueron los hasta entonces tradicionalmente vanguardistas, es decir los representantes más
conspicuos del proceso de crecimiento industrial por sustitución de importaciones de los
años treinta y cincuenta y también los que se incorporan con el proyecto desarrollista en la
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década del sesenta .
Para ejemplificar el cambio en los métodos de lucha Pozzi describe el conflicto que tuvo lugar entre
octubre de 1976 y marzo de 1977 que protagonizó Luz y Fuerza (sindicato que nucleaba a todas las
empresas de electricidad: SEGBA, Agua y Energía, Compañía Italo Argentina de Electricidad. En
abril de 1976 es intervenido este sindicato. Fueron cesanteados 260 empleados de SEGBA, entre
ellos el secretario general del sindicato Capital Federal de Luz y Fuerza, Oscar Smith, finalmente
secuestrado en marzo de 1977. En octubre del mismo año se despiden 208 empleados al aplicarse la
Ley de Prescindibilidad; se da además una rebaja en las remuneraciones, falta de pago de los
incrementos salariales y se aplican sanciones al personal por reclamar ante estas medidas. Por esto
entre octubre y noviembre de 1976 se inicia la lucha con una huelga de brazos caídos, que continúa
con paros, abandono de tareas, intento de movilización, trabajo a desgano y gran cantidad de
apagones en diferentes zonas.
De estas dos últimas medidas de fuerza (trabajo a desgano y apagones) resultan dos tácticas
características del período: el trabajo a tristeza (que constituye una novedad) y los sabotajes.
Respecto del primero comenta un delegado despedido de SEGBA en octubre de 1976: “Es una
variante (el trabajo a tristeza) de lo que se llama trabajo a desgano. Nosotros decimos que no
podemos trabajar porque estamos tristes [...] porque echan a nuestros compañeros, [...] porque
ganamos poco [...] En fin, hay miles de razones para que los trabajadores argentinos hoy estemos
tristes. Por eso no levantamos un dedo para hacer lo que nos mandan”. Acerca de los sabotajes, el
mismo delgado comenta: “...para un hombre que viene trabajando muchos años entre los cables y
las cámaras, provocar un cortecito de energía es muy simple. Así comenzaron los atentados...
cuando los trabajadores de una especialidad se deciden a sabotear una producción, es imposible
intentar todo tipo de represión ya que es posible que encarcelen a cientos pero con uno que quede,
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el sabotaje esta asegurado” .
Este conflicto continúa con paros, trabajo a desgano y una gran cantidad de sabotajes, a lo largo de
los meses de diciembre, enero y febrero. Concluye finalmente con la detención y desaparición de
Oscar Smith, “lo cual significó una terrible advertencia para los sindicalistas de cualquier nivel”,
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desactivando la lucha de los trabajadores de las empresas eléctricas . El sindicato de Luz y Fuerza
y los diferentes gremios que nucleaba sufrieron un gran desgaste debido al número de trabajadores
secuestrados, detenidos y despedidos. Después de 1977 no protagonizará más luchas frontales, sólo
se sumará a las movilizaciones de noviembre de 1977 y de 1979.
En 1976 tuvieron lugar además huelgas en la mayoría de las empresas automotrices (Ford, General
Motors, Fiat, Renault), en el ámbito portuario, entre setiembre y octubre. En 1977 los conflictos
laborales se extienden en todo el país, con un aumento importante en el número de trabajadores
involucrados. Se destacan los conflictos en la zona industrial de Rosario y San Lorenzo, que
cuentan con la adhesión de trabajadores agrícolas. En la planta de IKKA-Renault en Córdoba, se
reclama el aumento salarial del orden del 50%. La modalidad de protesta es una huelga de brazos
caídos: se produce una dura represión y enfrentamiento abierto con las fuerzas de seguridad,
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dejando como saldo 4 obreros muertos. Se sucedieron huelgas y paros en el transporte de corta,
media y larga distancia (subterráneos, ferrocarriles) y en los gremios metalúrgicos, textil, mecánico
y bancario, entre otros. Según datos de A. Fernández, en noviembre de ese año 21 sectores
gremiales suspendieron sus actividades laborales en reclamo
Asistimos entonces a un derrotero de resistencia y conflictividad laboral en los años del llamado
“proceso” que a pesar de las medidas represivas logró cierta continuidad a lo largo del periodo, si
bien es necesario destacar su carácter disperso, inorgánico la mayoría de las veces. La ausencia de
coordinación sindical se mantuvo hasta un punto en el que se hizo necesario canalizar en las vías
orgánicas la resistencia molecular de las bases obreras, por una dirigencia
El periodo histórico que se inaugura en marzo de 1976 en la Argentina
encuentra a un movimiento obrero que venia presenciando actos de
represión en particular en su sector más combativo. A partir del golpe, la
implementación sistemática de la represión a gran escala acompañada de
una legislación laboral comienza a socavar la capacidad de organización,
negociación y presión del movimiento obrero argentino frente a las
políticas económicas y laborales impulsadas desde el Estado Nacional.
Como vimos, esta fue condición necesaria para la brutal apertura de la economía y la especulación
financiera que se propuso el equipo económico del P. R. N. con Martínez de Hoz a la cabeza.
Si reducimos la escala de análisis y fijamos la atención en las bases obreras del movimiento sindical
argentino, podemos relativizar ciertas miradas que tienden a calificar al periodo 76-83 respecto al
accionar de la clase obrera como de “desmovilización” y “repliegue”. Un análisis del accionar
obrero a nivel de las fábricas, de los lugares de trabajo, nos enfrenta a cierto grado de oposición,
conflictividad y activismo gremial no solo frente a las políticas económicas y laborales del regimen,
sino también a los constantes ataques de sector empresarial. La relación entre trabajadores y
patronal durante la última dictadura militar argentina constituye también un vacío a llenar desde la
producción historiográfica sobre el periodo.
El estudio de los conflictos obreros a partir de 1976 nos revela el accionar de “delegados
provisorios”, de comisiones internas clandestinas, de trabajadores comunes que se ocultan tras
conflictos “sin cabezas visibles” generando la demanda de empresarios y militares de un
“interlocutor válido” con quien negociar finalmente.
Estas bases generaran una presión constante, directa o indirectamente, hacia sus dirigentes
sindicales para que canalicen sus demandas y planteen un plan de acción concreto, de
12
Habría que
económico.
“El problema político se concentró sobre un tema fundamental: qué hacer con
la masa mayoritaria que apoyaba a Perón y que rechazaba obstinadamente su
apoyo a las diversas y variadas alternativas políticas que unos y otros
imaginaron para seducirla. Durante dieciocho años fueron estériles los
esfuerzos para encontrar una fórmula supletoria a la que apoyaban
fervientemente las masas mayoritarias.”
José Luis Romero
ientras las principales potencias reconocían al nuevo gobierno, en Villa Manuelita, una
barriada muy pobre cercana al frigorífico Swift, en la zona sur de Rosario, bajo la
atenta de las fuerzas represivas de la caballería, un grupo de mujeres, junto con sus
pequeños hijos, colgó un cartel en el tanque de agua. Lo habían escrito con brea
sobre una improvisada tela armada con guardapolvos cosidos y allí podía leerse:
“Todos los países reconocen a Lonardi. Villa Manuelita no lo reconoce”. Cuenta Juan
Vigo:
De la columna de jinetes, tres soldados se apearon y lentamente se acercaron al
tanque. Venían con la orden de quitar la bandera que desafiaba al general rebelde.
Las mujeres arrastraban a sus pequeños hijos que lloraban y los alzaban
consagrándolos hacia Dios que, a lo mejor estaba en el cielo: “¡Adelante!...
¡mátenlos!... ¡asesinos!... ¡mátenlos!... ¡tiren cobardes!” Los tres soldados se dieron
media vuelta y volvieron corriendo. Dicen que uno iban llorando. Y Villa Manuelita,
firme, no se rendía […]. El 23, mientras Lonardi entraba triunfante en Buenos Aires,
vitoreado por todas las especies del antiperonismo y la oligarquía, Villa Manuelita
adherida a su agonía, resistiéndose a morir de indignidad. Los soldados intentaron
tres veces sin éxito sacar la bandera que desconocía el triunfo del golpe. Fueron
corridos a piedrazos y ladrillazos a las afueras de la Villa por una muchedumbre que
coreaba el nombre del presidente depuesto. Habían montado guardias al pie del
tanque y nadie aflojaba. Pero los festejos no pueden esperar: la oligarquía aguarda su
banquete y lo quiere en paz y el país tiene que demostrar que está en calma. Se
descarga toda la oleada represiva en un solo día y comienzan a avanzar las
tanquetas, los caballos y desde las avionetas empiezan a tirar latas con gases
lacrimógenos que explotan sobre los techos de las casillas. 4
Empleadas del frigorífico se reúnen en las calles preocupadas por sus fuentes de trabajo.
Conocían el alzamiento de Córdoba y se organizaba la resistencia contra las fuerzas golpistas. En
la creciente agitación, una de ellas desabrochó su blusa y dirigiéndose hacía los enemigos gritó:
"¡Tiren! ¡No le tenemos miedo!". Los resistentes bloquearon las vías del tranvía.
Llegó una formación de soldados con la orden de tomar el tanque de agua. De la columna, tres
de ellos se acercaron con la orden de quitar la bandera que desafiaba al general rebelde. Las
mujeres se interpusieron con sus hijos frente a los militares, que decidieron retirarse. Nunca
penetraron en Villa Manuelita.
Los enfrentamientos en todo el país se extendieron hasta el 21 de septiembre y finalizaron
cuando Perón renunció a la presidencia y marchó al exilio
Elegí esta frase por la contundencia con la que evidencia la faceta más nefasta del terrorismo
de estado: la deshumanización sistemática del enemigo. El régimen militar se encargó se
construir un “otro” identificado como subversivo, considerado amenaza peligrosa y fuente de
conflictos. Esta demonización y objetivación del opositor político supuso excluir de la
condición humana a todos aquellos a quienes se pretendía eliminar, no solo físicamente sino
que también se buscó suprimir su identidad, su ideología, su historia y legado, como
menciona Pittaluga se trató de un crimen ontológico.
Este plan macabro que llevó el gobierno militar lo ejecutó y llevo a través de una profunda
transformación de la estructura económica, que implicó la desarticulación y liquidación de la
pequeña y mediana industria en favor de los sectores exportadores Agropecuarios e
Industriales nucleados en torno a los grandes grupos económicos
Suprimió las condiciones económicas que convertían a los trabajadores en un actor social
clave; volcando sobre la clase obrera todo el peso de la represión política, apuntando a sus
integrantes más activos y a las organizaciones sindicales.
Todo intento de protesta o resistencia por parte de los trabajadores ante estos avances, fue
tajante mente reprimida.
“Nosotros decimos que no podemos trabajar porque estamos tristes. Tristes porque echan
a nuestros compañeros, porque ganamos poco, porque cercenan nuestros convenios. En
fin, hay miles de razones para que los trabajadores argentinos hoy estemos tristes” (Pablo
Pozzi, La oposición obrera a la dictadura (1976–1982), Buenos Aires, Imagomundi, 1988.)
a complicidad de las empresas con las fuerzas armadas es solo un ejemplo del nivel de
atrocidad que alcanzo la ultima dictadura militar. Quiero rescatar del material que la principal
causa de denuncia de trabajadores por parte de los patrones era su desempeño como activistas.
Esto indica, como decíamos en la primera clase, que "enemigo" era considerado todo aquel que
no este conforme con el gobierno militar.
"...Los directivos de las grandes empresas no sólo aceptaron la represión a sus trabajadores,
sino que la demandaron y guiaron, proporcionando listados de trabajadores a ser
secuestrados y
aportando recursos para el funcionamiento de la maquinaria de la represión"
¿Por qué las empresas se involucraron tanto y participaron del terrorismo de Estado? Por un
lado esta situación ocasiono aislamiento entre los trabajadores y la prohibición de la actividad
colectiva. Esta anulación del derecho de los trabajadores a asociarse trajo como consecuencia
el aumento de la explotación siempre en beneficio de las grandes empresa
Este modelo rentístico-financiero tuvo como pilares la apertura irrestricta al mercado externo
en detrimento de la industria nacional, la concentración de capitales en manos de grandes
grupos económicos y empresas transnacionales, el auge de la especulación financiera y el
crecimiento de la deuda externa y la aplicación de una política regresiva en la distribución del
ingreso, siendo los trabajadores la variable de ajuste del plan económico. Esto se tradujo en la
pérdida de fuentes de trabajo, la reducción de los salarios y la supresión de los derechos
laborales, incrementando la exclusión social de los sectores populares. El terrorismo de
estado impuso el disciplinamiento social e impidió toda forma de resistencia al modelo
económico. El objetivo fue desmantelar y reprimir toda forma de organización obrera y
sindical, para lo cual se contó con el apoyo de las patronales, no obstante los trabajadores
asumieron formas alternativas de resistencia. En síntesis, este plan de desregulación y
exclusión dejó profundas huellas, condenando a la pobreza a los sectores mayoritarios de la
población. Como plantea Rodolfo Walsh: "En la política económica de ese gobierno debe
buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a
millones de seres humanos con la miseria planificada.