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Una modelización del pensamiento social

Patrick Rateau
Laboratoire de Psychologie Sociale (LPS, EA849), Unimes/Aix-Marseille Université

Andreea Ernst-Vintila
Laboratoire de Psychologie Cognition, Santé, Socialisation (C2S, EA4298), Université
de Reims-Champagne-Ardennes
Sylvain Delouvée
Centre de Recherches en Psychologie, Cognition et Communication (CRPCC-
LAUREPS, EA1285), Université Rennes 2
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RESUMEN: Si tuviéramos que destacar un logro de la psicología social, éste sería el
reconocer que el individuo humano no es decididamente, al menos espontáneamente,
racional. Todo hace pensar que si la gente no se adecua a la norma científica en sus
razonamientos diarios, no es porque sean incapaces de ello, sino más bien porque
ciertas “preferencias” les incitan a razonar de modo diferente. A partir de 1973, Michel-
Louis Rouquette propone la noción de “pensamiento social” para dar cuenta de que el
pensamiento diario, el que se expresa en las conversaciones de todos los días, en la
transmisión de los rumores, la narración de los recuerdos, o las pasiones de las
muchedumbres, no posee finalmente ninguna de las especificidades ni requisitos del
pensamiento científico al que se le pueda comparar, pero tiene otros. El pensamiento
social posee, dicho de otro modo, una coherencia y una lógica propia que corresponde
a la psicología social comprender y restituir. Una vez expuesta su arquitectura, los
principios de regulación de este tipo de pensamiento se presentarán a través de varias
ilustraciones empíricas.
Palabras Clave: arquitectura del pensamiento social; efectos de campos;
representaciones sociales
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A modelisation of the social thinking
ABSTRACT: If social psychology has made one thing possible, it was the possibility of
acknowledging that the human being is definitely not, at least spontaneously, “rational”.
All leads to think that while people do not conform to the scientific norm in their everyday
reasoning, it is not always because they are incapable of doing so, but rather because
some “preferences” make them think differently. From 1973, Michel-Louis Rouquette
proposes the notion of “social thinking” considering that everyday thinking, which is
expressed in casual conversation, in the transmission of rumors, in the reporting of
memories, or in the passion of crowds, does not possess any of the specificities and
constraints of scientific thinking that we might compare it to, but does have others. In
other words, it has its own coherence and logic that must be understood and retrieved
by social psychology. After the presentation of the social thinking architecture, the
regulation principles of such kind of thinking are exposed through various empirical
illustrations.
Keywords: Social thinking architecture; Field effect; Social representations.
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1. Del pensamiento inmaduro al pensamiento social
1.1. El pensamiento deficiente.
Si tuviéramos que destacar un logro de la psicología social, éste sería el de haber
reconocido que el individuo humano no es decididamente, al menos espontáneamente,
racional. En todo caso no en el sentido como lo pensaban toda una generación de
teóricos. En efecto, el hombre de la calle ha decepcionado más de una vez a los
turiferarios de la racionalidad. Ninguna normatividad científica podía llevar a declarar
que el interrogador de Ross, Amabile y Steinmetz (1977) era más cultivado que el
interrogado. Ninguna normatividad científica podía llevar a los sujetos de Langer (1975)
que habían podido elegir un billete de lotería a venderlo más caro, cosa que no hicieron
los sujetos a quienes simplemente se les había entregado. Ninguna normatividad
científica podía llevar a los sujetos de Tversky y Kahneman (1980) a atribuir más
credibilidad a la proposición “una chica tiene los ojos azules si su madre tiene los ojos
azules” que a la proposición “una madre tiene los ojos azules si su hija tiene los ojos
azules”. No significa que el hombre sea incapaz de dejarse llevar por los razonamientos
que nuestros teóricos esperaban de ellos. Kahneman y Tversky (1982) anticiparon que
la mayor parte del tiempo, los razonamientos utilizados no proceden de la incapacidad,
sino de la no aplicación de un razonamiento particular. En resumen, todo hace pensar
que si la gente no se adecua a la norma científica en sus razonamientos diarios, no es
porque sean incapaces, sino más bien porque ciertas “preferencias” les conducen a
razonar diferentemente.
¿Qué actitud debemos tener ante esta evidencia?
En primer lugar, podemos caer en el pesimismo y lamentar las “imperfecciones” del
pensamiento humano. Si optamos por aceptar esta idea, aceptamos la existencia de un
Sujeto Universal Concreto que continuamente se equivoca, inculto si lo comparamos
con el patrón de un Sujeto Universal Ideal que sería perfectamente racional y sin
defectos. Un sujeto concreto finalmente bastante desastroso en sus obras, renuente a
utilizar las probabilidades, incapacitado debido al sesgo de la confirmación, o que es
perpetuamente víctima de correlaciones ilusorias. Esto fue el caso en numerosas
investigaciones que se lanzaban a la conquista de una compilación de desviaciones y
errores, y que proporcionaron metáforas del hombre cada vez más degradadas,

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pasando de la imagen del científico espontáneo a la de una maquina defectuosa,
seguida por la de un avaro cognitivo. Podemos interrogarnos sobre el por qué la
elección de esta explicación y sobre las razones que la motivaron. Consideremos tres
de ellas.
La primera se basa, sin duda alguna, en la adhesión a un postulado según el cual el
conocimiento científico es la herramienta más eficaz para controlar el medio ambiente.
Ciertamente, la ciencia puede ser una herramienta para obtener el control algunas
veces, sin embargo, es también evidente que los líderes sociales tienen una larga
experiencia en el uso de otras herramientas para lograr sus fines, entre las cuales
encontramos, el desorden, la seducción, la obediencia, el ejercicio del poder, las
prácticas ocultas e incluso la magia. Herramientas cuya eficacia no es, evidentemente,
garantia de un éxito total pero que han dado resultado desde la noche de los tiempos.
En otras palabras, no es nada seguro que el conocimiento científico sea la herramienta
más utilizada, ni incluso, en el transcurso cotidiano de las cosas, la más eficaz para
controlar el medio ambiente.
La segunda razón remite ciertamente a la propia concepción del conocimiento según el
cual éste sólo tiene como función la aprehensión de las propiedades intrínsecamente
objetivas de los objetos, so pena de caer en el error, la subjetividad o el delirio. Esta
concepción se basa en un solo criterio: el del valor de la verdad. En ese caso, una
proposición sólo puede evaluarse como verdadera o falsa, tendenciosamente verdadera
o tendenciosamente falsa. Sin embargo, cuando los individuos producen conocimientos
en la vida diaria, su problema no radica en estar o moverse dentro de una verdad
objetiva. Pueden tener muchos otros criterios implícitos para juzgar el valor de los
conocimientos que utilizan. Pueden, por ejemplo, querer proponer conocimientos
aceptables en el universo social que es el suyo y el de sus interlocutores, pueden
igualmente querer proponer conocimientos útiles para la acción, conocimientos
compatibles con las reglas de la conversación, conocimientos que sean estéticamente
originales … Todos estos criterios distan mucho del valor otrogado a la verdad objetiva.
Al considerar al conocimiento común como erroneo, desviación, ilusión y distorsión,
hemos evaluado, hasta cierto punto, este conocimiento según un criterio que no tenía
mucho que ver con su finalidad.

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La tercera razón, por último, se debe sin duda alguna a la obstinación que demuestran
los investigadores al utilizar únicamente como base del conocimiento al individuo y sus
neuronas. Considerar que el sujeto del conocimiento es en primer lugar un sujeto
individual sólo puede satisfacer el sentido común liberal estadounidense que nos vemos
obligados a utilizar regularmente para comprender los desarrollos de la psicología
social. Pero esto llevaría a minimizar lo que hay de colectivo (y de social), en la
producción y en la forma de este tipo de conocimiento; en su memoria y su transmisión.
Los defensores de las representaciones sociales lo afirman desde hace tiempo y
algunos teóricos de la norma de internalización también lo han demostrado. Al final,
esta tercera razón se enfrenta inevitablemente con las exigencias y los requisitos de lo
que debe tomarse en consideración como las lógicas sociales del razonamiento (Doise,
1993).

Todo esto nos lleva a una segunda opción encaminada a considerar no la existencia de
un Sujeto Universal Concreto sino la de un Sujeto Práctico “cuyas actividades cognitivas
están a su vez motivadas y condicionadas por su particular inserción social, dicho de
otro modo por su ciudadanía en el sentido etimológico del término” (Rouquette, 2009, p.
6). Elegir esta opción, es considerar que el pensamiento diario, el que se expresa en las
conversaciones diarias, en la transmisión de los rumores, la narración de los recuerdos,
o las pasiones de la muchedumbre, no posee finalmente ninguna de las especificidades
y requisitos del pensamiento científico con el cual pueda compararse. Pero nos lleva a
considerar que tiene otros. Que posee, dicho de otro modo, una coherencia y una lógica
propia que corresponde a la psicología social comprender y restituir. Esta fue toda la
ambición del trabajo de Michel-Louis Rouquette.

1.2. El modelo del pensamiento social


A partir de 1973, propone el término de “pensamiento social” para dar cuenta de lo que
“designa a la vez la especificidad del pensamiento cuando toma por objeto un
fenómeno social, y la determinación constitutiva de este pensamiento gracias a factores
sociales” (véase Rouquette, 1973; Rouquette y Rateau, 1998). Dicho de otro modo, lo
que enuncia Rouquette, es que: lo que condiciona y da cuenta del conocimiento diario

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es ante todo la inserción social de los individuos que la expresan. Esto conlleva que “los
principios de producción y de regulación de estas actividades cognitivas deben
buscarse del lado de esta inserción” (Rouquette, 2009, p. 6).
Estudiar el pensamiento social, radica entonces en abandonar el proyecto de
elaboración de un catálogo de errores, desviaciones, inconsecuencias e
incumplimientos de todo tipo bajo el criterio de la lógica normativa de las ciencias, se
trata más bien de considerar que estos “errores” tienen un cuerpo y un sentido propio.
Tienen un cuerpo propio porque los procesos cognitivos que les suybacen están
profundamente vinculados entre sí y no son producto del azar. Tienen sentido porque
su ocurrencia, con respecto a un objeto dado constituye, casi siempre, el refrendo de
una posición social particular.
Analicemos el caso de los rumores (Rouquette, 1975): por una parte están
determinados por las pertenencias sociales relativas (por ello encontramos rumores
específicos a los padres de alumnos, a los obreros, a los alumnos de secundaria, etc.),
por la otra, cada uno de nosotros puede creer en los rumores más absurdos si nos
involucran directamente, aunque por otra parte, seamos perfectamente racionales en el
trabajo o los negocios. Lo mismo sucede en los avatares de la memoria histórica: nos
acordamos juntos de lo que nos importa, aunque no sea lo más importante
históricamente, y no tenemos los mismos recuerdos que nuestros vecinos si éstos no
son nuestros allegados ideológicos o sociales (Deschamps, Páez y Pennebaker, 2002;
Rouquette y Delouvée, 2008). En cuanto existe una pertinencia social para los grupos,
ningún objeto, sea pequeño o grande, ordinario o raro, anodino o importante, escapa a
estas condiciones: revelan perspectivas diferenciales, tanto de un grupo a otro como en
el mismo individuo en distintos momentos.
De un grupo a otro, como lo demostró extraordinariamente el estudio princeps de
Moscovici (1961), sobre las representaciones sociales del psicoanálisis, que muestra
cómo, en los años 50, los comunistas le asignaban un significado esencialmente
político, mientras que los católicos lo consideraban en primer lugar desde un punto de
vista moral, tanto unos como otros tomaban partido sobre un objeto finalmente
diferente, y unos y otros consideraban evidentemente su visión como la “verdadera”.
Por tanto, nuestro conocimiento del mundo depende básicamente de nuestra posición

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que es relativa, y la noción común “de objetividad” debe revisarse en estas materias,
sobre todo si se pretende comprenderla como una especie de ideal de universalidad.
Un mismo individuo, a condición de que no tenga que ver con su oficio, aun el técnico
más positivista migra, cuando se le presenta la ocasión, hacia las creencias irracionales
(o, más bien, que son razonadas diferentemente) del pensamiento mágico; a veces
recurrirá al curandero o al astrólogo, prolongará voluntariamente una “cadena mágica”
que podría aportarle fortuna (Rouquette, 1994), dará fe a los más increíbles rumores, o
practicará gestos propiciatorios. Contrariamente a ciertas expectativas que movilizaron
a cientos de investigadores durante toda una generación, la consistencia lógica no es
en absoluto una necesidad impresindible y cuando sale a la luz, es en realidad porque
una forma particular de sociabilidad la convierte en una norma. Pero afortunadamente
no es el caso general. Cuando pasa contradictoriamente de lo público a lo privado, de lo
general a lo particular, de lo que concierne al prójimo a lo que le concierne a él, de lo
natural a lo artificial, el individuo no tiene el sentimiento de violar reglas: las cambia por
que le conviene. La consistencia no se define con relación a principios, sino con
relación a situaciones que dependen, ante todo, de niveles de implicación (Ernst-Vintila,
2009).

Nadie necesita multiplicar estos ejemplos. Todas las manifestaciones del pensamiento
social, ya se trate de los rumores (Rouquette, 1975, 1990,1992), de las
representaciones sociales (Haas, 2006), de la memoria social (Laurens y Roussiau,
2002; Sá, 2005; Rateau, 2009), o de la movilización de las muchedumbres (Delouvée,
2009), indican que una actividad cognitiva o su resultado manifiesto se encuentran más
vinculadas a una pertenencia sociocultural específica que a las propiedades
supuestamente objetivas de la información a tratar. Además, dicha filiación es
reveladora de coherencia y continuidad. La gente no dice no importa qué, ni piensa no
importa cómo, por el contrario ella sabe lo que dice y lo que piensa, pese a las
apariencias. Tomado en conjunto, el pensamiento social no carece de estructura. Por el
contrario, todo indica que bajo la aparente diversidad de sus formas de manifestación y
de sus contenido, se extiende una razón estrechamente vinculada a las características
fundamentales de la sociabilidad.

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Por tanto, se trataba de interrogarse sobre los determinantes reguladores de esta
fidelidad y sobre las modalidades de este conocimiento. Ya que en el espíritu de
Rouquette, lo que envuelve el estudio del pensamiento social implica una doble tarea:
por una parte poner de relieve la intervención de los factores sociales en la
determinación de los procesos de pensamiento y, por otra parte, dar cuenta de las
especificidades propias de estos procesos. En efecto, “no basta con decir que este
pensamiento obedece a otras lógicas sin intentar especificar más adelante éstas últimas
a un nivel satisfactorio de generalidades” (Rouquette, 2009, p. 9). A este respecto, se
elaboraron dos modelos generales y complementarios: “el efecto de campo”
(Rouquette, 1998; Rouquette y Rateau, 1998) y “la arquitectura del pensamiento social”
(Rouquette, 1996; Rouquette y Rateau, 1998; Flament y Rouquette, 2003; Juarez y
Rouquette, 2007; Rouquette, 2009). Pasamos a examinarlos uno por uno.

2. Los principios de regulación del pensamiento social


2.1. El efecto de campo
“Todo objeto social está marcado triplemente en una comunidad dada: por la herencia
de costumbres cognitivas y valores que determinan fundamentalmente la comprensión
del mismo, por las relaciones de esta comunidad con otros grupos, relaciones en el
seno de las cuales este objeto puede tener un papel distintivo; por la latitud, finalmente,
que esta comunidad concede a la expresión individual” (Rouquette, 1998, p. 44).
El pensamiento social es el pensamiento de todas las dimensiones de la sociabilidad.
Dada esa cualidad, no podra caracterizarse por contenidos particulares que lo
singularicen. De hecho, todos los contenidos pueden, en efecto, reunirse a través de
principios generales, así daríamos cuenta menos de un efecto de sentido que de un
efecto de campo. Este efecto de campo remite al hecho de que todo objeto de
pensamiento social puede comprenderse mediante un dispositivo general caracterizado
por tres propiedades.

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La herencia
Todo objeto tiene una referencia, directa o analógicamente, a una memoria compartida,
que es producto de la historia transmitida o reforzada por las instituciones. Nunca
inventamos, cada uno en su turno, allí donde nos conduce el azar nuestros valores,
nuestra manera de ver el mundo y a los demás, nuestros principios de comprensión: de
cierto modo ya están ahí y las mil maneras en la que recibimos la educación nos
convierte en sus herederos. Por ejemplo, una innovación se comprenderá y evaluará
basándose en el conocimiento anterior común que más se le asemeje. Del mismo
modo, todas las experiencias vividas se compararán con experiencias presuntamente
semejantes que puedan experimentar los otros miembros del grupo a través de
conversaciones anteriores propagadas y ya categorizadas.
Aquí reconocemos el proceso de anclaje de las representaciones sociales tan bien
descrito por Moscovici (1961) y Jodelet (1989). Esta herencia la percibimos mucho
menos en tanto que para nosotros se identifica a la propia verdad del mundo. En otras
palabras, y para una mayoría, sólo aprendemos la construcción ya regulada de nuestro
entorno físico, social y cultural, los valores que lo envisten, las categorías que lo
ordenan y los principios mismos de su comprensión. Esta propiedad hace de cada
sujeto socializado un heredero y de cada objeto una ocasión de reconocimiento o
recordatorio de esta herencia.

La alteridad
Pero este dispositivo de sociabilidad sólo tiene sentido práctico en la medida en que se
articula según las divergencias entre los grupos. La existencia de “unos” implica la de
“los otros”. Ninguna cultura, amplia o estrecha puede pretender escapar a ello. Esta
alteridad aparece a todos los niveles: costumbres alimentarias, concepción del cuerpo,
educación, creencias éticas, etc. En la medida en que nuestras maneras de ver,
concebir y reaccionar se distinguen de aquellas que imputamos a otro grupo es que
nuestra sociabilidad efectiva se concreta como pertenencia.

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La expresión individual
Es necesario, finalmente, considerar lo concerniente a las determinaciones individuales
que se manifiesta por la diversidad de los juicios que se observan en un mismo grupo
con respecto a un objeto dado. Este fenómeno es innegable, pero a menudo nos
equivocamos en su sentido. Lejos de poner enevidencia la autonomía de la persona,
esta propiedad reafirma la influencia de la posición social relativa de la misma. En
efecto, la importancia de las posiciones adoptadas individualmente se da en relación
inversa a la pertinencia del objeto considerado y/o al grado de generalidad de la
posición expresada. Así pues, resulta más fácil singularizarse (distanciarse o
distinguirse) con respecto a un tema marginal que con respecto a una cuestión que
esencial para el grupo. Por otra parte, el individuo requiere que sea la propia
colectividad quien le reconozca “el derecho a la palabra” al interior de un grupo, para
que la palabra “autónomo” adquiera sentido. Es en un espacio de sociabilidad, y no en
una especie de territorio natural de autonomía, donde puede emerger esta palabra
individual.

2.2. La arquitectura del pensamiento social


Este modelo, varias veces presentado, formaliza la observación de Doise (1982,
1985,1990) según la cual las representaciones sociales dependen de sistemas
ideológicos más generales.
Tomemos una muestra de objetos temáticos a propósito de los cuales no hay ningún
consenso al seno de una sociedad dada. Luego recolectamos las opiniones expresadas
sobre esos mismos objetos en un grupo particular dado. Es muy probable que
aparezcan correlaciones más o menos importantes, incluso entre objetos temáticos
aparentemente muy distantes. Dicho de otro modo, algunas opiniones marcharán
sistemáticamente más o menos igual en muchos de los individuos del grupo
considerado. ¿Cómo dar cuenta de este ensamblaje? Sólo podemos hacerlo
recurriendo a una “razón” fundamental, susceptible de dar consistencia a cada
subconjunto de opiniones atestadas. Esta razón unificadora es lo que uno puede llamar
actitud. Por ejemplo, la voluntad de ver un mayor número de policías en las calles, la

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condena a las conductas desviadas, el apoyo sistemático a la represión constituyen
opiniones que expresan una “actitud autoritaria”.
Tal procedimiento podemos aplicarlo reiteradamente a las actitudes. Lo que da razón a
un haz de actitudes vinculadas y compartidas en una población es una representación
social. Por ejemplo, una actitud autoritaria, una actitud militarista y una actitud
nacionalista están vinculadas directamente a una determinada representación social del
Estado. Ésta federa entonces, sin reducirse a ello, un conjunto de actitudes
consistentes entre sí.
Por último, lo que da razón a un conjunto de representaciones sociales efectivamente
conjuntas es una ideología, en el sentido particular de un sistema de ideas genéricas,
valores irreductibles y esquemas de conocimientos considerados como universales y
evidentes. La representación del Estado, por ejemplo, y la representación de la
economía, en Francia, utilizan las mismas nociones (intervencionismo, liberalismo,
protección, capital, etc.) de las que no se discute ni la importancia, ni la pertinencia, ni la
realidad, como si se tratase de propiedades esenciales y no de atributos históricamente
construidos. Las dos representaciones se construyen a partir de recursos cognitivos
comunes que los integran en una misma familia.

Al final, esta arquitectura ordena el conjunto [opiniones, actitudes, representaciones


sociales, ideología] según un criterio de variabilidad y un criterio de labilidad que puede
organizarse en la forma de un esquema (fig. 1).

estable ideología general

representación (es) social (es)

actitud (es)

inestable opinión (es) particular

Fig 1. La arquitectura del pensamiento social

Podemos observar que en cada etapa hacia arriba, se gana por definición en
generalidad y en estabilidad: el nivel ideológico corresponde a los elementos más

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estables y los más generales del pensamiento social. En el sentido opuesto, se
encuentran las actitudes y las opiniones. Éstas últimas son muy inestables (de ahí la
necesidad de realizar regularmente sondeos de opiniones para establecer “fotografías”)
y tratan de objetos particulares. Las actitudes, por su parte, son más generales:
poseemos una opinión sobre algún hombre político en un momento dado en un
contexto dado, y una actitud, más amplia, respecto a los hombres políticos. Tanto la
actitud, como la opinión son individuales aunque puedan ser compartidas. La
representación, por su parte, tiene como característica ser social, y la ideología, por
último, es colectiva.
Queda por precisar que las relaciones de un nivel a otro no son relaciones de inclusión
sino relaciones de emboîtement o enjendramiento1. Así, la conjunción de dos opiniones
no indica necesariamente la existencia de una sola y misma actitud que les
proporcionaría la razón, sino la existencia al menos de un nudo común de derivación
que puede situarse en la actitud, la representación o la ideología.
Por otra parte, dos opiniones idénticas en su formulación pueden están vinculadas
eventualmente a dos actitudes diferentes. Esto es lo que muestran, por ejemplo,
algunas convergencias en los votos donde sucede que varias personas se pronuncian
de la misma forma sobre la base de motivaciones, es decir, de razones globales, que
son diferentes.
Del mismo modo, dos actitudes idénticas pueden tener como “razón” dos
representaciones sociales o dos ideologías diferentes. Un ejemplo ilustrativo de ello, es
el del anti individualismo manifestado tanto por algunos católicos como por algunos
comunistas de los años 50 en sus juicios del psicoanálisis (Moscovici, 1961).
Consideremos por último que un cambio de opinión no indica necesariamente un
cambio de actitud ya que puede ser puramente circunstancial. Es bastante fácil cambiar
de opinión, aquí y ahora, sobre un campo limitado, sin que se ponga forzosamente en
cuestión la pertenencia grupal. Al contrario, el cambio de actitud (y a fortiori de
representación) sólo puede ser colectivo, es decir, debera ser acompañado de
movimientos de redefinición de la propia pertenencia.

1
La palabra <<Emboitement>> da cuenta una acción a partir de la cual es posible guardar una caja pequeña dentro
de una más grande y así de manera sucesiva hasta llegar a la más grande, de modo que la más grande contiene una
a una todas las cajas m´s pequñas, ugual que en las muñecas rusas. (Juarez y Rouquette, 2007)

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De todas estas observaciones se deriva una consecuencia práctica: la colecta de
opiniones en sí misma siempre es insuficiente para dar cuenta de los estados de la
cognición. El pensamiento social no puede nunca reconstruirse de abajo arriba por
inferencias sucesivas. Dicho de otro modo, la recopilación de opiniones no garantiza
ninguna comprensión. Sólo se limita a proporcionarnos un inventario, un corte
instantáneo, que podrá cambiar pronto o tarde sin que sepamos porqué ni cómo. En
esta perspectiva, solamente la modelización jerárquica nos permite acceder a las
lógicas subyacentes.
El mismo razonamiento se aplica a las actitudes, con los mismos efectos, y a su vez a
las representaciones sociales necesariamente arraigadas en una ideología que las
inspira y las sostiene.
Si detenemos aquí la revisión de los principios en que se sostiene las razones, significa
que nos acercamos inevitablemente a los primeros componentes sobre los que se
interrogan los universales. Ahora bien, la psicología social no tiene manifiestamente los
medios conceptuales ni por otra parte empíricos que le permitan aportar una
contribución decisiva a esta cuestión. Sin embargo, varios trabajos han permitido ilustrar
experimentalmente algunas de las articulaciones propias de la arquitectura propuesta.

2.3. Ilustraciones empíricas del modelo de la arquitectura del pensamiento social


2.3.1. Actitudes y estructura de las representaciones sociales
Dos investigaciones inscritas en el marco del enfoque estructural de las
representaciones sociales (Abric, 1994) intentaron aclarar las relaciones entre actitudes
y representaciones sociales. Pueden resumirse en una fórmula sucinta, probablemente
excesiva, pero que traduce bien la naturaleza de los procesos involucrados en la
arquitectura propuesta por Rouquette: las actitudes dependen de representaciones,
pero las representaciones no dependen o muy poco de las actitudes.
La primera parte de este enunciado (las actitudes dependen de las representaciones
sociales) fue comprobada por Rateau (2000). La base argumental de su trabajo es
simple:
- si las actitudes dependen de las representaciones sociales, entonces un cambio de
representación debe implicar un cambio de actitudes;

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- habida cuenta que conocemos los roles respectivos del núcleo central y el sistema
periférico, se puede decir, por otra parte, que las actitudes están asociadas
esencialmente al núcleo central de las representaciones.
Estas hipótesis se prueban sobre la base de un dispositivo experimental basado en tres
condiciones:
- una situación control: los sujetos emiten simplemente su actitud sobre el objeto de
representación;
- una segunda situación donde se da una nueva información a los sujetos sobre el
objeto, información que cuestiona un elemento periférico de la representación;
- en la tercera situación, el núcleo central es cuestionado por la nueva información.
Los resultados comprueban todas las hipótesis, a saber que el cuestionamiento de un
elemento constitutivo de la representación implica una modificación de la actitud (aquí la
actitud positiva hacia el objeto se vuelve negativa) pero solamente cuando se trata de
un elemento del núcleo central. El cuestionamiento del sistema periférico no implica,
ninguna modificación de la actitud inicial.
Los trabajos de Tafani (2001) van a permitir estudiar la segunda parte del enunciado:
las representaciones no dependen o muy poco de las actitudes.
Su investigación consiste en crear un cambio de actitud en los sujetos y en observar las
consecuencias sobre su representación del objeto en cuestión. Tafani recoge la
representación que los estudiantes comparten en torno a los “estudios”, objeto con el
cual se encuentran muy implicados y del que ya conocemos bastante bien, gracias a los
trabajos de Moliner (1995), el contenido y en particular el núcleo central. Por otra parte,
comprueba que entre esta población la actitud con relación a los estudios es muy
positiva. Los participantes son distribuidos en dos grupos: al primero, se le pide redactar
una prueba contra-actitudinal en la más pura tradición de los trabajos de Festinger
(1957) sobre la disonancia cognitiva y de Kiesler (1971) sobre el compromiso. Se
constata (y se mide) entonces que – al igual que en todas las demás investigaciones
que utilizan este paradigma - este grupo cambio de actitud global, en el sentido que
emite juicios mucho menos positivos sobre los estudios. El segundo grupo, por su parte
- que servirá de grupo control - redacta una prueba pro-actitudinal, su actitud global con
relación a los estudios no cambia y sigue siendo muy positiva.

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Después de haber expresado estas actitudes globales, se pide entonces a los
participantes que se expresen sobre el contenido de la representación, solicitando una
toma de posición sobre los diez elementos más importantes que la constituyen. Esta
lista incluye obviamente tanto elementos del núcleo central como elementos periféricos.
Se observa que el cambio de actitud sólo afecta al sistema periférico de representación.
El núcleo central, por su parte, sigue siendo independiente del cambio de actitud
provocado.

2.3.2. Ideología y representaciones sociales


Para la mayoría de los autores, las representaciones sociales se refieren siempre a
objetos de conocimiento delimitados, divididos en campos más amplios de fenómenos.
Y « tales divisiones excluyen que se puedan remitir tales objetos solo a la esfera de la
ideología » (Jodelet, 1991, p. 29). Esto es lo que afirma también Lipiansky (1991),
acercándose en esto a la perspectiva de Doise (1985) cuando constata que lo que
disocia la ideología de la representación es, entre otras cosas, una distinción de nivel,
“la ideología desempeña, mínimamente, un rol de contexto para las representaciones
aisladas” (p. 50). En otras palabras, lo que distingue las representaciones sociales es
que siempre se refieren a un objeto particular (Ibáñez, 1991). Son siempre
representaciones de algún objeto. Contrariamente, la ideología muestra un carácter de
generalidad y se refiere más a una clase de objetos, lo que la hace comparable a un
código interpretativo que se encuentra antes de las temáticas particulares. La ideología
se caracteriza pues por una tendencia a la generalización de su pertinencia o, si se
prefiere, constituye un dispositivo generador y organizador de representaciones que
conciernen indudablemente objetos específicos, pero sin que este dispositivo esté
afianzado a un objeto particular. De hecho, para muchos autores, la ideología se
plantea como la instancia de razón de las representaciones sociales y aparece a su vez
como una manera de ordenarlas (Moscovici, 1991), una condición de su producción
(Ibáñez, 1991) o, como un conjunto de requisitos socio-cognitivos que presiden su
elaboración y organización (Rouquette, 1996).

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Todo indica de manera clara que ideología y representación social constituyen un
sistema jerarquizado en el cual la primera se sitúa antes de la segunda. Esta hipótesis
teórica fue objeto de varias tentativas de validación experimental que indican:
- por una parte, que un proceso de negación de la representación aparece cuando el
objeto se inscribe en un contexto ideológico antagónico al del grupo estudiado;
- y por otra parte, que la transgresión de una representación puede ser legitimada por el
contexto ideológico al cual es asociado el objeto (Rateau, 2000).
- por último, que los procesos de adaptación de las representaciones sociales dependen
ante todo de criterios de posicionamiento ideológicos (Rateau, 1999), los cuales actúan
como “filtros cognitivos” en los procesos socio-representacionales.
Estos trabajos, puramente experimentales, ponen en juego variables ideológicas
provocadas: evaluación de un sondeo de opinión ficticio que afilia falsamente las
opiniones centrales de la representación a grupos ideológicos antagónicos, asimilación
del objeto de representación a sistemas ideológicos diferenciados creados para el
estudio, etc. Sin embargo, encontramos los mismos procesos en una experimentación
de terreno (Rateau y Huchon, 2002). Ésta consistió en identificar las eventuales
diferencias, en las representaciones sociales en torno a los estudios, entre dos
agrupaciones sindicales de estudiantes, ideológicamente diferenciados, por una parte y
entre estudiantes sindicalizados y no sindicalizados, por otra parte. Todo indica
claramente que, a ideologías diferenciadas - una expresada al interior de un
sindicalismo tradicional, politizado, de nivel nacional y otra manifestada al seno de un
sindicalismo laico, apolítico y local - corresponden representaciones distintas de los
estudios: una de ellas centrada en una visión intelectualizada de la universidad como
lugar de saber y de cultura, que tiene como principal motivación (vocación) un
enriquecimiento intelectual personal y otra que desarrolla una concepción más práctica
de los estudios como un medio de adquirir conocimientos orientados hacia la
profesionalización.

2.3.3. Ideología, representaciones sociales, actitudes y opiniones


Una investigación de Wolter, Gurrieri y Sorribas (2009), se propone aclarar
empíricamente el conjunto de eslabones que vinculan a las razones en el modelo

15
propuesto en la arquitectura del pensamiento social, al mostrar cómo una variación a
nivel superior de esta arquitectura (nivel ideológico) provoca variaciones en los niveles
inferiores (actitudes y opiniones) pasando por el nivel intermedio (representaciones
sociales). En esta investigación, se compararon dos poblaciones ideológicamente
diferenciadas: participantes auto-declarados católicos y participantes auto-declarados
sin pertenencia religiosa. Se evaluaron sus actitudes y sus representaciones con
respecto a una iniciativa (ficticia) tomada por una iglesia para la asistencia de las
personas sin hogar. Los resultados ponen de manifiesto que el campo de la
representación y el campo de la actitud se ven afectados claramente por la variación
ideológica de la población, lo cual conduce a los autores a proponer la hipótesis de un
efecto dominó entre los distintos niveles de la arquitectura.

3. Conclusión
Terminaremos este texto con una cita de M.-L. Rouquette: “De este modo, son las
mismas condiciones y requisitos cognitivos resultantes de las prácticas de la
sociabilidad que, por una parte, vinculan a las representaciones particulares y, por otra
parte, rechazan las representaciones diferentes o antagónicas. Detrás de la diversidad
aparente de las preferencias y de las tomas de posición, que incita a menudo a los
psicólogos a caer en la ilusión de una explicación individualista, se sitúan reglas de
configuración de origen social” (1996, p. 171).
El desarrollo de trabajos que buscan aclarar estas reglas, a través de las nociones de
efecto de campo o de arquitectura del pensamiento social propuestos por M.-L.
Rouquette, y algunos ejemplos descritos más arriba permiten sencilla e
imperfectamente ilustrar, un tema que resulta a nuestro modo de ver capital. En efecto,
pensamos que la puesta en evidencia de estas reglas permitirá ofrecer herramientas de
análisis y claves de comprensión del conjunto de los movimientos y fenómenos sociales
de ayer y hoy. Que contribuirá, para decirlo todo, "a devolver a la psicología social su
estatuto de disciplina necesaria” (Rouquette, 2009, p. 10).

16
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Patrick Rateau
Profesor de Psicología Social de la Universidad de Nîmes. Director de la antena
Nîmoise del Laboratorio de Psicología Social de la Universidad de Aix-Marseille (EA
489). Vice-Presidente de la Asociación para la Difusión Internacional de Investigación
en Psicología Social. Miembro de la Red Internacional sobre las Representaciones
Sociales. International Tutor en el European PhD on Social Representation and
Communication.
Líneas de investigación: Enfoque estructural de las representaciones sociales, la
memoria social, el pensamiento social, representaciones sociales y procesos socio-
cognitivos.
Correo E.: patrick.rateau@unimes.fr

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Andreea Ernst-Vintila
Profesor de Psicología Social de la Universidad de Reims-Champagne-Ardenne
(France). Coordinador Académico de Intercambio Internacional del Departamento de
Psicología de la Universidad de Reims Champagne-Ardenne. Miembro de la Red
Internacional sobre las Representaciones Sociales.
Líneas de investigación: el pensamiento social y las conductas relacionadas con las
amenazas y los riesgos colectivos tales como los riesgos ambientales, el terrorismo, las

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epidemias, crisis, etc, incluso en contextos empresariales (responsabilidad social
corporativa y medio ambiente).
Correo E.: andreea.ernst-vintila@univ-reims.fr

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Sylvain Delouvée
Profesor de Psicología Social de la Universidad Rennes 2 (France), Vice-Presidente de
Finanzas, Modernización y Patrimonio Política de la Universidad Rennes 2. Editor de la
revista Les Cahiers Internationaux de Psychologie Sociale y editor del sitio
psychologiesociale.org.
Líneas de investigación: pensamiento social, rumores, psicología de les multitudes.
Correo E.: sylvain.delouvee@univ-rennes2.fr

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