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En el período del conflicto edípico, el niño siente la necesidad de investigar una curiosidad que se
vincula con un enigma para él: el enigma planteado por el deseo dé la madre por él y,
correlativamente, la relación de deseo establecida entre el padre y la madre, relación de la que se
siente excluido. A partir del PERIODO DE LATENCIA, la meta sexual es abandonada por la pulsión y se
enfoca en un objeto aceptado socialmente (arte – intelecto). En este periodo, la SUBLIMACIÓN1 se
vuelve un motor de la actividad intelectual escolar; la escuela puede encausar esa energía hacia el
conocimiento.
El deseo de saber en el espacio de la cultura, de las ciencias, de las actividades escolares, se articula,
por ende, tanto sobre la PULSIÓN DE INVESTIGACIÓN PRIMITIVA como sobre el MECANISMO DE
SUBLIMACIÓN DE LA LIBIDO.
Si una de las funciones de la ESCUELA es “hacer funcionar'’ el deseo de aprender que se constituyó
en el niño, permitir el desarrollo de sus capacidades intelectuales, iniciarlo en una cultura, desde este
punto de vista podemos considerarla como un AGENTE POTENCIAL DE SUBLIMACIÓN.
1
El proceso de sublimación da cuenta, en la definición freudiana, de la aptitud que las pulsiones parciales de
las que la pulsión sexual es el empalme, para remplazar un objeto sexual y para cambiar su meta inicial por otra,
no sexual. La energía de la libido puesta al servicio de actividades no sexualizada.
que fue, su infancia, lo que vivió, reprimió, sus relaciones infantiles con la autoridad y, así, se ve
enfrentado inconscientemente con reminiscencias de un pasado como alumno. Querer educar al niño
de los demás, confronta a un niño en sí del que, al mismo tiempo, debe defenderse por una
idealización y reencontrarlo. La tarea pedagógica se sitúa entre una fascinación por el niño y el deseo
ambiguo de que sea lo que uno quiere que sea. Un niño espejo, se ha dicho, del narcisismo del
docente.
El NIÑO, el ADOLESCENTE, está ahí con la manera en que evoluciona y se sublima el deseo originario
de saber, ya inhibido o no, en apelación a la sublimación en la relación con el maestro y con las
disciplinas que representa; está ahí con una necesidad de identificación con el adulto, buscando un
ideal del yo. Le pedirá al maestro que el saber que le transmita se pegue a su deseo de aprender;
querrá poder expresarse, dialogar, no ser tratado solamente como un objeto pedagógico; esperará
ayuda, protección y la confrontación con una “buena” autoridad.
El MAESTRO escuchará, o no, la expresión de estas demandas, eventualmente las utilizará para sus
propios fines, buscará a través de la SEDUCCIÓN o de la POSICIÓN DE FUERZA dada por su estatus el
ejercicio de lo que Durkheim llamaba precisamente la “violencia pedagógica”, el poder colonizador
sobre el niño-alumno. La RELACIÓN DE DOMINACIÓN es el espacio en el que se sitúan la emergencia
de los conflictos fundamentales que marcan el devenir y la forma de la relación pedagógica. Sus
formas y modalidades pueden ser múltiples. En este caso, el saber será para el alumno la propiedad
de otro, de un maestro que extrae poder de ese saber; de ahí la ambivalencia de una “sumisión al
saber del maestro, o de un no querer saber nada”.
La pregunta que debemos hacernos es la siguiente: ¿Qué hace el maestro con el deseo de saber (o
de no saber) del alumno? Por una parte, una actitud despreciativa o agresiva de un maestro
“tecnicista o elitista” frente a alumnos que no satisfacen su narcisismo puede llevarlos a renunciar a
aprender, favorece a través de esta “forma de violencia” la reproducción de conductas de fracaso y
de inhibición intelectual, inclusive el odio en los adolescentes “mutilados de su deseo”. Por otra, se
puede instaurar un proceso insidioso de reproducción psíquica a través de la identificación -la
“necesidad de aplastar cuando me toque” y, más tarde, “cuando se presente la ocasión”-.