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Universidad Iberoamericana-Puebla
Blvd. del Niño Poblano 2901
Unidad Territorial Atlixcáyotl C.P. 7243
Puebla, México
Impreso en México
LA RECONFIGURACIÓN
DE LO PÚBLICO
Y SU CONSECUENCIA
EN LO POLÍTICO
7
Prólogo
gicas de las ciencias sociales, es decir, con la forma en que ellas han
constituido su objeto y sus objetivos de investigación, y cómo han de-
sarrollado una peculiar forma de construcción del conocimiento. A
este respecto Adrián parte de un posicionamiento weberiano clásico,
en el cual el desarrollo del pensamiento moderno aparece como
oposición a un mundo tradicional, mientras el conocimiento se
despliega por medio de la creciente diferenciación de las esferas de la
acción social. Este desarrollo de la ciencia por medio de la especia-
lización se expresa en el campo de las ciencias sociales como una
fragmentación conceptual de los procesos de la vida social, entre
otros los procesos políticos, siendo entendidos éstos como los que
atañen a los actores, los espacios, las reglas y los resultados de la
acción que se orienta a la búsqueda y preservación del poder.
Adrián demuestra cómo las ciencias sociales se han quedado
cortas ante los cambios radicales que ha producido la propia moder-
nidad en su desarrollo. Especial atención es puesta en la ciencia
política, la cual no puede explicar de ninguna manera las nuevas
relaciones que se producen entre la sociedad, el Estado y el mercado,
y que se caracterizan ante todo por un nuevo protagonismo de lo
social en relación con los otros dos ámbitos. Lejos de encontrarse la
sociedad en una posición defensiva frente a los sistemas económico y
político, que sería la hipótesis de Habermas, Adrián observa una
acción ofensiva de la sociedad en una búsqueda incesante por con-
trolar los excesos del mercado y del Estado, redefiniendo así el espa-
cio de lo público. Es aquí que nos encontramos con la otra dimensión
del notable estudio que Adrián nos propone en estas páginas.
¿Cómo puede repensarse la situación actual, en la cual la sociedad
asume un creciente protagonismo político-público? El autor recurre
a conceptos conocidos, como sociedad civil y espacio público,
entendiéndolas como categorías viables, que no sólo explican teó-
ricamente los nuevos fenómenos, sino que también proporcionan, en
la mejor tradición de las ciencias sociales, orientaciones prácticas
que pueden ayudar a dirigir la acción colectiva hacia objetivos demo-
cráticos. En efecto, las ciencias sociales no pueden, so pena de caer en
el positivismo más ramplón, separar los elementos normativos y
analíticos que están contenidos en ellas. Adrián nos demuestra que la
ciencia política convencional, pero también las otras ciencias socia-
les, han establecido una limitación no solamente epistemológica
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Prólogo
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Prólogo
ALBERTO J. OLVERA1
Xalapa, Veracruz, junio de 2008
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Investigador del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales, Universidad Veracruzana.
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1. La modernidad y su crisis
1
“La totalidad concreta cumple por eso la función de ser la estructura pertinente para comprender los hechos
aislados; aunque, por otra, los hechos son a su vez construcciones en función de esa pertinencia”.
(Zelmeman, 1992: 51).
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Los fenómenos de crisis/ruptura vienen acompañados usualmente de manifestaciones de resistencia y
cambio que producen tensiones y que a menudo se traducen en violencia, como por ejemplo en la deno-
minada “época del terror”, donde vieron caer sus cabezas diversos miembros y representantes del modelo
hegemónico anterior, del poder fundado en la tradición, en manos de los representantes sociales del nuevo
horizonte histórico moderno, la burguesía. El tema y concepto de “crisis” se tratará en el capítulo 2, “La crisis
epistemológica de la modernidad”.
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[e]l proyecto llevará a los revolucionarios a crear una sociedad nueva y un hom-
bre nuevo, a los cuales impondrá, en nombre de la razón, coacciones mayores
que las monarquías absolutas [Touraine, 1998: 20].
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[c]omo el mundo nuevo, el mundo moderno se distingue del antiguo por estar
abierto al futuro, el inicio que es la nueva época se repite y perpetúa con cada
momento de la actualidad que produce algo nuevo [Habermas, 1989: 17].
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El concepto de “superar” (aufheben) “… significa tanto la idea de conservar, mantener, como, al mismo
tiempo, la de hacer cesar, poner fin [...] de este modo lo que se ha eliminado es a la vez algo conservado, que
ha perdido sólo su inmediación, por esto se halla anulado” (Hegel, 1993: 138 ).
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una nueva condición. Parte del supuesto de que una actualidad que
se consume a ella misma es condición necesaria para el surgimiento
de nuevas posibilidades de actualidad. Lo moderno es entonces el
“ave fénix” al que se refería Hegel en sus Lecciones sobre la filosofía
de la historia universal, capaz de rejuvenecer y renovarse a partir de
sus propias cenizas, aquel que “se prepara enteramente su propia
pira y se consume sobre ella, de tal suerte que de sus cenizas resurge
una nueva vida rejuvenecida y fresca” (Hegel, 1980: 48).
Desde esta perspectiva la modernidad tendrá una apariencia
expansiva, en cuanto que tendrá la capacidad de perpetuarse a sí
misma a través del tiempo, lo cual no implica de ninguna manera
dotarle de un sentido estático, sino, por el contrario, hacer énfasis en
el proceso dinámico de su constante autorreproducción como con-
tinuo proceso de crisis/renovación.
Esta necesidad de autocercioramiento, propia de una época que se
sabe a sí misma, es consecuencia del arribo de la modernidad como
totalidad alcanzada, en donde ésta necesariamente deberá “extraer
su normatividad de sí misma. La modernidad no tiene otra salida, no
tiene más remedio que echar mano de sí misma” (Habermas, 1989:
17). Es decir, si la modernidad como totalidad es capaz de ejercer una
distinción entre su propio cuerpo normativo y lo que queda fuera de
su referente —donde aquellas explicaciones y soluciones que no
partan de su propio horizonte cognoscitivo quedarán por hecho inva-
lidadas—, en su interior, sin embargo, contará con una multiplicidad
de elementos y conjugaciones que le permitirán solventar esta
constante necesidad de autoverificación. La modernidad es totali-
dad abierta en cuanto que permite un horizonte categorial interno
amplio y complejo de varias combinaciones en su relación con lo que
queda fuera de él; pero también es totalidad cerrada en tanto estas
combinaciones tendrán siempre un carácter autorreferente.
En este sentido, nos sería útil recurrir a la propuesta metodológica
de Niklas Luhmann para entender la dinámica de una modernidad
encerrada en sí misma y atrapada en su dinámica totalizadora. Para
Luhmann todo sistema es autorreferencial, es decir, que para lograr
los mecanismos que le permitan autorreproducirse el sistema tendrá
que recurrir a una distinción entre sistema y entorno que le permitirá
“identificar una ‘mismicidad’ propia” de cuya complejidad se confi-
gure la posible respuesta al estímulo. Por lo que se dice que todo
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Debemos buscar en la historia un fin universal, el fin último del mundo, no un fin
particular del espíritu subjetivo o del ánimo. Y debemos aprehenderlo por la
razón, que no puede poner interés en ningún fin particular y finito, y sí sólo en el
fin absoluto [Hegel, 1980: 44].
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[l]a idea de progreso ocupa un lugar medio, central, entre la idea de raciona-
lización y la de desarrollo. La primera idea otorga la primacía al conocimiento, la
segunda a la política; el concepto de progreso afirma la identidad entre medidas
de desarrollo y triunfo de la razón, anuncia la aplicación de la ciencia a la política
y, por consiguiente, identifica una voluntad política con una necesidad histórica
[Touraine, 1998: 68].
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[l]a idea progresista consiste en afirmar no sólo que la humanidad —un ente
abstracto, irresponsable, inexistente que por entonces se inventó— progresa, lo
cual es cierto, sino que, además, progresa necesariamente […] Porque si la
humanidad progresa inevitablemente, quiere decirse que podemos abandonar
toda alerta, despreocuparnos, irresponsabilizarnos, o como decimos en España,
tumbarnos a la bartola y dejar que ella, la humanidad, nos lleve inevitablemente
a la perfección y a la delicia. La historia humana queda así deshuesada de todo
dramatismo y reducida a un tranquilo viaje turístico organizado por cualquier
agencia Cook de rasgo trascendente…. [Ortega y Gasset, 1985: 34].
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[e]l campo cultural y social en el que vivimos desde fines del siglo XIX no tiene
unidad: no constituye una nueva etapa de la modernidad sino que representa su
descomposición [Touraine, 1998: 101].
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El largo siglo que transcurre desde mediados del siglo XIX hasta mediados de
siglo XX y aún más acá, es el siglo en que se disipa el mundo racionalista, que no es
reemplazado por ningún otro principio unificador ni por un modelo más
complejo [Touraine, 1998: 100].
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En Derecho, por ejemplo, significó el desarrollo de un amplio Derecho privado que asegurará este espacio
privilegiado del sujeto; en ciencia política influirá decididamente en la concepción liberal de la política y
determinará aquellos arreglos institucionales que tengan como función el proteger al individuo frente al
poder del Estado, etcétera.
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En Max Weber es claro el paralelismo entre el desarrollo de una racionalidad económica y el surgimiento de
una subjetividad propia del capitalista; otro ejemplo podría vislumbrarse en la teoría de élites, organizadas
alrededor de un determinado sistema político donde a su vez surgirán perfiles subjetivos que determinarán,
en cierto caso, la pertenencia o no a aquellas élites.
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Por lo que esta crítica nos sitúa sin duda en una problemática
ontológica del sujeto en sus propios términos: es el propio sujeto
condición de su disolución. No será ya la supresión violenta de la
subjetividad del sujeto mediante mecanismos objetivos, o grandes
sistemas totalitarios, por el contrario, la actual crisis de la subje-
tividad moderna se dará por el abandono irreflexivo del sujeto a la
satisfacción de sus deseos.
En este sentido también se pronunciará Horkheimer al denunciar
“la transformación de la razón objetiva degradada en razón subjetiva,
es decir, una visión racionalista del mundo convertida en una acción
puramente técnica en la cual la racionalidad está puesta al servicio de
necesidades” (Touraine, 1998: 94). Es esta opaca racionalidad de los
impulsos inconscientes del individuo la que inaugura una época en
que la subjetividad se ha vuelto un absoluto (y que en nuestros
6
tiempos es bien aprovechada por el mercado).
En este sentido, se puede decir que a la pérdida de referentes
objetivos que habían prestado sentido y movimiento al desarrollo de
la modernidad, y cuya caída identificaba Horkheimer con la pérdida
de la razón objetiva, corresponde una subjetividad que se presenta
como abismo para el propio sujeto, en el cual se diluye y se pierde en
sí mismo mediante la instrumentación racional de la satisfacción de
sus deseos, que presenta al individuo como esclavo de “intereses
impersonales” que pasan como propios.
6
Aunque esta crisis de la subjetividad actual se da en términos del propio sujeto, no se puede dejar de señalar
el gran catalizador que ha sido el “mercado” como organización racional de la actividad económica y, por
tanto, un referente objetivo que ha explotado para su propia reproducción este carácter volátil del “Yo” al
generar un desarrollo con base en la creación de nuevas necesidades.
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suerte en el recuerdo un pasado que en cada caso se corresponda con ella, que
podamos satisfacer las expectativas de ese pasado con nuestra fuerza mesiánica
débil [Habermas, 1989: 26].
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c) El ocaso de la razón
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“La Ilustración se relaciona con las cosas como el dictador con los hombres. Éste los conoce en la medida en
que puede manipularlos”. Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, Dialéctica de la Ilustración, Trotta,
Madrid, 1998.
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La antítesis tradicional entre arte y ciencia, que las separa entre sí como ámbitos
culturales para convertirlas como tales en administrables, hace que al final,
justamente en cuanto opuestas y en virtud de sus propias tendencias, se con-
viertan la una en la otra. La ciencia, en su interpretación neopositiva, se convierte
en esteticismo, en sistema de signos aislados, carente de toda intención capaz de
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“La Escuela de Frankfurt parte de la separación que comprueba entre la praxis y el pensamiento, la acción
política y la filosofía” (Touraine, 1998: 152).
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trascender el sistema: en aquel juego, en suma, que los matemáticos hace tiempo
declararon ya con orgullo como su actividad. Pero el arte de la reproducción
integral se ha entregado, hasta sus técnicas, en manos de la ciencia positivista. En
realidad dicho arte se convierte una vez más en mundo, en duplicación
ideológica, en dócil reproducción [Horkheimer y Adorno, 1998: 72].
La filosofía que antaño pareció superada, sigue viva porque se dejó pasar el
momento de su realización. El juicio sumario de que no ha hecho más que
interpretar el mundo y mutilarse a sí misma de pura resignación ante la realidad,
se convierte en derrotismo de la razón después de que ha fracasado la
transformación del mundo… [Adorno, 1987: p. 48].
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[e]stos dos aspectos dependen el uno del otro. Los intereses sólo pueden ser
satisfechos de modo estable a través de normas de comercio y trato social si se
unen con ideas que les sirvan de justificación; y, a su vez, las ideas sólo pueden
imponerse empíricamente si se alían con intereses que las doten de fuerza
[Habermas, 2001: 251-252].
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2. La crisis epistemológica de la modernidad
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Traspasar los límites para abrirse a lo inédito supone una necesidad de realidad
que obliga a colocarse como sujetos pensantes por sobre los contenidos
acumulados. Requiere de la conciencia de estar conformados por límites y de
luchar contra ellos para no quedar sometidos a lo que es su espacio [Zemelman,
1998, p. 24].
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“Nada absolutamente debe existir fuera, pues la sola idea del exterior es la genuina fuente del miedo”.
(Horkheimer y Adorno, 1998: 70).
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2
No se pretende aquí que para la relativa estabilidad sea necesario la plena identificación del pensamiento
con lo que se piensa, sin embargo, sí se acepta como necesaria una relación diferenciada, vinculante, entre el
pensamiento con lo pensado.
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Las crisis personales se dan cuando el modo de vida de la persona se ve cuestionado o incluso agotado ante
ciertas circunstancias, o bien cuando dicho modo de vida se presenta como contrario a la realidad social
imperante. Así, las grandes crisis económicas son resultado del surgimiento de nuevas variables producidas
por los mismos modelos: el modelo económico basado en la producción genera inflación y el que se basa en el
consumo termina por disminuir la capacidad adquisitiva del asalariado. La crisis del sistema político
mexicano se explica en parte debido a una transición incompleta hacia un nuevo régimen, en donde nuevas
condiciones entran en conflicto con viejas estructuras y hábitos, y por lo tanto deviene en crisis. Aunque en
esta generalización del concepto de “crisis” se pierde mucho, nos será útil en un primer acercamiento.
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“No podemos medir lo que está naciendo con el mismo patrón de lo establecido” (Maffesoli, 1997: 12). “El
surgimiento de lo nuevo no se puede predecir, si no, no sería nuevo. El surgimiento de una creación no se
puede conocer por anticipado, si no, no habría creación” (Morin, 1999 [c]: 40).
5
“Hay una impotencia para salir de la crisis de la modernidad de un modo distinto que por un pobre
postmodernismo” (Morin, 1993: 111).
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“Por esa vía, pues, cuando una filosofía se convierte en un ‘ismo’, le suceden dos cosas: se institucionaliza, y
una teocracia ideológica establece su ortodoxia.” (Heller y Fehér, 1985: 119). “…la ortodoxia es la muerte del
conocimiento, pues el aumento del conocimiento depende por entero de la existencia del desacuerdo”
(Popper, 2005: 56).
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[L]os conflictos políticos son una condición necesaria para la formación de los
individuos como ciudadanos, ya que en ellos no sólo está en juego el antagonismo
de intereses particulares, sino también una lucha por el reconocimiento, la cual
se traduce en un proceso de continua ampliación del orden civil, así como de
perfeccionamiento de las instituciones y procedimientos que se utilizan en ese
orden para procesar los conflictos [Serrano, 2001: 15].
7
Un principio de racionalidad determina la construcción de modelos, se pueden contrastar los diferentes
modelos, dejando casi intacto el modelo de racionalidad. (“Así una contrastación indica que un determinado
modelo es menos adecuado que otro, puesto que ambos operan con el principio de racionalidad, no tenemos
ocasión de descartar este principio” [Popper, 2005: 213]). Se pueden tener las más diversas y opuestas
construcciones teóricas acerca de la pluralidad, pero ésta permanecerá como constante en todas ellas. Esto
no excluye que el principio de racionalidad pueda cambiar, ni mucho menos criticarse, pues obedece a
diversas condiciones que entran constantemente en tensión, por ejemplo, que la pluralidad sea un hecho
evidente empíricamente y que ésta sea reconocida en todos los ámbitos de la vida, es decir, que goce de un
consenso general entre los sujetos, e incluso que dicha pluralidad se encuentre asegurada a través de un ré-
gimen legal y formalizada en un sistema de gobierno, como el Estado de derecho y la democracia.
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El mito debe su fuerza totalizadora con la que todos los fenómenos percibidos en
la superficie quedan ordenados en una red de correspondencias, de relaciones de
semejanza y contraste, a conceptos básicos en que queda categorialmente unido
lo que la comprensión moderna del mundo no tiene más remedio que separar.
[Habermas, 1989: 145].
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A esta división habría que agregar las disciplinas ideográficas como la historia y tal vez la antropología, así
como otros ámbitos que han fluctuado su pertenencia a diferentes conjuntos de conocimiento, como la
psicología, el derecho y en algunos momentos la geografía. Así mismo, se deben considerar las nuevas
disciplinas que buscan ubicarse transversalmente en este entramado organizacional: las ciencias de la
comunicación, la ecología, las ciencias del comportamiento, las ciencias administrativas, etc. (cfr.
Wallerstein, 1996).
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“El conocimiento no es insular, es peninsular y, para conocerlo, es necesario volverlo a unir al continente
del que formó parte” (Morin, 1999 [a]: 27).
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naturaleza es servirse de ella para dominarla por completo, a ella y a los hombres.
Ninguna otra cosa cuenta. Sin consideración para consigo misma, la Ilustración
ha consumido hasta el último resto de su propia conciencia [Horkheimer y
Adorno, 1998: 60].
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De esta manera, se deja ver por sí sólo lo que la ciencia sí es; en este
sentido y a diferencia del conocimiento filosófico, los criterios del
método científico se encuentran “en 1) el principio de comprobación;
2) en la comprobación; 3) en la no valoratividad” (Sartori, 2002).
Otras distinciones que hace Bobbio, de carácter secundario pero
igualmente vitales para la conformación de la identidad de la ciencia,
giran en torno a: la diferencia entre el estudio de las “esencias”,
propio de la filosofía de tono metafísico, y el conocimiento de las
“existencias”, correspondiente al conocimiento científico de voca-
ción empírica y experimental; así como en la supuesta “acumula-
bilidad y transmisibilidad del saber científico” y la vinculación de la
ciencia como pensamiento operante y operativo, es decir, con una
alta factibilidad de hacerse práctico, en contraste con el saber especu-
lativo y meditativo de los filósofos.
Sin embargo, las tajantes distinciones que aquí se bosquejan entre
estas dos grandes esferas del conocimiento se encuentran también
bajo cuestionamiento, donde más allá de una ruptura entre ambas,
“ciencia y filosofía podrían mostrársenos como dos caras diferentes y
complementarias de lo mismo: el pensamiento” (Morin, 1984). De
esta manera, el diálogo entre filosofía y ciencia debe recobrarse con el
fin de aprovechar las cualidades diferenciadas de ambas en la gene-
ración de conocimiento pertinente, más aún en un contexto de crisis
donde despreciar cualquier tipo de conocimiento es un lujo, pues de
lo que se trata precisamente es de interpretar cognitivamente dicha
tensión generalizada.
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determinado y lo imaginativo parecía ser más útil, no sólo para los que se
resistían al cambio tecnocrático en nombre de la conservación de las
instituciones y tradiciones existentes, sino también para los que luchaban por
posibilidades más espon-táneas y radicales de introducir la acción humana en
la esfera sociopolítica [Wallerstein, 1996: 13].
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Consecuencia, en parte, de que el conocimiento, durante un lapso considerable de tiempo, fue generado
casi exclusivamente en las universidades de Estados Unidos, de larga tradición empirista, y un tanto al
margen del debate filosófico europeo.
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“Juzgo más conveniente irme derecho a la verdad efectiva de las cosas, que a como se las imagina”
(Maquiavelo, 1992: 55).
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ticas que debiera tener cierto cuerpo político, la ciencia política pasa
ya sin estos puntos reflexivos y se convierte en una herramienta prag-
mática al servicio del poder, en alto grado reproductora de lo ya esta-
blecido y por ello inoperante ante nuevas condiciones y realidades
sociales.
Por otro lado, también por ser la política una actividad inten-
cionada pero que a su vez se justifica mediante discursos que dan
coherencia a determinada estrategia o proyecto político, la ciencia
que la estudia debe hacer un esfuerzo por contrastar los diversos dis-
cursos con elementos empíricos, pues las más de las veces estos
discursos interpretan de lo que se habla de manera que sirva a dicha
intencionalidad; así, la ciencia política tampoco debe limitarse al
análisis de la retórica, sino a la implicación empírica de dichos
discursos, es decir, cómo la realidad afirma o desmiente dichos dis-
cursos. Una ciencia política pertinente, entonces, deberá contar con
capacidad reflexiva ante los valores y sentidos que los diferentes
actores le dan a la política, así como las herramientas que le permitan
verificar dichos valores y sentidos en prácticas sociales concretas.
Si efectivamente la filosofía trata del “deber ser” y la ciencia de “lo
que es”, el complemento de ambas nos resultará fundamental al
orientar la acción con el fin de interactuar con la realidad de forma
correspondiente y, en todo caso, sin pretensión de absoluto, transfor-
marla hacia nuevas maneras de convivencia humana (que originarán
a su vez nuevas problemáticas), movimiento en el cual el conoci-
miento no es sino una parte en un conjunto de procesos diversos,
contrastantes y antagonistas, en donde surgen a su vez diferentes
actores o sujetos con distintas concepciones y donde, por lo tanto, el
conocimiento sólo puede fungir como mecanismo de mediación,
vinculación y reconocimiento de la pluralidad de las partes. Un
concepto que puede servir para ejemplificar esta posible articulación
entre filosofía y ciencia es el de “utopía”, valiosa no en el sentido que
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Una técnica analítica como la prospectiva política bien puede representar estos incipientes contactos entre
estas dos grandes áreas del conocimiento.
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[l]a noción de “legitimidad” es, pues, una de las llaves del problema del poder. En
un grupo social dado, la mayor parte de los hombres creen que el poder debe
tener cierta naturaleza, descansar en ciertos principios, revestir cierta forma,
fundarse en cierto origen: es legítimo el poder que corresponde a esta creencia
dominante. La legitimidad, tal como nosotros la entendemos, es una noción
sociológica, esencialmente relativa y contingente [Duverger, 1983: 523].
13
Así lo veía, de manera por demás amplificada, Bakunin cuando dice: “Explotar y gobernar significan la
misma cosa” (Bakunin, 1978).
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Un antecedente de la ciencia política está en la llamada Staatwissenschaften (“ciencias del Estado”) en el
siglo XIX en Alemania (Cfr. Wallerstein, 1996).
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Sin embargo, de esta concepción se deriva una racionalidad social subordinada a una racionalidad
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económica de tipo (costo/beneficio), restringiendo un análisis en torno a diferentes formas de socialidad que
se adoptan y que escapan a una racionalidad de este tipo.
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Otro pertinente señalamiento de Wallerstein, en cuanto a la tendencia estadocentrista de las diferentes
ciencias y disciplinas sociales, está en la incapacidad de una disciplina como las relaciones internacionales
ante el surgimiento de nuevos fenómenos que rebasan las fronteras de los Estado-nación y que fueron
retomadas en cambio por la sociología y otras disciplinas más recientes como la ecología, tales como la
migración, los conflictos étnicos, el problema ambiental, etcétera.
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“La democratización o masificación de la política supone no sólo su difusión, sino sobre todo su ubicuidad.
A la ubicación vertical se une ahora una expansión y ubicación horizontal, lo que vuelve a subvertir de nuevo
todo el discurso…” (Sartori, 2000: 220).
18
Un caso interesante, aquí y muy cercano a México, es el del corporativismo, que consistía en la organi-
zación de la sociedad en términos del Estado; en este sentido, así como la sociedad se mezclaba con lo estatal,
el Estado se socializaba en cuanto incorporaba en sus redes de poder a sectores sociales para así negociar con
ellos. Sin embargo, la diferencia esencial en estos procesos de democratización a los que Sartori identifica
con otro tipo de relación entre lo social y lo estatal, es efectivamente su diferenciación estructural en donde
los ámbitos se encuentran analíticamente diferenciados.
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Por más que las corporaciones gigantes, o también los poderes sindicales,
lleguen a ser influyentes, ello no quiere decir que su poder sea soberano, que esté
sobrepuesto al poder político. En la medida en que un sistema político funciona,
los órdenes predominantes y vinculadores erga omnes son y siguen siendo los
dictados que emanan del propio dominio político. Solamente las decisiones
políticas —ya sea bajo forma de leyes o disposiciones de otra índole— se aplican
con la fuerza coercitiva a la generalidad de los ciudadanos [Sartori, 2002: 221].
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política es una “superestructura”, no sólo en el sentido de que refleja las fuerzas y las formas de producción,
sino también en el sentido de que es un epifenómeno destinado a extinguirse…” (Sartori, 1993: 223). “En
efecto, la anacrónica persistencia de la izquierda marxista en la explicación de lo político como mera
‘superestructura’ de la base económica, que durante muchas décadas obstaculizó el desarrollo de todo
análisis serio de la esencia, función y perspectiva del Estado, parece ya definitivamente relegada al pasado”
(Heller y Fehér, 1985: 128).
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En este sentido, por ejemplo, los diversos casos en que un determinado tipo de sociabilidad sirve como
alternativa a una racionalidad estrecha de carácter económico (costo/beneficio), que va desde las
cooperativas y sindicatos, a redes de comercio “informal”, de mercado justo o directo, a otras más radicales.
Así también el tono de las políticas públicas al intentar conjugar a diferentes actores (gobierno-iniciativa
privada-sociedad-sujeto de política pública) en una acción determinada.
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[l]a racionalidad es el juego, el diálogo incesante, entre nuestro espíritu, que crea
estructuras lógicas, que las aplica al mundo, y que dialoga con ese mundo real.
Cuando ese mundo no está de acuerdo con nuestro sistema lógico, hay que ad-
mitir que nuestro sistema lógico es insuficiente, que no se encuentra más que con
una parte de lo real. La racionalidad, de algún modo, no tiene jamás la pretensión
de englobar la totalidad de lo real dentro de un sistema lógico, pero tiene la
voluntad de dialogar con aquello que le resiste [Morin, 1984: 102].
89
La crisis epistemológica de la modernidad
90
La crisis epistemológica de la modernidad
91
3. La reconfiguración de lo público
y su consecuencia en lo político
1
“Hegeliano-marxiano” en el original.
93
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2
“... en el enfoque iusnaturalista la sociedad no tiene otra figura real más que la política [...] por lo tanto, la
sociedad civil es al mismo tiempo sociedad y Estado [...] Ésta es la conclusión necesaria del punto de partida
iusnaturalista” (Bobbio y Bovero, 1986: 204-205).
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3
“El Estado no es la sociedad; es sólo una de sus forma históricas, tan brutal como abstracta en su carácter”
(Bakunin, 1978: 169).
4
“…y el Estado, perdiendo todo su carácter político, es decir, de dominación, se transformará en una
organización absolutamente libre de los intereses económicos de las comunas” (Bakunin, 1976: 267).
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5
“…el modelo marxista es la imagen transformada del modelo hegeliano, y que por ello aquél inaugura una
nueva filosofía de la historia —del Estado a la sociedad sin Estado, mientras en Hegel se concluye la anterior”
(Bobbio y Bovero, 1986: 195).
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6
“... la societas naturalis alcanza la condición de socialidad completa y perfecta transformándose en societas
cive política, y solamente en cuanto sociedad política es unión o sociabilidad asegurada y fundada sobre sus
bases sólidas; mientras la bugerliche Gesellschaft se presenta como momento de socialidad acabada en su
separación y contraposición del politischer Staat” (Bobbio y Bovero, 1986: 203).
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7
La esencia de lo político se tradujo al español en 1968. (La esencia de lo político, Nacional, Madrid, 1968.)
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[s]i bien [Freund] seguro que pasará por ser, en el siglo XX, el “teórico de las
esencias”, lo cierto es que centrar la riqueza de su pensamiento social-filosófico
en el único aspecto que describe esta célebre teoría resulta en parte insuficiente.
La razón es que su cierre teórico se obedece en el seno de un marco referencial
mayor a ella misma, constituido sobre todo por otros dos aspectos: la centralidad
de la categoría del “orden” y la doctrina (nunca sistemáticamente elaborada por
Freund, mas sí anunciada) de la “jerarquía” [Valderrama, 2004: 17-34].
8
“El orden tiene, pues, una importancia superlativa para llegar al fondo de la idea de lo político y la política en
la obra de Freund; no en vano se trata de la dialéctica privativa de la relación mando-obediencia, el
presupuesto más político de cuantos formaliza el autor” (Molina, 2000: 169).
9
Freund distingue dos tipos generales de orden: a) órdenes imperiosos (impérieux), que define como “ese
orden determinante en última instancia —en cuanto orden en sentido propio”; y b) órdenes imperativos, es
decir, “al orden propio de cada esencia o dialéctica que lo domina”, así pues, el “orden político” es un orden
imperativo primario y por ello es considerado como esencia, mientras que el “orden social” es considerado
secundario y como una dialéctica en primer grado (Molina, 2000: 176); tal como se puede observar en la
siguiente afirmación: “Vistas bajo este ángulo, es incontestable que las condiciones de prosperidad depen-
den del tipo de organización social escogido por lo político y por este hecho pertenecen a la definición del bien
común” (Freund, 2003: 49). Así, la jerarquía, por la cual es articulada la dialéctica orden (mando/
obediencia), implica una relación determinante del orden político al orden social.
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10
“Fácticamente, la obediencia es el reconocimiento de la necesidad de la obediencia” (Molina, 2000: 99).
11
“Únicamente podrá mandar quien posea los medios para hacerse obedecer” (Molina, 2000: 98).
108
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*
Las citas de Julien Freund que aparecen señaladas con las siglas EP pertenecen a Esencia de lo político,
pero fueron tomadas de Jerónimo Molina, Julien Freund, lo político y la política, Sequitur, Madrid, 2000.
109
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[l]a relación del poder con el mando es, sin embargo, muy distinta. Para Freund,
el poder es el aparato que organiza la fuerza para su utilización en diversas
circunstancias, previsibles o no. El papel del poder es producir y gobernar las
fuerzas, velar por su disponibilidad y arbitrar los medios necesarios que faciliten
una cohabitación equilibrada de intereses en el seno de una colectividad. Dicho
de otra manera, el poder es el mando socialmente estructurado [Molina, 2000:
89][Las cursivas son mías].
12
“Una vez liberado el saber político del problema del orden justo resultaba ya posible enjuiciar la calidad de
un orden de conciencia humano según el criterio público de la mera seguridad personal y patrimonial”
(Molina, 2000: 180).
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[l]a revolución inexistente del mítico París, en lo que se refiere a las instituciones,
resume con insólita precisión el carácter antipolítico del utopismo de nuestros
días. Este último, como aquélla, mezcla en proporciones variables estados
mentales, opiniones y creencias contrarios a la ordenada continuidad de la vida
política basada en la obediencia, siendo ésta el presupuesto de lo político que da
potencia al mando [Molina, 2000: 92].
Sin embargo, nuestra lectura del asunto apunta para otro lado. La
estrategia del mayo de 1968 parisino, que abiertamente excluía la
toma del poder, se encaminaba más bien a señalar y a fortalecer un
nuevo escenario del conflicto político, que traslada su objetivo del
ámbito exclusivamente estatal (estrategia que los movimientos
revolucionarios de adscripción historicista habían planteado hasta la
fecha) al de la sociedad civil. La revuelta del 68 en Francia señalaba
así un nuevo horizonte de lo político. Una nueva “instancia” donde se
13
manifiesta la “sustancia” de lo político y en este sentido sólo excluye
13
Freund recurría a la distinción de “instancia” como marco donde se desenvolvía una “sustancia”; así “El
Estado, que sería una instancia, constituye el marco jurídico e institucional en cuyo seno se desenvuelve la
vida política” (Molina, 2000: 39).
111
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[s]egún Freund, sólo una verdadera revolución política, operada tanto en la base
social del mando, es capaz de producir una verdadera sucesión de los principios
de legitimidad en una comunidad política [Molina, 2000: 186].
112
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15
“El poder legítimo tiene un cierto margen de acción, incluso de error, de ahí que el poder, escribe Freund en
el mismo lugar, pueda hacerse perdonar por eventuales yerros en los que todo mando incurre” (Molina,
2000: 182) .
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16
“La sociedad es un hecho natural. No se trata de crearla o de construirla, sino de organizarla” (Molina,
2000: 44).
17
Tal problemática persiste en nuestros días, una muestra reciente es el ejercicio emprendido por Alain
Touraine, donde anuncia el fin de la explicación social de lo social, por la emergencia de nuevas formas
culturales. (Touraine, 2005). Sin embargo, aún no queda claro ahí, ante el fin de la sociedad, el marco de
acción colectiva del sujeto.
116
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[d]e las tres dimensiones institucionales del mundo de la vida, las nociones de lo
público y de lo privado, tal como se las usa aquí, activan sólo las de reproducción
de la cultura y de la personalidad. Las instituciones de la integración social, los
grupos institucionalizados, colectivos y asociaciones son omitidos en esta forma
de tratar el tema, a pesar de su obvia importancia política y económica. En su
ausencia, la posibilidad de que las instituciones del mundo de la vida puedan
influir en “los dominios de la acción organizada formalmente” no es tratada
realmente como un tema; la idea de que la comunicación entre el mundo de la
vida y el sistema de vida pueden usar canales diferentes a los medios del dinero y
el poder ni siquiera se presenta [Cohen y Arato, 2000: 485].
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20
sociedad, es una condición objetiva de nuestra colectividad; sin
embargo, esto sólo nos señala un espacio posible de relación recí-
proca, pero en realidad nos dice poco acerca de la manera en que los
sujetos que se desenvuelven bajo esta lógica expresan su socialidad.
Para ejemplificar lo anteriormente dicho, y en una cuestión que
finalmente deriva en un problema político a partir del propio Marx,
podemos decir que, en primera instancia, el autor de El capital
plantea el conflicto a través de la “lucha de clases”, relación social
impuesta por la identificación de un sistema de explotación del
hombre por el hombre de carácter capitalista. En este planteamiento,
Marx politiza al extremo una consecuencia derivada del análisis de
las condiciones económicas imperantes; en este sentido, la relación
proletario/burgués adquiere un significado eminentemente político
en cuanto les confiere un sentido polémico, de confrontación, de
antagonismo. A partir de esta interpretación del conflicto social en
términos de “lucha de clases”, la teoría marxista clásica impone como
estrategia derivada de este antagonismo la famosa “dictadura del
proletariado”. Entonces, Marx ejerce una sobreobjetivación de las
posibles salidas del conflicto bajo el aspecto de una dialéctica de la
historia que marcaría el arribo a la sociedad sin clases, es decir, por
medio de la identificación de relaciones sociales ajenas al sujeto
(enajenantes) y determinantes de su conciencia de clase, marcando
el camino hacia una estrategia igualmente objetiva y ajena a las
dinámicas recíprocas que se dan en el interior de estas clases sociales
y en su relación; bajo esta lógica, la identificación de estas condi-
ciones objetivas de la relación proletario/burgués marca la estrategia
a la inversa, es decir, la inversión de la relación a través de la apro-
piación de los medios de producción a partir de la conquista el
Estado.
Sin embargo, desde la perspectiva de este trabajo, la identificación
de estas relaciones entre clases sociales sólo sienta el primer paso
hacia una estrategia política para dirimir el conflicto en cuanto
enmarca dichas relaciones en un espacio específico pero impide ver,
al interior de este supuesto espacio, la manera en que estas condi-
ciones son experimentadas y constantemente transformadas a través
20
“La mutua y general dependencia de los individuos, recíprocamente indiferente, constituye su vínculo
social” (Marx, 1968: 74).
122
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a) El conflicto
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…el segundo presupuesto sostiene que no existe una noción de justicia universal;
por lo que considera al conflicto no como un fenómeno irracional, sino como una
consecuencia necesaria de la falta de un principio normativo común a los seres
humanos y capaz de integrar sus acciones [Serrano, 2001: 7].
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[s]i existo yo que pienso, existe el mundo que pienso. Por tanto: la verdad radical
es la coexistencia de mí con el mundo. Existir es primordialmente coexistir [...] El
modo de dependencia en que las cosas están en mí no es, pues, la dependencia
unilateral que el idealismo creyó hallar, no es sólo que ellas sean mi pensar y
sentir, sino también la dependencia inversa, también yo dependo de ellas, del
mundo. Se trata, pues, de una interdependencia, de una correlación, en suma, de
coexistencia [Ortega y Gasset, 2004: 78].
129
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[q]ue los conflictos políticos son una condición necesaria para la formación de
los individuos como ciudadanos, ya que en ellos no sólo está en juego el anta-
gonismo de intereses particulares, sino también una lucha por el recono-
cimiento, la cual se traduce en un proceso de continua ampliación del orden civil,
así como de perfeccionamiento de las instituciones y procedimientos que se
utilizan en ese orden para procesar los conflictos [Serrano, 2001: 15].
21
“Simplemente es el otro, el extraño, y para determinar su esencia basta con que sea existencialmente
distinto y extraño en un sentido particularmente intensivo” (Schmitt, 1991: 57).
22
“Por relación social debe entenderse una conducta plural —de varios— que, por el sentido que encierra se
presenta como recíprocamente referida, orientándose por esa reciprocidad. La relación social consiste, pues,
plena y exclusivamente, en la probabilidad de que se actuará socialmente en una forma (con sentido)
indicable; siendo indiferente, por ahora, aquello en que la probabilidad descansa [...] No toda clase de
131
La reconfiguración de lo público
b) Lo común
[e]l acto básico por el cual un conjunto de hombres llega a reconocerse como
Nosotros, creando con ello los cimientos del espacio público, es la diferenciación
contacto entre los hombres tiene carácter social; sino sólo una acción con sentido propio dirigida a la acción
de otros” (Weber, 1984: 19-21).
23
“La esfera de los asuntos humanos, estrictamente hablando, está formada por la trama de relaciones
humanas que existe donde quiera que los hombre viven juntos” (Arendt, 2005: 21).
132
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24
“El nombre escogido es el público. Este público se organiza y se hace efectivo mediante los representantes
que, como guardianes de las costumbres, como legisladores, como ejecutivos, jueces, etc., se ocupan de sus
intereses específicos, utilizando para ello unos métodos con los que se pretende regular las acciones conjun-
tas de los individuos y los grupos. Entonces, y en ese sentido, la asociación se procura a sí misma una organi-
zación política y nace como algo que viene a constituir el gobierno: el público se constituye como un Estado”
(Dewey, 2004: 75).
134
La reconfiguración de lo público
esferas de acción tan inmensas e integradas, sobre una base impersonal más que
comunitaria, que el público no puede identificarse ni distinguirse a sí mismo
[Dewey, 2004: 124].
Estos cambios son extrínsecos a las formas políticas que, una vez establecidas, se
mantienen por su propia inercia. El nuevo público que se genera permanece muy
embrionario, inorganizado porque no puede utilizar las instituciones políticas
25
“El público, en cuanto organizado mediante los funcionarios y las instituciones materiales que se ocupan
de las consecuencias indirectas extensivas y duraderas de las transacciones entre personas, constituye el
populus” (Dewey, 2004: 65).
26
“La apatía política, que es un producto natural de las discrepancias entre las prácticas reales y los
mecanismos tradicionales, surge de la incapacidad del individuo para identificarse con problemas definidos.
Éstos son difíciles de encontrar y localizar dentro de las inmensas complejidades de la vida actual” (Dewey,
2004: 123).
135
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La unidad del bien común no es, sin embargo, la de una uniformidad o una
armonía total, sino más bien la de una cohesión. Al igual que la unidad política de
la colectividad, el bien público no está exento de tensiones, conflictos, intereses y
de ideas, y hasta de contradicciones… [Freund, 2003: 56].
138
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c) Lo propio
Son muchos los autores que relacionan el fenómeno del poder (y con
ello la política) a la existencia de gobernantes y gobernados, de
capaces y súbditos, de mando y obediencia; se afirma entonces que
esta relación asimétrica se encuentra en el centro mismo de la po-
lítica como tal, de la siguiente manera: “la existencia de relaciones
políticas o de dominio político supone el establecimiento previo del
fenómeno del mando y obediencia” (Ortiz, 1986: 182). Así pues, se
subordina la validez de la política a la distinción entre gobernantes y
gobernados. Por otro lado, no son menos los autores que desde
Aristóteles achacan dicha asimetría a las diferentes capacidades
humanas, como si ya se supiera de antemano que el lugar que se
27
“(dif. fuerza/potencia) “…la potencia, que es la utilización de esas fuerzas en circunstancias determinadas
y con vista a objetivos determinados” (Aron, 1985: 80).
28
“La palabra poder designa a la vez el grupo de los gobernantes y el poder que ejercen. La ciencia política así
como la ciencia de los gobernantes, de los jefes” (Duverger, 1983: 517-569).
140
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…la naturaleza ha creado en ella dos partes distintas: la una destinada a mandar,
la otra a obedecer, siendo sus cualidades bien diversas, pues que la una esté
dotada de razón y privada de ella la otra. Esta relación se extiende evidentemente
a los otros seres, y respecto de los más de ellos la naturaleza ha establecido el
mando y la obediencia [...] el ser que manda debe poseer la virtud moral en toda
su perfección [Bordeau, 1982: 81].
Puesto que todos los hombres, bárbaros o desarrollados, entran en relación y dan
origen a un estado civil, a un ordenamiento político, “el origen del Estado y su
29
“Pero los hombres se rigen más por el deseo ciego que por la razón, y por ello su potencia o derecho natural
debe ser definido no por la razón, sino por cualquier apetito que los determine a la acción y que les ofrezca un
medio de conservación” (Antonio Negri, 1993: 321).
141
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razón (ex rationis documentis) no deben buscarse en los datos de la razón, sino
que deben deducirse de la común naturaleza o condición de los hombres” [Negri,
1993: 314].
30
“… cada individuo tiene el derecho absoluto de conservarse”.
31
“Pero la ‘multitud’ misma es una condición humana. La condición es una modalidad, es ser determinado.
Pero el ser es dinámico y constitutivo. La condición humana es por ello constitución humana” (Negri, 1993:
331).
142
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[a]sí pues, preciso es convenir en que cada uno se reserva pleno poder en deter-
minadas cosas que se escapan a las decisiones del soberano, no dependiendo
sino de la propia voluntad del ciudadano [Spinoza, 1975: 268] .
143
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144
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nos permite romper con esa otra tradición que confunde realismo
con cinismo, y que enfatiza, tal como Weber lo proponía, el compo-
nente de “dominio” que se materializa en el Estado. En este sentido,
para el sociólogo alemán, mientras el concepto “poder” se manifes-
taba “sociológicamente amorfo”, en cuanto a que presentaba ciertas
dificultades para aprehenderlo de manera científica, la noción de
“dominación” delimitaba el fenómeno a su ejercicio efectivo, prác-
tico, material, fundado y mantenido en el efectivo “monopolio de la
coacción legítima”:
32
“La situación de dominación está unida a la presencia actual de alguien mandando eficazmente a otro”
(Weber, 1984: 44).
145
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33
“Su pluralismo (G. D. H. Cole y Harold J. Laski) consiste en negar la unidad soberana del Estado, esto es, la
unidad política y poner una y otra vez en relieve que cada individuo desarrolla su vida en el marco de
numerosas vinculaciones y asociaciones sociales [...] que lo determinan en cada caso con intensidad variable
y lo vinculan a una pluralidad de ‘oblaciones y lealtades’, sin que quepa decir de alguna de estas asociaciones
que es la incondicionalmente decisiva soberana.” (Schmitt, 1991: 71.) “Una teoría pluralista es, o la teoría de
un Estado que alcanza su unidad en virtud de un federalismo de relaciones sociales, o bien simplemente una
teoría de la disolución o refutación del Estado…” (Schmitt, 1991: 73.) “El Estado se transforma simplemente
en una asociación en competencia con otras; viene a ser una sociedad junto a y entre otras, que se desen-
vuelven dentro y fuera del Estado.” (Schmitt, 1991: 73.)
148
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149
4. Conclusiones: legitimidad, representación
y hegemonía
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4.2.1. Legitimidad
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4.2.2. Representación
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1
Cabe decir aquí, desde este particular punto de vista, que a lo mejor una pista sobre el paradero de esta
distinción entre izquierda y derecha es que ésta sólo se vuelva obsoleta en el marco de la democracia
organizada por partidos, es decir, en el ámbito electoral; precisamente es por la imposibildiad de los partidos
tanto de derecha como de izquierda de llevar a cabo su función de representación que dicha distinción se ve
comprometida. Sin embargo desde esta óptica sólo asistimos a un cambio de ubicación en esta distinción,
pues nos permite todavía trazar un espectro identitario en donde se puedan adscribir los más distintos
movimientos sociales y ciudadanos.
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4.2.3. Hegemonía
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167
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En fin, basta señalar aquí los retos del futuro, pues hoy en día el
ámbito que recae bajo el concepto de “sociedad civil” parece mucho
menos democrático que muchas de las instituciones políticas, sin
embargo, parece que el referente próximo será el intento de demo-
cratizar esos ámbitos que sirven como cotos de poder de ciertos
poderes establecidos.
168
Bibliografía
169
Bibliografía
170
Bibliografía
171
Bibliografía
172
Índice
Prólogo 7
1. La modernidad y su crisis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
1.1. La modernidad y su dinámica totalizadora . . . . . . . . . . . . . . . . 11
1.1.1. La modernidad como fuerza destructiva . . . . . . . . . . . . . . . 13
1.1.2. La modernidad como fuerza expansiva . . . . . . . . . . . . . . . . 18
1.1.3. Modernidad-posmodernidad. ¿Desde dentro o desde fuera?. . . . 23
a) Disolución del sujeto en términos de la propia subjetividad . . 26
b) Crisis y fragmentación de la historia . . . . . . . . . . . . . . . 29
c) El ocaso de la razón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32
d) Crisis de la generación, organización y disposición
del conocimiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
173
Índice
3. La reconfiguración de lo público
y su consecuencia en lo político . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
3.1. Lo político en lo humano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
3.1.1. La exclusión recíproca de lo social y lo político . . . . . . . . . . . 96
3.1.2. La emergencia de lo social como espacio estable de relaciones . . 100
3.2. Desarrollo, límites y horizontes del concepto de “lo político”. . . . . . 104
3.2.1. La socialidad como movimiento dialógico . . . . . . . . . . . . . 115
3.2.2. Lo propiamente político . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125
a) El conflicto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 126
b) Lo común . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 132
c) Lo propio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 140
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169
174
La reconfiguración de lo público y su consecuencia en lo político,
de Adrián Velázquez Ramírez,
se terminó de imprimir en septiembre de 2008
en los talleres de Artefacto Ediciones,
artefacto66@yahoo.com.
La edición consta de 80 ejemplares.