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EXIONES

CRITICAS
Emilio Ribes Iñesta

editorialfontanella
E l co n d u c tism o :
re flex io n es c rític a s
B re v ia rio s de
C o n d u c ta h u m a n a , n.”
colección d irig id a por
RAMON B AYES
JUAN MASANA
JO S E TORO
Emilio Ribes Iñesta

EL CONDUCTISMO:
REFLEXIONES
CRITICAS

Prólogo
de
R am ón B ayés

B a rc e lo n a , 1982
© Emilio Ribes Iñesta, 1982

© de la presente edición
E D ITO R IA L FONTANELLA, S.A.
Escorial, 50. Barcelona-24. 1982

Primera edición: marzo 1982

Prinled iti Spain - Impreso en España


por Gráficas Diamante,
Zamora, 83. Barcelona-18.

Depósito legal: B. 11049-1982


ISBN: 84-244-0507-2
A Sylvia, catorce años después
PROLOGO

P ersonalm ente, considero que excepto en raras, m uy


raras, ocasiones, los prólogos poseen únicam ente una fu n ­
ción de relleno parecida a la de los docum entales y cor­
tos que preceden a la película por la que el espectador se
interesa y p o r la que ha pagado su, cada día más, cos­
tosa entrada. S u elo asociarlos — no sin cierta nostalgia—
a aquellos plúm beos noticiarios NO-DO que los españo­
les de la pre-democracia nos veíam os obligados a soportar
antes de que H um phrey Bogart pudiera entrar en acción.
Y sin embargo, a pesar de lo hondo de esta convicción,
esta vez no he conseguido librarm e de la obligación de
redactar las presentes líneas.
Dos son las razones que m e han decidido. Ante todo,
la insistencia del autor, con quien m e une una excelente
am istad, pero tam bién el hecho de que el libro se publi­
que en España — este prólogo tendría poco sentido si la
obra se editase en América Latina, donde la trayectoria de
E m ilio R ibes es sobradam ente conocida—. En efecto, en
nuestro país, debido sobre todo a la amplia difusión con­
seguida por uno de sus libros (Ribes, 1972) y a algunas
conferencias pronunciadas en Barcelona, Madrid y otras
poblaciones españolas, se suele encuadrar a Ribes dentro
de los estrechos lím ites de la aplicación de las técnicas

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de modificación de conducta a la educación de niños con
retardo en el desarrollo, cuando, desde hace ya varios años,
sin desdeñar esta área de trabajo, la mantiene práctica­
mente en la reserva, dedicando el grueso de su esfuerzo
a una extraordinaria labor teórica y epistemológica, una
pequeña muestra de la cual lo constituye el contenido del
presente volumen.
De los hombres y mujeres que he conocido a lo largo
de mi vida, pocos, muy pocos, han conseguido impresio­
narme. He de confesar que Emilio Ribes es uno de ellos.
De haber vivido en el siglo XV, hubiera sido, probable­
mente, un perfecto hombre del Renacimiento: líder y cien­
tífico al mismo tiempo; profundamente interesado por los
problemas filosóficos, epistemológicos y políticos, y, a la
vez, por la literatura, el teatro, la pintura y la música.
No deja de ser paradójico que el mexicano Emilio Ri­
bes, uno de los autores que más están influyendo en el
desarrollo de la Psicología latinoamericana, haya nacido
en Barcelona —ciudad de la que continúa enamorado— y
hable correctamente el catalán. En realidad, marchó con
sus padres a México a la edad de 3 años y allí se educó,
se casó, tuvo hijos y organizó su vida; en 1982 cumplirá
38 años. Ha sido el primer autor latinoamericano en es­
cribir un libro original sobre modificación de conducta y
también el primero en establecer estudios sistemáticos
para postgraduados en este campo.
De 1964 a 1971 es profesor del Departamento de Psi­
cología de la Universidad de Veracruz, en Xalapa. En 1971
y 1972, la mayoría de profesores de Psicología de esta Uni­
versidad se trasladan a la Universidad Nacional Autóno­
ma de México, en ciudad de México, y con ellos marcha
Emilio Ribes, consolidando los programas de análisis de
la conducta existentes en los cursos de licenciatura y crean­
do un programa de post-grado que ha tenido gran influen­
cia en la formación de investigadores y analistas conduc-

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tuales, no sólo de México sino de todo el continente (cfr.
Colotla y Ribes, 1981).
En 1975, la Universidad Nacional Autónoma de México,
para descongestionar y racionalizar sus instalaciones, crea
el nuevo campus de Iztacala en Tlalnepantla, cerca de ciu­
dad de México, nombrando coordinador de la Escuela de
Psicología a Emilio Ribes, al que ofrece la oportunidad de
implantar un nuevo diseño curricular. Este, al frente de
un valioso equipo —Backhoff, Robles, López-Valadés, Ga-
lindo, Seligson, Varela, etc.—, se dedica con entusiasmo
a la elaboración de un ambicioso y revolucionario plan
de estudios íntegramente estructurado desde una perspec­
tiva conductual. En el mismo se subrayan dos aspectos
esenciales: «primero, la formulación de las actividades pro­
fesionales específicas que debe desempeñar un psicólogo
en la sociedad, considerando los problemas prácticos que
debe resolver; y segundo, los programas de entrenamiento
particulares, los cuales deben desarrollar habilidades y
conductas que sean representativas de las actividades ter­
minales» (Ribes, 1980). El modelo de Psicología Iztacala,
actualmente en marcha, ha puesto de relieve tres facetas
diferentes, aunque íntimamente vinculadas: «a) el desarro­
llo de un sistema educativo congruente con una práctica
científica derivada de la psicología; b) la configuración de
un modelo científico capaz de sistematizar e integrar los
más variados fenómenos psicológicos desde una perspecti­
va conductual, superando las limitaciones inherentes al
paradigma de condicionamiento; y c) la definición de un
nuevo papel profesional del psicólogo, ubicando su inser­
ción social con base en un contexto ideológico preciso y
comprometido» (Ribes, Fernández, Rueda, Talento y Ló­
pez, 1980, pág. 5). Algunas de estas facetas se abordan en
El conductismo: reflexiones críticas en el punto de ela­
boración en que se encontraban al finalizar el año 1981.
En la actualidad, el psicólogo Emilio Ribes es coordi­
nador general de investigación de todo el campus de Iz-

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tacala, campus piloto especializado en Ciencias de la Sa­
lud que incluye las carreras de Biología, Medicina, Psico­
logía, Odontología y Enfermería.
A pesar de que, como investigador, ha llevado a cabo
interesantes estudios empíricos, no es sobre su trabajo en
el laboratorio que desearíamos atraer, en este momento,
la atención del lector. Como señalan Riera y Roca (1981),
en las palabras con que nos introducen a una interesante
entrevista que efectuaron a Ribes durante el verano de
1980, el interés primordial por conocer su punto de vista
radica en que nuestro autor lleva a cabo una crítica pro­
funda del conductismo sin salirse del marco objetivo de
una ciencia natural. Este aspecto, de acuerdo con las pa­
labras con las que el propio Ribes inicia su andadura en
el presente libro, constituye el principal objetivo de la
obra que el lector tiene entre las manos.
Una ciencia supone, esencialmente, dos cosas: la defi­
nición de su objeto de estudio y una metodología de aná­
lisis centrada en la observación y el experimento, es decir,
en la observación controlada. Ribes, desde el primer capí­
tulo, trata ya de «coger el toro por los cuernos» y delimi­
tar el campo de la Psicología. Para él su objeto de estu­
dio es, evidentemente, la conducta, pero, a diferencia de
otros conductistas —entre los cuates hace pocos años me
contaba—, no define la conducta como lo que el organis­
mo hace; para él —en línea con Kantor— la conducta es
la interacción del organismo con alguna otra cosa: con­
ducta es interacción. En su opinión, de la misma manera
que a los biólogos les interesan los cambios que tienen
lugar en el organismo, a los psicólogos lo que debería in­
teresarles son los cambios que tienen lugar en las inter­
acciones de los organismos con el medio.
Junto a estos dos distintivos básicos de la ciencia, Ri­
bes señala la urgente necesidad de disponer, en el mo­
mento presente, de un marco teórico que permita situar
conceptualmente los datos empíricos que se vayan obte-

10
niendo. Es preciso observar los fenóm enos de form a es­
tricta y fiable, sin duda alguna, pero debe existir una teo­
ría que nos indique qué es lo que debem os observar y
cóm o debem os relacionar lo observado con los datos que
ya poseem os.
Frente a los que, ju n to a M acquenzie {1911), se esfuer­
zan por redactar, con buena letra, la nota necrológica del
conductism o, se alinean otros, com o Ribes, com o Schoen-
feld (1912), que tratan de encontrar una salida a la crisis
sin abandonar las coordenadas m etodológicas conductis-
tas. E l am bicioso proyecto de Ribes, algunas de cuyas ca­
racterísticas principales quedan patentes en el Capítulo
tercero, consiste en la elaboración de una teoría capaz de
integrar todos los datos conductuales —diferenciando, cua­
litativam ente, los com portam ientos anim al y hum ano— y
que debe surgir tras efectuar una crítica a fondo del insa­
tisfactorio paradigma actual de condicionam iento; com o
nos señala en el ú ltim o párrafo del Capítulo cuarto:

si el análisis de la conducta se propone constituirse


en una teoría general de la conducta que represente
el cuerpo orgánico de una ciencia psicológica, se de­
ben ca p ta r las cualidades distintivas de las interac­
ciones conductuales, sin tem or de cuestionar la ex­
trem a sim plicidad y linealidad de nuestros enfoques
teóricos actuales. N uestro m ejor reconocim iento a
los esfuerzos teóricos realizados en el pasado, debe
ser exam inar aquellos aspectos que han sido seña­
lados correctam ente, en vez de restringir la signifi­
cación de la p roblem ática de la conducta hum ana a
los confines de sus lim itaciones conceptuales.

N o quisiéram os fatigar al lector ni encarecer el pre­


cio del libro con nuevas páginas. E stam os plenam ente con­
vencidos de que si nuestros estudiosos, preocupados por
encontrar una solución a la crisis que, sin duda alguna,

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nuestra disciplina tiene planteada, dirigen su atención ha­
cia los trabajos que constituyen la presente obra, de
ello sólo podrán obtenerse beneficios. No hay duda de
que el pensamiento de Ribes, aunque profundamente im­
pregnado de las enseñanzas de Bijou, Schoenfeld y Kan-
tor —venerable nonagenario cuya fotografía preside, sim­
bólicamente, su despacho de Izlacala— posee, junto a su
promesa de futuro, una innegable y turbadora origina­
lidad.

Ramón B ayés
Barcelona, enero de 1982

REFERENCIAS
C olotla, V. A. y R ibes, E.: Behavior analysis in Latín Ame­
rica: a historical overview. Spanish-Language Psycho-
logy, 1981, 1, 121-136.
MacK enzie , B. D.: Behaviourism and the limits of scien-
tific method. Atlantic Highlands, Nueva Jersey: Huma-
nities Press, 1977.
R ibes, E.: Técnicas de modificación de conducta. Su apli­
cación al retardo en el desarrollo. México: Trillas, 1972.
R ibes, E.: El diseño curricular en la enseñanza superior
desde una perspectiva conductual: historia de un caso.
En E. Ribes, C. Fernández, M. Rueda, M. Talento y F.
López, Enseñanza, ejercicio e investigación de la psico­
logía. Un modelo integral. México: Trillas, 1980, pág.
R ibes , E., F ernández, C., R ueda, M„ T alento, M. y López,
F.: Enseñanza, ejercicio e investigación de la psicología.
Un modelo integral. México: Trillas, 1980.
R tera, J. y R oca, J.: Entrevista con E. Ribes Iñesta. Estu­
dios de Psicología, 1981, n.” 4, 3-23.
S choenfeld , W. N.: Problems in modera behavior theory.
Conditional Reflex, 1972, 7 (n.° 1), 33-65.

12
A MANERA DE INTRODUCCION
Y ADVERTENCIA

Este libro contiene, como su título general lo indica,


un conjunto de reflexiones críticas sobre el conductismo.
Pero, vale aclarar, son las críticas al conductismo hechas
por un conductista. El conductismo, a diferencia de las
teorías psicológicas formuladas como un todo acabado,
constituye una filosofía de la ciencia psicológica, y como
toda filosofía de la ciencia genuina, no es más que la re­
flexión sobre el propio desarrollo teórico y empírico de
la disciplina. Como filosofía de la ciencia, el conductismo
irrumpió en la escena psicológica dotando a esta discipli­
na de un objeto propio de conocimiento. La conducta, cua­
lesquiera sea la conceptualización que se le haya venido
dando a lo largo de este siglo, constituyó el objeto de es­
tudio que le daba especificidad como disciplina científica
a la psicología. Y es por ello, que la psicología científica
quedó marcada por el conductismo. Aun aquellos que se
declaran anticonductistas tienen que aceptar que sus ar­
gumentos giran en torno a la demostración de que la psi­
cología estudia «algo más» que la conducta, y que este
«algo más» forzosamente debe tomar en consideración,
como indicador empírico inevitable, a la conducta. Cons­
tituyen la gran legión de los conductistas metodológicos,

13
unos de ellos conscientes de su condición, otros todavía
vergonzantes de ella.
Pero no es el conductismo metodológico sobre el cual
he intentado reflexionar críticamente, pues de algún modo,
mi elección del análisis experimental de la conducta como
metodología de la investigación científica, me había per­
mitido superar dicha aproximación general. Es precisa­
mente la teoría de la conducta cimentada en el análisis
experimental y aplicado de la conducta, que ha constitui­
do mi práctica científica y profesional en los últimos quin­
ce años, sobre la que me he propuesto reflexionar. Esta
reflexión crítica es, sin embargo, una reflexión desde el
interior de la disciplina. No es una andanada fácil y even­
tual desde el exterior, sino más bien el retorno a pro­
fundizar sobre los fundamentos de nuestra ciencia.
Para hacer filosofía de la ciencia se debe haber hecho
y estar haciendo ciencia. La filosofía de la ciencia no es
más que explicitar los supuestos que orientan y fundamen­
tan nuestras acciones teóricas y de investigación cotidia­
nas, vbgr., qué es lo que consideramos como conducta,
qué medidas de la conducta son las pertinentes, cómo abor­
dar la determinación de la conducta, qué paradigmas se­
leccionar en la descripción de nuestro objeto de estudio,
etcétera. Y como la filosofía de la ciencia se hace con­
juntamente con el hacer ciencia, hágase o no deliberada­
mente, la filosofía de la ciencia se enriquece con el de­
sarrollo y evolución de la disciplina correspondiente. No
volvemos a la filosofía como un reducto de la pureza y
justeza conceptual que sopese si nuestra actividad cientí­
fica ha sido adecuada o no. Volvemos a los fundamentos
y supuestos de nuestra ciencia, o para subrayarlo, de nues­
tra concepción sobre lo que es la psicología y cómo hacer
de ella una disciplina científica, para explicitar y ampliar
esa filosofía que se construye paralelamente con el queha­
cer científico. No se trata pues de un juicio filosófico del
análisis experimental de la conducta. Se trata de aprove-

14
char el largo recorrido que ha hecho la psicología conduc-
tista para reexaminar nuestras concepciones, ampliarlas,
corregirlas, y de esta manera, explicitar la filosofía de la
ciencia, el conductismo, que evoluciona junto con la dis­
ciplina empírica correspondiente.
No obstante, en este volumen no se pretende efectuar
un análisis sistemático de esta problemática. Por tratar­
se de un conjunto de ensayos separados, diversos temas
vinculados a ella aparecen examinados en diferentes con­
textos. Sin embargo, a todos los articula un denominador
común: la preocupación por determinar con precisión el
objeto de estudio de la psicología, las características pa­
radigmáticas de esta ciencia, y su inserción en el quehacer
social de las disciplinas científicas. Estos ensayos han ido
apareciendo colateralmente a un esfuerzo sistemático en el
proceso por formular una teoría de la conducta, en el sen­
tido de construir una taxonomía paradigmática, a partir
del concepto de conducta como interacción construida, que
permita abordar, sin reduccionismos, la complejidad y ri­
queza de la conducta humana, conservando el rigor y la
solidez que le procura el firme fundamento del análisis
experimental de la conducta animal. Aun cuando existen
antecedentes inmediatos de este propósito (Ribes, Fernán­
dez, Rueda, López y Talento, 1980), consideramos que los
escritos en este volumen, así como el que está en proceso
(cuyo título tentativo será Teoría de la Conducta: un aná-
tisis de campo y paramétrico), superan muchas de las po­
siciones previamente expuestas.
Un leit-motiv adicional ha sido el escarbar en los fun­
damentos e implicaciones ideológicas del conductismo. La
tradición judeo-cristiana del pensamiento occidental ha
sido, incluso mucho antes del pronunciamiento watsonia-
no, profundamente anticonductista. No es de extrañar,
pues, que el conductismo, especialmente en su versión no
metodológica, haya suscitado fuertes embates de rechazo,
muchos de ellos propiciados por la ignorancia, otros, en

15
cambio, por un entendimiento cuestionable. Los conduc-
tistas hemos dejado el problema de la ideología a nues­
tros enemigos. Hemos cedido el terreno gratuitamente.
Considero, sin embargo, que es el momento de percatar­
se que la ciencia no es inmune a la ideología, sino que en
la medida en que se articula con ella de manera comple­
ja, es necesario desarropar la vestimenta ideológica y des­
tejer la urdimbre de relaciones que se dan, en múltiples
direcciones, entre el conocimiento científico y el cono­
cimiento ideológico. No sólo es esto importante debido
a la necesidad de examinar los orígenes y evolución histó­
rica de la disciplina, sino también para cotejar en forma
argumentada las implicaciones reales que tiene una cien­
cia de la conducta frente a otros abordajes de lo «psico­
lógico», los que critican al conductismo desde el nicho de
la pureza ideológica y el subjetivismo militante. Cuál no
será la sorpresa de muchos de que los conductistas no
sólo no rehuyamos la argumentación ideológica, sino que
al contrario, podamos establecer dicha discusión sobre ba­
ses más firmes, el de la ideología como la práctica indivi­
dual concreta de los hombres en circunstancias históricas
particulares. Se hace, por lo tanto, un primer esfuerzo en
esta dirección.
El volumen está dividido en tres secciones temáticas
generales. Una primera, que aborda algunos problemas
epistémicos e ideológicos de la disciplina. La segunda, que
trata del examen crítico de la teoría de la conducta con­
temporánea. Una última, dedicada al análisis de las rela­
ciones entre la ciencia básica y sus aplicaciones y el modo
de articulación del conocimiento científico con lo social.
Finalmente, y aun cuando esto se haga obvio en el trans­
curso de la lectura del volumen, deseo expresar mi deuda
de gratitud con aquellos científicos que han influido inad­
vertida o responsablemente en la conformación de mi pen­
samiento actual, muy especialmente Sidney W. Bijou, Wil-
liam N. Schoenfeld, y J. R. Kantor. Mi interacción perso­

16
nal con ellos me ha permitido aprender más de la psico­
logía y del quehacer científico, que el alud de informa­
ción y datos que caracteriza a la producción disciplinaria
actual.

E milio R ibes I ñesta


Naucalpan, México, noviembre de 1981.

17
1. LA NATURALEZA DE LAS LEYES EN EL
ESTUDIO DEL COMPORTAMIENTO

El exam en de la naturaleza de las leyes del com porta­


m iento no es ajeno a un análisis del objeto de estudio
de la Psicología, y de la naturaleza de las explicaciones
que este o bjeto im pone. No es necesario a b u n d a r sobre el
hecho de que la definición epistem ológica de un objeto teó­
rico d eterm in a no sólo el espectro em pírico del conoci­
m iento científico, sino tam bién el concepto m ism o de le­
galidad de los eventos com prendidos.
E n el caso de la Psicología, por la naturaleza peculiar
de su proceso constitutivo com o disciplina científica, este
p ro b lem a ad q u iere características especiales. Su ubica­
ción com o ciencia n atu ra l o social y la existencia de fe­
nóm enos in ternos o m entales son centrales a esta proble­
m ática. R em ontarnos a A ristóteles com o punto de p a rti­
da, puede ser de utilidad p ara fu n d am en tar la posición
que sostenem os. El concepto de alm a justificaba para Aris­
tóteles no sólo la delim itación de un cam po de organiza­
ción de la realidad específica dentro de la «física» de su
tiem po, sino tam bién una m etodología teórica y em pírica
congruentes con dicha especificidad ontológica y episté-
mica. De ahí el interés que p re sta al examen del alm a (De
1. Ponencia leída en el In s titu to de Investigaciones Filosóficas
de la U niversidad N acional A utónom a de México, 4 D iciem bre 1980.

19
Anima) y su conceptualización. El alma, para Aristóteles,
no se da sin cuerpo y por consiguiente no es independien­
te de la materia. Tampoco es potencia (facultades), sino
acto que se da como organización de la materia en fun­
ción. Nada más lejano a la concepción aristotélica que un
alma vuelta sustancia que interactúa con el cuerpo como
facultad que lo potencia:

«Las afecciones del alma no son separables de la


materia natural de los animales en la medida en que
les corresponde tal tipo de afecciones... y que se tra­
ta de un caso distinto al de la línea y la superficie»
(De Anima, p. 136). «El alma es necesariamente enti­
dad en cuanto forma específica de un cuerpo natu­
ral que en potencia tiene vida» (p. 168, ibid)... «es el
alma, a saber, la entidad definitoria, esto es la esen­
cia de tal tipo de cuerpo» (p. 169, ibid)... «El alma ni
se da sin un cuerpo ni es en sí misma un cuerpo.
Cuerpo, desde luego, no es, pero sí, algo del cuerpo,
y de ahí que se dé en un cuerpo y, más precisamente,
en un determinado tipo de cuerpo» (p. 114, ibid).

Es con los patriarcas de la Iglesia y los neoplatóni-


cos, que culminan en el pensamiento agustiniano y to­
mista, que el alma aristotélica sufre la transformación y
metamorfosis conceptual sobre la que descansa todo el
pensamiento dualista moderno a partir del racionalismo
cartesiano. El alma, de acto de la materia, se convierte
en sustancia de la cual la materia es accidente, y la ma­
teria adquiere y pierde vida como efecto de su ocupación
o abandono por el alma. La transmigración agustiniana
del alma y su negación de la fiabilidad del conocimiento
sensible, son la forma extrema de este dualismo en lo epis-
témico:

«Pues así como el que sabe poseer un árbol y os


da gracias por su uso, aunque ignore cuántos codos
tiene de altura o hasta qué anchura se extiende, es
mejor que aquél que sabe su medida y contó sus ra­

id
mas y no lo posee, ni conoce, ni ama a Aquél que lo
creó»... (Confesiones, Libro V, Capítulo IV).

Con D escartes adquiere c a rta de naturalización cien­


tífica el dualism o. Nos dice «Exam iné aten tam en te lo que
era yo, y viendo que podía im aginar que carecía de cuer­
po y que no existía nada en mi ser que estuviera, pero que
no podía concebir mi no existencia porque mi m ism o pen­
sam iento de d u d ar de todo constituía la prueba m ás evi­
dente de que yo existía com prendí que yo era una sus­
tancia, cuya n atu raleza o esencia era a su vez el pensa­
m iento, su stancia que no necesita ningún lugar p ara ser
ni depende de ninguna cosa m aterial; de suerte que este
yo —o lo que es lo m ism o, el alm a— p o r el cual soy lo
que soy, es en teram en te distinto del cuerpo y m ás fácil
de conocer que él» (Discurso del M étodo, p. 21). La razón,
el cogito, com o esencia otorgada por la perfección, Dios,
es independiente del cuerpo y lo m aterial. E stos son ex­
plicados p o r las leyes de la m ecánica, de donde surge el
concepto de reflejo, al afirm ar que, «...las reglas de la m e­
cánica (que) son las m ism as que las de la naturaleza...»
(Discurso del M étodo, p. 30). El dualism o se subraya al
decir que, «ningún o tro (error) contribuye tan to a des­
viar los esp íritu s del cam ino recto de la verdad, com o el
que sostiene que el alm a de las bestias es de la m ism a
naturaleza que la nuestra... En cam bio, cuando se com ­
prende la diferencia que m edia entre una y otra, se en­
tienden m ejo r las razones que prueban que la nuestra,
por su naturaleza, es en teram ente independiente del cuer­
po...» (Discurso del M étodo, p. 32) ...«Y aun cuando ten­
go un cuerpo al cual estoy estrecham ente unido, com o por
una p arte poseo una clara y d istin ta idea de mí m ism o, en
tan to soy solam ente una cosa que piensa y carece de ex­
tensión, y p o r o tra p arte tengo una idea distinta del cuer­
po en tan to es solam ente una cosa extensa y que no pien­
sa es evidente que yo, mi alm a, p o r la cual soy lo que soy,

21
es com pleta y verd aderam ente d istin ta de mi cuerpo, y
puede se r o ex istir sin él» (M editaciones M etafísicas, p. 84).
No es necesario ab u n d a r en citas adicionales de Des­
cartes p a ra d e ja r sentado con claridad su profunda in­
fluencia en la form alización del dualism o, ontológico y
epistém ico, que perm eó la ciencia y cu ltu ra occidental
p o sterio r h asta n u estro s días. La «res cógitans» cartesia­
na tuvo un doble im pacto sobre la psicología. Por una
parte, caracterizó un alm a racional, exclusivam ente hum a­
na, no m aterial y no dependiente de la m ateria, que en
la m edida en que in teractu ab a con la corporeidad m ate­
rial, del hom bre, la determ inaba en su acción. Así, creó
la «mente», alm a in terna causa de todo com portam iento
o acción Por o tra p arte, abrió la posibilidad de explicar
o tro tipo de acciones, aquellas com partidas con los ani­
m ales, m ediante las leyes de lo natural, es decir, de la
m ecánica, reduciendo al m aterialism o a su form a meca-
nicista, com o ha o currido con la teorización frenológica,
tradicional y m oderna, que p retende explicar lo psicoló­
gico com o sim ple acción m ecánica de lo biológico, o com o
la interacción de m ente (léase res cógitans) y cuerpo (léa­
se res extensa) en el cerebro.
La especificidad de lo psicológico se dio, de este m odo,
com o la especificidad de lo inm aterial, lo m enta], la expe­
riencia consciente, so riesgo de verse reducido a lo m ecá­
nico-biológico. T res supuestos fundam entales se derivan
de este dualism o cartesiano:

1) I.o m ental se concibe como lo causal interno;


2) La interacción del hom bre y de los organism os con
su m edio es reductible a la acción m ecánica, pasi­
va, refleja;
3) Lo m ental, en tanto sustancia p rim aria indepen­
diente de lo m aterial, obedece principios propios.

Aun cuando el dualism o ontológico cartesiano sufrió

22
transform aciones m onistas, su dualism o epistém ico sub­
sistió h asta n u estro s días, tan to bajo el influjo del em pi­
rism o como de las corrientes fenom enológicas y raciona­
listas m aterialistas, dando lugar a soluciones interaccio­
nistas o paralelistas diversas. Todas ellas, sin em bargo,
tienen un denom inador com ún: se elim ina la interacción
con el m edio com o o bjeto de estudio, y se analizan las ac­
ciones producidas com o acto m ediado de una «m áquina»
o de una m ente internas, o de su interacción inclusive.
Antes de seguir, consideram os conveniente detenernos,
para exam inar la ju stcza de p lan tear siquiera la existen­
cia de una especificidad psicológica radicalm ente distinta
a las versiones em anadas del dualism o, o coincidir quizá
con K ant en que los fenóm enos de u n a psicología racio­
nal (Crítica de la Razón Pura) no tienen cabida en el co­
nocim iento científico. N osotros, evidentem ente, postulam os
la existencia de un nivel psicológico en el conocim iento
científico de la realidad, independiente, pero com plem en­
tario, de lo biológico (y de lo social), que se fundam enta
en un doble criterio. P or una parte, la especificidad del
nivel de organización de los eventos; p o r otra, la especifi­
cidad de su historicidad. Como resultante, lo psicológico
se da en un nivel organizativo que in tersecta lo biológico
y lo social, pero que no es reductible a ninguno de ellos.
La conducta com o interacción del organism o to tal y su
am biente (físico, biológico y /o social) m odificable en y
po r el tran sc u rso de su historia individual, se constitu­
ye en lo psicológico. Su especificidad histórica lo d istin ­
gue de lo biológico, que se plasm a en la filogenia, y de
lo social, co n stru id o en lo colectivo. La conducta no es
m ovim iento, ni cam bio interno aislado, es m ovim iento y
cam bio in tern o copartícipes de una interacción. La conduc­
ta es la interacción.
Así definida su especificidad, volvamos al reencuentro
con el dualism o y su crítica. P ara ello, analicem os los su­
puestos de él derivados. La discusión referente a la dife­

23
rencia ontológica de lo mental y lo material no es suscep­
tible de argumentación empírica, e implica un compromi­
so materialista como punto de partida del conocimiento
científico. Sin embargo, este compromiso no impide la
dualidad epistémica implicada como lo testimonia en la
historia de la psicología, el intento de Gustav Fechner (en
su Elements der Psychophysics) por formular leyes cuan­
titativas de la interacción psicofísica.
El conductismo, formalmente expuesto por J. Watson
en su manifiesto de 1913, representa, después de Fechner,
un nuevo abordaje, desde la perspectiva materialista, para
recapturar la psicología bajo un enfoque no dualista. No
obstante, históricamente, este pronunciamiento produjo
resultados ambiguos en tanto, por razones intrínsecas a
sus circunstancias paradigmáticas, arropó, bajo su lógica
positivista, a las concepciones dualistas comprendidas en
el mecanicismo y el mentalismo. Analicemos los dos casos.
Watson, al limitar la conducta, como objeto de estudio
de la psicología, a lo observable como actividad del orga­
nismo, eliminó la interacción como proceso y circunscri­
bió su dominio empírico al de los movimientos. Así fue
que dio lugar al surgimiento de dos formas de dualismo
epistémico: el conductismo metafísico, y el conductismo
metodológico. En ambos, el nivel explicativo, la legalidad
de la conducta, se desplaza hacia el interior del organis­
mo, o es sustituido por enunciados lógicos que median
la naturaleza empírica de los fenómenos a ser explicados.
Entremos en detalle al análisis de estos dos casos, en re­
lación a las explicaciones mecanicistas y mentalistas o in-
ternalistas. En ambos tipos de conductismo se dan los dos
tipos de explicaciones, pero bajo diferentes marcos de in­
dagación empírica.
Situemos el caso de la explicación por reducción me-
canicista. Esta ha asumido dos formas. Una, en que se
establece la identidad de mente y cerebro, definiendo a la
primera como la acción de este último. Otra, en que, sin

24
pretender identificar la explicación de la conducta con
una localización corporal específica, se plantea en térmi­
nos de un constructo lógico y sustituye a dicha reducción,
bajo el condicionante de un anclaje operacional en las
variables de estímulo y respuesta, lo que conforma el mo­
delo de «caja negra».
c Una gran porción de las teorías neuropsicológicas se
ajustan a la explicación por identificación reductiva de
lo mental a lo neural. Ilustrativo de ellas, es la postura
de Donald Hebb (en su Textbook of Psychology), quien
dice «La mente y lo mental se refieren a procesos que
ocurren dentro de la cabeza y que determinan los nive­
les superiores de organización de la conducta... En térmi­
nos generales, hay dos teorías de la mente. Una es ani-
mista, una teoría en que el cuerpo es habitado por una
entidad —la mente o alma— que es bien diferente de él,
y que no tiene nada en común con los procesos corpora­
les. La segunda teoría es fisiológica o mecanicista: supone
que la mente es un proceso corporal, una actividad del ce­
rebro. La psicología moderna —«concluye»— trabaja sola­
mente con esta teoría» (p. 3, 1958). No es necesario indi­
car que gran parte de las críticas aristotélicas a los con­
ceptos de alma expuestos por Demócrito y Platón, siguen
siendo aplicables a esta formulación. Por ejemplo, baste
plantear dos preguntas ¿Si la mente es una función cor­
poral, por qué utilizar conceptos referidos a eventos no
corporales? y ¿En caso de que fuera referible a eventos
corporales, cómo se transforma en cualidad lo corporal
fisiológico a corporal mental?
La teoría de Clark Hull es representativa de la expli­
cación mecánica por reducción a enunciados lógicos for­
mulados en términos fisicalistas. Hull (1943, 1951 y 1952)
elaboró una teoría del aprendizaje simple, con base en el
paradigma del condicionamiento clásico, enunciada me­
diante postulados, teoremas y corolarios característicos de
un sistema formal hipotético-deductivo. Los conceptos cen­

25
trales de su teoría, aunque fraseados en lenguaje reduci-
ble a térm in o s fisiológicos, no su sten tab an ninguna refe-
ribilidad in m ed iata o m ediata a variables em píricas. E s­
tas, se vinculaban a los conceptos explicativos, com o an ­
clas operacionales que p erm itían la configuración de los
teorem as y corolarios que se derivaban de los postulados
del sistem a. Así, la conducta o ejecución, se veía explica­
da p o r la interacción form al cu an titativ a de variables em ­
píricas agrupadas b ajo «conceptos puente» como los de
fuerza del hábito, pulsión, huella aferente del estím ulo, in­
hibición reactiva, potencial oscilatorio, factor de incenti­
vo y o tro s m ás. La teoría era refutable m ás en térm inos
lógicos que em píricos, p o r el continuo aju ste de las cons­
tantes em pleadas. A pesar de que fue su inconsistencia in­
tern a la cau san te de su descrédito últim o, las contradic­
ciones en que cayó no pueden analizarse com o sim ple e rro r
m etodológico form al, sino m ás bien com o consecuencia
n atu ral de las lim itaciones de su dualism o conceptual re ­
duccionista.
La legalidad explicativa in tern a no se restringe a for­
m ulaciones m ecánicas susceptibles de verificación o an­
claje em pírico, sino que adopta form as disfrazadas de ana­
logía o en ocasiones p o stu ras ab iertam en te m entalistas.
Ejem plos de ello lo constituyen algunos ab o rd ajes «cog-
noscit¡vistas» contem poráneos. P ribram , G alanter y M iller
(1960) por ejem plo, form ulan la regulación de la conduc­
ta en térm inos de planes, que se e stru c tu ra n en un siste­
ma nervioso conceptual no descriptible en térm inos estric­
tam ente fisiológicos, sino como un sistem a de tipo ciber­
nético (unidades TOTE). E ste sistem a es análogo a una
m áquina auloregulada, y la explicación se fundam enta, no
en las propiedades en ú ltim a instancia del sistem a nervio­
so, sino di- las m áquinas lógicas adoptadas com o modelo.
La explicación, v p o r consiguiente la legalidad, se da por
isom orfism o. En otros casos, el m odelo em pleado no con­
siste en una entidad m ecánica o lógica, sino que hace re-

26
ferencia a procesos inferenciales que, tom ados de niveles
pu ram en te sim bólicos de descripción (como lo es la lógi­
ca proposicional o la teoría de la inform ación), se tra d u ­
cen (como reificaciones prácticas) a conceptos relativos
a estados m entales internos, vbg., conflicto, in certid u m ­
bre, expectativas, valor del reforzam iento, etcétera. Estos
conceptos, sin la vinculación em pírica rigurosa que carac­
teriza a los sistem as deductivos, se convierten en h e rra ­
m ientas ad hoc p ara justificar la aplicación de m odelos,
que en cu an to predicen variaciones cuantitativas o cuali­
tativas de ciertas situaciones em píricas diseñadas ex pro­
feso, se consideran descriptivos de un orden de legalidad,
muy dudoso a n u estro m odo de ver.
E n cualesquier caso, sin em bargo, para a b o rd ar el p ro ­
blem a de la n aturaleza de las leyes enm arcadas por un
estudio científico del com portam iento, consideram os in­
dispensable analizar con profundidad las im plicaciones úl­
tim as de una concepción internalista, m ental, de lo psico­
lógico. La cuestión central radica, a nuestro juicio, en dos
puntos fundam entales. El prim ero, en la identificación,
con lo interno. El segundo, a la génesis del re p o rte lingüís­
tico sobre lo privado, com o génesis individual o com o gé­
nesis social.
El punto relativo a la identificación de lo privado con
lo in tern o es crucial para la igualación de las distincio­
nes objetivo-subjetivo con la distinción público-privado,
l a dim ensión subjetivo-objetivo parece corresponder, en
térm inos de la epistem ología tradicional, a la dicotom ía
idea-m ateria y presupone de alguna m anera u n a proble­
m ática equivalente a la dualidad m ente-cuerpo. El proble­
ma radica en u b icar a los eventos privados com o eventos
objetivos en cuanto a su ocurrencia y re strin g ir al su jeto
a locus parcial del evento. Como locus parcial, el sujeto
puede concebirse com o resp u esta p articip an te de un even­
to interactivo, cuya ocurrencia o productos parciales de es­

27
tímulo no son públicamente observables. Planteado así el
asunto, no se trata pues de asumir una cualidad dual de
lo observable (en tanto objetivo) y de lo privado (en
tanto subjetivo), pues ello significaría reducir la objetivi­
dad de los fenómenos a lo públicamente verificable, tesis
empirista de frágil consistencia epistémica. Como Skin-
ner (1945, p. 277) expresa, «la distinción entre público y
privado no es en absoluto la misma que la existente entre
físico y mental. Esta es la razón que hace que el conduc-
tismo metodológico (que adopta el primero) sea muy di­
ferente del conductismo radical (que cercena el último
término en el segundo). El resultado es que, mientras el
conductista radical en ciertos casos puede tener en consi­
deración los hechos privados (tal vez de manera infe­
rencia!, aunque no por ello con menor sentido), el opera-
cionista metodológico se ha colocado en una situación en
que no le es posible hacerlo. “La Ciencia no tiene en con­
sideración los datos privados”, dice Boring. Pero yo dis­
cuto» —prosigue—, «que mi dolor de muelas es tan físico
como mi máquina de escribir, aunque no sea público, y
no veo razón porque una ciencia objetiva y operacional
no considera los procesos a través de los cuales se adquie­
re y mantiene un vocabulario descriptivo de un dolor de
muelas». Concluye diciendo... «la ironía del caso es que,
mientras Boring debe limitarse a una información acerca
de mi conducta externa, yo sigo interesándome por lo
que podría llamarse Boring-desde-dentro».
El problema se plantea pues en otro nivel: ¿cómo los
eventos privados, que participan de una interacción pú­
blica, pueden ser referidos como eventos, y por consi­
guiente responder a ellos públicamente? Esta es la esen­
cia de la cuestión que nos traslada al problema de la gé­
nesis del lenguaje referida a eventos privados. ¿Es esta
una génesis individual que se expresa públicamente o se
trata de una génesis social que cubre a lo privado y lo
torna evento? La respuesta a esta pregunta determina que

28
se dé o no una solución dualista al problema representa­
do por los eventos privados.
La cuestión rebasa el marco analítico que implica la
posibilidad de traducir términos referidos a eventos men­
tales en la forma de enunciados descriptivos de las con­
diciones en que usan ordinariamente dichos términos, pues
aun cuando esto contribuye a dar referentes objetivos a
prácticas lingüísticas con carga mentalista, no cuestiona
la existencia misma de dichos procesos internos, y no con­
sideramos, como lo plantean algunos autores (Harzem y
Miles, 1978) que el simple análisis de la forma en que se
expresan enunciados de existencia, supere el problema
epistemológico implicado, pues ello significaría reducir el
proceso de conocimiento a la sintaxis de los enunciados
acerca de lo que se conoce.
Skinner (1945, 1957) propone abordar el problema des­
de la óptica de cómo una comunidad lingüística define
criterios públicos que le permitan responder adecuada­
mente a la presencia de un evento privado. Establece cua­
tro criterios posibles en este sentido:

1) La existencia de acompañamientos públicos del es­


tímulo privado;
2) La emisión de respuestas colaterales públicas al
estímulo privado;
3) Origen público de las respuestas privadas; y
4) Que una respuesta adoptada y mantenida en con­
tacto con estímulos públicos pueda ser emitida, a
través de la inducción, en respuesta a hechos pri­
vados.

Sin embargo, a nuestro modo de ver este planteamien­


to legitima al evento privado en tanto tal, y su identidad
l'nctible con eventos y determinaciones internas2. Esto ocu-
2. La oscilación de S k in n er e n tre dos definiciones de la con­
du ela, un a organocéntrica, re fe rid a a m ovim ientos (1938), y o tra

29
rre en tan to la argum entación gira en to rn o a cóm o una
com unidad lingüística se refiere a eventos privados ya exis­
tentes com o eventos psicológicos, sin cu estionar si dichos
eventos existen en realidad. R epresenta una constante del
pensam iento de S kinner al identificar lo físico y fisiológi­
co com o evento, con lo psicológico, sin deslindar que aun
cuando lo psicológico requiere de una dim ensión física
subyacente, su cualidad no es reductible, funcionalm ente,
a lo físico.
El evento privado p resen ta una doble problem ática.
En p rim er térm ino, su pertinencia a un nivel causal o ex­
plicativo de los hechos o procesos psicológicos. En segun­
do lugar, su preexistencia al «reporte» lingüístico o su
determ inación psicológica a p a rtir de la posibilidad del
lenguaje com o dim ensión social del com portam iento. Las
teorías ontológicas y epistem ológicas han considerado el
problem a del conocim iento desde la perspectiva del im ­
pacto sensorial de los objetos sobre el sujeto, o la cons­
trucción de la realidad de los objetos por el sujeto. Co­
m ún d enom inador de este conocim iento es que se re strin ­
ge a lo sensible y /o lo racional, pero desconoce la praxis
com o actividad esencial del conocim iento. No puede haber
conocim iento real sensible o racional aislado de la prác­
tica. Aún m ás, nos atreveríam os a decir que el conoci­
m iento es sinónim o de la práctica individual y social del
sujeto.
No es de ex trañar, p o r consiguiente, que al soslayar
la praxis com o proceso de conocim iento, se red u jera al
su jeto cognoscente a un sujeto contem plativo e in terp re­
tad o r de la realidad, con un conocim iento internalizado

interactiva, episódica (1957), le lleva a co n fu n d ir en ocasiones lo


in tern o com o conducta, con lo priv ad o com o p ro d u cto de la con­
ducta. Es así que en sus últim as o bras (1978), al ex am in ar el p ro ­
blem a de los eventos privados lo hace enm arcándolo en el contexto
del "m undo debajo de la piel", sugiriendo la pertin en cia de u n
análisis experim ental de fenóm enos m entales trad u cid o s a térm inos
conductuales.

30
com o m undo de representaciones, cuyas descripciones ver­
bales se co n stitu ían en la validación racional de la exis­
tencia de las p alab ras y conceptos com o cosas. Su reifica-
ción configuró la m ente.
Si volvemos a la form ulación de lo psicológico com o
interacción del sujeto (u organism o) y su entorno, cabe
p reguntarse acerca de la pertinencia explicativa de los
eventos privados. Los eventos privados en tan to eventos
del organism o activo, reactivo e interactivo constituyen
exclusivam ente com ponentes p articip an tes de una in ter­
acción que, aun cuando puede ser iniciada p o r el organis­
mo, no im plica que la determ inación allí radique, puesto
que a m enos que se p a rta de un paradigm a del entorno
vacío, es injustificable suponer la espontaneidad p u ra y
su identificación con su propia causalidad. Si, como es
«•vidente, se p a rte de la interacción m últiple, perm anente
V bidireccional del organism o y su am biente, el evento
privado se ve relegado a una fracción de la interacción,
mas no a la determ inación de la m ism a. Sólo una con­
cepción lineal de m ediaciones sucesivas de la causalidad,
podría im poner, p o r su antelación inm ediata a la in ter­
acción, atrib u to s determ inantes a los eventos internos. Ello
requiere la suposición adicional, naturalm ente, de que lo
privado (igualado con lo interno) o c u rra antes que lo ex­
terno o público, y en consecuencia, se constituya en con­
dición causal de lo observado, es decir, de la acción del
organism o com o efecto.
Pasemos al segundo punto, pues no consideram os ne­
cesario ab u n d a r sobre lo recién exam inado. El aspecto
cení ral se refiere a la existencia m ism a del evento priva­
do com o evento psicológico, previo a la interacción que
perm ite designarlo, y p o r consiguiente, otorgarle función
de evento, o en palabras m entalistas, «contenido de la ex­
periencia».
El evento privado involucra, p o r definición, su identi-
flc ación y la posibilidad de in fo rm ar acerca de él. ¿E s sin

31
embargo el evento privado, como evento psicológico, una
realidad previa a la posibilidad conductual de su identifi­
cación, o por el contrario, se constituye en evento en el
momento en que es identificable lingüísticamente? Las im­
plicaciones de cómo se responda a esta pregunta son im­
portantes. Afirmar que el evento psicológico tiene existen­
cia previa a su identificación significa que lo mental se
expresa mediante el lenguaje y lo precede, o bien que lo
mental y lo físico son idénticos en cuanto función, dado
que anteceden a la referibílidad social de su existencia.
Sea cual fuere de estas posibilidades, lo privado, se ma­
nifestaría como génesis individua!, y justificaría el análisis
de cómo la comunidad lingüística y el medio social se re­
lacionan con su inobservabilidad. La relación entre lo pri­
vado y su denotabilidad por el lenguaje constituirían eje
primario del análisis psicológico, como ocurrió con la
psicofísica del siglo xix y las aproximaciones introspecti­
vas de Leipzig y Wurzburgo.
Sin embargo, otra interpretación es posible. El evento
privado es por definición evento social, y por consiguiente
los criterios que lo definen como privado, son original­
mente públicos. ¿Qué significa esto? Implica que el even­
to privado existe psicológicamente a partir del momento
en que el sujeto puede describir su propio comportamien­
to (y por consiguiente sus componentes parciales). Le des­
cripción de su comportamiento, como función referencial,
implica un hecho social normado por las características
del lenguaje desarrollado, y por las prácticas sociales de-
finitorias de lo «privado pertinente». Esto se logra a tra­
vés de etapas sucesivas en que el sujeto puede referir y
ser referido. La etapa terminal es referir el propio com-
portamicnto con base en las interacciones que regulan las
descripciones semejantes en los demás miembros de la
comunidad lingiiístico-social. Visto así el problema, el
evento privado es el efecto de la evolución de una inter­
acción esencialmente social. El sujeto es tal en tanto so-

32
cialm ente se le conform a de dicho m odo. Lo privado es un
aspecto au toreferible de interacciones sociales públicas.
P or consiguiente, el análisis de los eventos privados no es
ajeno al de las interacciones públicas, y fconstituye, en sen­
tido estricto, un caso p a rtic u la r de ellas. El problem a de
la legalidad o explicación basada en la relación privado-
público o interno-externo pierde todo sentido.
¿Qué orden de legalidad, p o r lo tanto, debe b u sca r la
psicología? D espués de h ab e r descartado las soluciones
m ecanicista y logicista, así com o la analógica y m entalis-
ta, se plan tea u n a doble necesidad. La determ inación de
lo psicológico com o interacción organism o-am biente, con
una especificidad h istórica propia, requiere de explicacio­
nes que hagan hincapié, separada, pero com plem entaria­
m ente en dos aspectos:

1) La m u ltideterm inación, com o interdependencia, de


los factores p resentes involucrados en u n a in tera c­
ción com pleja y continua en tre organism o y am ­
biente;
2) La h isto ria interactiva com o d eterm in an te de las
m ultideterm inaciones presentes, tanto en lo que
toca a interacciones concretas com o en lo relativo
a la cualidad genérica de dichas interacciones.

F.n el p rim er caso, la explicación y las leyes com po­


nentes deben no sólo d escrib ir el evento, sino las condi­
ciones que lo hacen posible y lo m odulan. La ley no es
mía descripción fenom énica, sino que es descripción de
i undiciones necesarias para que los com ponentes en in te r­
neción sean suficientes en la conform ación de un evento,
t u esle sentido, no consideram os que la psicología re ­
q u i e r a de leyes d istin tas a las de las llam adas ciencias ña­
fitéales.
l;,n el segundo caso, la explicación y su legalidad se ven
Int m uladas en térm inos del desarrollo de la interacción
de los elem entos involucrados, en tanto, lo psicológico, en
lo individual, es definido p o r la posibilidad de u n a histo ­
ria. Las leyes del p rim er caso, son m om entos de las leyes
históricas. Dado que la h isto ria de lo individual, aun cuan­
do p articip a necesariam ente de lo biológico, se ve afectada
p o r los aspectos colectivos que determ inan su individua­
lidad en lo social, la psicología com parte este segundo tipo
de leyes con la ciencia so c ia l3.
E xam inar las form as peculiares de estas leyes y expli­
caciones, y su inserción en el discurso científico de la psi­
cología justificaría un trata m ien to ap a rte p o r sí solo. Como
señalam iento final, b aste decir que, en sentido estricto, la
psicología co n tem poránea carece de enunciados legales
genuinos. Creem os que la precisión de su objeto de estu ­
dio y la form ulación de los paradigm as adecuados consti­
tuyen u n p rim e r paso que es indispensable concluir.

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vo M artínez.) M adrid: G redos, 1978.
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Psychology. Nueva York: Wiley, 1978.

I. i:t p o stu lar la necesidad de leyes h istóricas, no significa u b i­


carse den tro de un plan team ien to h isto ricista. Las leyes históricas
en p s i c o l o g í a com o en cu alq u ier o tra ciencia— son form ulaciones
a postei i o i i de los procesos en tiem po, p o r lo que corresponden
m á s bien a la conform ación teórica de un anáfisis genético que a
una sim ple descripción lineal p a rtien d o de un supuesto origen de­
term inante (o sohi(-determ inante). No constituyen, p o r consiguien­
te, determ inaciones a priori de lo que ha de o c u rrir, sino m ás bien
la reconstrucción teórica, a p a rtir del conocim iento de leyes de
proceso sistem áticas, de las e ta p a s req u erid as en la génesis de di­
chos procesos.

34
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1957.

35
2. CONCEPTOS MENTAUSTAS Y
PRACTICAS IDEOLOGICAS

La historia reciente de la psicología ha sido la histo­


ria de la contraposición de múltiples formas de concep­
tos mentalistas ante el intento objetivo de construir una
ciencia genuina del comportamiento, y en especial, del
comportamiento humano. El conductismo, como la filo­
sofía especial de esta ciencia, se ha constituido, no sólo
en la formulación teórica general que respalda este es­
fuerzo por articular una descripción y explicación obje­
tivas de la actividad de los hombres concretos, sino que,
como consecuencia de una tradición preñada de dualis­
mo, el propio conductismo ha reflejado en su interior di­
chas contradicciones conceptuales.
El dualismo, se ha constituido en la doctrina oficial
del comportamiento humano, desde que Descartes forma­
lizó la hipóstasis cristiana del alma aristotélica. Como afir­
ma Ryle (1949), al comentar sobre el dualismo nacido de
Descartes, «...con las dudosas excepciones de los idiotas
y los infantes en brazos, cada ser humano tiene un cuerpo
y una mente». Describiendo esta doctrina oficial prosigue,
« los cuerpos humanos están en el espacio y están some-
lidos a las leyes mecánicas que gobiernan a todos los de­
más cuerpos en el espacio. Los procesos y estados corpo­
rales pueden ser inspeccionados por observadores exter-
nos... pero las mentes no están en el espacio. La actividad
de una mente no es testimoniable por otros observadores;
su carrera es privada. Sólo yo puedo tener conocimiento
directo de los estados y los procesos de mi propia mente.
Una persona, por consiguiente, vive a través de dos histo­
rias colaterales, una consistente en lo que pasa en y a su
cuerpo; la otra, consistiendo en lo que pasa en y a su
mente. La primera es pública, la segunda privada» (p. 11).
Esta doctrina es, con toda justeza, denominada por
Ryle el mito del fantasma en la máquina. Aun cuando el
problema puede abordarse desde la perspectiva de la ló­
gica de las categorías lingüísticas empleadas en la des­
cripción de los eventos y relaciones denominadas cuerpo
y mente o materia y espíritu, el problema no se reduce
a una cuestión de lógica de la ciencia o epistemología ex­
clusivamente.
Ryle, señala que esta doctrina dualista «...es un gran
error y un error de tipo especial. Es, a saber, un error
categorial. Representa los hechos de la vida mental como
si pertenecieran a un tipo o categoría lógica (o rango de
tipos o categorías), cuando en realidad pertenecen a otra.
El dogma es por consiguiente un mito filosófico» (p. 16).
No sólo eso, sino que al identificar a cada una de las dos
instancias de la dualidad con las aproximaciones filosófi­
cas tradicionales, el materialismo y el idealismo, se pre­
tende discutir en el plano de las sustancias lo que cons­
tituye. en esencia, un problema de categorías. Ryle conti­
núa expresando que «...la creencia de que existe una opo­
sición polar entre Mente y Materia es la creencia de que
son términos de un mismo tipo lógico... Tanto el Idealis­
mo como el Materialismo son respuestas a una pregunta
inapropiada.. <p ??). Presupone esta cuestión que la exis­
tencia, como e .d e i’oi ia lógica, de eventos diferentes, tiene
una acepción g e n e i iea única.
Esta confusión c.iiegoi ial es, en efecto, importante, en
tanto establece la posibilidad lógica de diferentes formas

38
de existencia. Sin embargo, es una confusión que es ubi-
cable sólo en la medida en que las categorías de existen­
cia son categorías reductibles o que corresponden a ni­
veles empíricos de descripción. El materialismo tradicio­
nal redujo o formuló el concepto de materia (o cuerpo)
precisamente a las categorías de la Mecánica Newtoniana.
La materia en general se identificó con la categoría física
de materia, es decir, la materia corpórea. Pero, si se toma
la distinción materia-espíritu, no como una distinción ca-
tegorial de existencia, sino de propiedades de lo existen­
te, el problema mente-cuerpo rebasa el problema mera­
mente lógico señalado por Ryle. La cuestión no se restrin­
ge a la congruencia lógica del lenguaje con que descri­
bimos los eventos materiales y «mentales», sino que hay
que abordar, desde la perspectiva de que ambos tipos de
eventos existen, en qué consiste su existencia y cómo sus
propiedades se constituyen en la forma de relaciones di­
ferentes de lo que como «corporeidad» se da en un solo
nivel.
Tradicionalmente, las relaciones entre lo existente se
reificaron en la forma de sustancias o cosas (materia, es­
píritu o mente, flogisto, energía vital) y el problema se for­
muló como necesidad lógica de explicar las relaciones de
subordinación y las interacciones entre dichas sustancias
o relaciones corporeizadas, objetalizadas. Así, el materia­
lismo e idealismo tradicionales se proponían demostrar la
prioridad de una u otra sustancia, o en el mejor de los ca­
sos, cómo se relacionaban entre ellas. La psicología, fue
la disciplina que heredó, con el propósito del análisis em­
pírico, esta última obligación lógica como razón de ser.
Pero en el momento en que la discusión sobre dife­
rentes existencias se hace a un lado, y se acepta que todo
lo existente se da en un mismo nivel categorial (materia­
lismo moderno), operan dos cambios fundamentales:
1) La materia como categoría no subordinada a otra
existencia trascendente a ella, no se iguala con una de

39
sus formas tradicionales de presencia, es decir, la materia
física. Materia es idéntica a existencia.
2) La materia como categoría genérica de existencia,
tiene que ceder su lugar a otras categorías diferenciales
que permitan lógicamente articular el conocimiento de
las diversas formas en que, lo que existe, se desarrolla en
la forma de relaciones no reductibles a una sola de ellas.
Así, surgen tres nuevas ciencias en los finales del siglo xtx,
que aun cuando, con una problemática enraizada todavía
en la mitología dualista, comienzan a sentar la base del
reconocimiento de nuevas formas de relaciones materia­
les, y por consiguiente, objetivas, en la realidad de lo exis­
tente. Es la aparición de la biología (Darwin), la psico­
logía (Pavlov y Watson), y la ciencia de las formaciones
sociales (Marx).
Se entiende, en este contexto, que no hay misterio al­
guno en que, en el caso de la psicología, los primeros in­
tentos materialistas no hayan superado el dualismo origi­
nal, y que, por consiguiente, hoy día, dicho dualismo per­
manezca disfrazado de mil y una formas (los análogos me­
cánicos, cibernéticos, químicos, matemáticos, etc.). Todo
intento de formulación materialista de lo «mental» o psi­
cológico, se expresó como la localización de lo mental
en lo biológico, o como la localización de dónde lo men­
tal interactuaba con lo biológico. La categoría de materia
subyacente era (y es) todavía una categoría reductiva a
lo físico. No tiene nada de extraño que esto ocurriera, pues
como lo señala correctamente Ryle, «...cuando se acuñó
la palabra “psicología”, hace doscientos años, se suponía
que la leyenda de los dos mundos era cierta. Se suponía,
en consecuencia, que dado que la ciencia newtoniana ex­
plica (se pensó, erróneamente) todo lo que existe y ocurre
en el mundo físico, habría y debería haber sólo otra cien­
cia contraparte que explicara lo que existe y ocurre en el
postulado mundo no físico... La “Psicología” era el título

40
supuesto para el único estudio empírico de los “fenómenos
mentales”» (p. 319).
La doctrina oficial del dualismo, cuya historia se re­
monta a Platón en contraposición a Aristóteles, tuvo de
este modo un papel determinante en las modalidades que
adoptó el estudio científico del comportamiento. Después
de la aparición formal del conductismo, como una filoso­
fía de la ciencia que intentaba superar el dualismo priva­
tivo en la psicología, el dualismo adoptó nuevas formas.
Una, el conductismo metodológico ontológicamente dualis­
ta. Otra, el conductismo metodológico epistémicamente
dualista.
El primero, supone que existe la conducta como ins­
tancia física, objetiva, de lo biológico, y que constituye,
por consiguiente, un objeto legítimo de estudio de la psi­
cología. Sin embargo, no es lo único que existe, pues ade­
más hay un mundo subjetivo de percepciones, sentimien­
tos, cogniciones y otros eventos que es necesario incluir.
La psicología se convierte de esta manera en el estudio
de cómo este mundo interior se expresa al mundo exte­
rior. La conducta constituye el indicador externo de este
mundo interior, subjetivo e inmensamente más rico. La
conducta es el testimonio objetivo de ese mundo pri­
vado.
El segundo conductismo metodológico renuncia a la
visión de dos mundos, pero supone, sin embargo, que en
ese único mundo, los eventos sólo tienen existencia en la
forma descrita por la física. Lo material, como existencia,
sólo existe, no en tanto físico, sino como lo físico. De este
modo, ese mundo subjetivo al que tenemos acceso priva­
do sólo como sujetos, es en realidad un mundo de even­
tos físicos, al que sólo podemos entrar indirectamente,
mediante la inferencia a partir de los datos públicamente
verificables del comportamiento externo, de las medidas
parciales que nos procura la ciencia biológica, o de las
formas consensualmente validadas de referirnos a dichos

41
eventos privados. Lo psicológico es reductible a lo físico,
y por consiguiente, a explicaciones de tipo mecánico (aun
cuando las máquinas actuales son más complejas y con­
tienen nuevas formas de movimiento de lo físico, como lo
son los procesos electrónicos de los sistemas cibernéticos).
Como no es nuestro propósito profundizar en los as­
pectos relativos a cómo las formaciones ideológicas deter­
minaron históricamente las distintas formulaciones del ob­
jeto de estudio de la psicología, e inclusive la legitimidad
misma de esta ciencia, sino solamente señalar que existe
como una constante dicha determinación en la doctrina
oficial del dualismo, no abundaremos más sobre el parti­
cular.
Es nuestra intención, sin embargo, hacer hincapié, en
otras formas de relación entre la psicología, como una dis­
ciplina científica (en proyecto o evolución) y las formacio­
nes ideológicas sociales. Nos limitaremos exclusivamente
a un señalamiento general, pues un examen detallado y
comprensivo requeriría de un esfuerzo que rebasa a todo
intento que inicia por ubicar simplemente la problemáti­
ca implicada.
La doctrina oficial del dualismo ha impedido que se
manifiesten con claridad dos vinculaciones de las repre­
sentaciones ideológicas con la psicología:
1) La manera en que el dualismo ha impregnado y
permeado las formas ideológicas que se derivan del co­
nocimiento científico, es decir, las concepciones no cien­
tíficas que a nivel social se sustentan en la ciencia. A esto
lo denominaremos ideología científica, pero a diferencia de
Althusser (1975), no lo circunscribiremos a la «filosofía es­
pontánea del científico», a la que ya hemos hecho alusión
en lo previamente examinado, sino que nos referiremos al
producto de la actividad del científico, que modifica o es
incorporada a las formaciones ideológicas de una sociedad
determinada.
2) La legitimidad misma de que las formaciones ideo­

42
lógicas, en tanto prácticas materiales de los individuos con­
cretos, sean objeto de estudio científico de la psicología.
Pasemos a examinar estos problemas, aun cuando sea
en forma por lo demás general.
Mencionamos en primer término que la psicología, no
sólo es determinada por las representaciones ideológicas,
sino que en la medida en que constituye, como toda cien­
cia o proyecto de ella, un modo social de conocimiento,
contribuye a la formación, modificación o consolidación
de las representaciones ideológicas. La historia de la cien­
cia, muestra cómo ésta ha estado, en ciertas épocas, en
conflicto abierto con las verdades sociales establecidas,
verdades sociales que representan una concepción del mun­
do, de lo que existe y del papel del hombre y la sociedad
en esa realidad. El conflicto entre ciencia y sociedad ha
emergido cuando la ideología producida por la ciencia, en
vez de consolidar las concepciones del mundo (o de par­
te de él) vigentes, ha cuestionado su legitimidad empírica,
y ha amenazado, por consiguiente, con alterar las forma­
ciones ideológicas en vez de sustentarlas o consolidarlas.
La ideología científica lo es en la medida en que consti­
tuye o contribuye a la formulación social de una repre­
sentación del mundo, y por ende, del papel del hombre
en ese mundo. No hay pues una contraposición, para no­
sotros, entre ciencia e ideología, sino más bien en la na­
turaleza del sustento que da origen y mantiene a las for­
maciones ideológicas. No sólo la ciencia no es inmune a
la ideología, sino que tampoco la ideología es independien­
te de la ciencia. Ambas se determinan e influyen recípro­
camente como modos sociales de conocimiento. Los episo­
dios protagonizados por Galileo, Darwin, Marx y otros,
ilustran con toda nitidez la contradicción que emerge en­
tre ciencia e ideología en tanto ambas son factores comu­
nes de una misma formación social de conocimiento4.
4. El proceso de superación del conflicto en tre form aciones
ideológicas sociales no se da necesariam ente con la superación

43
En el caso de la psicología, después de la incorporación
ideológica del psicoanálisis, que nunca se desvinculó del
dualismo oficial, el conductismo representa este momento
de inicio de las contradicciones en las formaciones ideo­
lógicas sociales: la ciencia o su proyecto construye ideo­
logía que se aparta y opone a la ideología dominante. La
contradicción se resuelve gradualmente de dos maneras
posibles: o se anula la legitimidad del proyecto y se le rein­
corpora hispotasiado en la ideología vigente; o bien, esta
nueva ideología transforma parcialmente a la ideología exis­
tente, hasta que al darse las condiciones sociales apropia­
das, se convierte a su vez en ideología «oficial». El si­
glo xx, y por consiguiente nosotros, somos testigos de este
proceso ideológico sin conclusión todavía en la psicología.
La psicología es conductista toda ella, o bien porque lo es
en sentido estricto, o bien porque se le combate en forma
ya sea directa o encubierta. El conductismo, y las varian­
tes que bajo su nombre han emergido, son el escenario del
conflicto entre las formaciones sociales ideológicas respec­
to al papel y determinación de la actividad concreta de los
hombres concretos en la naturaleza y la sociedad*5.
Hay pocos escritos en relación al análisis de esta pro­

de las form as e stru ctu ra le s de la sociedad que les dio origen —el
m odo de producción. Un ejem plo ilu strativ o de esto es la p erm a­
nencia de la ideología cristia n a an te diferen tes form as de e stru c ­
tu ra social, y en contradicción con las ideologías científicas y no
científicas generadas p o r estas form aciones sociales. La plasticid ad
ideológica del cristianism o co nstituye sin lugar a dudas, com o ocu­
rre con to d as las grandes religiones por ejem plo, no un sim ple
problem a de in terp retació n tam bién ideológica, sino un m otivo de
estudio científico en lo colectivo y en lo individual.
5. C om entario a p arte m erecen aquellos "lissenkianos" d e la
psicología y la ciencia social, que confunden la d eterm inación y
existencia m aterial de la ideología con las form ulaciones economi-
cistas, h isto ricistas e incluso ¡geográficas! del problem a de la de­
term inación de la “sub jetiv id ad " del ser h u m an o P ara estos p ro ­
fetas del nuevo dogm a, el conductism o no d a o tro horizonte con­
ceptual m ás que el de ser un p ro d u cto ideológico del p rag m atism o
filosófico del im perialism o norteam ericano. ¡Marx se apiade de
ellos!

44
blemática. Cabe aquí destacar el examen que realiza Samp-
son (1981) sobre el significado ideológico de las aproxi­
maciones cognoscitivistas en psicología. Tomando como
base cuatro problemas (la interacción sujeto-objeto, la ob­
jetividad de la realidad, la reificación psicológica, y el in­
terés técnico del conocimiento), Sampson demuestra el
carácter esencialmente ideológico de diversas formulacio­
nes cognoscitivistas de la problemática psicológica, no en
tanto los datos empíricos que las acompañan o fundamen­
ta sean en sí engañosos, sino en la medida en que las pre­
misas y conclusiones que los contextúan trascienden di­
chos datos. Resumiendo su análisis, dice que « específi­
camente, si los problemas observados yacen en las reduc­
ciones duales de individualismo y subjetivismo, el reme­
dio, en parte, requeriría la adopción de una psicología no
reduccionista» (p. 739).
El análisis crítico esbozado por Sampson de la llama­
da psicología cognoscitiva, podría extenderse a otras for­
mas conceptualización dualista con resultados semejantes,
vbgr., las teorías de rasgos, las teorías basadas en mode­
los analógicos de procesamiento de información, las teo­
rías psicobiológicas de la conducta, y otras más. En to­
das ellas, siempre trasluce una determinación del compor­
tamiento que radica en el interior del propio sujeto u or­
ganismo y que es relativamente fija e inmune a las carac­
terísticas del ambiente exterior. Las relaciones con dicho
medio se objetalizan como procesos nerviosos o menta­
les supuestos que, a la vez que se infieren del comporta­
miento en interacción con el ambiente, se consideran su
causa primordial.
Un segundo punto de suma importancia en lo que toca
a la relación entre la psicología como productora de ideo­
logía y las formaciones sociales ideológicas vigentes es
¿en qué medida pueden desvincularse dichas formaciones
ideológicas de las prácticas concretas de los individuos en
sociedad?

45
Hasta la fecha, el examen sistemático de la ideología
se ha limitado a la ciencia social (politología, sociología,
historia, antropología), en la medida en que la ideología
se ha concebido como la articulación de una serie de re­
laciones sociales en la estructura básica provista por un
modo de producción particular (Gramsci, 1967; Luporini
y Serení, 1973). No obstante, es necesario señalar que di­
chas formaciones sociales, descritas como relaciones ideo­
lógicas, constituyen conceptos que señalan un nivel de abs­
tracción que trasciende el comportamiento de los indivi­
duos envueltos en dichas relaciones. Las relaciones abs­
traídas toman como objeto concreto de análisis a la so­
ciedad en su conjunto, en cuanto campo interdependiente
de determinaciones en lo histórico y lo sistemático. Este
análisis, no excluye, sin embargo, la posibilidad, la nece­
sidad, subrayaríamos, de un examen cuidadoso de cómo
esas formaciones sociales se manifiestan y expresan en las
prácticas sociales de los individuos concretos. La ciencia
social, aun cuando reconoce la problemática del indivi­
duo, no puede abordarla por su misma naturaleza y obje­
to. El individuo concreto, para la ciencia social, no cons­
tituye más que una abstracción de una de las bases ma­
teriales sobre las que se edifican las relaciones sociales.
Luporini (1973), al tratar esta cuestión, señala que
«...los “hombres” de Marx (en cambio), se encuentran siem­
pre dentro de las “relaciones sociales”, aunque éstas sean
creadas por ellos (por su trabajo: el hombre hace su pro­
pia historia, etc.). Los individuos están inicialmente con­
dicionados y determinados por tales relaciones antes de
poderlas modificar, eventualmente y dentro de ciertas con­
diciones. En otras palabras, nunca encontramos a los
hombres sueltos. Sin embargo, esto no significa que el in­
dividuo sea disuelto en sus “relaciones sociales”. Todo lo
contrario: esto significa que el problema del individuo
humano no es simple y puede ser planteado correctamen­
te sólo a partir de la situación indicada... (los individuos

46
humanos) ...se trata evidentemente de una abstracción,
pero de una abstracción necesaria, científica, que es legi­
timada por el hecho de que de cualquier manera los “in­
dividuos humanos vivientes” existen efectivamente. Con las
palabras “individuos desnudos” quiero significar la abs­
tracción más general correspondiente a esa realidad, vale
decir, el hecho de que todo hombre, en cualquier relación
en que se encuentre, debe ser al menos o también conta­
bilizado prácticamente como uno... Es por tanto una no­
ción muy simple y evidente... la noción es potentísima con
respecto a las “ciencias humanas”, respecto a las cuales, es
tan funcional como respecto a las ciencias biológicas...»
(p. 42).
De esta cita puede desprenderse la complementariedad,
e incluso la necesidad, del análisis de la práctica social
individual respecto del examen de las características ge­
nerales de las relaciones que definen a una formación so­
cial particular. Partiendo de la base de que las prácticas
individuales concretas no pueden aislarse ni genética ni
contextualmente del sistema de relaciones sociales en que
se dan, debe subrayarse que el estudio científico de dichas
prácticas individuales, en lo que toca a los procesos de su
transmisión y reproducción, cae, fundamentalmente bajo
la cobertura de la psicología.
Consideramos que sólo de una aproximación conduc-
tista, que haga hincapié en el estudio objetivo de la in­
teracción construida del individuo con su medio social,
puede esperarse la posibilidad de aprehender el proceso
de esta construcción individual de la práctica social. La
subjetividad se reduce al proceso idiosincrático de indi­
viduación de esta práctica, y no a un supuesto reflejo o
reproducción espiritual de las formaciones ideológicas so­
ciales y su sustento estructura en un modo de producción
particular. De otro modo, la ideología se mantendrá, en lo
que toca a las prácticas sociales de los hombres concre­
tos, en el nivel de la pura abstracción ,o como ha venido

47
ocurriendo a la fecha, como la reificación de una subjeti­
vidad que, constituida en reflejo mecánico de lo social,
se erige en causa hipostasiada de esa práctica.

REFERENCIAS
Alth u sser , Louis: Curso de Filosofía Marxista para Cien­
tíficos. México: Diez, 1975.
Gramsci, Antonio: La Formación de los Intelectuales. Mé­
xico: Grijalbo, 1967.
Lupo rini , C.: Dialéctica Marxista e Historicismo. En C.
Luporini y E. Serení (Dirs.), El Concepto de Formación
Económico Social. México: Grijalbo, 1973.
— y S erení, E.: El Concepto de Formación Económico So­
cial. México: Grijalbo, 1973.
R yle, Gilbert: The Concept of Mind. Nueva York: Bar-
nes & Noble, 1949.
S ampson, Edward E.: Cognitive Psychology as Ideology.
American Psychologist, 1981, 36, 730-743.

48
3. TOPICOS Y CONCEPTOS EN LA TEORIA
DE LA CONDUCTA6

En la actualidad, nadie argumentaría en contra del pa­


pel fundamental que desempeña la teoría en el desarrollo
y construcción de la ciencia. No obstante, la psicología, y
en este caso me refiero a la psicología conductista, difí­
cilmente puede plantear la existencia de un cuerpo de
conceptos y definiciones coherente y sistemático, capaz
de cubrir el rango completo de fenómenos comprendidos
bajo la denominación de conducta7. Si la consideramos
como la teoría desarrollada desde que Watson anunció
formalmente el nacimiento de la nueva ciencia en 1913, se
trata del tipo de teoría en que no estamos interesados. En
este respecto, el análisis realizado por Skinner (1950) so­
bre las teorías del aprendizaje en boga entre los cuaren­
6. Una versión inicial de este m an u scrito fue leída en la Sexta
Reunión Anual de la A ssociation fo r B ehavior Anaíysis, en Dear-
b o m (M ich.), EE.UU., m ayo de 1980. Deseo e x p resar m i reconoci­
m iento p o r la lectura cuidadosa que hicieron de este m an u scrito
.1. R. K a n to r y Sidney W. B ijou, y sus valiosas recom endaciones
para m ejorarlo.
7. H ago referencia al m ovim iento co n d u ctista en m arcad o p o r
la teoría del condicionam iento así com o al denom inado conduc-
lism o social. La psicología in terco n d u ctu al, tal com o la fo rm uló
K an to r no se a ju s ta a esta crítica. No o b stan te, aun cuando p ro­
veía las condiciones n ecesarias p a ra el d esarro llo de una teo ría de
la conducta, no fue ta n influyente com o los enfoques basad o s en
el condicionam iento.

49
ta y los sesenta, es todavía válido, con la enumeración
sumaria de los puntos ciegos que deben ser evitados en
la construcción de una teoría científica de la conducta.
Estas eran teorías del aprendizaje expresadas en térmi­
nos del sistema nervioso, de eventos mentales o de even­
tos explicativos no observados directamente. Estas tres
teorías se consideraron como teoría incorrecta «en el sen­
tido de que ellas no se expresaban en los mismos térmi­
nos y no podían confirmarse con los mismos métodos que
los hechos que supuestamente explicaban» (p. 193). Pero,
desafortunadamente, saber lo que no debe hacerse como
teoría, no nos proporciona los conceptos, definiciones y
reglas para formular una estructura teórica a nuestra cien­
cia. Es nuestro propósito señalar algunos problemas ge­
nerales relacionados con la integración de una teoría de
la conducta.
Con el objeto de apoyar nuestra postura, enumerare­
mos los diversos criterios que debe satisfacer la construc­
ción de una teoría científica:

a) Definir el dominio u objeto de estudio de la disci­


plina, y su relación con otros campos de la ciencia;
b) Proporcionar los criterios metodológicos para cla­
sificar ese dominio de eventos y seleccionar aquellas
propiedades y relaciones consideradas como las más
pertinentes;
c) Formular conceptos, definiciones y reglas básicas
para diferentes tipos de eventos, datos y operacio­
nes, a fin de armonizar la interacción entre la in­
vestigación científica y los procedimientos observa-
cionales, con los eventos y objetos con los que tra­
ta la disciplina;
d) Integrar observaciones no relacionadas y aun con-
tradffctorias, mediante la derivación de conceptos
que reflejen las propiedades de los eventos y las in-
acciones; y

50
e) Abrir nuevos dominios empíricos y conceptuales
en el cumplimiento de su función heurística, esen­
cial a cualquier sistema teórico.

¿Cuáles son los logros de la teoría moderna de la


conducta en este respecto? Demos un rápido vistazo.

a) El concepto de conducta parece haber sufrido una


serie de transformaciones que no son sólo de na­
turaleza lógica, sino que representan también un
cambio epistémico o semántico en relación al do­
minio empírico de eventos con los que trata la psi­
cología. Watson (1924) definió inicialmente la con­
ducta como «lo que el organismo hace o dice», es
decir, como aquellas actividades observables del
organismo, y aun cuando distinguió entre respues­
tas manifiestas y cubiertas, las últimas siempre te­
nían que ser referibles a un sistema reactivo fisio­
lógico, como ocurrió en el caso del lenguaje. Esta
concepción de la conducta es más restringida que
la que expuso por vez primera Skinner (1938), como
«la parte del funcionamiento de un organismo que
se ocupa de actuar sobre o tener intercambios con
el mundo externo». Sin embargo, la naturaleza in­
teractiva de la conducta se veía constreñida por su
formulación en términos físicos como «movimien­
tos de un organismo o de sus partes en un marco
de referencia proporcionado por él organismo mis­
mo o por diversos objetos externos o campos de
fuerza». En dichas formulaciones todavía se identi­
fica la conducta con la actividad del organismo, aun
cuando se subrayan sus efectos sobre el ambiente.
Esto es totalmente distinto de su propia definición
(Skinner, 1957, pp. 224-225) al tratar la conducta
verbal como un episodio entre un hablante y un
escucha. En este caso, la conducta no se limita a

51
la actividad del organismo, sino que se identifica
con la interacción misma entre los dos actores del
episodio verbal. Se ignora a los movimientos como
propiedades definitorias de la conducta y el con­
cepto se vuelve virtual, pero no formalmente, idén­
tico al de intercambio o interacción. Esta reformu­
lación se aproxima a la concepción de Kantor (1959)
sobre la interconducta. Kantor iguala la intercon­
ducta con un campo psicológico. El campo psico­
lógico consiste en segmentos de conducta que cons­
tituyen sistemas integrados de factores, incluyendo
una función de estímulo y respuesta (la interac­
ción del organismo con los objetos de estímulo),
la historia interconductual, los factores disposicio-
nales situacionales y los medios de contacto. El
evento no es identificable en términos exclusivos de
las respuestas. Es innecesario añadir que en la ma­
yor parte del análisis teórico y experimental de la
conducta, las dos primeras definiciones constitu­
yen el marco de referencia fundamental,
b) La teoría actual de la conducta se originó primor­
dialmente en la teoría del condicionamiento, y en
última instancia, en el paradigma del reflejo. El tra­
bajo inicial de Skinner (1931, 1935a) ilustra cómo
el proceso de selección de la unidad de análisis y
la segmentación «natural» de la conducta no fue
independiente de supuestos fundamentales que sub­
yacían a una concepción lineal y molecular enmar­
cada por dicho paradigma. Se consideró que las
medidas puntuales de topografías limitadas en una
posición espacial fija eran representativas del flujo
continuo de la conducta. De este modo, la selección
de una respuesta discreta, repetitiva, en el condi­
cionamiento operante, no era ajena al concepto de
reflejo y a la formulación de clases genéricas como
conceptos analíticos básicos (Skinner, 1931; 1935a).

52
Las respuestas, como aquellos segmentos físicos
productores de la interacción puntual con el am­
biente se confundieron con los sistemas reactivos
y la función de respuesta. La dicotomía respon-
diente-operante, inicialmente una distinción funcio­
nal (Skinner, 1935b) se identificó con las restriccio­
nes biológicas impuestas por los sistemas de res­
puesta involucrados. Aún más, la presión de la pa­
lanca, como una respuesta, cuando se le empleó
bajo programas múltiples o concurrentes, se ha
venido analizando como el mismo segmento de
conducta (tasas globales, tasas relativas, efectos de
contraste), a pesar de que se debe concebir con
funciones diferentes en términos de las condiciones
que controlan su emisión. La morfología se ha iden­
tificado con la función. Del lado del estímulo, se
enfrentan problemas semejantes. La causalidad se
concibió como un proceso lineal en tiempo, y se
buscaron explicaciones de uno o dos factores en el
análisis de fenómenos complejos. Como consecuen­
cia histórica, aun en situaciones aparentemente sim­
ples, se soslayan teóricamente factores funcionales,
como ocurre con las operaciones de privación-sa­
ciedad, la función de estímulo del operando, etcé­
tera. Además, en consonancia con el hincapié pres­
tado a los estados estables, las transiciones conti­
nuas en la conducta que constituyen el proceso de
interacción, han sido disminuidas en importancia,
al seleccionarse datos de estado terminal que la
mayor parte de las veces están predeterminados con
base en las expectativas del experimentador. La
cobertura lógica del dominio conductual por las
taxonomías que se derivan de los modelos de con­
dicionamiento ha mostrado ser limitada y no ha
podido cumplir sus propósitos, dado que parece in­
capaz de procurar una sintaxis conceptual adecua­

53
da a la naturaleza de la conducta, incluso en situa­
ciones simples. Algunos autores como Schoenfeld
(1972, 1976) han sugerido una revaloración crítica
de los fundamentos de la teoría de la conducta ac­
tual, y algunos otros han propuesto modelos de
campo como el de Kantor (1924, 1926) como una al­
ternativa más fructífera.
c) Los conceptos y los marcos organizativos de la teo­
ría de la conducta se derivan, en su mayor parte,
en correspondencia a reglas operacionales y de pro­
cedimiento, o como extensiones metafóricas de di­
chas reglas. El denominar procesos y mecanismos
en términos de las condiciones de procedimiento
que dieron lugar a los fenómenos bajo análisis cons­
tituye una práctica común. Así, se acostumbra ha­
blar de procesos idénticos a las operaciones, como
ocurre en el condicionamiento clásico, la generali­
zación del estímulo, la extinción, el castigo, el re­
forzamiento condicionado o las relaciones estímulo-
estímulo o respuesta-estímulo. Esto ha constituido
una estrategia poco gratificante, dado que los re­
sultados teóricos han consistido en la separación ar­
tificial de interacciones complejas o bien el sobre-
lapamiento y equivalencia de «mecanismos» opcio­
nales. Los esfuerzos de Schoenfeld et al. (1972) y
Catania (1971) son dignos de mencionarse, por su
propósito de superar dicha situación. Schoenfeld
et al. han mostrado la posibilidad de procurar un
análisis sistemático a fin de integrar paramétrica­
mente operaciones consideradas tradicionalmente
independientes una de la otra (evitación, conducta
de razón y de intervalo, programas contingentes y
no contingentes, etcétera). Catania ha intentado re­
lacionar operacionalmente varios procedimientos ex­
perimentales desde el condicionamiento clásico has­
ta programas complejos. No obstante, la pesada he-
rencia del operacionalismo lo hace todavía presen­
te como el abordaje de mayor influencia en la sis­
tematización teórica.
d) El crecimiento de micromodelos es una de las ca­
racterísticas sobresalientes de la teoría de la con­
ducta. La tendencia teórica se manifiesta en la cons­
trucción de modelos formales o ligados a hipótesis
dirigidos a un rango restringido de fenómenos. Los
modelos se ofrecen como una alternativa todo o
nada en la descripción y predicción de datos espe­
cíficos, y en muchas ocasiones, la investigación se
orienta no a la búsqueda de parámetros generales,
sino por el contrario, a la identificación de excep­
ciones y casos paradójicos. Los modelos nominati­
vos y postulativos sustituyen la búsqueda necesaria
de conceptos y parámetros capaces de integrar da­
tos aparentemente independientes e incluso contra­
dictorios. Por consiguiente, no existe una teoría
unificada de la conducta sino más bien un mosaico
variado de modelos restringidos y que en ocasiones
se yuxtaponen empíricamente. La linealidad de la
exploración conceptual se expresa no solamente en
la naturaleza molecular de estos modelos, sino tam­
bién en su ecléctica «coexistencia pacífica» para lo
que se concibe como campos empíricos diferentes.
Ejemplo de ello son los modelos desarrollados para
explicar efectos restringidos como la igualación en
conducta concurrente (Hermstein, 1970; Rachlin,
1978; Baum, 1973) o las relaciones especiales de con­
tingencia entre estímulos (Kamin, 1969; Wagner y
Rescorla, 1972; Hearst y Jenkins, 1974).
e) Finalmente, la heurística se limita a la predicción
de las propiedades implicadas por los modelos for­
males o por la regresión infinita de la inferencia no­
minativa. Como en los cincuentas, los investigado­
res están más interesados en mostrar que algo

55
que predicen tendrá lugar o que un evento «nor­
malmente» no predicho ocurrirá bajo ciertas con­
diciones, que en la búsqueda de uniformidades en
las complejas interdependencias que se establecen
en parámetros múltiples. La teoría debería señalar
hacia nuevos dominios empíricos a través de la de­
finición conceptual y no por un proceso empírico
accidental de ensayo y error o debido a las infe­
rencias formales de modelos preconstruidos.

¿Hacia qué debe dirigirse una teoría de la conducta?

La respuesta a esta pregunta determina en gran me­


dida la visión y características de una teoría de la con­
ducta.1El conductismo como una filosofía de la ciencia
fuertemente influida por el evolucionismo planteó, desde
sus inicios, la necesidad de cubrir tanto la conducta de
los animales como la del hombre (Logue, 1978) y siguien­
do esta tradición, la teoría de la conducta ha sido, en un
sentido restringido, una teoría de la psicología compara­
da. No obstante, esto nunca ha constituido una meta sis­
temática ,sino más bien el resultado del esfuerzo de au­
tores particulares destacados (Schneirla, 1959; Bitterman,
1960; Razran, 1971), la mayoría de ellos no vinculados di­
rectamente a la aproximación del análisis conductual.
e Debido al vínculo lógico de la teoría de la conducta
con el operacionalismo, se ha hecho hincapié teórico en
procesos que supuestamente subyacen al empleo de pro­
cedimientos generales específicos, tales como el condi­
cionamiento respondiente u operante, o en mecanismos
internos sobreimpuestos anclados fisicalísticamente como
la atención, la reducción e inducción de la pulsión, el pro­
cesamiento de información, la prepotencia de respuesta,
etcétera^* Estas tendencias han producido una teoría que
subraya los estados terminales más que las transiciones,

56
y que busca procesos y mecanismos generales ligados a
situaciones particulares de procedimiento. Los esfuerzos
comparativos se han visto restringidos al empleo de di­
versos procedimientos con distintas especies incluyendo al
hombre (Hodos y Campbell, 1969).
La carencia de una teoría basada en la consideración
de diferentes niveles cualitativos de complejidad y orga­
nización de la conducta, ha conducido a dos tipos de des­
viaciones reduccionistas, (a) Una consiste en suponer que
las especies superiores como el hombre son controladas
conductualmente por los mismos procesos que las espe­
cies inferiores (como las ratas, palomas, etcétera) en tér­
minos de los paradigmas del condicionamiento operante y
respondiente (Skinner, 1957; Schoenfeld, 1969). (b) Otra
consiste en imponer a las especies inferiores los procesos
y mecanismos identificados en las especies superiores (ma­
míferos y aves) como sucede en la búsqueda de efectos
de condicionamiento en los invertebrados.
El trabajo reciente en el análisis conductual aplicado
ejemplifica el caso (a) de manera precisa como una for­
ma extrema de extrapolación conceptual de la conducta
animal al comportamiento humano. Aparte de su propó­
sito objetivista, (a) ha mostrado ser reduccionista y tener
poco éxito en el desarrollo de una aproximación teórica
a la conducta humana.
Como Kantor (1970) ha observado, el análisis de la
conducta no ha alcanzado a tratar adecuadamente la con­
ducta humana, tanto a nivel teórico como a nivel experi­
mental. Por consiguiente, un problema primario de la teo­
ría de la conducta debería ser la distinción entre la con­
ducta animal y el comportamiento humano. La diferen­
cia entre la conducta animal y la humana no puede ser so­
lamente del orden morfológico o cuantitativo. Es evidente
que el lenguaje y la posibilidad de responder a los refe­
rentes de los eventos en términos de las convenciones y
la historia de los grupos sociales representa inequívoca-

57
mente un corte cualitativo entre los humanos y los no
humanos. Como lo señala Schaff (1975) «...el lenguaje,
que es una reflexión particular de la realidad, al mismo
tiempo, en un sentido especial, crea nuestra imagen de la
realidad. Y esto es, en el sentido en que, en cierta medi­
da, lo son nuestras articulaciones acerca del mundo, una
función no sólo de las experiencias individuales, sino tam­
bién de las experiencias sociales transmitidas al indivi­
duo a través de la educación, y, sobre todo, a través del
lenguaje» (p. 251).
Sin discusión, el lenguaje establece una diferencia fun­
damental entre los animales sub-humanos y el hombré, y
parece lógico el considerar que los paradigmas y con­
ceptos formulados para tratar con los fenómenos no lin­
güísticos tengan que ser insuficientes para aceptar las ca­
racterísticas cualitativas del lenguaje como conducta (Ri-
bes, 1977). En este respecto, es poco adecuado describir
y explicar las interacciones lingüísticas en términos de
condicionamiento o de conceptos derivados del condicio­
namiento. Es igualmente nugatorio analizar la conducta
lingüística en términos derivados de funciones conductua-
les simples como el reducirla a los patrones estructurales
y formales de las convenciones gramaticales (Ribes, 1979).
La teoría de la conducta ha confundido el análisis de los
sistemas reactivos lingüísticos (y su adquisición), con la
investigación de las interacciones lingüísticas como un
nivel sustitutivo de conducta entre los que hablan, los
que escuchan, y el ambiente físico y social (Kantor, 1977).
Un examen cuidadoso del trabajo de Skinner (1957) sobre
el particular, con el fin de citar la contribución más des­
tacada en este respecto, describiría gráficamente las li­
mitaciones antes mencionadas. Los fenómenos lingüísti­
cos, como comportamiento referencial requieren de la in­
teracción de los eventos a los que se refiere el que «ha­
bla», y un «escucha» a quien se refiere el que «habla». El
escucha hace contacto con los eventos a través de la ac­

58
ción del que habla, quien media o sustituye dichos even­
tos. La conducta controlada por estímulos morfológica­
mente lingüísticos (como en las respuestas texuales, intra-
verbales o de transcripción) así como aquella conducta
que produce patrones morfológicos lingüísticos (como su­
cede en los estudios sobre adquisición del lenguaje), care­
cen de la función referencial intrínseca a las interacciones
propiamente lingüísticas, y están más bien relacionados
con casos de conducta simbólica o con el establecimiento
de los sistemas reactivos socialmente requeridos con el fin
de desarrollar conducta referencial.
La distinción entre la conducta específicamente huma­
na y el comportamiento no humano permitiría la formu­
lación de una teoría en la que, al analizar los procesos
como funciones cualitativas, se sistematizaría el desarrollo
de estas funciones y procesos en dos direcciones: la on­
togenia y la filogenia de la conducta. Las funciones cua­
litativas significan diferentes niveles de organización de
las interacciones entre los organismos y sus ambientes,
por ejemplo, un contacto indirecto entre la respuesta y
los eventos como ocurre en las interacciones lingüísticas
involucra una función cualitativa diferente que los contac­
tos directos como los que tienen lugar en el condiciona­
miento clásico. La relevancia de caracterizar en forma
apropiada a la conducta humana parece obvia en el caso
de la ontogenia de la conducta. Y dicha caracterización se
vuelve aún más relevante al señalar que en un solo orga­
nismo existe una continuidad en la evolución de las fun­
ciones conductuales, algunas de las cuales son comparti­
das con las especies no humanas mediante su reorganiza­
ción y subordinación a los procesos específicamente hu­
manos. Indudablemente, el desarrollo humano es uno de
los tópicos cruciales en la teoría de la conducta. El tra­
bajo pionero de Bijou (1976) y Bijou y Baer (1961), ha
mostrado las dificultades planteadas por la ontogenia de
la conducta a los marcos teóricos actuales. Del lado de la

59
filogenia de la conducta, el análisis teórico no debería di­
rigirse solamente al señalamiento de distinciones entre
la conducta humana y la no humana, sino también a di­
ferencias cualitativas semejantes en funciones que carac­
terizan niveles de complejidad y organización conductual
entre los varios phyla y especies.

Algunos vacíos conceptuales en la teoría de la conducta

Los datos por sí mismos no proveen de conocimiento.


Se requiere una estructura teórica que organice, sistema­
tice y vuelva significativos a los datos. Muchos de los pro­
blemas confrontados por la teoría de la conducta son con­
ceptuales más que empíricos, puesto que los datos reco­
lectados y buscados no son independientes de los supues­
tos teóricos subyacentes a su producción. Sin pretender
ser exhaustivo, mencionaré algunos de los conceptos re­
queridos para clasificar problemas que reflejan nuestras
limitaciones en la descripción adecuada de la complejidad
de los datos y eventos bajo análisis. Me referiré a los si­
guientes conceptos:

a) Historia interconductual. Representa la influencia


de interacciones previas sobre las situaciones pre­
sentes. La historia refleja la evolución separada y
conjunta a la vez de los estímulos en relación a las
diversas funciones de respuesta, así como la bio­
grafía reactiva ante funciones de estímulo variadas.
Por consiguiente, las interacciones descritas como
historia no actúan como un efecto lineal, y desem­
peñan más bien dos papeles. Por un lado, las in­
teracciones previas determinan la probabilidad de
contactos particulares entre el organismo y el am­
biente. Por el otro, las propiedades cualitativas de
interacciones sucesivas modulan el tipo de con-

60
tacto entre el organismo y el ambiente, es decir, la
naturaleza de la función interconductual en proce­
so. La conducta psicológica, en contraste a la mera
conducta biológica, representa la acción de la his­
toria individual en el desarrollo de las interaccio­
nes funcionales con el ambiente. La extensión de
las funciones a estímulos condicionales así como la
función sustitutiva de la conducta lingüística, son
ejemplos ilustrativos de cómo la historia se cons­
truye en la interacción continua del organismo con
sus circunstancias. Los investigadores conductua-
les tienen que ver constantemente con la historia,
especialmente en los estudios dedicados al análisis
de los tratamientos secuenciales o a las transicio­
nes. No obstante, no se efectúa ninguna sistemati­
zación conceptual acerca de esta interacción empí­
rica. Apenas comienza a reconocerse su pertinencia
al desarrollo conductual y a los efectos de los pro­
gramas de estímulo (Morse y Kelleher, 1970). No
obstante, no forma parte de las herramientas del
análisis conceptual cotidiano. Su inclusión parece
imperativa a ñn de alejamos de las interpretaciones
lineales de la conducta, especialmente en el caso de
la conducta humana.
b) Funciones de estímulo-respuesta versus objetos de
estímulo y sistemas reactivos. Aunque el concepto
de r dejo y de la operante en Skinner (1931, 1935)
es de naturaleza funcional, y analiza al estímulo y
la respuesta en términos de covariaciones de una
relación, esto ha sido olvidado a menudo en la prác­
tica teórica y experimenta; debido a que no exis­
ten definiciones diferenciales para delimitar los ob­
jetos, los sistemas de respuesta y las dimensiones
del estímulo de las funciones propiamente dichas.
Kantor (1933) subrayó la naturaleza funcional y bi-
direccional del contacto entre estímulo y respuesta.

61
Del mismo modo, Kantor distinguió la función del
estímulo y el objeto de estímulo, así como la fun­
ción de respuesta de las respuestas y los sistemas
reactivos. Los objetos de estímulo y los sistemas
reactivos están constituidos por múltiples estímu­
los y respuestas, siendo estos últimos sus segmenta­
ciones físicas y morfológicas. Las funciones son las
relaciones establecidas por contactos proximales y
distales entre el organismo y los objetos de estímu­
lo en el ambiente, y por ende las funciones cubren
más de un solo elemento de estímulo y respuesta.
Por consiguiente, un solo objeto de estímulo, puede
tener funciones de estímulo diferentes así como un
sistema reactivo particular puede poseer varias fun­
ciones de respuesta. No existe correspondencia di­
recta entre el objeto, el estímulo y la función, al
igual que en el caso de la respuesta. Además, esto
significa que las funciones de estímulo y respuesta
no pueden ser adscritas a eventos aislados discre­
tos de estímulo y respuesta. Las funciones compren­
den segmentos extensos de estímulos y respuestas,
que no son susceptibles a un análisis molecular
como una aproximación de primer orden. Los pro­
gramas de estímulo de segundo orden y la con­
ducta de evitación libre constituyen ejemplos des­
tacados de este problema.
Sin embargo, como lo muestran claramente las
prácticas de modificación de conducta, la respues­
ta y el estímulo se han identificado consuetudina­
riamente con los objetos, sistemas y funciones. Se
observa la misma confusión en los informes expe­
rimentales y análisis teóricos cuando se restringe
las funciones a un sistema reactivo particular (como
ocurre en las llamadas interacciones respondientes-
operantes) o cuando se adscriben las funciones de
estímulo al objeto de estímulo total (como en el
caso del reforzador), identificando siempre a una
función particular con un objeto o sistema reacti­
vo particular. Las funciones pueden comprender va­
rios objetos de estímulo así como diferentes siste­
mas reactivos, a la vez que en un solo objeto de es­
tímulo o sistema reactivo sólo una parte, y no to­
dos los elementos constitutivos, pueden integrar la
función total.
Las concepciones moleculares del estímulo y la
respuesta han conducido a constricciones morfoló­
gicas de las funciones de respuesta y a reducir las
funciones de estímulo a las dimensiones derivadas
operacionalmente de eventos puntuales, como en el
caso de los estímulos reforzantes, condicionales y
discriminativos. Por una parte, estas funciones no
parecen poder cubrir casos que trascienden los pa­
radigmas operacionales del condicionamiento sim­
ple, como sucede en la impronta, los programas de
segundo orden y la discriminación condicional. Por
otra parte, las funciones discriminativas, condicio­
nales y reforzantes son a veces difíciles de aislar y
se yuxtaponen cuando se describen segmentos con-
ductuales extendidos. Las funciones debieran iden­
tificarse con base en dos criterios:
Primero, una función no es idéntica al procedi­
miento o al fundamento metodológico disponible
para determinar las relaciones tentativas en una in­
teracción organismo-ambiente, lina función es un
concepto que describe las propiedades cualitativas
y estructura de una interacción e interdependencia
complejas entre el organismo y su medio. Por con­
siguiente, las relaciones lineales simples, como las
prescritas para las funciones de estímulo discrimi­
nativas, condicionales y reforzantes, son insuficien­
tes para tipificar un segmento interconductual, y
llevan a su aplicación reduccionista y ubicúa a fe-

63
nómenos que no comparten propiedades semejan­
tes.
Segundo, las funciones no pueden definirse en
términos de la interacción de eventos puntuales.
Estas descripciones son cuestionables tanto sobre
bases de tipo lógico como de medida, y los datos
experimentales señalan continuamente al carácter
contextual y molar de las interacciones, de modo
tal que tendrán que ser tomadas en consideración
porciones mayores de la actividad del organismo
y el flujo ambiental. Suponer que la interacción de
un organismo con su ambiente circundante puede
explicarse sólo en términos de los pocos factores
discretos que se describen y manipulan operacio-
nalmente en las situaciones experimentales o aplica­
das, parece constituir una posición simplista e in­
genua. Todos los factores envueltos en una inter­
acción, identificados o no, participan en su deter­
minación, como el trabajo preliminar de Schoen-
feld y Farmer (1970) parece apoyar en relación a la
influencia de respuestas no definidas (J/L) sobre la
conducta estipulada operacionalmente (R).
c) La Clasificación de la Conducta. Si las funciones
constituyen conceptos descriptivos y explicativos de
algún valor, deben formularse de modo tal que per­
mitan clasificar a los fenómenos independientemen­
te de los procedimientos empleados, señalando ni­
veles dierenciales de integración conductual. Las
funciones debieran diferenciar entre diversas cua­
lidades de interacción, a la vez que señalan el tipo
de análisis cuantitativo requerido tanto en térmi­
nos de procesos espacio-temporales como de los pa­
rámetros implicados.
Ya se ha mencionado que un primer paso para
adecuar la teoría de la conducta sería el distinguir
entre conducta humana y animal, así como entre

64
diferentes clases de conducta no humana. Así, el
cuerpo central de una teoría de la conducta sería
la organización jerárquica de las funciones que pres­
cribirían los límites de los diversos niveles organi­
zativos de la conducta en el hombre y los ani­
males.
Examinemos dos asuntos adicionales en relación
a esta problemática. Uno se refiere a cuestiones que
surgen en el contexto de la conducta animal. Los
conceptos actuales, vinculados al operacionalismo,
implican algunas veces a más de una función como
ocurre con los estímulos discriminativos y refor­
zantes en el condicionamiento operante. Estos sus­
titutos de conceptos funcionales, sin embargo, no
permiten una organización jerárquica de la conduc­
ta dado que su postulación siempre es reductiva o
exclusiva de otros procesos alternativos y las fun­
ciones comprendidas. Así, se ve al condicionamiento
operante como un proceso reductible al condicio­
namiento clásico o como un proceso distintivo que
interactúa con el condicionamiento respondiendo en
un mismo nivel funcional, si no es que se le conci­
be como el único proceso real que deja al condi­
cionamiento clásico como un epifenómeno experi­
mental. En cualesquiera de estas tres concepciones,
no se considera que puedan constituir manifesta­
ciones de diferentes niveles de integración de la con­
ducta, y por lo tanto, no se cuestiona si uno de
ellos puede ser la condición necesaria, mas no su­
ficiente, para la existencia del otro. El segundo pun­
to a ser señalado se relaciona con la conducta hu­
mana. Se ha afirmado que existe una discontinui­
dad entre la conducta animal y la humana, y que
esta distinción cualitativa se debe en gran medida
al papel central desempeñado por el lenguaje. No
obstante, dentro de la misma conducta humana po-

65
demos encontrar también una jerarquía de reía
ciones, de manera tal que la teoría de la conducta
debería establecer los límites de los fenómenos re­
lativos a la conducta simbólica, social y lingüística,
entre otras. Skinner mismo (1957), se percató de la
necesidad de distinguir entre la conducta verbal y
la social, puesto que en ambas, de acuerdo a su po­
sición, el reforzamiento era mediado por otros. No
obstante, todavía es el momento de que se realice
esta tarea como forma de aclarar la ruta para un
esfuerzo teórico de mayor profundidad,
d) Los Medios sociales normativos. El hombre se dis­
tingue de los animales debido a la naturaleza social
de su ambiente. Y por social no queremos decir so­
lamente el vivir colectivo, que se comparte con otras
especies animales, sino los ambientes y convencio­
nes construidas históricamente que son distintiva­
mente únicas de la especie humana. El ambiente
social, a diferencia del medio físico, no tiene pro­
piedades dimensionales intrínsecas con las que se
deba interactuar, sino por el contrario, se encuen­
tra sometido a un cambio continuo, siendo deter­
minadas sus atribuciones físicas por las convencio­
nes del grupo, que se imponen a la conducta indi­
vidual. Este carácter de la conducta humana es re­
conocido por Skinner (1957), cuando expresa que
«la conducta verbal es moldeada y mantenida por
un ambiente verbal, por gente que responde a la
conducta de cierta manera debido a las prácticas
del grupo del cual son miembros» (p. 226). En este
contexto, los medios normativos especifican el tipo
de contactos posibles, y por consiguiente permiti­
dos en un grupo o institución social, representando
la especificidad de las interconductas característi­
cas de dicho grupo. Esto no se refiere solamente a
los aspectos morfológicos de la interconducta sino

66
también a las propiedades funcionales que, a través
de la convención, el medio social impone a los ob­
jetos, eventos, personas y sistemas reactivos. Las
comunidades lingüísticas, los roles sociales y las
convenciones morales adoptadas por grupos socia­
les específicos son ejemplos de medios normativos.
La inclusión de los medios normativos como con­
cepto teórico se fundamenta en dos razones. Pri­
mero, se subraya el origen de los patrones caracte­
rísticos de la conducta humana, y aun cuando refi­
riéndose a su observación en términos de caracte­
rísticas físicas, también define sus propiedades fun­
cionales en términos de atributos impuestos con­
vencionalmente. Segundo, al considerar que las fun­
ciones sociales son específicas a medios particula­
res, no se fomenta la generalización de las interac­
ciones humanas como indicadores de leyes o prin­
cipios universales «naturales». No se puede lograr
una comprensión cabal de la conducta humana si
no enmarcamos los procesos y parámetros bajo la
especificidad normativa de los medios sociales. De
otro modo, se cometería el mismo error de la psi­
cología social tradicional al concebir las interaccio­
nes sociales como universales e independientes de
las convenciones desarrolladas históricamente por
los grupos e instituciones sociales,
e) Los límites con las ciencias biológica y social. Uno
de los problemas más relevantes para una teoría
de la conducta es delimitar su objeto de estudio de
los de las ciencias biológica y social. Esta es una
tarea necesaria para fijar el espectro relativo de
cada disciplina sobre los fenómenos empíricos que
intersectan a la conducta en varias direcciones. Del
lado de la ciencia biológica, existe una tendencia
permanente a reducir lo conductual a lo biológico
siguiendo la tradición cartesiana. En la teorización

67
actual todavía se encuentra al sistema nervioso con­
ceptual (Skinner, 1950) así como a concepciones in­
teraccionistas e isomórficas de la determinación de
la conducta.
La ambigüedad de dichos límites se refleja tam­
bién en la discusión teórica que siguió a los estu­
dios occidentales (Miller, 1969) sobre el condicio­
namiento instrumental de las respuestas autónomas.
Desde entonces, hemos sido testigos de una ten­
dencia a mostrar la condicionabilidad de cada sis­
tema biológico de respuesta, sin cuestionarse si se
trata de hecho de una cuestión significativa (Schoen-
feld, 1967). En la psícologización de los fenómenos
biológicos surgen problemas semejantes, como ocu­
rre cuando se examinan fenómenos como los mo­
vimientos hacia o aparte de los objetos y estímu­
los, vbgr., los tropismos y los tactismos.
Del lado de la ciencia social, las cosas no son
mejores. Si a veces se considera que la psicología
es una disciplina social, los fenómenos psicológicos
se consideran el reflejo subjetivo de la estructura
social; en otras ocasiones, los fenómenos sociales se
reducen a la interacción aditiva de principios con-
ductuales (Skinner, 1962). De cualquier manera, si
se ha de lograr algún avance en la relación inter­
disciplinaria de la ciencia social y la de la conducta,
esto debe hacerse mediante la definición de los do­
minios teórico y empírico de cada disciplina. Esta
labor no es ajena a la revisión crítica del objeto de
estudio de la teoría de la conducta y a la revalora­
ción de las mejores estrategias conceptuales para
obtener un desarrollo teórico congruente.

68
Consideraciones finales

He señalado algunos de los problemas principales que


confronta la teoría de la conducta a fin de convertirse en
un sistema conceptual capaz de copar con la conducta
animal y humana y las cuestiones relativas a la ontoge­
nia y filogenia de la conducta. En vez de proporcionar so­
luciones concretas, he más bien subrayado la necesidad
de formular un conjunto de definiciones y conceptos fun­
cionales para orientar la investigación y la organización
de los datos. A fin de concluir, mencionaré tres proble­
mas estrechamente vinculados a los cambios propuestos.
Primero, el análisis conceptual de los procesos debería
romper sus ligas con la tradición operacionalista que ca­
racteriza a nuestras prácticas teóricas. Los procesos se­
rían concebidos como un campo complejo de interdepen­
dencias, en los que las funciones consistirían en la natu­
raleza cualitativa de la interacción entre el organismo y
su ambiente. El análisis molecular sería de significación
en la medida en que se enmarcara en una descripción mo­
lar, no atomista y no lineal de la interconducta.
Segundo, los procesos tradicionales bajo denominacio­
nes como las de percepción, pensamiento, memoria, apren­
dizaje, motivación y otros, se analizarían como compo­
nentes funcionales de paradigmas diversos describiendo
la variedad de interacciones de campo. Estos conceptos
se diluirían en verdaderas explicaciones funcionales de las
distintas cualidades de interacción, tanto en el contexto
de la ontogenia como en el de la filogenia de la conducta,
sin simplificar sus propiedades en términos de un para­
digma único, como ahora ocurre.
Tercero, no debieran efectuarse extrapolaciones a par­
tir de paradigmas y conceptos formulados para describir
interacciones simples con el fin de dar cuenta del análisis
experimental y aplicado de la conducta humana. El di­
vorcio creciente entre la ciencia básica y las técnicas apli­

69
cadas testimonian la inadecuación de los conceptos y defi­
niciones actuales para tratar con la complejidad de la con­
ducta humana en las situaciones sociales.
Finalmente, desearía citar las palabras de Sidney Bi-
jou, en una entrevista realizada por Krasner (1977), que
me parecen pertinentes a la temática de este escrito:
«...Nos estamos desplazando hacia una aproximación de
campo, en la que debemos tomar en consideración cinco
o seis clases de variables en un sistema de contingencias
de campo, y relacionar los cambios en cualquier parte del
campo a cambios en todas las otras partes del campo»
(p. 599). Para hacerlo, sin embargo, es necesario ser crí­
ticos de nuestros fundamentos y buscar otras opciones
provistas por una filosofía conductista de la ciencia.

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S kinner , B. F.: Verbal Behavior. N ueva York: Appleton
Century Crofts, 1957.
S kinner , B. F.: Two «social svnthetic relations». Journal
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533.
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Halliday (Eds.), Inhibition and Learning. Nueva York:
Academic Press, 1972.
W atson, J. B.: Psychologv as the behaviorist views it. Psy-
chological Review, 1913, 20. 158-177.
W atson, J. B.: Behaviorism. Nueva York: Norton, 1924.

72
4. ¿SE HA ABORDADO EL LENGUAJE DESDE
EL ANALISIS DE LA CONDUCTA? 8

"Sin la palabra no habría historia n i am or;


seríam os com o el resto de los anim ales, m era
perpetuación y m era sexualidad. H ablar nos
une com o parejas, com o sociedades, com o
pueblos. H ablam os porque som os, pero so­
m os porque hablam os.”9

J ulio Cortázar

El lenguaje ha sido siempre un tema omnipresente en


la teoría psicológica, debido a que su análisis es crucial
para probar el poder y adecuación de los varios enfoques
metodológicos del comportamiento. Las cuestiones rela­
tivas al lenguaje no parecen ser originales de la psicolo­
gía, sino que se derivan de disciplinas ajenas al estudio
de la conducta, pero que no obstante se relacionan con el
«lenguaje»: la fonología, la lingüística, la gramática, la
neurología, la antropología, la semántica e incluso la filo-
8. T rab ajo leído p o r invitación en la Séptim a R eunión Anual
de la A ssociation fo r B ehavior Analysis, en M ilwaukee, EE.UU.,
m ayo de 1981. El a u to r agradece a J. R. K a n to r y Sidney W. B ijou
sus sugerencias p a ra m e jo ra r el m an u scrito .
9. D iscurso leído en el C entro A rgentino en Defensa de los
Derechos H um anos, M adrid, m arzo 23, 1981. R eproducido en Uno
m ás Uno, m ayo 2, 1981, C iudad de México.

73
sofía. Por lo tanto, parece obligado, como primer paso,
vincular a la psicología con el estudio del lenguaje, y se­
ñalar la relevancia teórica y empírica que el lenguaje pue­
de tener para una teoría de la conducta en general. Sin
embargo, antes de examinar este problema, puede ser con­
veniente discutir algunos otros tópicos relativos al len­
guaje desde la perspectiva de un análisis conductual, así
como el tipo de relaciones empíricas que están compren­
didas en su estudio.
El lenguaje, en psicología, se ha relacionado con tó­
picos tan diferentes como el pensamiento, la comunica­
ción, la formación de conceptos, el significado, y la solu­
ción de problemas. Sin embargo, todos ellos se centran
en última instancia en relación a una cuestión teórica.
¿Existe una diferencia básica entre la conducta animal y
la conducta humana? Muchas de las críticas a un análisis
conductual del lenguaje surgen de la suposición de que
el lenguaje es algo más que conducta, y que para com­
prender al lenguaje, se necesitan conceptos y principios
distintos a aquellos empleados para explicar la «conduc­
ta» propiamente dicha. Detengámonos en los dos proble­
mas fundamentales que subyacen a esta postura. Prime­
ro, ¿es la conducta animal diferente, como objeto de estu­
dio, de la conducta humana? Segundo, en caso de serlo,
¿es posible analizar la conducta humana sobre la base de
los mismos supuestos empleados para la conducta ani­
mal? o ¿necesitamos apelar a conceptos que se refieren
a un conjunto de eventos diferentes?

La conducta animal y la conducta humana

Comencemos afirmando que, de hecho, la conducta hu­


mana es semejante y diferente, a la vez, a la conducta ani­
mal. Son semejantes, en el sentido evolutivo de que los
fenómenos o eventos complejos incluyen, como parte de

74
su organización o estructura, a las propiedades y deter­
minantes de los eventos más simples. La conducta huma­
na es afectada por las mismas leyes y variables que de­
terminan la conducta animal, pero no sólo por ellas. Las
influencias sociales hacen a la conducta humana altamen­
te específica respecto a las diversas clases de conducta
no humana definidas por los ambientes no sociales. ¿Cuál
es la especificidad de las sociedades humanas en compa­
ración a los ambientes «sociales» animales? La vida en
grupo y la interacción social, en términos de las influen­
cias mutuas de los organismos, no son peculiares a los
individuos humanos. No obstante, la sociedad humana di­
fiere en un aspecto fundamental de cualquier otro tipo de
ambiente grupal de interacción ínter o intraespecífico: la
sociedad humana organiza las interacciones entre los in­
dividuos en términos de las convenciones establecidas
por acuerdo, al menos de algunos de los miembros del
grupo, y estas convenciones trascienden las relaciones con­
cretas e interacciones que puedan establecer los indivi­
duos particulares en ocasiones determinadas. Estas con­
venciones permiten el desligamiento respecto de las situa­
ciones concretas con base en las propiedades funcionales
de las interacciones conductuales comprendidas en el es­
tablecimiento de las convenciones mismas. Desde un pun­
to de vista conductal, el desligamiento es la consecuencia
funcional de la arbitrariedad de las convenciones involu­
cradas. Pero, en términos conductuales ¿cuál es la natu­
raleza de estas convenciones? Las convenciones no son
nada más que las interacciones lingüísticas, y éstas consti­
tuyen mediaciones complejas entre individuos con base
en los sistemas reactivos establecidos socialmente, en for­
ma autónoma de la naturaleza de los objetos, eventos o
individuos con los que pueden relacionarse. Esta indepen­
dencia funcional, de la cual carecen las conductas ligadas
a lo biológico, permite que las interacciones lingüísticas
delimiten a la conducta animal de la humana. Los anima-

75
les no son capaces de establecer convenciones separables
de las situaciones concretas en las que tienen lugar las in­
teracciones. En este sentido, la comunicación en los ani­
males, es no lingüística, dado que los sistemas reactivos
están constituidos por el mismo conjunto de respuestas
ligadas a lo biológico que se dan sólo ante situaciones
concretas. Las convenciones humanas son independientes
de las situaciones concretas, tanto en espacio como en
tiempo, y esto es determinado por la naturaleza arbitraria
de la interacción lingüística que define a las convenciones
como conducta.
Habiendo determinado que la conducta humana es di­
ferente a la conducta animal en el sentido previamente
señalado, tratemos el segundo problema. ¿Es posible ana­
lizar la conducta humana en los mismos términos que la
conducta animal? o ¿debemos buscar un nivel adicional de
conceptualización que no.sea directamente referible a tér­
minos conductuales? Esta cuestión ha sido contestada de
dos maneras diferentes, ambas, a mi modo de ver, erró­
neas.
Una asume una posición dualista, ya sea en términos
de la sustancia de los eventos, o en términos de la posibi­
lidad de conocer dichos eventos. De cualquier manera, la
conducta se restringe a: (a) un índice de un tipo diferente
de fenómeno o evento, o (b) el epifenómeno público del
proceso crucial, que es inobservable. La conducta es anu­
lada como dato básico y su pertinencia es sólo metodoló­
gica en relación a la inferencia de procesos o entidades in­
ternas. Estas pueden ser eventos fraseados conductual-
mente, vbgr., respuestas de significado (Osgood, 1958;
Mowrer, 1960), o definitivamente en términos cognosciti­
vos mentalistas, vbgr., estructuras profundas (McNeill,
1971). Pero, al margen de la forma conceptual particular
que adoptan, su formulación significa establecer una fron­
tera no superable entre la conducta y estos fenómenos
diferentes. De esta manera se formaliza el dualismo.

76
La contestación alternativa, pero también incorrecta, a
esta cuestión ha sido afirmar que los conceptos derivados
del análisis de la conducta animal son suficientes para des­
cribir y explicar la conducta humana. Esta posición ha
asumido dos modalidades. Una ilustrada por Watson
(1924), reduce las interacciones a acciones, y por consi­
guiente a movimientos, vbgr., el análisis del pensamiento
como lenguaje subvocal. La otra reconoce que la conducta
humana es diferente en cualidad, pero a la vez, supone que
los conceptos analíticos formulados en situaciones sim­
ples son susceptibles de extrapolación a fenómenos más
complejos. Skinner (1957) representa esta posición. Aún
cuando dice, en relación a la conducta verbal, que «...la
conducta que es efectiva sólo a través de la mediación de
otras personas tiene tantas propiedades distintivas topo­
gráficas y dinámicas que se justifica, y de hecho, requiere
de un tratamiento especial» (p. 2), su análisis de la con­
ducta verbal no alcanza a identificar conceptualmente es­
tas propiedades debido, en gran parte, al empleo del para­
digma de la triple relación de contingencia. Ribes (1979)
y Whitehurst (1979) han señalado algunas de las limitacio­
nes del análisis que hace Skinner de la conducta verbal,
tanto sobre bases teóricas como empíricas.
Aun cuando los términos empleados para explicar la
conducta animal pueden ser inadecuados para describir la
complejidad de la conducta humana, no creemos que este
hecho justifique el uso de concepciones dualistas. En otras
palabras, el reconocer las diferencias cualitativas en un
dominio empírico no avala necesariamente la existencia de
dos dominios diferentes. La conducta humana es distinta
de la conducta animal no sólo en relación a su apariencia
o morfología, sino debido a su organización funcional, dado
que el lenguaje y la sociedad definen y posibilitan diferen­
tes dimensiones de interacción entre los individuos y los
objetos. Estas dimensiones comprenden complejos proce­
sos de mediación de las interacciones, mediaciones exter-

77
ñas que constituyen, como organización de un campo, con­
ductas cualitativamente distintas. La diferencia de cualidad
no se refiere a una sustancia hipotética que componga a la
conducta o a la «mente», sino a la estructura de campo de
los objetos, eventos e individuos en interacción, que de­
fine la organización funcional de la conducta. El lenguaje
y el ambiente social definen una cualidad distintiva de la
conducta humana, pero ello simplemente significa que
nuevos elementos y relaciones encontrados en las interac­
ciones humanas, no son posibles en los animales. No obs­
tante, las leyes y procesos que gobiernan las interaccio­
nes animales son condiciones necesarias para compren­
der y explicar la conducta humana, de modo tal que, los
conceptos que describen interacciones humanas no exclu­
yen a los conceptos relativos a la conducta animal, sino
que por el contrario, los incluyen como un subconjunto
necesario del campo de eventos interactivos bajo estudio.
Resumamos diciendo que, aunque la conducta humana re­
quiere de un nuevo conjunto de conceptos adecuados a las
propiedades del complejo campo de interacciones involu­
cradas, estos nuevos conceptos se basan en e incluyen a los
constructos empleados para analizar la conducta animal.
Es nuestra intención esbozar algunas distinciones nece­
sarias entre el lenguaje como estructura convencional y
producto social, y la conducta, como la interacción de
organismos individuales con otros individuos y objetos
en el ambiente. Esta estrategia nos permitirá mostrar que
el «lenguaje» en los humanos tiene diferentes funciones,
y que ellas pueden ser descritas y explicadas de acuerdo
a diferentes dimensiones de organización interactiva. Para
ello, comenzaremos examinando como estas diversas fun­
ciones han sido confundidas en la teoría de la conducta
(¿o teorías?) a fin de proceder a un análisis más detenido
de los problemas implicados por la relación entre el len­
guaje y la conducta humana.
En esta confusión del lenguaje como producto formal

78
de la interacción social entre los individuos con la interac­
ción misma, yace, en gran medida, la incapacidad para
proponer una explicación del lenguaje como conducta
humana. Ilustraremos esta incapacidad, concentrándonos
en el análisis que hace Skinner de la conducta verbal
(1957).

El análisis operante del lenguaje como conducta

El propósito del análisis efectuado por Skinner es estu­


diar el lenguaje desde un punto de vista funcional, pero
dado que «... se ha venido refiriendo a las prácticas de una
comunidad lingüística más que a la conducta de cuales­
quiera de sus miembros... el término “conducta verbal”
es más recomendable... hace hincapié en el individuo que
habla moldeado y mantenido por consecuencias mediadas»
(1957, p. 2). Aun cuando intentaremos mostrar alguna in­
consistencia entre estas afirmaciones y otras más, es nues­
tro propósito subrayar la concepción del lenguaje como las
conductas del que habla y el que escucha en un episodio
total. La conducta debiera entenderse como los segmentos
totales que incluyen al que habla y al que escucha. Aún
aislado «...el que habla puede ser estudiado suponiendo
a un escucha, y al escucha suponiendo al que habla» (p. 2).
Sin embargo, parecen haber restricciones teóricas y empí­
ricas para esta descripción separada de cada uno de los
miembros del episodio si se busca preservar al episodio
como una interacción unificada.
El análisis separado del que habla y el que escucha, ha
soslayado, de hecho, el problema fundamental: la interac­
ción conductual particular que tiene lugar cuando el que
habla media la interacción del que escucha con otros in­
dividuos o eventos en un proceso bidireccional y recíproco.
Aislar la relación de control en términos del que habla so­
lamente saca de contexto a la propia conducta de hablar,

79
con una doble consecuencia negativa. Primero, el proble­
ma de la referencia como el hablar acerca de objetos y
eventos, abstraída de la relación que determina a quién
se está hablando, restablece el viejo problema del signifi­
cado y la expresión de ideas característico de los enfoques
cognoscitivo y conductista metodológico. Aunque Skinner
dice que «en términos muy generales podemos decir que
la conducta en la forma del tacto funciona en beneficio del
escucha extendiendo su contacto con el ambiente», consi­
dera que «un tacto puede definirse como una operante
verbal en la que una respuesta de forma determinada es
evocada o al menos fortalecida por un objeto o evento
particular» (pp. 81-85), subrayando de este modo la rela­
ción entre el objeto de estímulo y la respuesta del que
habla. Segundo, la fragmentación del episodio verbal en
tra en conflicto con la noción misma de comunicación o
función de referir del que habla (Kantor, 1977). Si el len­
guaje tiene algún interés para la psicología es debido a que
el lenguaje como la conducta de hablar, escribir, y leer
afecta la conducta de un lector o escucha, no como un
efecto simple, sino también en su relación con otros indi­
viduos y eventos, incluyendo al que habla y al que escribe.
Catania (en prensa) destaca este problema cuando esta­
blece que «la conducta verbal deriva su poder de esta re­
lación (el tacto), porque sin ella no habría nada acerca de
qué hablar.»
El aislamiento del episodio verbal en la forma de las
conductas separadas del que habla y el que escucha (con
una dedicación muy ligera a este último) no sólo hace a
un lado la función mediadora del que habla en relación al
contacto del escucha con otros individuos y eventos, sino
que invierte el problema al establecer que el que habla
es el componente mediado en la interacción. Se dice que
el que habla es mediado en el reforzamiento de su conduc­
ta por el que escucha. El escucha es sólo un sustituto for­
mal del estímulo reforzante en la relación operante. Esta

80
sustitución lógica es cuestionable por varias razones. Pri­
mero, reduce una interacción que comprende relaciones
mediadas, a una interacción no mediada. La compleja se­
cuencia (la conducta ante objetos, eventos e individuos por
parte del que habla, mediando su acción respecto al que
escucha mediante una acción lingüística, para que este úl­
timo reaccione a los objetos y al que habla) que depende
de una relación global, se ve reducida a un solo componen­
te: el que habla tactando un objeto o evento con el fin
de ser reforzado por la conducta del escucha, o quizá, para
expresarlo con más propiedad, debido al reforzamiento
procurado por el escucha. Segundo, el concepto de reforza­
miento se vuelve tan lato que no sólo es circular, sino
carente de significado e innecesario. El reforzamiento se
iguala con cualquier consecuencia de la conducta del que
habla, pero violando cuatro supuestos que definían origi­
nalmente el concepto de reforzamiento: a) la unidad ver­
bal no es una respuesta puntual repetitiva; b) no hay
condiciones independientes, previas al «efecto», que per­
mitan establecer, con un criterio actuarial, que un evento
particular va a ser reforzante, como ocurre, por ejemplo,
con el caso de la privación. De hecho, parece que en un
episodio verbal siempre hay un evento consecuente, inclu­
yendo la conducta del propio hablante, de modo que el re-
forzamiento ocurre como una predicación universal de la
acción de hablar, sin tratarse de hecho de una cuestión
empírica; c) no se produce un efecto clásico de reforza­
miento en la forma de un aumento o mantenimiento de la
frecuencia de una respuesta relativa a un período particu­
lar. La conducta verbal siempre llena temporalmente el
episodio total, sin dejar huecos que pudieran ser comple­
tados por un efecto de reforzamiento; d) exceptuando a la
relación descrita como mando, el reforzamiento desempe­
ña un papel secundario como estímulo generalizado que
libera la relación de control respecto a determinantes mo­
lí vacionales específicos, desplazando el control al estímu­

81
lo an teced en te o «discrim inativo», que, paradójicam ente se
convierte en un evento funcional fuerte a pesar de estar
asociado a u n refo rzad o r débil. R esum iendo, podría decir­
se que el reforzam iento en el análisis de la conducta ver­
bal o lingüística desem peña un papel m ás bien de ornato
teórico, que de real utilidad.
C oncluirem os n u estra argum entación planteando un
problem a adicional. ¿Es posible efectu ar un análisis fun­
cional genuino de la conducta verbal cuando el episodio
que define al evento estudiado se divide en com ponentes
separados? Pensam os que la respuesta es negativa y que,
de hecho, esto lleva a desplazar al análisis hacia una des­
cripción form al del lenguaje em pleando una term inología
conductual.
Surgen tres problem as en el trata m ien to del lenguaje
cuando se desplaza el análisis funcional hacia una descrip­
ción form al de la conducta del que habla. P rim ero, la cla­
sificación de la conducta verbal, com o u n a opción a des­
cripciones próxim as a un p u n to de vista e stru c tu ral, se
p resen ta com o u n a taxonom ía (incom pleta) de las relacio­
nes de co n tro l e n tre dim ensiones form ales del estím ulo y
dim ensiones form ales de la respuesta. Segundo, aun cuan­
do se consideran ¡relevantes, y por ende, son m arginadas
las unidades fonéticas y lingüísticas com o los fonem as y
las p alabras, la m ayoría de las relaciones descritas com ­
p renden objetos de estím ulo únicos y p alab ras o frases
cortas, com o consecuencia de un interés explícito en la ad­
quisición y m an tenim iento de las respuestas, en vez de en
las interacciones funcionales que constituyen el episodio
verbal. Tercero, los problem as estru c tu rales form ales p e r­
sisten com o lo m u estra la postulación de las funciones
autoclíticas. La g ram ática y la sintaxis se vuelven proble­
m as conductuales y se acuñan conceptos específicos para
tra ta r con ellos, a p esa r del objetivo inicial del análisis en
fo rm u lar al lenguaje en térm inos de conceptos conductua­
les legítim os.

82
Verbal Behavior es, en cierto sentido, un esfuerzo clasi-
ficatorio. Skinner hizo hincapié en ello cuando dijo que
«nuestra primera responsabilidad es simplemente la des­
cripción: ¿Cuál es la topografía de esta subdivisión de la
conducta humana?» (p. 10). Una parte sustancial del ejer­
cicio teórico se dirige a identificar las relaciones de control
pertinentes entre las respuestas vocales y escritas —pues
los gestos son apenas mencionados— y diferentes tipos de
estímulos antecedentes y reforzadores, aun cuando, como
se señaló ya previamente, el reforzamiento nunca es de
hecho central a dicho análisis teórico. Catania (en prensa)
resume el tratamiento de los reforzadores en Verbal Beha­
vior, diciendo que: «mostrar que (dichas) las consecuen­
cias pueden afectar la frecuencia de clases verbales vuelve
apropiado el llamarlas reforzadores. Pero el que no se pue­
da hacerlo no tiene relación con el que sea o no apropiado
tratar a la conducta verbal en términos de consecuencias
reforzantes. El concepto de reforzamiento es simplemente
un nombre que tacta una relación conductual particular...:
si una respuesta se mantiene debido a que ha tenido una
consecuencia particular, se le llama un reforzador. El no
poder demostrar que un evento particular sirve como re­
forzador en una situación particular significa solamente
que el término reforzador no es apropiado en esta instan­
cia» (p. 38). El problema teórico, agregaríamos nosotros,
sin embargo, tiene que ver con el significado de «manteni­
do» y «adquirido» así como con la «falta de propiedad del
término», puesto que, como ya lo mencionamos, el uso del
concepto de reforzamiento en la descripción de un episo­
dio verbal es altamente cuestionable, con base en los lími­
tes lógicos y empíricos del concepto. Un reconocimiento
de este hecho lo es el que la clasificación de la conducta
verbal descanse sobre la condición de estímulo anteceden­
te, incluso en el mando que requiere de una respuesta de
tacto al objeto o evento con el que se va a ser reforzado.
Aunque las clases formales de conducta verbal indican

83
relaciones entre propiedades morfológicas de los estímu­
los y de las respuestas, no discriminan adecuadamente las
propiedades funcionales que una misma clase puede tener.
En cierto sentido, esto es consecuencia de haber elegido
las palabras como criterio de definición de las respuestas.
Catania expresa que «las relaciones verbales formales se
definen en términos de la correspondencia entre los es­
tímulos verbales y las respuestas verbales (en el lenguaje
coloquial, diríamos que los estímulos y las respuestas usan
las mismas palabras)» (p. 7). Y aún cuando la ubicación de
la misma «palabra» en un medio o dimensión formal de
relación supera alguno de los problemas intrínsecos a la
concepción de las palabras como unidades por sí mismas,
vbgr., la diferencia entre decir fuego cuando se lee la pala­
bra o cuando se ve una casa quemarse, ello no es suficien­
te para que se evite soslayar los procesos funcionales que
median el episodio verbal. Así, aunque la palabra fuego
puede estar controlada por la presentación de diferentes
objetos de estímulo y condiciones, mostrar que el estímulo
particular relacionado a la respuesta fuego es diferente
cuando es leída que cuando se emite ante un fenómeno fí­
sico, como la combustión, no significa que la propiedad
funcional de la respuesta discursiva sea diferente. De he­
cho, decir fuego cuando se presenta un texto y cuando se
ve una casa arder pueden no tener propiedad verbal algu­
na inclusive, excepto por la morfología de la relación. No
veo diferencia alguna entre el hecho de decir, o sea, vo­
calizar una respuesta con una topografía particular ante la
presentación de un estímulo (sea éste un texto o un obje­
to), y la conducta de una paloma de picar ante una tecla
cuando el disco se asocia con una propiedad física como la
temperatura o se ilumina de modo tal que se discrimine
una figura geométrica (un texto) respecto al «fondo». La
distinción entre un tacto y un texto, empleando los térmi­
nos de Verbal Behavior, no permite diferenciar las funcio­
nes verbales del hablar.

84
Tom em os, p or ejem plo, la resp u esta textual fuego. La
relación de control de la respuesta p o r un estím ulo im pre­
so puede ten er funciones diferentes en el sentido de descri­
b ir d istin tas form as de interacción. Así, puedo leer fuego
a fin de no e n tra r en un área donde algo arde y pudiera
e star en peligro. El estím ulo fuego es la conducta escrita
de un «hablante» que m edia mi contacto conductal con un
evento físico. E sta relación es d istin ta de la respuesta
sim ple de tex tear fuego cuando un p arlan te del inglés
aprende a «leer» en castellano. Tam bién es d iferente de
cuando se lee el estím ulo fuego como el equivalente a una
fórm ula física que describe el hecho de la com bustión. Pa­
rece obvio, entonces, que una clasificación form al de la con­
ducta verbal en térm inos de la correspondencia en tre tipos
de estím ulos y respuestas, no alcanza a d a r una explicación
verdaderam ente funcional de la conducta de h ab lar com o
p arte de un episodio interactivo.
Un segundo problem a se refiere al papel ubicuo de la
palabra com o unidad en el análisis de las relaciones de
control de la conducta verbal. Aunque se descarta com o
la unidad básica de análisis —com o ocurre con o tras uni­
dades lingüísticas form ales—, la palabra subyace a todos
los tópicos p articu lares exam inados en Verbal Behavior.
lln ejem plo de esta actitu d puede en co n trarse en la revi­
sión de C atania, cuando expresa que «las palabras p a rti­
culares son dichas o escritas bajo circunstancias p articu la­
res. Las diferentes circunstancias que establecen la oca­
sión p ara palabras distin tas procuran la base p ara una
clasificación conductual de las palabras» (p. 1). Aún cuan­
do se com ienza con la suposición que las palabras no son
el problem a p ertin en te en el lenguaje como conducta, las
palabras se convierten nuevam ente en el objeto de estudio,
pero ocultas en u na definición form al de la respuesta
hablada o escrita relativa a condiciones de estím ulo par-
liculares.
Con el o bjeto de m o stra r la im portancia dada a las pa­

85
labras (y a otras unidades lingüísticas o gramaticales como
las frases y oraciones), examinaremos brevemente su tra­
tamiento como tactos y respuestas intraverbales. Al discu­
tir el problema de un lenguaje ideal, Skinner (1957) expre­
sa que «los ejemplos más familiares de unidades funcio­
nales es lo que tradicionalmente se llaman palabras. Al
aprender a hablar, el niño adquiere tactos de varios ta­
maños: palabras... frases... y oraciones» (p. 119), subra­
yando las características formales de la respuesta en tér­
minos ajenos a una descripción conductual. ¿O significa
esto que las unidades estructurales corresponden a las uni­
dades funcionales de la conducta? De ser así ¿qué nece­
sidad hay de un análisis funcional del lenguaje como con­
ducta? Se tiene evidencia adicional en las respuestas in­
traverbales, en las que se dedica un espacio razonable al
examen del encadenamiento y la asociación de palabras
como proceso explicativo. Incluso cuando la unidad intra-
verbal es mayor que la palabra (como ocurre con otras
operantes verbales), se postula al encadenamiento como el
mecanismo teórico que explica la relación funcional es­
tablecida entre respuestas y estímulos arbitrarios, es de­
cir, a las unidades formales que corresponden casi siempre
a las palabras.
Finalmente, como un tercer problema, tenemos la no­
ción de procesos autoclíticos como un equivalente con­
ductual de las estructuras gramaticales. No entraremos en
detalles respecto a la necesidad lógica de postular tales
procesos en un análisis genuino del lenguaje como conduc­
ta (véase, por ejemplo, Kantor, 1936), pero subrayaremos
el enfoque formalista que subyace a la noción de Skinner
de operantes autoclíticas. Dice que «las operantes verbales
que hemos examinado pueden considerarse el material
crudo a partir del cual se manufactura la conducta verbal
sostenida. ¿Pero quién es el manufacturador?... Las propie­
dades importantes de la conducta verbal que todavía espe­
ran ser estudiadas tienen que ver con los arreglos especiales

86
de las respuestas» (1957, pp. 312-313). C ontinúa diciendo
que «una extensión de la fórm ula autoclítica nos p erm ite
tra ta r con ciertas resp u estas verbales adicionales... y con
ciertos fragm entos de respuestas que ocu rren en las “in-
ílecciones” , así com o con otros en los que las respuestas
aparecen en m u estras m ayores de conducta vei'bal. T radi­
cionalm ente éstas cu bren el objeto de estudio de la g ra­
m ática y la sintaxis... Los puntos de vista tradicionales de
la g ram ática y la sintaxis, en lo que tiene que ver con “el
estudio de las relaciones de las ideas com prendidas en un
pensam iento”, se asem ejan a n u estra preocupación actual...
Además, a la vez que dam os cuenta de las operantes y ac­
tividades verbales que constituyen el objeto de estudio de
la gram ática, establecem os las bases p ara un tratam ien to
del p en sam ien to verbal» (1957, p. 331).
Indep en d ien tem en te del éxito lógico que satisface la
postulación de los procesos autoclíticos p ara tra ta r con
problem as perten ecientes a la gram ática y la lingüística, es
obvio que la g ram ática y la sintaxis no debieran co n stitu ir
un tópico p ara una teoría psicológica del lenguaje. Las in­
teracciones conductuales que com prenden lenguaje no tie­
nen g ram ática o sintaxis. La gram ática y la sintaxis son
disciplinas que tra ta n con el p roducto del lenguaje como
cosas. Como lo señala correctam ente K an to r (1936), «los
gram áticos, en o tras palabras, no han estudiado el discurso
real de las personas, sino que han analizado y descrito,
más bien, cosas con la form a de palabras, e incluso p roduc­
tos m ateriales literarios, de hecho, lejanos del discurso»
(pp. 7-8). Una de las lim itaciones del análisis operante del
lenguaje com o conducta es que, aun cuando rechaza for­
m alm ente un estudio e stru c tu ra l del lenguaje (visto como
com plem entario a un ab o rd aje funcional), ha im portado
de disciplinas ajenas a la psicología una serie de problem as
vinculados al concepto m ism o de estru c tu ra. Un problem a
adicional es a c la rar si esta concepción errónea ha sido o no
prom ovida p o r la n aturaleza atom ista de los conceptos de-

87
finidos por el paradigma de condicionamiento. Sin embar­
go, este no es el momento de examinar dicha cuestión.

Dimensiones conductuales de las interacciones lingüísticas

Propondremos una forma opcional de examinar el len­


guaje como conducta, con base en las concepciones adelan­
tadas por Vigotsky (1934; traducción española, 1977) y por
Kantor (1936, 1977).
El argumento básico será que ciertas propiedades fun­
cionales de la morfología lingüística son esenciales para el
desarrollo de las interacciones específicamente humanas,
y que, a pesar de ello, las conductas morfológicamente
lingüísticas pueden comprender procesos infrahumanos en
los individuos humanos. Además, las interacciones lingüís­
ticas pueden desempeñar papeles funcionales distintivos
que un solo concepto como el de conducta verbal no puede
diferenciar. Señalaremos cinco interacciones conductuales
distintivas que involucran morfología lingüística, tres de
ellas pre- o para-lingüisticas y dos realmente lingüísticas:
1) Las acciones lingüísticas requieren de un reperto­
rio fonético específico, que aun cuando determinado por
la dotación biológica característica de la especie humana,
es moldeado en la forma de diferentes morfologías foné­
ticas a través de la influencia de las reglas y factores socia­
les. La influencia moduladora de la sociedad es tan deter­
minante, que el resultado final en la forma de un conjunto
estándar de sonidos y patrones de discurso, es relativamen­
te específico a cada comunidad lingüística y bien diferente
del amplio repertorio biológico original. La adquisición
de este repertorio fonético-lingüístico como un sistema
reactivo de naturaleza social se confunde la mayor de las
veces con la adquisición de las funciones lingüísticas que
definen a las interacciones específicamente humanas. Aun
cuando los repertorios fonéticos que dependen de normas

88
sociales reflejan propiedades convencionales, el comportar­
se en términos de una morfología típica de estas conven­
ciones no significa que tenga lugar una interacción lin­
güística genuina. Así, en el primer nivel de organización
del lenguaje como conducta, encontramos la adquisición y
establecimiento de un sistema reactivo social, que define
la posibilidad de interacciones verdaderamente lingüísticas.
Este proceso o estadio de desarrollo tiene que ver con la
llamada adquisición del lenguaje y algunos de los proble­
mas relativos al lenguaje «gramatical» y la expansión del
vocabulario y formas sintácticas. El proceso ha sido sepa­
rado artificialmente en el aprendizaje de palabras y en la
expresión de frases u oraciones, es decir, las unidades sin­
tácticas significativas. Por un lado, las palabras parecen
relacionarse al problema del «significado» en el lenguaje,
y por el otro, las frases y oraciones con las estructuras
que permiten transmitir y crear el «significado». No en­
traremos en detalles respecto a las «palabras» y las «ora­
ciones». El examen que hizo Kantor (1936) de este proble­
ma es todavía válido.
Nos limitaremos a señalar que el problema del signifi­
cado en el lenguaje (ya sean palabras u oraciones) no es
un problema de buscar referentes unívocos o reglas para
generar nuevas descripciones, sino que consiste en la iden­
tificación de las condiciones funcionales que definen a una
interacción lingüística como proceso sustitutivo no restrin­
gido a las propiedades físicas existentes aquí-ahora de los
objetos y eventos conductuales. Tanto la adquisición de
las palabras como de las oraciones son, como parte del
establecimiento de un sistema reactivo convencional, un
asunto relativo a la adquisición del estilo del discurso, es
decir, el desarrollo de las pautas de respuesta fonética (y
gestural) específicas de una comunidad lingüística parti­
cular. El análisis por Skinner (1957) de las respuestas tex­
tuales, tactos, intraverbales y ecoicas es pertinente a los
momentos diferentes de este estadio, puesto que la estruc-

89
turación del estilo del discurso no es solamente un proceso
restringido a la «asociación» de palabras y objetos, sino
que se refiere también a las relaciones entre palabras como
objetos de estímulo, como ocurre en la lectura, la imita­
ción, y la conversación normal.
Para completar este nivel de interacción conductual
que comprende al lenguaje, examinaremos una caracterís­
tica adicional de este estadio de desarrollo de la aptitud lin­
güística. El establecimiento de un sistema reactivo que no
está dado como un repertorio biológico, relativamente in­
variante, implica la interacción necesaria entre el individuo
y las propiedades contextúales de los eventos y objetos de
estímulo. En este sentido, las respuestas de hablar se
vuelven funcionales ante las propiedades contextúales de
las cosas, relaciones entre objetos, y estímulos impresos.
El proceso global de nominación y de relaciones entre res­
puestas-palabra se basa en esta interacción entre las pro­
piedades de los objetos de estímulo que contextualizan en
tiempo y espacio a los estímulos fonéticos e impresos, y la
correspondiente morfología de respuesta. Esta puede ser
una de las razones para que históricamente se den explica­
ciones recurrentes del significado en términos de condi­
cionamiento clásico u operantes discriminadas.
2) Las acciones lingüísticas, aun cuando restringidas
inicialmente a responder a las propiedades funcionales
de las relaciones contextúales en el ambiente, se convier­
ten en conductas que no sólo reaccionan ante dichas pro­
piedades sino que también pueden producirlas. El indi­
viduo, al hablar, afecta los modos en que el ambiente es
funcional respecto a él. El hablar no es sólo una manera
de cambiar a otros individuos en relación con los objetos
que lo afectan o a sus interacciones mutuas. Cuando el
individuo habla, las consecuencias en el ambiente son dis­
tintas que cuando actúa en forma directa en términos no
verbales. El discurso se vuelve un repertorio funcional
para producir efectos específicos en el ambiente, princi-

90
pálm ente a través de la m ediación de otros individuos.
El discurso o habla p erm ite al individuo ser m ediado en
su interacción p o r otros individuos, y en este respecto se
vuelve un facto r esencial en el proceso de socialización.
La conducta de mandar, com o la describe S kinner (1957)
es característica de este segundo estadio de desarrollo.
No obstante, es im p o rtante hacer hincapié en que este
estadio de ap titu d lingüística no rep resen ta u n a form a de
interacción v erd aderam ente sustitutiva. El individuo es
m ediado p or la conducta de otros, pero esta m ediación
es todavía funcional sólo en referencia a interacciones
concretas aquí-ahora con objetos y otros individuos. Las
propiedades físicas sobre las que se definen las conven­
ciones todavía no son las propiedades funcionales de la
interacción. El individuo responde con la m orfología de
las convenciones pero estrictam en te sobre la base de las
propiedades concretas de la situación. Es la situación, en­
tendida com o la conducta de los dem ás hacia él, que co­
mienza a poner bajo el control de la m ediación de facto ­
res convencionales a la conducta del hablante aparente.
3) Los dos niveles previos de acciones lingüísticas no
son de hecho d iferentes que las form as de respuesta con­
cebidas p o r las teorías tradicionales basadas en el condi­
cionam iento clásico y operante. Sin em bargo, es im portan­
te su b ray ar que algunas de las acciones p articu lares seña­
ladas tran sg red erían los lím ites restringidos de estos m ar­
c o s conceptuales. E n el tercer estadio de desarrollo o com ­
plejidad de las acciones lingüísticas, las interacciones ba­
sarlas en las propiedades físicas del responder y el am ­
biente se ven m ediadas, y se tornan condicionales, a su
relación con propiedades convencionales de los estím ulos
v respuestas lingüísticos. El individuo todavía interactúa
c o n los eventos concretos de m anera aquí y ahora, pero la
interacción m ism a se vuelve condicional a los estím ulos y
respuestas lingüísticos de otros individuos que determ i­
nan las relaciones específicas a ten er lugar. M uchos de los

91
problemas comprendidos tradicionalmente bajo el nom­
bre de la formación de conceptos y la solución de proble­
mas son pertinentes a este estadio de aptitud lingüística.
El individuo puede responder con una morfología lingüís­
tica o no lingüística a un conjunto de eventos con pro­
piedades físicas compartidas o distintivas. No obstante,
el factor o variable determinante de la interacción con los
eventos está siempre relacionado con las instrucciones
verbales, los indicios convencionales o las relaciones con­
vencionales entre eventos tal como las prescribe un ter­
cer evento. Obviamente, este estadio de interacción no se
limita a las conductas conceptuales paralingüísticas; tam­
bién incluye algunas formas de fenómenos imitativos me­
diados así como algunos otros procesos complejos compar­
tidos con los vertebrados superiores, como por ejemplo,
la comunicación no o pre-lingüística y algunas interaccio­
nes no lingüísticas sociales básicas.
4) El cuarto estadio de acciones lingüísticas se rela­
ciona propiamente con el lenguaje como un evento genui-
namente conductual. Dos factores influyen en este pro­
greso funcional. De un lado, la conducta lingüística se
vuelve independiente de las propiedades situacionales con­
cretas con que interactúa, es decir, el comportamiento
convencional, y en este sentido, la morfología fonética
—como la más prominente de las acciones lingüísticas—
permite el desligamiento de las respuestas de cualquier
propiedad física particular de los individuos u objetos. La
respuesta «La casa es verde», como conducta lingüística
genuina, es independiente de cualquier casa concreta par­
ticular, estímulo textual, o cualquier otro evento presen­
te en tiempo y espacio. El desligamiento de las respues­
tas respecto a condiciones situacionales concretas, permi­
te que surjan las interacciones lingüísticas como eventos
independientes de contingencias aquí y ahora. La posibi­
lidad de referir eventos pasados y futuros, o eventos exis­
tentes pero aparentemente no observables, es una de las

92
propiedades definitorias del lenguaje como conducta. Esta
función referencial es diferente de los conceptos tradi­
cionales sobre el significado, que pueden clasificarse en
los dos primeros estadios previamente descritos. La refe­
rencia, conductualmente, comprende responder a eventos
presentes, pasados o futuros, pero no en términos de re­
laciones unívocas a sus propiedades físicas, sino en base
a las propiedades convencionales que permiten al indivi­
duo desligarse de las circunstancias momentáneas que li­
mitan la interacción concreta. Esto ocurre porque la in­
teracción lingüística, como una cualidad de contacto im­
puesta socialmente al individuo, no depende de las pro­
piedades de los eventos físicos per se, sino de los atri­
butos convencionales que la sociedad define como for­
mas pertinentes de responder a lo que se consideran pro­
piedades pertinentes. Así, cuando nos referimos a una silla
oculta debajo de una mesa, la respuesta de hablar acerca
de la relación entre la silla y la mesa, sin entrar en con­
tacto directo con ella, no sería posible si las topografías
lingüísticas dependieran de las propiedades físicas per se
de la silla, la mesa y su ubicación relativa en el espacio.
De hecho, la independencia de las respuestas lingüísticas
respecto a las condiciones de estímulo con que interactúan,
posibilita otras interacciones no aparentes en la mera pre­
sencia de los eventos, es decir, permite respuestas ante
relaciones de eventos o propiedades no observables direc­
tamente en la situación concreta.
Por otra parte, este desligamiento de la respuesta lin­
güística respecto a los eventos concretos a los que se re­
fiere un individuo, hace posible el cumplimiento de una
segunda característica, que, integrada a la anterior, per­
mite la aparición de la conducta lingüística propiamente
dicha. Este segundo factor es que la referencia no es una
acción aislada a un objeto o evento referente; es sólo el
primer paso en un proceso indivisible de referirse a un
segundo individuo, el referido. Es decir, la interacción lin­

93
güística en este estadio es biestim ulativa, dado que la res­
pu esta lingüística del re ferid o r es controlada tan to p o r el
referen te com o p o r el referido, p o r el objeto o evento de
quien se está hablando y p o r el individuo a quien uno está
hablando. E n este sentido, esta p rim era etap a de conduc­
ta lingüística genuina describe, en gran m edida, los he­
chos de la com unicación a través del lenguaje.
Surge sin em bargo la siguiente cuestión, ¿es necesario
que haya u n referido p ara h ab lar de u n a interacción lin­
güística au tén tica? Pensam os que la respuesta es afirm a­
tiva, dado que el hecho de h ablar a alguien acerca de algo
describe una conducta distintiva en relación al lenguaje.
El que h abla o re ferid o r sustituye un contacto del referi­
do (o escucha o lector) con el evento u objeto que cons­
tituye el estím ulo referente. No sólo el que habla perm ite
un co ntacto in d irecto o m ediado entre el que escucha y el
o b jeto de estím ulo o evento, sino que tam bién determ ina
la natu raleza del contacto concreto y la relación subse­
cuente e n tre el escucha, el evento de estím ulo, y el m is­
mo. No existe referencia real cuando no hay referido en
lo absoluto, y la referencia no puede apreciarse como una
interacción m ediadora -Si la conducta del escucha no es
tom ada com o el resu ltad o p ertinente de la conducta del
referidor. P odría observarse que, m ientras en el condicio­
nam iento operan te, com o un caso del segundo estadio de
ap titu d lingüística, el que habla com parte consecuencias
m ediadas p o r el escucha, en un episodio lingüístico susti-
tutivo es el escucha el que es m ediado en su contacto por
el que habla, sin concebir la posibilidad de analizar la con­
d u cta del escucha, dado que la conducta de este últim o
no sólo es p ertin en te al que habla, sino que al estím ulo
o evento m ism o del que se habla.
5) Finalm ente, se alcanza un nivel diferente de ap ti­
tu d lingüística cuando el proceso m ediador de sustitución
a través del lenguaje no se relaciona a un referido. Esto
es lo que K an to r (1977) llam a lenguaje no referencial, y

94
Vigotsky (1977) lenguaje internalizado. Tiene que ver con
un vasto número de conductas humanas complejas de­
nominadas interacción simbólica y de pensamiento. En
esta clase sustitutiva de interacciones, el individuo no sólo
reacciona a los eventos mismos sino a sus contactos sus-
titutivos con dichos eventos, proceso que le permite no
sólo desligarse del tiempo y espacio en que tienen lugar
los eventos, sino también de los eventos concretos mis­
mos. El individuo reacciona a los eventos no de manera
directa, sino mediado por sus interacciones lingüísticas.
Interactúa convencionalmente con respuestas convencio­
nales a los eventos físicos e individuos. Aunque en este
lipo de interacción lingüística el individuo puede estar en
contacto con otro individuo, responde a las propiedades
convencionales de su conducta y no a las dimensiones fí­
sicas de la misma o de los eventos circundantes. Podría­
mos decir que la propia conducta referencial o la de otros,
adquiere la cualidad de objeto de estímulo, y se interactúa
sustitutivamente con dichas condiciones de estímulo.
La formación de conceptos y el pensamiento, en este
estadio, son diferentes de las interacciones descritas en el
estadio tercero. En la etapa paralingüística, por ejemplo,
los individuos clasifican respondiendo directamente a las
propiedades o relaciones físicas. En la etapa sustitutiva
que describimos, los individuos interactúan con sus pro­
pias interacciones lingüísticas a dichos eventos y relacio­
nes físicas. Sin embargo, para que esta aptitud lingüís­
tica sea funcional, debe ser precedida, en el desarrollo,
por la sustitución referencial. De otro modo, los indivi­
duos interactuarían y vivirían dentro de Un mundo puro
de convenciones, sin la posibilidad de contacto con los
eventos y otros individuos, como puede ser que ocurra
en algunos estados alterados del comportamiento. La con­
ducta del lógico, el matemático, y la composición musical
y literaria ilustran interacciones complejas en un nivel

95
sustitutivo no referencial. El lenguaje escrito parece ser
esencial en este proceso.

Algunos comentarios finales

El análisis de la conducta ha tratado, primordialmen­


te, con las morfologías lingüísticas que no satisfacen las
características sustitutivas del lenguaje como conducta.
Hemos hecho hincapié en los primeros tres estadios con-
ductuales de desarrollo que son pre y para-lingüísticos.
Estos estadios funcionales son básicos para una compren­
sión de las interacciones lingüísticas, sólo si sus propie­
dades funcionales distintivas no se confunden con la to­
pografía y morfología compartidas con niveles superiores.
Pensamos que ciertos comentarios finales son perti­
nentes a este problema general. El primero tiene que ver
con la diferencia inicialmente examinada entre la con­
ducta animal y la humana. Después de revisar las varias
etapas por las que puede pasar la acción lingüística, se
vuelve aparente que aun cuando no toda conducta que
comparte la morfología de la conducta lingüística es pro­
piamente lenguaje como conducta, estas propiedades mor­
fológicas (incluyendo su propiedad de persistir como pro­
ductos conductuales, vbgr., la escritura) no están desvin­
culadas del desarrollo de las funciones sustitutivas. Los
primeros tres estadios de interacción no se encuentran
sólo en el hombre sino también en los animales, y la com­
paración de cómo se desarrollan en ambos no es sólo un
asunto de establecer analogías, sino que se trata de una
cuestión central a una teoría comparada de la conducta
así como a una teoría del desarrollo de la conducta. Su­
ponemos que los estadios equivalentes de desarrollo con-
ductual no son iguales en el hombre y en los animales, de­
bido a la naturaleza convencional del sistema reactivo en
el hombre y a la naturaleza histórica de las variables so­

96
cíales que afectan sus funciones. Cuando se estudie al
hom bre y a los anim ales bajo condiciones sem ejantes,
el hom bre m o stra rá siem pre funciones m ás com plejas en
lo term inal y su adquisición será m ás rápida.
E l segundo com entario tiene que ver con la estrategia
general de investigación p ara estu d iar los procesos lin­
güísticos en el hom bre. Las estrategias tradicionales, en
la m edida en que han buscado procesos asociativos o
efectos del reforzam iento, se han concentrado fundam en­
talm ente en la adquisición del sistem a reactivo y algunas
interacciones elem entales que involucran la m orfología lin­
güística. Pero ello no les ha llevado a rom per con su pro­
pósito inicial de m o stra r asociaciones o aum entos y dis­
m inuciones en la conducta, ni han servido tam poco como
guías en la producción de datos pertinentes a los procesos
reales que subyacen en las interacciones lingüísticas. Más
aún, a pesar de lo que se ha expresado, estas aproxim acio­
nes han legitim ado problem as y conceptos ajenos a un
punto de vista conductual.
Pensam os que se necesita efectu ar investigación que
lome en cuenta: a) las transiciones en tre los estadios o
etapas funcionales; b) la fluctuación de niveles de in terac­
ción en situaciones com plejas; c) el papel de la m orfolo­
gía lingüística, y especialm ente del lenguaje escrito, en el
desarrollo del proceso de desligam iento esencial p ara las
interacciones su stitu tivas; d) los parám etros involucrados
en los procesos com plejos de m ediación externa en tre dos
individuos y el am biente; e) el proceso de responder a las
propiedades convencionales de los eventos adicionalm ente
a sus características físicas; f) com o el lenguaje referen-
rial y no referencial perm iten una expansión de los con­
tactos en tre el individuo y el am biente, así como las p ro ­
piedades del am biente cam bian funcionalm ente debido a la
función lingüística.
Para concluir, desearía hacer hincapié en que si el
análisis de la conducta se propone constituirse en una

97
teoría general de la conducta que represente el cuerpo
orgánico de una ciencia psicológica, se deben captar las
cualidades distintivas de las interacciones conductuales,
sin temor de cuestionar la extrema simplicidad y lineal i-
dad de nuestros enfoques teóricos actuales. Nuestro me­
jor reconocimiento a los esfuerzos teóricos realizados en
el pasado, debe ser examinar aquellos aspectos que han
sido señalados correctamente, en vez de restringir la sig­
nificación de la problemática de la conducta humana a los
confines de sus limitaciones conceptuales.

REFERENCIAS
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ción inglesa). A ser publicado en H. Zeier (Ed.), Paw-
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W h it e u r st , G. J.: Meaning and Semantics. En G. Whitc-
hurst y B. J. Zimmerman (Eds.), T he Functions of
Language and Cognition. Nueva York: Academic Press,
1979.

98
5. CONSIDERACIONES METODOLOGICAS .Y
PROFESIONALES SOBRE EL ANALISIS
CONDUCTUAL APLICADO 0

La psicología, tradicionalmente, desarrolló su cuerpo


teórico fundamental a partir de dos vertientes principales:
una, la apropiación y extensión de problemas conceptua­
les y/o prácticos de otras ciencias, como lo fue el interés
por la psicofísica en relación al error de observación, y
el estudio del aprendizaje animal en el contexto de la
leona de la evolución; otra, la necesidad de dar sustenta­
ción teórica a prácticas aplicadas ante demandas sociales
específicas, como resultó en el caso de la medición de las
diferencias individuales, o en los diversos tipos de tera­
pias clínicas surgidas a partir del psicoanálisis. En este
sentido, la psicología reprodujo los lincamientos evoluti­
vos de ciencias como la física, la química y la biología,
cuando se encontraban en etapas tempranas de desarrollo
conceptual. Es de todos conocido que los grandes avan­
ces tecnológicos, hasta la segunda revolución industrial,
fueron en su origen parcialmente independientes del co­
nocimiento científico de su época, y que más bien influye­
ron de manera sobresaliente para impulsar la investiga­
ción científica básica y aplicada, y sus consiguientes apor­
taciones a la teoría de las diversas disciplinas científicas.
10. P resentado en el X Sim posio In ternacional de Modificación
ile C onducta, B ogotá (C olom bia), ju n io 1980.

99
Ciencia y tecnología en la psicología

El análisis conductual aplicado, y quizá el amplio ru­


bro de procedimientos englobados bajo la denominación
de modificación de conducta, surgieron como un primer
intento de la psicología por invertir la determinación pre­
valeciente entre técnica y cuerpo científico. Por vez pri­
mera, un conjunto de conceptos teóricos y de operaciones
vinculadas a la investigación básica, permitían la deriva­
ción de técnicas o procedimientos aplicados a la solución
de problemas sociales de diversa índole. Se trataba así,
de la formulación de una tecnología científica en sentido
estricto, que proveyera de rigor metodológico y criterios
evaluativos a la acción profesional del psicólogo. Aparen­
temente, se cerraba la brecha entre el conocimiento de la
ciencia básica y la aplicación técnica, imprimiendo a esta
relación una influencia bidireccional y recíproca.
La confrontación pragmática y empirista con los pro­
blemas planteados por la realidad social se veía sustitui­
da por un propósito de formulación, evaluación y desa­
rrollo de los problemas y las técnicas dirigidas a su so­
lución, enmarcado en el rigor y objetividad de los con­
ceptos y métodos propios de la ciencia básica. Así, fuimos
testigos de un interés cada vez mayor por consolidar, so­
bre dichos fundamentos, no sólo los aspectos metodológi­
cos de las técnicas y procedimientos empleados, sino tam­
bién, incluso, la delimitación conceptual y empírica de los
problemas a ser atacados. Así, paralelamente al empleo
y diseño de las técnicas de modificación de conducta, se
cuestionó el marco de referencia tradicional de los pro­
blemas que dichas técnicas deberían resolver. La contras-
tación del modelo médico y el conductual constituye un
momento característico de este período.
En poco tiempo sin embargo, se observó que, el rubro
general de modificación de conducta no aseguraba una
homogeneidad teórica o metodológica, y que incluso, en

100
algunos casos, la fundamentación científica de dichas téc­
nicas constituía una extensión de la concepción clínica al
laboratorio, más que el producto del cuestionamiento de
dicha concepción y práctica clínica. Así, proliferaron los
minimodelos clínico-experimentales que tenían origen en
concepciones diferentes de la filosofía de la ciencia y la
metodología de investigación derivada del conductismo
radical o analítico. Para preservar la pureza denominativa
inicialmente buscada, se hizo una posterior distinción en­
tre modificación de conducta y análisis conductual apli­
cado. En este contexto, es pertinente citar a Deitz (1978),
cuando dice que «...los modificadores de conducta eran los
que tomaban los hallazgos de las investigaciones en los
campos del condicionamiento operante o el análisis con­
ductual y los empleaban en situaciones particulares... Los
analistas conductuales aplicados, por otra parte, eran in­
vestigadores adiestrados con un interés mayor en la in­
vestigación que en la aplicación... Las variables depen­
dientes de los analistas conductuales aplicados debían te­
ner importancia social, pero el propósito de la ciencia era
el análisis de las variables independientes» (p. 806). La
distinción entre análisis conductual aplicado y modifica­
ción de conducta subrayaba, de este modo ,dos diferen­
cias:

1) La vinculación de una metodología de la investiga­


ción aplicada con supuestos teóricos y filosóficos, susten­
tados en la ciencia básica, y
2) El análisis prestado a la investigación de las varia­
bles determinantes de los problemas de naturaleza apli­
cada, más que a la aplicación misma y sus efectos. Sin
embargo, como ya lo hemos señalado previamente (Ribes,
1977) esto no pasó de ser un buen deseo, pues por múl­
tiples razones —y quizá parcialmente por la predetermi­
nación tecnológica del paradigma de la triple relación de
contingencia— se desplazó el interés de la investigación

101
hacia los efectos de la aplicación más que a sus funda­
mentos. Creo que es suficiente hojear las revistas especia­
lizadas más destacadas (Journal of Applied Behavior Ana-
lysis, Behaviour Research and Therapy y otras) para per­
catarse de ello. En pocas palabras, la investigación apli­
cada y tecnológica se divorciaron de sus orígenes y de sus
propósitos iniciales, transformándose en una práctica pro­
fesional pragmática dirigida al logro de efectos específi­
cos, al margen de la fundamentación teórica y metodoló­
gica de los procedimientos empleados.

Pero ¿por qué es cuestionable que se haya desplazado


el interés del análisis de las determinaciones hacia la efi­
cacia de ciertos procedimientos en condiciones concretas
de aplicación? ¿Son acaso incompatibles el análisis de la
aplicabilidad con la búsqueda de efectos sociales específi­
cos mediante dicha aplicación? Considero conveniente re­
flexionar sobre este aparente dilema.
La contradicción parece darse entre la investigación
de proceso y paramétrica y la investigación tecnológica y
clínica. Sin embargo, ésta es una contradicción aparen­
te, pues la esencia del problema radica en determinar la
posibilidad real de que se desarrolle y aplique una tec­
nología conductual en esta etapa particular de la evolu­
ción científica de la Psicología. Partimos de la premisa de
que el desarrollo tecnológico sólo puede darse como una
opción fructífera cuando se cumplen tres condiciones:

1) Existe un cuerpo científico, producto de la inves­


tigación básica y aplicada, que da fundamento teórico y
metodológico a las prácticas técnicas;
2) Existe un lenguaje común que permite que la apli­
cación tecnológica sea evaluada analíticamente, por la dis­
ciplina científica que la sustenta, y
3) Existen criterios sociales explícitos respecto a las

102
características y condiciones de aplicación de dicha tec­
nología.

Considero que ninguna de estas tres condiciones se apli­


ca en sentido estricto, por lo que el propósito tecnológico
surge como un esfuerzo prematuro que entraña más pe­
ligros que ventajas. La tecnología, como aplicación, con­
siste en un procedimiento o procedimientos que incluyen
un paquete de variables. Cuando estos paquetes se cons­
truyen a partir del conocimiento de cómo las condiciones
determinantes (o variables independientes en un sentido
más simplista) de la peculiar acción de dichas variables
produce efectos específicos, se puede establecer la exis­
tencia de una tecnología (y la posibilidad de evaluarla e
investigarla). Pero sí en cambio, el interés se centra en
la producción de ciertos efectos al margen del análisis de
los constituyentes del paquete de variables, se tienen apli­
caciones no tecnológicas desde el punto de vista de lo que
se enmarca como una ingeniería científica. Y esto, es lo
que ocurre precisamente con lo que llamamos análisis
conductual aplicado.

Relaciones entre teoría de la conducta y análisis conduc­


tual aplicado

Analicemos con mayor detenimiento nuestra asevera­


ción de que no disponemos en realidad de una tecnología
conductual, y de que es prematuro abordar su construc­
ción a partir de las premisas que definen el cuerpo bási­
co de teoría del cual supuestamente se origina. Para ello,
debemos tomar en consideración el estado actual de la
teoría de la conducta, y las relaciones reales que guardan
sus categorías conceptuales y metodológicas con las prác­
ticas y técnicas del análisis conductual aplicado.
De algún modo, podría afirmarse que la teoría moder­

103
na de la conducta, tanto en su nivel conceptual como en
el metodológico, se basa fundamentalmente en el paradig­
ma del condicionamiento, ya sea en la versión pavloviana
o en la variante instrumental u operante. En ambos ca­
sos, y como reflejo de una situación que es extensiva a
prácticamente todas las aproximaciones teóricas de la psi­
cología, se dan limitaciones teóricas de tres tipos:

1) La naturaleza del modelo conceptual implica, por


sus propósitos analíticos, una selección demasiado restric­
tiva de segmentos conductuales, lo que permite ubicarlas
como aproximaciones teóricas de naturaleza molecular con
una modalidad explicativa de tipo lineal, a pesar de que
se prevea la causalidad múltiple;
2) Aun cuando originalmente surgieron como mode­
los de investigación y explicación de fenómenos de la
conducta animal, teóricamente parecen ser insuficientes
para cubrir la complejidad interactiva de las situaciones
experimentales analizadas, tanto porque carecen de cate­
gorías que permitan describir la acción interdependien­
te de los factores históricos, los factores situacionales y
el medio, como la configuración de funciones genéricas
que superen la formulación estrictamente operacional de
los fenómenos; y
3) No reconocen paradigmáticamente las diferencias
cualitativas entre diversos niveles de conducta, por lo que,
a la vez que no pueden cubrir conceptualmente fenóme­
nos más simples que el condicionamiento, se ven obliga­
dos a reducir la conducta humana a categorías teóricas
características de un modelo formulado para explicar la
conducta animal.

No es nuestro propósito valorar el estado actual y


perspectivas de la teoría de la conducta, y por ello es que
no abundaremos sobre los señalamientos mencionados. No
obstante, es menester precisar que tales aseveraciones nos

104'
conducen a tomar conciencia de que para la construcción
de una tecnología científica, se requiere disponer de una
ciencia básica cuyo cuerpo teórico y metodológico posea
ciertas características:

1) Superar el concepto de causalidad fundado en la


relación lineal de variables independientes y dependien­
tes, concepción que tiene sólo un valor operativo en la
práctica de investigación, mas no en el nivel de explica­
ción o sistematización teórica;
2) Visualizar las interacciones entre el organismo y
ambiente en la forma de complejas relaciones de interde­
pendencia, sin presuponer la representatividad única de
determinado criterio de segmentación analítica y la no
operatividad de aquellos factores que no se prescriben con­
ceptualmente;
3) Considerar las diferencias cualitativas entre la con­
ducta animal y la humana, y determinar las característi­
cas paradigmáticas que han de permitir la formulación
de una teoría del comportamiento humano, sin la cual es
ilusorio pretender construir una tecnología.

Es nuestra convicción que siendo la Psicología una cien­


cia en una etapa muy temprana de su evolución, el plan­
teamiento de una práctica tecnológica requiere necesaria­
mente de la delimitación conceptual y metodológica de
sus características con base en el análisis teórico y experi­
mental de la conducta humana. Sin cumplir con estas con­
diciones, se corre el peligro de extrapolar conceptos y mé­
todos provenientes de una caracterización paradigmática
más primitiva, que aparentemente valida las prácticas pro­
fesionales, sin captar, en la realidad, la esencia verdadera
de los problemas humanos en su contexto social. No sólo
es absurdo pretender el desarrollo tecnológico del análisis
conductual en forma autónoma del conocimiento científi­
co básico, sino que es además peligroso, por el pragmatis­

105
mo que encierra, el suponer que, en su origen, dichas re­
laciones se cumplieron satisfactoriamente.
Analizaremos brevemente cómo se ha dado la relación
entre el análisis experimental de la conducta y el análisis
conductual aplicado. En general, podríamos definir dos
tipos de extrapolaciones. Una, la extrapolación de concep­
tos de condiciones paradigmáticas simples a situaciones
cualitativa y cuantitativamente más complejas. Otra, la
extrapolación de técnicas y procedimientos aplicados a par­
tir de las operaciones que definen prácticas o controles
experimentales en condiciones restringidas de laboratorio.
En ambos casos, en tanto se trata de extrapolaciones, se
«naturaliza» el empleo de conceptos o procedimientos en
situaciones que no son cubiertas por las premisas lógicas
y empíricas que sustentan su origen. De esta manera, la
extrapolación pone de manifiesto la existencia de «vacíos»
conceptuales y metodológicos en la descripción e investi­
gación de los determinantes de la conducta humana. Men­
cionaremos, a guisa de ilustración, dos aspectos vincula­
dos a este proceso de extrapolación.
En primer término, analizaremos el caso teórico en
relación al paradigma de la triple relación de contingen­
cia (tanto en su versión pavloviana como en la operante),
para identificar sus rasgos definitorios y la posibilidad ló­
gica y empírica de que, con base en sus premisas defini-
torias, pueda ser extendido legítimamente a fenómenos
distintos de aquellos para los que fue inicialmente for­
mulado.
El paradigma general del condicionamiento, nace, ope-
racional y conceptualmente, de la noción de reflejo (Se-
chenov, 1978, traducción española; Pavlov, 1927; Skinner,
1931), y en esta determinación histórica asimila tanto sus
virtudes como sus limitaciones. No entraremos en detalle
a las aportaciones que el paradigma de condicionamiento
(en sus diversas versiones) hizo a la evolución científica
de la Psicología. Es suficiente afirmar que no podríamos

106
plantear la problemática contemporánea de la teoría de
la ciencia de la conducta, si no se hubiera producido pre­
viamente la revolución conceptual y metodológica que sig­
nificó la aparición del condicionamiento, como marco de
referencia teórico y como técnica de investigación del com­
portamiento. En este momento, y tomando a la teoría del
condicionamiento como punto de partida, nos incumbe
analizar sus limitaciones paradigmáticas, por lo que deter­
minan, como marco de referencia conceptual y metodoló­
gico explícito o implícito, del análisis de la conducta en
nuestros días.
El paradigma del condicionamiento fue formulado para
analizar fenómenos vinculados a la conducta animal, y en
un principio inclusive a formas de actividad biológica,
restringidas, por limitaciones instrumentales de la épo­
ca. Independientemente de la naturaleza continua de la
interacción entre organismo y ambiente, se seleccionaron
criterios de segmentación analítica que condujeron a ato­
mizar operacional y conceptualmente su representación.
En el caso del condicionamiento respondiente o clásico
la interacción se fragmentó mediante la inmovilización
del organismo y la discretización impuesta a las medidas
y la acción de los eventos ambientales por el procedimien­
to de ensayos. En el condicionamiento instrumental y ope­
rante, se empleó también una metodología analítica por
ensayos discretos, o como en el caso de la situación de
operante libre se predeterminó una geografía y topografía
de respuesta que permitiera intersectar el desplazamien­
to libre del organismo en la forma de fragmentos tempo­
rales supuestamente representativos de la interacción to­
tal. No es mi intención comentar en profundidad la jus-
teza del paradigma de condicionamiento y su capacidad
para captar la riqueza de los diversos niveles de ocurren­
cia del comportamiento. Nos limitaremos a señalar sus
características esenciales:

107
1) Define las variables como elementos moleculares,
es decir, fracciones atómicas de un continuo molar de in­
teracciones complejas entre el organismo y el ambiente;
2) La unidad de respuesta es una instancia definida
como un efecto (condicionamiento clásico) o por un efec­
to (condicionamiento operante), con la propiedad funcio­
nal definitoria de ser repetitiva y susceptible de ocurrir
en más de una ocasión o como un cambio en magnitud
a lo largo de un intervalo determinado o episodio conduc-
tual;
3) Se describe únicamente la interacción entre obje­
tos de estímulo y organismo en la forma de una función
estímulo-respuesta, sin considerar, teóricamente, factores
empíricos adicionales que incluso, se producen por el ex­
perimentador explícitamente (vbgr., factores contextúales
de la situación, alteración de estados del organismo, histo­
ria de interacción, etc.);
4) Empírica y teóricamente se otorga el peso explica­
tivo y operacional fundamental a un solo factor de los fe­
nómenos, el estímulo incondicionado en el condicionamien­
to clásico y el estímulo reforzante en el condicionamien­
to operante, soslayando la interdependencia de este factor
con circunstancias y eventos que son conceptualmente
prescritos como constantes, pero que en la práctica varían
de momento a momento y en forma compleja; y
5) Las diversas formas de condicionamiento se conci­
ben como procesos excluyentes, mutuamente reductivos,
o que se sobrelapan aditivamente, sin contemplar niveles
jerárquicos que delimiten su acción y su incluvisidad re­
lativa.

Discutiremos someramente el problema de la extrapo­


lación de conceptos con base en las características para­
digmáticas del modelo de condicionamiento. Para ello, to­
maremos el ejemplo del lenguaje. Tanto en el condicio­
namiento clásico (Pavlov, 1973, traducción española) como

108
en el operante (Skinner, 1957), se han formulado intentos
analíticos en este sentido, y en algunos casos (Staats, 1968)
se han planteado combinaciones de ambos modelos. Tan­
to la variante del segundo sistema de señales, como la de
la operante verbal, representan la extensión de los prin­
cipios del condicionamiento al estudio del lenguaje huma­
no. Previamente, como paso lógico necesario, intentaremos
señalar las características que debiera satisfacer un para­
digma formulado para analizar los fenómenos vinculados
al lenguaje. El paradigma debe incluir conceptos que re­
conozcan las siguientes características empíricas:

1) Las características funcionales de la relación lin­


güística son convencionales, y por consiguiente, no depen­
den exclusivamente de las propiedades físicas del sistema
reactivo del organismo y los objetos de estímulo en el am­
biente;
2) El segmento de conducta, por consiguiente, no pue­
de ser predeterminado físicamente, sino que depende de
la naturaleza del episodio interactivo que obedece a carac­
terísticas impuestas por convenciones sociales histórica­
mente determinadas, que deben ser consideradas explíci­
tamente en el análisis;
3) Las propiedades funcionales de la interacción com­
prenden a otros organismos, a objetos y eventos de estí­
mulos presentes y no presentes, como factor integrado del
episodio conductual;
4) La repetitividad o el cambio en magnitud de una
conducta específica de hablar carece de significación em­
pírica o teórica, como segmento analítico del episodio lin­
güístico; y
5) El nivel lingüístico de comportamiento representa
una interacción funcional con eventos no presentes en el
momento, ya sea que tengan lugar en el pasado o en el
futuro respecto al episodio conductual específico.

109
De la comparación de los diversos niveles prescritos
por el paradigma de condicionamiento y las característi­
cas propias del comportamiento lingüístico, se evidencia
la insuficiencia del primero para copar adecuadamente con
la complejidad de dicha conducta, insuficiencia que no se
limita únicamente al número de factores comprendidos
por el modelo, sino que se deriva primordialmente de las
diferencias cualitativas que los distinguen. En un artículo
anterior (Ribes, 1979), se efectúa una discusión más de­
tallada de este problema, por lo que pasaremos al aná­
lisis del segundo tipo de extrapolación.
En este caso, se establece una analogía entre ciertas
operaciones experimentales en condiciones controladas y
artificiales de laboratorio y los procedimientos técnicos
mediante los que se producen cambios de la conducta en
situaciones sociales. Las técnicas que ilustran este proce­
so son el moldeamiento, el castigo, el reforzamiento posi­
tivo, el tiempo-fuera y otros más. En otro trabajo (Ribes,
1977) ya hemos revisado con detalle dos de estas técni­
cas, señalando que no existe la correspondencia directa su­
puesta con sus análogas de laboratorio. Por ello solamen­
te apuntaremos cuatro problemas fundamentales que con­
figuran la naturaleza de este proceso de extrapolación:

1) Las aplicaciones sociales se enmarcan en un medio


con normas institucionales, culturales y de otro tipo, que
tornan específica a la situación general. La investigación
de laboratorio se ha caracterizado, a la fecha, por anali­
zar condiciones que, en tanto prescinden explícitamente
de la naturaleza convencional de los eventos, se restrin­
gen a la universalidad paramétrica de los determinantes
físicos en sus diversas relaciones y manifestaciones. Aun
cuando los principios y conocimientos que se derivan de
este análisis son generalizables, como condición necesaria
de su existencia, a los fenómenos del comportamiento hu­
mano, no son suficientes, y extrapolan una generalidad

110
(universalidad de lo físico) que se ve restringida por la
especificidad del carácter normativo del medio social e ins­
titucional de cada individuo y de cada situación particular.
La explicitación de los elementos normativos que impri­
men especificidad dentro de lo universal a cada episodio
y situación humana, se constituye en un factor determi­
nante no sólo del análisis experimental y la interpreta­
ción teórica del comportamiento humano, sino también
de las aplicaciones técnicas de conocimientos científicos a
dichas situaciones. La extrapolación de técnicas, con base
en el supuesto de la universalidad del procedimiento y las
condiciones que lo prescriben, viola la especificidad que
la normatividad social impone a toda interconducta hu­
mana.
2) Las técnicas y operaciones experimentales no pro­
ducen efectos uniformes e invariantes, independientes del
nivel de respuesta con que el organismo hace contacto
con dichos procedimientos. Es de todos sabido que el
tiempo fuera del reforzamiento, la señalización de estimu­
lación aversiva, la intermitencia del reforzamiento y otros
procedimientos, dependen, en sus efectos, de la historia
previa de interacción del organismo con los estímulos im­
plicados y de las características cuantitativas y cualitati­
vas del responder en el momento de su presentación. No
obstante, la aplicación de estas técnicas y procedimientos
en las situaciones naturales, se lleva a efecto en forma
normativa, sin evaluación previa de la historia de inter­
acción, y con base en la mera determinación de los nive­
les cuantitativos de una clase particular de respuesta to­
pográficamente delimitada. La extrapolación de procedi­
mientos, omitiendo un control esencial, la determinación
de la historia de interacción, sólo puede conducir a la ob­
tención frecuente de efectos nulos y paradójicos, que se
atribuyen a la técnica y no a su deficiente aplicación. Vale
añadir que, a diferencia de las situaciones controladas en
experimentación animal, la evaluación de la historia de in­

111
teracción con humanos en situaciones sociales constituye
una labor de gran complejidad que, desafortunadamente,
no ha sido investigada ni prescrita sistemáticamente en la
formulación del diagnóstico conductual.
3) Las técnicas y procedimientos en el laboratorio son
análogos, mas no idénticos, a los empleados con propósi­
tos aplicados en condiciones sociales. La analogía estri­
ba en la relación funcional básica que comprende tanto
el procedimiento de laboratorio como el aplicado. Esta
operación consiste, fundamentalmente, en la presentación,
omisión o demora de un evento con base en una relación
temporal específica con la respuesta del organismo. Así es
como se prescriben técnicas tales como el reforzamiento
positivo, el castigo, el costo de respuesta, el tiempo fuera
del reforzamiento, la extinción y otras. Para completar
la analogía, se requiere, adicionalmente a la operación, de
un determinado efecto que siga a su aplicación, ya sea en
la forma de incremento o disminución de alguna o varias
propiedades de la respuesta del organismo en situaciones
específicas. Esta similitud, sin embargo, no significa que
los procedimientos generados en el laboratorio y emplea­
dos como técnicas en situaciones sociales, sean idénticos
desde un punto descriptivo o funcional. Desde un punto
de vista descriptivo, las técnicas de modificación de con­
ducta incluyen componentes adicionales que las distin­
guen en complejidad cualitativa y cuantitativa de sus aná­
logas en el laboratorio. Desde un punto de vista funcio­
nal, sería ilusorio suponer que, dada la diferencia cuali­
tativa de los factores comprendidos en una situación so­
cial, los mismos procesos y principios rigieran la interac­
ción específica implicada por la aplicación de un deter­
minado procedimiento. Un paso necesario para evitar la
extrapolación como proceso reductivo, es investigar ex­
perimentalmente con humanos los componentes adiciona­
les implicados en las técnicas de modificación de conducta,
vinculándolos necesariamente a problemas específicos y

112
de investigación paramétrica características de la teoría
de la conducta humana.
4) Finalmente, los eventos definidos y descritos en las
situaciones de laboratorio no son necesariamente equiva­
lentes a las que se identifican en situaciones sociales con
propósitos aplicados. Ejemplos de esto ,son los conceptos
de estímulo, de respuesta, de reforzamiento, de estímulo
discriminativo y otros más. Es difícil aseverar que cuando
se habla de operantes verbales o de operantes de auto­
control, se es escrupuloso con el empleo del concepto tal
como se originó y se usa paradigmáticamente en la situa­
ción de condicionamiento operante. Lo mismo podría de­
cirse respecto a las propiedades discriminativas o refor­
zantes de segmentos funcionales que difícilmente corres­
ponden a los eventos puntuados y discretos que caracte­
rizan a las condiciones restringidas de laboratorio. El aná­
lisis de la extrapolación de las definiciones operacionales
y referenciales de los elementos implicados en las diver­
sas técnicas representa dos tareas esenciales. Una, es la
reformulación de las definiciones originales con el fin de
darles la cobertura referencial necesaria para aplicarlas a
segmentos interconductuales más complejos. Otra, es re­
ducir su aplicación a las condiciones paradigmáticas ori­
ginales, y sustituirlas por definiciones emergentes de las
condiciones interactivas que tipifican paradigmáticamente
las condiciones sociales diversas en que tiene lugar el com­
portamiento humano.

Demarcación social del análisis conductual aplicado

Habiendo señalado algunos de los problemas metodo­


lógicos que presenta el análisis conductual aplicado en su
relación con la ciencia básica de la conducta, pasaremos
ahora a comentar algunos tópicos vinculados con los cri­
terios que determinan su aplicación social.

1 13
Históricamente, el análisis conductual aplicado surgió
como opción para atacar y solucionar problemas que otras
técnicas o metodologías habían abordado sin eficacia o éxi­
to. Así fue que su campo inicial lo constituyó el retardo
en el desarrollo, los programas institucionales con psicó-
ticos y autistas, trastornos neuróticos y los problemas de
manejo de conducta en el salón de clases y en el hogar. La
razón social de su empleo radicaba en su aplicabilidad ge­
neral y en su eficacia relativa en problemas de difícil
abordaje mediante otras técnicas. Así fue que, el análisis
conductual aplicado fundamentó su empleo con base en
dos criterios: 1) su generalidad aplicativa como metodo­
logía homogénea de evaluación y modificación del com­
portamiento; y 2) su eficacia ante problemas de difícil so­
lución tradicionalmente.
Sin embargo, aparte de estos criterios, las caracte­
rísticas mismas de la aplicación de las técnicas obedecen
también a factores sociales supraordinados e independien­
tes que, de ningún modo, se hicieron explícitos en un prin­
cipio, y que a partir de los últimos diez años han comen­
zado a captar el interés del público en general y a Aiere-
cer un análisis detenido de sus implicaciones y viabilidad
social.
Dos aspectos son importantes en este contexto. Uno,
es la especificidad situacional de los efectos del cambio
conductual (Wahler, 1969), que ha obligado a prescribir
su generalización como parte intrínseca de los procedi­
mientos. Otro, relacionado a un doble problema. Por una
parte, las características reactivas de los individuos son
idiosincráticas a su historia social particular, lo que res­
tringe de antemano la posibilidad de universalizar la for­
ma de aplicación de diversos procedimientos de cambio
conductual. Por otra, el número de profesionales adies­
trados es insuficiente para copar con los problemas de la
población que requiere de sus servicios y para crear las
condiciones que aseguren, dada una solución en términos

114
de cambio conductual, su permanencia posterior. Estos
dos aspectos generales influyeron en la importancia cre­
ciente adquirida por los paraprofesionales y los no profe­
sionales del análisis de la conducta en la aplicación de so­
luciones a nivel social. La participación de los paraprofe­
sionales y no profesionales se planteó, inicialmente, con
base en consideraciones de orden técnico y metodológico,
sin ahondar en las premisas sociales que la enmarcaban.
De este modo, la necesidad de incorporar a los para­
profesionales y a los no profesionales en la aplicación del
análisis conductual, surgió de lo interno de la disciplina,
fundamentada en las siguientes razones:
1) El cambio de conducta es, en la mayoría de los ca­
sos, específico a la situación y personas que lo implemen-
tan. El cambio producido en condiciones diferentes a la
situación natural en la que debe darse la nueva conducta,
y en interrelación exclusiva con el profesional responsa­
ble, se limita con frecuencia a las circunstancias relativa­
mente arbitrarias de dicha interacción profesional y mues­
tra una corta permanencia. Por razones metodológicas, se
requiere que la técnica sea aplicada en la situación natu­
ral y que los encargados de hacerlo sean las personas que
forman parte de la interacción que define el problema a
resolver. En el caso de instituciones, esta acción corres­
ponde a los paraprofesionales, mientras que en el trabajo
con familias y grupos comunitarios, el hincapié es en los
no-profesionales (Tharp y Wetzel, 1969);
2) El número de profesionales requeridos y el costo
que representarían, obliga a diseñar procedimientos y cri­
terios para que los propios no profesionales y los para­
profesionales ya existentes apliquen las técnicas de cam­
bio conductual. Este aspecto, más que ligado a razones
metodológicas, lo está a motivos de eficientización profe­
sional; y
3) La especificidad histórico-individual de las carac­
terísticas y significación funcionales de los repertorios y

115
ambientes, imposibilita la normatividad, en cuanto a con­
tenido, de las técnicas de cambio conductual, y favorece
que, con el concurso de los paraprofesionales y no profe­
sionales involucrados en la situación que define el pro­
blema a resolver, se facilite la identificación de los ele­
mentos que hagan más factible la aplicación eficaz de un
determinado procedimiento. La identificación de «refor­
zadores» y otros aspectos relacionados, constituye un ejem­
plo de cómo los no profesionales y paraprofesionales se
han incorporado al análisis conductual aplicado, con la
función de suplir pragmáticamente deficiencias teórico-
metodológicas del esquema general de acción profesional.
No obstante, como lo refleja la literatura reciente, la
inserción de ios no profesionales y paraprofesionales en
la aplicación del análisis conductual, trasciende el mero
propósito técnico o metodológico (Wolf, 1976; Kazdin,
1977). Al delimitarse el papel de los no profesionales y
paraprofesionales, ya no sólo como copartícipes técnicos
del proceso profesional, sino también como consumidores
de un servicio, aflora una problemática social con pro­
fundas implicaciones.
A fin de plantear un marco que permita justificar la
pertinencia de un criterio de aplicación de las técnicas de
cambio conductual, Wolf (1979) ha señalado tres niveles
rectores: a) la significación social de las metas estableci­
das; b) la «justeza» o «propiedad» social de los procedi­
mientos empleados, y c) la importancia social de los efec­
tos obtenidos. La determinación empírica de criterios de
validación social por parte de los consumidores, es pro­
puesta como método de juicio social de la pertinencia de
las acciones profesionales.
Este constituye un punto crucial de análisis, por dos
razones. En primer término, el concepto de consumidor
de servicios profesionales implica una noción particular
sobre la naturaleza del trabajo intelectual especializado y
la determinación ideológica involucrada (Gramsci, 1967;

116
Talento y Ribes, 1980). En segundo término, al plantearse
una validación particularizada y pragmática, se hace caso
ajeno de las determinaciones sociales objetivas que con­
figuran las metas, criterios y valores que asumen forma
concreta en la estructura de la relación institucional, pro­
fesional y familiar.
Resulta evidente, en suma, que no puede plantearse la
tarea del cambio conductual en forma autónoma de la
especificación de los determinantes sociales e ideológicos
que enmarcan y dan sentido a dicho cambio. La validación
social del análisis conductual aplicado debe darse precisa­
mente a través de la explicitación y análisis crítico de es­
tas determinaciones, bajo criterios ideológicos precisos
que ubiquen la acción profesional en el contexto de su
valor de uso social real. El problema trasciende el nivel
de lo puramente técnico, y obviamente, rechaza soluciones
aparentes que validan de antemano las predeterminaciones
sociales que legitiman los propósitos y circunstancias de
la acción profesional del analista conductual aplicado. Si
el análisis conductual ha de aportar soluciones nuevas a
viejos problemas, debe hacer manifiesta su vinculación
metodológica con la ciencia básica que lo sustenta en lo
teórico, por una parte, y debe ubicar su inscripción social
como parte de una acción con horizontes ideológicos com­
prometidos con un sector u otro de la sociedad. Sabemos
que esto último dará lugar a diversas clases de análisis
conductual aplicado, y que su supervivencia y evolución
histórica dependerá de la dirección de dicho compromiso.
Lo que es insostenible es suponer una neutralidad técni­
ca en los criterios que determinan su aplicación social,
pues precisamente dicha neutralidad aparente, constituye,
en la práctica, una toma de posición que es profunda­
mente cuestionable. De la discusión y análisis del proble­
ma, y de la práctica consecuente con una definición en lo
social y lo ideológico, surgirá sin lugar a dudas, un análisis

117
conductual aplicado que hará contacto con los problemas
humanos esenciales y procurará soluciones a lo indivi­
dual que se enmarquen en una concepción de lo colectivo.

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119
6. LA PSICOLOGIA ¿UNA PROFESION?

Con la emergencia de nuevas disciplinas científicas, se


planteó la problemática de su concurrencia en el campo
social de las profesiones. Esta problemática no ha estado
desvinculada de factores ajenos a la de su prescripción
conceptual «pura», sino que por el contrario, se ha des­
envuelto en un proceso histórico desigual preñado de ma­
tices derivados de su práctica social concreta, la que se
ha pretendido validar a posteriori con criterios concep­
tuales de diversa naturaleza. La psicología es una de las
protagonistas de esta problemática, en sus múltiples tra­
mas: epistemológica, metodológica, profesional, etc. Será
nuestro propósito analizar, en su carácter dual de conocer
científico y de aplicación social de dicho conocimiento, la
naturaleza de su inserción en el campo profesional. Es ne­
cesario agregar, no obstante, que esta definición parte de
presupuestos específicos sobre la ciencia, la psicología y el
papel del trabajo intelectual especializado, que, dado el
propósito particular de este artículo, no podremos expli-
citar en detalle en todas las ocasiones. Valga esto como
disculpa anticipada.

121
La psicología, ¿cómo definirla?

La historia de la psicología puede resumirse como la


historia de las formas contradictorias de definirla. Estas
aproximaciones, reflejan todas momentos sociales distin­
tos de conceptualización de un objeto epistémico y de su
pertinencia a un quehacer social, y aun cuando el cono­
cimiento de las circunstancias históricas concretas en que
emergieron son necesarias para la comprensión correcta
de sus determinaciones, dicho análisis no procura en modo
alguno, los criterios para ponderar su validez epistemo­
lógica y su adecuación social. La evaluación histórica,
como análisis genético, requiere de criterios adicionales
derivados de una formulación explícita de la ubicación de
la psicología como rama del conocimiento y sus aplica­
ciones.
No entraremos en detalles que fundamenten nuestra
postura al respecto, pues ya hemos expuesto previamente
los argumentos pertinentes (Ribes, 1979a, b, 1980). Plantea­
remos, sin embargo, en la forma de tesis o enunciados,
las premisas que justifican la lógica de nuestro análisis.

1) El conocimiento científico es un modo de conoci­


miento, no un contenido específico.
2) Como modo de conocimiento, parte de la posibili­
dad teórica de segmentar lo concreto empírico, para abs­
traer relaciones no aparentes en la práctica inmediata.
3) La segmentación de la realidad concreta no puede
ser arbitraria, sino que debe ajustarse a criterios epis-
témicos y lógicos que validen su análisis teórico. Estos
criterios implican:

a) La diferencia de complejidad (estructural y fun­


cional) de los eventos seleccionados;
b) su complementaridad e inclusividad no recíprocos

122
como niveles de segmentación de una totalidad con­
creta; y
c) la historicidad específica de cada nivel analizado.

4) Cada nivel de segmentación de la realidad concre­


ta requiere de categorías y métodos analíticos con­
gruentes con su especificidad como conocimiento.
5) La psicología representa uno de los niveles de es­
pecificidad analítica del conocimiento científico.
6) La conducta constituye, como interacción construi­
da entre los organismos individuales y el medio ambien­
te, el contenido teórico específico de la psicología.
7) La conducta no es, por consiguiente algo dado en
lo concreto, sino un nivel de organización abstracto de lo
concreto. Este nivel de organización tiene una especifi­
cidad estructural, funcional e histórica, que aún cuando
contenido en lo social y conteniendo a lo físico-químico y
biológico, es epistémicamente autónomo de dichos nive­
les diferentes de conocimiento. Subrayamos el uso del
término autónomo en vez de independiente.

Ahora bien, partiendo de una definición de lo que es


la psicología, su espectro aplicativo como rama del cono­
cimiento deriva de dos tipos de determinaciones. Una,
concierne a la posibilidad de identificar lo psicológico en
las formas concretas de la actividad de los hombres y los
animales, y a partir de ello, ponderar la pertinencia del co­
nocimiento científico con el fin de transformar dichas for­
mas concretas. Otra, que se vincula con el encargo social
de la psicología, no como modo de conocimiento, sino como
práctica de trabajo relativa a una problemática definida no
necesariamente a partir de la ciencia, sino de prácticas
sociales eemrgidas en respuesta a demandas históricas con­
cretas de una estructura social y económica particular.
Valdría aquí subrayar que no sólo pueden no corresponder
ambos criterios de determinación de la aplicabilidad del

123
conocimiento, sino que en numerosas ocasiones, pueden
oponerse activamente o simplemente ser independientes
uno del otro. La historia de la ciencia y la tecnología es
ilustrativa de cómo un quehacer social demandado por un
estado histórico de desarrollo social, puede anteceder a la
constitución o logro de un conocimiento científico particu­
lar, e incluso puede determinarlo en contenido o énfasis.
En el caso particular de la psicología, la relación entre
conocimiento científico (modo de conocimiento) y tecnolo­
gía o quehacer social (criterios o modos de aplicación) ha
sido nula o mixtificante de los problemas implicados por
el objeto de análisis teóricos así formulado. El problema
que se plantea, como un primer paso, es decidir, ante la
discrepancia de criterios, cual seleccionar como punto de
partida para definir la inserción profesional, si es que la
hay, de la psicología. La psicología, ¿debe definirse a par­
tir de su formulación como contenido específico de un
modo científico de conocimiento? o por el contrario ¿debe
supeditarse a la función social que como trabajo especia­
lizado le confiere una sociedad concreta en un momento
histórico de su desarrollo? Es importante señalar que,
ninguna de las dos opciones implica una decisión al inte­
rior de la disciplina, sino que ambas representan una toma
de posición que articula el modo de conocer y su aplica­
ción social con su determinación y fin sociales.
Así como la aplicación «tecnológica» de un saber tiene
repercusiones y es determinado, a la vez, por su perti­
nencia al sistema de relaciones productivas y reproduc­
tivas en lo social, el contenido producto del modo cien­
tífico de conocer es determinado y empleado igualmente
por concepciones de la naturaleza y la sociedad emanadas
y sostenedoras de una forma histórica particular de rela­
ción social. No obstante, consideramos que la opción de­
rivada del modo de conocimiento como criterio de identi­
dad, trae consigo la posibilidad de contrastación concep­
tual autónoma, que se enmascara con mayor facilidad en

124
la urdimbre de las relaciones sociales contenidas en un
modo de producción particular. Por consiguiente, pensa­
mos que aun cuando no libre de determinaciones ideológi­
cas, la decisión de configurar una disciplina a partir de
su objeto de conocimiento, procura medios pertinentes
para la identificación de un área social de conocimiento ar­
ticulada por el modo científico de análisis de lo concreto.
El conocimiento científico, en tanto relativo a segmen­
tos organizativos de la realidad concreta, provee de cri­
terios de pertinencia que ubican la vinculación de su con­
tenido con una inserción social dada como práctica ge­
nérica. No determina la problemática social a ser trans­
formada, sino los criterios y la pertinencia de su conte­
nido a dicha problemática. En otras palabras, determina
el valor de uso como quehacer social del producto de un
modo de conocimiento y no su valor de cambio. Por el con­
trario, cuando se enfoca la identidad misma de la discipli­
na desde la perspectiva de encargo social, el que la cons­
tituye en función genérica dentro de la división del traba­
jo, se incurre en la posibilidad de distorsionar su objeto
unilateralmente, como valor de cambio ajeno o simplifi­
cado. Como última tesis, se deriva en consecuencia, que:
8) La identidad de una disciplina, se configura, inicial­
mente a partir de su especificidad epistémica como modo
científico de conocimiento, y secundariamente, en térmi­
nos de la demanda como trabajo con un valor de cambio,
que una sociedad concreta le impone.

Configuración histórica de la función profesional de la


psicología

Aún cuando la Psicología, como temática de conocimien­


to, puede formalmente ubicarse en la Física Aristotélica
(en su tratado Acerca del Alma), su constitución como dis­
ciplina científica es reciente, y la fechamos con la formu­

125
lación del conductismo por Watson (1913). Sin embargo,
corno ya se ha mencionado, su función social, como proce­
dimientos dirigidos a una problemática concreta, se definió
con anterioridad a esta fecha; sin hacer referencia a las
actividades vinculadas con la magia y la locura, la Psico­
logía, apareció como acción profesional, en el campo de los
transtornos del comportamiento y en el campo de la edu­
cación y la medición de las aptitudes. El psicoanálisis y
la psicología diferencial son su concreción histórica. Las
dos tareas encomendadas a estas formas profesionales se
diversificaron en los años siguientes como adaptación y
evaluación en los campos de problemas definidos por las
instituciones sociales: la escuela, el hospital, la fábrica o
empresa y la «comunidad».
Un vistazo al «estado del arte» en los diferentes cam­
pos de la mal llamada psicología aplicada, muestra que los
problemas que se plantea, así como los procedimientos y
soluciones propuestos, surgen de una confrontación prag­
mática con la «realidad» que la determinación social le
impone. La vestimenta teórica que arropa dichas prácti­
cas es «cortada» a la medida, para justificar —a lo inter­
no de la disciplina— su determinación exterior y ajena a
su conformación epistémica. No obstante, su desvincula­
ción con lo que denominamos la ciencia básica de la psi­
cología es tan evidente que, de hecho su adjetivación de
«aplicada», es totalmente extraña al conocimiento cien­
tífico y se adscribe a la fuente que define su problemáti­
ca y por consiguiente su existir como trabajo social. Consi­
deramos que es, a partir de este divorcio o falta de con­
gruencia orgánica entre la psicología como rama del cono­
cimiento científico y su empleo social, que se debe replan­
tear su función profesional.
No es necesario fundamentar con detalle la existencia
de esta desvinculación orgánica entre ciencia y tecnología,
para afirmar dos puntos, uno de ellos esencial a nuestro
propósito. Primero, la naturaleza coyuntural, en lo social,

126
de los contenidos y propósitos de la llamada psicología
«aplicada». Segundo, la falta de sustentación teórica de su
pragmatismo tecnológico y la «importación» de modelos
ad hoc para legitimar conceptualmente su existencia. Este
último punto nos desviaría de nuestro objetivo presente,
por lo que sólo abundaremos respecto al primero. ¿Qué
se quiere decir cuando se hace referencia a la naturaleza
coyuntural de la psicología «aplicada»? Se significa la apa­
rición de ramas de aplicación como respuestas inmedia­
tas, externamente determinadas, a demandas sociales en
momentos críticos en lo tecnológico y/o en lo ideológico.
Su justificación parte de su necesidad impuesta y no de
su uso real o potencial como conocimiento aplicable. Así,
la disciplina se configura progresivamente por la sucesión
de tareas encomendadas, sin que exista de hecho una ap­
titud o madurez epistémica para ejercerlas. Es análogo al
caso del desempleado que la demanda coyuntural de tra­
bajo lo convierte sucesivamente en pintor, carpintero, plo­
mero, jardinero y otros oficios más, volviéndolo ajeno a su
origen laboral. La razón de esto es doble. En primer tér­
mino, la psicología irrumpió como profesión antes de su
consolidación como ciencia o ingeniería de alguna ciencia.
En segundo término, la naturaleza del sistema capitalista
no sólo enajena el producto del trabajo de la fuerza de tra­
bajo que lo produce, sino también al producto social de
las fuentes de conocimiento de su compromiso original,
por lo que convierte al trabajo intelectual en mercancía,
valorándolo en su relación de cambio, y no de uso real.
En este contexto, es pertinente examinar brevemente los
momentos de «crecimiento» de la psicología «aplicada».
Con la primera guerra mundial, y los grandes cambios
operados en la industrialización y redistribución de los
centros de poder mundial, surgió la aplicación de la psico­
logía diferencial y su tecnificación psicométrica. Los nom­
bres de Binet y Thorndike, entre otros, destacan en este
contexto. La psicología diferencial, interesada en la me-

127
dición de las diferencias individuales (y su posible deter­
minación genética) se constituyó en un instrumento prác­
tico para, con base en criterios no siempre exentos de
ambigüedad, clasificar a los individuos de acuerdo a la dis­
tribución de los puntajes de la población de la que forma­
ban parte. Por validez de construcción, se atribuía a las
pruebas y tareas diseñadas, la propiedad de medir aptitu­
des (capacidades y habilidades) supuestamente requeridas
por ellas. Aun cuando dichas pruebas normalizadas mos­
traron poder distribuir a los individuos en categorías po-
blacionales, nunca se verificó satisfactoriamente en que se
les clasificaba ni la determinación y posibilidad de cam­
biar lo evaluado. Las primeras aplicaciones de estas téc­
nicas fueron a la educación y al trabajo militar, adquirien­
do después un empleo generalizado a prácticamente todas
las esferas de la actividad humana clasificable o evalua-
ble. No es hasta fechas recientes ante ciertos argumen­
tos postulando la heredabilidad social (y posiblemente in­
dividual) de los puntajes de inteligencia, que afloraron al­
gunas de las razones sociales que permitieron el surgi­
miento y consolidación de la psicología diferencial. Schoen-
feld (1974) y Kamin (1978) entre otros, han señalado ine­
quívocamente las consecuencias ideológicas de su empleo,
al postular diferencias raciales donde no las hay como ta­
les, y oscurecer la acción de los factores sociales ligados a
la posibilidad de oportunidades reales equivalentes para
todos los individuos. Igualmente, ha quedado claro el pa­
pel social asignado a la psicología diferencial, al estrati­
ficar una meritocracia basada en la aptitud socialmente
dada, de modo que los más aptos tienen mayor acceso a
mecanismos de movilidad social que los menos aptos.
Con la Segunda Guerra Mundial se da el segundo esta­
llido de crecimiento. Surge el movimiento genérico de
salud mental y la ingeniería humana. Los profundos trans­
tornos causados por la subordinación económica, política
y social de países enteros a los intereses monopólicos in-

128
ternacionales se tradujeron en manifestaciones individua­
les y colectivas específicas a cada cultura reflejantes de
dichos transtomos. La delincuencia, el alcoholismo, las ati-
picidades sexuales así como los tradicionales problemas de
la enfermedad mental, se clasificaron como casuística del
área de la salud «mental». Se desvió el análisis hacia los
individuos o hacia los grupos sociales como «culturas in­
sanas», soslayando la determinación fundamental de las
variables macrosociales, y planteando que el problema ra­
dicaba en el «desajuste» de la persona o el grupo respec­
to a ciertos valores universales considerados los únicos
indicadores válidos de la salud. No es necesario señalar
que no se discute aquí la existencia misma de los trans­
tornos, sino más bien los criterios formulados para su
valoración. El desarrollo de técnicas individuales (clíni­
cas) y sociales (dinámica de grupos) para adaptar a los
transtornados, constituyó un común denominador del tra­
bajo aplicado bajo el rubro de psicología clínica social.
Algunos cuestionamientos recientes provenientes de enfo­
ques tan diversos como el análisis conductual, la antípsi-
quiatría y la sociología de la salud, han planteado la nece­
sidad de revalorar la justificación de estos objetivos profe­
sionales, al margen de la utilidad y validez científica de los
resultados obtenidos y procedimientos empleados.
La ingeniería humana representa el interés por «huma­
nizar», y en esa medida tornar más eficiente, la mecani­
zación y automatización promovidas por la electrónica mo­
derna. Su aplicación aún cuando espectacular, y por su
naturaleza instrumental, estrechamente vinculada a la in­
vestigación controlada, se ha visto limitada a sociedades
con niveles avanzados de industrialización. No hay que ol­
vidar, sin embargo, que como tecnología surgió del desa­
rrollo de la industria militar en la Segunda Guerra Mun­
dial, y de su aplicación al aumento de la productividad
industrial.

129
¿Existen campos de aplicación directa de la Psicología?

La prescripción de una función social aplicativa de la


Psicología debe subordinar las demandas sociales a la na­
turaleza del conocimiento que está en capacidad de em­
plear prácticamente. ¿Qué relación se da entre el conte­
nido propio de la Psicología en las áreas sociales de apli­
cación tradicionalmente prescritas? La pregunta se plan­
tea en términos relativos a la vinculación entre la ciencia
básica y las ingenierías o tecnologías sustentadas en su co­
nocimiento.
La psicología, por su fundamentación epistémica como
área del conocimiento científico, guarda similitud con otras
disciplinas que, constituyendo un campo específico del co­
nocimiento (ciencia básica) se vinculan, en relación recí­
proca, con formas aplicativas que, tarde o temprano de­
vienen en ingenierías de dicho conociimento científico. La
Física, la Química, la Biología, la Ciencia Social y posible­
mente la Lingüística serían los casos semejantes, aun cuan­
do en etapas diferentes de vinculación de la ciencia básica
con las ingenierías relativas. El problema radica en la po­
sibilidad de delimitar la relación de la ciencia básica de
la Psicología con sus ingenierías, y la naturaleza de estas
tecnologías aplicativas.
Si partimos de la premisa de que la Psicología estu­
dia el comportamiento, entendiendo éste como la interac­
ción construida del organismo y el medio ambiente, re­
sulta que pocas situaciones sociales y naturales estarían
exceptuadas de contener problemas o fenómenos de tipo
conductual. De este modo, profesionalmente, la psicología
estaría en condiciones de reclamar como propios de su ac­
ción todos los campos implicando comportamiento huma­
no, y por qué no, comportamiento animal. Sin embargo,
la pregunta que se plantea de inmediato es ¿Qué sucede­
ría con las ingenierías o profesiones sociales que tienen
ya asignado un encargo en la división del trabajo profe-

130
sional, relativo a las condiciones en que el hombre inter­
actúa? Obviamente nos estamos refiriendo a disciplinas
aplicadas como la administración, la antropología social,
la pedagogía, la medicina y sus variantes paramédicas, el
trabajo social y otros más.
¿Qué estatus guarda la Psicología en relación a estas
profesiones? Es de todos conocida la ambigüedad de los
límites trazados respecto a su inserción social, y los con­
flictos que surgen de yuxtaposiciones o vacíos creados en
torno a esta indefinición. Si analizamos detenidamente la
constitución de las disciplinas profesionales recién men­
cionadas, resaltan dos características: la primera, es que
difícilmente puede atribuírseles a dichas disciplinas un ni­
vel epistémico específico propio, diferente al encargo so­
cial que las define. Es así que la administración, la medi­
cina y restantes disciplinas se constituyen en tanto tales
como conjuntos de técnicas y procedimientos dirigidos a
la solución de problemas concretos, bajo el marco de re­
ferencia de una institución social. La reflexión sobre la
naturaleza de dichos problemas es efectuada al nivel de
las ciencias básicas que pueden sustentarlas en relación
a ellos, como es la Biología, la Sociología, etcétera. La se­
gunda característica es que las disciplinas profesionales
mencionadas se ejercen en contacto directo con los usua­
rios de servicios definidos por instituciones sociales, y sin
la posibilidad de esa acción directa carecerían de signifi­
cación en lo absoluto. No rebasarían el marco de las con­
diciones puramente valorativas e ideológicas, si no pudie­
ran actuar directamente en la transformación de las con­
diciones que definen su ejercicio.
Si aceptamos, por consiguiente, que las disciplinas es­
trictamente profesionales que tratan con el comportamien­
to humano en el ámbito social, carecen de un cuerpo epis­
témico propio y a la vez se definen por su contacto di­
recto con las condiciones problema y los usuarios involu­
crados, tenemos que resolver la cuestión de si la Psicolo­

131
gía se encuadra o no en esta caracterización. En tanto
posee una organicidad epistémica en el modo científico de
conocimiento no cumple con el primer requisito. El se­
gundo ahora debe discernirse de la siguiente manera: ¿Tie­
ne la Psicología una aplicabilidad específica al margen
de la educación, la salud, la administración, el trabajo, la
organización y desarrollo social, etcétera? Si la respuesta
es negativa, como consideramos debiera ser, se plantea en­
tonces la siguiente cuestión. ¿Cuál es pues el encargo so­
cial de la llamada Psicología Educativa, Psicología Clíni­
ca, Psicología Laboral, Psicología Social y Comunitaria?
Parece que la respuesta se configura por sí sola: ninguno,
como áreas específicas de acción profesional directa, pues
ello implicaría sustituir, desventajosamente, a disciplinas
que constituyen ingenierías socialmente asignadas a di­
chos campos de la relación social.
¿Qué es lo que planteamos entonces? ¿Acaso que la
Psicología y sus tradicionales compartimentos institucio­
nales carecen de identidad profesional? La respuesta es
afirmativa y negativa a la vez. Afirmativa, en tanto que los
campos que la Psicología parece reclamar como propios,
en realidad por la historia social de la división del tra­
bajo profesional, han sido ya asignados con anterioridad
a otras disciplinas. Negativa, en tanto consideramos que
la acción directa no constituye la única forma de profe-
sionalización de una disciplina.
Las disciplinas que poseen la característica de poseer
un espacio propio específico en el modo científico de co­
nocimiento, canalizan su acción profesional de manera di­
versa a aquellas otras que existen en tanto ingenierías téc­
nicas sociales, dedicadas a la solución de problemas con­
cretos, en lo práctico. Su encargo social se configura como
acción indirecta sobre los usuarios en las condiciones pro­
blema concretas. Indirecta, en tanto se ejerce a través de
las disciplinas estrictamente profesionales insertas social­
mente para ejercer el contacto directo con dichas condi-

132
ciones. Pero ¿en qué consiste esta acción indirecta? ¿Cuál
es su contenido y propósito?
La acción indirecta consiste en transferir, mediante
un proceso de adaptación tecnológico específico, el cono­
cimiento de la ciencia básica pertinente a las acciones pro­
fesionales directas de las ingenierías implicadas de un
modo u otro. De esta manera, consideramos que la Psico­
logía actúa profesionalmente siempre mediada por una
disciplina estrictamente aplicativa, y que su acción es la
de tomar problemas y transferir conocimiento traducible
a soluciones concretas. Por ello, la Psicología, se ve en­
vuelta, por definición, en acciones sociales de naturaleza
ínter y multidisciplinaria. Es su ejercicio mediado el que
le imprime esta característica.
Si concebimos a la Psicología como una profesión de
acción o contacto indirecto, se plantean al interior de su
organicidad disciplinaria, dos problemas fundamentales:
1) La reconfiguración de los canales de transferencia
de conocimientos (categorías y técnicas) entre la ciencia
básica y la aplicada. La Psicología «aplicada» debe pro­
curar integrarse orgánicamente al cuerpo científico de la
Psicología haciendo a un lado las consideraciones estricta­
mente pragmáticas que la definen. Por su parte, la ciencia
básica debe replantearse la pertinencia de los problemas
estudiados y la naturaleza de sus paradigmas y catego­
rías, de modo que el conocimiento producido sea realmen­
te pertinente al dominio de lo natural y lo social con­
cretos;
2) El replanteamiento correspondiente a la naturaleza
e identificación de lo psicológico concreto en los campos
aplicados de la educación, el trabajo, la salud, el desarro­
llo social, etcétera, con el fin de superar las estrategias
profesionales hasta hoy adoptadas: reducir estos campos
a problemas estrictamente psicológicos, o bien negar la re­
levancia de lo psicológico y buscar en lo sociológico o lo
biológico la solución lineal a problemas que no están co-

133
rrectamente formulados. La educación, por ejemplo, no es
campo específico de acción profesional de la Psicología,
y es por consiguiente tan absurdo intentar reducir los pro­
blemas de la educación a una psicología educativa, como
buscar la sustitución de una psicología educativa inexis­
tente en las teorías pedagógicas o sociológicas n. La natu­
raleza mediada de la Psicología profesional, debe permitir
ubicar con justeza su especificidad de contenido así como
sus interrelaciones disciplinarias.

La práctica profesional de la Psicología: ¿la desprofesio-


nalización?

Antes hemos propuesto (Talento y Ribes, 1980) que la


forma específica de profesionalización de la psicología es
su desprofesionalización. Consideramos que los argumen­
tos hasta ahora presentados, pueden ayudar a ubicar con
mayor precisión el problema y destacar las diversas fa­
cetas que el concepto de desprofesionalización implica. Re­
tomaremos el punto pues, a partir de la caracterización de
la Psicología como una profesión de acción o contacto in­
directo.
La conceptualización de la psicología como una profe­
sión de acción indirecta provee un primer criterio de la
desprofesionalización. Desprofesionalización en un doble
sentido. Primero, en tanto el psicólogo no actúa directa­
mente en relación al usuario, sino a través de una acción
mediada por un profesional, un no profesional o un pro­
fesional diferente. Esta acción mediada, no sólo no res­
tringe el espectro de aplicabilidad de la psicología, sino
que lo amplía significativamente. Segundo, dado que la

11. En consecuencia con la argum entación expuesta, tam poco


es legítim o p la n te a r la existencia de u n a psicología clínica, una
psicología social o com un itaria, o u n a psicología del tra b a jo .

134
ciencia y la investigación constituyen a partir de este si­
glo una profesión en sí, la acción de mediar el conoci­
miento científico a un no profesional de la ciencia cons­
tituye una forma de desprofesionalización a. De este modo,
el psicólogo como profesional de la investigación aplicada
y tecnológica, desprofesionalizaría el conocimiento en la
medida en que mediría su transferencia de investigador
básico que lo produce, al profesional exclusivo que lo apli­
ca en el contexto de muchos otros conocimientos trans­
feridos y procedimientos diseñados específicamente. A la
vez que es mediado como profesional, su acción es me­
diada en tanto transfiere conocimiento altamente profe­
sionalizado en su lenguaje y condiciones de producción.
La desprofesionalización, sin embargo, no se restringe
a esta función mediadora del conocimiento científico. Adop­
ta modalidades adicionales que se inscriben en la confor­
mación última de un perfil profesional de la psicología.
Una de ellas, es la desprofesionalización como modo so­
cial de división del trabajo. Aun cuando ya hemos toca­
do este punto previamente (Talento y Ribes, 1980), es me­
nester subrayar algunos aspectos. Destaca entre otros la
forma orgánica en que el profesional, como trabajador in­
telectual, se inserta en el sistema productivo directamente,
o en el aparato ideológico que permite mantener la hege-

12. La profesionalización de la investigación con el desarro llo


del cap italism o in d u stria l y las form as so cialistas de e stru c tu ra
social, significa el establecim ien to de cu ad ro s intelectuales a lta ­
m ente especializados, cuya lab o r es p ro d u c ir conocim iento, de
m odo que rep resen ta la in corporación orgánica de la ciencia al
sistem a productivo. Es poco factible su p o n er que este nivel de ex­
celencia intelectual pueda se r abolido com o tal, pues equivaldría a
p ro p o n er la existencia de eru d ito s enciclopédicos en to d as las ra ­
m as de la ciencia, posibilidad to talm en te rem o ta. Lo que es fun­
dam ental no es la especialización en sí p a ra p ro d u c ir conocim ien­
to , sino la posibilidad de que dicha especialización no sea asequi­
ble a unos cu an to s solam ente, y la natu raleza de la m ediación del
conocim iento científico pro d u cid o en su articulación con el siste­
m a productivo.

1 35
monía de la clase propietaria de los medios de producción,
y por consiguiente reproducir las relaciones de producción
específicas a su forma de apropiación del producto del
trabajo. Además, es importante señalar no sólo su inscrip­
ción social, sino su papel determinado como fuerza de
trabajo en el contexto del propio sistema en que se inser­
ta. Una característica del sistema capitalista y de las for­
mas de transición al socialismo conocidas, es la estratifi­
cación social de la fuerza de trabajo que a través de la
división del trabajo impide la igualdad efectiva de oportu­
nidades de desarrollo de las capacidades, y la retribución
del trabajo sin correspondencia a las necesidades del que
lo realiza. La desprofesionalización en este sentido pro­
porcionaría una opción, en un sistema con las caracterís­
ticas delineadas, para romper por un lado con la necesaria
inscripción del profesional en un bloque hegemónico
(Gramsci, 1967) y por el otro la desigualdad de oportuni­
dades y retribuciones intrínsecas en una división del tra­
bajo altamente compartimentalizada. La desprofesionali­
zación se concibe así en un doble aspecto. Por una parte,
vulnera el monopolio social del conocimiento reflejado en
la división del trabajo manual e intelectual, y las diversas
formas de estratificación de este último, como ocurre en
el caso de las profesiones. Por otra, entra en contradic­
ción con los valores y criterios que la clase hegemónica
impone a través de las instituciones sociales, en tanto pro­
cura de un espacio autónomo a los usuarios de dicho tra­
bajo especializado. En el caso concreto de la psicología,
la desprofesionalización significa:

a) Transferir conocimiento directamente a los usua­


rios que necesitan del mismo sin la mediación de
otros profesionales, convirtiéndoles en autopresta-
tarios de servicios; y
b) Delegar en los usuarios los criterios para definir el

136
uso de dicho conocimiento, al margen de las insti­
tuciones sociales que determinan su selección y for­
ma de aplicación.

Conviene señalar que existen dos modalidades comple­


mentarias del concepto de desprofesionalización, ambas li­
gadas a criterios de eficiencia y eficacia de la acción pro­
fesional. Por una parte, puede concebirse la desprofesio­
nalización en términos de la eficacia de una estrategia
profesional. Por otra, puede ser considerada desde la pers­
pectiva de la eficiencia de dicha estrategia profesional. La
eficacia de una acción profesional implica no sólo la mo­
dificación de los efectos sociales definidos como proble­
ma, sino la transformación de las condiciones identifica­
das como determinantes o responsables de dicho proble­
ma. La desprofesionalización se enmarca así en la dimen­
sión profesional prevención-corrección. En tanto se trans­
fiere información a los usuarios de servicios profesionales,
se anticipan las condiciones generadoras de problemas que
dependen en cierta medida de la propia acción de los usua­
rios, y de esa manera se previene su aparición. La preven­
ción, es así considerada, forma eficaz de acción profesio­
nal y paradójicamente se alcanza mediante una desprofe­
sionalización, aun cuando sea parcial, de dicha acción es­
pecializada.
La eficiencia de una acción profesional hace referencia,
fundamentalmente, a la relación costo-beneficio en térmi­
nos del número y tipo de beneficiarios de una inversión
social canalizada a través de servicios institucionales. La
desprofesionalización, en tanto significa desplazar la im­
partición de parte de los servicios a los propios usuarios,
reduce los costos profesionales a la vez que aumenta la
cobertura de dichos servicios. Aun cuando elemento se­
cundario en la ponderación de una estructura social del
trabajo intelectual especializado, esta modalidad de la des­
profesionalización no es de desdeñarse, muy particular-

137
mente en países con deficiencias de servicios instituciona­
les y bajos índices de incorporación educativa.

Consideraciones finales

Hemos planteado una alternativa de conceptualización


profesional de la psicología. Independientemente de las
características originales que tenga la proposición per se,
su valor fundamental reside en su articulación estrecha
con una formulación epistemológica de la psicología y con
su inserción en la compleja red de la división del trabajo
en una sociedad clasista. La forma específica que adopta
la proposición del perfil elaborado no es la única posible,
pero tiene la virtud de ser congruente con supuestos más
generales respecto a la ciencia y la sociedad. Pensamos
que este debe ser el criterio que norme los análisis y dis­
cusiones posteriores relativas a nuestra disciplina.

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139
INDICE

Prólogo, por Ramón B a y é s ....................................... 7


A manera de introducción y advertencia . . . 13
1. La naturaleza de las leyes en el estudio del com­
portamiento .......................................................... 19
2. Conceptos mentalistas y prácticas ideológicas 37
3. Tópicos y conceptos en la teoría de la conducta 49
4. ¿Se ha abordado el lenguaje desde el análisis
de la conducta?........................................ 73
5. Consideraciones metodológicas y profesionales
sobre el análisis conductual aplicado . . . 99
6. La psicología ¿una profesión?....................... 121

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