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Los hombres de maíz

Apuntes en torno a los mayas quichés de Guatemala


Francisco Emilio de la Guerra

"Seréis invocados", dijeron a sus padres, cuyos corazones se sintieron reconfortados. "Seréis los primeros en ser enaltecidos,
los primeros en ser adorados por los hijos esclarecidos, los engendrados en la luz. Vuestro nombre no se perderá. Así sea."
POPOL VUH

El Popol Vuh es conocido como el libro sagrado de los mayas, aunque en realidad es un libro que
aborda los mitos y la genealogía de un pueblo mayence en particular: los quichés, que dominaron en las
Tierras Altas de Guatemala entre el siglo XIII hasta la Conquista española, en 1524; sin embargo, de su
lectura se desprende la cosmovisión de esa cultura que surgió entre el tercer o segundo milenio a.C. en
esa misma zona, donde tuvo su origen el maíz, base alimenticia de la antigua América (Morley, 1947).
Los quichés constituyeron uno de los numerosos reinos mayas que florecieron en el periodo llamado
Postclásico, después de la rápida decadencia de las civilizaciones del Clásico (entre los años 800 y 830
de la presente era) en las Tierras Bajas del sur.

Los periodos
Ante la ausencia de documentos escritos o legibles por los historiadores, y a falta de una cronología
precisa para hacer la historia de las civilizaciones mesoamericanas, a mediados del siglo XX se adoptó
la periodización arqueológica, que parte de criterios materiales y evolutivos para valorar el desarrollo de
esas culturas.
En general, existen tres periodos, al que se agrega uno histórico a partir de la Conquista:
- . Preclásico (entre 2500 y 200 a.C.), que abarca desde la aparición de los primeros
asentamientos agrícolas hasta la formación de las primeras ciudades y la adquisición de sus principales
rasgos culturales.
- . Clásico (entre los años 200 a.C. y 909 d.C.), en el que se alcanza el apogeo cultural
de los mayas, con rasgos definidos de su arquitectura y cerámica, la organización de complejos reinos
teocráticos y sus máximos logros culturales: calendarios, astronomía y el desarrollo de una escritura
jeroglífica fonético-silábica. Concluye con la desaparición de estos reinos y el abandono de la
construcción de estelas y monumentos con fechas del calendario de cuenta larga en 909 d.C.
- . Postclásico (entre el 909 y la Conquista), sigue al declive de las culturas clásicas con
una pérdida relativa de los logros alcanzados en ese periodo -entre ellos, el calendario de cuenta larga-
y la conformación de pequeños estados, que luchan entre sí por la hegemonía hasta que son destruidos
por la Conquista. Estos tres periodos se subdividen a su vez en Temprano, Medio y Tardío.
- . El cuarto periodo es el actual, donde esos pueblos coexisten con la cultura
occidental, que León-Portilla denomina "prepotente".

El colapso del Clásico


Las civilizaciones del Clásico o de la cultura Tzacol florecieron en las Tierras Bajas del sur (la
periferia del Petén y el río Usumacinta) y se colapsaron misteriosamente entre los años 800-830 (Martin
y Grube, 2002) y 900-1100 (Nalda, 1998) de la presente era. Se dice "misteriosamente" porque hasta
1970 se especulaba demasiado acerca del origen y decadencia de estas ciudades-estado; sin embargo,
los últimos descubrimientos arqueológicos y epigráficos, que han avanzado en el desciframiento de la
escritura y la historia mayas, permiten penetrar en el enigma de su decadencia.
Entre aquellas especulaciones, se decía que las ruinas mayas eran vestigios de una civilización
pacifista fundada por los sobrevivientes del hundimiento de la Atlántida, o por navegantes fenicios o
israelitas que habían alcanzado estas tierras, incluso que eran obra de extraterrestres (descabellada
tesis sostenida sobre una fantástica interpretación de la Lápida de Palenque, referida a la muerte del
rey Pakal, a la que se hacía pasar por una nave espacial), lo que, además, implicaba negar toda
relación con los actuales pueblos mayences (Ayala, 1993; Martin y Grube, 2002).
Consecuencia de esa visión errada, también se especuló demasiado sobre la existencia de un
"imperio Antiguo", correspondiente al periodo Clásico, y otro "imperio Nuevo", correspondiente al
Postclásico (por ejemplo en Castedo, 1988), pero esa visión es equivocada pues, pese a los rasgos
culturales que comparten: "Los mayas nunca estuvieron unificados políticamente y durante el periodo
Clásico (250-909 d.C.) se dividieron en más de 60 reinos." (Martin y Grube, 2002)
Desde sus orígenes en el Preclásico (2000 a.C.-250 d.C.) los mayas mostraron una fuerte influencia
de la cultura olmeca. Hacia el año 500 a.C., los asentamientos de Miraflores e Izapa muestran ya las
características de la cultura y mitología mayas, entre ellas el culto al maíz. Más tarde, entre el 37 y 162
d.C., los pueblos mayences adoptaron los calendarios mesoamericanos de 260 y 365 días (el Tzolkin y
el Haab), la combinación de ambos en la llamada Rueda Calendárica de los ciclos de 52 años, y
crearon con su sistema numérico vigesimal la llamada cuenta larga (León-Portilla, 1994).
TIEMPO SAGRADO
El carácter sagrado del tiempo es uno de los rasgos de identidad de los pueblos mayas. Miguel León Portilla ha señalado que
la palabra que designa tiempo, kinh, es la misma que designa al día y al dios Sol; de tal manera, el tiempo es una derivación
del movimiento divino y tiene un carácter sagrado. Por tal razón, su sistema numérico tiene ese mismo carácter, pues fue
elaborado para el cálculo del tiempo divino, al que se percibía y se percibe como infinito y cíclico. El calendario sagrado de los
mayas o Tzolkin (en la imagen) se componía de trece ciclos de veinte días (cada uno de ellos vinculado a uno o dos
jeroglíficos distintos) que sumaban un total de 260 días.
En el Clásico, sobre todo en el siglo IV, en Kaminaljuyu, los mayas recibieron el influjo cultural,
político y económico de Teotihuacán (que habría de colapsarse hacia el año 750, dando lugar a nuevos
desarrollos urbanos, entre otros, Tula, Cacaxtla, Xochicalco y el Tajín, donde, en contrapartida, también
es visible la influencia maya).
En el siglo VI, los mayas alcanzaron su apogeo y sus máximos logros culturales (entre ellos sus
asombrosos conocimientos astronómicos y su escritura jeroglífica fonético-silábica), sin embargo hacia
el siglo IX inició lo que se conoce como su colapso, que coincide con el abandono del uso del
calendario de cuenta larga, cuyo último registro data de 909 d.C. (Martin y Grube, 2002).

La civilización maya se desarrolló en una área de aproximadamente 325000 kilómetros entre México y Centroamérica, que se
divide en tres zonas geográficas o naturales: las Tierras Altas del sur, entre el Océano Pacífico y la cordillera del istmo
centroamericano; las Tierras Bajas del sur, o zona central, en la cuenca interior del altiplano del Petén, en la actual Guatemala,
y sur de la península de Yucatán, Tabasco y Chiapas, y las Tierras Bajas del norte, en el extremo septentrional de la citada
península.
Simon Martin y Nicolai Grube, Crónica de los reyes y reinas mayas, Planeta, México, 2002.

Otros indicios arqueológicos de esta decadencia son las numerosas inscripciones referidas a las
guerras, la disminución en la construcción de estelas y monumentos, la baja productividad de cerámica
de calidad y, por último, el rápido abandono de las ciudades.
Otras hipótesis sobre el colapso postulan además desastres naturales como los huracanes o pestes,
la degradación ambiental por la explotación desmesurada de los recursos naturales y de la tierra, con el
método de tala y roza (o quema del campo). Asimismo, se habla de la invasión de grupos provenientes
del norte (toltecas) y de las tensiones y divisiones sociales entre las elites de las mismas ciudades-
estado, que, sumadas a las guerras, debilitan al poder central.

El abandono de las ciudades


La teoría de Nalda, la más novedosa en torno al abandono de las ciudades, sostiene que el crecimiento
de la elite y la necesidad de obtener más productos no por vía de aumentar la productividad (cosa
técnicamente posible pero socialmente inaplicable), para sostener una creciente burocracia, llevó a
aumentar las presiones sobre las poblaciones de campesinos tributarios, quienes tuvieron como recurso
de resistencia la emigración:
Los movimientos poblacionales hacia afuera del dominio controlado por la elite de los grandes centros tendrían que verse
como un recurso del común de la gente por aliviar una carga que ponía en riesgo su propia existencia... [que] habrían llevado a
ese campesinado a adoptar la forma más efectiva y que puso en práctica, una y otra vez, antes y después de la llegada de los
españoles, para resistir la adversidad: la evasión, la reubicación y la recreación de las condiciones perdidas (Nalda, 1998).
Ya antes se sostenía que la separación y la estratificación social entre la teocracia y las comunidades
no era tan rígida, como en el centro de México, y que los campesinos, a los que se suponía habitando
fuera de las ciudades, participaban "en forma apreciable de la ideología y cultura urbana de la época".
Esta ideología implicaría un alto grado de autonomía y participación política; y en el rito religioso de
las comunidades, "hay la tendencia a demostrar una menor rigidez en la estratificación social, disminuir
la separación física y social entre el pequeño grupo dominante teocrático y el pueblo sojuzgado que lo
sustentaba" (Piña Chan, 1976).
De tal manera que las presiones tributarias de sus dirigentes habrían llevado al debilitamiento de lo
religioso como mecanismo ideológico de control social sobre el pueblo. Nalda menciona un proceso de
secularización ritual, con un debilitamiento del papel de la elite sacerdotal y de la nobleza, como líderes
del ritual, el cual se hace menos oficial, se extiende a todo el pueblo y se concentra cada vez más en la
comunidad campesina.
Este debilitamiento del control ideológico sobre las comunidades campesinas explica el paso del
Clásico Tardío al Postclásico Temprano y el abandono de las ciudades, con dos consecuencias
significativas: "El fin de la dinastía gobernante y la aparición de nuevos dirigentes. Lo anterior significa la
desaparición de un arte oficial para dar paso a otra expresión, también oficial, pero menos rigurosa,
menos exacta, con nuevos temas y formatos" (Benavides, 96).

El Postclásico
Entre las hipótesis de lo que ocurrió después de esta decadencia, se cree que algunos grupos de la
población de estos "reinos perdidos" se desplazaron hacia el norte, a lo que actualmente son Belice,
Quintana Roo y Yucatán, mientras otros grupos lo hicieron hacia el sur, a las tierras altas de Guatemala.
Sin embargo, investigadores como Nalda aseguran que no existen indicios para afirmar que hayan
ocurrido tales desplazamientos masivos en la zona.
De acuerdo con la primera teoría, los grupos migrantes se fundieron con otros pueblos mayences y
rehabilitaron viejas ciudades, como en Yucatán, o fundaron nuevas. Pero la mayoría de estas nuevas
urbes estaban ya alejadas de las características que distinguían a las civilizaciones del Clásico y tenían
una fuerte influencia de grupos de ascendencia tolteca.
En el Postclásico Tardío ocurre una recomposición de las formas de dominio centralizado y
militarizado, primero en Chichen Itzá y más tarde en Mayapán, que a su desintegración queda
fragmentado en los cuchcabal, especie de provincias autónomas que comparten el poder político,
económico y religioso.
Antonio Benavides llama "liderazgo disperso" o "descentralización" a este modelo, y sostiene que
una "integración política exitosa y adecuada debió basarse en un control distribuido en varias manos y
no sólo concentrado todo en una sola elite rectora". Este tipo de organización, extendido a casi todo el
Postclásico, es el que permite sobrevivir y resistir con éxito a los pueblos de la región del lago Petén
Itzá, hasta la entrada de los españoles a Tayasal en 1697.

Los quichés
Los quichés, con capital en Gumarcaaj o Cumarcaaj, que los mexicanos llamaron Utatlán, se
contaban entre los pueblos más importantes de las Tierras Altas desde el establecimiento de su linaje
en 1225 con el rey Balam Quitzé, uno de los cuatro primeros hombres de maíz creados por los dioses,
según el Popol Vuh, y mantuvieron su influjo mediante guerras o alianzas matrimoniales, por el
comercio o peregrinaciones religiosas, sobre los otros pueblos.
Los cakchiqueles, quienes fueron sus vasallos hasta 1470 y les disputaban la hegemonía de la zona,
les seguían en importancia y regían desde su capital Iximché, llamada Quauhtemallan por los
mexicanos; los habitantes de Mixco Viejo y Chinautla Viejo dominaban la zona pokomam; los tzutuhiles
controlaban la zona del lago Ati-tlán, y Zaculeu era la capital de los mames (Benavides, 1998).
Sobre su origen, de acuerdo con las teorías de la década de los sesenta, los quichés son
descendientes de una tribu tolteca que emigró desde Tula (actualmente en el estado de Hidalgo,
México) a Guatemala, después del colapso de esa ciudad, entre 960 d.C. y 1220 d.C., lo cual explicaría
la afinidad artística de Utatlán, la última capital quiché, con Teotihuacán y los mexicas (Girard, 1962).
Coe apoya la tesis de la peregrinación desde la Tula mexicana, con base en lo que los mismos
quichés y cakchiqueles cuentan en sus historias del origen, donde, interpreta el investigador, "afirmaban
haber llegado de occidente, desde México" (Coe, 1990).
ESPACIO SAGRADO
Como en todo pueblo antiguo, el mundo es una creación divina y, por tanto, en la naturaleza se expresan las diversas
divinidades, pero entre los mayas se divide en cuatro rumbos (los puntos cardinales de Occidente) y un centro, que guardan
relación con los movimientos solares. Asimismo, los tres niveles del mundo: cielo, tierra e inframundo, se relacionan con los
dioses de esos ámbitos, cuyos representantes son los animales y plantas que los pueblan. (Abajo, representación de dioses en
el Códice Dresde. Maria Sten, 1978).

Pero, según Benavides, el Tollan que se menciona en el Popol Vuh y en Los anales de los xahil o
cakchiqueles es mítico y en realidad se refiere a Chichen Itzá; asimismo, la Serpiente Emplumada de
quien se habla es el rey Nacxit-Xuchit, que se daba a sí mismo ese título, Kukulkán, en maya yucateco;
Gucumatz, en quiché (Benavides, 1998).
Por otra parte, Mercedes de la Garza ha señalado que el culto a la Serpiente Emplumada es más
antiguo que la influencia de los grupos toltecas en el Postclásico y que incluso se remonta al periodo
Preclásico, en Izapa (De la Garza, 1984).
Sean inmigrantes provenientes de México o del Chichen Itzá mexicanizado, diferentes estudios
reconocen que las influencias de los extranjeros o yaquis no eliminaron la continuidad de la cultura
maya sino, por lo contrario, se incorporan a ella de manera natural. Así, esta toltequización de lo maya
implica sobre todo una absorción de la lengua y de la cultura locales por los inmigrantes de origen o
influjo mexicano (Rojas, 1992).

Conquista del Quiché


En la conquista del pueblo quiché, los españoles, al mando de Pedro de Alvarado, repitieron el modelo
de guerra practicado contra México-Tenochtitlán. Aprovecharon las disputas entre quichés y
cakchiqueles para obtener el apoyo de los segundos, pese a las advertencias que recibieron en 1520 de
parte de embajadas procedentes del imperio mexicano (Drew, 2002).
Asimismo, como ocurrió en Cholula y en el Templo Mayor, Pedro de Alvarado hizo la guerra con
extrema crueldad destruyendo y quemando Cumarcaaj o Utatlán, la capital quiché. Posteriormente,
traicionó a sus aliados cakchiqueles, quienes se rebelaron y abandonaron su capital, pero fueron
aplastados de igual manera en 1530 (Coe, 1990; Rojas, 1992; Drew, 2002).
La Conquista no escapó a la visión mítica maya, y mientras Alvarado exageró los peligros y
"perversidades" de los quichés para justificar sus iniquidades y la quema de la ciudad, a la que calificó
de "casa de ladrones más que de pobladores", los quichés recuerdan la batalla del Pinar, en la que
fueron derrotados, por el valor de Tecún Umán, uno de sus jefes, que combatía bajo la protección de
sus naguales águila y quetzal, y sobre quien, al morir atravesado por la lanza de Alvarado, se eleva un
quetzal, que se convierte en el símbolo de la libertad y la resistencia indígena.

La literatura maya y el Popol Vuh


En principio recordemos con Demetrio Sodi M. que a diferencia de la literatura náhuatl, la maya no tiene
una homogeneidad que la defina como patrimonio de un solo grupo y una cultura. Asimismo, lo que ha
sobrevivido como literatura son textos en lenguas mayences escritos en caracteres latinos después de
la Conquista, en ningún caso una traducción, aunque se sospecha que algunas partes fueron copiadas
de libros antiguos. Significativamente, el Popol Vuh tiene marcas temporales y espaciales referidas al
periodo colonial.
Carlos Lenkersdorf recuerda los motivos religiosos que llevaron a las autoridades coloniales a
destruir y prohibir la circulación de los textos indígenas, ante la persistencia de éstos en tratar de
preservarlos: "El afán de erradicar la idolatría motivó a las autoridades eclesiásticas a quemar los libros
en la región maya y en otras áreas de los pueblos autóctonos. Además, se decretó la prohibición de
'canciones' y otras prácticas por el III Concilio Provincial Mexicano de 1585" (Lenkersdorf, 1999).
De los libros mayas coloniales, dice Mercedes de la Garza, "fueron escritos por los mismos mayas
del ocaso de ese periodo [Postclásico], con la finalidad manifiesta de preservar las antiguas costumbres
y tradiciones religiosas [provenientes del Clásico], es decir, la identidad del pueblo maya frente a la
invasión de la cultura occidental" (De la Garza, 1998).
Por su parte, David Drew, con base en estudios de inscripciones en monumentos y cerámica por
parte de Coe y Karl Taube, refuerza esta opinión y señala que "ahora hay evidencias incontrovertibles
de que los temas más importantes del Popol Vuh eran familiares y circulaban libremente por las tierras
bajas en los tiempos clásicos" (Drew, 2002). Pero entre los detractores del Popol Vuh se cuenta René
Acuña, quien creía que el libro era un artificio del padre Francisco Ximénez para evangelizar a los
pueblos de la región quiché. Apoya su idea, entre otros argumentos, en la comparación con una
Theologia indorum, del padre Domingo Vico, y en la inexistencia de un "original" del texto (Acuña,
1979).
LENGUAS MAYENCES
Entre 28 y 35 grupos etnolingüísticos conforman la familia maya, con un desarrollo cultural relativamente autónomo. Dos son
las principales familias protolingüísticas: la familia proto Guatemala-Yucatán y la familia proto Chiapas (desarrollada en
Chiapas, Tabasco, Petén y Honduras). No se toma en cuenta la familia proto huasteca, asentada al norte de Veracruz, que se
considera una separación previa, ocurrida alrededor del año 500 a.C., antes de las conquistas culturales que caracterizan a los
mayas del sureste. (Ayala, 1993; García Payón, 1976; Morley, 1947). En la imagen se muestra el mapa de la península de
Yucatán, con los principales emplazamientos y grupos lingüísticos.
El origen del Popol Vuh es incierto, en cuanto que no se sabe quiénes son sus autores indígenas;
según Adrián Recinos, se supone que pertenecieron a los últimos descendientes de la nobleza quiché y
realizaron la transcripción de memoria o por transmisión oral de un códice ya inexistente, lo hicieron en
su lengua original pero en caracteres latinos por el año de 1544, evidentemente después de la
Conquista.
También Francisco Monterde habla de un tal Diego Reynoso, autor de un vocabulario, pero no se
dan mayores detalles de tal personaje, si era español o criollo o un quiché rebautizado. En todo caso,
enfrentados a la lectura del Popol Vuh, resulta irrelevante la identidad del autor, pues el libro se revela a
sí mismo como un texto colectivo, desde luego de los quichés, pero no sólo de ellos, sino incluso de la
humanidad.
El Popol Vuh, también llamado Manuscrito de Chichicastenango, fue entregado cerca de 1700 al
padre Francisco Ximénez, quien había logrado la confianza de la población, y durante tres años trabajó
en su traducción, que tituló Empiezan las historias del origen de los indios de esta provincia de
Guatemala, traduzido de la lengua quiché en la castellana para más comodidad de los Ministros del Sto.
Evangelio por el R. P. F. Francisco Ximénez, cura doctrinero por el real Patronato del Pueblo de Sto.
Tomás Chuíla.
Más tarde, trabajó en una traducción mejorada del texto que incluyó en su Historia General de la
Provincia de Chiapa y Guatemala, que terminó en 1721, al lado de su transcripción, de la que se
supone parten todas las versiones actuales.
Ximénez no da noticias sobre lo ocurrido con el manuscrito recibido, por lo cual sólo se conocen las
versiones que él hizo en su parroquia de Santo Tomás Chuíla, hoy llamado Chichicastenango, pero su
transcripción incluye pocas pinturas y ocasionalmente un jeroglífico, dice Dennis Tedlock, quien ha
consultado el manuscrito de Ximénez que se conserva en la Biblioteca Newberry de la "Plaza de las
Cebollas Salvajes", es decir, Chicago.
Sin embargo, al comentar el texto, Tedlock señala que existe una dialéctica entre la escritura y las
imágenes en los antiguos códices mayas que se traslada a este libro sagrado. En momentos, los
escritores del Popol Vuh parecen describir pinturas como si estuvieran frente a las imágenes de un
códice, mediante el reiterado uso de la expresión: "Éste es", "This is..." (Tedlock, 1996)
El Popol Vuh, por su temática, se ha dividido en dos partes: una mítica, que habla de la creación por
los dioses del mundo y de los hombres; y otra histórica, referida a la genealogía de la dinastía quiché.
En la primera, se encuentran muchos de los valores sobre los dioses, el tiempo y el espacio que
identifican a los mayas en general. La segunda es una interpretación mítica de la historia, al estilo de la
que puede observarse en los textos homéricos, que explica la preeminencia de los quichés sobre otros
pueblos.
Aunque su escritura, de acuerdo con el manuscrito de Ximénez, adopta las formas occidentales de la
prosa medieval, por su lenguaje poético parece tratarse de un largo poema épico, más vinculado con
las formas tradicionales de la poesía oral que con la narración histórica.
Así, es posible ubicar en el Popol Vuh recursos de la poesía prehispánica que fueron trasladados a la
escritura alfabética después de la conquista. Entre ellos, los más característicos son los paralelismos
("Aquí comenzaremos..., aquí escribiremos...") y difrasismos (los Constructores, los Formadores).
Sin embargo, anotemos, con Elisa Craveri, que estos recursos de estilo no sólo fueron
característicos de los pueblos prehispánicos como el quiché, sino parte de una poética o "tentativa de
conocer la realidad y de interpretar el papel del hombre en el contexto natural" compartida por muchas
culturas de raíz oral.

Conclusión
El Popol Vuh es uno de los grandes libros que nos hablan, desde el pasado, sobre los orígenes de la
civilización humana, acerca del tiempo primigenio cuando los hombres aún buscaban la unidad y la
armonía con la naturaleza y lo sagrado, cuando trataban de entender con humildad las potencias que
mueven al Universo y determinan el sentido de la existencia. Desde esa perspectiva, se trata de una
obra con preocupaciones universales.
Pero al mismo tiempo es una obra que nos habla de la cultura de unos hombres en particular, de un
tiempo y un espacio específicos, de sus logros materiales y espirituales, de sus derrotas, y de cómo,
con espíritu épico, fundaron dinastías y formas de ver el mundo y concebir la historia, incluso cuando la
historia parecía haber terminado para ellos.
En fin, que el llamado libro sagrado de los mayas sigue hablando desde una perspectiva poética de
todo eso que constituye una raíz viva, una tradición cultural vigente más allá de las destrucciones del
tiempo y las soberbias del poder.

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