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ADELANTE LA FE

DON DOLINDO RUOTOLO: Un sacerdote santo, alma víctima y amanuense


del Espíritu Santo
04/01/15 12:13 AMpor María Teresa Moretti

A los numerosos napolitanos que iban a San Giovanni Rotondo para


hablar y confesarse con San Pío de Pietrelcina, él les decía: “¿Por
qué venís aquí si en Nápoles tenéis al Padre Dolindo? Id a verle a él
que es un santo.” Todo el mundo conoce al Padre Pío, sus estigmas y
sus extraordinarias dotes místicas. Pero ¿quién era ese tal Padre
Dolindo al que el capuchino de Pietrelcina reenviaba las almas,
seguro de ponerlas en manos tan santas como las propias?
Don Dolindo Ruotolo era un pobre y humilde sacerdote napolitano,
también terciario franciscano, que llevaba con infinita paciencia
unos sufrimientos indescriptibles y además tenía la fuerza de pedir
al Señor aún más dolores para ofrecerlos por la salvación de las

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almas, sabiendo que no hay otro medio para alcanzar la santidad que
el camino de la Cruz.
Dolindo nació en Nápoles el 6 de octubre de 1882. Quinto retoño de
los once hijos del ingeniero y matemático Raffaele Ruotolo y de
Silvia Valle, descendiente de la nobleza napolitana de origen
español, Dolindo (nombre que entraña en sí mismo la referencia al
“dolor”) tuvo una infancia difícil por reiterados problemas de salud y
por los apuros económicos de la familia. En 1896, tras la separación
de los padres, el joven Dolindo fue enviado con el hermano Elio a la
Escuela Apostólica de los Sacerdotes Misioneros y, tres años
después, fue admitido al noviciado. Emitió sus votos religiosos el 1
de junio de 1901. En 1903, pidió sin éxito ser enviado a China como
misionero.
Tras la ordenación presbiteral el 24 de junio de 1905, fue nombrado
profesor de los clérigos de la Escuela Apostólica y maestro de canto
gregoriano. Durante un breve período fue enviado a Tarento (en la
región de Apulia) y luego en el seminario de Molfetta, donde enseñó
y trabajó también en la reforma del mismo seminario.
El 29 de octubre de 1907 le ordenaron volver a Nápoles, intimándole
no ocuparse más del asunto y finalmente fue suspendido a divinis.
Acusado de ser un “hereje formal y dogmatizante”, se fue a Roma
para someterse al juicio del Santo Oficio. Después de cuatro meses
de proceso, durante los cuales Ruotolo no se retrató, fue
suspendido a divinis y obligado a someterse a pericia psiquiátrica,
de la que salió con el veredicto de estar mentalmente sano. El 13 de
abril de 1908, los superiores de su congregación lo convocaron a
Nápoles, lo sometieron a exorcismo y lo expulsaron.
Don Dolindo se trasfirió entonces a Rossano, en la región de
Calabria. La petición de revisión de la suspensión tuvo éxito positivo
el 8 de agosto de 1910, cuando fue rehabilitado. Pero, por segunda
vez, en diciembre de 1911, fue convocado por el Santo Oficio y
reenviado a Nápoles en 1912. Sufrió otro juicio en 1921, fue

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condenado y nuevamente alejado. Para la rehabilitación definitiva,
tuvo que esperar hasta el 7 de julio de 1937.
A partir de entonces, su vida de sacerdote diocesano se desarrolló en
Nápoles, en la céntrica iglesia del San José de los Viejos, de la que el
hermano Elio era párroco. En este lugar, Don Dolindo ideó la Obra
de Dios y la Obra Apostolado Prensa.

Don Dolindo consagró cada momento de


sus jornadas a la oración, a la penitencia, al servicio de las almas y
del mundo, a la escucha atenta de las numerosísimas personas que
acudían a él en busca de ayuda, consuelo y dirección espiritual.
Entre los muchos fieles que le seguían, había gente humilde,
profesionales de todo tipo y científicos (como, por ejemplo, Enrico
Medi que cada día se sentaba a los pies de Padre Dolindo para
escuchar sus palabras). Muchos llegaban a él en la estela de la fama
de santidad que se estaba esparciendo incluso fuera de Nápoles. De
hecho, de la santidad tuvo también ciertos carismas “visibles”, como
la bilocación, el don de profecía y de sanación, pero vividos siempre
en la plenitud de las virtudes de la humildad, de la obediencia y del
silencio.
En Nápoles todos lo veían caminar con una bolsa de tela negra llena
de piedras: era una forma de penitencia que le pesaba mucho, dado
que aumentaba los dolores provocados por una artrosis que lo
estaba literalmente doblando en dos. En la otra mano siempre
llevaba la corona del Rosario, de la que nunca se separaba, para orar
por todas las almas que le confiaban sus penas. Su vida fue una

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entrega continua. Él mismo se convirtió en una Hostia viviente
consumida con y por amor a la Iglesia. La elección voluntaria de ser
un alma víctima lo transformó en un auténtico “Himno a la Vida”:
así el Dolindo-dolor fue cada vez más Dolindo-vida.
Además de toda una vida de oración y penitencia, Don Ruotolo
escribió una poderosa y vasta obra compuesta por libros de teología,
ascetismo y mística, escritos de doctrina católica y también
autobiográficos. Destaca suComentario a la Sagrada Escrituraen 33
volúmenes, en el que adoptaba un método exegético tradicional
intentando recomponer en la exégesis la fractura entre ciencia y fe.
Como recuerda el Profesor Roberto De Mattei en su fundamental
ensayo El Concilio Vaticano II. Una historia nunca escrita, Don
Dolindo fue objeto de una implacable persecución por parte del
Pontificio Instituto Bíblico, dirigido por el jesuita Augustin Bea, y
por la Pontificia Comisión Bíblica, capitaneada por el Cardenal
Eugène Tisserant. Don Dolindo se había atrevido a desafiar la nueva
orientación racionalista de las dos potentes instituciones pontificias
emprendiendo su comentario de las Sagradas Escrituras siguiendo el
método exegético tradicional de los Padres y Doctores de la Iglesia,
método basado sobre las tres verdades reveladas que sustentan toda
exégesis auténticamente católica: la inspiración divina de las
Sagradas Escrituras, su inerrancia absoluta y la historicidad de los
cuatro Evangelios. El pio y erudito sacerdote napolitano,
acompañaba además el estudio de la Biblia con la oración y la
meditación. Pero, no obstante la defensa de Mons. Giovanni Maria
Sanna, obispo de Gravina e Irsina, y de Mons. Giuseppe Palatucci,
obispo de Campagna, y el apoyo de otros ilustres prelados italianos,
Don Ruotolo fue condenado por el Santo Oficio.
Bajo el pseudónimo Dain Cohenel, Don Dolindo escribió y publicó,
en mayo de 1941, un opúsculo que fue presentado al Papa Pío XII
por el Cardenal de Nápoles Alessio Ascalesi. En este escrito, Don
Ruotolo arremetía contra la exégesis histórica y supuestamente

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científica, viendo en ella el grave peligro de una “dictadura
intelectual” en el campo de los estudios bíblicos. Como era de
esperar, la Comisión Bíblica reprobó esta tesis que ponía en tela de
juicio el “reduccionismo bíblico” fuertemente sostenido por el Padre
Bea.
Pero las preocupaciones que Don Ruotolo expresaba no eran ni
gratuitas ni infundadas, como la historia posterior ha demostrado
con creces. Lamentablemente, hemos comprobado desde hace
tiempo que la exégesis católica ha sido enterrada precisamente por
esa misma Pontificia Comisión Bíblica y ese mismo Pontificio
Instituto Bíblico que los Pontífices Romanos habían querido para
combatir el modernismo en el campo bíblico. El caso de Don
Dolindo es indicativo del giro que estas dos instituciones empezaron
a dar justo por aquel entonces, cediendo a las aperturas en boga
hacia las protestantes “historia de las formas”(R. Bultmann y M.
Dibelius en los años 20) e “historia de la redacción” (1945) que
parten de la negación de la verdad histórica y autenticidad de los
Evangelios y, consecuentemente, niegan la inspiración divina de las
Escrituras y limitan la inerrancia a los solos pasajes relativos al
dogma.
Con tan sólo esta breve semblanza, podemos constatar cómo Don
Dolindo fue calumniado y perseguido durante décadas. A quién lo
calumniaba y perseguía, respondía con amor y con oraciones. No
permitía a nadie que hablara en contra de sus perseguidores.
Aislado, calumniado, tratado como un loco y hasta como un hereje,
Don Dolindo escribía a sus hijos e hijas espirituales para infundirles
fortaleza y prevenirles emitir juicios sobre la Iglesia Santa e
Inmaculada.
En 1960 un ictus lo dejó inmovilizado en el lado izquierdo del
cuerpo. Él supo llevar la parálisis con una maravillosa entereza,
paciencia y hasta con alegría, siempre trabajando para la gloria de
Dios, la salvación de las almas y la santificación de la Iglesia. Murió

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el 19 de noviembre de 1970, en la más extrema pobreza y en “olor de
santidad”. Sus restos mortales descasan en la iglesia napolitana de
San José de los Viejos y la Inmaculada de Lourdes.
Su biógrafo, Luca Sorrentino, traza el retrato de Don Dolindo con
estas breves pero incisivas pinceladas: “Un amanuense del Espíritu
Santo, una Sabiduría infundida desde lo alto, un taumaturgo de la
talla de Padre Pío, un estigmatizado de Cristo ya desde el nombre,
un hijo predilecto de la Virgen iniciado a la sabiduría de las
Escrituras, un siervo fiel que quiso ser la nada de la nada en Dios y
todo de Dios en los hombres”.
Actualmente es considerado como un maestro de la espiritualidad
napolitana y está en proceso de beatificación.
Para más informaciones sobre Don Dolindo
Ruotolo:http://www.dolindo.org/
La obra de Don Dolindo ha sido rescatada y divulgada por los
Franciscanos de la Inmaculada y se puede pedir a través de su
editorial:
http://www.casamarianaeditrice.it/catalogo.asp?idp=136&idm=137
LA ORACIÓN DE ABANDONO DE DON DOLINDO
NO QUIERO ANGUSTIARME, DIOS MÍO: ¡CONFÍO EN TI!
Jesús al alma:
¿Por qué os confundís, angustiándoos? Dejad a mí la gestión de
vuestros asuntos y todo se calmará. En verdad os digo que cada acto
de verdadero, ciego y completo abandono en mí, produce el efecto
que deseáis y resuelve los problemas más espinosos.
Abandonarse en mí no significa atormentarse, alterarse o
desesperarse, dirigiéndome luego una oración llena de inquietud
para que yo os siga a vosotros y cambie así la inquietud en la
oración. Abandonarse significa cerrar plácidamente los ojos del
alma, apartar el pensamiento de la tribulación y confiarse a mí para
que sólo yo obre, diciéndome: “ocúpate Tú de ello”. La
preocupación, la turbación, el querer pensar en las consecuencias de

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un hecho son cosas contrarias al abandono, contrarias por
naturaleza.
Es como la confusión que traen los niños que pretenden que la
mamá piense en sus necesidades, pero quieren también resolverlas
por sí solos y así obstaculizan, con sus ideas y sus fijaciones
infantiles, su trabajo.
Cerrad los ojos y dejaos llevar por la corriente de mi gracia; cerrad
los ojos y no pensad más que en el momento presente, alejándoos
del pensamiento del futuro como de una tentación; reposad en mi
creyendo en mi bondad, y os juro por mi amor que, diciéndome con
estas disposiciones: “ocúpate Tú de ello”, yo lo haré por entero,
os consolaré, os libraré, os guiaré.
Y cuando tenga que llevaros por un camino diferente de aquel que
veis vosotros, yo os adiestraré, os llevaré en mis brazos, haré que os
encontréis en la otra orilla, como niños dormidos en los brazos
maternos. Lo que os turba y os hace un daño inmenso son vuestros
razonamientos, vuestras preocupaciones, vuestros afanes, y el querer
a toda costa ser vosotros quienes remediéis aquello que os aflige.
¡Cuántas cosas realizo cuando el alma, tanto en sus necesidades
espirituales como en aquellas materiales, se vuelve a mí, me mira y
diciéndome: “ocúpate Tú de ello”, cierra los ojos y reposa.
Obtenéis pocas gracias cuando os atormentáis por producirlas, sin
embargo tenéis muchísimas cuando la oración es un encomendarse
plenamente a mí. En el dolor, vosotros oráis para que yo obre, pero
para que obre como creéis que debo obrar… No os dirigís a mí, sino
que queréis que yo me adapte a vuestras ideas; no sois enfermos que
piden al médico que les cure, sino que le sugerís la cura. No obréis
así, sino orad como os he enseñado en el Padrenuestro:
Santificado sea tu nombre, es decir, sed glorificado en esta
necesidad mía.
Venga a nosotros tu reino, o sea, todo contribuya a tu reinado en
nosotros y en el mundo.

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Hágase tu voluntad así en la tierra, como en el cielo, es decir,
dispón Tú, en esta necesidad, como mejor te parezca en lo tocante a
nuestra vida temporal y eterna.
Si me decís de verdad: “hágase tu voluntad”, que es lo mismo que
decir: “ocúpate Tú de ello”, yo intervendré con toda mi
omnipotencia y venceré las mayores dificultades. Mira, ¿tú ves que
la enfermedad apremia en vez de menguar? No te turbes, cierra los
ojos y dime con confianza: hágase tu voluntad, “ocúpate Tú de
ello”.
Te digo que así lo haré y que intervendré como médico, y que hasta
obraré un milagro cuando fuere menester. ¿Ves que el enfermo
empeora? No te desanimes, sino cierra los ojos y di:“ocúpate Tú
de ello”. Te digo que yo me ocuparé, y que no hay medicina más
poderosa que una intervención mía de amor. Me ocuparé de ello sólo
cuando cerréis los ojos.
No descansáis nunca, queréis valorarlo todo, escudriñarlo todo,
pensar en todo, y os abandonáis así a las fuerzas humanas, o peor, a
los hombres, confiando en su intervención. Es esto lo que
obstaculiza, impide mis palabras y mis cálculos. ¡Oh, como deseo
vuestro abandono para beneficiaros!, ¡Y cuanto me aflijo al veros
turbados! Satanás tiende precisamente a esto: a turbarospara
apartaros de mi acción y arrojaros a la merced de las iniciativas
humanas.
Confiad por eso sólo en mí, reposad en mí, abandonaos a mí en todo.
Yo obro milagros en proporción del pleno abandono en mí, y a la
ausencia de preocupaciones vuestras. ¡Yo derramo tesoros de gracia
cuando vosotros estáis en la plena pobreza! Si apreciáis vuestros
recursos, por pocos que sean, o si los buscáis, os halláis en el campo
natural de las cosas, que es a menudo frecuentemente obstaculizado
por Satanás. Ningún razonador o ponderador ha hecho milagros, ni
siquiera entre los santos: obra divinamente quien se abandona a
Dios.

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Cuando veas que las cosas se complican, di con los ojos del alma
cerrados: “Jesús, ocúpate Tú de ello”. Y distráete, apártate de ti
porque tu mente es penetrante… y para ti es difícil ver el mal y tener
confianza en mí. Haz así para con todas tus necesidades; obrad así
todos y veréis grandes, continuos y silenciosos milagros. Os lo juro
por mi amor. Y yo me ocuparé de ello, os lo aseguro.
Rogad siempre con esta disposición de abandono y tendréis gran paz
y grandes frutos, incluso cuando yo os concedo la gracia de la
inmolación de reparación y de amor, que importa el sufrimiento. ¿Te
parece imposible?. Cierra los ojos y di con toda el alma: “Jesús,
ocúpate Tú de ello”. No temas, me ocuparé de ello y bendecirás
mi Nombre humillándote. Mil plegarias no valen lo que un solo acto
de abandono vale: recordadlo bien. No hay novena más eficaz que
esta:
¡Oh Jesús me abandono en Ti,OCÚPATE TÚ DE ELLO!
María Teresa Moretti
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DOLINDO RUOTOLO

MARÍA TERESA MORETTI


Nacida en Italia, vive y trabaja desde hace más de veinte años en
España. Es profesora de nivel universitario. Doctora en Antropología
Social y Cultural, se ocupa de las problemáticas relacionadas con la
transformación de los paradigmas que afectan a las concepciones de
la naturaleza humana y del cuerpo, así como de las manifestaciones
literarias y artísticas de la llamada “posthumanidad”.

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