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Entrevista a Víctor Massuh

TIEMPO NUEVO - CANAL 11 - OCTUBRE 1975

Se llama Víctor Massuh. Es doctor en filosofía, casado, una hija. Es profesor titular de
filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Sus principales libros fueron “La libertad
y la violencia”, “Sentido y fin de la historia”, “Nietzsche y el fin de la religión”.
Actualmente tiene un libro en impresión: “Nihilismo y experiencia extrema”. ¿Cuál es
la esencia de la crisis argentina? ¿Por qué estamos como estamos? De pronto, un día
casi nos convencimos de que cuando la gente pudiera expresarse y el Poder tuviera
representatividad no iba a existir la violencia y casi todos íbamos a ser felices. La
violencia está y el desasosiego aumenta. Todo esto se charló la noche del 6 de octubre
de 1975.

Víctor Massuh: Uno de los males argentinos sería la falta de memoria. Me parece
que los argentinos -todos nosotros- no tenemos sentido histórico; somos un pueblo sin
memoria, y cuando digo un pueblo sin memoria estoy señalando básicamente que no
tenemos la idea de la continuidad de los hechos históricos en el tiempo. Más que en la
continuidad nosotros los argentinos preferimos pensar en la ruptura. Al no tener
sentido histórico y ser un pueblo sin memoria, quiere que estamos permanentemente
comenzando. Al estar comenzando estamos viviendo al día, o sea que estamos en un
eterno presente, y en este sentido nos encontramos con algunos fenómenos tales como
el de un funcionario que al asumir su tarea recibe la expectativa de toda la comunidad
que espera que realmente haga el milagro. Por supuesto a los quince días estamos
decepcionados y estamos también nosotros pensando en la ruptura. Por otro lado, esta
funcionario también cae en la trampa de la falta de sentido histórico y considera que
él debe operar una modificación substancial. Se trata de un funcionario que también
niega el pasado. Diría que el condicionamiento negativo de nosotros, cuando
asumimos una función importante, es entrar a negar todo el pasado. No pensamos en
términos de continuidad y, por supuesto, este funcionario se olvida que él es un
transeúnte fugaz en su gestión y, sin embargo, insiste en modificaciones substanciales.
O sea, cuanto más precario es el tiempo o la duración de sus funciones, mayor es la
modificación que quiere operar en esta tarea. Ahora, si efectivamente nosotros
decimos que los argentinos estamos permanentemente comenzando por la falta de
sentido histórico, quiere decir que estamos también permanentemente repitiendo.
Siempre estamos comenzando, siempre repitiendo, y en este sentido la imagen que
damos del país es la de un sainete mal escrito, en el que de pronto desalojamos a un
protagonista, como villano, por una puerta y luego, en la otra escena entra como héroe
por la puerta siguiente. A quien desalojamos como villano sabemos que volverá luego
como héroe, y entonces nos encontramos en una especie de eterno retorno, y el eterno
retorno es sencillamente una movilidad que no es otra cosa que inmovilismo. Es lo
que nos caracteriza a los argentinos.

Neustadt: Mire qué curioso: se van a cumplir 30 años del 17 de octubre de 1945.
Hace treinta años, los argentinos divididos en peronistas y no peronistas decidía que
Perón debía volver al Poder y otros que no debía volver. Y ahora ya estamos otra vez,
treinta años después, con otro 17 de octubre planteándonos el tema de si la señora
presidente debe volver o no debe volver. La situación es casi parecida. Sólo hay un
cambio: los que discrepan si debe o no volver son los propios peronistas... Hablemos
de otra cosa. Dígame, Massuh, ¿la inteligencia en la Argentina tiene algún valor?

Massuh: Desgraciadamente creo que no tiene ningún valor. En la Argentina nos


hemos habituado al desprestigio de la inteligencia. La inteligencia es un organismo
muy sensible, muy delicado, que cuando está operando en un medio rudo, o sea un
medio caracterizado por la pasión, por la obediencia incondicional, por el predominio
de la cantidad sobre la calidad, por la falta del espíritu de creatividad individual, en un
medio así rudo la inteligencia se retrae, vegeta y, a veces, vuela hacia otras latitudes.
Eso es lo que nos pasa a los argentinos. Ese hueco dejado por la inteligencia que,
evidentemente, no cuenta con el prestigio comunitario, es llenado por una forma
inferior de la inteligencia que es la viveza. La viveza argentina, que no es otra cosa
que una mezcla de habilidad y de falta de escrúpulos, es una inteligencia inferior, una
forma inferior de la inteligencia. Piense usted que la inteligencia, que no es otra cosa
que razón metódica, se ejercita en el enfrentamiento de los problemas y, en cambio, la
viveza se ejercita en el enfrentamiento de los problemas y, en cambio, la viveza se
ejercita en eludir los problemas pero dando la impresión de haberlos enfrentado. Por
otro lado usted advierte este otro fenómeno: la viveza, que incuestionablemente no
enfrenta los problemas pero da la imagen de haberlos enfrentado, necesita ejercitarse
en la simulación y la mentira. Cuando la viveza quiere resolver problemas, elabora
reglamentaciones y normas que son un pandemoniun que nadie entiende. ¿Por qué?
Porque como no tiene el hábito del enfrentamiento de los problemas se maneja con
fórmulas, con ideologías, con slogans, y entonces usted se encuentra con curiosos
testimonios que se dan cuando se alían la viveza con el dirigismo. Ahí ya se encuentra
usted con una obra maestra del desastre o más bien de la inercia, de la confusión o del
caos. En nuestro país, cuando usted observa períodos de gran caos, de gran desorden,
de aplastamiento, usted encuentra que allí la viveza y el dirigismo han ejercitado una
alianza total. La inteligencia es un ejercicio de la coherencia, la viveza es el ejercicio
del efecto momentáneo, no le importa que su enunciado sea incoherente. De pronto
usted se encuentra con testimonios tales como los que yo observo cuando estoy
viendo televisión: un dirigente que señala que es indispensable aumentar la
productividad global, pero a renglón seguido es el campeón de las normas permisivas,
o incluso señala que efectivamente no hay que trabajar tanto; o cuando usted advierte
esto otro: un dirigente se adhiere totalmente a la verticalidad. Entonces cuando usted
pone el oído para saber cómo define verticalidad resulta ser la pura horizontalidad. O
cuando de pronto usted advierte que un protagonista determinado se manifiesta
entregado a una adhesión incondicional, pero a renglón seguido pone una condición...
Yo no quiero darle contenido político a esta reflexión; solamente dar testimonio de lo
que es una incoherencia mental, el ejercicio de la incoherencia, que viene del hecho
de haber desprestigiado durante largos años la inteligencia.

Neustadt: A los argentinos les va bien todavía, al país no le va bien. Tenemos buenos
futbolistas, no tenemos buen fútbol; tenemos buenos universitarios, no tenemos buena
Universidad; ¿qué pasa?

Massuh: Pienso que el argentino es esencialmente individualista, y creo que cuando


el argentino es fiel a esta modalidad da de sí lo mejor. En cambio, cuando abandona
esta actitud de fidelidad a lo individual y se recuesta en una estructura colectiva
indudablemente da de sí lo peor. Creo que el argentino individualmente es valioso
pero colectivamente no lo es tanto. Si usted focaliza el comportamiento del argentino
a solas, digamos individualmente, en el taller, en el lugar de trabajo, en el círculo
amistoso, en el pequeño grupo, en la camaradería de los iguales, advierte un
comportamiento que muestra incuestionables virtudes, las mismas que nos celebran
todos, incluso cuando usted va al extranjero. De otro modo usted no entiende por qué
las universidades extranjeras están taponadas de argentinos de valor. Eso se debe a
que el argentino en la individualidad manifiesta cualidades que son muy valiosas: su
ingenio, su tendencia hacia la tristeza sabia, su simpatía por el perseguido, su
generosidad, la movilidad de su inteligencia, el hecho de no hacer del valor útil el
valor más alto, son características del argentino y que han sido definidas así por
Scalabrini Ortiz, Macedonio Fernández, Eduardo Mallea hasta Borges, en el sentido
de destacar estas cualidades del argentino, individualmente considerado. Pero cuando
se lo convoca a un comportamiento colectivo, a integrar la cantidad, se lo estimula
directamente a recostarse en un comportamiento masivo o gregario, multitudinario,
uniforme, y se desdibuja su contorno individual. Entonces el argentino se recuesta en
la irresponsabilidad colectiva. Individualmente es responsable, pero colectivamente es
irresponsable. Claro está, usted puede decir que esto no vino solo... Por supuesto, no
vino solo porque desde hace varias décadas hay una pedagogía colectivista que está
orientada en el sentido de señalar que el individualismo argentino es sinónimo de una
actitud egolátrica aristocrática, y no es tal... no hay modo de pensar en la excelencia
de la comunidad si es que no comienza a afirmarse el valor del individuo. Ahora bien,
yo podría decirle que cuando el argentino manifestó fidelidad a sus virtudes
cardinales, a su soledad, al espíritu de distinción, a una voluntad de estilo, a una
especie de voluntad de selección cualitativa, es que el argentino hizo la grandeza del
país. Pero cuando fue ganado por una pedagogía colectivista es donde al individuo le
fue mal: se diluyó en el rebaño o en el estado de muchedumbre. En este caso,
incuestionablemente, perdimos fuerza creadora. Y yo le podría decir que ni la
medianía ni la cantidad son excelentes estimulantes del progreso humano.

Mariano Grondona: Doctor Massuh: entrando ya en un tramo político: el país está


en crisis en todos sus aspectos y de algún modo el movimiento mayoritario también
está en crisis. El populismo, el peronismo, está en crisis. No sé si lo saco un poco de
su tema y si lo hago hablar demasiado de política, pero usted como hombre profundo,
como filósofo, ¿cómo ve la crisis del peronismo?

Massuh: En este sentido tal vez yo intente una reflexión que no sea específicamente
política, sino más bien una reflexión que puede hacerse en otro campo. Mi
interpretación del peronismo es muy particular. Si partimos del caso Perón, pienso que
Perón ha representado en la Argentina un fenómeno religioso; en otras palabras, creo
que expresó la religiosidad que se permite un país que es indiferente a la religión, o,
de otro modo, podemos decir que la apatía, que muchos argentinos manifiestan con
respecto de la religión, fue la que indirectamente alimentó la fe multitudinaria y
entusiasta que se cerró en torno a la figura de Perón. Es decir, fue una especie de
sustituto. Por otra parte esto es lo que hizo de Perón no sólo el líder de un movimiento
político sino el abanderado de una cruzada, un hacedor de milagros, un profeta de una
religión vernácula, un ser sobrenatural... Esto es lo que por supuesto hizo que los
adversarios de Perón la pasaran muy mal, porque los adversarios de Perón fueron
solamente políticos. ¿Qué ocurre cuando este dios muere...? Se sabe que el carisma no
se hereda. Eso lo dijo Max Weber hace cincuenta años y esto ahora lo comprobamos
fehacientemente. En este sentido cunde el desconcierto en su movimiento, cunden los
cismas, la lucha de los herederos sin carisma, la desintegración que hoy vemos. Frente
a esta figura que falta, ¿cuál es el destino del peronismo en el país? Los emocionales,
sin duda, asumirán la figura de Perón, le guardarán una lealtad interior y la
purificarán. Eso me parece una actitud respetable. Lo convertirán en un acto de fe
secreta. Por otro lado, los racionales, o sea aquellos que están asumiendo el peronismo
en un plano de racionalidad, pasarán a la realización de la autocrítica. Eso en buena
medida ya se hace y me parece muy bien que se haga. Pero me parece que esta
autocrítica se queda a mitad de camino. Es necesario dar un paso más. La autocrítica
debe tocar, incluso, a Perón mismo, porque pienso que existe un nexo causal entre la
figura de Perón y muchos de los males actuales. No podemos tapar el cielo con las
manos. Eso lo saben los peronistas y los que no lo son. Me parece que esta autocrítica,
que debe incluir a Perón, es un ejercicio muy saludable para el peronismo. No lo hace
el peronismo porque considera que se va a desintegrar, y a mí me parece que se va a
fortalecer. Porque a partir de detectar en qué medida Perón aparece como el origen de
muchos males actuales, es que el peronismo va a tocar ciertas fuentes, cierto
sentimiento argentino que precedió a Perón; y en ese sentido logrará el peronismo
ciertos puentes racionales de comunicación con el resto del país.

Neustadt: ¿Qué pasa con el terrorismo, con el extremismo? ¿Qué es? ¿El fin de una
cultura? ¿Por qué esta sociedad está tan indefensa? ¿Qué es lo que pasa?

Massuh: Son algo que nos mueve al dolor, profundamente. Creo que son la expresión
de una cultura enferma. Creo que el extremismo no es más que la expresión de la gran
enfermedad de nuestro tiempo, el nihilismo. El nihilismo significa la exaltación de la
destrucción como un fenómeno creador. Esto sea que el puro destruir es en sí mismo
el ejercicio de crear. En segundo lugar, es la negación del sentido sagrado del hombre;
mejor dicho, la negación de la sacralidad de las criaturas. Cuando un hombre exalta la
destrucción como un absoluto y, por otro lado, pierde el sentido de lo humano como
sacro, en ese sentido está en el ser del nihilismo. Ese nihilismo es el que genera,
justamente, a estos movimientos que son evidentemente destructivos, cuyos cultores
son los enamorados de las tinieblas, los místicos de las sombras, de la pura
destrucción. Frente a ellos no hay otra salida que la de aquellos que toman partido por
la vida o por el amor, y con intensidad, elevando a un nivel del heroísmo el tomar
partido por la vida y no por la muerte, y en este sentido, sin duda, llegará un momento
que las tinieblas y sus ángeles exterminadores se tendrán que batir en retirada.

La noche del 6 de octubre de 1975 no terminó allí. Las reflexiones de Víctor Massuh
entusiasmaron al auditorio. Fue necesario un bis. El día 20 del mismo mes volvió a
Tiempo Nuevo.

Neustadt: Por qué no da la imagen visible de nuestro país, es decir, su desorden, su


sentido de la frustración, su gestión secreta... Todo esto que envuelve a los
argentinos...

Massuh: El país da la imagen del caos. Huelgas, frustración, inflación, desaliento,


aumentos en los precios... o sea que se da una imagen que no es otra que la de caos. A
mí no me aterra el caos. Creo que el caos, en algunos momentos, es el desorden que
precede a un orden. Muchas veces el caos no es otra cosa que una situación en la que
se está gestando el orden nuevo. Por eso, a priori, no soy hostil a una situación de
caos. En este sentido recuerdo una frase de Nietzsche que decía: “Que se haga el caos
dentro de ti para que des a luz una estrella”. Desgraciadamente, en el caos argentino
no estamos gestando ninguna estrella. Me parece que nuestro caos no es creador.
Porque tiene casi la fisonomía de la esterilidad. Porque nos estamos acostumbrando al
desorden. Y estamos asumiendo el desorden como un orden.

Neustadt: ¿No será que a nosotros, en el fondo, nos conviene el desorden?

Massuh: No creo que en lo substancial nos convenga. Podría decir que el argentino
vive en un desorden real, pero también en un orden imaginario. Mejor dicho, en la
realidad, el argentino está presionado por la desintegración; está en buena medida
pobre, impotente, pero en el plano de la ficción hablamos de una Argentina Potencia.
En el plano de la realidad no nos alcanzan los sueldos, falta trabajo, pero en la ficción
nos engolosinamos con el hecho de tener la mejor legislación laboral del mundo... En
el plano de la realidad los argentinos dirimimos nuestros problemas a tiros, pero en el
término de la ficción hablamos de “comunidad organizada”. En la medida en que
estemos encubriendo la realidad, por medio de la ficción, no podremos superar el
caos. Por otro lado, cuando pienso en la administración pública, en esa administración
actual, observo que, por lo general, no se siente responsable del caos. Ejercita una
actitud escapista en virtud de lo cual está buscando las causas del caos en el siglo
pasado, en el liberalismo, en las últimas décadas, en las influencias foráneas, etc.

Neustadt: ¿Asumir el desorden sería la manera de superarlo en cierta medida?


Massuh: Exactamente. Sería la manera de transfigurarlo. Y en ese sentido me parece
adecuado que la administración actual asuma el caos (basta decir: “este desorden es
mío, yo soy responsable de él”), sin intentar localizar culpas, es un paso en el sentido
de resolverlo. Y para resolverlo necesita preguntarse si cuenta con los medios
idóneos, con una técnica racional, con un equipo de expertos, mejor dicho, con una
mínima clase dirigente como para poder salir del caos.

Neustadt: ¿De algún modo usted entiende que el Gobierno es responsable del caos
que estamos viviendo?

Massuh: Absolutamente. Tiene la responsabilidad del destino de los argentinos y es,


efectivamente, el responsable del desorden actual. Responsable, sencillamente, por no
asumir las medidas adecuadas para conjurar ese caos.

Neustadt: Claro, y desde ahí hay que partir de la base de que si es que no se sabe o no
se puede. ¿Por qué hace años que nos hamacamos en esta idea madre, que es casi
excusa, de que no tenemos clase dirigente... que no tenemos, que no queremos
tenerla...?

Massuh: Una clase dirigente se constituye mediante la intervención de tres factores:


la constitución de un equipo político, una comunidad de intereses económicos y un
centro de formación intelectual. O sea, una clase dirigente debe estar constituida por
un grupo político que al mismo tiempo obedece a intereses económicos comunes y
con ideales comunes. En este sentido podríamos decir que, por la presión del
peronismo, todas las piezas del tablero se modifican. Cambia la estructura de una
clase dirigente. Perón representa su eliminación porque sustituye a la clase dirigente
por su propia voluntad personal. No la necesita porque él es el dirigente. Una persona
de la excepcionalidad de Perón, aparece, sin duda, asumiendo un voluntarismo a partir
del cual se constituye una clase dirigente sui géneris mediante una elección personal.
Es Perón el que elige a Cámpora, elige a López Rega, elige a Gelbard, y aun cuando
se trata de elementos heterogéneos es Perón el que los unifica. Es una voluntad que
logra la constitución de una clase dirigente substitutiva. Por supuesto que cuando
muere Perón desaparece también la estructura de la clase dirigente porque desaparece
el elemento unificador. Al peronismo, en cuanto partido gobernante, le falta el
elemento unificador; no se siente ayudado, incluso, por la Universidad, porque ésta no
tiene prestigio comunitario. Esta situación de la Universidad se combina con la crisis
de la inteligencia que tampoco tiene prestigio en nuestro país. Se sabe bien que la
inteligencia no significa en buena medida obtener un título habilitante para ocupar un
cargo espectable, ya que gente de muy escasa formación está ocupando cargos de
mucha importancia.

Neustadt: Podríamos decir que aquí se vuelve a dar, a mi juicio, esa frase tan ajustada
de que en la Argentina la viveza ha usurpado la inteligencia...

Massuh: Acaso la fuente de constitución de una clase dirigente, en nuestro país y


dentro del sector del oficialismo, la puede dar la C.G.T. Pienso que la C.G.T. va a
cobrar un papel importante en este sentido, porque es una organización muy poderosa
que cuenta con medios económicos cuantiosos. Al mismo tiempo tiene una unidad de
criterio político-económico y una escuela de capacitación donde se forma a sus
dirigentes. No es extraño que la C.G.T. provea la clase dirigencial del peronismo y
que nosotros, en el futuro, a través del peronismo, seamos gobernados por la C.G.T.
Esta es una conjetura.

Neustadt: ¿La Argentina es un país para ser dirigido o gobernado?

Massuh: Fundamentalmente para ser gobernado... Creo que el hablar de conducción


en lugar de gobernar ha sido una experiencia muy desdichada, porque conducción es
un vocablo que puede regir legítimamente en el ámbito de la actividad militar o bien
en el ámbito de la vida pastoril. Se conduce una tropa o se conduce un rebaño, pero a
los seres libres se los gobierna y en este sentido es conveniente enfatizar la
preeminencia del gobierno frente a la conducción. ¿Por qué? Porque un rebaño no
puede criticar ni corregir a un pastor, pero en cambio un ciudadano libre sí puede
criticar y corregir a un gobernante. Lo ideal es que en nuestro país el gobernante
adquiera las cualidades adecuadas, que en política, desde Aristóteles hasta nuestros
días, se viene señalando como la cartilla del buen gobernante. El buen gobernante lo
es en la medida en que asuma tres cualidades que son básicas. En primer lugar:
reconocer que él actúa como un modelo para el resto del país. Un gobernante es un
paradigma, es una especie de educador implícito de la comunidad. Un gobernante es
una imagen con respecto a la cual la comunidad actúa en virtud de un mecanismo de
“imagen y semejanza”. Por lo tanto, no puede haber un buen gobernante si no se
pregunta: “¿soy un modelo para mi comunidad?” La otra característica, que también
está señalada por toda la ciencia política y la filosofía práctica, es que un gobernante
debe ser incorruptible. No debe estar tocado por la sospecha de un manejo equívoco
del dinero público. Esto significa que es elemental que yo no pueda pedir a los demás
lo que no soy capaz de exigirme a mí mismo. Efectivamente, si no se parte del
supuesto de la incorruptibilidad del funcionario nosotros estamos poniendo a un reo
potencial en el papel de administrar Justicia, y esto es una contradicción. El tercer
rasgo substancial para el ejercicio del gobierno es que el arte de gobernar adquiera
cierto estilo. No se puede gobernar sin un estilo. Esto que los antiguos romanos
llamaban la “majestas”. Los romanos no nombraban un funcionario singular, un
cónsul, si no tenía cierta “majestas”, es decir, cierta grandeza. El oficio de gobernar no
puede convertirse en un arte de entrecasa ni en un oficio diminuto. Tiene que ser un
oficio de cierta grandeza, porque es lo único que le permite dar al poder el carácter de
una autoridad moral. Es lo único que nos permite a nosotros sentir respeto por
nuestros gobernantes. En otras palabras, es justo que el argentino, al contemplar a sus
gobernantes, no sienta agobio ni vergüenza de ser argentino.

Neustadt: ¿Por qué no nos explica qué es el populismo; su drama y su virtud; su


ideología?

Massuh: El populismo expresa una versión muchedumbrizada del pueblo. Es el


pueblo convertido en muchedumbre; de ahí que para el populismo son muy
importantes las grandes concentraciones masivas. Las notas que definen al populismo
son tres: en primer lugar la presencia de un líder carismático, o sea un líder máximo,
una figura que represente una gran personalidad. En segundo lugar, la elaboración de
una doctrina. La doctrina es aquello que se elabora sobre la base de los testimonios,
de los fundamentos, de los dichos, de los discursos del conductor. Y un tercer
elemento que no falta nunca en el populismo: el rito de concentración multitudinaria.

Neustadt: ¿Usted se siente neutral, altamente neutral?

Massuh: No. Hasta donde mi condición de ser humano y de hombre con estructura
ética me lo permite. Una neutralidad total no es posible. Se trata, sí, de una cierta
objetividad en el plano del pensamiento, que acaso es una forma de estar
comprometido éticamente.

Neustadt: ¿Por qué no me aclara un poco lo del rito multitudinario?

Massuh: En la construcción del populismo advierto la presencia de un líder y de una


doctrina que emana de los testimonios del líder. Y de un rito multitudinario porque
propicia una concentración colectiva que se produce periódicamente, que el líder
necesita para originar un estado de mística colectiva. La nota emocional del
populismo está dada por ese rito multitudinario. Cuando el líder máximo desaparece,
nos quedamos con la doctrina, por un lado, y con el rito. Hay quienes consideran que
lo fuerte del movimiento populista está dado por el elemento emocional y, por lo
tanto, enfatizan la importancia del rito por encima de la doctrina. En este caso, nos
encontramos con una actitud peligrosa porque valorizar un movimiento populista
como un movimiento fundamentalmente emocional y apelar al rito multitudinario
para poder de algún modo reactualizar esa emoción –ya que el líder había
desaparecido- nos permite destacar que el populismo, como un fenómeno espontáneo,
ha terminado y se convierte en un sistema de manipulación. En este caso, el manejo
de las emociones colectivas puede estar hecho por una minoría reducidísima que actúa
y gobierna en nombre del pueblo. Ya ve usted la distorsión que muestra que el
populismo, por la vía del populismo ritual, puede terminar en el manejo abstracto de
todo un vasto movimiento por parte de una escasa oligarquía. En este sentido, pienso
que resta al populismo otra etapa, que es la de convertirse en un movimiento
doctrinario. Esta sería su única etapa legítima y su única salida compatible con la
dignidad. Porque trabajar la doctrina que ha dejado un líder, elaborarla, repensarla,
significa poner en marcha el mecanismo de la inteligencia, que es lo que hace posible
que este movimiento abandone la estructura de la emoción para entrar en la edad de la
razón.

Neustadt: ¿Entonces usted no es propenso para nada a sustituir a un caudillo por


otro?

Massuh: Por supuesto que no. Perón mismo se ha resistido a la posibilidad de que su
imagen sea sustituida por otra. Es él quien ha señalado la importancia de sustituir la
etapa gregaria del peronismo con una etapa que corresponda a la organización, lo cual
significa enfatizar un poco el componente doctrinario; es pensar que el peronismo
debe convertirse en doctrina. Un movimiento populista, si está pensando en su
mejoramiento, debe destacar su componente doctrinario, porque el ejercicio de la
razón es un ejercicio evidentemente liberador.

Neustadt: ¿Cuando un peronista recurre a expresiones de Perón cada vez que tiene su
planteo, está, de algún modo, elaborando la doctrina?

Massuh: No. La doctrina no se elabora en la medida en que se la repite. Se elabora en


la medida en que se la recrea.

Neustadt: ¿Qué rasgos definen a una cultura auténtica?


Massuh: Una cultura auténtica se define por su nota de universalidad, o sea, que un
producto cultural vale en la medida en que tiene valor universal. Otra nota, también
ineludible, es la nota de arraigo, o sea, un producto cultural es bueno en la medida en
que arraiga en un suelo comunitario, en la medida en que ese producto pone su sello a
la vida colectiva. Ahora, que ese producto se genere en una llamada cultura popular o
una cultura de élite no tiene importancia. Más aún, ese producto puede ser útil a
nuestro país aun cuando no se haya elaborado en nuestro país.

Neustadt: Es decir, que los que, de algún modo, pregonan un nacionalismo folklórico
y se quedan en nacionalismo de medios y no de fines, no están armando una cultura
sino un pasatiempo...

Massuh: Exactamente. El crecimiento cultural de quien asume un elemento vernáculo


solamente se puede realizar adecuadamente en relación con formas culturales de
afuera. Del mismo modo, me parece malsano para una creación cultural auténtica el
estar paralizados en una admiración bobalicona frente a las formas culturales de
importación. Esto tampoco es creación.

Neustadt: Ahora quisiera que me hablara de dos temas que hace tiempo nos vienen
preocupando: el nihilismo y el individualismo de los argentinos.

Massuh: Considero que el nihilismo es una actitud intelectual que es la enfermedad


por excelencia de nuestro tiempo. Nihilismo viene de nada, significa anular, aniquilar,
destruir. El nihilismo aparece como una degradación del ateísmo que también niega y
destruye al hombre y a la historia. La actitud destructiva está en el seno del nihilismo
y podemos decir, para utilizar una imagen gráfica, que es la bomba terrorista que está
puesta en el seno de la cultura contemporánea para hacerla estallar en mil pedazos.

Neustadt: ¿Y en cuanto al individualismo? Pero primero, permítame: ¿usted es


individualista?

Massuh: Sí, soy completamente individualista. Y se lo puedo decir por dos razones
que yo vivo entrañablemente. La primera es cultural: considero que hay una
concepción que define al individuo como el hombre solo poseyendo una dignidad
absoluta. Un hombre solo que posee una dignidad absoluta es aquel que no debe ser
subordinado ni sometido a la Nación, al Estado, a la Historia ni a ninguna instancia
colectiva. Esta concepción, esta idea del individualismo, está en el corazón del
cristianismo, de las formaciones más refinadas del pensamiento árabe y judío
medieval; está en el corazón de los místicos y de los caballeros españoles y la ha
desarrollado Miguel de Unamuno bajo la forma del “hombre de carne y hueso”. En
nuestro país, entra a través del personaje de Cruz, del “Martín Fierro”; ha sido
elaborada por Macedonio Fernández, Scalabrini Ortíz, Ernesto Sábato y Vicente
Fatone, o sea que está en el corazón de la cultura argentina. Al mismo tiempo, esta
valorización del individuo que es la exaltación del hombre solo poseyendo la dignidad
absoluta, es la que está también en la base de la acción de los grandes pioneros
argentinos, los que decidieron crear la industria, realizar empresas, colonizar el
interior sin pedirle permiso al Estado y sin contar con su protección. Por otro lado, me
siento absolutamente individualista porque considero que no hay un mejoramiento de
los demás que no se haga a partir del mejoramiento de uno mismo. Me siento harto de
estos redentores que quieren salvar a los demás, de estos dirigentes que se “sacrifican”
por el pueblo, de personas que quieren luchar por la felicidad de todos, pero que
cuando uno los conoce y los ve de cerca, cara a cara, observa que son seres
mediocres, que son seres maltrechos del alma, viciosos, llenos de limitaciones,
neuróticos, que no son capaces de hacer el menor esfuerzo incluso a favor de sí
mismos. En ese sentido, recuerdo una anécdota que Victoria Ocampo, una gran amiga
a quien quiero y admiro mucho, cuenta en un libro. Mahatma Gandhi estaba en una
reunión de prensa y un periodista enconado lo reprochó: “¿usted no se siente un ser
que está monopolizando el mejoramiento del universo?” Y Gandhi, con toda
modestia, le contestó: “De ninguna manera. Yo solamente asumo el monopolio del
mejoramiento de mí mismo. Y ya eso es una tarea demasiado difícil”.

Bernardo Neustadt

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