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“RELÁMPAGOS EN LA NOCHE”

(Relato de la muerte de un asesino durante la Primera Guerra Mundial)

Faltaban pocas horas y el pelotón de fusilamiento haría su trabajo. Los soldados


designados para ejecutar al prisionero, se hallaban descansando en un cobertizo aledaño
a la fortaleza. Soplaban vientos muy fuertes, y los árboles de pino sembrados alrededor
del edificio, provocaban un rumor monorrítmico cada vez que las ramas chocaban entre
sí. El horizonte se hundía en un rojizo crepúsculo, mientras las primeras sombras de
nocturnidad se aproximaban, y el cielo se oscurecía de a pocos con nubes semejantes a
espantosos fantasmas. La hora establecida para que los ejecutores hicieran su trabajo
estaba pactada a la medianoche.

Al interior de la fortaleza había un área de prisión, y allí, en una reducida celda se


encontraba el reo condenado por la justicia. Un tribunal militar de guerra lo sentenció a
muerte, porque fue atrapado a fines de febrero de 1918 en calidad de espía contratado
por los franceses, a fin de recoger información de las tropas alemanas que se
desplazaban cerca de Estrasburgo. Entre sus pertenencias, fueron hallados varios mapas
donde estaban remarcados los cuarteles temporales de los soldados alemanes, como
también cartas de altos mandos militares que contenían órdenes secretas, y de las que no
se poseían indicios sobre la forma cómo las había obtenido; así mismo, gran cantidad de
identificaciones falsificadas en las que figuraba como comerciante judío, originario
tanto de Inglaterra y Polonia. Los nombres variaban sin duda alguna. En algunas
credenciales se hacía llamar “Joseph Lis”, en otra como “Anton Levy”, en otra
“Andreas Kwiksilver”, en otra “Daniel Levy”, en otra “David Cohen”, etc. Pero su
verdadero nombre, tal como fue averiguado por los agentes era Joseph Silver. Y este
Joseph Silver estaba condenado a muerte y no sus “alias.”
La celda de Silver, era de apenas tres metros por tres metros, con puerta de barrotes,
un pequeño y desvencijado catre y una caja de madera a modo de asiento. Sobre este
reducido mueble había colocada una vela, que iluminaba de forma lúgubre el sitio.
Afuera sólo era custodiado por un guardia quien, sentado sobre un taburete, estaba
armado con rifle y bayoneta.

Silver, de pie, junto a la puerta de barrotes dialogaba con el guardia.

- Sólo espero que sean rápidos para no sufrir durante más tiempo. Estoy cansado de
todo esto – dijo, un tanto apesadumbrado.

- No creo que sufras demasiado Silver, la puntería alemana es efectiva, y balas


tenemos a montones. Se necesitarán las que desees para enviarte al otro mundo. Ya
nadie te salva de esta – respondió el guardia en tono sarcástico.

- Es cierto. En tiempo de guerra, la vida de un espía no vale como la de un soldado…


Ah, pero si los del tribunal supieran la verdad de todo sobre mi, te aseguro que
ofrecerían mi cabeza a buen precio a los ingleses.

- ¿Porqué dices eso? – le interrogó el centinela en evidente estado de confusión -


¿Acaso tienes mayor información que revelar, y actuaste tal vez como espía contra los
ingleses también?

- No es por eso. Fue por algo que ocurrió hace treinta años, durante mi juventud. Yo
diría inclusive, mi extrema juventud. Y así, apenas siendo un joven de veinte años, fui
capaz de estremecer a Londres. Lo hice de tal modo, y con tanto arte, que la ciudad
vivía en el terror por causa mía.

- Estás refiriéndote al año 1888 aproximadamente, en que dices haber aterrorizado la


ciudad. Pero, a lo mejor eras alguna especie de terrorista anarquista, y lo hiciste
siendo todavía muy joven – dijo el guardia en tono indagador - Tuve oportunidad de
pasar una larga temporada en Londres junto con mi padre, antes de 1910. Yo tenía
cerca de trece años, y vivíamos en el barrio obrero, en Spitafields. Mi padre tuvo una
serie de reveses económicos en Berlín, y se vio precisado de emigrar para encontrar
trabajo. Viajó conmigo, pero las condiciones de vida en el barrio obrero eran
espantosas. Era como descender al infierno. La existencia de un hombre no valía ni
siquiera dos peniques, y las historias sobre terribles asesinatos sobraban. Conocí
varias de estas historias, al menos las más relevantes. Afortunadamente no supe más,
porque a costa de sacrificios, mi padre logró reunir una suma de dinero suficiente para
que retornemos a Berlín y pudiésemos arreglar nuestra economía.

- Y es bastante probable que, aún siendo un adolescente, escucharas sobre alguien que
fue el más grande asesino del barrio obrero – acotó Silver.

- No viene a mi mente algún nombre en especial. Supe, por ejemplo, de un tal Israel
Lipski, que envenenó con ácido nítrico a una mujer embarazada. Fue un crimen
horrendo y que marcó sobremanera a la comunidad judía de ese lugar, porque Lipski
era de confesión judía. El hombre terminó ahorcado en prisión en 1887…obviamente
no fuiste tú, pero el apellido “Lipski” acabó convirtiéndose en una forma de insulto
dirigido a cualquier judío.
- Escúchame, no me queda mucho tiempo – dijo Silver con cierta vehemencia – Pero
tampoco me iré de este mundo sin que alguien sepa la verdad. Cuando yo empecé a
matar en Londres, las personas hablaban de mí sin cesar. Mis actos deplorables
llenaban las páginas de los periódicos, y cuando me animé a enviar algunas cartas
para la prensa, ellos de inmediato las divulgaron, y colocaron en grandes letras de
imprenta mi nombre. Ellos tal vez no se lo esperaban, pero el nombre era perfecto, y
no se hablaba de nadie más. Mi nombre era…

De manera inoportuna, la conversación fue interrumpida por un grupo de seis


soldados y un mensajero quienes ingresaron al área de la prisión.

- Vengo con la orden expresa para trasladar al condenado hasta el lugar de ejecución.
Todo se encuentra acondicionado y el pelotón espera sólo a cumplir su trabajo – dijo en
forma imperativa el mensajero dirigiéndose al guardia que custodiaba a Silver – Aquí
tengo el documento firmado, por lo tanto, abre la celda.

- Pero, el prisionero estaba por decirme algo de sumo interés y que convendría el
comunicarlo al alto mando – respondió el guardia.
- Señor carcelero, la sentencia de muerte ha sido confirmada por el tribunal, y no
queda más que proceder a la ejecución – agregó ofuscado el mensajero – No
entorpezca las cosas, además tenemos instrucciones de retirarnos en pocas horas de
este lugar. Los franceses vienen con un amplio contingente, varias poblaciones han sido
atacadas con gas pimienta. Debemos cumplir con nuestras diligencias y
reincorporarnos a los batallones.

Silver, viéndose perdido, entregó al guardia un medallón dorado y le dijo:


“Consérvalo, aquí encontrarás la verdad. Fue de la mujer que amé, y a quien sin
embargo yo asesiné”, y de prisa, fue escoltado por los soldados que lo llevaron hacia el
exterior.

El guardia, examinó el medallón, y al abrirlo observó que guardaba el retrato de una


joven mujer pelirroja, bastante hermosa. Tenía una dedicatoria simple: “Océanos de
amor para ti – Mary Jane Kelly.”

Al leer el nombre, hizo memoria, y recordó la historia que le narraron sobre una bella
chica de veinticinco años, la cual ocupó una habitación muy cercana al lugar donde
vivió en Londres, en la calle Dorset. Le contaron que fue ultimada de manera jamás
vista…De pronto lo supo, y salió corriendo hacía el campo de fusilamiento. Pero, el
sonido de una descarga de balazos lo detuvo, y a lo lejos vio el cuerpo de Silver,
cayendo a tierra en medio de una espesa humareda. Con prontitud, el cadáver fue
rematado y puesto dentro de una caja de madera.

El guardia se dirigió hacia el oficial superior que había ordenado la ejecución.

- Señor, - le dijo - previne al mensajero sobre la necesidad de escuchar la última


manifestación del reo, pero ya es tarde. Era de natural emergencia, y actuamos de
forma negligente. Otro tribunal extranjero requería someterlo a juicio, porque ese
hombre no era únicamente un espía, era un asesino, un asesino salvaje y demencial...
- Guardia, no entiendo lo que dice – agregó confundido el oficial – Explique con más
claridad su inquietud.

- Señor, - continuó – ese hombre cometió una serie de asesinatos en Londres durante
1888, pero logró escapar de las autoridades. Antes de morir me entregó este medallón,
y puede examinarlo. Dijo que fue de su mujer, y que él mismo se encargó de eliminar.

Y entregó al superior la prenda.

- Señor, - prosiguió - ese medallón perteneció a Mary Jane Kelly, quien resultó
asesinada y despedazada al interior de una habitación en noviembre de 1888. Era la
última víctima de una serie de cinco mujeres muertas con ferocidad por un solo
hombre…ese que está ahora ejecutado por nosotros. Su identidad nunca se conoció, y
pasó a la historia con un apelativo infame que será recordado para siempre de modo
terrorífico.

-¡Pero quién fue aquel hombre!

- Ese hombre, ese horrendo asesino, fue “Jack El Destripador.”

Wilson Valdelomar.

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