Está claro: “si usted quiere ‘relacionarse’, será mejor que se
mantenga a distancia: si quiere que su relación sea plena,
no se comprometa ni exija compromiso. Mantenga todas sus puertas abiertas permanentemente”. El hombre y la mujer opta por este tipo de amor líquido porque tiene claro que, si no, de comprometerse “tal vez esté cerrándole la puerta a otras posibilidades amorosas que podrían ser más satisfactorias y gratificantes”, ello “al menos hasta que su pareja reclame primero el derecho”. Vamos: que entramos en relaciones en las que como tememos ser abandonados, tampoco nos involucramos con alta intensidad, pues no merecerá la pena el esfuerzo; nuestro partenaire piensa lo mismo sobre nosotros, y así ambos están dispuestos a huir cada uno del otro, preparando la salida. El autor resalta mucho la itinerante carrera de lo que significa el amor en la modernidad líquida, la cual, esta dominada por el homo economicus, homus consumus. Donde "el amor" pierde su esencia y se transforma en una forma material objetiva que se comercializa, vende y compra en cualquier parte. El amor como un producto que depende la demanda y el consumo en el cual vive la sociedad líquida. Expresa además que esta sociedad líquida concibe el "sexo" como la satisfacción de las necesidades del cuerpo, y no como la realización afectiva que representa el concebir el amor en un hecho palpable y sublime, que logra el sexo.
En este libro, Fromm concibe al hombre como un ser
condenado a la “separatidad”, a una necesidad de fundirse con otro ser que le provea de plenitud. Amar, nos dice, no es un sentimiento sino una “voluntad” y, por consecuencia, un arte y, acaso, una necesidad.
El autor desarrolla el significado y alcances del amor erótico,
que lo desvincula del sentimiento. El amor genuino es el que se afirma en el deseo de seguir amando, en el compromiso. El sentimiento puede difuminarse, pero la voluntad persistir. Fromm también se refiere al amor propio sin deslegitimarlo. No es egoísmo ni exclusión del otro. Quien ama a los otros se ama a sí mismo.
En el análisis, el amor a Dios tiene un símil en el amor materno,
siempre incondicional. Pero en la relación padre-hijo se añade el factor de la obediencia y la rectitud de las obras. La madre concede la gracia y el padre la autoridad.
El autor concibe que en la civilización moderna prevalece el
error conceptual. Se asume como amor el interés recíproco y el placer entre dos seres. En algunos casos, incluso, rige la idolatría.
El amor no es un asunto fácil, señala, sino una disciplina que
supone centrarse en los cuidados, la responsabilidad, el respeto y el conocimiento del otro. Para Fromm no existe el amor sin compromiso. El amor rinde sus frutos: “el que ama se transforma constantemente. Capta más, observa más, es más productivo, es más él mismo”