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El hombre inútil: un ejemplo hispanoamericano

Mi única culpa es no haber sido lo bastante combustible para


que a ella se le calentaran a gusto las manos y los pies.
Me eligió como una zarza ardiente, y he aquí que le
resulto un jarrito de agua en el pescuezo. Pobrecita, carajo.
Rayuela, Julio Cortázar

Uno de los personajes más memorables de la narrativa hispanoamericana del


siglo XX es, sin duda, Horacio Oliveira, protagonista de Rayuela. Aunque su fama
se debe en buena medida a la recepción y difusión que tuvo la novela desde que
se dio a conocer en 1963, el personaje de Oliveira ha pasado a la historia como
emblema de un modo de ser y estar en el mundo que se identifica en muchos
sentidos con la figura del hombre inútil.
Pensemos que la literatura no es un reflejo de la realidad, que nunca lo ha
sido, puesto que la vida es un fluir caótico y discontinuo que no podemos
aprehender de principio a fin. Pensemos que la literatura representa más bien el
fundamento de los conflictos humanos y lo hace para mirar hacia el futuro e
intentar organizar este acontecer caótico que llamamos vida. Vista así, la literatura
no puede entenderse sino en la encrucijada espacio temporal en la que surge, y a
través de las imágenes sintomáticas de cada época. El hombre inútil es pues una
figura representativa de la Modernidad, etapa aún vigente, cuyos inicios se ubican
en el siglo XIX y que se caracteriza, entre otros rasgos, por ser el imperio del
individualismo.
La Modernidad –apunta Luis Beltrán Almería- coloca en el centro del universo
al individuo y en torno a él giran las ideas esenciales. La consecuencia de este
cambio es que la era moderna es más libre que las anteriores, no se sujeta a un
guion preestablecido. […] Este nuevo escenario del espíritu significa, pues, un
paso adelante para el proyecto de la Humanidad, pero este paso va acompañado

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de una enorme fuerza destructiva. Esa potencialidad destructora se manifiesta
en forma de una completa desregulación, enorme confusión y desorientación, y
profunda conflictividad y agresividad (41).

La libertad implica una enorme responsabilidad y, en medio de este


panorama, el hombre inútil surgirá como una figura crítica, inteligente, lúcida,
libre desde luego, pero cuya conciencia es tan plena, tan despierta, que tiende a
prevalecer en la inacción y en el pasmo ante su propia lucidez y su ingente
responsabilidad. Por esto, los personajes masculinos dotados de un sentido
crítico (y muchas veces criticón) de la vida serán cada vez más comunes en la
literatura del siglo XIX y llegarán a erigirse como los grandes protagonistas de la
del siglo XX. Recordemos también, y este será uno de los rasgos del hombre
inútil, que en esta transición entre un siglo y otro cobra especial vigencia el spleen
o la desidia, esa incapacidad para la acción puesta tan de moda por Baudelaire.
Inútiles representativos son Oblómov de Iván Gonchárov, novela rusa
publicada en 1859 y cuyo protagonista es la encarnación del hombre superfluo,
un ser que se niega a salir de su habitación por no enfrentar las responsabilidades
y conflictos del mundo que le rodea. Lo es igualmente Bartleby, el escribiente
(Herman Melville, 1853), quien a través de la repetición de una sola y crucial frase
a lo largo de toda la historia (“preferiría no hacerlo”), da cuenta de ese espíritu
paralizado ante lo abrumador que le resulta un mundo lleno de rutinas e
incertidumbres. La nómina de hombres inútiles se prolonga, por ejemplo, en los
personajes que circulan por las páginas de Chéjov; pero se ve aún más
enriquecida a partir de las vanguardias y de los antihéroes consolidados en las
primeras décadas del siglo XX con autores como André Gide, James Joyce o
Marcel Proust.
En Hispanoamérica, la presencia del hombre inútil se acentúa en la
narrativa de vanguardia con obras como la de Macedonio Fernández, Pablo

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Palacio o Felisberto Hernández, y continúa hacia mediados del siglo XX con
Juan Carlos Onetti, Julio Ramón Ribeyro y la llamada generación del Boom.
Decía al inicio de este texto que el personaje de Oliveira es memorable por
todo lo que significó Rayuela, pero también como representativo del modo de ser
y de estar en el mundo que encarna el hombre inútil. Además de su incapacidad
para la acción, Oliveira se encuentra constantemente enfrascado en discusiones
sobre filosofía, historia, arte, música, literatura. Sin embargo, como su vida toda,
estas largas horas dedicadas a la reflexión son completamente infructuosas, pues
no aspiran a proponer ni a construir nada, sino que sólo se presentan como un
modo de pasar las horas muertas cebando el mate o embriagándose hasta la
inconciencia. Este rasgo también será distintivo del hombre inútil, su inteligencia
estará al servicio de la crítica de un sistema, de una sociedad, de su propia vida y
de la de los otros, pero nunca estará en caminada a la procuración de un cambio.
Es una crítica estéril e inmóvil que en su parálisis representa, como imagen de la
humanidad, la negación y la falta de visión hacia el futuro, lo cual no significa que
haya malicia en él, sino simplemente una ausencia total de esperanza.
Además de lo anterior, el hombre inútil suele aparecer en contraposición a
figuras femeninas como la mujer casta o el otro extremo, la femme fatale, cuya
energía avasalladora, poder de seducción y malicia, son algunos de los elementos
que sofocan la voluntad del inútil. En el caso de Oliveira, la Maga juega ese papel
de oposición, pues aunque no se trata para nada de una mujer fatal, sus ideas de
libertad y su modo de estar en el mundo sin embarcarse en los laberintos
discursivos de Oliveira, le permiten ejercer un poder aplastante sobre el
protagonista, quien en repetidas ocasiones procura ocultar su impotencia y
desazón a través de la indiferencia o la conmiseración por la mujer que termina
abandonándolo. Por eso, hacia el final del primer libro de Rayuela, una vez que la
Maga se ha marchado, encontramos a un Oliveira que continúa meditando en

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soledad sobre su insuficiencia, que sigue dando vueltas sobre la certeza de que él
no es más que ese jarrito de agua en el pescuezo incapaz de saciar a quien
requería de una zarza ardiente.
Si en Del lado de allá, primera parte de la novela ubicada en París,
predomina la figura Oliveira como el hombre inútil, libre, lúcido, pero cuyas
cualidades no le permiten hacer absolutamente nada con su vida; en Del lado de
acá, segundo libro ubicado en Argentina, intervendrá otro personaje masculino
que, tanto como Oliveira, estará caracterizado como un hombre inútil: Traveler.
Así es el primer encuentro con este personaje:
Le daba rabia llamarse Traveler, él que nunca se había movido de la Argentina
como no sea para cruzar a Montevideo y una vez a Asunción del Paraguay,
metrópolis recordadas con soberana indiferencia. A los cuarenta años seguía
adherido a la calle Cachimayo, y el hecho de trabajar como gestor y un poco de
todo en el circo “Las estrellas” no le daba la menor esperanza de recorrer los
caminos del mundo more Barnum […] Una cosa había que reconocer y era que,
a diferencia de todos sus amigos, Traveler no le echaba la culpa a la vida o a la
suerte por no haber podido viajar a gusto. Simplemente se bebía una ginebra de
un trago, y se trataba a sí mismo de cretinacho (245).
Además de lo anterior, los cuarenta años de Traveler no han sido otra cosa que
una sucesión de fracasos. Aunque a sí mismo se asuma como un hombre de
acción, en seguida agrega ciertas precisiones que nos hacen ver al personaje en
una dimensión más amplia. Se dice hombre de acción, pero
de acción restringida porque no es cosa de andarse matando. A lo largo de
cuatro décadas ha pasado por etapas fácticas diversas: fútbol (en Colegiales,
centroforward nada malo), pedestrismo, política (un mes en la cárcel de Devoto
en 1934), cunicultura y apicultura (granja en Manzanares, quiebra al tercer mes,
conejos apestados y abejas indómitas), automovilismo (copiloto de Marimón,
vuelco en Resistencia, tres costillas rotas), carpintería fina (perfeccionamiento
de muebles que se remontan al cielo raso una vez usados, fracaso absoluto),

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matrimonio y ciclismo en la avenida General Paz los sábados, en bicicleta
alquilada” (248-9).
Al igual que Oliveira, Traveler se contrapone a Talita, su esposa, personaje
femenino que constantemente intenta amortiguar los episodios de profunda
tristeza que embargan a Traveler cuando se hace más consciente de la inutilidad
de su vida y de su condena al fracaso. No se trata precisamente de la mujer casta,
pero sí de una mujer que pone su bondad y paciencia al servicio de un hombre
también insuficiente.
Oliveira y Traveler son tan sólo dos ejemplos del hombre inútil, figura que,
como afirma Beltrán, ha sido una de las más prolíficas en el siglo XX. Como
señalé antes, uno de los sentidos de la literatura está en ofrecer imágenes artísticas
de un tiempo y un espacio para intentar mirar hacia el futuro. En el caso de la
figura del hombre inútil hemos visto que representa esa negación para actuar en
un mundo que no parece tener ningún futuro, en donde, al despojarse “de la
protección de los dioses” (Beltrán 84), el hombre se enfrenta al caos y haciendo
uso de su libertad decide no asumir la enorme responsabilidad del mundo, pues,
como Bartleby “preferiría no hacerlo”. Pero si de mirar al futuro se trata, la
historia no concluye con el hombre inútil, sino que continúa con otra figura que
coexiste con él, “una mujer activa […], que anuncia la nueva raza” (Beltrán 85),
es decir la “mujer libre moderna”.

Bibliografía
Beltrán Almería, Luis. Simbolismo y Modernidad. México: SEDECULTA, 2015.
Cortázar, Julio. Rayuela. México: Alfaguara, 1997.

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