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Alegoría del proceso literario nicaragüense en

un poema de Leonel Rugama1

CARLOS M-CASTRO

«[E]n el proceso literario nacional —pleito de


niños nuevos por llegar a niños viejos—
siempre ha sido más conveniente amarrar
malos versos a ese rótulo que nos encierra
entre un lago y un volcán».

Omar Elvir y Manuel Membreño (2015)

«Miedosos apuñando lápices y cuadernos» fue escrito por Leonel Rugama


en 1969 y entregado junto con otros textos a Pablo Antonio Cuadra para
su publicación en La Prensa Literaria. «[L]e recuerdo que tengo un libro
de poemas en remojo en sus fólders», le escribe a este en una carta
fechada en julio de ese mismo año, en referencia a las carpetas en que
Cuadra archivaba los inéditos que numerosos poetas le confiaban para
ser publicados en su periódico. Continúa Rugama: «Entre otros, se
encuentran: “Miedosos apuñando lápices y cuadernos” [...]; “Para que se
den cuenta” [...]; “Para la misma muchacha” [...]; “Rampas y rampas y
rampas”» (Cabestrero, 1989). Esta pieza, que el esteliano consideraba

1
Adaptado de la monografía presentada por el autor para obtener el título de licenciado
en Lengua y Literatura Hispánicas ante la UNAN-Managua (N. del A.).
entre las primeras a la hora de confeccionar lo que habría sido su primer
libro, es despachada en la biografía aquí citada como uno de «los poemas
de su infancia». Otros, sin embargo, como Elvir y Membreño (2015),
logran ver en ella una alegoría del proceso literario nicaragüense, ese
«pleito de niños nuevos por llegar a niños viejos».

El poema es una lectura de los mecanismos de transmisión de la cosa


literaria en un medio tan conservador como el nicaragüense. Es, en la
superficie, un texto anecdótico que narra el paso de la niñez a la adultez
y la preservación de los valores heredados: en primera persona, el
hablante lírico inicia su discurrir en el momento de ingresar a la escuela,
como uno de los «niños nuevos» en su primer día de clases, admirado
(«con la boca abierta») del comportamiento incivil de los «niños viejos»,
que peleaban entre sí y molestaban a los otros niños, además de «correr
por todas partes», hasta que su rebeldía es aplacada por el maestro, quien
aparece en escena «repartiendo coscorrones» y hace que los grandes
ejecuten los rituales de la nación (izar la bandera, cantar el himno),
mientras los chicos se quedan callados (porque «sólo sabíamos
persignarnos»); el maestro los instruye en historia patria, y «a la salida»
hay riñas entre niños viejos y nuevos, pero «ningún pleito terminaba /
porque pasaban señores / que en vez de ver el pleito / separaban a los
niños». Luego, a los años, el hablante lírico se vuelve niño viejo y
reproduce al pie de la letra el comportamiento aprendido. Y cierra,
resignado: «Todos amábamos a la maestra / pero la maestra se casó con
un señor».

Rugama usa como epígrafe unos versos de «Los testigos oculares», de


Carlos Martínez Rivas, que alertan sobre su naturaleza alegórica. Para
referirse al terreno blanco de una salina, Martínez Rivas habla de «la nieve
nieve nieve», que, aclara, no es aquello que cubre la tierra, «sino la
desnudez / de la Tierra» misma. En esta pieza el paisaje es un elemento
alegórico que, entre otras cosas, sostiene un discurso cuestionador de las
identidades nacionales desde la perspectiva del artista y su permanente
debate: intervenir o no intervenir en su realidad (otros versos, no
incluidos en el epígrafe, lo refuerzan: «Se ve lo que no se toca»; «patria que
se te negara»; «... lo mirábamos una vez y otra / [...] como para que se
nos olvidara...»; «... así nos íbamos, nos fuimos: / con mucha tierra y poco
mundo»; etcétera [Martínez Rivas, 2007, pp. 225-230]). El
cuestionamiento identitario de Martínez Rivas enlazaría plenamente con
el sentido aquí propuesto para el texto de Rugama.

Esta hermenéutica es respaldada por un pasaje del propio texto


rugamiano donde se dice que los niños grandes «... se agachaban a la
paja / con la cara llena de sudor / a beber cansadamente / ponían la
mano bajo el chorro». Esta última palabra es aquí la clave, al ser parte
del inventario léxico de Rubén Darío. «Un día estaba yo triste, muy
tristemente / viendo cómo caía el agua de una fuente; / [...] el crepúsculo
en su suave amatista, / diluía la lágrima de un misterioso artista. / Y ese
artista era yo, [...] / que mezclaba mi alma al chorro de la fuente», dice el
modernista en «Triste, muy tristemente...», poema no incluido en ninguno
de sus libros editados en vida y que forma parte de su Lira póstuma (1919,
pág. 15), volumen XXI —y penúltimo— de sus obras completas que la
madrileña editorial Mundo Latino se apresuró a publicar desde mediados
de 1917. Después de otro verso, Rugama insiste en el intertexto, que logra
pasar desapercibido: «Los niños viejos corrieron y abrieron el chorro de
la paja».

Para la fecha de composición de «Miedosos...», Rugama se encontraba ya


en la clandestinidad como miembro de la guerrilla del FSLN; había
abandonado a sus padres en Estelí, y ocasionalmente mantenía
relaciones sociales en Managua, entre otros, con los círculos intelectuales
y literarios. Previo a cumplir 20 años, el antiguo aspirante al sacerdocio
católico tenía ya una vida literaria activa; antes de desaparecer del ojo
público, visitaba con cierta asiduidad, por ejemplo, a Pablo Antonio
Cuadra en las oficinas de La Prensa (Cabestrero, 1989), siendo este ya
un ideólogo y poeta consumado de gran influencia. Es dable asumir,
entonces, que Rugama conocía perfectamente el poema de Darío: era este
uno de los treinta que Cuadra y Eduardo Zepeda Henríquez habían
añadido en 1967 a la selección hecha entre 1914 y 1917 por el propio
autor, al editar el volumen conmemorativo que se publicaría en el marco
de los fastos organizados por el Gobierno de Nicaragua en ocasión del
centenario dariano (Cuadra, 2001, pág. XII). El ahora Héroe Nacional
(Gobierno de Nicaragua, 2016) pasaba a ser, pues, parte del inventario
simbólico del poder que para la fecha de redacción de «Miedosos...» ya
ostentaba en su totalidad Anastasio Somoza Debayle, elegido presidente
justo en 1967, quince días después de clausurarse en Casa Presidencial,
el 21 de enero, la Semana Dariana, pastel de lujo que tuvo su cereza en
la masacre del día siguiente en Managua (Blandón Guevara, 2011, págs.
18-19).

Mezclada el alma del «misterioso artista» con «el chorro de la fuente»,


resulta, entonces, que, al beber los niños viejos de ese otro chorro, el «de
la paja», se les trasmite discursivamente la condición artística, o una
aspiración a ella. La alegoría planteada por Rugama se resuelve más o
menos con la siguiente sustitución de términos: los niños son los poetas
o escritores que emergen en el panorama (nuevo y viejo es, a secas, una
marca de temporalidad que halla sustancia en las fechas de nacimiento
o de primera publicación de los noveles: las llamadas generaciones); los
maestros, los autores consagrados que, además de enseñar los
rudimentos del oficio, tienen por tarea indoctrinar en la simbología patria
a los recién llegados; los señores son los personeros del poder, sus
colaboradores, o el poder tal cual (un maestro es, por definición, también
un señor); y la maestra vendría a ser la nación, que da sentido al locus
(la escuela, que es el territorio) y a la que todos quieren poseer: los
aspirantes al poder, escritores y poetas que sostienen a la tradición
guiados por los maestros y señores, ansían conocer los secretos de su
nación, «verle las piernas [...] / el calzón y hasta los pelos», aunque al
final «... la maestra se casó con un señor».
Referencias

Blandón Guevara, E. (2011). Discursos transversales. La recepción de


Rubén Darío en Nicaragua. Managua: Banco Central de
Nicaragua.
Cabestrero, T. (1989). Leonel Rugama. El delito de tomar la vida en serio.
Managua: Nueva Nicaragua.
Cuadra, P. A. (2001). Palabras preliminares. En R. Darío, Darío por
Darío. Antología poética seleccionada por el autor con adiciones
póstumas (págs. XI-XII). Managua: Fundación Uno.
Darío, R. (1919). Lira póstuma. Madrid: Mundo Latino.
Elvir, O., y Membreño, M. (eds.). (2015). Miedosos apuñando lápices y
cuadernos. Muestra de narrativa nicaragüense. Managua: La
Chancha.
Gobierno de Nicaragua. (31 de marzo de 2016). Ley que declara a Rubén
Darío Héroe Nacional. La Gaceta(59), págs. 2419-2420. Obtenido
de lagaceta.gob.ni
Martínez Rivas, C. (2007). Poesía Reunida. (P. Centeno-Gómez, ed.)
Managua: anamá.
Rugama, L. (1983). La tierra es un satélite de la luna. Managua: Nueva
Nicaragua.

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