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TEMA 9. REVOLUCIÓN LIBERAL EN EL REINADO DE ISABEL II.

CARLISMO Y
GUERRA CIVIL. CONSTRUCCIÓN Y EVOLUCIÓN DEL ESTADO LIBERAL.

INTRODUCCIÓN
Las décadas centrales del siglo XIX (desde 1833 hasta 1868), que constituyen el
objeto de estudio de este tema, se caracterizan por ser un periodo de cambios que
afectaron a todos los aspectos de la vida en España. Podemos destacar la sustitución
del viejo sistema absolutista por otro de tipo liberal, con constituciones, limitación del
poder regio, partidos políticos, elecciones, etc. No obstante, la inestabilidad, las
guerras civiles y el protagonismo político de los militares son caracteres que
demuestran la debilidad del nuevo régimen, como se aprecia también en las
dificultades que tiene éste para imponerse sobre los partidarios del absolutismo (los
carlistas).

1. LA TORMENTOSA TRANSICIÓN AL LIBERALISMO: EL CARLISMO.


A partir de 1833 se produjo la desaparición definitiva del Antiguo Régimen, tras los dos
intentos frustrados anteriores de implantar el liberalismo: el de las Cortes de Cádiz
(1810-14) y el del Trienio Liberal (1820-23). Sin embargo el proceso que comienza con
la muerte de Fernando VII y la ascensión al trono de su hija Isabel II no fue fácil, sino
traumático: una guerra civil. En efecto, las tensiones acumuladas en los últimos años
del reinado anterior estallaron cuando los absolutistas más ultras, denominados
apostólicos y más tarde carlistas, no aceptaron la pérdida de la corona por parte de
Carlos María Isidro, con lo que eso significaba políticamente, y comenzaron una
guerra para la que llevaban ya tiempo preparándose. Por tanto el enfrentamiento entre
Carlos María Isidro y María Cristina (madre de la reina Isabel, de la que actúa como
regente) es una cuestión dinástica, pero con un claro trasfondo político: los carlistas
pretenden mantener el Antiguo Régimen mientras que los que quieren acabar con él
(liberales) apoyaban la causa de Isabel II.
EL CARLISMO fue un movimiento político que surgió a fines del reinado de Fernando
VII y que se caracteriza por la defensa de los fueros vascos y navarros (que
peligraban si se imponía el liberalismo, dado que éste tiende a la unificación
legislativa), el tradicionalismo (rechazo de la “modernidad”, entendida como
degeneración y pérdida de la identidad propia y de las costumbres), el ruralismo
(exaltación de la vida campesina frente al proceso creciente de urbanización, por la
deshumanización que ésta comporta) y la intransigencia religiosa (pretendía mantener
los privilegios del clero así como restablecer la Inquisición). Su lema es Dios, Patria y
Rey. Su ámbito geográfico y social era principalmente el País Vasco y Navarra, debido
a su defensa de los fueros, y, en menor medida, las zonas montañosas de Cataluña,
Valencia y Aragón. En el resto de España el apoyo a la causa carlista fue bastante
minoritario (únicamente un sector importante del clero, algunos nobles y campesinos
muy apegados a la tradición). Sin embargo Carlos María Isidro pretendía ser rey de
toda España y en ningún modo separar al País Vasco y Navarra de aquélla. Los
escándalos personales y financieros que provocaba constantemente la regente María
Cristina produjeron un aumento de simpatías hacia la causa de su cuñado Carlos,
cuya conducta privada era intachable.
La Primera Guerra Carlista (1833-1840) fue una guerra civil pero con trascendencia
internacional. Esto último se debe a que las principales potencias absolutistas (Rusia,
Austria y Prusia) apoyaron a Carlos mientras que los países de régimen liberal
(Francia, Portugal e Inglaterra) ayudaron a Isabel. El apoyo inglés y francés al bando
liberal obedecía no sólo a razones de afinidad política, sino también al compromiso de
María Cristina de pagar la deuda exterior que había contraído el gobierno durante el
Trienio Liberal y que Fernando VII, tras la segunda restauración absolutista, no había
querido reconocer. Además el gobierno liberal se comprometía a abrir el mercado
español a los productos y capitales extranjeros. La ayuda inglesa se concretó en el
envío de 10.000 soldados voluntarios y la concesión de créditos y de una gran
cantidad de armamento.
La guerra se caracterizó por su gran crueldad y ocasionó unos 200.000 muertos. De
los choques iniciales salieron vencedores los carlistas, gracias a la eficacia y rapidez
en las acciones de su general en jefe Zumalacárregui, un genial estratega que ya
había participado como capitán en la Guerra de Independencia. Otra razón fue la
lentitud e indecisión de la regente María Cristina en el envío de tropas a las zonas
sublevadas, puesto que hasta el último momento esperó lograr un acuerdo con su
cuñado que evitase la guerra. Pese a sus éxitos iniciales y al dominio que ejercían
sobre las zonas rurales del Norte, los carlistas fracasaron en su intento de conquistar
ciudades importantes. Después de la muerte de Zumalacárregui en el asedio de Bilbao
(1835), los liberales tomaron el control de la contienda, siendo dirigidos por el general
Espartero. Sin embargo ésta se prolongó por la imposibilidad del ejército liberal de dar
un golpe definitivo a sus adversarios carlistas, que habían adoptado con éxito el
sistema de guerrillas y que encontraban el apoyo de la mayoría de los campesinos
norteños. No obstante, el lógico desgaste que producía un conflicto tan largo y cruento
explica la división del bando carlista entre los partidarios de negociar una paz honrosa
(encabezados por el general Maroto, lorquino de nacimiento) y los que querían
continuar a todo trance una guerra que era imposible ganar (el general Cabrera y el
propio pretendiente don Carlos). Finalmente en agosto de 1839 tuvo lugar en la
localidad de Vergara la firma oficial del tratado de paz entre el general carlista Maroto y
el liberal Espartero (Convenio o “Abrazo de Vergara”). Por este tratado los carlistas
aceptaban a Isabel II como reina, lo que suponía la aceptación de su derrota; a cambio
los isabelinos se comprometían a respetar los fueros vascos y navarros, al tiempo que
permitían la incorporación de los militares carlistas en el ejército español con plenos
derechos. Sin embargo el acuerdo fue considerado como una traición por el sector
más intransigente del carlismo, que, encabezado por el general Cabrera, continuó sus
acciones bélicas un año más en algunas comarcas montañosas de Aragón y Valencia
(el Maestrazgo). La derrota final obligó a Carlos Mª Isidro a refugiarse en el extranjero.

Podemos resumir las fases de la primera guerra carlista en las siguientes:


 Entre 1833-1835, el coronel Zumalacárregui, es nombrado comandante en jefe de
las tropas carlistas y reorganiza las partidas. A pesar de los éxitos carlistas el
fracaso del asedio de Bilbao, con la muerte del propio Zumalacárregui, cierra esta
primera fase. La guerra se extendió a Cataluña y a varias comarcas del territorio
valenciano.
 Expediciones carlistas entre 1836-1837.
 A finales de 1837 comienzan las tensiones en el seno del carlismo. El ejército
isabelino dirigido por Espartero toma la iniciativa y logra levantar el sitio de Bilbao.
El desenlace de la guerra se acelera con el nombramiento del general Maroto
como jefe de las tropas carlistas, enfrentado a la camarilla civil de don Carlos. Este
negocia con Espartero el Convenio de Vergara (agosto de 1839), en el se acuerda
que Espartero defenderá en las Cortes el mantenimiento de los fueros vascos.
 La resistencia quedó limitada al Maestrazgo donde Ramón Cabrera se niega a
aceptar el Convenio de Vergara. En mayo de 1840 las tropas de espartero toman
Morella y terminan con el último foco carlista.

2. MINORÍA DE EDAD DE ISABEL II (1833-1843)

A) La regencia de Mª Cristina (1833-1840).


La guerra carlista aceleró el proceso de revolución liberal en España. Frente al absolu-
tismo y al tradicionalismo defendidos por los carlistas, el bando isabelino sólo podía
encontrar una base social buscando una forma de monarquía constitucional capaz de
reagrupar a los absolutistas moderados junto a los liberales. Ese esfuerzo de acercarse
al liberalismo fue entonces confiado a un viejo liberal "doceañista", Martínez de la Rosa
que, al frente del gobierno, promulgó un Estatuto Real en 1834, que pretendía
reconocer algunos derechos y libertades políticas, pero sin aceptar todavía el principio
de soberanía nacional ni la separación de poderes. Las Cortes votaban los impuestos,
pero no podían iniciar ninguna actividad legislativa sin la aprobación real. El régimen del
Estatuto representaba un tipo de liberalismo censitario, partidario de limitar el poder
absoluto pero sólo por parte de un parlamento en el que solo cabían las clases
acomodadas marginando a la inmensa mayoría de la población.

Pronto se hizo evidente que las reformas del Estatuto eran absolutamente insuficientes
para una parte de los grupos sociales que respaldaban a Isabel II con la esperanza de
que el trono aceptase la implantación del liberalismo en España. La división se fue
acentuando y dio lugar a la formación de las dos grandes tendencias que dominarían la
vida política española en los siguientes decenios: moderados y progresistas.
En el verano de 1835 los progresistas protagonizaron, a través de las juntas y las Mili-
cias, numerosas revueltas urbanas. Ante la situación, la regente María Cristina llamó a
formar gobierno a un liberal progresista, Mendizábal, que rápidamente inició un
programa de reformas, pero cuando decretó la desamortización de bienes del clero para
así conseguir los recursos financieros para organizar y armar al ejército contra el
carlismo; nobleza y clero presionaron con todos los medios para que María Cristina se
deshiciera de Mendizábal. Con el levantamiento progresista de la guarnición de La
Granja, residencia real de verano donde se encontraba la Regente, ésta decidió volver
a llamar a los progresistas al poder y restablecer la Constitución de Cádiz.
Entre 1835 y finales de 1837, los progresistas, con Mendizábal a la cabeza, primero
como jefe de Gobierno y después como ministro de Hacienda, asumieron la tarea de
desmantelar las instituciones del Antiguo Régimen e implantar un régimen liberal,
constitucional y de monarquía parlamentaria.

El gobierno progresista, constituido en septiembre de 1836, convocó inmediatamente


Cortes extraordinarias. Tras casi un año de discusiones, las Cortes aprobaron una
nueva Constitución en junio de 1837. Este nuevo texto constitucional significaba aceptar
la tesis del liberalismo doctrinario (conservador) que confería a la corona el poder
moderador. El mantenimiento del principio de soberanía nacional, la existencia de una
amplia declaración de derechos de los ciudadanos (libertad de prensa, de opinión, de
asociación, etc.) así como la división de poderes y la ausencia de confesionalidad
católica del Estado evidenciaban las aspiraciones más progresistas. Pero se introduce -
una segunda cámara (el Senado), de carácter más conservador, se concedían mayores
poderes a la Corona y el sistema electoral era censitario y extraordinariamente
restringido (entre el 2 y el 4% de la población con derecho a voto).

B) La regencia de Espartero (1840-1843).


En las elecciones de 1837 los moderados obtuvieron la mayoría y pasaron a ocupar el
gobierno. En 1840 prepararon una ley electoral aún más restrictiva, la limitación de la
libertad de imprenta y una ley de Ayuntamientos que dio a la Corona la facultad de nom-
brar a los alcaldes de las capitales de provincia. Además, se inició una legislación que
tendió a devolver sus bienes al clero secular y a otorgarle, en parte, los bienes
expropiados a las órdenes religiosas. El apoyo decidido de la regente María Cristina a la
política moderada provocó el enfrentamiento directo de los progresistas con la Corona.
Un amplio movimiento insurreccional se alzó en numerosas zonas del país y María
Cristina, dimitió. Los sectores afines al progresismo volvieron sus ojos hacia el general
Espartero, vencedor de la guerra carlista, la única autoridad con carisma popular que
podía asumir el poder y convertirse en regente.
Espartero asumió la regencia en mayo de 1841, pero su actitud en el gobierno resultó
de un marcado autoritarismo. Fue incapaz de cooperar con las Cortes y se aisló cada
vez más de sus propios correligionarios. En 1842, aprobó un arancel que abría el
mercado español a los tejidos de algodón ingleses, amenazando de este modo a la
industria catalana.
La medida provocó en Barcelona un levantamiento en el que estuvieron involucradas la
burguesía, pero también las clases populares, que veían peligrar sus puestos de tra-
bajo. Espartero mandó bombardear la ciudad hasta conseguir su sumisión, colocando a
Cataluña y a buena parte del partido progresista en su contra. Los moderados
aprovecharon para protagonizar una serie de conspiraciones encabezadas por los
generales Narváez y O'Donnell. En 1843 Espartero abandonó la regencia y se exilió a
Inglaterra. Para no nombrar un tercer regente, las Cortes decidieron adelantar la
mayoría de edad de Isabel II y la proclamaron reina a los trece años.

3. MAYORÍA DE EDAD DE ISABEL II (1843-1868)

Tras la caída de Espartero en 1843 y la proclamación como reina de Isabel II, los
moderados se hicieron con el poder con el total apoyo de la Corona. Inmediatamente
reprimieron cualquier levantamiento de carácter progresista, desarmaron a la Milicia
Nacional y restauraron la Ley de Ayuntamientos que en 1840 había dado lugar a la
dimisión de María Cristina. Se iniciaba así un largo período de dominio moderado que,
con breves interrupciones, gobernaría el país hasta 1868.

A) El gobierno de los moderados (1843-1854).


Las elecciones de 1844 tuvieron lugar en medio de graves dificultades para los
progresistas, de modo que éstos prácticamente se abstuvieron. Así, las nuevas Cortes
tenían una mayoría abrumadora de moderados. A su frente se situó como jefe de
Gobierno el general Narváez, quien sentó las bases del nuevo Estado moderado y
organizó sus principales instituciones.
El régimen se asentó sobre el predominio de la burguesía terrateniente, para la cual era
necesario consolidar un nuevo orden social, que protegiese las conquistas de la
revolución liberal contra la subversión de las clases populares, no dudando en limitar las
libertades en aras del orden y la propiedad. No se trataba de volver al absolutismo, sino
de asentar un liberalismo conservador que reformara el Estado en interés de las nuevas
clases dominantes y que restringiera la participación política al grupo de los propietarios

La Constitución de 1845 recoge las ideas básicas del moderantismo: rechazo de la


soberanía nacional y sustitución por la soberanía conjunta del Rey y las Cortes; am-
pliación de los poderes del ejecutivo y disminución de las atribuciones de las Cortes
(legislativo); exclusividad de la religión católica y compromiso de mantenimiento del cul-
to y clero; Ayuntamientos y Diputaciones sometidos a la Administración central;
supresión de la Milicia Nacional; restricción del derecho de voto y Senado no electivo
sino nombrado por la reina entre personalidades relevantes y de su confianza. Se
mantenía gran parte del articulado de la Constitución de 1837, sobre todo en la
declaración de derechos, pero se remitía su regulación a leyes posteriores que fueron
enormemente restrictivas con las libertades. Por último, confería enormes atribuciones a
la Corona, ya que, además de la facultad de nombrar ministros y disolver las Cortes, le
otorgaba la facultad de nombrar el Senado.
Los moderados intentaron también mejorar sus relaciones con la Iglesia, por lo que en
el año 1851 se firmó un Concordato con la Santa Sede, en el que se establecía la
suspensión de la venta de los bienes eclesiásticos desamortizados, el retorno de los no
vendidos y la financiación pública del culto y el clero.
La reforma fiscal y de Hacienda de 1845 pretendía que los impuestos pasarán a manos
del Estado. Se aprobó el Código Penal de 1851 y un proyecto de Código Civil
Otra serie de medidas completaron el proceso de centralización. Se creó un sistema de
instrucción pública (Ley de Instrucción Pública de Moyano) igual para todo el estado y
se creó la Guardia Civil (1844), un cuerpo armado que se encargaría de mantener el
orden público y la vigilancia de la propiedad privada, sobre todo en el medio rural.
B) El Bienio Progresista (1854-1856).

En el año 1854, la actitud del gobierno, partidario de reformar la Constitución para


fortalecer más los poderes del gobierno en detrimento del Parlamento, provocó un
levantamiento de los progresistas y de parte de los propios moderados que desembocó
en el pronunciamiento de Vicálvaro a cuyo frente se colocó el general O'Donnell (junio
de 1854). Sectores moderados y progresistas contrarios al gobierno elaboraron el
llamado Manifiesto de Manzanares en demanda del cumplimiento de la Constitución y
de otras reformas. Al llamamiento se unieron diversos jefes militares, así como grupos
de civiles que protagonizaron levantamientos en diversas ciudades. Ante esta situación,
la reina Isabel II llamó a formar gobierno al viejo militar progresista general Espartero y
nombró ministro de la guerra a O'Donnell .
Durante dos años, el nuevo gobierno intentó restaurar los principios del régimen
constitucional de 1837 e inmediatamente restauró la Milicia y la ley municipal
progresista e inició la elaboración de una nueva Constitución (Constitución Non Nata de
1856), que no llegó a ser promulgada.
Las dos líneas de acción más importantes fueron la reanudación de la obra
desamortizadora (Ley Madoz) y la ley de ferrocarriles.
Sin embargo, las medidas reformistas del Bienio no mejoraron las condiciones de vida
de las clases populares ni tuvieron en cuenta sus demandas, lo que generó un clima de
grave conflictividad social. En 1856, un grave levantamiento se produjo en el campo
castellano y en muchas ciudades del país, con asaltos e incendios de fincas y fábricas.
La situación provocó una grave crisis en el gobierno: Espartero dimitió y la Reina confió
el gobierno a O'Donnell, que reprimió duramente las protestas.

C) Los últimos gobiernos moderados (1856-1868).

O'Donnell restauró el régimen que dos años antes había ayudado a derribar,
restableciendo los principios del moderantismo. Durante la etapa que transcurre entre
1856 y 1863 la Corona confió la formación de gobierno a los políticos de la Unión
Liberal, primero a O'Donnell y más tarde a Narváez, y se produjo una etapa de cierta
estabilidad política, dominada por la vuelta al conservadurismo. Se restableció la
Constitución de 1845 y se anuló la legislación más progresista del Bienio: interrupción
de la desamortización, anulación de la libertad de imprenta, restablecimiento de los
impuestos de consumo, etc.
Los unionistas llevaron a cabo una política exterior activa y agresiva, cuyos objetivos
eran desviar la atención de los problemas internos y fomentar una conciencia naciona-
lista y patriótica, así como contentar a importantes sectores del ejército. Se
desarrollaron acciones como la expedición a Indochina o la intervención en México,
pero las de mayor importancia fueron en el norte de África, especialmente en
Marruecos, donde la victoria de Wad-Ras permitió a España la incorporación de Sidi Ifni
o la ampliación de la plaza de Ceuta.
En 1863, el gobierno de los unionistas fue incapaz de afrontar la oposición política de
progresistas, demócratas y republicanos, así como la situación de crisis económica.
O'Donnell presentó su dimisión y la Reina entregó de nuevo el poder a los moderados.
Entre 1863 y 1868, el moderantismo gobernó de forma autoritaria, al margen de las
Cortes y de todos los grupos políticos, y ejerciendo una fuerte represión, siendo además
incapaz de mejorar la situación económica.

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