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El dilema de Trump

Celebra en medio de contradicciones brutales. Lo que dicen las encuestas y sus mamarrachos
políticos.

Nelson Castro

Desde New York

Es un fin de semana intenso en los Estados Unidos. Se cumple un año de la asunción presidencial
de Donald Trump y en Nueva York y Washington la fecha marca también el recuerdo de la marcha
de las mujeres que, con su multitudinaria dimensión, exteriorizó no solo el nivel de rechazo que
genera el presidente de los Estados Unidos entre sus compatriotas, sino también la profundidad de
la división por la que que hoy en día atraviesa la sociedad americana. Quienes marcharon entonces
contra Trump marcharon otra vez ayer. Mientras tanto, para neutralizar esto, el presidente
organizó una fiesta para celebrar el aniversario.

El devenir de los hechos en este primer año de gestión es abundante en episodios que a lo largo de
la historia caracterizaron el manejo del poder en las así llamadas repúblicas bananeras. Decir esto
no es original. Lo novedoso es que esto esté ocurriendo en los Estados Unidos. La presidencia de
Trump ha puesto en jaque los valores del sistema democrático de este país. Paradójicamente, todo
sucede en medio de un repunte claro y objetivo de la economía norteamericana. Ese repunte, que
ya se venía produciendo durante los últimos años de la administración de Barack Obama, se vio
revitalizado por algunas de las medidas implementadas por Trump. Entre ellas está la reducción del
impuesto a las ganancias para las empresas, que pasó del 35% al 21%. Esto les permitió recuperar
competitividad e hizo que muchas de ellas que habían reducido su nivel de inversiones en el país
las redireccionaran hacia aquí.

Otra de las medidas que generó esta reactivación tiene que ver con la eliminación de regulaciones
orientadas a la protección del medio ambiente. Las encuestas del viernes, que mostraron un muy
bajo nivel de aprobación del gobierno de Trump –solo el 39%–, señalaban en paralelo un alto nivel
de aprobación de la gestión económica, aun cuando reconocía que las medidas adoptadas por
Barack Obama eran la base de la reactivación de la economía.

Día a día. La crónica de la semana que pasó exhibe con claridad el permanente estado de desorden
que se vive dentro de la Casa Blanca y las consecuentes mentiras y contradicciones del presidente.
Veamos:

El lunes 15 se conmemoró la figura de Martin Luther King Jr. Ese es un día feriado y, como forma de
subrayar el peso de la conmemoración, es habitual que las figuras públicas, comenzando por el
presidente, se involucren en algún acto de servicio comunitario. El mismísimo Trump había
mencionado esto –“es un día dedicado a gestos solidarios”, dijo–, por lo que se esperaba que, en
cumplimiento de la tradición que honraron sus predecesores, participara de alguna taraea
comunitaria. Sin embargo, nada de eso ocurrió. El presidente se pasó todo el día jugando al golf en
su espectacular casa de Mar-a-Lago.
El martes recrudeció la historia del encuentro sexual de Trump con la actriz porno Stormy Daniels,
a la que conoció en 2006, durante un torneo de golf que se jugó en Nevada, al mismo tiempo que
su esposa Melania se recuperaba del parto de su hijo Barron.

El miércoles el tema fue la salud del presidente y la controversia acerca de la interpretación de los
resultados de su último chequeo médico. Mientras el médico de la Casa Blanca anunciaba que el
estado de salud del jefe de Estado era excelente, destacados cardiólogos salieron a criticarlo
diciendo que, en virtud de los valores de colesterol del presidente y de su peso, eso no era así.

Pero lo más interesante del asunto es que, en muchos medios se habló de que Trump había
falseado su altura para no ser catalogado de obeso. Y el jueves recrudeció el tema de las
expresiones del presidente, quien, durante un encuentro con legisladores de ambos partidos, al
hablar del espinoso asunto de los inmigrantes, se refirió a Haití y El Salvador como sheetholes
(agujeros de mierda).

Memoria. Hace veinte años, el entonces presidente Bill Clinton estuvo a punto de ser destituido
por su aventura amorosa con la becaria de la Casa Blanca, Mónica Lewinsky. La acusación principal
no fue la infidelidad de Clinton, sino que, al haber negado el affaire, había mentido.

“Cuando la persona que se desempeña como presidente miente, no puede continuar en su cargo”,
llegó a decir el fiscal especial nombrado para el caso, Kenneth Starr, quien batalló fuertemente
para llevar a Clinton al juicio político (impeachment). Si ese criterio se aplicara hoy en día, Trump
debería haber sido destituido hace meses a partir ya del russiagate, el escándalo vinculado a la
participación de Rusia en el proceso electoral de 2017. Algo de todo esto es lo que refleja el libro
de Michael Wolf –algunos de cuyos párrafos explosivos adelantó PERFIL el fin de semana pasado–
Fier and Fury –Fuego y furia–, que está haciendo furor.

Indiferencia. Nada de esto preocupa a quienes son férreos seguidores del presidente. Para ellos,
como para Trump, esas verdades son mentiras. Solo les interesa la parte económica, que, como ya
se dijo arriba, indiscutiblemente ha mejorado.

Un párrafo especial merece la relación de Trump con la prensa. Aquí las cosas muestran un
deterioro del respeto que siempre se tuvo en los Estados Unidos a la libertad de prensa, verdadero
valor de este país.

Trump ha tomado una actitud peligrosa consistente en descalificar a todo aquel que lo critique. La
situación remeda –y mucho– a lo que se vivió en la Argentina durante el kirchnerato. No significa
esto que no haya habido errores por parte de los medios críticos del presidente. Lo que hace
Trump a diario no es criticar a sus críticos, algo absolutamente legítimo. Sino que los descalifica. He
ahí como muestra la entrega de los premios Fake News (Noticias Falsas) al New York Times, el
Washington Post, CNN , CBS, NBC, que son los medios que dan cuenta de las mentiras, las
contradicciones, el maltrato y la intolerancia del presidente, y del ambiente de desorden que se
vive en la Casa Blanca.
Una carta del muy respetable senador republicano John McCain no solo ha sido muy crítica de esta
actitud de Trump, sino que lo ha alertado de las implicancias negativas y peligrosas que esto puede
traer para el ejercicio libre de la prensa en muchas partes del mundo.

“Nos volvemos mejores, más fuertes y más efectivos como sociedad teniendo un público
informado e interesado que presiona a sus políticos para representar mejor no solo sus intereses,
sino también nuestros valores”.

El párrafo resume de modo impecable el dilema que plantea la presidencia de Donald Trump,
dilema que divide a la sociedad estadounidense y al mundo.

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