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MARIOLOGÍA

2017_2
Hno. Lic. Alexandre José Rocha de Hollanda Cavalcanti
Texto 13: La devoción mariana
1. María: Madre de la Iglesia
Después de la tragedia del Gólgota los seguidores de Cristo comenzaron a resurgir. En
este periodo la presencia consoladora de María fue la mayor sustentación para la Iglesia
naciente.1
Ella fue madre de la Iglesia niña durante la oscuridad que antecedió a la Resurrección.
Fue madre que acompañó el crecimiento y protegió en las persecuciones a la Iglesia primitiva.
Es, y siempre será, la Madre de la Iglesia, a la espera de la segunda venida de Cristo.
Por eso, al clausurar la tercera sesión del Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI
proclamó oficialmente a María como «Madre de la Iglesia», dejando claro su papel de Madre
del Cuerpo Místico de Cristo, como fue Madre del propio Redentor.2 En consecuencia, el
Papa Juan Pablo II exhorta a los presbíteros a confiar a Ella su propio sacerdocio3.
2. Orígenes de la devoción mariana
Los Hechos de los Apóstoles atestiguan que, desde sus inicios, la Iglesia ha sentido
necesidad de orar con María (Hch 1, 14) y a María por las necesidades de la comunidad o de
algún miembro4.
El culto a la Virgen nace de modo orgánico y espontáneo a medida que se va
conociendo la proximidad de su persona a la obra de Cristo, apareciendo muy pronto
testimonios de su veneración que, de modo natural, se convierte en culto al reconocer su
persona y su poder de intercesión5.
Era conveniente –afirma René Laurentin– «que la Virgen quedase oculta durante algún
tiempo, para que el mundo rompiese con la contaminación de los cultos de las diosas-
madres»6. Cita como ejemplo la actitud de San Epifanio, cuando en 377 reprendió con
expresiones enérgicas a las «coliridianas», un grupo de mujeres que pretendía tributar a la
Virgen un culto propiamente divino y ofrecerle sacrificios7. Falsas «sacerdotisas» ofrecían un

1
Cf. GARRIGOU-LAGRANGE, Reginauld. La Madre del Salvador y nuestra vida interior. Madrid: Rialp, 1990, p.
329.
2
PABLO VI. Allocuzione de Conclusione della III Sessione del Concilio Vaticano II: Festa della Presentazione di
Maria Santísima al Tempio. Sabato, 21 de noviembre del 1964. En: TRIVIÑO, María Victoria. Como un sello en
el corazón: Cantar de los Cantares. Madrid: Caparrós, 2007, p. 231.
3
JUAN PABLO II. Lettera a tutti i sacerdote della Chiesa, 8 de abril de 1979, EV 6, 1325.
4
Cf. ESQUERDA BIFET, Juan. Espiritualidad Mariana de la Iglesia: María en la vida espiritual cristiana. Madrid:
Sociedad de Educación Atenas, 1994, pp. 100-101.
5
Cf. FERNÁNDEZ, Aurelio. Teología Dogmática: Curso fundamental de la fe católica. Madrid: BAC, 2009, pp.
404-405.
6
LAURENTIN, René. Breve Tratado de teologia Mariana. Petrópolis: Vozes, 1965, p. 53.
7
Henri de Lubac, en su célebre obra El Drama del Humanismo Ateo, presenta las ideas de Augusto Comte sobre
el culto a la Virgen María. Para Comte, más que las creaciones antropológicas del antiguo politeísmo, «la
encarnación del motor universal» manifiesta una tendencia hacia la homogeneidad real entre los adoradores y los
seres adorados. El catolicismo resaltó – continúa Comte – esta tendencia que debía conducir a la eliminación del
ser ficticio cuando el ser real hubiera adquirido bastante grandeza para reemplazar a su precursor necesario.
Especialmente por medio del culto a la Virgen se alteró profunda y beneficiosamente el monoteísmo occidental.
La Virgen adquirió en los corazones occidentales una creciente preponderancia, que San Bernardo recoge y
sistematiza. Esta «mediadora verdaderamente universal anunciaba el estado normal de nuestro culto». El filósofo
intenta hacer una profecía frustrada que los años no confirmaron: «Esta devoción y no la de la Misa, es la que
servirá de transición hacia el culto final “bajo el impulso gradual de los positivistas, asistidos por las mujeres y
los jesuitas regenerados”». Reforzando su negación de Dios pero no su ateísmo, puesto que cree en una diosa:

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simulacro de Misa en honor a María, con sacrificio de panes a modo de Eucaristía
denominados collyrida8. En función de esto, San Epifanio hace una distinción que será
fundamental entre el culto de adoración a Dios y de veneración a la Virgen, que
posteriormente se va a diferenciar del culto a los santos9, de manera que la teología actual
considera tres categorías de culto:
Culto de latría: culto de adoración debido sólo a Dios por ser el primer principio y
soberano Señor de todo lo creado10.
Culto de dulía: culto de veneración debido a los santos, subordinado al de adoración a
Dios11.
Culto de hiperdulía: o de veneración calificada, debido a la Santísima Virgen en virtud
de su condición de Madre de Dios, de su excepcional santidad y del papel específico que
desempeñó en la historia de la salvación12. Estrictamente hablando, es un culto de dulía, pero
tributado en la forma más eminente de este tipo de culto.
La invocación directa a María se encuentra registrada históricamente por primera vez en
las obras de San Gregorio Nacianceno. En su homilía XXIV relata cómo las vírgenes Tecla y
Justina invocaron a la Madre de Dios y fueron oídas y auxiliadas por Ella13. Justina14, que fue
perseguida por el hechicero Cipriano de Antioquía, habiendo rezado y pedido la intercesión
de la Virgen María para mantener su virginidad amenazada por el joven Aglaide y por las
magias de Cipriano, fue ayudada por la Virgen que venció los intentos del mal con tal poder,
que determinó la conversión de Cipriano, siendo los dos martirizados por orden de
Diocleciano15.
La himnología primitiva, enriqueció la liturgia y el culto cristiano con odas en honor a
la Madre de Dios.
A partir del Concilio de Éfeso (431) se comienza a descubrir las verdaderas
proporciones del rol de María en el plan de salvación y en la mediación junto a su Hijo.

«La humanidad». Afirma el precursor del marxismo: «Es la imagen de la Virgen Madre la que habituará al
pueblo, al emblema de «nuestra diosa», la Humanidad. (Cf. DE LUBAC, Henri. El Drama del Humanismo Ateo.
Madrid: Encuentro, 1990 - pp. 140-142).
8
Cf. GARRIGOU-LAGRANGE, Reginauld. La Madre del Salvador y nuestra vida interior. Madrid: Rialp, 1990, p.
341.
9
Cf. LAURENTIN, René. Breve Tratado de teologia Mariana. Petrópolis: Vozes, 1965, p. 53; FERNÁNDEZ, Aurelio.
Teología Dogmática: Curso fundamental de la fe católica. Madrid: BAC, 2009, p. 407.
10
Cf. GARRIGOU-LAGRANGE, Reginauld. Op. cit. Madrid: Rialp, 1990, p. 340.
11
Cf. DH 1744, 1755, 1821; ed. 2007.
12
Cf. FERNÁNDEZ, Aurelio. Teología Dogmática: Curso fundamental de la fe católica. Madrid: BAC, 2009, pp.
449-450.
13
Cf. GREGORIO NACIANCENO, Oratio XXIV: PG 35,1170-1194, Ed. 1857.
14
Vivía en Antioquia una bella y rica doncella llamada Justina, hija de Edeso y Cledonia, que eran paganos.
Justina se convirtió por las predicaciones del diácono Prailo, dedicando su vida a oraciones y consagrando su
virginidad. Un joven rico de nombre Aglaide se apasionó por Justina, pero esta no aceptó casarse. El joven
recurrió a Cipriano – un hechicero – para alcanzar el cambio del pensamiento de Justina. Cipriano utilizó todo su
conocimiento de la magia satánica pero no alcanzó ningún resultado, porque Justina se defendía con sus
oraciones a la Virgen María. La ineficacia de su hechicería hizo que Cipriano se convirtiese al cristianismo,
quemando sus libros satánicos y distribuyendo sus bienes a los pobres. La noticia de su conversión llegó hasta el
Emperador Diocleciano y los dos fueron arrestados y torturados, pero no cedieron. Ellos fueron puestos en una
caldera hirviente, pero nada les aconteció. Un antiguo discípulo de Cipriano, el hechicero Atanasio, intentando
desafiar a Cipriano se lanzó en la caldera muriendo en pocos segundos. El día 26 de septiembre de 304,
Diocleciano ordenó la decapitación de los dos y de otro cristiano de nombre Teotiso, que fueron ejecutados a las
márgenes del Rio Galo en Nicomedia. Los cuerpos fueron expuestos por seis días hasta que un grupo de
cristianos los recogió y los llevó a Roma. En el Imperio de Constantino las reliquias fueron trasladadas para la
Basílica de San Juan de Letrán.
15
Cf. STICKELBROECK, Michael. María Colaboradora del Redentor. Lima: Facultad de Teología Pontificia y
Civil de Lima, 2011. (Apuntes de clase).

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La Iglesia encuentra en la devoción mariana la ayuda para la fidelidad a la voluntad de
Dios, a tal punto que los teólogos posteriormente la llamarán omnipotencia suplicante16.
Entre las devociones marianas debemos destacar el Santo Rosario, el cual nos hace
penetrar en los misterios de la vida de Cristo y de María, íntimamente relacionados con los
fundamentos de la fe. El Santo Rosario abarca todas las dimensiones de nuestro
relacionamiento filial con la Madre de Dios: alabanza, loor, acción de gracias, meditación y
petición. Por eso se ha considerado siempre la oración predilecta de la Virgen.
El Papa Juan Pablo II enseña que el Rosario rezado en su profundidad de unión perfecta
entre la oración mental meditativa y la oración vocal, con un sentido cristocéntrico y bíblico,
es muy adecuado para la adoración eucarística, en compañía de María y según su escuela17.
Esta oración entregada por la Virgen Santísima a Santo Domingo de Guzmán y
perfilada en su estructura actual por el Beato Alano de la Roche (†1475) es, en su contenido
de gracia salvífica, un gran patrimonio de la fe cristiana, constituyendo un compendio de la
soteriología transformada en oración mariológica totalmente cristocéntrica y, por tanto,
modelo de toda oración a María18.
Una señal clara de nuestra pertenencia a María es el uso del santo Escapulario que la
Santísima Virgen entregó a San Simón Stock, cuando la Orden Carmelitana pasaba por una
gran prueba. Muchos cristianos hacen suya la costumbre antigua del uso del escapulario
carmelitano, con la promesa de la salvación y del privilegio sabatino.
Los que consideran superadas las devociones a la Virgen Santísima, dan señales de que
han olvidado la fuente de donde nacen: la fe en la voluntad salvadora de Dios Padre, el amor a
Dios Hijo que se hizo realmente hombre y nació de una mujer, la confianza en Dios Espíritu
Santo que nos santifica con su gracia.
3. La Consagración de amor
La espiritualidad mariana no puede ser separada de la propuesta de la «Verdadera
Devoción» enseñada por el gran maestro de la mariología, San Luis María Grignion de
Montfort, que consiste en la libre consagración como esclavo de amor a la «Sabiduría eterna
y encarnada por las manos de María». En la carta a la familia montfortiana de 24 de enero de
2004, el Papa San Juan Pablo II afirmaba:
«San Luis María contempla todos los misterios a partir de la Encarnación, que se
realizó en el momento de la Anunciación. Así, en el Tratado de la verdadera
devoción, María aparece como “el verdadero paraíso terrenal del nuevo Adán”. [...]
Toda [...] nuestra perfección – escribe san Luis María Grignion de Montfort –
“consiste en estar conformes, unidos y consagrados a Jesucristo; la más perfecta de
todas las devociones es sin duda alguna la que nos conforma, une y consagra más
perfectamente a este acabado modelo de toda santidad; y pues que María es entre
todas las criaturas la más conforme a Jesucristo, es consiguiente que, entre todas
las devociones, la que consagra y conforma más un alma a nuestro Señor es la
devoción a la santísima Virgen, y cuanto más se consagre un alma a María, más se
unirá con Jesucristo” (Tratado de la verdadera devoción, n. 120)».19

16
Cf. JUAN PABLO II. Carta por ocasião do centenário da coroação de Nossa Senhora Aparecida, 17 de julio
del 2004, n. 4. En: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, XXVII, 2, 2004 (Luglio-Dicembre). Città del Vaticano:
Libreria Editrice Vaticana, 2006, pp. 22-23.
17
Cf. JUAN PABLO II. Carta Apostólica Mane nobiscum Domine, 7 de octubre del 2004, n. 18, AAS 97-4 (2005),
p. 345.
18
Cf. MANELLI, Stefano M. La soteriologia mariana nei misteri dolorosi del Rosario. En: AAVV.
Corredemptrix Annali Mariani, 2008, Santuario della B.V.M. Del Buon Consiglio. Frigento: Casa Mariana,
2008, pp.17-21.
19
Cf. JUAN PABLO II. Carta a la familia Monfortana. Con ocasión del 160° aniversario de la publicación del
Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, de san Luis Grignion de Montfort, 13 de enero de 2004.

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4. María: la guía para la salvación.
Como Madre de Dios, y camino elegido para la encarnación del Verbo, María es la
garantía del rumbo seguro para el verdadero seguidor de Cristo. En las tormentas del mar de
la vida, en las tentaciones, borrascas y riesgos, cuando nos faltan las fuerzas y sentimos
nuestra nada delante de las tribulaciones y dudas, debemos mirar a María y confiar
enteramente en Ella.
Ella, que fue el instrumento que el Padre quiso emplear para dar a su Hijo los elementos
humanos utilizados en su sacrificio redentor, sabrá alcanzarnos lo que necesitemos, para que
los méritos de este sacrificio sean perfectamente correspondidos por nosotros con una
verdadera respuesta a la llamada del Señor.
El sentido esencial de la devoción es seguimiento e imitación. La devoción mariana
encuentra su madurez al momento en que la Madre de Dios es considerada como aquella que
arrastra para la imitación a la entrega total con que Cristo nos salvó y nos invita a la salvación.
Llama a la santificación y a la donación al servicio de la irradiación del reino de Dios.
Convoca a salir de sí mismo y servir a la Iglesia con la madurez y fortaleza de verdaderos
cristianos, llenos del Espíritu Santo conferido por el Sacramento de la Confirmación.
Su maternidad es vista como una exigencia de adhesión valiente al plan de Dios, sin
fugas ilusorias ni alejamientos o inmovilismos condenables, puesto que devoción es un
término que tiene un sentido activo: significa entregarse, sacrificarse.
La devoción a María no es un servirse de Ella, sino un donarse integral e
irrevocablemente a Dios. El sacrificio de Jesucristo en el Calvario nos invita a imitar la
fidelidad de María en el transcurso doloroso de la Pasión, que condujo a la muerte salvadora y
a la resurrección gloriosa del “Hijo del hombre”.
Los días actuales representan un momento decisivo en que la Iglesia convoca a sus hijos
a tomar posición, a no ser “uno más” en medio de un mundo que abandona a Dios. A tener el
coraje de Jesús que dice “soy Yo” cuando los soldados le buscaban para la confrontación final,
a decir “fiat mihi” cuando somos llamados a entregar nuestra propia vida, dedicándola
enteramente al servicio de Dios, sin miedo de “ser diferente a los otros”.
Este verdadero sentido de la devoción encuentra en la guía de María el mejor rumbo
para el único Mediador: el hombre Jesucristo, que indica el único camino para el
cumplimiento de nuestra misión personal: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es
perfecto (Mt 5, 48)”.
El hombre no fue creado por Dios para vivir en la mediocridad, en sus pequeños y
mezquinos intereses personales. Para alcanzar la verdadera semejanza con Cristo es necesario
alzarse con valentía a los grandes vuelos de la santidad. Es posible hacer un paralelo entre las
características del ser humano con el simbolismo característico de algunas formas
infrahumanas de criaturas.
Por ejemplo, el sapo. Animal de aspecto repugnante, que vive pegado a la tierra, como
si el mundo fuera el charco donde vive, puede representar al hombre mediocre, que vive sólo
para su propio egoísmo, para lo cual la existencia no sobrepasa los límites de su propio gozo
personal.
El célebre escritor francés Ernest Hello, así caracteriza al mediocre:

«Al mediocre le agradan los escritores que no dicen ni sí ni no, sobre ningún
tema, que nada afirman [...] es un poco amigo y un poco enemigo de todas las
cosas [...] tiene miedo a comprometerse. [...] Es dócil frente a Marx y rebelde
contra la Iglesia. [...] El hombre inteligente eleva su frente para admirar y para
adorar; el mediocre eleva la frente para bromear; le parece ridículo todo lo que
está encima de él, y el infinito le parece el vacío».

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Por otro lado, el águila, alabada en la escritura, a la cual es propio ostentar sus garras,
sus grandes alas, su fuerza y su ímpetu, que simbolizan ciertas cualidades de Dios y por esto
representa al audaz evangelista Juan, se eleva a las alturas, sin miedo de ver las cosas con la
mirada de Dios. Es símbolo del hombre que tiene siempre los ojos puestos en su ideal, en su
vocación, en su amor a Dios, por eso, aunque anciano, será siempre joven, pues encuentra
siempre un motivo para vivir y para luchar. La razón iluminada por la fe nos indica que
debemos cumplir con el deber del amor entero a Dios, ponerse de pie y volar, como un águila
que se eleva a las cosas del cielo. San Luis María Grignion de Montfort, afirma que los
siervos de Dios son llamados a ser águilas reales entre tantos cuervos, un batallón de leones
intrépidos entre tantas liebres tímidas20.
El águila en su vuelo se alza con osadía, no duda, no toma precauciones pequeñas y
mezquinas, es semejante al alma audaz cuyos altos valores morales y espirituales le llevan a
no medir esfuerzos en el servicio de Dios.21
Dios nos llama a la santidad, a decir no a nosotros mismos, a nuestras inclinaciones
naturales y a alzar alto el vuelo del espíritu, con la mirada puesta en el Señor y dispuestos a
todo y cualquier sacrificio para hacer de nuestras vidas un verdadero espejo de nuestros
modelos en la tierra: Nuestro Señor Jesucristo y su Madre Santísima: la Virgen María.

20
Cf. GRIGNION DE MONTFORT, Luís Maria. Tratado da verdadeira devoção à Santíssima Virgem. São Paulo:
Vozes, 1985, p. 308.
21
Cf. CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Símbolos, fantasias e realidades. En: Revista Dr. Plinio, n. 042. São Paulo:
Retornarei, p. 32.

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