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REVISTA VASCA DE SOCIOLOGIA Y CIENCIA POLITICA
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M A I AT Z A
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M A Y O
SUMARIO / AURKIBIDEA
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REVISTA VASCA DE SOCIOLOGIA Y CIENCIA POLITICA
BATZORDE AHOLKULARIA
CONSEJO ASESOR:
Presidentea / Idazkaria /
Presidente: Maria Luisa Setién Secretario: Cristina Lavía
Kideak / Miembros: Francisco Aldecoa, Jokin Apalategi, Begoña Arregi, Frantziska Arregi, Begoña Asua,
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Uriarte, Demetrio Velasco, Antonio Yabar
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COMITE DE REDACCION
Kideak / Miembros: Jesús Arpal, Félix Calvo, Iñaki Domínguez, José M. Mata, José Ignacio Ruiz Olabuénaga.
Argitaratzen dute elkarlanean Euskal Soziologia-Elkarteak, Euskal Herriko Unibertsitateko Soziologia eta
Nazioarteko Ikasketa eta Zientzia Politikako Sailek eta Deustuko Unibertsitateko Soziologia eta Zientzia
Politikoetako Fakultateak
Universidad de Deusto
Universidad Euskal Herriko EUSKAL SOZIOLOGI ELKARTEA
del País Vasco Unibertsitatea ASOCIACION VASCA DE SOCIOLOGIA
Deustuko Unibertsitatea
I K
SOZIOLOGIA ETA ZIENTZIA POLITIKOAREN EUSKAL ALDIZKARIA
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REVISTA VASCA DE SOCIOLOGIA Y CIENCIA POLITICA
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IDAZKIAK / ARTICULOS
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Indice
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IDAZKIAK/ARTICULOS
La identidad colectiva dual de las sociedades modernas
Josetxo Beriain
“..., pues una sociedad no está constituida tan sólo por la masa de
individuos que la componen, por el territorio que ocupan,
por las cosas que utilizan, por los actos que realizan, sino,
ante todo, por la idea que tiene sobre sí misma”.
Emile Durkheim. Las formas elementales de la vida religiosa
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Josetxo Beriain
1. Códigos primordiales
En las sociedades primitivas la identidad colectiva se funda y se
construye en torno al lugar de nacimiento, la lengua, la sangre, el estilo
de vida. La fuerza de estos hechos dados forja la idea que un individuo
tiene de quién es y con quienes está indisolublemente ligado. Estas atadu-
ras primordiales1, que se fundan en las distinciones directrices: hombre y
mujer, viejos y jóvenes, aborigen y extranjero, etc, que son mantenidas a
través de procesos de comunicación e intercambio, producen, por un
lado, un sentimiento solidario de unidad, una conciencia de unidad que
liga a quienes lo experimentan de tal manera que este vínculo supera
cualquier otra diferencia, y por otro lado, excluyen a aquellos individuos
que no comparten tales ataduras primordiales. Tales ataduras están conec-
tadas al orden fáctico (natural) del mundo, que no puede ser cambiado
por la acción voluntaria de los individuos, sino que es considerado como
algo dado. El concepto europeo occidental para designar este ámbito del
mundo es el de naturaleza. Es decir, el orden social aparece aquí como
una expresión del orden natural del mundo. El orden social está metaso-
cialmente fundado, más allá del diseño o de la intención del individuo. La
inseguridad que lo extraño (los extraños) provoca en el individuo es una
inseguridad de clasificación, ya que no es un objeto clasificado, ni tampo-
co es un sujeto que pueda ser considerado igual a nosotros, ya que no par-
ticipa de nuestras ataduras primordiales. El objetivo fundamental de las
identidades culturales —desde el grupo étnico hasta la nación— no es
hacer frente al enemigo sino ocuparse del extranjero. Se favorece todo lo
que suponga un fortalecimiento de la unidad sociocultural. Se favorece y
se refuerza la homogeneidad étnica, religiosa, linguística y cultural. Se
construyen modos de engarce con la clasificación natural instituida (la
tradición) y se suprimen aquellos referentes que no se adecuan a tal tradi-
ción compartida. La comunidad debe ser mantenida pura frente a la
impureza2 de lo extranjero. Para asegurar la existencia de la unidad cultu-
ral se proyectan unos límites: territoriales, morales, organizativos etc3.
1 Son E. SHILS en “Primordial, Personal, Sacred and Civil Ties”, British Journal of
Sociology, 8, 1957, pp: 130-145, y CL. GEERTZ, en La interpretación de las culturas,
México, 1987, 222ss, quienes acuñan el nuevo término.
2 Ver los estudios de M. DOUGLAS, Purity and Danger, London, 1966, y “Pollution”
incluido en Implicit MeaningsI, London, 1975, 47-60.
3 F. BARTH, Los grupos étnicos y sus fronteras, México, 1970, 17ss, 29ss.
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La identidad colectiva dual de las sociedades modernas
2. Códigos culturales
A diferencia de los códigos primordiales que establecían unos límites
constitutivos entre nosotros y otros, basados en el establecimiento de vín-
culos a través de una serie de ataduras primordiales, los códigos cultura-
les permiten establecer una relación particular con un ámbito de la reali-
dad, la esfera de lo sagrado 4 . Aquí no se trata de producir una
clasificación de los atributos que configuran la unidad de mi grupo frente
a otros grupos, sino de articular una interpretación del mundo en un doble
nivel (doppelgänger) sagrado y profano: a) el ámbito imaginario, invisi-
ble, no a la mano, extraordinario, sagrado del mundo que constituye el
horizonte de sentido de b) las interacciones cotidianas ordinarias, rutina-
rias en el mundo social. En el capítulo VIIº de Las formas elementales de
la vida religiosa (1912), titulado: «Génesis de la noción de principio o
mana totémico», Durkheim ofrece una exquisita ejemplificación de la
producción de un código cultural que funge como simbolismo constituti-
vo de identificación colectiva. En el encuentro colectivo que sirve de base
a la práctica ritual, se constituye según Durkheim el núcleo fundante de la
producción de la identidad colectiva, en el que la sociedad se constituye,
se pinta a sí misma como siendo algo significativo dotado de intersubjeti-
vidad. Donde no había más que naturaleza surge por así decirlo el noso-
tros. Una sociedad no está constituida tan sólo por la masa de los indivi-
duos que la componen, por el territorio que ocupan, por las cosas que
utilizan, por los actos que realizan, sino, ante todo, por la idea que tiene
sobre sí misma5, en definitiva, por su autoconcepción, por su autorrepre-
sentación en la que se inscribe una «relación nosotros» 6. La identidad
colectiva supone la emergencia de la definición cultural institucionalizada
de una sociedad de referencia, este referente es el nosotros7. Como existe
una identidad nosotros, asímismo tambien existen otras identidades, con-
sideradas ellos desde la identidad nosotros, y viceversa, las identidades
ellos se autoconsideran como identidades nosotros y consideran ellos al
resto. «Sin los otros no hay necesidad de definirnos a nosotros mismos»8.
En el espacio configurado por el adentro de la comunidad originaria se
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Es su bandera, es el signo por medio del cual cada clan se distingue de los
otros, la marca visible de su personalidad, marca que llevan sobre sí todos
aquellos que forman parte del clan en base a cualquier título, hombre,
animal y cosas. Así pues, si es a la vez el símbolo del Dios y de la socie-
dad, ¿no será porque el Dios y la sociedad no son más que uno?... El Dios
del clan, el principio totémico, no puede ser más que el clan mismo, pero
hipostasiado y concebido por la imaginación en la forma de las especies
sensibles del animal o vegetal utilizados como totem»14. El totem-dios
comparece como una trascendencia inmanente, ya que es una unidad que
presupone una escisión, al hallarse desencajadas en él, la forma simboli-
zante, lo manifiesto-visible del símbolo (lo dado a la percepción, a la
audición, el clan) y aquello simbolizado en símbolo que constituye su
horizonte de sentido (mana, Dios, el Tao, etc).
Esto que Durkheim observa en el simbolismo de las primeras socie-
dades humanas lo podemos trasladar al nacimiento de la realidad
nacional, al calor de la revolución francesa, por ejemplo, a la definición
de nación como forma de identidad colectiva moderna que realiza el aba-
te Sieyes en su celebrado ¿Qu´est ce que le Tiers Etat? (1789), y nos
daremos cuenta que se ha producido una transferencia de numinosidad de
«lo absolutamente otro» (Dios) a la «alteridad generalizada» (la socie-
dad), se ha sustituido la presencia de seres sobrenaturales por una sacrali-
zación del constructo social del «pueblo de una nación», la esencia de la
nación comparece como Dios secularizado de nuestros tiempos, como
muy bien han apuntado Bellah, Gellner y Llobera. Volveré a retomar esta
tesis más adelante.
La identidad colectiva (el nosotros X) se objetiva en enclaves concre-
tos y define colectivos diversos, como la tribu, la nación, el partido, etc,
así, los tikopia, la nación alemana, el Partido Comunista de la Unión
Soviética, que se manifiestan como identidades culturales creadas, cons-
truidas en el curso de la historia. El proceso de formación de la identidad
colectiva se articula en torno a la autoconcepción del grupo, en torno al
nosotros, a la idea que la sociedad tiene sobre sí misma y en torno a sus
condiciones-límites-bordes de tipo étnico, organizativo, militar, territo-
rial, idiomático, histórico, que varían en el proceso de evolución de las
sociedades15.
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Para poder hablar de la realidad del otro tenemos que determinar cuá-
les son las distinciones directrices que determinan la inclusión/exclu-
sión16 de los individuos dentro de una unidad sociocultural. En este senti-
do, voy a proponer dos tipos de relación: por una parte, la relación
arriba/abajo, y por otra parte, la relación adentro/afuera. Para compren-
der adecuadamente el significado sociológico del otro nos es de inestima-
ble ayuda la distinción directriz: arriba/abajo17. En Grecia Demos era la
comunidad de ciudadanos política y jurídicamente cualificada de una
polis, que domina sobre sí misma y al mismo tiempo sobre los infraestra-
tos no cualificados (esclavos, metecos y extranjeros). Análogamente, el
populus romano (tambien la gens, natio, y sobre todo civitas) es soberano
hacia abajo y hacia afuera. Este tipo de dominación se repite en el
Medievo y en la Edad Moderna temprana, aquellas naciones, que por
derechos de nacimiento o derechos territoriales son calificadas como
naciones nobles, dominan a las capas y a las poblaciones étnicamente
heterogéneas. En la Edad Moderna legitimada democráticamente el con-
cepto de pueblo encuentra su doble en el concepto de «pueblo de seño-
res» (Herrenvolk), el cual tiene aspiraciones de dominación sobre minorí-
as dentro del Estado y sobre otros pueblos fuera del Estado. El concepto
de pueblo en este sentido no representa a aquella población gobernada
con arreglo a criterios jurídico-políticos democráticos, sino más bien la
multitud de gobernados o dominados. Aquí el pueblo se convierte en mul-
titud, masa, vulgo. Esta noción de pueblo es la que subsiste tanto en el
tipo de dominación feudal absoluta como en el tipo de dominación tota-
litaria de las élites del partido único en el socialismo realmente existente.
Para comprender el significado del encuentro con el otro debemos
situar tal encuentro también en el seno de la distinción directriz: aden-
tro/afuera18. Este tipo de relación se pone de manifiesto cuando el pueblo
(Demos) de las ciudades griegas es diferenciado de un koinon o de un
ethnoi de los Estados tribales vecinos, o cuando el populus romano se
diferencia de gentes o nationes existentes dentro o fuera del Imperio, o
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37 J. COHEN, A. ARATO, «Politics and the Reconstruction of the Concept of the Civil
Society» en A. HONNETH, T. MACCARTHY, (Edits.), Zwischenbetrachtungen. Im prozess
der aufklärung, Frankfurt/M, 1989, 502
38 N. LUHMANN, Soziologische aufklärung, Opladen, 1975, Vol.2, 160
39 R. STICHWEH, «Inklusion im Funktionsysteme der modernen Geselschaft» en R.
MAYNTZ, et al, Differenzierung und verselbständingung, Frankfurt/M, 1998, 262
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22 INGURUAK/14 (1996)
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46 Ver J. R. L LOBERA , The god of modernity, Londres, 1995, 187, 206, 221; E.
GELLNER, Naciones y nacionalismo, Madrid, 1988, 81; R. N. BELLAH, «Civil Religion in
America» en Beyond belief, Nueva York, 1970, 175ss; J. ELZO, «Nacionalismo, nacionali-
dad y religión en Euskalherria» en J. DIEZ NICOLAS, R. INGLEHART (Edits.), Tendencias
mundiales de cambio en los valores sociales y políticos, Madrid, 1994.
47 R. N. BELLAH, «Civil Religion in America» en Beyond belief, Nueva York, 1970,
179
48 R. KOSSELLECK, «Die Kriegardenkmäler als Identitätsstiftung für Überlebende» en
O. MARQUARD, K. H. STIERLE, (Edits.), Identität, Munich, 1979, 255-276
49 E. H OBSBAWN , «Mass-Producing Traditions: Europe, 1870-1914» en E.
HOBSBAWN, T. RANGER (Edits.), The invention of tradition, Londres, 1983, 264-5
50 M. WEBER, Economía y sociedad, México, 1978, 679ss
51 J. G. F I C H T E , “Reden an die Deutsche Nation” en Sämtlichewerke,
Berlin,(1845/46), Octava Conferencia, p: 384
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Ver R. KOSSELLECK, Vergangene zukunft, Frankfurt/M, 1979, 211-258
69Ver J. ALVAREZ JUNCO, «El nacionalismo español como mito movilizador» en R.
CRUZ, M. PEREZ LEDESMA (Edits.), Cultura y acción en la España contemporánea, Madrid,
1996
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Inocencio III, uno de los más culpables de toda una larga serie de papas
culpables. Si ponemos atención al sentido profundo del fragmento, lo que
Renan está pidiendo no es un olvido sin más, de hecho se está diciendo a
los lectores de Renan que «habían olvidado ya» lo que las propias pala-
bras de Renan suponían que ellos, con toda naturalidad, recordaban. El
«deber de haber olvidado» tiene el sentido de recordar tales guerras tran-
quilizadoramente fratricidas entre conciudadanos franceses para poder
evitarlas.
74 J. J. ROUSSEAU, El contrato social y otros escritos, México, 1982, 74. Subrayados mios.
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Todavía las mismas creencias revolucionarias por las que nuestros prede-
cesores lucharon tienen su vigencia a lo largo del globo —la creencia de
que los derechos del hombre proceden no de la generosidad del Estado
sino de la mano de Dios» y concluye Kennedy: «Finalmente, bien sea
usted ciudadano americano o ciudadano del mundo, pídanos el mismo
nivel de energía y sacrificio que nosotros demandamos de usted. Con una
buena conciencia sobre nuestra segura recompensa, con la historia del
Juicio Final sobre nuestras acciones, déjenos dirigir el país que amamos,
pido su bendición y su ayuda, pero sabiendo que aquí sobre la tierra el
trabajo de Dios debe ser verdaderamente el nuestro»75.
Hay que destacar el uso del nombre de Dios en símbolos y discursos
representativos del Estado, por ejemplo, la caracterización de los dere-
chos humanos como dados «from the hand of God», o también la comu-
nicación ritual de encontrarse «under God», o la referencia a la «sacred-
ness of the flag» que actúa como elemento cohesionador. Detrás de la
religión civil están los arquetipos bíblicos: «the God´s Chosen People»,
«in God We Trust», «the Promised Land», «the New Jerusalem»,
«Sacrifitial Death and Rebirth»76. Kennedy era un cristiano católico, y
esto se observa en sus referencias no exentas de compromiso religioso.
Pero, entonces, ¿por qué no incluye algún comentario sobre el efecto de
que Cristo es el Señor del Mundo o alguna otra indicación de respeto por
la iglesia católica? No lo hace porque estas son cuestiones relacionadas
con su propia creencia religiosa privada y de su relación con su propia
iglesia particular y en este caso se demanda de él un compromiso público
generalizable. El principio de separación entre la iglesia y el Estado
garantiza la libertad de creencia religiosa y de asociación, pero al mismo
tiempo diferencia la esfera religiosa, al considerarla privada77 de la esfera
política. Las cuestiones de creencia religiosa personal, de culto y de aso-
ciación son consideradas estrictamente asuntos privados, pero, existen al
mismo tiempo, ciertos elementos comunes de orientación religiosa que la
gran mayoría de los americanos comparten78. En las palabras y en los
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Definiciones y diferencias con otros constructos
representacionales y formas de conocimiento colectivo
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dos por la colectividad y pertenecientes a todas las áreas del saber como
pueden ser los mitos, la ciencia, la moral o la religión (MOSCOVICI, 1976,
40). Con esto, lo que Durkheim pretendía era diferenciar lo individual de
lo social y dar a esto último el carácter de entidad objetiva análoga al
individuo, de tal modo que cada uno tendría su forma específica de pen-
samiento: las representaciones individuales corresponderían al individuo
y las representaciones colectivas a la sociedad.
De acuerdo con Moscovici, el concepto de representación colectiva
está exento de claridad en la medida en que Durkheim no explica ni la
pluralidad de modos de organización del pensamiento (Ibid.) ni especifica
sus características cognitivas (MOSCOVICI, 1989; 65). Con el fin de darles
una significación más concreta, Moscovici señala que es necesario no
considerar a las representaciones colectivas como la categoría general de
todas las producciones intelectuales de la colectividad, dándoles una sig-
nificación más precisa, insertándolas en el universo teórico de la
Psicología Social y solapándolas con otras nociones psicosociológicas
como las opiniones, las imágenes y las actitudes (MOSCOVICI, 1976; 44).
Desde este punto de vista, quizá la aparición del concepto de representa-
ción social en la Psicología Social haya que entenderla más bien en rela-
ción a las carencias y necesidades teóricas de esta disciplina para explicar
el comportamiento social que en relación a algún elemento teórico directo
anterior (ELEJEBARRIETA, 1991; 260).
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tivo que nos reenvían, por tanto, a un grupo, una clase social o una cultu-
ra. Aquello que da sentido al calificativo social de las representaciones y
que le otorga su especificidad respecto a otros sistemas de conocimiento
colectivo es la función a la que responden: la formación de la conducta y
la orientación de las comunicaciones sociales. En palabras de Moscovici:
«Il ne suffit plus, pour qualifier une représentation de sociale, de définir
l’agent que la produit. On ne montre plus ... en quoi elle se distingue
d’autres systèmes qui sont collectifs au même degré. Savoir “qui” produit
ses systèmes est moins instructif que de savoir “pourquoi” on les produit.
En d’autres mots, pour puovoir saisir le sens du qualificatif social: il vaut
mieux mettre l’accent sur la fonction à la quelle il correspond que sur les
circonstances et les entités qu’il reflète. Celle-ci lui est propre, dans la
mesure où la représentation contribue exclusivement aux processu de for-
mation des conduites et dórientation des communications sociales»
(MOSCOVICI, 1976; 75).
Esta función es específica de las representaciones sociales y es lo que
las diferencia tanto de la ciencia, cuya función es la de controlar la natu-
raleza, como de la ideología, cuya función es la de proporcionar un siste-
ma general de objetivos y justificar las acciones de un grupo humano. La
ciencia y la ideología también afectan a las conductas y las comunicacio-
nes entre los individuos y los grupos, pero éste no es su objetivo esencial.
Para ello deben, a juicio de Moscovici, sufrir una serie de transformacio-
nes de acuerdo con los mecanismos representacionales. El paso de una
teoría científica a su representación social responde a esta necesidad de
suscitar comportamientos o visiones del mundo socialmente adaptadas a
las realidades que la ciencia descubre: «Une telle fonction est espécifi-
que, et c’est à son propos que nous parlons de représentation sociale. Elle
diffère de la fonction de la science ou de l’ideologie par exemple. La pre-
miére vise à contrôler la nature, ou à dire la vérité sur elle; la seconde
s’efforce plutôt de fournir un système général de buts ou de justifier les
actes d’un groupe humain. Subséquemment, elles appellent des conduites
et des communications adéquates. Mais, pour ce faire, chacune subit des
transformations conformes aux mécanismes représentatifs. Certes, scien-
ce, idéologie aussi bien que philosophie et art y ont contribué. Ce n’est
pas leur objectif essentiel. Par contre le passage d’une théorie scientifique
à sa représentation sociale répond justement au besoin de susciter des
comportements ou des visions socialement adaptés à l’était des connais-
sances du réel» (MOSCOVICI, 1976; 75-76).
Aunque el análisis de la contraposición entre representaciones socia-
les e individuales, así como de las diferencias entre las representaciones
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Bibliografía
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representaci—n colectiva. Un an‡lisis comparativo
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Introducción
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Arqueolog’a de las nociones de representaci—n socialÉ
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Del mismo modo que Kant representa el espíritu ilustrado que confía
en la Razón, una y universal, y en la virtud que de ésta se deriva para la
construción de un nuevo mundo, podemos ver a Durkheim como fruto del
giro historicista y positivista del siglo XIX. La influencia de Hegel, la
Reacción y la experiencia de la revolución burguesa transtocan el
horizonte intelectual de la época. Y el individuo, Sujeto agente de la
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universales.
¿Cual es la naturaleza de las categorías? Un estado individual, la
sensación, produce una representación individual (equiparable al múltiple
empírico de la intuición en Kant), las categorías son, sin embargo,
producto de estados colectivos: «son representaciones esencialmente
colectivas; traducen, antes que nada, estados de la colectividad: dependen
del modo en que ésta está constituida y organizada, de su morfología, de
sus instituciones religiosas, morales, económicas, etc» (IBID. 14).
Las representaciones colectivas son símbolos de estados colectivos y
poseen los rasgos que caracterizarían a lo social: universalidad o
transcendencia sobre los sujetos particulares, cierta inmutabilidad y, sobre
todo, el ser obligatorias, el imponerse a las conciencias particulares, la
«adhesión sin previo examen» 3 . Son además el armazón de las
representaciones individuales: «lo múltiple en una intuición dada se halla
necesariamente bajo categorías» (KANT, op cit , 85), o según Durkheim:
«en la medida en que hay representaciones individuales y, en
consecuencia, integramente empíricas. Pero, de hecho, lo más verosimil
es que no existan representaciones en las que no se den esos dos tipos de
elementos (empíricos y categoriales) estrechamente unidos entre sí»
(DURKHEIM, op cit ,13).
De modo que la representacion individual es en realidad una
conjunción de sensaciones (estados particulares) y categorías o
representaciones colectivas (estados colectivos), como en Kant el
concepto empírico es síntesis del múltiple empírico de la intuición y las
categorías del entendimiento. La experiencia y el objeto de la misma, la
realidad, es producto de una síntesis, para Kant de categorías lógicas e
intuiciones sensibles en lo que se conoce como fenómeno o concepto
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allá de la experiencia posible, son uno más de los estados del mundo, de
las cosas positivas que se imponen sobre los individuos de manera
evidente. El sujeto trascendental es sustituido por la sociedad, no
transcendental en el sentido kantiano pero si constrictiva, impersonal,
transcendente respecto al individuo. De hecho Durkheim no duda en
trasladar las características del Yo Puro a la Conciencia Colectiva, de
modo que la presenta como un sujeto no individual, no metafísico o
extramundano, pero sí transcendental y transcendente.
La representación colectiva se presenta como el concepto clave para
explicar comportamientos en base al modelo de sociedad en el que se
inscribe al individuo. Subrayando, tal como quería Durkheim, la realidad
irreductible de lo social así como su facticidad.
Ya hemos señalado que Durkheim al hablar de representación
colectiva pensaba en las sociedades elementales, de solidaridad mecánica,
aunque solo fuera como ardiz metodológico. Algo que Moscovici tuvo
presente cuando diseñó la noción de representación social: «...et nous
permettent de transférer à la société moderne une notion qui semblait
réservée aux sociétés traditionelles. La notion ellememe a pourtant
changé, les représentations collectives cédant la place aux represéntations
sociales» (MOSCOVICI 1989, 82).
Durkheim diferenciaba entre sociedades tradicionales y modernas y
entre sus correspondientes sistemas de creencias y prácticas, sus morales,
por la división del trabajo. Esta, que era una diferenciación analítica, no
se corresponde con el conocimiento etnográfico, ya que parece no existir
sociedad ni colectivo que no posea un mínimo de división del trabajo. En
todos los grupos sociales existen expertos sobre el saber, una cierta
división del trabajo lingüístico (PUTNAM 1975), en todos por reducida que
sea su expresión, encontramos ya constructores ya guardianes (la
memoria colectiva) del corpus de representaciones que conformarían a la
sociedad. Desde este punto de vista, la diferencia entre ambos tipos de
sociedades, en lo que al sistema de representaciones concierne, no es
tanto la división del trabajo como la pluralidad de alternativas
representacionales. Con palabras del antropólogo Horton «la diferencia
... fundamental es muy simple. Es la de que en las culturas tradicionales
no existe una conciencia desarrollada de las alternativas al conjunto de
principios establecidos» (1988, 88). O con las palabras de Evans-
Pritchard que el propio Horton cita: «El mero hecho de que la religión sea
general significa, en una sociedad cerrada, que es obligatoria, pues,
aunque no haya coacción, un hombre no tiene alternativas» (Ibid., 55).
Por el contrario, de la pluralidad de alternativas Horton deriva todos los
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social de Moscovici. Por ello el viraje hacia los aspectos más dinámicos:
comunicación, interacción, los procesos de intercambio (MOSCOVICI,
1987, 516). Si la representación colectiva nos recordaba al sustrato, al
sistema categorial fundamento de la experiencia individual (a los
elementos sociocognitivos por medio de los cuales se construye el
mundo), la representación social es más producto de las interacciones
sociales. Se varía el acento desde la reproducción a la producción. Con un
ejemplo más plástico: sí la representación fuera una pintura diríamos que
la representación colectiva es obra de un solo autor supraindividual, la
conciencia colectiva, y es una sola obra cuyo tema será un estado del
propio autor. Los individuos socializados en el seno de esa conciencia,
gracias a su naturaleza social, son capaces de figurar, de reproducir el
modelo original, sin error o variación. Las obras se producen en estados
especiales de la conciencia colectiva, los rituales, estados de exaltación
en los cuales los individuos solo participan con su naturaleza social, de
ahí la posibilidad de una exacta reprodución, que así queda impresa en la
mente individual. Una sola versión en múltiples copias.
Siguiendo con el simil pictórico: la representación social no es el
producto de un solo autor, para empezar no se produce en ningún estado
especial que anule las diferencias individuales sino en la interacción
cotidiana. No es una sola obra de por sí, solo el ejercicio reflexivo del
investigador social, amateur o no, estructura una serie de variaciones
sobre un tema de forma que podamos hablar de cierta representación. Nos
figuramos, pues, una serie de obras de varios autores que en el transcurso
de la interacción nos aparecen como una sola obra, similar pues a los
romances medievales o los cuentos tradicionales transmitidos oralmente.
Cada versión, con sus elecciones particulares, con sus desviaciones o
diferencias respecto a las de los demás implicados en la acción, siempre
teniendo presente de una u otra manera el trabajo realizado por los otros.
La representación es una red de conceptos e imágenes interactivas cuyos
contenidos evolucionan sobre el tiempo y el espacio, dependiendo de la
complejidad y velocidad de la comunicación (MOSCOVICI 1988, 218).
El resultado de los intercambios sería la representación social, queda
la duda sobre quién debe o puede afirmar que la obra está concluida. Esto
nos conduce a las relaciones de poder, al conflicto acerca de las
representaciones, al papel objetivador y cosificador de las ciencias
sociales, etc 6. Pero también al conformismo social y moral del que
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7 Como decia Sorokin «la creencia en la existencia de una sociedad única es un puro
mito» (1960, 474). Un mito representacional o una comunidad imaginada (ANDERSON,
1983) que se remonta a la idea de la cristiandad pero que fue objetivada antes de
convertirse en el objeto de estudio de la sociología por los estados-nación europeos
(PEREZ-AGOTE 1989, 18). La construcción de la nación o, sí se prefiere de la sociedad
nacional, al tiempo que destruye toda diferencia interna y homogeniza a los súbditos, los
convierte en individuos dotados de «identidades legales» (NISBET 1975, 124), los socializa
en términos de Yo. Lo que Foucault (1990) calificó de tecnologías del yo, propias de un
poder providente, pastoral, que se preocupa tanto por el rebaño en sí, como por cada una
de sus ovejas, «el poder del estado es una forma de poder a la vez globalizante y
totalizador... una combinación tan compleja de técnicas de individualización y de
procedimientos totalizadores» (1984, 7). No podemos obviar el origen político, esto es
urdido en las relaciones sociales de poder, de los supuestamente neutros y naturales objetos
de la sociología y de la psicología, como no conviene olvidar que ambas disciplinas tienen
mucho de técnicas derivadas de ese poder pastoral.
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Conclusión
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Marce Masa
0. Presentación*
4 En este sentido véase por ejemplo C. MOYA. Sociólogos y sociología. Siglo XXI.
Madrid. 1970. pág. 16.
5 En R.A. NISBET. La formación del pensamiento sociológico. Amorrortu. Buenos
Aires. 1986. [1966]. págs. 59-60.
6 H. DE SAINT-SIMON. El sistema industrial. Ediciones de la Revista del Trabajo.
Madrid. 1975. (Entre paréntesis el año de finalización de la obra. 1820); El nuevo cristia-
nismo. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid. 1981. (1825); A. COMTE. Discurso
sobre el espíritu positivo. Alianza. Madrid. 1980. (1844); del mismo autor «Plan de traba-
jos científicos necesarios para reorganizar la sociedad», en Primeros ensayos. F.C.E.
México. 1977. [1954.]
7 Palabras de R. DAHRENDORF (1961) citadas en el «Prólogo» de C. MOYA al texto de
Saint-Simon. El sistema industrial. Op., cit., pág. x.
8 W. S C H L U C H T E R . Der Kampf der Götter: von der Religionskritik zur
12 Véase S. SEIDMAN. «Substantive debates: moral order and social crisis —perspecti-
ves on modern culture», en Culture and Society: contemporary debates. J.C. ALEXANDER Y
S. SEIDMAN (Eds.) Cambridge University Press. 1990. La noción de «modernidad radicali-
zada» en A. GIDDENS. Consecuencias de la modernidad. Alianza. Madrid. 1993. [1990].
véase por ejemplo pág. 57.
13 J. MATTHES. Introducción a la sociología de la religión. vol.1º. Religión y socie-
dad. Alianza. Madrid. 1971. [1967]. págs. 81 y ss.
14 Entre la amplia producción existente, son clásicas las referencias de D. MARTIN. A
general theory of secularization. Oxford. Basil Blackwell, 1978. B. WILSON. Religion in
secular society. A sociological comment. Baltimore. Pengin Books. 1969. Así como el artí-
culo de L. SHINER. «The concept of secularization in empirical research», en Journal for
the Scientific Study of Religion, 6, (2), 1967, págs. 207-220.
3. El mito de la secularización
contraprocess». Op., cit., pág. 92. Esta idea también conforma la hipótesis central del tra-
bajo de Gil Calvo, para quien «las jaulas de goma» son fruto del propio desenvolvimiento
del proceso de modernización. E. GIL CALVO. «Religiones laicas de salvación», Formas
modernas de religión. R. D IAZ -S ALAZAR , S. G INER y R. V ELASCO . (Compiladores).
Alianza. Madrid. 1994. pág. 174.; Probablemente el texto de E. GELLNER. «Las jaulas de
goma: desencanto del desencanto» (del libro Cultura, identidad y política. Gedisa.
Barcelona. 1989. [1987.]) sea la tesis más conocida de esta cruzada contra la visión racio-
nalizadora del mundo.
21 J. ESTRUCH. «El mito de la secularización», Formas modernas de religión. Op.,
cit., pág. 275. En la misma órbita que Tiryakian pudiera encuadrarse el artículo de D.
BELL. «The return of the sacred? The argument on the future of religion», British Journal
of Sociology, 28, 4, 1977, págs. 419-449. De la importancia y riqueza de la obra de Weber
en el campo de la sociología de la religión pueden mostrarse las palabras de Nisbet para
quien « ningún sociólogo anterior o posterior a Weber igualó a éste en la magnitud y diver-
sidad de interés por la religión», R.A. NISBET. La formación del pensamiento sociológico.
Op., cit., pág. 102. Ciertamente el sociólogo norteamericano se está refiriendo, por ejem-
plo, a las investigaciones efectuadas por M. WEBER y recogidas en Estudios sobre sociolo-
gía de la religión. vols. I, II, y III. Taurus. Madrid. 1982. [1920].
en L. FLAQUER. «Tres concepciones de la privacidad», Revista Sistema, 58, 1984, págs. 31-
44.; como J. CASANOVA. «Private and publis religions», Social Research, Vol.59, 1992,
págs. 17-57. Es del mismo modo interesante el artículo de A. BLASI. «Definition of religion
and phenomenological approach. Towards a problematic», Les Cahiers du CRSR, 1980, 3,
págs. 55-70.
32 Como referencia reciente de la vigencia de la obra paradigmática de Luckmann
véase por ejemplo S. CARDUS. «La sexualidad como forma de religión», Formas modernas
de religión. Op., cit. pág. 217.
33 Ni que decir tiene que esta dinámica de replegamiento, esta migración hacia el inte-
rior, fue magistralmente retratada por A. TOCQUEVILLE. La democracia en América.
Alianza. Madrid. 1980. (1935-1940.) Véase por ejemplo vol.2. pág. 226.
34 T. LUCKMANN. «Religiositá individuale e forme sociali di religione», Religione e
Societá, Y, 1986, págs.33-39.
35 T. LUCKMANN. «The new and old religion», Social theory for a changing society.
Op., cit., pág. 180, nota.
36 J. CASANOVA. «Private and publis religions». Op., cit., págs. 38 y ss.; ha mostrado
la preponderancia y dominio de las religiones de «estructuración privada» frente al «reli-
gious revival» cargado de componentes político-nacionales en las décadas de los 70 y 80
en países tales como Brasil o Polonia. En el contexto del estado, véase por ejemplo S.
46 P.L. BERGER. Pirámides del sacrificio. Etica política y cambio social. Sal Terrae.
Santander. 1979. pág. 202. En este mismo sentido puede señalarse a L. FLAQUER en «Tres
concepciones de la privacidad». Op., cit., págs. 33 y 43, de quien se toma la noción de
«tándem». En este sentido la obra de J. HABERMAS. Historia y crítica de la opinión públi-
ca. Las transformaciones estructurales de la vida pública. Gustavo Gili. Barcelona. 1983.
[1962.] es fundamental. Y para un desarrollo de esta concepción liberal véase por ejemplo
H. BÉJAR. El ámbito íntimo. Privacidad, individualismo y modernidad. Alianza. Madrid.
1988.
47 W. SCHLUCHTER. «The future of religion», Culture and Society: contemporary
debates. Op.,cit., pág. 259.
« pero el hombre no es nunca un ser colectivo, del mismo modo que no es nunca un mero
ser individual». G. SIMMEL. «La ampliación de los grupos y la formación de la individuali-
dad», Sociología. 2. Estudios sobre las formas de socialización. Revista de Occidente.
Madrid. 1977. [1908]. pág. 751. En torno a la reciprocidad el capítulo de C. MOYA. «De la
reciprocidad social», Teoría sociológica. Una introducción crítica. Taurus. Madrid. 1971.
págs. 171 y ss., es un relevante punto de partida para penetrar en este campo de lo social
que algunos categorizan como fruto coyuntural y a posteriori, intermedio entre la sociedad
y el individuo, y otros, sin embargo, pensamos que ha de ser considerado como la dimen-
sión propia y legítimamente sociológica.
52 El concepto de «presuposición» y su importancia en las ciencias sociales sigue el
entendimiento efectuado por J.C. ALEXANDER. Las teorías sociológicas desde la segunda
guerra mundial. Un análisis multidimensional. Gedisa. Barcelona. 1992. [1987].
Alexander entiende por presuposiciones aquel nivel no empírico más general, los supues-
tos más generales que plantean valores fundamentales y que trascienden de las inquietudes
académicas (págs. 17-19). En definitiva, son las «pistas» por donde corre la sociología
(pág. 21).
53 Si bien a lo largo y ancho del presente escrito hemos venido utilizando la categoría
de «espacio» –o equivalentes– para prender lo privado (y lo público por referencia silen-
ciosa), y pese a constituir la acepción más generalizada, nosotros apostaríamos por la
noción de «escenarios» en tanto remite hacia perímetros más flexibles y permeables, cons-
truidos socio-históricamente, frutos de la interacción y contacto entre actores y grupos
sociales, así como también puede focalizar su atención hacia un «tiempo» concreto y espe-
cífico de dramatización. De este modo, lo privado y lo público, entendidos como escena-
rios diferenciados de la vida social, no se alejan de la tan válida como metafórica aproxi-
mación dramatúrgica de Goffman.
54 J.C. ALEXANDER. Las teorías sociológicas desde la segunda guerra mundial. Un
análisis multidimensional. Op., cit., pág. 264.
desde la ciencia social que traten de quebrar con la, por otra parte, tan
durkheimiana representación del presente como patología58, y logren con-
vertir nuestra contingencia en destino, sin que ello sea obstáculo para
establecer limitados enunciados críticos59.
Los trabajos de Maffesoli pueden enarbolarse como un ejemplo pues-
to en práctica de este nuevo acercamiento a la realidad social. El sociólo-
go focaliza la atención de su obra hacia el encuentro de utillajes que per-
mitan interpretar la admirable persistencia del religare en las sociedades
contemporáneas, siempre en la medida de lo posible pues tal y como
explicitó Simmel «nos está vedado el conocimiento perfecto de la indivi-
dualidad ajena»60.
Pese a que las semillas están plantadas dentro de su propio devenir
como conocimiento, la sociología (de la religión), sin ánimo de frenar la
orientación de sus análisis hacia las vigentes y cotidianas manifestaciones
religiosas bajo soportes sacralizadores más o menos míticos de proceden-
cia cultural variada, estaría en disposición de descubrir interpretaciones
más jugosas de la actual vida social si la religión fuese entendida princi-
palmente como religare, ya que en esta mirada sobre la relación y el vín-
culo social se resalta no sólo lo presente, sino también lo permanente. Tal
y como lo expresaba Ibáñez: «La clave de lo social no es la economía (la
producción de objetos), sino la religión (la producción de lazos entre los
sujetos). Religión es lo que religa»61. Maffesoli ha mostrado cómo en las
socialidades propias de las sociedades de masas la propia relación social
—en tanto religancia— se vive por sí misma62, con lo cual la religión
puede no ser entendida tanto por su contenido, sino concebida como con-
tinente, soporte elemental de los propios vínculos y socialidades entre
actores sociales. La relación es lo propiamente religioso, por ello, este
63M. MAFFESOLI. El tiempo de las tribus. Op., cit., págs. 100 y 125.
64 M. MAFFESOLI. El tiempo de las tribus. Op., cit., págs. 82 y ss.
65 M. MAFFESOLI.. El conocimiento ordinario. Op., cit., págs.122-123; y El tiempo de
las tribus. Op., cit., págs. 227-228. Este acontecimiento social fue conceptualizado por
Simmel como « acción recíproca»: el acto de llenar un espacio a través de las prácticas de
socialidad. G. SIMMEL. «El espacio y la sociedad», Sociología.2. Estudios sobre las formas
de socialización. Op., cit., pág. 645.
66 R. RAMOS «El círculo sagrado: una lectura de las formas elementales de la vida
religiosa de E. DURKHEIM», Homenaje a L.Rodríguez Zúñiga. Op., cit., págs. 970-971.
67 R. RAMOS. «El círculo sagrado: una lectura de las formas elementales de la vida
religiosa de E. Durkheim», Homenaje a L.Rodríguez Zúñiga. Op., cit., pág. 973.
68
M. MAFFESOLI. El conocimiento ordinario. Op., cit., pág. 22.
69M. MAFFESOLI. El tiempo de las tribus. Op., cit., pág. 134. En este mismo sentido
vease por ejemplo M. MAFFESOLI «La sociologie comme connaissance de la socialité». En
Sociétés, 40, 1993, págs. 145-151. (pág. 150).
La autonomía de lo político
3 RAWLS, J.: Justicia como equidad, Tecnos, Madrid, 1986); Teoría de la Justicia,
FCE, 1979); Sobre las libertades, Paidós, Barcelona, 1990); WOLFF, R. P.: Para compren-
der a Rawls, FCE, 1981); AGRA ROMERO, Mª J.: J. Rawls: el sentido de justicia en una
sociedad democrática, Santiago de Compostela, 1985.
En los siglos XIV y XV, la razón no sólo rompe con el pasado, sino
que se emancipa de un contexto social determinado. La filosofía aristoté-
lica fructifica en el siglo XIV en reacciones y desarrollos que ya no tie-
nen como marco la tradición; el cambio de las estructuras sociales y polí-
ticas hace que los pensadores políticos del momento no se identifiquen
con la organización social y política vigente, a la que rechazan, y no desa-
rrollen su pensamiento político sobre las nuevas coordenadas sociales,
que aún no han cristalizado. El pensamiento político de este momento
rechaza el orden heredado y al proponer uno nuevo, aunque reaccionan
por oposición al anterior, que está parcialmente vigente, lo hacen desde
planteamientos no enraizados en una realidad social y política concreta;
son planteamientos, en la medida en que ello es posible, desinteresados,
universalistas y formales, válidos y vigentes para todo tiempo y sociedad.
La oposición entre el Papado y el Imperio, las mutuas críticas que se
dirigen como instituciones supremas, hacen que, junto a la existencia de
una fuerte perspectiva de totalidad, coexista la defensa a ultranza del ciu-
dadano como persona que para realizarse necesita de un marco social y
político idóneo. Pronto, este planteamiento cristalizará en el Humanismo
como estructura cognitiva a través de la cual se percibe la sociedad del
XVI, pero en los siglos anteriores todavía no se ha integrado en las
estructuras sociales. La Filosofía, pues, en este momento trasciende un
determinado marco social y sin instalarse en un postulado formal abstrac-
to (como es la racionalidad universal, propia de la especie, del
Racionalismo), desarrolla una razón instalada en la doble perspectiva de
lo suprasocial (por encima de la circunstancia social y política determina-
da) y lo supraindividual (despojada de intereses particulares y de grupo,
intenta determinar lo conveniente para todos los ciudadanos); una razón,
pues, capaz de expresar correctamente las relaciones entre el todo y las
partes.
Esta doble perspectiva permite, a su vez, desarrollar una razón valo-
rativa que penetre y trascienda los elementos, que distinga los elementos
que componen una realidad para mejor comprenderla, pero sin descontex-
tualizarlos, aislarlos e incorporarlos luego su razón de ser, troceando la
realidad hasta reducirla a su capacidad de ser manipulada, a su mero
potencial operativo.
Sin embargo, a medida que se pierde la dimensión metafísica y es
sustituida por la formal y analítica del Nominalismo o la empírica de los
movimientos científicos del XIV y XV, se pierde la perspectiva de globa-
Un ‘civicentrismo’ malogrado
La exigencia ética
6 “Pero la dada con la audición y el consenso de toda la multitud, aun siendo menos
útil, fácilmente cualquier ciudadano la guardaría y la toleraría, porque es como si cada cual
se la hubiera dado a sí mismo y por ello no le queda gana de protestar contra ella, sino más
bien la sobrelleva con buen ánimo”. El defensor de la paz, pág. 56. GARCIA CUÉ, J. R.:
“Teoría de la ley y de la soberanía popular en el Defensor Pacis de Marsilio de Padua”,
Rev. de Estudios Políticos, Madrid, 43 (1985).
Jesœs Casquette
1. Introducción
1 Los máximos representantes del enfoque del comportamiento colectivo son Park y
Burguess (1921), Blumer (1946) y Smelser (1989). Entre los teóricos de la sociedad de
masas, destacan Kornhauser (1969) y Arendt (1981). Acerca del enfoque de la privación
relativa, puede consultarse Gurr (1970).
del estado de bienestar, emergen unos nuevos actores que cohabitan con
el movimiento obrero. Los analistas de los NMS han prestado una aten-
ción especial a los rasgos que distinguen a estos movimientos del movi-
miento obrero. En la siguiente tabla, recogemos estos rasgos.
8La práctica del movimiento feminista de «infiltración» en los partidos políticos des-
de los años ochenta constituye otro ejemplo de enriquecimiento del repertorio de acción de
los movimientos sociales (LOVENDUSKI Y NORRIS, 1993).
9 Rawls se refiere a un orden político casi justo para indicar que no existe ninguna
regla política procedimental que garantice un resultado justo, en el sentido de que todos
los derechos de los ciudadanos serán protegidos y no violados. Este tipo de órdenes políti-
cos cuentan con sociedades civiles dinámicas y además los derechos, los procedimientos
democráticos y el imperio de la ley están institucionalizados y garantizados.
10 Pierre Favre define la manifestación como «un movimiento colectivo organizado
en la esfera pública con el objetivo de conseguir una respuesta política mediante la expre-
sión pacífica de una opinión o una demanda» (P. FAVRE, 1990. Citado en TARROW, 1994:
234).
11 Siguiendo a Kaase (1990: 395) y a Wallace y Jenkins (1995: 110), podemos distin-
guir tres subgrupos dentro de la participación política no convencional. Por un lado, tene-
mos las acciones legales no convencionales (tales como boicots o manifestaciones
legales); por otro lado, tenemos la desobediencia civil (objeción fiscal, huelga de rentas,
huelgas salvajes, obstaculizar el tráfico, sentadas, insumisión, etc.); por último, está la vio-
lencia política, que conlleva daño físico a personas o propiedades.
política», esto es, los NMS, y tradiciones políticas liberales, conservadoras y socialistas
(OFFE, 1988: 185-188).
14 Los tres primeros estudios critican la premisa del enfoque de los NMS según la
cuál existe una discontinuidad insalvable entre movimientos sociales históricamente rele-
vantes, en particular el movimiento obrero, y la familia de los NMS. Por un lado, D’Anieri
et al. concentran su atención en tres experiencias colectivas de diferente naturaleza y de
distintos periodos históricos (el movimiento cartista desde 1838 hasta 1850, la comunidad
Oneida fundada en 1848 en el estado de Nueva York y el movimiento pacifista alemán
desde la II Guerra Mundial hasta nuestros días); Tucker, por su parte, escoge el sindicalis-
mo francés de finales del siglo XIX y comienzos del XX como estudio de caso con el que
refutar los supuestos atributos novedosos de los NMS; por último, Calhoun presenta la que
a nuestro juicio consituye la refutación más convincente de la idea de novedad en los
NMS. Este sociólogo e historiador norteamericano explora las características principales
atribuidas a los NMS y muestra cómo dichas características son igualmente válidas para
describir los numerosos movimientos que florecieron a finales del siglo XVIII y comienzos
del XIX, en los albores de la industrialización. En el despliegue de su argumentación,
Calhoun demuestra un exquisito conocimiento tanto de las teorías sociológicas de los
movimientos sociales como de la historia del movimiento obrero, el feminista o el etnona-
cionalista, entre otros. Por otra parte, Plotke contrasta el enfoque europeo de los NMS con
el contexto norteamericano para concluir que «el discurso de los NMS exagera la novedad
de los movimientos que analiza, representa sus objetivos como culturales y exagera su
separación de la vida política convencional en este pais [EE.UU.]» (1990: 81). La cana-
diense Lorna Weir, por último, denuncia desde una perspectiva marxista la premisa del
modelo de los NMS de que hablar de clase social sea un signo automático de ortodoxia y
reduccionismo (1993: 74) y concluye afirmando que «el término NMS no debería figurar
en el léxico de la izquierda» (ibid.: 98).
15 Una primera crítica al enfoque de los NMS es que considera al movimiento obrero
en singular, ignorando así el hecho de que han convivido en su seno orientaciones portado-
ras de un telos de trascendencia (comunismo, anarquismo) y otras orientaciones que han
seguido una praxis acomodaticia al sistema capitalista (socialdemocracia). En suma, del
mismo modo que nos referimos a los NMS en plural, hemos de tener presente que el movi-
miento obrero no ha sido históricamente, no lo es hoy, un actor homogéneo, con orienta-
ciones, pautas de acción o valores únicos y unívocos.
16 En concreto, entre nosotros existe una tendencia a asimilar los conceptos de movi-
miento social y de NMS, como si ambos fuesen una y la misma cosa. En realidad, tal y
como afirmábamos al comienzo de este capítulo, los NMS no representan numéricamente
sino una fracción del complejo panorama movimientista occidental.
18 Más aún: las orientaciones unitarias en aspectos como valores, formas de acción,
orientación ideológica o estructura organizativa ignoran la pluralidad interna en el seno de
la misma familia de NMS. Así, no es lo mismo una organización ecologista altamente
organizada, profesionalizada y jerarquizada como Greenpeace, que una célula ecologista
local descentralizada, voluntarista y acéfala. Es decir, que no se puede hablar del movi-
miento ecologista, feminista o pacifista como un bloque homogéneo y sin fisuras ideológi-
cas, organizativas ni estratégicas. Este es un error en el que recaen muchos de los teóricos
de los NMS.
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1. Tecnofilias y tecnofobias
Figura 1: Condicionamientos
tecnocientíficos
• Sostenibilidad
• Segura e inagotable fuente de energía
• Eficiencia de uso de energía y recursos
• Reutilización de derivados y reciclaje
• Inteligente
• Viva
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1MOKOROA, J.M.: Repertorio de Locuciones del Habla Popular Vasca I eta II. Etor,
Donosti, 1990.
izan dituzten ondasunekiko harremanak aztertzea izan dela; hau da, onda-
sunekiko harremanei buruz zer-nolako gizarte burubideak bizi izan diren
Euskal Herrian ezagutzea nahi izan dudala2. Izan ere, harreman mota
hauek edonoizko eta edonongo gizarte bizitzan eragin eta garrantzi nabar-
mena baitute3 eta, bestalde, ez da ahantzi behar gu kokaturik gauden
mendebaldeko gizarte tradizio ezberdinetan, behin eta berriz, agertzen
dela ondasunekiko harremanen gaia gizartegintza erro-errotik baldintzat-
zen duen eragile bezala4.
Helburua hori izanik, egindako lehen lana zenbait ikerlarik gai honen
inguruan egin dituzten ikerketak ezagutzea izan da; honekin, gai honetan
barrena lehen murgilketa egin eta nire galderari ikerlari ezberdinek eman
dioten erantzuna ezagutu nahi izan dut.
Ikerketa hauek aztertzera hurbiltzearekin batera, dezadostasun nabar-
menekin aurkitu naiz, ohituraz bizi izan diren ondasunekiko harremanei
buruzko ikuspuntu guztiz kontrajarriekin, alegia. Ezberdintasun eta kon-
traesanen gainetik dena dela, ikerketa guztiak hiru eredu nagusitan banatu
daitezkela iruditu zait:
1. Alde batetik, Euskal Herrian ondasun iraunkorrekiko harreman
bereziak ezagutu direla aldarrikatzen dutenen ikuspuntua dugu. Eredu
honetan kokatu ditudan ikerlarientzat, Euskal Herrian ez da ohituraz pro-
pietate pribaturik ezagutu. Maïte Lafourcadek dioen bezala, «Los vascos
ignoraban el concepto romano del derecho de propiedad, absoluta e indi-
visible. En Labourd, como en las restantes provincias vascas, las tierras
pertenecían desde siempre a la colectividad de los habitantes. Los terre-
nos no cultivados se distribuían entre las parroquias o los valles, y los
laborables, entre las familias. La tierra vasca era alodial, es decir estaba
2Ondasun izatea aitortzen diegu gizartegintzan baliotsuak eta urriak diren objetuei.
Baliotsu izate hau, beharrizan bat asetzeko gai izateagatik lortzen den berezitasuna delarik.
Ikus ADAMSON, H. E. ETA WEABER, T.: Antropología y experiencia humana. Ediciones
Omega, Barcelona, 1985, (5. argitarapena), 252. orr.
3 Francisco Garmendia-k aspalditik adierazi zuen galdera horren garrantzia: «Gure
ardura, batik bat, geure geroa erabakiko duten erro-erroko galderetan jarri beharrean gau-
de... Bi galdera sail bakarrik aipatuko ditut, erro-errokoak jotzen ditudalako biak: Gizarte
jakin bakoitzeko gizon-emakumeen arteko eta gizarte ezberdinen arteko... (eta) nor bakoit-
zak eta gizarte ezberdinek ondasunekiko ukan oi dituzten harremanak». GARMENDIA, F.:
«Euskal Erakundeak. Sarrera», Euskaldunak, Euskal Etnia, III. Etor, Donosti, 1978, 531.
orr.
4Kontutan izan antzinateko (Platon eta Aristoteles esaterako) zein modernaroko hain-
bat eta hainbat autoreek (Hobbes, Locke, Rousseau, Bentham, Burke, Marx, Proudhon...)
beraien azterketaren erdigunean jarri dutela ondasunekiko harremanen hauzi mauzia.
8ANGULO LAGUNA, D.: Derecho Privado de Vizcaya. Hijos de Reus, Madrid, 1903, 39.
orr.
9I DOATE , F.: La Comunidad del Valle del Roncal. Diputación foral de Navarra,
Pamplona, 1977, 113. orr.
10 GARCIA DE CORTAZAR, F. ETA LORENZO ESPINOSA, J.M.: Historia del País Vasco.
Editorial Txertoa, San Sebastian, 1988, 57 orr.
mailak egon direla eta hau, ondasunekiko eskubide eta erabilera ezberdi-
nean isladatu dela azpimarratzen dute. Zentzu honetan, argi uzten dute
Euskal Herrian ondasunekiko harreman bereziak egon direnari buruzko
ideiak mito hutsak direla: «Que en el campo vasco predominaba tradicio-
nalmente la pequeña propiedad es uno de tantos mitos con que durante
mucho tiempo se ha escrito la historia del País Vasco. Conforme a esta
concepción, la pequeña propiedad sería la base económica de una estruc-
tura social que convertía al País en una comunidad sin graves diferencias,
en la que la concordia y la colaboración eran los elementos en los que se
fundamentaban las relaciones sociales»11.
Ikerketa eta autore ezberdinak hiru eredu hauetan banatzea sinplifika-
zio bat izan daitekela onartuta ere, sailkapen honek gauza bat argi eta gar-
bi adierazten digu: euskaldunek ondasunekiko izan ohi dituzten harrema-
nak azaltzerakoan, dezadostasun nabarmenak agertzen direla; ikuspuntu
kontrajarri eta batera ezinekin aurkitzen garela, alegia. Eta egoera hone-
tan, zaila da Euskalerrian ohituraz bizi izan diren ondasunekiko harrema-
nen berezitasunak behar bezala ezagutu eta aurrera pausorik ematea.
Honela beraz, ohiturazko euskal gizartegintzaren eta, zehazki, bizi
izandako ondasunekiko gizarte harremanen ezagutza zehatzagoa izan
asmoz, beste bide batzuk jorratzen hastea beharrezkoa dela ikusi dut,
oinarri sendoagoa eskainiko didaten bideak, alegia.
Bide berri hoiek urratzerakoan, aurkeztu ditudan hiru eredu ezberdin
hauetan behar hainbat aintzakotzat hartu izan ez den iturri batetara jo dut:
eguneroko hizketara hain zuzen ere12. Izan ere, hizkuntza, giza(rte) errea-
litate batetan tipikoki esanguratsuak diren bizipenen islada da eta, honen-
bestez, gizarte burubideak edo giza errealitatearen tipifikazioak ikertzeko
16Kontutan izan, beste gauza batzuen artean propietate harremana adierazteko erabilt-
zen den -ren atzizkia ez dela corpus honetan agertzen gizartekide eta ondasunekiko harre-
manak adierazterakoan.
Honen aurrean, burura etortzen den lehen galdera honako hau da:
Zergatik agertzen dira hiru eredu kontrajarri Euskalerrian ohituraz bizi
izan diren ondasunekiko harremanak azaltzerakoan?
1. Ezberdintasun hauen arrazoiak ugariak badira ere, alde batetik,
gizarte batek bere izanbideari buruzko galderei iraganean emandako
erantzunak zehatz-mehatz jakitea askotan zaila dela kontutan izan behar
da. Hau da, behar bezalako informazio hutsuneak askotan, irakurketa
ezberdinen sorburu dira19.
2. Dena dela, euskal iraganari buruzko eredu hauen sorreran, arrazoi
akademikoek ezezik, ideologia arrazoiek ere garrantzia dutela azpimarra-
tu beharra dago. Zentzu honetan, azterketak ikerlari bakoitzaren ikuspun-
tu eta burubideen arabera egin direla behin baino gehiagotan ezin da
ahantzi.
3. Honekin batera, toki batetan gertatua guztiei lotzeko dagoen joera
ere aipatu beharra dago. Hau da, euskal gizartegintzaren joanaria oroko-
rra aztertu ordez, bizikizun bakanetan oinarritutako ikerketak burutu dira
behin baino gehiagotan. Ikuspuntu honetatik, euskal gizarte burubideak
aztertu dituztenen asko eta askoren artean, oinarri finkorik gabe eta, asko-
tan, aurreiritziek bultzatuta baieztapenak egiteko joerak sustraiturik dau-
dela esan daiteke.
4. Aurreiritzi, ideologien eta orokortasunean hitz egiteko joera haue-
kin batera, eta beraiei lotuta, erakunde eta araubide ezberdinen ikerketa
egiterakoan, arazo baten aurrean, berdinak ez diren erantzun motak aur-
kitzean erakunde hoiek ukatu eta baztertzeko dagoen joera ere aipatu
behar da. Errazegi jotzen da bakoitzak bizi dituen burubide eta jokabide-
en galbahetik pasatzera zeharo bestelakoak diren burubide eta jokabide-
ak. Eta jakina, galbahetik pasatzen ez dena, aintzakotzat ere ez da hart-
zen.
Behin ondorio garrantzitsuenak aurkeztu ondoren, eta bukatu baino
lehen, argi eta garbi utzi nahi nuke lan honen helburua ez dela izan
Euskal Herrian ohituraz bizi izan diren ondasunekiko harremanei buruzko
eztabaida konpondu eta behin betirako bukatzea. Izan ere, gai honen
inguruko xehetasun gehiago ziurtasunez jakiteko oraindik ere ikerketa
asko egin beharra dagoela ez dut inolako zalantzarik. Ikerketa hau, gai
honen inguruko ekarpen bat gehiago bezala aurkeztea nahi nuke; gai
honen baitan argi gehiago ematen duen ikerketa bat bezala, alegia.
Bibliografia
1. La racionalidad formal
1Se entiende por racionalidad los medios que tiene una administración para llevar a
cabo las finalidades programadas.
2 Se entiende por gestión administrativa del urbanismo, el conjunto de diligencias que
sea realizan vía planeamieto urbanístico o territorial, vía actividad administrativa en cual-
quier actuación territorial o urbana.
3 Es interesante observar cómo el fracaso de algunos Planes Metropolitanos como por
ejemplo, el Plan Comarcal del área del Gran Bilbao (1964) hizo que las ordenanzas muni-
cipales se constituyeran como el elemento básico para regular el entramado urbanístico.
I. Introducción
1 Este artículo cuenta con la financiación de una beca Pre-doctoral del Programa de
Formación de Investigadores del Gobierno Vasco, 1995-1996. Agradecemos al Centro de
Investigaciones Sociológicas, Departamento de Banco de Datos, la explotación del Estudio
2.120, Octubre 1994. Postelectoral País Vasco.
2 Vease la obra de J. R. MONTERO
II.1. Concepto
En la introducción definimos el concepto de volatilidad como el cam-
bio del voto entre una elección y otra. Esta definición de manera más per-
filada, la encontramos en autores fundamentales en el estudio de esta
materia, como son Pedersen y Bartolini.
La volatilidad, o «cambio neto resultante de las transferencias de voto
individual», es, como dice Pedersen, uno de los mejores estudiosos, «sólo
uno de los posibles indicadores de persistencia o cambio», pero es, frente
al carácter estático del «índice de fragmentación» de Rae, un indicador de
las propiedades dinámicas de un sistema de partidos, que hacen referen-
cia al ‘efecto del cambio de formato’ del mismo»3. «Dado a su carácter
II.2. Tipología
PNV —19 37 —1 15
HB —13 (=) —11 —8
EE —27 —18 — —
EA —58 —8 (+2) —12
PSOE —19 —31 11 —119
PP 48,00 —20 92 —28
UA — -14 2 11
IU — — — 93
Fuente: Llera, 1994, las 2 primeras columnas. Elaboración propia
(*) Se trata de saldos netos en miles de votos
L'1986/L'1989 14,45
A'1990/L'1993 16,67
A'1990/A'1994 11,31
L'1993/A'1994 9,79
Promedios
1977-1994: 14,71 13,87 12,6
Fuente: Elaboración propia. Se trata del índice VT usado por PEDERSEN
(1983: 31s) y BARTOLINI (1986:364). Ver Cap. II.
10 LLERA, F. (1994) Los vascos y la política, Universidad del País Vasco. Bilbao.
p.61.
1948 y 1959 en países europeos ha sido del 8,1%, siendo Francia el que
alcanzó la máxima, con una volatilidad media del 25,8%. Por otro lado, la
volatilidad media de 17 países europeos en el periodo 1977-1989 es del
11,05%. En ese periodo la volatilidad media española, fue del 18,6%, que
sin duda es el valor más elevado de Europa desde mediados de los años
setenta, achacable más a los partidos políticos que a los propios votantes.
En la Tabla 3, podemos observar la evolución de la volatilidad electo-
ral en el País Vasco entre 1989 y 1994.
Como se puede comprobar, la volatilidad total media, medida según
el coeficiente más usual de Pedersen (1983: 31s), no es en el País Vasco
muy distinta entre elecciones legislativas y elecciones autonómicas,
tomadas de forma separada, o entre elecciones sucesivas, sean de un tipo
u de otro. Por otro lado, cualquiera de estos tres promedios, o el promedio
total (13,72), son menores que los del conjunto español y, aunque resulta
3 puntos superior a la media europea de la última década, es inferior que
los promedios belga (15,91) o francés (18,6) e igual al portugués.
En el País Vasco el principal factor de movilidad es la aparición,
desaparición, escisión, fusión de partidos o candidaturas, pero, incluso
así, en ningún caso se produce una movilidad tan elevada como la espa-
ñola en 1982 (VT= 42,26). El País Vasco, a pesar de su fragmentación y
polarización, está entre las Comunidades Autónomas de más baja volatili-
dad, lo que como bien ha indicado Montero11, denota una mayor cristali-
zación electoral del sistema de partidos.
La volatilidad agregada necesita ser completada por el análisis mues-
tral de la volatilidad individual.
Leales 55 59 54 54
Transferidos 12 15 21 17
Movilizados 7 6 4 6
Desmovilizados 5 5 5 7
Abstencionistas 21 15 16 16
(N) 1200 600 1800 1651
Fuente: Llera, 1994. * Eliminadas las no respuestas.
L= Legislativas; A= Autonómicas
PP 92 6 2 — 14
EA 92 5 3 5 6
EE 82 16 2 12 10
HB 94 3 3 1 16
PNV 93 5 2 6 7
PSOE 89 8 3 1 7
UA — — — 82 18
Fuente: Llera, 1994.
Se trata de porcentajes horizontales calculados en dos partes: las tres primeras
columnas suman 100% y se refienen al destino en 1990 de los votantes de 1989.
Las dos últimas se refieren a la procedencia de los votantes de 1990, habiéndose
excluido la columna de los fieles que nos habían permitido sumar 100% también.
En ambos casos se han eliminado del cómputo total los sin respuesta.
Del examen del flujo de votos entre los partidos políticos entre las
elecciones de 1993 y 1994, podemos sacar las siguientes conclusiones: el
porcentaje de leales en general es muy elevado siendo de más del 90%
para HB, IU, y PNV. Le sigue el PP con el 84,7% y, EA-EUE con el
73,6%. Destaca de manera negativa el PSE-EE que sólo obtuvo un 66,3%
de votantes leales. Los votantes del PSE-EE se dirigieron por igual, con
una puntuación del 9,6, hacia Izquierda Unida (IU) y el PNV. Por su par-
te, los que votaron a EA-EUE en las generales de 1993 y que votaron a
otro partido, lo hicieron hacia el PNV (15,5) siendo casi la única fuerza
que recibió su voto volátil.
El 9,3% de los votantes del PP en 1993 votó al PNV en las autonómi-
cas de 1994, eso sí manteniéndose su voto dentro del bloque ideológico
de la derecha. Y el otro 3,6% votó a UA, también de derechas.
El PNV destaca por su electorado fiel siendo un 92,2% el porcentaje
de votante leal. Hasta completar el 100% los saldos se difuminan entre
varios partidos recibiendo EA el máximo porcentaje de votantes transferi-
dos con un 1,9%.
V. Conclusiones
Bibliografía
Laburpena: Gure XX. mende amaierako Resumen: Las dificultades para construir
gizarteetan planteiatzen diren auzietarik una forma de desarrollo equilibrada que no
garrantzitsuen eta, halaber, erdiestezinene- genere desigualdades que excluyan a una
takoa da garapen molde orekatua lortzea, ez gran parte de la población, es una de las
baititu ezberdintasunak sortu behar bazte- cuestiones más relevantes que se plantea a
rrean utzirik populazioaren zatirik gehiena. nuestras sociedades en este final del siglo
Garapen lehiakor eta bazterkorrak sorturiko XX, tanto a nivel interno como a nivel inter-
desorekaren seinale dira, zentzu honetan, nacional. La importante migración que se
azken urte hauetan herrialde txiroetatik está produciendo en los últimos años desde
aberatsetara gertatzen ari diren migrazio los países más desfavorecidos hacia los más
olde handiak. Arbuiatu egiten dira bizimo- enriquecidos, está relacionada sin duda, con
du duinaren bila dabiltzan pertsonak, zapal- esos desequilibrios de una forma de desa-
kuntzan eta kolonialismo ustiratzailean sus- rrollo competitiva y excluyente. Personas
traiak dituen miseriatik ihesi dabiltzalarik. que buscan una vida digna, huyendo de una
Nortasun nazional edo gainazioanalak miseria que tiene raíces históricas de domi-
indartzen ari direlarik, gogoeta eta ekimen nio y colonialismo explotador, son rechaza-
politiko baztergarriak bultzatzen dira, gero das en un contexto de creciente interdepen-
eta elkarrekiko dependentzia ekonomiko dencia en lo económico y de creciente
handiagoa erakusten duen testuinguru bate- empuje de identidades nacionales o supra-
an. Artikulu honetan aipatzen diren autore- nacionales que elaboran discursos y prácti-
ek aztertzen dituzte egoera honek planteiat- cas políticas excluyentes. Los desafíos que
zen dituen erronkak, besteak beste, plantea esta situación respecto a la universa-
eskubideen unibertsaltasuna, bizitza kolek- lidad de derechos, respecto a los principios
tibo demokratikoaren oinarri diren askata- de libertad e igualdad que sustentan la vida
sun eta berdintasunezko abiaburuak, nazio- colectiva en democracia, y respecto a la
arteko elkartasuna eta arrazakeriari aurkako solidaridad internacional y la acción colecti-
ekintza kolektiboa. va contra el racismo, son analizados por los
autores que se reseñan en este artículo.
* Este artículo no hace sino dar cuenta de las aportaciones que diferentes autores han
elaborado para el libro Racismo, antirracismo e inmigración., J. P. ALVITE (coordinador).
GAKOA Liburuak. Donostia, 1995.
Bob Sutcliffe nos hace un breve pero esclarecedor esbozo del fenóme-
no migratorio creciente que se esta produciendo en Europa. El número de
migrantes que se desplazan por obligación o por elección está creciendo
rápidamente; las condiciones físicas en las que viven son en muchos casos
inhumanas, y son, además, objeto de ataques físicos y políticos. En este
sentido hemos asistido, en los últimos años, a la irrupción de una nueva
extrema derecha que construye su identidad y su discurso político con el
mensaje anti-inmigrante como elemento central. Podemos observar, por
otro lado, las modificaciones de la legislación en materia de migración
realizadas por los diferentes países europeos, modificaciones destinadas a
reducir los derechos y aumentar los requisitos para la residencia legal.
Parece evidente que las actitudes políticas hacia la migración y las
normativas legales que la regulan tienen cada vez una mayor importancia
y proyección social. Sutcliffe examina la definición del fenómeno migra-
torio que se construye desde el ámbito político, utilizando para ello dos
referentes ampliamente legitimados en la vida política de las sociedades
europeas: la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y los prin-
cipios neoliberales que se vienen aplicando desde finales de los 70, y que
tanto han condicionado la economía y la política en los últimos años.
2 Ibid., p.62.
3 Ibid., p.70.
4 Ibid., p.73.
finales de este siglo, nos esboza los dos elementos que configuran y con-
dicionan la política del estado español en los temas de la inmigración y el
antirracismo: su debilidad política por ser límite fronterizo de la Unión
Europea, y la crisis económica con sus innegables consecuencias de dua-
lización social.
Sobre este fondo contextual, Alvite analizará el discurso oficial sobre
el racismo, un discurso que define la violencia racista como la respuesta
radicalizada a los fuertes movimientos migratorios que se están dando
desde los países más pobres. Leyendo entre líneas estos son los mensajes
que se difunden: el problema del racismo es la avalancha de emigrantes,
el problema del odio a los extranjeros son los extranjeros, es imprescindi-
ble poner freno a esa avalancha para que la violencia xenófoba no se
generalice. Este discurso produce, de forma intencionada, una visión de
la inmigración como problema que justifica las políticas restrictivas de
admisión y las políticas de expulsión.
El autor avala esta posición desde un interesante estudio de la figura del
inmigrante en el imaginario colectivo de los españoles en las últimas déca-
das, y en un atinado análisis de la práctica institucional que define al inmi-
grante como sujeto de control (Proceso de regulación de trabajadores
extranjeros al abrigo de la Ley de Extranjería, Junio de 1991) y de la exten-
sión social del rechazo a los inmigrantes (asesinato de Lucrecia Pérez,
noviembre 1992). Intentemos describir los elementos más relevantes de este
imprescindible análisis sociológico del neorracismo en el estado español.
La figura del inmigrante no existe en la conciencia colectiva de los
españoles en las décadas 60 y 70, lo extranjero es asociado a lo moderno,
lo superior, un mayor nivel de vida. Sin embargo, el racismo tiene un
espacio y una acción que se desarrolla sobre dos colectivos que constitu-
yen grupos de alteridad objeto de discriminación: los moros y los gitanos.
El del moro es un racismo decimonónico, es decir, inferiorizante y racia-
lista. El racismo hacia el gitano, en cambio, es el neorracismo actual; se
centra en la inadaptabilidad a nuestra cultura, en la no asunción de la
acción racional instrumental como lógica de acción, en la peligrosidad
para nuestra seguridad ciudadana. Tiene, sin embargo, una elemento dife-
renciador respecto del racismo que sufren los inmigrantes de los países
empobrecidos, es un racismo estructural, se ha socializado totalmente, la
dominación está plenamente construida, el poder de la acción institucio-
nal ya no es necesario. En el caso de los inmigrantes, la percepción social
del colectivo que conlleva comportamientos sociales discriminatorios,
está en construcción, el papel de los intereses institucionalizados es más
explícito, más evidente y observable.
5 El autor fundamenta todo esto en estudios de opinión del CIS y el CIRES, y en sus
propios análisis de discurso. Ibid., p. 100-106.
8 Ibid., p. 146.
•N•G•U•R•U•A•
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