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Complejidad y autonomia del sujeto

Publicado el octubre 11, 2010 por ceciem

Emilio Roger Ciurana

Dice Kostas Axelos que lo que da más que pensar, en nuestro tiempo que da
que pensar, es que no siempre pensamos. Así mismo dice Edgar Morin que
nuestra mayor necesidad hoy no es conocer lo que ignoramos sino la aptitud
para pensar lo que sabemos. Y es que los modos de pensamiento desembocan
en acciones. Recordar esto no está demás en una época en la que desde el
llamado “choque de civilizaciones” hasta la incomprensión de una diversidad
cultural confundida con los comunitarismos parece que el pensamiento de lo
sólido y de la esencia impregna nuestra visión de las identidades y de los
individuos. Dicho de otro modo: es fácil constatar cómo los modos
reduccionistas y simplificadores de pensamiento imperan e impregnan la
política y una extendida visión de la educación como “formación” y no como
creación de estrategias para la libre construcción de sentido por parte del
sujeto. No se insistiría tanto, aún, en la palabra “asimilación” si fuésemos
capaces de pensar más allá de marcos referenciales en los que prima un
concepto funcionalista de sociedad y de Estado y, por lo tanto, primando un yo
social (ya desbordado por la diversidad cultural) frente a la creación del yo
individual, esto es, frente a la posibilidad de construcción de autonomía del
sujeto con y contra una sociedad que ya no es garantía de orden y sentido
general. Ello explica esa sensación, muy instalada y promocionada por un
discurso que hace del orden su emblema, de que navegamos en las aguas del
caos y de que es necesaria la restauración del orden. Pero ¿qué orden social?,
¿qué orden político?, ¿qué identidad?

¿Y si resultase que comprender la construcción del sentido en el caos hiciese


necesario asumir que “caos”, “incertidumbre”, “inseguridad”, etc, solo tienen
una connotación negativa desde un pensamiento de lo sólido, de las esencias y
de la función? Creo que en este sentido llamamos “caos” a todo aquello que
implica ausencia de significado, o destrucción de un significado que creíamos
eterno. Es por lo que la comunidad es un refugio, un seguro contra la
incertidumbre (Bauman). Cierto es que el coste de ello es la delegación de la
autonomía del sujeto en un yo social determinista.

Hoy en día tenemos por delante una apuesta y su realización: o bien


permanecer dentro de los esquemas maniqueos y trivializadores de la realidad
antropológica (social, cultural, política) con los consiguientes efectos perversos
que todos conocemos: exclusión, xenofobias, incapacidad de ver en el otro un
otro con los mismos derechos de construcción de sentido que uno mismo, etc,
o, por otra parte dotarnos de un modo de pensar y de unas herramientas
teóricas y conceptuales que nos capaciten para la comprensión de la
complejidad de un mundo en el que la unidad y la diversidad no solo no se
excluyen sino que más bien se necesitan. Es fundamental hoy una educación
que fomente la comprensión de la dialógica: la idea de que en un mismo
espacio se pueden combinar lógicas que se complementan y que al mismo
tiempo puedan mantener sus “antagonismos” (Morin); combinar la modernidad
con la pluralidad de modos de modernización (Touraine); descargar de las
categorías de conflicto o de desorden su sentido puramente negativo.

Lo bien cierto es que no estamos educados para comprender una sociedad


multicultural que no se reduce a una mera suma o yuxtaposición de culturas y
comunidades sino que se trata, más bien, de un pluri-bucle recursivo y
retroalimentante de sentidos y de construcciones culturales en constante
evolución, en constante negociación, en el que la autonomía del sujeto es
fundamental, pues las culturas ni se comunican ni se dejan de comunicar, las
civilizaciones ni chocan ni dejan de chocar, quienes se comunican y dialogan
son los sujetos con capacidad de mostrar sus construcciones de sentido en
libertad. Los sujetos con capacidad de reconocer en el otro la cualidad de
sujeto y la libertad de construcción de sentido personal. Sujetos capaces de
manejar las transiciones, los pasos fronterizos, en la acción consciente y
constructora de proyectos de vida. Cosa muy diferente es el manipulante y
perverso discurso del miedo que se está lanzando a la sociedad hoy en día en
torno a un “choque de civilizaciones”. La confusión entre descripciones y
prescripciones en torno a categorías tan vagas y abstractas como lo son la
categoría de “civilización” o de “nación”. No hay duda de que vivimos dentro de
una atmósfera con un aire muy viciado por ideologías reduccionistas y
homogeneizantes que quieren pasar por reflejo de la realidad cuando más bien
son inductoras de visiones fanáticas y fundamentalistas mantenidas por una
visión epistemológicamente muy limitada de las cosas y de las relaciones
humanas.

La complejidad no es una ciencia, es una manera de pensar, es un modo de


acercarse a la realidad a partir de estrategias que hacen de la
multidimensionalidad y la dialógica principios insustituibles hoy. Pensar de
forma compleja implica un conocimiento del conocimiento, un conocimiento de
los modelos paradigmáticos, culturales y educacionales que dan forma al sujeto
desde la escuela. Los modelos que formatean y a su vez deforman la visión del
mundo.

En un mundo multicultural, esto es, meta-social (no existe ninguna sociedad


que tenga el primado de la razón universal, ni de las evidencias universales),
no podemos pensar desde la sociedad categorías culturales, como muy bien ha
visto A. Touraine. Es por lo que el modelo de Estado liberal es tan limitado en
sus respuestas a las demandas de derechos culturales.

El pensamiento complejo insiste en la necesidad de una pedagogía en la


complejidad de la comprensión, en la necesidad de una educación que revele
cómo muchas acciones se ejecutan en un vacío cognitivo y poco pertinente
precisamente por su simplificación y poco sentido del contexto. Dar sentido al
conocimiento implica que un sujeto sea capaz de contextualizar sus acciones
frente a los determinismos de la lógica del sistema. Ello quiere decir que el
sujeto, como muy bien ve E. Morin, haya sido educado no dentro de la
acumulación de información sino en una perspectiva en la que se le hayan
proporcionado estrategias para la construcción del conocimiento, para la
comprensión, para la relación con los otros y consigo mismo, frente a un
sistema social que siempre tiende a perpetuarse a si mismo. En ese sentido
toda educación formateadora e informativa parte de una idea errada del
método, confundiendo método y programa. Una confusión que parte de la
creencia en la existencia de una forma a priori para eliminar la incertidumbre.
Dicho de otra forma: la creencia en la constancia del medio. En cambio desde
un pensamiento complejo pensamos el método como aquello que nos sirve
para aprender y que al mismo tiempo es aprendizaje: el método es siempre un
caminar y un descubrimiento de sentido por parte del sujeto en un medio que
también se transforma.

Necesitamos hoy, con urgencia, una comunicación inter y trans-cultural que


tome como punto de partida la capacidad creativa del sujeto, la capacidad de
complejización mental del sujeto, de un sujeto que sabe que no hay posibilidad
de comunicación y diálogo multicultural si el mismo sujeto no asume que su
identidad es múltiple, incluso a veces contradictoria y por lo tanto que
reconozca a los demás sujetos su posibilidad de construcción personal en el
respeto a la libertad, en un espacio público en el que lo importante no es tanto
la perpetuación de una lógica institucional que nos conduce a una sociedad sin
hombres, reducida un puro sociologismo o a un puro economicismo. En ese
sentido es en el que cabe insertar una ética de la comprensión en la
complejidad, la diversidad y la creatividad.

Educar en la era planetaria implica apostar por la generación de seres


humanos capaces de comprender que igualdad, reconocimiento del otro y
diversidad son caras complementarias de la unidad en la diversidad.

Pensamiento complejo es tener sentido del contexto sin perder de vista lo


global para hacer significativo lo que fragmentado y separado no es más que
una mera acumulación de datos sin pertinencia. Es relacionar y articular.
Pensar de forma compleja implica no olvidar nunca que sin análisis no hay
posibilidad de conocimiento ni de esclarecimiento, pero un exceso de análisis lo
rompe todo y tampoco ayuda a esclarecer (porque lo separa todo); implica
tener en cuenta que allí donde no articulamos y organizamos instancias no hay
posibilidad de acción, o la acción deviene impertinente.

Conviene que recordemos siempre que pensamientos simplificadores redundan


en acciones simplificadoras, esto es, fomentan la barbarie.

Emanciparnos de los modos bárbaros de pensar y por lo tanto de actuar


implica asumir la radical complejidad humana. Tomar conciencia de lo que
gobierna la lógica, el discurso, los conceptos, los razonamientos: los modelos
mentales que nos aportan las “evidencias” y la “seguridad” en un mundo
incierto. La emancipación de la barbarie puede partir de la valentía en la
apertura al otro y al futuro, porque como decía E. Morin hace mucho tiempo en
su Autocrítica “lo que más resiste no es la idea fósil, sino el temor al vacío que
dejaría su desaparición”.

La innovación y la creación son hijas no del temor sino de la capacidad de


pensar la complejidad del mundo más allá del maniqueísmo y las
racionalizaciones doctrinarias. Por lo tanto quizás lo mejor que podemos hacer,
la mejor innovación, es innovar en nuestra estructura mental, en nuestro modo
de pensar.

Nota 1: Articulo publicado en la Revista TRASVERSALES. Nº 3, 2ª época.


Verano 2006, año I, pp. 32-35. ISSN 1886-1083.

Nota 2: Articulo publicado en epsys. Revista de psicología y humanidades.


2010. ISSN 2013-1879 (Español); ISSN 2013-1887 (Francés)

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