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1/28/2018 La izquierda y sus mecanismos de defensa (negación y evasión) – Otros vendrán…

Otros vendrán…
…que buenos nos harán.

La izquierda y sus mecanismos de defensa (negación


y evasión)

I. ¿AUTOCRÍTICA?

Ayer sábado, Alberto Garzón publicó un artículo para explicar las razones por las que, según él, la izquierda ya no atrae a las
“clases populares”. Dejando al margen lo impreciso de la noción ‘clase popular’, el artículo se revelaba (ironías de la vida) como un
síntoma más de esa ceguera sobre sí misma que padece la izquierda, aunque uno no sabe si es que ya no ve o si es que no
quiere mirar. Voy a ofrecer aquí cinco de sus puntos ciegos más notables; algunos de los cuales, por cierto, no los he visto indicados
antes en ningún sitio. Lo haré de modo que se relacionen entre sí como ramas salientes y simultáneas de un mismo tronco o raíz. Pero
antes veamos qué escribió exactamente Garzón.

[Si quieren saltarse el resumen, pueden ir directos al punto III].

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II. EL DIAGNÓSTICO DE GARZÓN

El artículo, bastante extenso, se estructura así: primero constata que las “clases populares” se han desvinculado de la izquierda
porque no se sienten representadas en ella. Después narra lo que sucedió en el siglo XX con los partidos de izquierdas y de qué manera
esa inercia nos ha llevado hasta el momento presente. Por último, indica algunas soluciones para recuperar la preponderancia política.
En síntesis:

a) El diagnóstico no ofrece muchas dudas porque no cuenta nada que no se sepa. No obstante, ya desde el arranque se
evidencia que Garzón no se hará a sí mismo determinadas preguntas. Le preocupa, por ejemplo, que Ciudadanos haya
ganado en los barrios obreros de Barcelona, pero no se le ocurre pensar que igual la cuestión catalana haya pesado más que la cuestión
social, hasta el punto de anular la oposición izquierda/derecha y reemplazarla por nacionalista/antinacionalista. ¿Podría darse el caso
de que a los no nacionalistas, sea cual sea su clase, no les guste la postura de Comú-Podem sobre este asunto? Además, encuentro
tan vago como inútil para su análisis el concepto de ‘clase popular’. ¿A quién se refiere y cuántas almas abarca? De

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primeras parece una categoría económica, porque habla de gente desempleada y de ingresos humildes, pero hacia el final del artículo
se vislumbra que no, que Garzón apunta más hacia las diferentes “sensibilidades” del pueblo sobre los más variopintos asuntos
inmediatos.

b) El relato político del siglo XX no destaca por su originalidad. En mi opinión, aunque no tengo espacio para desarrollarlo
aquí, le queda muy domesticado y evita algún hecho notable que hubiese convenido mencionar (y que rara vez se mencionan).
Por ejemplo, afirma que:

“(…) las predicciones de Marx y Engels sobre la polarización parecieron desvanecerse a finales del siglo XIX y, sobre todo,
tras la II Guerra Mundial. Gracias a las luchas obreras los trabajadores occidentales consiguieron hacerse copartícipes de los
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beneficios del crecimiento económico”.

Marx y Engels, analistas económicos antes que chamanes, no podían tampoco predecir la existencia de la URSS ni los millones de
muertos en Europa a causa de las dos guerras mundiales y de la gripe española: si no me salen mal las cuentas, debieron de perecer
unos noventa millones entre 1914 y 1945. Sacar a tanta gente del mercado laboral soluciona el problema del paro y
ayuda bastante a que suban los sueldos; y la existencia de la URSS obligó a los países capitalistas a competir en
protección social si no querían que las masas trabajadoras se le desplazaran hacia el comunismo. Lo digo porque Garzón tampoco
se percata de que algunas épocas relativamente plácidas de nuestra historia reciente no se han debido tan solo a una izquierda fuerte,
sino que la izquierda ha estado fuerte porque las circunstancias se lo permitían.

Da un poco lo mismo, ya que el propio Garzón rechaza una interpretación estructural cuando escribe que, en un momento dado,
“los ricos se cansaron de pagar los servicios públicos”. Expresado así se descartan explicaciones inherentemente económicas y se
descarga la responsabilidad sobre la paciencia de las clases altas: una muy burda simplificación que no explica cómo los beneficios se
estaban estancando y hacía falta ampliar mercado y multiplicar la rentabilidad como fuera.

c) Copio algunas de las conclusiones a las que llega, con ciertas observaciones mías entre corchetes:

“Lo importante, a mi juicio, es tener presente que la clase social no es solo una entidad objetiva que puede analizarse en los
estudios económicos clasificando a la sociedad a partir de distintos criterios. La clase social es también un constructo social, una
identidad, que se va construyendo en la práctica política. La clave es, entonces, cómo se construye clase social o, dicho de otra
forma, cómo se consigue unir en un mismo proyecto político a la clase trabajadora que sufre la crisis y la globalización”.

[Obsérvese que esta definición de “clase social” conjura para siempre el concepto marxista de “lucha de clases”; porque la lucha
de clases marxista se da entre intereses que chocan en una relación de dependencia mutua –como la del dueño

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del capital y su mano de obra–, pero no entre identidades subjetivas de la clase popular. Salvo que la derecha las canalice hacia el
racismo o la xenofobia, claro]

“Si las estructuras de clase han cambiado, parece evidente que los discursos políticos tienen que adaptarse a esos cambios”.
[Estos son mis principios y si no le gustan tengo otros]

“(…) si las cosas se hicieran bien, es decir, si la izquierda fuera de las clases populares y no solo se limitara a
representarla”. [Yo aquí leo: “Si la izquierda se convirtiera en sus votantes”]

“Se trata de aceptar que las subjetividades se crean sobre todo en la práctica, y que una organización que reside y está
presente en el territorio, o que directamente está situada allá donde se da un conflicto político, es la que consigue convertirse en el
instrumento de las clases populares”.

“(…) la función esencial de una organización política es convertirse en una sociedad alternativa, algo que se consigue siendo
parte del tejido social y no solo tratando de representarlo”.

Así, lo que parecía en el primer párrafo una categoría económica o social (la ‘clase popular’) se ha convertido, de manera
insospechada, en un conglomerado de “subjetividades” creadas en “la práctica”, ante las cuales la izquierda no tiene sino que
“adaptarse” para convertirse en una “sociedad alternativa”. Alguien le podría inquirir: “¿No es eso exactamente lo que ha hecho
Podemos desde sus inicios?”. Yo, más sucinto, preguntaría: “¿De qué narices estás hablando, Alberto?”.

¿Qué es una subjetividad? ¿Qué es una sociedad alternativa y cómo se forma eso? ¿Por qué la izquierda tiene que adaptarse
(o sea, someterse) a esas subjetividades indefinidas? Nos ha dejado igual que estábamos: ¿le preocupa que la izquierda pierda votos,
analiza un siglo entero de cambios socioeconómicos y la solución a tan complejo problema es adaptarse a subjetividades
para crear una sociedad alternativa?

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Me niego a seguir interpretando lo que por sí mismo no significa nada o casi nada, pero a poco que uno medite sobre ello
concluirá, quizá, que la senda señalada por Garzón aboca a la izquierda a volverse más feminista o más animalista (te adaptas mejor
a las subjetividades más definidas y organizadas que a los tristes individuos solitarios no incluidos en ningún colectivo) y a
potenciar las asambleas de barrio. ¿Acaso no ha leído Garzón al siempre atinado Esteban Hernández, al que cita
explícitamente en su artículo? ¿No ha aprendido nada de lo que este escribe?

Salvo que Garzón se refiera a otra cosa, la derecha tiene que estar frotándose las manos: la izquierda no solo
debería diluir su discurso para así agradar mejor al oyente (que es lo que está diciendo en el fondo Garzón, con una perspectiva de
vendedor de El Cortés Inglés bastante desconcertante) sino que debe crear una sociedad alternativa (al margen del poder
parlamentario, pues el propósito final es obtener más votos).

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III. EXAMINANDO LOS SÍNTOMAS

Aunque Garzón analiza todo un siglo para entender qué ha pasado con los votantes de la izquierda, cómo y en qué momento
se desencantaron, quizá no sea descabellado recurrir a un método que a algunos les sorprenderá: escuchar lo que
dicen los votantes que no quieren votar a la izquierda.

Como ya expliqué en otro artículo, los votantes pueden estar equivocadísimos en sus motivos pero no son irracionales. Nadie
vota movido por impulsos que no controla ni por subjetividades sociales misteriosas. Hasta la gente más manipulada del mundo tiene
una opinión que cree suya y que considera acertada.

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Pues bien: si hago memoria de las quejas contra la izquierda en España (aunque tengo la impresión de que se
repiten, con ciertas variaciones, en muchos países), me encuentro con unas cuantas razones para no votarla; lo de menos,
obviamente, es que sean razones consistentes.

Algunas de las más escuchadas son “no saben gestionar la economía”, “son unos resentidos y se pasan todo el día hablando
del pasado”, “están de lado del nacionalismo”, “son unos buenistas”, “se creen moralmente superiores”, “a mí me gustan sus ideas,
pero Europa no va a dejarles hacer nada”, “son unos radicales”, “están con las tonterías de género y esas cosas”, “si ganan se van a ir
todas las empresas”, “son unos populistas”, “aciertan en el diagnóstico pero su programa electoral es imposible de cumplir”, “se van a
dar contra la realidad”, “estos son igual que el resto: solo quieren el poder”.

No importa, insisto, el nivel de idiotez particular de cada afirmación, ni importa que algunas de ellas broten de la
más burda propaganda ideológica. Basta con suponerlas razones suficientes. Sé también que son frases más típicas del votante
de derechas, y que hay muchos votantes de izquierdas desengañados porque creen que la izquierda española es demasiado tibia y
habla muy poco de la lucha de clases: pero ese es un discurso verdaderamente político y teórico del que me ocuparé luego, y no un
lugar común (que es lo que ahora me interesa).

Haciendo abstracción de todas las razones, constatamos que los tópicos más negativos sobre la izquierda aluden a su
inutilidad ante los problemas económicos (ya porque no saben administrar el dinero, ya porque no saben contentar al capital privado),
a su pretensión de ser los buenos (sin rencor o con él) y, en definitiva, a su alejamiento de la realidad. Este alejamiento, o es deliberado
(prometen algo solo para alcanzar el poder), o es accidental (no se enteran de cómo funciona el mundo porque viven en el pasado o en
limbo).

Si las reducimos aún más, llegamos a tres puntos nucleares: económicamente son un peligro, están fuera de la
realidad y sus pretensiones morales sobran.

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Garzón tildaría de morralla ideológica (superestructura) a esta tríada, y diría que,


lamentablemente, la hegemonía discursiva le pertenece ahora a la derecha. Solo su artículo
ofrece el modo de combatir estas mentiras.

Pero yo encuentro muy interesante el hecho de que estos tres puntos nucleares,
combinados en diverso grado, sirvan ideológicamente para atacar con éxito a todas las
aparentes izquierdas del planeta: Maduro, Bernie Sanders, Melenchon, Tsipras, et alii. No
importa: todos pueden suponer, en determinado momento, un insensato peligro económico
para su pueblo.

¿Y acaso no llevan algo de razón quienes piensan así?

¿Han escuchado alguna vez a alguien decir que nunca votará a Unidos Podemos porque estos no saben
adaptarse a sus subjetividades de clase?

Yo tampoco.

Normal: es el tipo de observación que no harían nunca los votantes, sino los analistas de Unidos Podemos.

IV. DIAGNÓSTICO: CINCO PASOS PARA PERDER EL NORTE

Dejo de lado los preámbulos históricos. La izquierda tiene que enfrentarse con obstáculos ante los que se comporta
como si no estuvieran ahí, aunque sean de sentido común para cualquier votante, y eso tiene consecuencias profundas. Veamos el
proceso que ha seguido la izquierda, no necesariamente en orden cronológico, sino más bien de manera interconectada y dialéctica. Lo
expondremos en segunda persona para que la identificación resulte más viva:

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1- Deseas ganar las elecciones de tu país, pero los parlamentos nacionales se someten cada vez más al poder
financiero y empresarial (hasta niveles impensables para la izquierda tradicional). El famoso cambio del artículo 135 de la
Constitución Española se debió, por ejemplo, a una exigencia de la UE, que a su vez respondía a los intereses privados de la banca.

Cuanto más aumente la deuda pública (y no parece que vaya a disminuir), menos soberanía económica tendrás. Al mismo
tiempo, la competencia global te obligará a rebajar las exigencias a las empresas (tanto en impuestos como en leyes laborales) para
sostener el crecimiento económico*. Podrás, es cierto, legislar para mejorar algunas cosas locales o internas, pero en líneas generales
sabes que careces de poder para alterar el flujo del capital, y los castigos que la indisciplina causó en países como Grecia o Venezuela
están demasiado presentes en la mente de todos para no tenerlos en consideración.

Si pretendes que alguien te vote, necesitas convertir tu programa político de izquierda revolucionaria en un
texto de reformismo light, aderezado con alguna que otra medida imposible de cumplir, pero necesaria para que no te confundan
con un partido de centro, que por algo eres de izquierdas.

En todo caso, por ignorancia u omisión, no hablarás nunca de este freno absoluto a las políticas económica de tu Estado. Sigues
pronunciando la palabra “democracia” cada vez que abres la boca. “Aquí manda el pueblo”. Y te presentas a las elecciones como
si te lo creyeras.

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2- Como la senda económica te la han bloqueado, tienes que convencer al votante apelando al menos a
motivos sociales conflictivos. Combate la injusticia y la opresión, que es lo que hace la izquierda: si no puedes detener la
voracidad destructiva del capitalismo, al menos apoya al colectivo homosexual, al colectivo gitano o a cualquier otra minoría lo
bastante bien organizada en torno a una identidad común como para darte unos cientos de miles de votantes (puedes recurrir al
nacionalismo si hace falta y eres lo bastante hábil para no enfangarte: pero ten cuidado).

Lo malo de esta estrategia consiste en que, para empezar, dejas fuera a muchísima “clase popular” que no
encaja con facilidad en un colectivo; además permites que mientras tanto el poder económico siga quitándote espacio político; y, he
aquí lo mejor de todo, conviertes –sin darte ni cuenta– la política en un mercado y al votante en un consumidor
individual de opciones políticas.

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Justo la visión del mundo liberal describiendo un acto de compra cualquiera: “Yo elijo a qué colectivo pertenezco, igual qué elijo
mi colonia”.

Lo cual es un arma de doble filo, porque si la economía ya no está en tus manos, el partido empresarial de turno puede competir
contigo para seducir al colectivo gay, por ejemplo, si se anima a ser muy liberal en lo social.

3- Cuando te has convencido por fin a ti mismo de que tus votantes son colectivos repletos de individuos (porque la lucha de
clases la tienes ya perdida y te da apuro reconocerlo, o has aceptado sin más eso de que ya no hay clases porque la
gente se compra coches a plazos), cada uno de ellos aislado en su subjetividad, poco a poco te olvidas de comprender la economía
como una relación social orgánica.

Estás, en fin, aceptando el punto de vista de los economistas neoclásicos y tirando a Marx (no al
marxismo ni al comunismo: a Marx) por la ventana. No hay ya totalidad que deba analizarse y
explicarse dialécticamente. Los procesos económicos son hechos aislados y no relaciones entre
personas. En resumen: “no existe la sociedad, solo los individuos” (y sus colectivos,
claro, a los que Garzón llama en su artículo “clase” y “constructo social”).

4- El olvido de lo estructural, de que el sistema obliga a sus miembros a comportarse de un


modo determinado (incluso aunque no lo quieran) posibilita que culpes personalmente a los
políticos de derechas del mal rumbo del país. No son los mercados, ni la necesidad de
expansión constante del capital, ni la competencia con China, las causas de la crisis. Ni hablar.
Contigo gobernando todo estaría mucho mejor. De modo que ya no explicas cómo el poder del Estado
es impotente, o por qué competir significa, a la larga, empobrecerse. Lo que haces es quejarte de Mariano Rajoy Brey, con su nombre
y sus dos apellidos. Las exigencias económicas están ahí y a cualquiera le obligarían a lo mismo, pero la culpa de todo se debe a unos
señores de dudosa moral, que arruinan al país mientras roban a manos llenas.

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Como la corrupción constituye una excepción puntual de señores individuales (recuerda que no hay estructuras de
ningún tipo que favorezcan de por sí el ascenso de los avariciosos), no harás hincapié en que el robo parece más bien norma, ni en el
más que curioso hecho de que, de las cientos de exigencias severas que el FMI o la UE imponen a los países, ninguna obligue a legislar
contra la corrupción de manera explícita y dura.

El problema no estriba en la lógica de la acumulación constante del capitalismo (¡solo faltaría!) sino en los que ocupan los altos
cargos.

5- A poco que sumes dos más dos, encontrarás que, si ellos son los malos, tú eres el bueno. Por fin estás en disposición de
situarte como el elegido para guiar al pueblo a la Tierra Prometida. Si la derecha dice gestionar bien, tú gestionarás mejor; si
la derecha habla de patria, tú vas a hablar de patria mejor, etcétera. Usarás las redes sociales para pontificar sobre lo divino y sobre lo

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humano y mostrarás compromiso con las pequeñas cosas, siempre atento a denunciar la mínima opresión que vea entre la información
sesgada de tus contactos. Eso te volverá popular (aunque tus enemigos te llamarán narcisista y petulante o hipócrita: pero eso pasa
cuando uno mezcla la moral con la política).

6- Las generales no vas a ganarlas (no te van a dejar; y si ganas te da lo mismo), pero quién sabe: quizá te toca alguna alcaldía de
las gordas en las municipales. Ahí aplicarás tu talento. Gestionarás la ciudad como lo harían las derechas en el terreno
económico y con su misma lógica, pero visibilizando la política social, que por algo eres de izquierdas. Así no vas a
cambiar nada en el fondo, porque seguirás sometido a los designios del Gobierno (que podrá limitar tus presupuestos a
voluntad, gracias al artículo de la Constitución que cambió a instancias de poderes económicos privados o de dudoso control público),
pero te llamarás a ti mismo “ayuntamiento del cambio” y rezarás para que ese cambio te dure más de cuatro años.

Al final del proceso acabarás representando el papel que te habían adjudicado desde el principio tus rivales:
sometido a poderes económicos que te dominan de antemano y a los que no quieres ni mirar o mencionar, haces política de barriada
para colectivos dispersos en los que no se reconocen la mayor parte de los ciudadanos, no atiendes a ningún conflicto estructural y te
consideras moralmente superior.

¿Quién, salvo por costumbre, por honesta desesperación vital o por clientelismo de partido, podría votar a alguien así con
verdadera y realista esperanza de mejora?

V. CONCLUSIONES

Al contrario de lo que se dice por ahí, no creo que la izquierda viva en una burbuja elitista y narcisista: ¿es que las derechas viven
con los pies en la tierra y pegados al pueblo? ¿Por qué ganan entonces las elecciones? Eso no tiene fundamento, porque resulta difícil
encontrar un partido con menos sentido de lo real que el Partido Popular.

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Lo que le pasa a la izquierda es que no tiene ya discurso coherente, con lógica interna. Y se empezó a quedar sin
discurso desde el momento en que no se opuso a la lógica económica del sistema, ni denunció la falsa apariencia de
democracia allí donde, salvo en los asuntos locales, imperaba cada vez más el orden de los mercados y de las finanzas.

A partir de ese momento, por represión inconsciente o por astucia consciente, se ha negado a sí misma los dos
principios que le dieron fuerza a finales del siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX: la aspiración internacionalista y el afán
por llevar la razón humanística allá donde el capital ejercía su efecto destructivo.

Las consecuencias de rechazar la lucha económica abierta, especialmente dura tras las desregulaciones de Margaret Thatcher y
Ronald Reagan, son graves: la izquierda ha perdido la brújula y no sabe dónde está el Norte.

Solo así se explica que, entre otras muchas cosas, que Unidos Podemos se haya arrojado a la irrelevancia en Cataluña, apoyando
el “derecho a decidir” de una comunidad rica que estaba harta de la solidaridad territorial. Dentro de su lógica de intersubjetividades,
tiene sentido: la cosa olía a movimiento popular y le deben el ayuntamiento de Barcelona a muchos votos independentistas; en
consecuencia, se situaron a favor del subjetivo “derecho a decidir”. Cuando los conflictos políticos económicos se sustraen
artificialmente del ámbito económico, cualquiera de las partes lleva razón.

Tiene sentido, por lo tanto, que lo sensato, para ellos, consistiera en un “Decidid, decidid” y no en un “¡Aumentar el número de
naciones, dividir a la población, malgastar fuerza social en una lucha de castas extractivas! ¡Ni hablar! ¡Es el sistema económico el que
nos oprime, no un Estado!”, que hubiera sido una respuesta mucho más lógica desde la perspectiva marxista de la lucha de clases.
Pero, ¿cómo vas a apelar a las tensiones económicas legítimas entre empleado y empleador si ya te dejaste arrebatar la economía por
el camino?

A lo más que llegan es a polarizar infantilmente a la sociedad: los de arriba y los de abajo; los ricos y los
pobres, la casta y el pueblo, etcétera. Balas de fogueo demagógico, en realidad.

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La izquierda debería mirarse al espejo; pero no, como ha hecho Garzón, para flagelarse por su falta de sensibilidad social, sino,
como Calibán, para preguntarse en qué clase de monstruo se ha convertido si se conforma con seducir a cuatro pelagatos mientras hay
fondos de inversión privados capaces de hundir una nación en menos de 24 horas. ¿Bastarán las sonrisas para revertir el
orden que nos imponen los mercados? Lo dudo mucho.

Pero igual no vendría mal analizar los límites del poder político respecto del poder financiero antes de darse palmadas en la
espalda por haber logrado algunas jugosas alcaldías (por otro lado quizá efímeras), o por lograr una mañaba que un hagstag sea
trending topic (el fetichismo de dominar las redes sociales también ha hechizado a la izquierda: a veces olvidan que las redes son un
medio y no un fin).

Quizá en otra entrada trate el siempre tedioso asunto de las alternativas (tan fáciles de tumbar, tan abstractas),
pero ya adelanto al menos cuatro.

La primera nace de una lección impartida por la derecha: aunque la política se disfrace con mil ropajes, mientras haya capitalismo
todo queda al final sometido a lo económico. La derecha no lo olvida jamás, ni un solo segundo. Cuando coquetea con
lo social tiene siempre un ojo puesto en las cifras de sus negocios o de sus pagadores.

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La segunda, que la izquierda empiece a contarles la verdad a los votantes. Que nos miren a la cara y nos expliquen por
qué la democracia está fagocitada por los poderes privados; no que aparezcan en la televisión ofreciéndose como la panacea para todos
nuestros conflictos económicos y sociales. Igual las aguas se agitaban un poco si la gente empezase a sentir un vacío en el estómago al
percatarse de la considerable soga que tantos poderes externos incontrolables le han puesto al cuello a las naciones denominadas
democráticas. La verdad (o, por no ponernos tan metafísico: la desnuda honestidad) da fuerza y obliga a menos
piruetas dialécticas.

La tercera, pensar en un internacionalismo que comparta unos intereses comunes esenciales y sucintos, de
modo que las intersubjetividades locales deje de disgregar la acción política. Ahora mismo, por ejemplo, hay un descontento obrero en
China muy vivo y organizado. Aunque dé mucha pereza y estén lejos, lo mismo las alianzas internacionales pueden establecerse entre
todos los lugares, a semejanza de cómo la banca y los inversores mueven el dinero por el planeta a una velocidad prodigiosa.

La cuarta y última, recuperar el pensamiento Ilustrado como timón objetivo, en vez de dejarse arrastrar por las
microfísicas de la subjetividad y del relativismo. Gran parte de la izquierda ha adoptado la perspectiva neoliberal de la
educación, lo que equivale a quitarle a la cultura el suelo bajo sus pies.

Estas cuatro ideas a lo mejor no solucionan nada, pero serían un buen punto de partida para una nueva izquierda que
recogiese lo mejor de la tradicional, mientras reniega de las infamias totalitarias comunistas del siglo XX y de la
efímera e inútil socialdemocracia, que fue flor de un día porque hay torrentes que acaban por romper la presa hagas lo que hagas.

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*En contra de lo que se cree, la productividad de España no ha dejado de aumentar gracias a las medidas del gobierno. Hay quien se
sorprende, no obstante, que aunque la macroeconomía haya mejorado mucho todavía no se nota en la microeconomía. ¿Pero cómo no
va a sorprender si el aumento macroeconómico se debe a que se está extrayendo los beneficios de la

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microeconomía? Las élites salvan sus negocios a costa de explotarnos mejor, sencillamente. Lo razonable en un mundo donde lo
importante es competir produciendo más barato.

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Javier C. / 28 enero, 2018

Otros vendrán… / Blog de WordPress.com.

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