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Las guerrillas e indígenas han compartido espacio geográfico en América Latina por un largo
tiempo y sus relaciones en mayor parte están marcadas por la desconfianza y en muchas
oportunidades por franca adversidad. Durante las últimas décadas la trayectoria de estos dos
actores tomo un curso divergente, disolviendo la posibilidad de una acción conjunta.
A finales de los años setenta, luego del fracaso de las guerrillas urbanas en todo el continente, los
movimientos insurgentes redescubrieron el potencial de la zona rural e iniciaron una nueva lucha.
Por el contrario para los indígenas este periodo reflejo importantes cambios estructurales.
En los Países donde se registra la superposición entre guerrillas e indígenas fueron: Guatemala,
Nicaragua, Perú, México, Colombia.
El fracaso de esta experiencia democrática marco los principales rasgos autoritarios del sistema
político. Estas circunstancias generaron un clima favorable para el surgimiento de una guerrilla de
corte “foquista” cargada de discurso antiimperialista.
Durante la primera etapa de la lucha insurgente (1962-1967) el contacto con los indígenas fue casi
nulo, debido a que no eran una clase revolucionario y su importancia no pasaba de ser secundaria.
Algo muy diferente sucedió en la segunda etapa (1977-1987) cuyo principal rasgo fue la presencia
de la población indígena.
Las tres tendencias guerrilleras eran: EGP, ORPA Y FAR, elaboraron su propia interpretación sobre
el significado de lo étnico en el conflicto guatemalteco que, a pesar de sus matices, no ocultaba en
el mejor de los caso la intención de “incorporar” los pueblos indígenas del proyecto
revolucionario, por la vía de la asimilación.
Tanto la población indígena como las guerrillas seguían a finales de los años setenta cursos
paralelos. El mundo indígena protagonizo un vigoroso proceso de modernización que acompaño el
despliegue económico de las comunidades y altiplanos y que se sustento en la colonización
soportada de una tupida red de cooperativas agrarias, que contaron con el acompañamiento de
sectores progresistas de la iglesia católica.
En la práctica Nicaragua estaba dividida en dos regiones, separada por claras diferencias
lingüísticas y culturales, reforzadas por las influencias económicas, políticas y culturales por la
influencia que desde el periodo colonial desplegaron los ingleses. La diferencia llego a ser tan
marcada, que para la mayor parte de los pobladores nativos de esta región, Miskitos, Sumos,
Rama Y Creoles, en su mayoría de habla inglesa, el resto de la población nicaragüense
habitaban la costa pacífica, a los que denominaban “los españoles”.
El sandinismo se aproximaba a la costa atlántica con una visión marcada por la ortodoxia
revolucionaria, que lo lleva a interpretar el problema étnico en términos de subdesarrollo.
La región entera fue considerada como el mejor ejemplo del atraso que había que superar.
Para ello la régimen revolucionario puso en marcha diversos mecanismos de movilización
como CDS, ATC, AMLAE. Estos mecanismos de movilización fueron acompañas por el
trasplante de organismos gubernamentales fuertemente centralizados.
Las tensiones entre el sandinismo y la dirigencia misquita aflorarían pocos meses después
frente a la cruzada nacional de alfabetización de 1980, que no ocultaron su propósito
integrado y homogeneizador, tanto en lo cultural como en lo político.
La guerra ocurrió entre 1981 a 1984, que se encargaría de suplir el espacio político y reafirmar
las identidades. Para los sandinistas la población local estaba directa o indirectamente
vinculada con los enemigos de la revolución. Para las comunidades locales los Sandinistas eran
el enemigo.
A finales de 1984 el gobierno sandinista reconoció sus errores frente a las demandas de la
población indígena de la costa Atlántica y decidió rectificar su política ofreciendo una amnistía
general y proponiendo un acuerdo regional. El Estatuto Autónomo fue la pieza clave de esta
estrategia de reconciliación.
Los símbolos que con mayor fuerza identifican a la sociedad mexicana son su glorioso pasado
indígena y la herencia de la Revolución Mexicana. El indígena en México es objeto de culto y
discriminación. A partir de los años 40, con la creación del Instituto nacional indigenista, se
institucionaliza en México el “indigenismo”.
El movimiento indígena ha sido, el único actor social que en las últimas dos décadas tuvo la
capacidad de movilizarse en contra de los actores armados sumiendo riesgos enormes.
Las farc para referirnos al caso que presenta mayores niveles de crecimiento aprovecharon la
coyuntura excepcional de los años ochenta para replantear su proyecto estratégico, lo que les
permitió triplicar su fuerza entre 1980 y 1996.
Las relaciones entre diferentes grupos armados y las comunidades indígenas han desarrollado
múltiples escenarios territoriales, debido a la dispersión de la población indígena, cuyo
asentamiento corresponde en general a zonas de baja presencia estatal o de frontera agrícola.