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¡AVE, CRISTO!
EPISODIOS DE LA HISTORIA
DEL CRISTIANISMO EN EL SIGLO III
ÍNDICE
PRIMERA PARTE
I -. Preparando caminos.................................................... 5
II -. Corazones en lucha ................................................... 23
III -. Compromiso del corazón ........................................... 49
IV -. Aventura de mujer...................................................... 83
V -. Reencuentro ............................................................ 105
VI -. En el camino redentor.............................................. 136
VII -. Martirio y amor ......................................................... 168
SEGUNDA PARTE
¡AVE, CRISTO!
EMMANUEL
Pedro Leopoldo, 18 de abril de 1953.
5 ¡AVE, CRISTO!
PRIMERA PARTE
Preparando caminos
Casi doscientos años de Cristianismo comenzaban
a modificar el paisaje del mundo.
Desde Nerón a los Antoninos, las persecuciones a
los cristianos se habían recrudecido. Triunfantemente
asentada sobre las siete colinas, Roma proseguía
dictando el destino de los pueblos, con la fuerza de las
armas, alimentando la guerra contra los principios del
Nazareno, pero el Evangelio caminaba siempre, por todo
el Imperio, construyendo el espíritu de la Nueva Era.
Si en la organización terrestre la Humanidad se
desdoblaba en movimiento intenso, en el trabajo de la
transformación ideológica, el servicio en los planos
superiores alcanzaba puntos culminantes.
Presididas por los apóstoles del Divino Maestro,
todos entonces en la vida espiritual, las obras del
levantamiento humano se multiplicaban en varios
sectores.
Jesús volvió al trono resplandeciente de la sabiduría
y del amor, desde donde legisla para todas las criaturas
terrenas, pero los continuadores de su ministerio, entre
los hombres encarnados, cual enjambre creciente de
abejas de la renovación, proseguían activos, preparado
el suelo de los corazones para el Reino de Dios.
Mientras que ejércitos compactos de cristianos
desaparecían en las hogueras y en las cruces, en los
suplicios interminables o en las mandíbulas de las fieras,
6 ¡AVE, CRISTO!
II
Corazones en lucha
(5) Persona pobre, entre los antiguos romanos, que se valía de los favores de un
amigo rico. – (Nota del Autor espiritual)
36 ¡AVE, CRISTO!
III
IV
Aventura de mujer
Reencuentro
¡Compañero!
¡Compañero!
En la senda que te conduce,
Que el Cielo te conceda la vida
Las bendiciones de la Eterna Luz…
¡Compañero!
¡Compañero!
Recibe por saludos
Nuestras flores de alegría
En el fondo del corazón…
VI
En el camino redentor
VII
Martirio y amor
¡Compañero!
¡Compañero!
¡En la senda que te conduce,
Que el Cielo te conceda la vida
Las bendiciones de la Eterna Luz!...
¡Compañero!
¡Compañero!
Recibe por salutación
Nuestras flores de alegría
En el vaso del corazón.
SEGUNDA PARTE
I
Pruebas y luchas
II
Sueños y aflicciones
III
Almas en sombra
No lejos de las Termas de Trajano, en pleno
corazón de la antigua Roma, vamos a encontrar una
soberbia villa en fiesta.
La matrona Julia Cembria recibe a los amigos en la
intimidad.
El aire del ambiente está embalsamado de
caprichoso aroma.
Excelentes danzarinas, al son de las músicas
envolventes, ejecutan en el centro del caprichoso jardín
bailes extraños y eróticos que los convidados, a lo largo
de plantas verdes y floridas, acompañan con lascivia y
encantamiento.
La anfitriona era viuda del famoso jefe militar que,
muriendo en las campañas de Maximino, le había legado
mucho dinero, muchos esclavos y la villa palacio, donde
el esposo fallecido tenia el placer de cultivar plantas y
flores del Oriente. El recinto, por eso mismo, obedecía al
más fino buen gusto. Entre largos macizos de flores bien
trazados, bajo la forma de “lunas crecientes”, arbustos,
fuentes y bancos de mármol trazaban cuadros de regia
belleza.
La viuda sin hijos parecía interesada en vengarse
de la Naturaleza que, impiadosa, comenzaba arrugarle el
rostro, y luchaba por conservar la juventud en placeres
bien pagados, rodeándose de jóvenes gozadores de la
vida, tal vez para consolidar en los otros la impresión de
238 ¡AVE, CRISTO!
IV
Sacrificio
No se demoraría.
Ya que la jornada se imponía, inaplazable, partiría
en el día siguiente, con el propósito de satisfacer apenas
las obligaciones estrictamente necesarias.
Que ella no temiese. Pretendía estudiar con la
esposa una separación honrosa. Aunque no pudiesen
disfrutar, Livia y él de la ventura nupcial, deseaba
consagrarse al bienestar de ella y de Basilio, a quien
estimaba como padre.
Un sitio apacible en las proximidades era el ideal
del momento.
Estaba convencido de que Helena, después que se
realizase el casamiento de Lucila, en el caso de que la
enferma consiguiese recuperarse, preferiría el mundo
romano, en compañía de Teódulo, en vez de con él,
Taciano se hallaba decidido a modificar la propia
situación en la familia.
Restituiría, entonces, la propiedad al suegro y se
iría por Blandina hacia algún lugar en que pudiesen vivir
todos juntos.
Se sentía joven, robusto.
Podía trabajar con más intensidad.
Nunca perdió la brillante forma física, en razón de
los ejercicios a que se devotaba con los esclavos de su
casa, algunos de ellos excelentes gladiadores.
¿Por qué temer al futuro, cuando todo le favorecía
los deseos?
Mientras Lívia le señalaba los planes, desalentada,
Blandina seguía la conversación, con los ojos
fulgurantes, asegurando que ninguna fuerza conseguiría
contrariar las afirmaciones paternas.
Abrazos y palabras afectuosas fueron
intercambiadas.
267 ¡AVE, CRISTO!
EXPIACIÓN
El regreso de Taciano y de la hija a Lión se realizó
en una mañana radiante de luz.
Informado por el suegro, cuya presencia soportó
con dificultad, de que los médicos habían recomendado
el retorno de Lucila, con urgencia, al clima provinciano,
resolvió retomar sin tardanza el camino al hogar.
La vuelta, con todo, se demoró, en razón de los
vientos contrarios que engrosaban el Mediterráneo.
Nuestros viajantes se entristecieron con la demora,
estaban ansiosos por la recuperación de la paz en el
campo.
El patricio se sentía más tranquilo, acerca de la hija
enferma. Si la esposa deliberara efectuar el viaje, por
consejo de los facultativos, semejante medida era buena
señal de que la enferma no estaría en condiciones tan
precarias como se suponía.
Cierto, Lucila se restablecería tranquilamente en la
Villa Veturio. La familia no sufriría golpes de mayor
importancia.
Por ese motivo, se dejaba llevar por un deseo
único: volver a ver al viejo filósofo y a la hija, cuyos
afectos eran bendecidos estímulos para levantarle las
fuerzas para vivir.
Él y Blandina pasaban largas horas conversando
sobre música o proyectando excursiones campestres, en
la expectativa del largo y venturoso abrazo de la vuelta…
334 ¡AVE, CRISTO!
Nacida en la eternidad,
Sois jardines de la inmensidad,
Suspendidos en el azul del cielo.
Di consuelo al peregrino,
Que sigue a la merced de la suerte,
Sin techo, sin paz, sin norte,
Torturado, sufriente…
Templos del Sol infinito,
Abrir a la Humanidad
La bendición de la Divinidad
En las bendiciones de vuestro amor.
VI
Soledad y reajuste
VII
Fin de la lucha
Y acentuó:
- ¡Alegrémonos!... Quien vive en el Evangelio
encuentra la Divina Alegría… ¡De los millones de
llamados en este siglo, nosotros fuimos de los escogidos!
¡Alabemos la gloria de morir a la manera del óleo que se
quema en la mecha para que la luz resplandezca! ¡Los
árboles más nobles son reservados para la formación
del pomar, el mármol más puro es destinado por el artista
a la obra prima!...
En un arrobo del alma, observó:
- ¡Los granos más sanos de la fe viva se
transforman, en los dientes de las fieras, en blanca
harina para que no falte el pan de la gracia en la mesa de
las criaturas!... Crezca en nosotros la esperanza, pues
está escrito: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la
corona de la vida”. (22)
Aquellas anotaciones provocaron una radiante
floración de felicidad en todos los semblantes.
La asamblea andrajosa y extática parecía tomada
de infinita ventura.
Érato, levantando el ánimo de Celso con sus
palabras de coraje, erguía la voz, asociándose a los
cánticos de regocijo.
Taciano, silencioso, preguntaba a sí mismo, por qué
motivo fue traído al testimonio de los cristianos, cuando
en verdad, nunca aceptara sus compromisos…
¿Qué irresistible destino le arrebataba, así, para
aquel Cristo del que siempre huyó, deliberadamente?
¿Por qué se enredó con los “galileos” de tal suerte que
no le quedaba otra alternativa sino la de comulgar con
ellos en el sacrificio? ¿Por qué decisión de los inmortales
se encariñó tanto a Quinto Celso que, en el fondo, era un
(22) Apocalipsis, 2:10. – (Nota del Autor espiritual.)
416 ¡AVE, CRISTO!
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