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Comentario a Vida de Antonio Ruiz de Montoya

del Padre José Luis Rouillón Arróspide, S.J.


Luis Torrejón.

A lo largo de siete capítulos y algo más de un centenar de páginas, el padre


Rouillón nos acerca, de manera creativa, rigurosa, precisa y con gran afecto, al
itinerario vital de Antonio Ruiz de Montoya. Un limeño nacido en 1585, que
luego de una temprana juventud disoluta y una conversión milagrosa,
terminará realizando una gran obra de amor humano: Las misiones del
Paraguay.

Tratar de explicar la compleja obra de las reducciones jesuitas y al hombre que


las impulsó, es una tarea difícil, pero que la historia nos enseña a abordar
buscando las grandes tendencias y conflictos que configuran una época y que
los hombres terminan encarnando.

Ruiz de Montoya nace a fines del siglo XVI y muere a mediados del XVII.
Son tiempos de profunda renovación, cuyo signo más importante y visible es
el nacimiento de la modernidad. Aquella modernidad de la cual todavía somos
tributarios y que los textos de historia nos recuerdan sus inicios a través de
algunas fechas y hechos: 1453, los turcos toman Constantinopla; 1492, se
expulsa a los moros de Granada finalizando la reconquista ibérica; 1492, el
descubrimiento de América; 1517, las 95 tesis de Martín Lutero.

El denominador común que estas fechas nos señalan y que va a constituir una
de las experiencias centrales de la modernidad, es el descubrimiento del
OTRO. Un Otro diferente, diverso y en ocasiones antagónico. Las primeras
respuestas ante este nuevo interlocutor, este prójimo diríamos hoy, tendrán el
sello de la exclusión: la conquista, la expulsión, la satanización, el castigo, el
exterminio, serán prácticas recurrentes.

Si bien una de las dimensiones de la modernidad es el descubrimiento del otro,


una segunda planteará la renovación del acercamiento al mundo sensible a
través de un nuevo pensamiento: el renacentista. Este buscará en la tradición
grecorromana los arquetipos que le permitan la escala humana que sus
necesidades de comprensión exigían. Los resultados fueron asombrosos: las
bases del método científico, la vasta obra humanista, un nuevo espacio
plástico.
Sin embargo, la nueva aproximación al mundo y el conocimiento que
generaba, va a verse enfrentado a la concepción religiosa heredada del
medioevo. Muchas de las guerras y miserias que Europa experimentará
durante los siglo XVI y XVII, tiene explicación en la falta de una concepción
que reconcilie la experiencia religiosa y espiritual del hombre, con el
conocimiento fáctico del mundo que empezaba a producir.

La problemática planteada por la modernidad encontrará sus primeras


respuestas desde la iglesia y el pensamiento humanista. Frente al
descubrimiento del OTRO y su exclusión, la iglesia iniciará, a través de las
diferentes ordenes religiosas, la obra evangelizadora en todo el mundo
recientemente descubierto. Y frente a los logros del conocimiento mundano, el
humanismo va a proponer la dimensión de Utopía como eje de la
espiritualidad moderna.

Y es aquí donde emerge la figura de San Ignacio de Loyola como síntesis de


las reflexiones de su tiempo, a la luz de una espiritualidad que renovó de las
tradiciones heredadas de la religiosidad medieval. El proyecto de su vida fue
la Compañía, obra en gran parte explicable a través de la nueva espiritualidad
planteada en los Ejercicios Espirituales; el objetivo, la difusión de la fe
católica; y uno de los medios más acabados, las misiones.

Arribar a la propuesta ignaciana de las misiones, nos reencuentra con Antonio


Ruiz de Montoya. El supo encarnar, desde el nuevo mundo, un proyecto que
incorpora al OTRO en una comunidad de igualdad; que brinda una
organización colectiva capaz de generar bienestar ; y donde se vive la fe con
intensa religiosidad.

Las misiones constituirán el testimonio de una modernidad impulsora de una


utopía posible, como señala el padre Marzal, y de la mano de una religiosidad
profunda.

El texto del padre Rouillón es una generosa invitación, en estos tiempos de


cuestionamientos a la modernidad y neoliberalismo, a redescubrir esta utopía
que los misioneros de la Compañía de Jesús emprendieron, “apoyados en su
bastón coronado por la cruz ..(y).. con el breviario bajo el brazo”, buscando
inventar el reino de Dios en este mundo.

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