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Arte en el África sudsahariana: Culturas

Nok, Ifé y Reino de Benin.

Las dificultades de la historia africana se advierten en


cuanto se observan sus realidades geofísicas.
Durante mucho tiempo no se consideró al continente
africano como una entidad histórica, ya que se solía
presentar el Sahara como un espacio impenetrable que imposibilitaba la
mezcla de etnias, pueblos, creencias, ideas y costumbres. Se trazaban
fronteras infranqueables entre las civilizaciones del antiguo Egipto y las del
“África Negra”. Con el paso del tiempo esta concepción fue cambiando.

Lo que se ha convenido en llamar arte no hay que considerarlo sino como un


fenómeno europeo transitorio, signo de un período limitado de la historia
mundial del arte. Las obras que admiramos son hijas de una multiplicidad de
circunstancias, materiales e imaginarias a la vez. Esas obras son, en primer
lugar, creaciones visuales, pero también son creaciones necesarias para el
equilibrio de la sociedad. Con demasiada frecuencia las artes del África
Subsahariana solo se conocieron y celebraron a través de las esculturas en
madera, y sin embargo, la arquitectura, la metalurgia, la pintura, la escultura en
piedra o en marfil, la cerámica, el tejido, la cestería, las artes corporales,
ofrecen en cada aldea las pruebas más convincentes de la vocación estética
original de los diversos pueblos.

Dentro de algunas normas técnicas generalizadas, toda la originalidad y la


habilidad de los artistas y de los talleres se manifiestan en las reglas de vida
propias de cada pueblo. La historia de los bronces nigerianos nos enseña que
son muy complejas las relaciones que se establecían entre los grandes estados
de la época del florecimiento del reino Ifé, y después, durante el período
caracterizado por la influencia del reino de Benin.

África se hallaba situada entre las dos culturas de bronce más antiguas y
destacadas del gran foco cultural mediterráneo y en constante relación con
ellas. El continente había constituido inicialmente una unidad, pero esta quedó
rota al desaparecer el agua del Sahara.

Desde los tiempos más remotos amplias corrientes de culturas se extendieron


desde Asia al interior de África. Por el estrecho de Bab-el-Mandeb se vierten
poderosas oleadas que llegan hasta el lago Tschad. Una larga serie de
inmigraciones de pueblos han contribuido entonces a la cultura y arte africano.

En las representaciones de la figura humana de los pueblos primitivos


observamos siempre que el origen de la escultura fue la máscara. Su creencia,
un culto a los antepasados, que constantemente se revela en el arte de las
máscaras y figuras de muertos. Las máscaras en este culto a los muertos,
tienen el papel principal, y, por consiguiente, no se las puede considerar sólo
desde el punto de vista estético, sino que allí, como en el resto del mundo
cumplen una misión religiosa.

El culto no solamente se manifiesta en máscaras, sino que hay pueblos enteros


en los cuales todos los objetos de uso cotidiano están adornados como figuras.
Ligado a esto se reproducen también animales; porque además del culto a los
antepasados, el totemismo es una de las formas de culto más antiguas del
mundo. En el totemismo, el hombre se siente semejante al animal, y ve en
dicho animal muchas y diversas fuerzas.

La civilización africana crea un arte inagotable cuyo origen está en su profunda


religiosidad. Este arte es menospreciado muy injustamente por el hombre
moderno, al considerar la historia del arte limitándose al estudio de los pueblos
civilizados.

Los relatos transmitidos principalmente por vía oral son un recurso del que no
puede prescindir el historiador. Por más de que su valor pueda parecer incierto
o falso, no puede pasarse sin su auxilio. Una tradición puede llegar a ser
conservada durante siglos.
En África, las castas profesionales suelen ser consideradas “memoria social”
del grupo y son quienes suelen encargarse de transmitir de generación en
generación algunas de estas tradiciones.

Podemos destacar de la escultura africana las proporciones al representar los


cuerpos. La cabeza suele ser desproporcionalmente más grande que el cuerpo.
Estas proporciones están establecidas con anterioridad (canon) y son
intencionales, por tanto, no se deben a la falta de habilidad.

El optimismo innato del hombre negro ha contagiado y contribuido a extender


las costumbres y actitudes que llenan nuestro mundo actual de una bulliciosa
alegría.

La cultura Nok (500 a.C. – 200 d.C.). Se localizaba


en la actual Nigeria, podríamos decir que es la cultura
más antigua del África negra. En 1943 se descubren
en las minas de Estaño cabezas de arcilla, reuniendo
así más de 50 piezas. Una de estas se encuentra en el
Museo de Lagos (Portugal).

Los habitantes de Nok fueron agricultores, alfareros y


usaron también los metales. Se destacan sus figuras
de terracota, material que tenía la ventaja de poder ser moldeada con las
manos sin necesidad de útiles, algunas obras eran secadas al sol mientras que
otras se cocían en las cenizas de un horno abierto a temperaturas muy altas.
Muchas de las estatuillas o figurillas de arcilla son huecas. Las cabezas de
terracota siguen un patrón o determinadas características que las distinguen de
otras culturas: los ojos destacan por su importancia y curvaturas, las cejas
contrarrestan la curvatura del párpado inferior, la pupila se encuentra
profundamente hundida al igual que los agujeros de la nariz, orejas y en
ocasiones también la boca, los labios suelen ser muy marcados, muchas veces
alcanzando casi a la base de la nariz y las orejas suelen verse situadas muy
atrás.

Las obras son muy expresivas, no utilizan las proporciones reales, es decir, no
son obras naturalistas. Aun así, la expresión del conjunto es muy viva y aún
más cuando el peinado es reproducido fielmente. Los habitantes de Nok tenían
gusto por los adornos. En el primer milenio de nuestra era el arte de Nok entra
en declive.

La cultura Ifé (XI al XV/XVI d.C.). También ubicada en Nigeria. Fue capital
política y religiosa de los yoruba. Se encuentran cabezas de terracota y metal
(latón y cobre) de uso funerario. Practicaban el comercio de aceites de palma,
marfil, esclavos y pimienta. A pesar de las pequeñas muestras encontradas por
Leo Frobenius en 1910, no es hasta 1938 cuando se descubren las obras de
mayor importancia.

Los yoruba le atribuyen a Ifé un origen mitológico. Se encontraron numerosas


figuras de terracota y unas treinta estatuas de metal aproximadamente (latón o
cobre fundido). Dada la suavidad de los rasgos es difícil distinguir figuras
femeninas de masculinas, a menudo, el rostro suele ser cubierto por líneas
paralelas que llegan desde el mentón hasta la frente. En los trabajos de arcilla
encontramos una diferencia con la cultura de Nok ya que los rostros son
naturalistas. En cambio, el torso y el cuerpo no. La pupila no se encuentra
marcada ni perforada, la mirada pareciese extenderse hacia el infinito. El
peinado es siempre representado de forma muy cuidadosa.

Las cabezas de bronce presentaban los mismos caracteres. A su vez, poseían


un agujero a la altura del cuello que revela que se trata de piezas fijadas
encima de cuerpos de madera, usados para ceremonias. Destacamos las
cabezas de Oni y su esposa, y el torso del Rey (hechos en cobre). En el siglo
XVI el arte en bronce presenta un declive debido a la dificultad del
aprovisionamiento del metal.

Reino de Benin (Siglo XIII a 1897). Su ciudad se encontraba protegida por


marismas y empalizadas. El palacio era de madera y hojas de palma, sus
columnas eran cubiertas con planchas de bronce con escenas de la corte.

En medio de unas tribus negras primitivas dedicadas a la agricultura, surge no


solo una escultura de madera y una pintura muy notable, sino una fundición
que revela un dominio perfecto de la técnica del bronce. Según la tradición un
hijo del Oba aprendió el uso de los metales de Ifé en el siglo XIII. Trabajaron el
bronce y el marfil con la finalidad de rodear al rey de un marco adecuado que
resaltase su prestigio.

La técnica utilizada para dominar el bronce se denomina “cera perdida”. Tal


procedimiento consiste en lo siguiente: La obrase ejecuta modelando una capa
de cera vertida sobre un núcleo de tierra refractaria o arcilla, y luego se cubre la
cera modelada con otra capa de arcilla. Después de fijar esta última al núcleo
por medio de agujas, se funde la cera y el espacio hueco así resultante se llena
de bronce líquido, después de lo cual la arcilla ha cumplido su fin y se rompe.
La fundición en bruto es luego trabajada con el punzón y el cincel, puliéndola
muy finamente, y así se logran excelentes obras de arte.

Hasta el año 1897 se ignoró la existencia de este arte. Durante más de cien
años ningún europeo visitó Benin a excepción de Richard Burton. En aquella
época reinaba en Benin el más terrible canibalismo. La sangre humana que
teñía no solamente los bronces y marfiles, sino también las murallas de la
terrible ciudad, no manifestaba únicamente la crueldad de Benin y su régimen
inhumano. En una casa destinada al almacén de provisiones se encontraron
enterrados los más espléndidos platos de bronce y colmillos de elefantes
maravillosamente cincelados. Todo este tesoro aparecía medio destruido y
olvidado, mientras que los objetos de uso más reciente no estaban
artísticamente trabajados. De ahí se deduce que se trataba de un arte más
antiguo, que aquel pueblo, ya degenerado, no estimaba. Lo que los ingleses
destruyeron en 1897 no era ya más que algo así como una cáscara vacía de la
que hacía mucho había desaparecido el arte antaño cultivado.

Existieron antiguas relaciones históricas entre los dos países vecinos, como se
ve en el hecho de que, según la tradición, los reyes de Benin eran oriundos de
Joruba, cosa que se manifiesta claramente en el arte por la perfecta identidad
de temas y de símbolos.

El arte de Benin, como el de toda la Guinea Superior, es el resto de una


antigua cultura olvidada, de la famosa cultura atlántica, cuyo arte, según el
criterio de Frobenius, se ha degenerado y se ha recluido en los pueblos negros.
El apoyo de esta opinión dice que las cabezas halladas en las excavaciones de
Joruba corresponden al 500 a.C. aproximadamente. Cabe decir de todas
formas que el arte más antiguo de este pueblo no puede ser más remoto.

Las cabezas de Oba eran originalmente colocadas en los altares de los


antepasados. La superficie de los rostros representados era lisa y tersa
creando una expresión armoniosa y joven, la mirada se encontraba fija,
reflejando así seguridad y poder. Los soberanos llevaban símbolos de su
soberanía.

Imágenes de animales aparecen sobre todo tipo de objetos, estos participaban


del simbolismo del poder del Oba. Las criaturas semiacuáticas, como la
serpiente y el cocodrilo eran privilegiadas. También hacen uso de peces, ranas
y pájaros. El gran éxito de todos los escultores fue el “Leopardo” de bronce o
marfil, este era símbolo de la omnipotencia y el poder. Tan solo el soberano y
sus cazadores tenían permitido matar a un leopardo y siempre se hacía a modo
de sacrificio. En el museo británico se encuentran dos trabajados en marfil de
aproximadamente 80 centímetros, sus manchas son discos de cobre.

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