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Este texto se escribió para el XXXVIIIvo Coloquio del Taller del Discurso Analítico
titulado El discurso analítico: Un lugar para el deseo (20 años del taller del discurtrso
analítico) celebrado el 9 y 10 de diciembre de 2016 en el Museo de Las Américas, en el
Viejo San Juan.
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Tengase en mente que los libros de texto son el principal medio de enseñanza – y por
consecuencia - de generación de concenso dentro de la disciplina.
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Cualquier estudio serio del desarrollo, si bien entiende que el organismo puede tener un
ritmo metabólico u ontogenético potencial, reconoce que hay un sin fin de variable, desde
el desarrollo en términos de patrones o moldes4?; sirviéndome del discurso analítico
solo cuestiono: ¿Y qué del deseo?
La pregunta puede sonar extraña, ¿qué tiene que ver el deseo con el
desarrollo? O más aún, ¿por qué le debe interesar a la psicología? Algunos científicos
dirán “¡eso déjenselo a la filosofía que tanto les gusta!”. Sin embargo, desde la
publicación, en 1900, de la Interpretación de los sueños, la psicología fue avisada.
En ella Freud planteó claramente y contundentemente la relación indisociable que
existe entre deseo y psiquismo. Veamos.
Luego de haber descifrado que los sueños son, por regla general,
cumplimientos de deseo Freud reflexiona sobre las implicaciones de su
descubrimiento: ¿por qué, mientras dormimos, de todas las cosas posibles que
pudiera hacer, el aparato psíquico no hace otra cosa que soñar, es decir, desear?
Responder a esta pregunta lo lleva a indagar sobre los fundamento y estructura del
psiquismo humano. Para Freud, el aparato psíquico funciona como un aparato
reflejo que busca bajar la excitación, intentando estar y permanecer exento de
estímulos (Freud, 1900, p. 557). Sin embargo, lo que Freud llama el “apremio de
vida”, perturba esta función del aparato psíquico, que de lograrse completamente
implicaría la muerte. Sin embargo, como este apremio, se expresa como “grandes
necesidades corporales” que actúan de manera continua (kontant kraft) la única
manera de lograr aminorar esa intensidad inescapable es encontrar una “ vivencia
de satisfacción que cancel[e] el estímulo interno” (Idem). Para Freud el deseo es
una moción, que surge de esta experiencia mítica y busca “restablecer la situación
de la satisfacción primera”.
Un recorrido por los libros de textos más utilizados nos ofrece una respuesta
contundente. Al revisar los índices generales, índices temáticos y glosarios en busca
del término deseo o algún sustituto equivalente no se encontró ninguna entrada o
sección que lo discuta. Ni Craig (1996), ni Shaffer (2000), ni Lefrançois (2001) ni
John (2006), ni Papalia (2012), ni Feldman (2008) mencionan por ningún lado el
deseo. Solamente en “Lifespan development” de Santrock (2015) se encontró una
entrada sobre “deseos”6. Al indagar, la entrada tiene que ver con el “Theory of
mind” de los niños. Es decir, de cómo a los 2 o 3 años estos comienzan a tener la
capacidad de atribuir deseos y creencias a ellos mismos, a otros, y luego a
comprender que estos pueden entrar en conlfictos. De más está decir que no se
encuentra remotamente cerca del lugar privilegiado que debíamos esperar. Una
revisión más minuciosa reveló que ni siquiera en las secciones que hablan sobre la
teoría psicoanalítica se elabora sobre el deseo. Términos como instinto, oral, anal,
fálica, latencia, genital, yo, superyó, ello, frustración, represión, negación, angustia y
defensa aparecen sin mención alguna del deseo. La única mención, inevitable y
pasajera, es la del deseo incestuoso al señalar el complejo de Edipo . Allí no se pudo
extirpar el deseo, sería el colmo, ¿cómo hablar del Edipo sin el deseo? ¡Imposible!
Parecería que el deseo está excluido del campo del desarrollo humano. Tanto
de la vertiente cognoscitiva, física, como socio-emocional o de personalidad7.
Alguien perceptivo podrá reprochar que lleguemos a estas conclusiones utilizando
solo libros de texto. En estos el espacio es reducido y no se profundiza tanto. De
seguro trabajos originales de los autores tendrán otro resultado. Sin embargo, esta
objeción, tan aparentemente válida, se desvanece en el aire. Un recorrido por
autores fundamentales como Piaget, Vygotski, Bowlby y hasta Erikson 8 muestra que
el deseo no aparece, y en su lugar emergen instintos o tendencia “orgánic”s" o
6
Desires- el texto es en ingles.
7
Estas son las tres áreas en las que usualmente se divide el desarrollo humano.
8
Las diferencias entre estos autores y la postura analítica centrada en el deseo no tiene
cabida en esta exposición. Pero merece ser llevado a cabo.
“naturales” –adaptativas o teleológicas - que nada tienen que ver con los “rodeos
psíquicos” o el “empuje continuo” planteado por Freud, y tan evidentes para aquel
que esté dispuesto a verlos.
En 1945 René Spitz publica una serie de artículos con los resultados de sus
investigaciones hechas en dos instituciones para infantes. El interés de Spitz era
echar luz sobre los fenómenos de marasmo9 y muerte en las instituciones de cuido
infantes, especialmente durante el primer año de vida. Su justificación: El índice de
moralitad de 71.5% en grandes orfanatos (foundlings) alemanes de principio de
siglo; índices de mortalidad entre 31.7% hasta 75% entre el primer y el segundo año
de vida en asilos en EEUU en 1915; y registros de 90% de mortalidad infantil en
instituciones de Baltimore para esa misma fecha, entre otros. El fenómeno no era la
excepción.
¿Cómo explica Spitz lo que ocurre? ¿Qué detiene el desarrollo del niño?
¿Acaso el hablar de psicogénesis implica que tomará en cuenta el deseo?
Para Spitz, el desarrollo del niño tiene dos factores: 1) los congénitos y, 2) el
ambiente, que para el infante se resume en la madre o su sustituto. Entre el niño y la
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Suspensión, paralización, inmovilidad, en lo moral o en lo físico. (rae. es)
Durante su primer año, este niño, sin capacidad de acción psíquica tiene a su
madre como pareja que lo estimula motriz y lingüísticamente. Sin embargo, más que
la estimulación que pueda o no haber, Spitz plantea que lo primordial es la actitud
afectiva de la madre, y cómo esto incide en el niño. Según él, los bebés son más
perceptivos al afecto que los niños o los adultos. Incluso escribe: “[D]urante los tres
primeros meses las experiencias se limitan al afecto” (Spitz, 1972, p. 26). Esto quiere
decir que será ese juego de comunicación afectiva entre el niño y su madre,
timoneado por la actitud afectiva de la madre lo que “sirva de orientación al
lactante” (Idem). Para Spitz el producto de esta conjugación de afectos es el
“moldeo” del niño. Esto quiere decir, que la madre dirigirá al niño de acuerdo a sus
acciones, precauciones, actitudes y, dice Spitz, ...¡deseos!11
A pesar de que fui muy parco al hablar del deseo en Freud, reduciéndolo a la
búsqueda de esa satisfacción “primera” (mítica) cualquier lector de Freud sabe que
sus elaboraciones sobre el deseo son muchísimas y preñadas de consecuencias.
Tomemos esa experiencia de satisfacción, que parece tan individual, y lejana a la
experiencia de Spitz ¿Acaso en Freud, esa dialéctica de la satisfacción, no está ligada
al desamparo originario y a cómo la madre viene a mediar entre el niño, su cuerpo,
su psiquismo, la vida y la muerte? Es decir, ¿Acaso en Freud esa experiencia de
satisfacción, y sus paradojas, no requieren de un deseo previo?
Aunque no sea una práctica común, toda la obra de Freud puede leerse en
clave de los descubrimientos que obtiene Freud en la clínica sobre deseo y sus
mutaciones12. Hay quien podría decir, sobre su “desarrollo”. Por ejemplo, ¿acaso sus
elaboraciones sobre el narcisismo no plantean una mutación del deseo en la cual el
sujeto intenta coagular el deseo tomándose o haciéndose pasar como objeto? O
¿Acaso el narcisismo primario –His majesty the baby- no marca, precisamente, esa
bisagra entre el deseo de los padres y el deseo del niño? ¿Qué decir del Edipo?
¿Acaso ese complejo no es la puesta en juego de la articulación entre deseo y ley, que
marcará el destino del sujeto? ¿Y la castración? ¿No es ella otra cosa que el
fundamento del deseo en un sujeto sexuado? Ni hablar de la clínica, pues, ¿qué es un
síntoma, sino una especie de contrabando de deseos? Esta característica de la obra
de Freud, tan poco atendida fuera de ciertas vertientes, no es producto de un
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fetiche13 o sesgo que deba ser extirpado, sino, todo lo contrario, producto de una
enorme labor tanto teórica como clínica, que aún tiene tanto que aportar.
Como punto de contraste, y para terminar, quisiera citar unas palabras que
le escribe Lacan a Jenny Aubry, en sus “Dos notas sobre el niño”. En ellas le da
algunas pistas, para que continúe su trabajo con “niños abandonados que sufrían de
fuertes problemas psíquicos”. Sobre el niño escribe:
“Al parecer sólo le son posibles, en tanto síntoma, dos posiciones: la una,
representando la verdad de la pareja padre-madre, lo cual, en ese discurso maestro
o de amo, es estar en tanto sujeto barrado - $ - , articulado con la metáfora
paterna; y la otra posición, realizando la presencia del objeto a en el fantasma
materno, supliendo o saturando esa falta en sus distintos modos, “sea cual fuere la
estructura especial de este deseo”: neurótico, perverso o psicótico.”
Es decir, con Lacan, siempre freudiano, pasamos de la pregunta, “¿y qué del
deseo?”, que denunciaba la ausencia casi total del mismo en el discurso psicológico,
a “¿y qué del deseo?”, una indagación rigurosa sobre el “corazón del ser”, sus
vericuetos y sus paradojas.
13El fetiche es otro ejemplo del análisis de cómo se juega el deseo y la estructura
que lo viabiliza.