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¿Y qué del deseo?

: Reflexiones liminares sobre


el estudio del desarrollo humano1
A cada uno de los colegas, por el arraigo y por el vuelo.

“Esta familia, en sus diversas variaciones, es la que


prevalece o que queda como residuo, como ideal a
alcanzar, sin importar los medios de procreación, y esto
para buscar lo que es la transmisión constituyente para el
sujeto, es decir, su relación a un deseo que no sea anónimo.”
-J. Lacan, Dos notas sobre el niño (1969)

El campo de la psicología del desarrollo actualmente es un área de sumo


interés. Sobre todo desde el siglo XX, su importancia parece crecer cada vez más.
Tanto así que hoy en día permea el campo pedagógico, jurídico, clínico, familiar y
social, hasta el punto de hacer natural o cotidiano lo que comenzó en algún hospital
estadounidense (Watson), un laboratorio parisino (Piaget) o hasta en un consultorio
vienés (Freud). Se trata de un discurso científico que domina los modos
contemporáneos en que nos acercamos, no solo a los niños, sino al humano y su
condición.

Centrada principalmente en el trayecto que va desde el neonato al adulto, es


definida en el peor de los casos de manera completamente adaptativa, cronológica y
positivista, tal y como nos lo ofrecen Papalia & Wendkos (1992) al definir el estudio
del desarrollo del niño como: “...el estudio de las formas cualitativas y
cuantitativas normales en las que los niños cambian con el paso del tiempo”
(p. 10). Y en el mejor de los casos de una manera claramente vaga, tal y como nos la
ofrece Feldman (2008), al plantear al estudio del desarrollo infantil como: “el
estudio científico de los patrones de crecimiento, cambios y estabilidad que
ocurren desde la concepción hasta la adolescencia” (p.5) A pesar de que hay
muchísimas críticas fundamentales que se le pueden plantear a este campo de
estudio, representado aquí por estos dos libros de texto2, tales como, ¿ si realmente
es el tiempo lo que provoca cambios en los niños?3o, ¿ si realmente se puede pensar

1
Este texto se escribió para el XXXVIIIvo Coloquio del Taller del Discurso Analítico
titulado El discurso analítico: Un lugar para el deseo (20 años del taller del discurtrso
analítico) celebrado el 9 y 10 de diciembre de 2016 en el Museo de Las Américas, en el
Viejo San Juan.
2
Tengase en mente que los libros de texto son el principal medio de enseñanza – y por
consecuencia - de generación de concenso dentro de la disciplina.
3
Cualquier estudio serio del desarrollo, si bien entiende que el organismo puede tener un
ritmo metabólico u ontogenético potencial, reconoce que hay un sin fin de variable, desde
el desarrollo en términos de patrones o moldes4?; sirviéndome del discurso analítico
solo cuestiono: ¿Y qué del deseo?

La pregunta puede sonar extraña, ¿qué tiene que ver el deseo con el
desarrollo? O más aún, ¿por qué le debe interesar a la psicología? Algunos científicos
dirán “¡eso déjenselo a la filosofía que tanto les gusta!”. Sin embargo, desde la
publicación, en 1900, de la Interpretación de los sueños, la psicología fue avisada.
En ella Freud planteó claramente y contundentemente la relación indisociable que
existe entre deseo y psiquismo. Veamos.

Luego de haber descifrado que los sueños son, por regla general,
cumplimientos de deseo Freud reflexiona sobre las implicaciones de su
descubrimiento: ¿por qué, mientras dormimos, de todas las cosas posibles que
pudiera hacer, el aparato psíquico no hace otra cosa que soñar, es decir, desear?
Responder a esta pregunta lo lleva a indagar sobre los fundamento y estructura del
psiquismo humano. Para Freud, el aparato psíquico funciona como un aparato
reflejo que busca bajar la excitación, intentando estar y permanecer exento de
estímulos (Freud, 1900, p. 557). Sin embargo, lo que Freud llama el “apremio de
vida”, perturba esta función del aparato psíquico, que de lograrse completamente
implicaría la muerte. Sin embargo, como este apremio, se expresa como “grandes
necesidades corporales” que actúan de manera continua (kontant kraft) la única
manera de lograr aminorar esa intensidad inescapable es encontrar una “ vivencia
de satisfacción que cancel[e] el estímulo interno” (Idem). Para Freud el deseo es
una moción, que surge de esta experiencia mítica y busca “restablecer la situación
de la satisfacción primera”.

Esta primera experiencia de satisfacción, continua fabulando Freud,


deja una huella en la memoria (mnémica) asociada a la excitación proveniente de la
necesidad5. Por tanto, la próxima vez que la intensidad llegue a cierto umbral, se
podrá investir la huella y producir alucinatoriamente la percepción de aquella vez.
A esta reaparición de la percepción, Freud le llama cumplimiento de deseo (Ibid, p.
558). Sin embargo, la alucinación que así se genera, no logra calmar la intensidad
interna, así que en lugar de tomar ese camino directo el psiquismo, necesita
elaborar rodeos que sean “más acordes a fines” (p. 558) y encuentren esa
satisfacción o una sustitutiva en el mundo exterior. En eso, precisamente, consiste
para Freud el pensamiento [Cito extensamente]:
“Ahora bien, toda la compleja actividad del pensamiento que se urde
desde la imagen mnémica hasta el establecimiento de la identidad perceptiva

nutricionales hasta relacionales que inhiben, aceleran, producen o impiden el desarrollo,


sobre todo en el campo psicológico. Véase Vygtosky ( )
4
Un desarrollo pensado en términos complejos o dialécticos, o incluso alguno que tenga
en cuenta la singularidad, no puede pensar en términos de patrones o moldes, sino en
términos de operaciones o relaciones.
5
Esa necesidad, realmente no es tal cosa, pues como queda claro al hacer mención a su
empuje constante, se trata del influjo de la pulsión.
por obra del mundo exterior no es otra cosa que un rodeo para el
cumplimiento de deseo, rodeo que la experiencia ha hecho necesario. Por
tanto, el pensar no es sino el sustituto del deseo alucinatorio, y en el acto se
vuelve evidente que el sueño es un cumplimiento de deseo, puesto que
solamente un deseo puede impulsar a trabajar a nuestro aparato anímico” (p.
558-559)

La sentencia es clara. No hay posibilidad de trabajo psíquico sin deseo.


Pensando en todo el impacto que tuvo históricamente el psicoanálisis tanto en EU
como en Europa, ¿acaso ese descubrimiento, tan poco conocido, no debió ser uno de
los pilares de las teorías psicológicas del desarrollo humano y de su
enseñanza?¿Acaso esta primacía del deseo en el psiquismo no debería ser una
especie de mantra para todo neófito en la materia? ¿O no hay lugar en la psicología
del desarrollo para el deseo?

Un recorrido por los libros de textos más utilizados nos ofrece una respuesta
contundente. Al revisar los índices generales, índices temáticos y glosarios en busca
del término deseo o algún sustituto equivalente no se encontró ninguna entrada o
sección que lo discuta. Ni Craig (1996), ni Shaffer (2000), ni Lefrançois (2001) ni
John (2006), ni Papalia (2012), ni Feldman (2008) mencionan por ningún lado el
deseo. Solamente en “Lifespan development” de Santrock (2015) se encontró una
entrada sobre “deseos”6. Al indagar, la entrada tiene que ver con el “Theory of
mind” de los niños. Es decir, de cómo a los 2 o 3 años estos comienzan a tener la
capacidad de atribuir deseos y creencias a ellos mismos, a otros, y luego a
comprender que estos pueden entrar en conlfictos. De más está decir que no se
encuentra remotamente cerca del lugar privilegiado que debíamos esperar. Una
revisión más minuciosa reveló que ni siquiera en las secciones que hablan sobre la
teoría psicoanalítica se elabora sobre el deseo. Términos como instinto, oral, anal,
fálica, latencia, genital, yo, superyó, ello, frustración, represión, negación, angustia y
defensa aparecen sin mención alguna del deseo. La única mención, inevitable y
pasajera, es la del deseo incestuoso al señalar el complejo de Edipo . Allí no se pudo
extirpar el deseo, sería el colmo, ¿cómo hablar del Edipo sin el deseo? ¡Imposible!

Parecería que el deseo está excluido del campo del desarrollo humano. Tanto
de la vertiente cognoscitiva, física, como socio-emocional o de personalidad7.
Alguien perceptivo podrá reprochar que lleguemos a estas conclusiones utilizando
solo libros de texto. En estos el espacio es reducido y no se profundiza tanto. De
seguro trabajos originales de los autores tendrán otro resultado. Sin embargo, esta
objeción, tan aparentemente válida, se desvanece en el aire. Un recorrido por
autores fundamentales como Piaget, Vygotski, Bowlby y hasta Erikson 8 muestra que
el deseo no aparece, y en su lugar emergen instintos o tendencia “orgánic”s" o

6
Desires- el texto es en ingles.
7
Estas son las tres áreas en las que usualmente se divide el desarrollo humano.
8
Las diferencias entre estos autores y la postura analítica centrada en el deseo no tiene
cabida en esta exposición. Pero merece ser llevado a cabo.
“naturales” –adaptativas o teleológicas - que nada tienen que ver con los “rodeos
psíquicos” o el “empuje continuo” planteado por Freud, y tan evidentes para aquel
que esté dispuesto a verlos.

Para compensar por la imposibilidad de evidenciar esta crítica a los grandes


autores del desarrollo, y para calmar a todos los espíritus incrédulos, utilizaré a
modo de paradigma a un autor, de vena psicoanalítica cuyos trabajos le enviaban
directamente hacia los desfiladeros del deseo, René Spitz. Claramente el debe darle
un lugar al deseo, ¿no? Indaguemos.

En 1945 René Spitz publica una serie de artículos con los resultados de sus
investigaciones hechas en dos instituciones para infantes. El interés de Spitz era
echar luz sobre los fenómenos de marasmo9 y muerte en las instituciones de cuido
infantes, especialmente durante el primer año de vida. Su justificación: El índice de
moralitad de 71.5% en grandes orfanatos (foundlings) alemanes de principio de
siglo; índices de mortalidad entre 31.7% hasta 75% entre el primer y el segundo año
de vida en asilos en EEUU en 1915; y registros de 90% de mortalidad infantil en
instituciones de Baltimore para esa misma fecha, entre otros. El fenómeno no era la
excepción.

Las investigaciones de Spitz indagaron sobre las causas psicógenas de esta


mortalidad. Asegurándose de la higiene de las instituciones y eliminando otras
causas físicas, descubrió que los niños que tenían deprivación afectiva sufrían
retraso en el crecimiento, desarrollo físico, motor, del lenguaje y su sistema
nervioso e inmune se comprometía. La única diferencia para que esto ocurriera era
que los niños no tuvieran el cuidado de sus madres o un sustituto adecuado.

Para llegar a sus conclusiones Spitz hizo un modelo cuasi-experimental


utilizando dos instituciones en las antípodas en cuanto a relación madre-hijo. En
uno, Nursery, los niños tenían cuidados a tiempo completo por sus madres; y en
otro, un orfanato, luego del destete a los tres meses era cuidados por una
enfermera, que tenía a su cargo entre 8 a 12 otros niños. En el primero, los niños
tenían un desarrollo normal, mientras que aquellos del segundo, sin cuidados
maternos, sufrían enormes rezagos y enfermedad. En el transcurso de la
investigación (2 años) el 37% de los niños del orfanato10 falleció antes de cumplir
un año. Ninguno niño de la otra institución falleció.

¿Cómo explica Spitz lo que ocurre? ¿Qué detiene el desarrollo del niño?
¿Acaso el hablar de psicogénesis implica que tomará en cuenta el deseo?

Para Spitz, el desarrollo del niño tiene dos factores: 1) los congénitos y, 2) el
ambiente, que para el infante se resume en la madre o su sustituto. Entre el niño y la

9
Suspensión, paralización, inmovilidad, en lo moral o en lo físico. (rae. es)

10 Fueron estudiados 91 niños.


madre hay lo que se llama una “diada”, que forma, según él, un “circuito cerrado”. En
cierto sentido, el niño no es sin la madre (o su sustituto). Esta necesidad de
complemento del niño es necesario pues su “ego” aún es rudimentario y no es apto
para la “autopreservación” y necesita de un “ego externo” que cumpla las funciones
ejecutivas, de defensa y perceptivas (Spitz, 1951). Al parecer los libros de texto
daban en el clavo, por el momento, mucho Yo y nada de deseo. Pero no nos
adelantemos.

Al principio para Spitz el infante solo puede tener reacciones, en respuesta a


su percepción interna. En su interior aparecen estímulos que alterar su sosiego, ante
los cuales reacciona- llora, grita, se mueve-. Uno pensaría, que siendo psicoanalista
le seguiría la pista a Freud y su “primera experiencia de satisfacción”, sin embargo,
rápido plantea: “Esta es una forma de funcionar puramente fisiológica” (Spitz, 1972,
p. 14) más aún que las respuesta del recién nacido son, “en el mejor de los casos, del
tipo del reflejo condicionado” (p. 15). Para Spitz, esas primeras experiencias de
satisfacción, no tienen nada que ver con el aparato psíquico o sus posibles rodeos,
sino con el organismo, en el fondo el recién nacido “es incapaz de ninguna acción
psíquica” (p. 12)

Durante su primer año, este niño, sin capacidad de acción psíquica tiene a su
madre como pareja que lo estimula motriz y lingüísticamente. Sin embargo, más que
la estimulación que pueda o no haber, Spitz plantea que lo primordial es la actitud
afectiva de la madre, y cómo esto incide en el niño. Según él, los bebés son más
perceptivos al afecto que los niños o los adultos. Incluso escribe: “[D]urante los tres
primeros meses las experiencias se limitan al afecto” (Spitz, 1972, p. 26). Esto quiere
decir que será ese juego de comunicación afectiva entre el niño y su madre,
timoneado por la actitud afectiva de la madre lo que “sirva de orientación al
lactante” (Idem). Para Spitz el producto de esta conjugación de afectos es el
“moldeo” del niño. Esto quiere decir, que la madre dirigirá al niño de acuerdo a sus
acciones, precauciones, actitudes y, dice Spitz, ...¡deseos!11

¡Por fin aparece el deseo! ¡Y cómo! Spitz plantea contundentemente:


“Podría afirmar que incluso son las actitudes inconscientes de la madre las
que facilitan, en gran medida, las acciones del bebé. Son sus deseos, sus
precauciones, sus respuestas inconscientes y su mediatización afectiva” (p. 37)
y luego, más categórico: “Pero cómo describir, cómo explicar la forma en la que el
niño percibe las actitudes, los deseo concientes e inconsciente de la madre? Para que
el moldeo tenga lugar, para que el niño llegue a conformarse a los deseos de la
madre, es preciso indudablemente que los perciba” (p. 38)
Uno esperaría que Spitz fuera a elaborar entonces sobre la estructura del
deseo, sus formas, variaciones, mutaciones, vías y entramados. Pues si todo lo que
está ocurriendo tiene que ver con el deseo de la madre, o con una especie de

11Spitz plantea una serie de etiologias para enfermedades psicógenas, basadas en la


actitud y la conducta de la madre hacia el niño, o en la deprivación total o parcial de
afecto (Spitz, 1951).
transmisión del deseo, ¿acaso no hay que abordar de frente el problema del deseo?
Tristemente a pesar de seguir hablando del clima afectivo de la madre, Spitz no
vuelve a hablar del deseo, ni conciente, ni inconsciente, ni del niño ni de la madre.

[¿Por qué la enfermera dedicada no basta? Añadirlo para el final]

En sus estudios Spitz descubrió que la privación afectiva parcial, es decir la


separar al niño por unos meses del cuidado materno, provoca en el niño una serie
de efectos adversos tales como perdida de peso, detención del desarrollo físico,
motor y nervioso, expresión facial rígida e insomnia. Sin embargo, también
descubrió que si entre 3 a 5 meses la madre o un sustituto adecuado toma su lugar
toda esta sintomatología mejora rápidamente. ¿Qué significa esto? ¿Acaso Spitz no
descubrió correctamente, que hay algo del deseo que es vital para el desarrollo, un
deseo que precede al niño y al cual se debe vincular? ¿Cómo pensar, con Spitz, un
deseo que se transmita, en un niño que no tiene posibilidad de acción psíquica?
Pensando, en el desarrollo, ¿esto no implica que el desarrollo del niño, comienza
antes incluso de su nacimiento, en el deseo de quienes lo esperan o lo reciben?
¿Quizás más relevante aún, qué (o cómo) sería un deseo materno “adecuado”? ¿Por
qué una enfermera, por más tierna o comprometida que sea no lograba cumplir esa
función? Al menos en los textos indagados, estas cuestiones ni siquiera son
planteadas en términos de deseo, sino que son sofocadas entre “afectos” (angustia,
miedos, actitudes), objetos y el desarrollo del yo.

A pesar de que fui muy parco al hablar del deseo en Freud, reduciéndolo a la
búsqueda de esa satisfacción “primera” (mítica) cualquier lector de Freud sabe que
sus elaboraciones sobre el deseo son muchísimas y preñadas de consecuencias.
Tomemos esa experiencia de satisfacción, que parece tan individual, y lejana a la
experiencia de Spitz ¿Acaso en Freud, esa dialéctica de la satisfacción, no está ligada
al desamparo originario y a cómo la madre viene a mediar entre el niño, su cuerpo,
su psiquismo, la vida y la muerte? Es decir, ¿Acaso en Freud esa experiencia de
satisfacción, y sus paradojas, no requieren de un deseo previo?

Aunque no sea una práctica común, toda la obra de Freud puede leerse en
clave de los descubrimientos que obtiene Freud en la clínica sobre deseo y sus
mutaciones12. Hay quien podría decir, sobre su “desarrollo”. Por ejemplo, ¿acaso sus
elaboraciones sobre el narcisismo no plantean una mutación del deseo en la cual el
sujeto intenta coagular el deseo tomándose o haciéndose pasar como objeto? O
¿Acaso el narcisismo primario –His majesty the baby- no marca, precisamente, esa
bisagra entre el deseo de los padres y el deseo del niño? ¿Qué decir del Edipo?
¿Acaso ese complejo no es la puesta en juego de la articulación entre deseo y ley, que
marcará el destino del sujeto? ¿Y la castración? ¿No es ella otra cosa que el
fundamento del deseo en un sujeto sexuado? Ni hablar de la clínica, pues, ¿qué es un
síntoma, sino una especie de contrabando de deseos? Esta característica de la obra
de Freud, tan poco atendida fuera de ciertas vertientes, no es producto de un

12
fetiche13 o sesgo que deba ser extirpado, sino, todo lo contrario, producto de una
enorme labor tanto teórica como clínica, que aún tiene tanto que aportar.

Como punto de contraste, y para terminar, quisiera citar unas palabras que
le escribe Lacan a Jenny Aubry, en sus “Dos notas sobre el niño”. En ellas le da
algunas pistas, para que continúe su trabajo con “niños abandonados que sufrían de
fuertes problemas psíquicos”. Sobre el niño escribe:

“Al parecer sólo le son posibles, en tanto síntoma, dos posiciones: la una,
representando la verdad de la pareja padre-madre, lo cual, en ese discurso maestro
o de amo, es estar en tanto sujeto barrado - $ - , articulado con la metáfora
paterna; y la otra posición, realizando la presencia del objeto a en el fantasma
materno, supliendo o saturando esa falta en sus distintos modos, “sea cual fuere la
estructura especial de este deseo”: neurótico, perverso o psicótico.”

Es decir, con Lacan, siempre freudiano, pasamos de la pregunta, “¿y qué del
deseo?”, que denunciaba la ausencia casi total del mismo en el discurso psicológico,
a “¿y qué del deseo?”, una indagación rigurosa sobre el “corazón del ser”, sus
vericuetos y sus paradojas.

Lacan le preguntaría a Spitz, ¿te has preguntado lo que es un deseo que no


sea anónimo?

13El fetiche es otro ejemplo del análisis de cómo se juega el deseo y la estructura
que lo viabiliza.

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