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Estas madres están fuera de la ley porque no dejan ninguna plaza vacante para la
intercesión de una ley tercera que mediatizaría la fusión entre ellas y el niño.
El niño sirve a la madre, necesita al menos de este objeto, el niño, para decirle al
padre que él es impotente, fallido. El niño es un medio, un órgano, para la madre.
Así, el Nombre-del –padre no está de ningún modo forcluido; el deseo de la madre
continúa estando referido al padre.
La castración del Otro implica entonces que él, en tanto objeto que palia la falta del
Otro, desaparezca.
Nos es necesario admitir que el obsesivo quiere estar muerto respecto al saber del
Otro: hacerse el muerto para salvar su estatuto de sujeto.
Follar es el acto del que el obsesivo es incapaz. Con frecuencia, la vida sexual
de este sujeto es de una enorme pobreza. En cambio, hacerse follar es una de
sus desgracias y favoritas experiencias cotidianas.
“El obsesivo es alguien que no está nunca verdaderamente allí (..) donde hay
en juego alguna cosa que podría ser calificada como su deseo” Lacan
Para el obsesivo, todo lo que aparece en el campo del deseo está ligado a la
culpabilidad. “El deseo es una demanda sometida a la ley”. Lacan llega a afirmar:
“El deseo es la ley”.
Los obsesivos rumian sin cesar, como para protegerse de todo pensamiento que no
concuerde con el de un hijo modelo. Si estos pensamientos se inmiscuyen en la
conciencia del obsesivo, se ven expulsados inmediatamente de ella. Por lo tanto,
para asegurarse de que sus esfuerzos sean realmente eficaces, reclaman la
aprobación y la invalidación constante de su posición de hijo modelo.
El obsesivo puede llegar a creer que el estrecho vínculo que tiene con su madre lo
ha vuelto afeminado e incluso homosexual latente, pero esto no es más que un
señuelo. Lo que busca es la confirmación de una posición subjetiva que lo exima
de la responsabilidad de enfrentarse a una mujer.
El obsesivo puede creer que desea poseer a esa mujer, pero si tiene la
oportunidad, no lo hará. En su lugar, la amará a distancia, idealizará su
imagen que capturará todos sus pensamientos. Ella es todo para él y reúne
en sí a todas las otras mujeres. El obsesivo busca protegerla de los estragos
ocasionados por otros hombres. Considera que será recompensado con su
amor, el cual lo librará de sus tormentos y de su obsesión. Ella tiene el poder
de hacerlo nacer a la vida, devolverle su integridad, darle sentido a su vida.
Sin ella, se siente muerto.
¿Qué sentimientos han podido habitar, pues, en un niño cuyo padre no pudo
reconocerlo más que como desecho y cuya madre no ha podido entreverlo sino
como objeto apto para dejarla insatisfecha?
Si en la histeria el sujeto necesita ver los signos del deseo del Otro para vivificarse,
en la obsesión lo que ocurre es que cada vez que el sujeto desea está en juego la
desaparición del Otro, está en juego su destrucción.
Es un sujeto que se tortura. Y todo esto ¿cómo se sintomatiza? Bajo la duda, bajo
la sensación de estar muerto en vida, es decir, la muerte como un elemento
fundamental. Él se defiende de su deseo manteniendo su deseo a raya, tornándolo
imposible, haciendo venir al lugar del objeto del deseo cualquier condición necesaria
absoluta que no le interesa, para que no se produzca esa destrucción del Otro. Pero
todo esto lo desconoce.
Pero lo que explica Lacan magníficamente es: “se le pide que retenga, pero al rato,
se le pide que lo dé”. No lo puede retener todo el tiempo. El obsesivo, queda en
relación a esa demanda del Otro, primero “no la sueltes” y después “suéltala”. Y
luego, cuando el niño lo da en el momento adecuado la gente adulta se lo celebra y
pasa a tomar el estatuto de don. Es en este período de lo anal donde se construye
el don, la posibilidad del don, por eso, para el obsesivo que está su deseo muy
sostenido en este objeto que es el excremento, el tema de la oblatividad (Lacan es
crítico con el concepto de oblatividad, lo considera una forma de moralismo y se
equipara a la metáfora de las “heces” como un regalo, dice Lacan que la fórmula de
la oblatividad es Todo para el otro) es fundamental. ¿Qué va a decir Lacan? Que
muchas veces el sujeto obsesivo, con la mujer, la llena de regalos y sobre todo caros
¿para qué? Para eliminar la disimetría, para tapar el agujero, para que este agujero
de lo fálico no aparezca. Entonces ¿qué dice aquí Lacan? Muy interesante: “En este
vaivén, lo doy, no lo doy, el sujeto entra en la ambigüedad”. Y dice: ¿qué le ocurre
al obsesivo? “El obsesivo está conectado con el retener, retener su deseo, retiene
su deseo, se sostiene en la retención”. Pero qué pasa con su sintomatología
expresada en la compulsión. Lo que trata el sujeto con la compulsión es dejar de
lado el deseo retentivo. Estos fenómenos compulsivos son, de alguna manera, un
velamiento del verdadero deseo en que se constituyen, que es de retener, retener
el deseo, retener el objeto, porque si lo da, si lo expulsa, ese objeto incluso es uno
mismo y además supone la destrucción del Otro. La cuestión del don en la que el
obsesivo está, no le sirve para la relación sexual. Por eso el sujeto obsesivo tiene
muchos problemas porque cuando consigue el objeto de su deseo, en ese mismo
momento empieza ya a perder su valor. Un hombre que anhela a una mujer, la
conquista, la tiene y se acabó. Entonces ¿cómo pensar el amor? Porque visto esto,
visto esta cuestión de condición absoluta ¿qué tipo de amor para el obsesivo? Lacan
dice algo interesante: en realidad lo que está en juego en un momento dado es esta
cuestión de lo sucio dentro de la escena.
Si hemos dicho: que el deseo suyo está retenido en relación al objeto porque
significa la destrucción del Otro; que para mantener esa retención y defenderse del
deseo se dirige a un objeto prohibido o, si no, lo mantiene como inalcanzable; que
su objeto privilegiado es el objeto anal que nos permite explicar la lógica que
sostiene su ambigüedad, esta ambigüedad del deseo, si y no, lo doy no lo doy, lo
retengo, lo doy, en este enganche con la madre, donde se sostiene el obsesivo;
entonces, cuando del amor se trata ¿qué objeto se pone en juego?
Para Lacan, además, el síntoma es el encuentro enigmático con el deseo del Otro
materno, en donde ante este enigma, ante este ¿Qué quiere el Otro materno de
mí?, enigma que como tal angustia, el sujeto crea un efecto de significación,
articulado al fantasma, a lo que despliega que cree que el Otro quiere de él, como
una forma de defensa ante esta angustia. Esta defensa da lugar en el obsesivo al
síntoma de la duda, o de la precipitación para salir de lo que siente como un estar
atrapado en el Otro. En ambos casos, el resultado será no poder acceder al deseo
y subjetivarlo como un deseo imposible.
LACAN
1.- El obsesivo es el que resuelve la cuestión de su deseo situando en el lugar del deseo,
la demanda imperativa del Otro y escapando de ella y por tanto del deseo. Así el
deseo que conlleva necesitar al Otro, según la fórmula lacaniana, de que el deseo
pasa por el deseo del Otro, produce que el obsesivo se obstine en la destrucción
simbólica del Otro, que es vivido como peligroso. De ahí, su agresividad a veces
reprimida y a veces actuada. Pero al intentar destruir al Otro, en este esfuerzo desaparece
su propio deseo, o aparece bajo la forma velada de un objeto del que duda que sea el
apropiado.
2.- Estas dudas producen el laberinto de su síntoma que es una metàfora dirigida al
Otro, como lo es el síntoma de conversión en la histèria.
3-Vemos en la clínica que mantiene el deseo como imposible en su eterna duda, Ser
o no ser…, para Lacan, ser o no ser el Falo del Otro. Es decir ser el que apoya o sostiene
al Otro, le consuela, le complementa imaginariamente, o salir de ahí por temor aquedar
atrapado en este fantasma.
4-Por otra parte, al ser reducido el deseo a la demanda y ser ésta vivida como exigencia,
como ya hemos dicho, se aplica a matar simbólicamente la posible demanda del Otro, es
decir lo que Lacan denomina la muerte de la demanda.
Este síntoma produce que el sujeto ocupado en sus pensamientos presenta un bloqueo, y
se queja muchas veces de su inutilidad porque no puede cumplir con lo que la vida le pide.
Esta posición, por otra parte, plantea una dificultad en la dirección de la cura ya que queda
“petrificado” en esa oscilación que es un cierre a la “histerización, entendida como el
preguntarse por sus síntomas. Es decir lo propio de toda entrada en análisis, una pregunta
sobre el síntoma dirigida a Otro, el analista, al que se le supone un saber, algo distinto del
estar ensimismado del obsesivo, al que le cuesta salir de preguntarse a sí mismo.
El pensamiento de la duda es el síntoma del obsesivo, pero el sujeto para que se convierta en
síntoma analítico lo debe hacer suyo y preguntarse por este síntoma, no quedar fijado en él.
La verdad de este síntoma, será opuesta a la alienación de la fijación en el Ser o no Ser. Sólo
el síntoma articulado al fantasma y asumiendo el goce como propio, permitirá deshacerse del
síntoma lo más posible. La inscripción del síntoma como analítico se hace cuando de la
pregunta por sí mismo, pasa a la pregunta al Otro. Es lo que se conoce como histerización.
De esta forma el analista será no sólo el testigo imaginario de sus dudas ni el Otro Ideal, sino
que tomará a su cargo el lugar de objeto, en la transferencia, donde el sujeto pueda ir
construyendo este objeto, causa de deseo en su propio fantasma sin estar sometido al
fantasma del Otro.