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Tema 58.

Realismo y naturalismo en la novela del XIX

Dado el enunciado del tema, expondré en primer lugar las ideas fundamentales
del Realismo y Naturalismo, para pasar después a ocuparme del fenómeno en España a
través del género novelístico y terminar con un análisis de los autores y obras más
relevantes.
A mediados del siglo XIX (antes en Francia y más tarde en España), predominan
ya en los medios artísticos los principios estéticos del realismo. Se conoce con este
nombre al movimiento cultural característico de la sociedad burguesa a la que no
agradaban las fantasías idealistas románticas. Esto no implica una separación tajante
entre Romanticismo y Realismo, pues siguen perviviendo muchos rasgos románticos en
el arte realista, e incluso muchos críticos como José-Carlos Mainer han negado la
tradicional dicotomía. Lo cierto es que el realismo nace por depuración o mera
desaparición de los elementos románticos más idealistas, solo más tarde, por influencia
de las ideas filosóficas y científicas de la época, la oposición se hará más nítida.
La filosofía propia de la sociedad burguesa decimonónica es el positivismo,
que solo reconoce los hechos perceptibles, en cuyo estudio empírico, a través de la
observación rigurosa y la experiencia, se basa. Estos principios, base del desarrollo de
las ciencias y las técnicas, fueron formulados por Auguste Compte. Enorme importancia
adquiere también el darwinismo, son los años en que Mendel ha descubierto las leyes
de la herencia biológica, así como el marxismo, ideas presentes, como veremos, en la
novela realista y naturalista. La repercusión de estas ideas en literatura se sustancia en
los siguientes cinco rasgos generales de la literatura realista:
1) Observación y descripción precisa de la realidad, principio básico del realismo
paralelo a los métodos de observación de las ciencias experimentales.
2) Ubicación próxima de los hechos, frente a la evasión espacio temporal del
Romanticismo, los realistas se sitúan en el presente y en lugares próximos. La
mirada se desplaza a lo cotidiano, eliminando el subjetivismo y la fantasía,
controlando los excesos de imaginación y sentimentalismo.
3) Estilo sencillo y sobrio: rechazo a la inflada prosa retórica romántica. El ideal es
la claridad y la exactitud, como corresponde al deseo de acercar la labor del
escritor a la del científico.
4) Predilección por la novela, género por excelencia del periodo que alcanzó
enorme auge. Los realistas consideraban que la prosa narrativa era el género

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idóneo para reflejar la realidad. Los rasgos fundamentales de esta novela son
siete: la verosimilitud (las historias son como fragmentos de realidad),
protagonistas individuales (que se relacionan problemáticamente con su
mundo/análisis psicológico) o colectivos (permiten al novelista dar una visión
global de la sociedad/descripción de ambientes y comportamientos con la
aparición de ambientes hasta ahora ignorados por la novela, burguesía,
proletariado, mendigos…), narrador omnisciente (sabe todo lo que
sucede/fingido cronista), didactismo (las novelas pretenden ofrecer una lección
moral o social, patente en las novelas de tesis, donde se pretende demostrar una
idea a la que todo queda subordinado), estructura lineal, descripciones
minuciosas (obsesión por el dato exacto, típica del positivista, abundantes
retratos físicos y psicológicos), aproximación del lenguaje al uso coloquial (lo
conversacional se eleva a lengua literaria, decoro en personajes).
El naturalismo, por su parte, es una corriente literaria que se desarrolló durante el
último tercio del siglo XIX, fundamentalmente en Francia con Émile Zola (1840-
1902), cuya obra proporciona las claves del movimiento. Zola pretende convertir la
literatura en una ciencia cuyo objeto de estudio sea el medio social. La literatura debe
analizar científicamente el comportamiento humano siguiendo los principios de la
observación y de la experimentación. Para ello parte del determinismo biológico que
pesa sobre el ser humano: el hombre no es libre porque está condicionado por su
herencia genética y el ambiente en que se mueve. Esto explica la propensión de los
naturalistas hacia ambientes miserables y sórdidos, alcohólicos, embrutecidos o
víctimas de patologías, ya que tales casos pueden demostrar más concluyentemente la
influencia de la biología y el medio social. Se extreman los rasgos del realismo:
descripciones minuciosas, reproducción fiel del lenguaje hablado, narrador impersonal y
objetivo que no hace juicios como en el realismo. Las novelas presentan una intención
moral, influidos por el socialismo los naturalistas piensan que, ya que no se puede
modificar la herencia biológica, al menos sí es posible igualar las condiciones sociales
de los hombres. La novela naturalista contribuyó así a proporcionar un conocimiento
más exacto de los seres humanos y de la sociedad con el fin de mejorarlos.
A finales de siglo la estética realista entra en crisis. Se desarrollan entonces diversos
movimientos estéticos que buscan nuevos caminos: impresionismo, parnasianismo,
simbolismo, espiritualismo, nihilismo, decadentismo, modernismo… con los que se
entra de lleno en el siglo XX.

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2. El Realismo y el Naturalismo en España:
Como ocurre con el Romanticismo, el triunfo de la estética realista en España es
tardío, lo que se explica por sus circunstancias histórico-sociales. Por un lado, el
desarrollo del medio urbano está lejos del de países avanzados como Inglaterra o
Francia. Así, el interés por el abigarrado mundo de la ciudad, por los efectos del
progreso sobre la sociedad tradicional y por el incesante crecimiento de las clases
medias, asuntos centrales para los realistas, no puede en España ser tan intenso por su
propio atraso económico-social. Por otro lado, las circunstancias históricas que pueden
propiciar el surgimiento del realismo solo se producen a partir de la Revolución de
1868, «La Gloriosa». La perspectiva que se abre entonces de una sociedad burguesa, el
nuevo clima de libertad y la desaparición de la censura literaria explican el auge de la
literatura realista de los años setenta. Hasta entonces predominó en la literatura un vago
romanticismo, tópico y repetitivo, alejado del ataque frontal a la sociedad burguesa que
había representado en algún momento, y adaptado al conservadurismo moral. Así se
comprende la novedad que suponen las novelas anticlericales de Galdós o Clarín. Cada
vez resulta más evidente el carácter burgués del público, por eso se impone el realismo
en novela y el teatro se orienta hacia la comedia burguesa, e incluso lírica, que busca
adaptarse a lo cotidiano.
El naturalismo, a diferencia del realismo, fue conocido pronto y las obras de Zola no
tardaron en traducirse. Sin embargo, pronto suscitó polémica y su penetración en el
tejido literario español fue dificultosa, la mentalidad española distaba de la parisina de
Zola. Se acusa al naturalismo de inmoral y anticatólico. En su defensa sale Emilia
Pardo Bazán, quien en una serie de artículos recogidos en La cuestión palpitante
(1833) defiende a Zola, aunque desde principios católicos rechaza el determinismo
naturalista, lo que no deja de causar extrañeza en Zola. En efecto, el naturalismo
español, y no solo en el caso de Pardo Bazán, aprovecha del movimiento naturalista
ciertos recursos narrativos y su interés por los ambientes míseros y degradados, pero no
acepta la idea de convertir la literatura en una ciencia. No obstante, sí existe un
naturalismo radical en la obra de ciertos autores como Alejandro Sawa o Eduardo
López Bago, quien denomina a sus obras novelas médico-sociales. La atención de estos
escritores hacia las cuestiones sociales, su reivindicación de la sexualidad, su
anticlericalismo y su interés por ambientes marginales dejarán su huella en autores de
principios del siglo XX como Eduardo Zamacois o Felipe Trigo. El eco del naturalismo
es además evidente en novelistas como Vicente Blasco Ibáñez o incluso Pío Baroja.

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3. La novela
El germen de la novela realista se encuentra en el artículo de costumbres, ese
costumbrismo romántico va a ir evolucionando hacia formas expresivas más sencillas,
atentas a la realidad y al entorno del lector. En los años 50 y 60 puede hablarse de una
novela prerrealista, próxima aun al costumbrismo. Cuando la fórmula realista triunfe,
ese costumbrismo periodístico será sustituido por el cuento, la proliferación de relatos
breves es evidente. El costumbrismo se encuentra también en la base de un aspecto
característico de la novela realista: el gusto por la novela regional. En estas novelas
ambientadas en diversas regiones se documentan las costumbres locales. Las novelas de
tesis, que escriben para defender sus postulados ideológicos los realistas conservadores
o los realistas liberales, son carácterísticas del periodo. Su función es servir de vehículo
a las ideas del autor. Además del costumbrismo, otras influencias literarias contribuyen
a la consolidación de la novela realista española. Una es la de los grandes realistas
europeos, otra la novela de folletín, muy leída por los realistas españoles, así como la
novela histórica romántica, que les sirve como contramodelo y la prosa española de los
siglos XVI y XVII (Quevedo, Cervantes, picaresca…). Con todo este bagaje los
novelistas cuestionan y superan los procedimientos anteriores, creando la novela
moderna. Característica de esta experimentación es la figura del narrador que
inicialmente parte de la supuesta objetividad del narrador costumbrista, abriendo el
debate entre subjetivismo y objetivismo. Se suceden entonces las novelas de tesis, con
las intervenciones explícitas del autor omnisciente y, tras ellas, las novelas de
influencia naturalista, impersonalidad del narrador y estilo indirecto. En la última
década del siglo la crisis de la fórmula realista y naturalista conduce a la novela
espiritualista. Con ella la ficción literaria se abre a la interioridad del individuo, la
imaginación, interés por asunto morales, símbolos y exacerbación de los sentidos y la
búsqueda de lo trascendente, llegamos así a la prosa modernista.
La transición de la prosa romántica a a novela prerrealista se manifiesta en las obras de
Fernán Caballero (Cecilia Böhl de Faber, La gaviota y La familia de Alvareda, 1849) y
Pedro Antonio de Alarcón (El sombrero de tres picos (1874), farsa costumbrista que
recrea un cuento folclórico). El realismo se consolida con la narrativa de Juan Valera,
José María Pereda, Emilia Pardo Bazán y, sobre todo, Benito Pérez Galdós y Leopoldo
Alas, Clarín.

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3.1. Los autores
Juan Valera: El signo de aquel diplomático y refinado humanista que fue la
contradicción, fue, en parte, un hombre del XVIII que aborreció lo romántico, un socio
de la Institución Libre de Enseñanza que se burló del krausismo y un andalucista
estético que prefirió vivir en Madrid. Nunca se consideró realista, y combatió el
naturalismo en sus Apuntes sobre el nuevo arte de escribir novelas (1886-1887). Quizá
el carácter poético de la novela que defiende, con una narración que estudie más el
interior de los personajes, le acerca más al modernismo. Lo suyo fue el análisis sutil y
un poco digresivo de los ensueños y la apología de los acomodos morales, eso fue
Pepita Jiménez, tan atrevida en el fondo como convencional en el remate. Quizá fue
más ambiciosa (y fallida) Las ilusiones del doctor Faustino, una purga antirromántica
que homenajea a distancia al Fausto de Goethe. Al final de su vida escribió un tributo a
la domesticidad cordobesa, Juanita la larga, y una fantasía, Morsamor, sobre la
aventura portuguesa en la India, que fue su respuesta a los desastres coloniales
peninsulares.
José María Pereda: Carlista y de familia acomodada, se inició en el
costumbrismo, del que pasó, por consejo de su amigo Menéndez Pelayo, a la novela
larga. Su toma de partido por la vida tradicional nunca le impidió ver las miserias
morales y físicas, incluso en El sabor de la tierruca. La «cruda realidad» imperó en
Sotileza, novela de los pescadores de Santander, y sobre todo en La puchera, aunque se
inclinó del lado de la utopía patriarcal en Peñas arriba. Y es que quizá —así escribieron
su íntimo amigo Galdós y su contrincante Pardo Bazán— aquel hombre piadoso fuera el
más atrevido de los naturalistas. Sus novelas, todas ambientadas en Cantabria son
ejemplo de novela regional.
Emilia Pardo Bazán (1851-1921): Llegó a la novela cuando se había producido
ya el triunfo del realismo y se empazaba a librar la batalla naturalista, a la que la joven
escritora aportó el ya citado libro La cuestión palpitante. Le granjeó notoriedad pública,
amistades y la definitiva separación de su marido, un hombre de ideas tradicionales. En
cierto modo lo fueron también las de esta aristócrata, conservadora en política y
religión, aunque muy independiente en su vida personal. Se ha considerado a esa
ideología cristiana y conservadora como el hilo conductor unitario de su obra. Viajó por
toda Europa, leyó en varias lenguas y fue una fina crítica y observadora de la vida y las
letras, a ella se debió en 1887 la primera monografía española sobre novela rusa, una
novela que estaba cambiando el rumbo del relato universal. Esa contradicción de

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comportamientos se percibe a veces en su obra, que mezcla atrevimientos y
convencionalismos, siempre en busca de su personal visión de lo nuevo: Los pazos de
Ulloa y su continuación, La madre naturaleza, constituyen la mejor novela rural del
naturalismo español. La tribuna fue un excelente relato de investigación sobre la vida de
una cigarrera reivindicativa, e Insolación y Morriña, dos análisis psicológicos de
notable franqueza. También exploró la «novela de artistas» en La Quimera, en la que
buscó reflejar la nueva sensibilidad modernista. Como Clarín, Pardo Bazán cultivó el
cuento (en prensa, Cuentos de Marineda, Cuentos de Navidad, Cuentos sacroprofanos,
Cuentos de la tierra …) y la novela corta —dos géneros en expansión en 1890— con
maestría.
Benito Pérez Galdós (1843-1920): Clarín lo definió como «el más atrevido, el
más avanzado, de todos los novelistas». Aquel escritor llegado de Canarias a Madrid, se
estrena en 1870 con su primera novela, al año siguiente dirige ya un periódico, y en
1873 comienza la primera serie de sus Episodios Nacionales. En 1897 lee su discurso de
ingreso en la Real Academia con el significativo título La sociedad presente como
materia novelable. Su obra refleja su ideología, su modernidad narrativa tiene su raíz en
la progresiva radicalización de su republicanismo, que le llevará a buscar vías estéticas
diferentes para comprender la realidad en toda su extensión.
Aunque la vastedad de su producción hace difícil una clasificación, puede ser
útil distinguir entre entre los Episodios Nacionales y el resto de sus novelas, dividiendo
estas en primeras novelas y novelas contemporáneas españolas:
Primeras novelas: publicadas en la década de los 70, casi todas son novelas de
tesis en las que se contraponen dos ideologías, conservadora y liberal. La Fontana de
oro (1870), Doña Perfecta (1876), que analizó los desmanes morales del caciquismo
político, Gloria (1877), Marianela (1878) y La familia de León Roch (1878) son de esta
época. Pese al esquematismo de ambientes y personajes, se advierte en estas obras una
evolución técnica que culminará en el Galdós posterior.
Novelas españolas contemporáneas, así llamó Galdós a las novelas que publicó
a partir de La desheredada (1881), novela que abrió la polémica del naturalismo en
España y, a la vez, el programa temático más consciente e intenso del autor: la «mala
educación» de los españoles, tan generosos como fantasiosos, apareció en la novela de
1881 y siguió siendo el asunto de El amigo Manso y El doctor Centeno, hasta llegar en
cierto modo a Nazarín; el desorden que trajo el poder del dinero estuvo presente en La
de Bringas y Miau. Todas estas obras, y otras, analizan con maestría el mundo de la

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clase media, pero donde mejor se plasma la visión de esta sociedad es en Fortunata y
Jacinta (1886-1887), quizá su mejor novela. Extensa y cuidadosamente construida,
desarrolla sobre la base de diversos triángulos amorosos la convulsa vida social
madrileña entre 1873 y 1876. En ella despliega Galdós sus mejores artes narrativas:
ambientes y tipos, uso de diálogos, sabio manejo de anécdotas argumentales…
Últimas novelas: La crisis de la estética realista y el interés por buscar nuevos
cauces expresivos se manifiestan en sus novelas desde 1889. De este periodo son La
incógnita, Realidad, Tristana, Misericordia o la ya citada Nazarín. En todas ensaya
procedimientos narrativos originales como las novelas dialogadas o las epistolares,
elementos fantásticos, sueños, símbolos…
Los Episodios Nacionales están constituidos por 46 novelas dispuestas en cinco
series de diez episodios, pretenden reconstruir en forma novelada la historia del siglo
XIX español. Los Episodios son un intento de entender desde la literatura los conflictos
que dividen la sociedad española a partir de la novela, Galdós acude a la historia para
explicar su propio presente y las convulsiones político-sociales que siguen al
derrocamiento de la monarquía borbónica en 1868.
Motivos e influencias d ela novela galdosiana: La sensación permanente de vida en
acción hace, asimismo, que las obras de Galdós ofrezcan una reflexión sobre la
condición humana: el tiempo que todo lo cambia, las reacciones psicológicas ante lo
extremo, las ambiciones, el dolor, los sueños, las ilusiones, las fantasías, el amor, los
ambientes sórdidos, todo desfila incontenible ante los ojos del lector. Por debajo de ese
mundo está la mirada de Galdós, dura y sarcástica, en ocasiones tierna, humana e
irónica las más de las veces. Una ironía que le llega a Galdós de una de sus influencias,
Cervantes, que le permite alejarse y ver a sus personajes más objetivamente. A esta
influencia cervantina se suma la de La Celestina, la picaresca y la de los escritores
realistas europeos, Balzac, Dickens, Flaubert, Tolstói. Su ideal estilístico es el lenguaje
llano y sencillo. Denuncia el lenguaje anquilosado y las fórmulas burguesas de la
conversación, Galdós se sirve de esas mismas locuciones y coloquialismos fosilizados
como cantera de su creatividad, juega con los sentidos literal y metafórico de muchos
tópicos.
Leopoldo Alas, Clarín:
El decenio de 1880 fue la tardía edad de oro de la novela española, un esplendor
como no se veía desde los inicios del siglo XVII. Clarín tuvo parte fundamental en su
desarrollo. Desde su cátedra de Derecho en Oviedo, ejerció con sus cartas personales y

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sus críticas de prensa (primero en El Solfeo, más tarde en La Unión) una suerte de tutela
espiritual, aunque luego alguno se quejara de sus manías y, sobre todo, de sus críticas
humorísticas, tributo de una época donde el humor era emoliente de todo. Pero Clarín
fue un hombre complejo y vulnerable, preocupado por hallar una filosofía de vida,
angustiado por la debilidad y el fracaso de los seres humanos y fiel a un progresismo
juvenil ya algo desengañado. En La Regenta, quizá la mejor novela española después
del Quijote, puso mucho de su experiencia. Su centro es una ciudad de provincias —
Vetusta— hipócrita, envidiosa y cruel, donde hay víctimas de su ambición (el magistral
de la catedral, don Fermín de Pas, y su madre) y víctimas de sus fantasías, como el
marido engañado, don Víctor Quintanar, todo en torno a un adulterio pronosticado,
deseado y contado por los vecinos: el de la débil, soñadora y contenida Ana Ozores a la
que conquista el galán Álvaro Mesía, rey del casino. Técnicamente ensaya en La
Regenta múltiples recursos narrativos. Lejos de las novelas de tesis, el autor deja hablar
a los personajes, que charlan o piensan en alto constantemente. El narrador, en
consonancia con los principios naturalistas, se distancia de sus personajes y deja que
ellos mismos vayan construyendo sus historias mediante el uso del estilo indirecto. Algo
después, en 1891, Alas exploró otro adulterio en Su único hijo, quizá la novela española
más explícita en la representación de lo erótico. En 1892 publicó Doña Berta, Cuervo y
Superchería, tres novelas cortas a la altura de las mejores de Flaubert y Maupassant. Ya
al final de su carrera inició una exploración de las flaquezas de la personalidad y la
debilidad ante la vida en una inquietante narración inacabada, Cuesta abajo. Sus
cuentos, tanto los de talante satírico burlesco como los serios, muestran un entronque
con el costumbrismo y parten de un tipo caricaturesco cuyos rasgos se satirizan. En su
producción se ve el fino humor y ternura que caracterizó su prosa.
Cierre

Bibliografía

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