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CAPITULO SEIS

Siento que este día de clases es el día más eterno. No odio la escuela, la amo. Pero hoy es
viernes y tengo mi primer cita romántica en 16 años de mi corta vida con el chico que me
gusta, y al parecer las cosas no saldrán como me las había propuesto.
Todas las mujeres tenemos similitudes que ya son parte de nuestra naturaleza femenina, el
histériqueo, los berrinches del quién sabe por qué, (pienso que a veces solo dormimos para
retomar fuerzas y al otro día seguirla haciendo de emoción con el que se cruce en nuestro
camino), esos gritos eufóricos fantasmales que damos cuando nos emocionamos o
estresamos, gusto maniático compulsivo por las compras, entre otras pero: siempre me he
preguntado si ese detalle de cursilería y romanticismo que esperamos de la primer cita del
hombre del que nos enamoramos se nos da a todas. Para ser exacta, he esperado 16 años
con seis meses, dos semanas, tres días y 8 horas, hasta ahora antes de salir de la escuela
para empezar a prepararme para mi cita, pero la respuesta de mi papá al decirme: “lo voy a
pensar…” sobre si me dejaría salir en la noche con Tito, ha hecho que todos mis sueños
frijoleros y cursis sobre mi cita se pongan en modo crítico, y aunque pensaba ir a
arreglarme la uñas, porque toda mujer se arreglan las uñas para una ocasión especial, ya me
las comí todas y he pensado seriamente comerme las de Carolina o las de mis pies, pero la
señorita Brandy quien nos imparte química en la última hora no me ha quitado los ojos de
encima desde que inició la clase.
─Zoé, ¿te preocupa algo? ─Me cuestionó con tono de “ay sí, quiero que note que me doy
cuenta que algo tiene pero me vale un comino que le pasa”. No. Sí. Bueno sí y no. ─Le
contesté tan nerviosa como quien espera los resultados médicos para confirmar cuantos
meses le quedan de vida.─ ¿Sí o no?
¿Qué parte de ni yo sé qué me pasa no ha entendido esta maestra? La miro fijamente
cerrando los ojos mientras continúo comiéndome lo que resta de mis dedos e imaginando
que en medida que se cierran mis ojos con rudeza, mis parpados la apretujan hasta que sus
gritos quedan reducidos a un débil eco y después a nada.
─Sí, todo bien, ─retiro mis dedos de la boca, cruzo la pierna izquierda, me recojo el cabello
en un chongo bellísimo inclinando la cabeza y evadiendo la mirada de la maestra, ─Es sólo
que tengo hambre.─ ¿Y por eso te estas comiendo los dedos? esos se ve muy mal en una
señorita tan bonita y educada como usted. ─Espetó la maestra mientras escribía algunos
jeroglíficos indescifrables en el pizarrón.
Trato de relajarme pero esta maestra acaba de ponerme los nervios de punta ante sus
alegatos incomodos y para hacerle ver que estoy cerrada a sus comentarios, que soy de palo
y tengo orejas de pescado lentamente cruzo los brazos que hacen juego con mis piernas
elegantemente cruzadas. Volteo a ver a Carolina que está a dos filas a la derecha y tres
sillas hacia adelante y me dice todo con la vista.
─Bájale tres rayitas, Zoé. Bájale tú, Carolina. No es el fin del mundo tonta, todo va a salir
bien.
Y justo cuando tenemos una elocuente conversación con sólo miradas suena la campana.
¡Todo mundo a casa! Se escucha un bello y desorganizado levantón y reacomodo de libros
en las respectivas mochilas de cada integrante del salón. Tardo algunos segundos en
reaccionar hasta que escucho un grito:
─Hey, chicos. Hoy es viernes de estrenos, vayamos al cine.
─Convoca Iván con un grito, el “galán” del salón obteniendo varios “yo voy” tanto de
chicos como de chicas, y sé que es lo que sigue así que me apresuro a recoger mis cosas
mientras de reojo veo como Carolina se acerca a mí.─“Zo” hermosa, ─Abrevia mi nombre
como todos los del salón creyendo que es impronunciable.
─ ¿Cuándo me darás la oportunidad de tener tan gran honor de llevarte al cine, o a donde tú
quieras?.
─Nunca.
─Oye, pero que agresiva eres, eh.
─Oye, pero que zorro eres, eh.
─Es enserio Zoé, me encantaría salir contigo, sabes que estoy enamorado de ti desde que te
vi.
─ ¿Soy la última que te falta en tu lista de cortejos o también incluyes a la señorita Brady?
porque mira que le hace falta que alguien la lleve a pasear.
─No, ella es demasiado grande para mí, te prefiero a ti. ─Me dice mientras levanta una ceja
y esboza una ligera sonrisa de galán e introduce una mano en el bolsillo izquierdo de sus
skyny jeans negros, y con la otra sostiene su mochila sobre el hombro derecho.
─Y tú eres demasiado zorro para mí. Has tenido más citas y novias que neuronas, ¿Qué te
hace pensar que saldría contigo?
─Eh, basta ya. Vamos Zoé, ─Dice Carolina dando por terminada la improductiva
conversación que había tenido con Iván otro fin de semana más. Pasamos por en medio de
él saliendo del salón mientras él continúa su reunión de planificación para la salida de esta
noche.
─Oye, ya tranquila estás hecha un manojo de nervios.
─Iván me estresa, cuantas veces le he dicho que jamás saldría con él no sé porque insiste.
No hablo de él, hablo de ti. Estás así desde la mañana.─Ay ya te dije que mi papá salió con
esas frases filosóficas complicadas y existenciales de: “lo voy a pensar…” ─Imité su voz lo
que hizo que Carolina riera.
Mi padre me ama. No lo dudo ni un momento, sin embargo a mi edad me es complicado
entender como un padre te ama y no te deja hacer lo que quieres, pero es quizá exactamente
eso, el que la mayoría de las cosas que queremos no es lo que en verdad necesitamos, y esto
es en todas las áreas de nuestras vidas. Suponemos creer que con una dieta de todo tipo de
comida chatarra no es suficiente para vivir, pero ellos y su increíble visión de la vida saben
que necesitamos frutas, verduras y otras comidas que nos ayudan a un sano desarrollo.
Podemos pasar horas frente al televisor o en internet, pero ellos saben que el exceso de esto
nos generara problemas y descuido de los estudios. Nunca la necedad de adolescencia
competirá con la sabiduría y madurez de nuestros padres, ¡nunca! sin embargo me cuesta
comprenderlo. Quizá si no hubiera mencionado el nombre de Tito, e inventado que saldría
con Carolina y otras amigas papá no hubiera dicho: “lo voy a pensar…” pero esto tampoco
estaba bien.
─Zoé, tu padre no es tonto. Y por cuanto no lo es sabe cuándo ceder a un capricho tuyo y
cuando no.
─¿Por qué no eres como las demás, Carolina?─¿Cómo?─Sí, así como lo es Karla por
ejemplo, que siempre ayuda a Verónica a que trame citas a escondidas, diciéndole a los
papas de Vero que Karla se quedara en su casa, pero sólo es para que Germán se la lleve a
quién sabe dónde.
─Pero qué rayos te pasa ¿eso quieres? ─Me dijo Carolina tomándome por los hombros y
mirándome fijamente a los ojos.
─No tonta, ─espeté espantada de su reacción, ─Sólo era una pregunta.
─Pues porque soy tu amiga. Y serlo implica amarte. Y amarte no es solaparte. ¿Sabes
cuántos novios han tenido Karla y Verónica? creo que la misma cantidad de amoríos que ha
tenido Iván. Y ambas le han partido el corazón a varios chicos y su expresión de amor de la
una para con la otra siempre es: “Ay amiga, si eso te hace feliz hazlo. Yo sólo quiero que
seas feliz” ─Ahora era Carolina la que estaba imitando. ─El problema es que su concepto
de felicidad se reduce a romper corazones, y lastimar personas si es necesario para ellas ser
“felices”. Si tienen una relación y alguna de ellas se siente confundida, o mejor dicho
atraída por otro chico, le dejan. Con el apoyo y consentimiento de que la una a la otra se
dirán: “yo sólo quiero verte feliz” ¿eso no es amistad, Zoé? Si yo fuera amiga de Karla ya
no lo sería, y no por mí, sino porque muy seguramente no hubiera querido saber nada de mi
amistad al confrontarle sus acciones tontas e inmaduras.
─ ¿Dónde te deposito? ─Le respondí cayendo de rodillas y abrazándome de sus piernas
entre leves y falsos sollozos. ─Ay eres una ridícula, contigo no se puede hablar en serio.
Nuestra ridícula y cómica escena fue interrumpida por la prefecta Kelly que nos cuestionó
si todo estaba bien. Y acto seguido después de responderle nos hizo entrar a la fila de
salida, porque nadie podía irse a casa si antes alguno de tus padres no iba por ti, o con vale
en mano firmado, donde tus padres autorizaban que podrías ir a casa por tu propia cuenta,
ya sea porque ellos no irían por ti o porque les parecía vergonzoso ir a buscarte teniendo
más de 15 años de edad. Lo sé, somos chicos de preparatoria, pero las normas de esta
escuela son lo suficientemente compatibles con las ideologías de mis padres como para
haberme inscrito aquí, estaban seguros que de esta forma reducían la mala toma de
decisiones en mi adolescencia, como irme de pinta con mis amigas.
─Sí, todo está bien, prefe.
Nos miró con aires de grandeza e intriga y luego continuó su camino manteniendo el orden
en los demás grupitos que obstruían la entrada del colegio. De pronto se oyó en las bocinas:
“Zoé Echegaray, ya llegaron por ti. Zoé Echegaray, apresúrate a la salida que tu padre te
está esperando”. Sentí ese ligero golpe de nervio en el vientre, similar al que había sentido
en la mañana pero esta vez con mayor fuerza porque al subir sólo quería escuchar: “Hola
mi amor, cómo te fue…fíjate que ya lo pensé bien. Y sí, si quieres salir con Tito, puedes
hacerlo, de hecho si necesitas dinero sólo pídeme, y si Tito no tiene en que llevarte puede
usar mi auto”, me despedí de Carolina, me profetizó una buena cita y me dirigí hacia el
auto rogando a Dios que mi deseo fuera cumplido.
─Hola mi amor, ¿cómo te fue? ─Me cuestiona mi padre recibiéndome con un beso. Bien,
pa’─Le respondo algo nerviosa mientras lanzo mi bolsa al asiento trasero.
Asiente con la cabeza y salimos de la fila del tráfico de padres que está recogiendo a sus
hijos en el colegio. Al avanzar siento que se me revuelven las tripas mientras miro por la
ventana y me trueno los dedos una y otra vez. Ni siquiera sé cómo recordarle lo de mi
petición de la mañana, aunque no dudo que lo haya olvidado. Y justo cuando estoy por
recordarle suena mi celular:
─Hola, ─Todo me da vueltas, es Tito.
─Sí, ya salí. No cómo crees, mi papá siempre viene por mí, ─le respondo a su pregunta de
¿te gustaría que vaya por ti? y que obviamente me gustaría, ─Ammm…sí, ya le dije…─
¿Quién es mi amor? ─Me pregunta mi padre y sentí que la vista se me nublaba. ─Dame un
momento, ─Tapé la bocina del celular para responderle a mi papá. ─Este…este, es Tito
papá.─ ¿Y qué quiere? ─Me pregunta, al momento que nos detenemos en un semáforo. Y
me palpita el corazón, me sudan las manos, me pica la cabeza, trago saliva, ¡Dios ayúdame!
─Que-si-me vas-a-dejar-ir-a-cenar-con-él, ─Le digo palabra por palabra, mordiéndome los
labios y tapando fuertemente la bocina del celular para que Tito no oyera nada.─!Aaah, es
verdad lo había olvidado!
Me lo dijo con tanta emoción y tranquilidad que hasta vi sus ojos brillar y por un momento
todo el estrés del día generado por el “lo voy a pensar…” de la mañana, se fue.
─Pásamelo, yo mismo le daré la respuesta. ─Me miró sonriente extendiendo la mano para
recibir el celular, al momento que el semáforo cambiaba a verde. Le discutí que no estaba
bien manejar y hablar por teléfono pero se justificó que sería rápido. Y se lo di.
─Hey, Tito, qué tal. Me dice Zoé que quieres ir a cenar a la casa…sí, eso me dijo…bueno
en fin, te esperamos a las siete de la noche porque Zoé se duerme a las nueve. ─Lo miré
con los ojos como platos. ─Bueno, ahí te esperamos, te tengo que dejar porque voy
manejando…sí, Dios te bendiga, llevas el postre, pastel de tres leches está bien…ok, adiós.
Adiós primera cita romántica. Adiós noche de ensueño. Mi primera cita sería en mi casa
con mis padres en medio. Trágame tierra, bolsa o… lo que sea.

CAPITULO SIETE

Estoy sentada sobre mi cama en flor de loto, aún con el uniforme encima recostada sobre el
espaldar de la cama, discutiendo los detalles de la visita de Tito a mi casa, orquestada por
mi papá.
─Por favor, quiero que te comportes lo más amable y lindo que puedas ser…sí, sí. No, no
hablo de apariencias, sólo se…ammm, ash… gánate a mi papá. ─“toc-toc” sonó la puerta
de mi cuarto y tuve que terminar la llamada con Tito antes de lo esperado no pudiendo
instruirle lo suficiente como para ponerle al corriente de los códigos de mis padres a la hora
de la cena. ─Oye, te tengo que colgar creo que mi mamá va hablar conmigo. Está bien, me
llamas en cuanto estés saliendo. ¡Llega temprano!
─Adelante.
─Hola beba, ¿Puedo pasar? ─Cuestiona mi madre ante mi vacilante y anímica declaración
de “adelante”
─Sí ma’.
“prfff…snnfff…aaah” resoplo como yegua estresada e inhalo y exhalo como humano
abrumado. Pasan miles de cosas por mi cabeza, qué va a preparar mamá, cómo me voy a
vestir, de qué platicará papá que es un hombre tan crítico y culto, con Tito que es tan, cómo
decirlo: ¿distraído? ya imagino a Tito, con cara de mártir obligado a negar su fe,
estupefacto y en modo shock. Mientras que papá lo ve con ojos de “pobre morro”,
mezclando una sonrisa de “nunca será tuya”. Pero que me deja con más angustia, y es ¿y si
estoy quemando este cartucho con alguien que no debió ser quemado? es decir, Tito me
gusta, me interesa, con todo y sus detalles, pero ¿y si a mis 16 años, casi 17, me estoy
comprometiendo y enamorando demasiado pronto? obviamente, no estoy completamente
enamorada como una loca, pero ya nos hemos tratado lo suficiente, aunque nunca es
suficiente, y tengo años de conocerlo como para intentar algo más serio, pero ese detalle es
el que más me está acongojando, haberme estresado, ilusionado y hasta cierto punto metido
en líos con mis padres como para que al final de las cosas ya sea por él, por mí o por
nuestra corta edad las cosas terminen, como terminan todas las relaciones a nuestra edad
por mucho que se amen.
─ ¿Qué te pasa, Zoé?
─Pues ya te contó papá, ¿no?
─Quiero que me cuentes tu versión.
─ ¿Que te dijo mi papá? ─Le pregunto intrigada mientras ella se sienta sobre la orilla de la
cama.
─Me dijo que le contaste que Tito te invito a cenar, y que se han estado tra-tan-do, ─ese
“tratando” deletreado de los labios de mamá acentuada con los ademanes de las comillas,
me indicaba dos cosas: que le había ocultado los detalles del asunto, y que el reclamo se
aproximaba.
─Pues sí.
─Sí ¿qué? Zoé.
─Perdón, es que…mira, o sea ma’…─pensé rápidamente tratando de organizar las cosas
sin rayar en la mentira y justificación, aunque esto último era imposible de evadir. ─Tú me
has visto platicando con Tito, y todo es en son de amigos, porque sólo nos estamos
conociendo, y si no les he contado nada, ni a ti ─esto último lo enfatice inclinándome hacia
ella fijando los ojos en los suyos, ─es porque no había ninguna otra intención, y es hasta
ahora no hay ningún compromiso. Obviamente no puedo o tengo que estarles dando
reportes de todas mis amistades, ¿verdad?
─No. Continúa.
─Pues la verdad es que de unos meses para acá el interés y el trato han dado un giro, y ha
despertado cierto interés en él. Y para no hacerte largo el cuento, hoy me invitó a cenar. Y
bueno, lo más lógico, es que me propusiera que fuera… amm, su novia, y después de yo
tomara una decisión, se lo informaría a ustedes. O ¿ustedes deciden por mí y ya después me
informan?
─No, hija. Tú decides a quién le darás una oportunidad. No estamos en los tiempos en que
se apartaban a las mujeres desde que nacían para casarlas con alguien que beneficiaría a la
familia. Tú decides. Pero tampoco tienes que llegar al límite donde tratas de manejar todo
con tu criterio y no tomas en cuenta la experiencia de quienes son tus padres y que
obviamente, somos más sabios que tú. Y bueno, en fin, no te estas casando pero en el caso
hipotético de que Tito hoy te pidiera que fueras su novia ¿estás segura de darle una
oportunidad? ¿Ya consideraste todos los factores que influyen en que dicha relación no sea
funcional? Tu edad, la escuela, sus gustos, la familia, amistades, entre otras. Porque como
te lo he dicho antes, cuando uno se enamora pierde en sentido de la realidad, y sólo
empieza a considerar las cosas similares y lo bello que puede venir con esa relación, pero
también debería considerar lo contrario. Ya hemos hablado en otras ocasiones sobre
aprender a decidir y de la importancia de enamorarte, ¡bien!
“Enamorarte bien”, esto último retumbaba como un eco de advertencia que resumía todos
los sabios consejos de mi madre respecto a estos asuntos. Y aquí estaba tocando con la
punta del dedo la llaga que me había hecho la pregunta que flotaba alrededor de mi cabeza
y me angustiaba desde que papá me dijo en la mañana: “lo voy a pensar…” y era: ¿y si le
estaba cediendo terreno de mi corazón a quien no debía ser cedido? ¿Y si no era él la
persona de la que debía enamorarme? obviamente uno nunca tiene estas garantías
compradas, pero si debe reconsiderar muchas cosas antes de tomar la decisión de abrir su
corazón a una persona, incluso a amistades.
─No quiero que te sientas presionada a darle un “sí” a Tito, sólo por el hecho de que te ha
estado cortejando. Pero tampoco presionada a decirle un “no” porque a tus padres no les
parece dicha relación, debes reconsiderar las cosas y llegar al punto donde decidas lo que es
verdaderamente benéfico para ti usando la lógica de las cosas, buscando lo saludable en la
relación con tus padres y lo honroso a los ojos de Dios. Si decides bien, te haces
responsable de tal decisión, pero…si decides mal cariño, también tienes que hacerte cargo
de esa decisión. Sólo considera todas las variantes antes de formular una respuesta sensata.
“Todas las variantes” ¿he dicho antes que mi mamá me infunde admiración y miedo cuando
me habla seriamente? en “todas las variantes” se encontraban aquellos detalles como la
edad por ejemplo: yo una adolescente de 16 años, Tito con 17 años tan sólo por seis meses
de diferencia lo que implicaba que cuando yo cumpliera 17 él tendría 18. No era mucha la
diferencia, pero aun así, a esa edad uno filtra más las cosas por las hormonas que por las
neuronas.
─No sé si las he considerado todas. ─Le respondía mientras había cambiado el foco de mi
nerviosismo de tronarme los dedos y morderme las uñas a peinarme el cabello con los
dedos una y otra vez mirando fijamente a mamá, mientras me mordía el labio inferior y
fruncía el ceño confundida.
─ ¿Has considerado el consejo de Dios en todo esto?
─Sí, bueno, no. Ay no sé.
─Mira, Dios no te va a decir con quién debes entablar una relación y con quién no. Tú eres
la que determina eso, pero si debes considerar su consejo para que decidas bien. ¿Recuerdas
la historia de Sansón?
─ ¿El Superman de la biblia? ─Le dije en broma sintiéndome una erudita recordando las
clases dominicales de la iglesia y por ponerme en el mismo canal de mi madre.
─Ajá, ese. ¿Cuál fue el problema de Sansón y Dalila? ¿Y por qué perdió su fuerza?
─Bueno, según recuerdo que ella era de otro pueblo, Filistea. Y Sansón Israelita. Lo cual
hacía incompatible y disfuncional la relación. Y creo que tuvo relaciones sexuales con ella.
─En los primeros puntos tienes la razón, en el último que es lo más importante y de lo que
te quiero hablar, no. Lo más cercano a un acercamiento sexual que tuvo Sansón con Dalila
fue haberse recostado sobre sus piernas. El problema con Sansón y lo que lo destruyó, fue
algo que no había hecho con sus anteriores amoríos, ya que había tenido otros, fue que le
abrió su corazón por completo a Dalila. Le descubrió lo más íntimo que guardaba en su
vida, hacerlo no era un problema, el problema era que Dalila no era la persona correcta,
aunque él la consideró correcta, pero ignoró las variantes, ¿me explico? ─Asentí con la
cabeza entornando los ojos. ─La mayoría de los fracasos amorosos inician en el momento
en que le abren el corazón a la persona incorrecta, y que sea incorrecta no necesariamente
es que la otra persona sea mala, Zoé. A veces simplemente tiene que ver con que no es la
persona correcta, y cuando alguien no es la persona correcta para ti, aunque sea guapa,
inteligente, amable y más, no funcionará, porque lo que acabo de mencionar es trivial, pero
hay cosas de mayor valor que no pueden dejarse a la suerte, como compartir los mismos
valores, la misma fe, la misma cultura, y sobre todo los mismos sueños, propósitos y visión
de vida. A tu edad y la de él, aún no definen que harán con sus vidas, esa es la gran y más
importante variante a considerar.
“Toc-toc” sonó la puerta que estaba abierta y ambas volteamos hacia ella descubriendo a
papá recostado sobre la puerta. Tragué saliva, mucha saliva, tanta que sentí una ligera
sensación de asfixia. Me sobrevino un ligero embotamiento mental y miré a mi padre con
ojos de “yo no fui”.
─Y bien chicas, ¿de qué hablan? ¿qué vamos a cenar hoy por la noche? Son las 5:00pm y
tenemos un invitadillo ─Me miró levantando las cejas y me persuadí de que se le escapaba
una ligera sonrisa burlona, ácida y coqueta, típico de él hacia mí cuando quería
incomodarme. Y le devolví una pequeña y linda carita triste extendiéndole los brazos para
que me abrazara y me levantara de la cama, más que por sentir su cariño lo cual sabía que
siempre estaba para mí, era porque las piernas las tenía entumidas de permanecer en flor de
loto por más de 30 minutos.
─Venga Don Isaac Echegaray, deme un abrazo y ayúdeme a levantarme que no siento mis
piernitas.
A mi padre, le encantaba que si le hablaba por su nombre, no omitiera su apellido de origen
español. Aunque nunca conoció a su padre, mi abuela, Doña Martina Echegaray fue una
excelente madre, me consta, lo confirmo todos los días cuando mi padre me abraza y me
hace sentir muy querida. Mi abuela, que aunque murió de cáncer a los 52 años, se esforzó
por pagarle los estudios siendo su único hijo y teniendo el privilegio de verlo graduarse
como Licenciado en Derecho a los 22. Cuando mi abuelo la dejó porque descubrió que
estaba embarazada, tuvo que dejar la carrera de administración por que su padre que era un
hombre duro y temperamental, la corrió de la casa, y mi abuelo que en ese tiempo era ya su
ex novio no dejó la carrera pero se cambió de escuela porque sus padres que venían de una
familia de mucho dinero quisieron evitar el escándalo y nunca más supo de él. Así que con
un embarazo de dos meses y la carrera truncada, juntó los pocos ahorros que tenía y se vino
a vivir a México, con una amiga que había estudiado con ella en Sevilla y que ahora vivía
sola en Cancún, pero con el apoyo de sus padres. Así es que mi padre de origen español,
nació en Cancún, México.
─Agárrate fuerte, ─me dijo y de un solo jalón quedé colgada de su cuello sostenida de sus
brazos, después de unos segundos me recosté sobre la cama entumida, hasta que el
hormigueo de las piernas desapareciera, intentando darle pataditas a mi papá que se
empecinaba en martirizarme picándome las piernas.
─ ¡Mamaaaaá! ¡Mira mi papaaaá! ¡Dile cosas!
─Ya, Isaac. Zoé me va a ayudar a preparar la cena, de eso hablábamos.
Vi a mi madre levantarse de la cama, abrazar a papá, decirle algo al oído y dirigirse hacia la
puerta, se detuvo y me recordó que la cocina nos esperaba. Ahora era papá quien se sentaba
a la orilla de la cama para recostarse a mi lado.
─Ponte bonita, que quiero que el lobo se lama cuando te vea, y cuando lo haga: ¡Boom! le
disparo.
─ ¡Papaaaá! no seas cruel hoy, plis.
─No soy ni seré cruel mi amor, no lo soy. Sólo protejo lo que Dios puso en mis manos.
Prometo ser tan dulce que el Tito va a querer lamerme como postre. ─Nos quedamos sobre
la cama riéndonos a carcajadas, mirando el techo mientras oímos el grito de mamá: “Zoé,
ven a ayudarme”. ─Ve a ayudar a tu madre, y te recuerdo, por si traías el pendiente que no
es una cita relájate, es una cena, de amigos, con tus padres y el intruso de Tito, que no me
pasa al chico, neta amor, no me pasa.

CAPITULO OCHO

Sigo pensando si algo me está haciendo falta terminar mientras observo el comedor
impecablemente limpio y ordenado, mi obra de arte perfecta. Siento picazón en la cabeza
como si una estampida de piojos cruzara de sien a sien. Me rasco la cabeza, miro mis uñas
y las examino cual forense en busca de pistas y pruebas de culpabilidad. Me cruzo de
brazos, tamborileo con el pie derecho mientras asiento todo mi peso sobre el izquierdo, y
una vez más me vuelvo a rascar la cabeza. De repente, caigo en cuenta que falta poco
menos de una hora para las siete de la noche y el causante de que haya erradicado todas las
bacterias que por años se han acumulado en los rincones más pequeños de esta casa,
(puesto que mamá al convencerse de que soy pésima para la cocina me mandó a limpiarla
exhaustivamente), está por llegar.
—Eh, cariño, ¿no piensas bañarte?
Escucho la voz ronca y hermosa de papá por las escaleras. Trae puesto unos jeans de
mezclilla azul marino, con un suéter de cuello v, exponiendo la camisa blanca impecable.
Se va pasando los dedos por su cabello negro ondulado siempre tan organizado y sedoso
mientras baja escalón por escalón. Me pregunto constantemente por qué no puedo organizar
el mío de la misma manera y como nunca encuentro una respuesta, me entristezco y
prefiero mantenerlo rebelde.
—Veo algunas moscas ya rondándote la cabeza. —Me dice sonriendo mientras se acerca y
pone su mano sobre mi hombro, —Ándale señorita que ya es tarde.
—Ya voy pa’. Sólo estaba asegurándome que todo esté en orden.
—Aquí lo único que estará fuera de orden será el Tito haciéndonos mal tercio en nuestra
cena, pero bueno, ya lo invitamos.
Lo miro entornando los ojos y frunciendo los labios para al final esbozarle una sonrisa
tierna ante su coqueta sonrisa burlona. Subo corriendo las escaleras para arreglarme y me
detengo a la mitad para decirle:
—Oiga, Don Isaac Echegaray, es usted un “amortz” ¡Gracias por ser tan lindo!
Me mira fijamente desde el umbral de la entrada del comedor y con su seriedad tan
perfecta que le caracteriza, baja la mirada y se agarra la muñeca acomodándose el reloj, y
me vuelve a mirar. No me dice nada, pero sé que en el fondo me lo dice todo cuando me
contempla con esos enormes ojos color miel.
—Báñate. —Se dio media vuelta y caminó rumbo a la sala.
Asiento con la cabeza y termino de subir las escaleras. Me gusta vivir al extremo, faltan
solo 30 minutos y empezaré a hacer un show por todo el cuarto. Para empezar ni siquiera sé
qué ropa debería usar. Nunca sé. Las mujeres nunca saben. Cada fin de curso escolar viajo
con mis padres a algún lugar fuera del país e invierto todos mis ahorros en comprarme ropa.
Tengo un closet de diez metros de largo por dos de alto, dividido en tres secciones: ropa,
zapatos (con sus respectivas repisas), y accesorios; incrustado en una pared mi cuarto. Una
de las cosas más fascinantes, es ir de compras. Pero lo que más me causa placer de hacerlo
son dos cosas: comprar con dinero que yo me gané y regalarla cuando se necesita. Papá es
socio de un bufete de abogados muy importante en la ciudad, así que gracias a él y sus
ingresos, pero sobre todo a Dios, vivimos bien y económicamente no nos falta nada.
Aunque dice que todo lo que tenemos siempre tiene un fin, y es dar. Desde muy chica
aprendí que no es el típico padre fácil de manipular ante los berrinches de sus hijos, y eso
que yo fui la única. Me enseñó que para tener hay que trabajar, pero que siempre es la
bendición de Dios la que enriquece, y que la vida se vive por etapas, que hay etapas de
carencias, y etapas de abundancia. Y en cualquiera de ellas debemos vivir contentos con lo
que tenemos, porque ninguna etapa es para siempre, sólo Dios. Así que desde que tengo
memoria ha intentado de muchas formas hacerme que me gane las cosas. He allí el por qué
disfruto gastar dinero que me gano de diversas formas, desde lavarle su auto, hasta venderle
comida a mis amigos de la escuela. Pero la parte más satisfactoria es cuando nuestra iglesia
hace brigadas asistenciales a lugares marginados de la ciudad y puedo vaciar parte de mi
closet para darlo a quien en verdad lo necesita. Al principio cuando mamá me dijo que era
bueno que lo hiciera no me pareció buena idea, y aunque lo hice, lo hice de mala gana
dando cosas que en verdad no servían. Pero cuando vi la cara de agradecimiento de esas
niñas que se conformaron con muy poco, entendí que si aún con mis actos mezquinos y
egoístas podía dibujar sonrisas en las que encontraba a Dios sonriendo y diciendo: “estuve
desnudo y me vestiste”, no tuve más pretextos para desprenderme de lo que suponía mío.
Creo que en verdad a uno no le duele desprenderse de lo que tiene cuando comprende que
nada es suyo, aunque lo haya obtenido con mucho esfuerzo, porque sólo tenemos lo que la
mano de Dios nos ha dado, y es exactamente eso lo que devolvemos, lo que Él nos dio.
Así que optimizando el poco tiempo que me queda, hice un rápido recorrido entré mi
boutique personal e hice ciertos cálculos fashionistas sobre lo que se me vería bien. Alicé
las arrugas que la falda tenía con la plancha a la temperatura correcta, dejé la ropa sobre la
cama y me metí al baño. Gracias a Dios estoy lo suficientemente despierta como para saber
cuál es la fría y cual la caliente, las gradúo y en unos minutos más estoy caminando por el
cuarto con la toalla a medio cuerpo. Me sitúo frente al enorme espejo que tengo al lado del
tocador, y tomo la secadora a toda velocidad para evaporar el agua. Hago todos los
malabares correspondientes y estoy lista.
Papá y mamá están sentados en la sala viendo televisión. Los veo desde el pasa manos de la
escalera y me causan ternura. Siempre tan lindos, tan juntos, tan dependiente el uno del otro
que no imagino la vida de alguno de ellos con la ausencia del otro. Cuando papá sale de
viaje de negocios mi madre sufre de insomnio y siempre me pide que duerma en su cuarto.
— ¿Qué tal me veo? —Les cuestiono extendiendo los brazos y dando una ligera vuelta
frente a sus ojos.
— ¿Te bañaste? —Dice papá
—Ummm…huele a limpio, —Comenta mamá siguiéndole con el juego.
—No empiecen con sus chistesitos, les estoy hablando en serio, —Les digo levantando una
ceja y torciendo la boca al tiempo que coloco mis manos sobre mis caderas haciendo
jarritos.
—Nosotros también. Como padres nos sentimos muy orgullosos de ti cuando te bañas,
sobre todo cuando te peinas. —Entre cierro los ojos despacito mirándolo con crueldad
como queriéndolo hacer sentir mal.
—Ay venga ya. Estás hermosa mi vida. Siempre lo estás.
— ¡Grosero! —Me acerco al de hombros caídos y cara de indiferencia, uniéndome a su
jueguito de dulce burla.
—Ya quietos. Déjense de cosas que después no se aguantan. —Nos advierte mi madre en
quien se cumple la bienaventuranza de “bienaventurados los pacificadores, porque ellos
serán llamados hijos de Dios”, tomándome de la mano y haciéndome sentar en sus piernas.
—Zoé, cuando veo tus ojos de color miel, tus cejas tan gruesas y perfectamente delineadas,
esa piel aceitunada, tu frágil y a la vez inquebrantable cuerpecito de 16, casi 17 añitos, y te
oigo decir: pa’, con ese tono de voz moviendo esos labios tan envidiables para las que usan
botox, me digo ¿Quién es Abigail Herrera para que Dios le haya dado tal deleite de hija y
quién Isaac Echegaray para que me haya encarnado y regalado la mejor de sus poesías?
Miro a mi mamá y hago caritas de niña ruborizada ante tal declaración y siento que me
arden los cachetes. Siempre me arden cuando me siento intimidada y alagada y no sé cómo
responder. Lo miro y golpeo mis dos dedos índices mordiendo ligeramente los labios para
expresar que me hizo sentir incómodamente bien.
—Aww, pa’… ya me dio penita, —Ambos se ríen y me le tiro a los brazos de papá para
darle un beso en la mejilla y decirle que lo quiero aunque sea feo.
Incorporándome una vez más frente a ellos que no se han movido para nada del sillón, doy
otra vuelta tipo bailarina de ballete. Les presumo mi elección de ropa que escogí para esta
noche: una blusa blanca de algodón de cuello redondo y ancho con mangas largas que llevo
recogidas hasta los codos donde empieza una ligera abertura que hace ver parte de mi
brazo, adornada con un estampado a la altura de mi estómago, de un leopardo que mira
fijamente a quien me observe, adornado de algunas pequeñas piedritas que hacen resaltar
parte del contorno de sus manchas del rostro y ojos. La falda color rojo oxido, con un toque
ligeramente desgatado, se compone de un fondo interior de encaje, sólo a un centímetro
más largo que el exterior que es una tela demasiado linda pero que desconozco, y tiene a
manera de cinturón una tela más gruesa de un bordado tosco pero lindo de color verde oliva
opaco, y bajo el, un poco más bajo que mi ombligo, dos botones negros lo suficientemente
grandes para hacerse notar. De accesorio al cuello, un medallón de fantasía que lleva una Z
que me hace pensar que lo hicieron especialmente para mí. Y el cabello recogido en un
chongo con una mascada con una mezcla de colores opacos que hacen ver perfecta toda mi
combinación, cayendo sobre mi frente un copete y por mis cachetes algunos mechones,
unos más largos que otros, al igual que detrás de mis orejas. Y no podrían faltar unas botas
de piel, color café carmel con dos pequeños cinturones por cada bota que me hacen ver
ruda pero sin perder lo tierna, diez de tacón que me ayuda a parecer de uno setenta cuando
en verdad mido uno sesenta.
—No hay cosa más bella que tú…—Me dice papá, haciendo una pausa y voltea a ver a mi
madre y continua, —Obviamente, después de tu madre. Porque cabe aclarar…
“Ding-dogn”, interrumpe el timbre del portón de la entrada, y me pasmo tragando saliva
con cara de acomplejada al mirar que el reloj de pared de la sala marca las 07:05pm. Miro a
mis papás a quienes no parece interesarles que el timbre está sonando, y antes que papá
retome la conversación me adelanto haciéndoles stop con las manos y diciendo:
—¡Yo abro!
Doy media vuelta, camino hacia la puerta principal de la casa, caminando lento pero
seguro, abro, y al final de la entrada, recargado de lado en el portón, está Tito, y su papá, el
pastor Severino me dice adiós con una sonrisa, y no dándome ni tiempo para responderle
avanza en el coche dejando a Tito con una caja en las manos. Avanzo hacia él sonriéndole y
le examino como viene vestido: camisa tipo mezclilla con rayas blancas verticales, de
botones también blancos, cinturón de piel café oscuro, y un pantalón café claro con unos
mocasines del color de mis botas. Se ve tan guapo, cuando se deja un poco la barba. Y
además traemos el mismo color de zapatos, ¡debe ser una señal de confirmación! El cielo
nos ama.
—Hola. —le digo al instante que abro el portón, y me acerco a saludarlo de beso en la
mejilla.
— ¡Waoo!, pero ¡qué her-mo-sa te vez!, —asiento doblando el cuello y levantando el
hombro derecho a manera de “gracias, me intimidas”
—Eso dice mi papá.
—Mira… traje el postre, jeje. —entramos al patio y él empieza a caminar por el caminito
de cemento que lo lleva a la entrada de la puerta mientras yo me quedo cerrando el portón.
Se detiene unos cuantos pasos delante de mí para esperarme y mientras camino a él, esos
pasos se me hacen eternos, en combinación de las palabras de mi madre, y de la inseguridad
que me invade, por quizá adelantarme a algo que no era necesario. Pero ahora se le suman
otras interrogantes ¿y si Tito sólo me quería invitar a comer? ¿Y si fueron mis ideas tontas
de adolescente enamorada? ¡Caramba!
— ¿Todo está bien? —me pregunta Tito al ver mi cara de incógnita. Y le digo que sí, que
todo está bien.
Caminamos hacia la casa y siento que me hundo en cada paso, pero a la vez me gusta la
adrenalina que esto me provoca, y ese hormigueo o revoloteo de pterodáctilos en el
estómago a los que unos llaman “mariposas” mientras camino junto a Tito, me invade.
Levanto los ojos al cielo y oro en mi mente: “Dios, ya hemos hablado de esto en secreto,
pero en el caso de que las cosas no estén bien, encamina todo a bien, y haz lo que tú quieres
no lo que yo quiero, por fis”.

CAPITULO NUEVE

Cruzar el umbral de la puerta principal de mi casa al lado de Tito fue como si traspasara
una pantalla de luz, y me llevara a un tiempo desacorde con mis decisiones, de repente sentí
como si un vacío me golpeara las mariposas que estaba sintiendo recientemente revolotear
en mi estómago. Tragué saliva y terminé de cruzar la puerta. Nos acercamos a la sala donde
papá y mamá nos esperaban.
—Buenas noches, —dijo Tito amablemente con una voz que denotaba nerviosismo.
—Buenas noches, —dijeron mis padres poniéndose de pie.
Papá se acomodó el suéter al levantarse y le extendió la mano a Tito. Mi madre le siguió
esbozando una sonrisa y saludándole. No hubo necesidad de mucha presentación, Tito era
bien conocido por ellos. Años de asistir a la misma iglesia donde su padre era el pastor nos
llevaban a cierto punto de confianza donde las formalidades no eran tan necesarias. Papá
invitó a Tito a que se sentara, y mientras lo hacía me indicó con una mirada que me sentara
en medio de mamá y él, pero yo hice como que no le vi y me senté en el sillón de enfrente
junto a Tito. En el caso hipotético de que todo saliera mal, y que yo hubiera tomado una
mala decisión, la cual implicaba haber aceptado algún tipo de compromiso sentimental
hasta ahora y no más, y por eso estaba Tito allí, (ya que puedes tener un compromiso
formal e informal. En el primero: diríamos que es con el permiso de mis padres que
entablamos una relación de noviazgo. En el segundo: también podríamos decir que
entablamos una relación pero excluyendo cualquier aprobación de ellos, pero en este
segundo, también están las relaciones donde no hay compromiso formal, las parejas no son
nada pero las emociones se ligan y se entrelazan con el constante trato e interacción en
búsqueda de un compromiso, creando lazos sentimentales que te hacen sentir que la otra
persona es parte de ti e incluso tuya, aunque no haya nada que les una formalmente, a veces
este tipo de compromisos, los sentimentales, pueden ser los más peligrosos si no hay un
compromiso de por medio lo cual regula y crea un sano equilibrio, bueno, eso me ha dicho
mi mamá) que más daba correr el riesgo de sentarme a su lado haciéndole ver a mis papás
mi interés por él, y así orillar a que todo se hundiera o bien mantuviera a flote.
—Qué tal Tito ¿cómo estás? nos da mucho gusto tenerte por aquí.
—Muy bien gracias a Dios, —respondió Tito a mi madre— muchas gracias por invitarme,
mi padre les manda saludos, mi mamá preparó estos brownies de chocolate, y me sugirió
que pasara a comprar helado. Así que aquí está Don Isaac, cumplí.
Tito extendió las manos sosteniendo los brownies en su caja con la mano derecha y en la
otra un bote de helado de vainilla en dirección a mi padre. No sé por qué razón creyó que
papá le festejaría su acto dadivoso de traer el postre. Don Isaac Echegaray ni se inmuto,
sólo le dio una sonrisa entre fingida y real moviendo el pie que tenía sobre la rodilla
acomodado elegantemente. Se puso en pie frente a Tito y le dijo:
—Gracias, Tito. ¿Te parece si pasamos al comedor? Mi esposa preparó una cena muy rica.
—diciéndole esto extendió las manos y tomó los brownies y el helado.
—Amm… sí, este… claro, claro. Vamos a cenar.
—Claro, y cuanto antes mejor, porque Zoé va a dormir temprano.
—Papá, deja de decir eso, mañana es sábado y no voy a la escuela.
—Exacto hija, deberías dormirte desde hoy para que el lunes estés llena de energía y muy
guapa. —bromeó. No podría quejarme, hasta ahora todo iba bien. Tito había sido muy
amable, respetuoso y prudente, y sobre todo puntual, gesto que mi padre valoraba mucho.
Entramos al comedor y papá me dio los brownies para que los pusiera sobre la barra de la
cocina, mamá también se dirigió hacia allí seguida de papá quien abrió el congelador para
acomodar el helado mientras Tito esperaba sentado en el comedor, salí rápidamente de la
cocina para ir donde estaba él y me acomodé en un lugar de la mesa. Por un momento
estábamos solos, y esas punzadas en el estómago por el nervio seguían allí.
—Hey, te ves muy bien, —le dije a Tito muy suavecito, en un tono donde solo él podría
oírme y los oídos biónicos de mis padres no tuvieran alcance, mordiéndome el labio.
—Gracias. Tú también lo estás, —me dijo y agarró uno de los mechones que me caían por
el rostro y acomodándolo detrás de mí oreja.
¡Rayos, me quedé pasmada! Sentí una invasión a mi privacidad. O yo era muy anticuada o
él muy atrevido, y es que en cualquier momento mi papá le podía volar la cabeza con la
catana que tenía en la sala si le sorprendía haciéndome ese tipo de gestos tan coquetos.
—Epale, tranquilo. No quiero que mi papá te termine cenando.
— ¿Por qué? —preguntó inocentemente o torpemente, Tito. Me estaba convenciendo de lo
que mi papá decía frecuentemente de él.
— ¡Cómo que por qué tonto! No puedes hacerme ese tipo de cariños así nada más. Si te ve
mi papá ¿qué le digo?
—Oh ya, entiendo, —sentí un gran alivio cuando dijo: “entiendo”, me hacía creer que
entendía y yo le creí.
“Zoé”, se escuchó mi nombre en la voz de mi mamá “¿podrías venir un momento por
favor?”, agregó. Me levanté rápido de la mesa y le pedí a Tito que me disculpara. “Ya
regreso”, creo que necesita ayuda con la cena”. Al momento que entraba a la cocina, papá
salía de ella y entraba al comedor. Me cerró un ojo acompañado de una sonrisa pícara
chisteando los labios y yo le abrí los ojos enormes, como diciéndole: “no te pases”. Al
entrar a la cocina sorprendí a mamá cubriendo el okonomiyaki con una salsa del mismo
nombre y su topping, el olor era riquísimo, se había lucido en la cocina como era típico de
ella. Cuando se fueron de viaje por su aniversario número 15 a Japón, papá quedó fascinado
con este tipo de pizza japonesa y mamá le prometió aprender a cocinarlo. De hecho cada
vez que viajan juntos a algún lugar, y papá se enamora de algún platillo, por muy difícil
que parezca mamá aprende a cocinarlo para complacerle cuando a papá se le alborote la
tripa.
—Ayúdame sacando la naranjada del refrigerador y ponle hielo si no esta tan fría, mientras
voy a llevar esto.
— ¿Naranjada? ¿En serio si hiciste naranjada?
—Sí ¿por qué no? Digo, este… dame una buena razón para no hacerla.
—Es que creo que a Tito no le gustan las bebidas de cítricos. No sé, no recuerdo por qué.
—Ah, mira, fíjate. —Se me quedó mirando unos segundos con el okonomiyaki en las
manos levantando las cejas, sonreímos por la ironía del momento. — ¿Y luego, cómo qué
se te ocurre? ¿Hacerle algo especial al joven? Te dije que me ayudaras a cocinar pero como
nunca me haces caso en cómo se deben preparar las cosas ni te quejes, de perdida me
hubieras ayudado con la bebida.
—Ay, ya, ya… Basta. No vamos a hacer un show porque al Tito no le gustan los cítricos.
—¿Show? Tú, yo qué. Apresúrate con eso. —después de darme la orden salió de la cocina
sonriendo.
Abrí el congelador y al lado de las charolitas de hielo, estaba el helado de vainilla que había
traído Tito. Le pasé el dedo por la tapa dibujando un corazón, sonreí. Tomé los hielos y le
pusé todos los que estaban en el congelador, después de hacerlo y ver como empezaba a
sudar la jarra de cristal levante la mirada y estaba mi mamá otra vez allí mirándome.
—Zoé, ¿Por qué le echaste tanto hielo al agua, beba? Se les entumirá la lengua de tanto
hielo. —movió la cabeza como diciéndome: “cabezona”.
—Es que no la sentí tan fría.
—O sea, qué querías, que los pingüinos te saludaran desde la jarra o qué.
—Aww… no sé hacer ni el agua. —le dije poniendo cara de compasión.
—No, sí sabes pero no sé qué traes en la cabeza. A ver, ayúdame a sacarle unos y ponerlos
en esta cubetita por si quieren, que ellos mismos los tomen. —acto seguido sacamos el
hielo y salí triunfante de la cocina con una enorme jarra de naranjada.
Nos sentamos a la mensa interrumpiendo alguna platica que papá estaba teniendo con Tito,
papá dijo que oráramos y dirigió la oración tomando la mano de mamá. Incliné el rostro
poniendo las manos entre mis piernas pero no cerré los ojos. Vi a Tito hacer lo mismo y nos
miramos sonriendo. Le hice señas con los ojos como cuestionándole si todo iba bien con
papá. Levantó los hombros como diciendo: “no sé”. Pero qué rayos le pasa a este chico, me
dije; tiene aproximadamente 30 minutos en mi casa, y 15 de ellos a solas con mi papá y no
ha olído nada del clima en el que está inmerso como para determinar aunque sea por error
si las cosas van bien o mal. Fruncí el ceño y le expresé moviendo los labios pero sin decir
palabra: “qué, cómo qué no sabes”, puso cara de incógnita cuestionando que, qué le estaba
diciendo. “No me decepciones, bebé”, le dije desde mis adentros con una mirada de
confusión. Al momento que papá iba a terminar de orar cerré los ojos y a manera de coro,
todos dijimos: “amén”.
—Bueno, a comer, —dijo papá y volteo a verme descubriendo en mi rostro cierta angustia,
— ¿Qué pasa, todo bien?
—Sí, si todo bien pa’. —antes de que dijera otra cosa mamá me salvó interrumpiéndonos,
disculpándose con Tito.
—Tito, espero te guste la cena, es comida japonesa. Zoé, me acaba de informar que no te
gustan los cítricos y yo preparé naranjada, pero si gustas te puedo ofrecer otra cosa.
—Oh, no, no. No es necesario, así está bien, es sólo que… no es que no me guste… si,
pero…amm… casi no tomo cítricos, es todo, —respondió vacilante.
—Pues si no tomas bebidas de cítricos muy frecuente no sabes de lo que te pierdes, amo los
cítricos, de pequeño en el patio de mi casa creció una mata de limón, no sabemos cómo, ni
quién la sembró o tiró por allí las semillas, pero creció, mi madre me hacía regarla y
cuidarla porque decía que en su tiempo daría frutos. Y así lo hice, con el tiempo cuando
crecieron los limones los cortaba y se los llevaba a mi madre para que ella hiciera agua de
ellos, el asunto es que me enamoré de la planta y después conseguí semillas de naranja y las
plante, y en su tiempo también me dieron naranjas. Y tontamente, así me enamore de los
cítricos. Aprendí algo de eso: Las cosas en las que inviertes tu tiempo, que cuidas y le
proteges con amor, como yo de niño a esas plantas: siempre te devuelven el favor y su amor
dándote sus frutos, es una ley de la vida que se vive no sólo en árboles sino también en las
relaciones interpersonales. No se puede recibir nada en donde nunca se ha invertido. —Le
respondió papá a Tito y este se le quedó viendo como si le hubieran hablado en chino, al
percatarse de que ni un “oh, si…” de falso asombro le respondería, fijó sus ojos en el
okonomiyaki que estaba sobre una plancha en el centro de la mesa, cortó un pedazo y lo
acomodó en su plato. —Es buffet, Tito, aunque haya sólo un platillo para escoger. Sírvete
“sin vergüenza”, con confianza.
“Sin vergüenza”, esto retumbó en mi mente y me hizo esbozar una sonrisa entendiendo el
sarcasmo de doble sentido de papá, del cual Tito, como dice mi mamá: “ni se las huele”.
“Gracias”, le respondió. Cada quién tomó su parte y disfrutamos por un par de minutos de
la cena sin decir palabra. Mamá le sirvió naranjada a papá, aprovechando la ocasión le
extendí mi vaso sonriendo mientras masticaba un trozo de okonomiyaki. Tito cortaba en
muchos pedazos su parte sobre su plato, haciendo chirriar el cubierto sobre el cristal
ocasionalmente sin levantar la mirada, y mi papá lo veía mientras bebía naranjada. Yo hice
lo mismo, un poco de ruido incomodo sobre el plato para mitigar el oso, papá me volteó a
ver conteniendo una sonrisa burlona. “Cálmate”, le dije con la mirada.
— ¿Entonces, te gusta la comida japonesa?, —insistió mi mamá como buscando
aprobación por su esfuerzo culinario.
—Oh, sí. Aunque, bueno, sólo he probado el sushi, y otras cosas, pero esto nunca lo había
probado. —tomó un pequeño pedazo con el tenedor y se lo llevó a la boca. Su expresión
fue de agrado, creo, porque después de masticarlo y digerirlo le respondió a mamá que
estaba delicioso.
—Mi mamá cocina delicioso. Deberías probar el sushi que hace.
—Claro, me encantaría en otra ocasión. —Respondió Tito al tiempo que extendía la mano
para tomar la jarra.
—Y dime Tito, —interrumpió papá afinándose la garganta, — ¿ya has elegido que carrera
tomarás al terminar la preparatoria?
—Aún no he pensado en eso… o mejor dicho, —dijo reconstruyendo su respuesta, —no
me he decidido.
—Hombre pero se te va el tiempo, en menos de seis meses terminas el bachillerato. Ya
deberías ir pensando en eso, o “decidir”. ¿Cuáles son tus opciones?
—Amm… yo… estoy entre ciencias de la comunicación o… —vaciló la respuesta hasta
que después de un rápido proceso mental, terminó de responder, —mercadotecnia.
Papá lo miró por un momento sin decir nada. Ya casi habíamos terminado de cenar. Podía
imaginar la serie de cuestionamientos que papá le formularia hasta dejarlo contra la pared
sin que Tito respondiera. Pero sé a donde quería llegar con su entrevista, pero no cuán
rápido. Puso sus brazos sobre la mesa y juntando la manos mirando fijamente a Tito.
—Exactamente no sabes hacia dónde vas, ¿verdad?
—Emm… bueno, sí. Lo que pasa es que últimamente han pasado muchas cosas por mi
cabeza que me hacen fluctuar en mis decisiones. Mi padre también me ha insistido en que
aprenda a tomar decisiones firmes, pero a la vez no tan rápidas para después no
arrepentirme.
—Claro, —le respondió mamá. —Las peores decisiones son las que se toman a prisa, —
culminó su intervención mirándome sonriente.
—Sabes Tito, —agregó papá en un tono serio y nostálgico pasándose la mano por la boca,
una característica de él cuando quería decir algo importante y hacerse notar, —yo quiero lo
mejor para Zoé. Soñé con ella desde que yo era un chiquillo. Mientras que mis amiguitos
del barrio querían ser astronautas, policías, doctores y bomberos, y otro tanto ladrones, yo,
yo soñaba con ser papá. Incluso, cuando tuve suficiente edad para hacerme responsable de
un noviazgo fui muy cuidadoso a la hora de enamorarme, aunque con eso uno no
exactamente tiene el control. Pero yo intenté mantenerlo hasta donde pude, y creo que lo
logré, fui muy selectivo para escoger la chica de la que quería enamorarme, previo a eso
había hecho un perfil que debería cumplir y tener la chica, —volteó a ver a mamá
acercando sus dedos a su mano, —y cuando conocí a Abigail, supe que ella los cumplía.
Su inteligencia, su amabilidad, el respeto y honra que daba a sus padres, entre muchos otros
atributos atraparon mi atención, y sobre todo, también soñaba con tener y educar, en su
tiempo, a una linda niña como un gran tributo a Dios. Y para no hacerte larga la historia, la
mayoría de las cosas que hemos hecho juntos, y que queremos hacer se resumen en un
nombre: Zoé. Ella es mi princesa, su madre mi reina. Ellas dos son el ministerio más
importante de mi vida. Algunos nacen para ser pastores, otros misioneros, empresarios,
políticos, etc., Dios a mí me creo para ser papá, e intento todos los días ser el mejor, para
que Zoé sea la mejor hasta donde sea posible. Quiero siempre protegerla y darle lo mejor.
Por eso Tito, —dijo papá acomodándose y recargándose sobre la mesa cómodamente, —no
permitiría que Zoé tome malas decisiones y que su vida sea afectada de alguna manera. Sé
que sueno demasiado protector, pero también entiendo que ella tiene que empezar a tomar
decisiones por su cuenta, y ya sea que las tome bien o mal, se tiene que hacer responsable
de ellas.
—Claro, entiendo, —respondió en un tono muy seguro, Tito.
—No quiero que suene ofensivo, pero…—espetó papá centrando sus ojos en mí, —hay
cosas que uno no entiende hasta que es padre, —después regresó la mirada a Tito, —para lo
cual te faltan varios años, pero agradezco tu esfuerzo por entenderme.
Miré a mamá que estaba justo enfrente de mí y le sonreí nerviosa. Sentí como que me
hundía en la silla, y su rostro se hacía pequeño y lejano. Coloqué las manos sobre la mesa
porque me sentí completamente mareada de todo lo que mi papá estaba diciendo, que
aunque en todo el dialogo estaba siendo muy amable y comprensivo, empezaba a
incomodarme porque debido al último tono que había aplicado al decir “agradezco tu
esfuerzo por entenderme”, sabía que lanzaría su estocada final.
—El punto entonces Tito es: ¿Mi hija te interesa?
La pregunta quedó flotando en el aire, casi le podía ver la forma como de un pequeño
monstruo verde que le mostraba la dentadura afilada al pobre Tito que tragó más saliva que
naranjada. Mamá giró su rostro mirándolo amablemente y yo me quedé petrificada. No
hubo anestesia, ni ningún otro analgésico, papá soltó la estocada directamente al punto
donde Tito sólo tenía opción a dos respuestas: “Sí o no”, y después de responder tenía que
justificarse. Por mi mente pasan muchas cosas, como las que mamá habló conmigo esta
tarde, y de repente me entra un pánico terrible de equivocarme, pero si lo hiciera, ya estoy
aquí, y no puedo sino afrontar la situación. Oí a Valú en una ocasión cuando le cuestione
por qué nunca tenía una relación estable, decir: “Me divierto con el equivocado mientras
llega el indicado”, siempre se justificaba de la misma manera. Y yo no quería hacer lo
mismo, no sólo por no lastimar a nadie, sino por no lastimarme a mí. Porque enamorarse
sería más fácil si el hombre de tus sueños llevara colgado un letrero que sólo tú pudieras
ver, diciendo: “Yo soy el amor de tu vida, no busques más”, pero a Tito no le vi ningún
letrero, y quizá nunca se lo vería, pero ya estábamos metidos en esto. Y sólo espero que
Dios haya estado muy atento cuando le dije “en el caso de que las cosas no estén bien,
encamina todo a bien”.
Cuando tenía 10 años, fui a un campamento de niños que organizó la iglesia en la que
antiguamente nos congregábamos antes de cambiar de domicilio. Una de las noches, un
ministro enseñaba alrededor de una fogata que nos daba un calor riquísimo en el frio de
diciembre. Previo a esto nos entregaron unas hojitas en las que nos decían que
escribiéramos nuestros nombres y tres cosas especificas en las que deseábamos la
intervención perfecta de Dios para no equivocarnos, estas tres cosas tenían que ver con
nuestro futuro, el ministro decía que le pertenecíamos a Dios y Él nos había creado con un
propósito que por ahora muchos de los allí presentes ignorábamos, pero este plan superaba
los que en un futuro nosotros haríamos, nos aseguraba que Dios tenía un plan para nuestras
vidas, recuerdo que en voz alta leyó: “’Porque Yo sé los planes que tengo para ustedes,
declara el SEÑOR ‘planes de bienestar y no de calamidad, para darles un futuro y una
esperanza”, allí frente al fuego, me senté en la tierra y apoyándome sobre mis piernas
escribí:
“Me llamo Zoé: no sé qué decirte, de todos modos mis papás dicen que Tú todo lo sabes,
sólo te pido un favor de todo corazón, no intervengas en tres cosas específicas de mi vida,
mejor, donde quieras que esté, donde quiera que vaya y sobre todas las cosas, siempre
intervén en mi vida, siempre mírame, siempre ayúdame, quiero ser buena…”
Cuando todos acabamos de escribir, los que estábamos sentados en el suelo nos pusimos de
pie, y mientras él oraba, se nos pidió que uno por uno pasara y lanzara su hojita al fuego
supervisados por nuestros líderes de grupo. Cuando llego mi turno, pasé muy feliz, sentí
que todos los ojos de los niños y niñas se clavaba en mí, lancé la hoja al fuego hecha bolita
y dije en silencio: “no me olvides”. Y eso esperaba ahora allí en la mesa con mis padres y
un pretendiente algo apresurado, que Dios no me olvidara. Pensar en esto último me
tranquilizó y me devolvió a la realidad después de divagar por el mar de mis pensamientos.
—Emm… pues… no. —Lo miré asombrada y estaba espantado, —Digo, sí, estem… algo.
Bueno, ella y yo nos hemos estado comunicando, con un fin más que de amigos, porque sí,
me interesa. —Culminó su respuesta nervioso.
—Y tú Zoé, ¿Qué dices? —miré a papá confundida al cuestionarme.
—Exactamente no sé qué decir. Y a la vez sí sé qué decir. No sé porque me siento algo
aturdida, pero a la vez sí sé porque pues…te había dicho que sí tengo interés.
—Creo que exactamente ningunos de los dos saben qué quieren, pero hay interés de ambos
lados, eso es seguro. ¿No? —nos lanzó la pregunta papá a los dos, y asentimos con la
cabeza. —No quiero amargar la noche, y tampoco quiero hacerles sentir incomodos, mucho
menos a ti Tito, que nos visitas. No soy un ogro y Zoé lo sabe, así que trataré de ser
comprensivo y ayudarles. Por el momento creo que no están listos para un noviazgo porque
ninguno de los dos tienen claras las cosas, creo que deberían platicar más, si de algo te sirve
Tito, —papá hizo una pausa, y continuó, —puedes venir a ver a Zoé a la casa con toda
confianza, esto no significa que apruebo alguna relación, más que sólo amistad para que se
conozcan mejor. Pero cuando decidan qué van a hacer, quiero que inmediatamente nos lo
hagan saber, y obviamente, Tito, tus padres tienen que estar enterados de esto.
—Sí gracias, Don Isaac.
—Y por favor, toma esto como un buen consejo de alguien que ya recorrió sus años. La
vida es demasiado corta, hijo. Ella es frágil y efímera, no le permitas que ejerza presión
sobre ti obligándote a decidir lo que tú no quieres. Toma las riendas de tu vida aunque seas
un jovencito, ya piensa o decide qué estudiaras, porque eso va a influir mucho en tu vida. Y
no quiero adelantarme a nada, pero en la de Zoé también. Ella es mi princesa… y lo sabe.
“En la de Zoé también”, esto último me hizo entender el porqué del cuestionamiento de mi
padre hacia Tito. Siempre decía que un hombre inseguro aleja a las mujeres de si, o si ya
tiene una cerca y “segura”, la termina oprimiendo. Y él no quería eso para mí. Lo miré y le
sonreí.
—Qué les parece si ustedes sirven el postre, —dijo mamá a papá y a mí.
—Va, —contestó papá poniéndose de pie.
Le extendí la mano como dama que baja de un carruaje, la tomó para ayudarme a
levantarme. Caminamos de la mano a la cocina y puse mi cabeza sobre su hombro
susurrándole que lo quería mucho, “yo también, princesa”, me respondió dulcemente. Hasta
ahora todo iba bien, lo demás quedaba en las manos de Dios y en el trascurrir del tiempo
administrado por las correctas decisiones. Hasta cierto punto me sentía tranquila, pero aun
resonaban preguntas como: ¿y si elegí mal? En fin, como fuera: Dios estaba en el asunto,
confiaría en Él, y Él haría.

CAPITULO DIEZ

Aunque el colegio me queda relativamente cerca, normalmente me lleva mi padre. Ayer por
la noche mientras hablaba con Tito tirada en mi cama, quedamos que él pasaría muy
temprano por mí. Es extraño pero, el amor te hace hacer cosas raras que nunca antes hacías,
como hoy, que son las 6:00am y estoy despierta bajo la regadera pensando en mil cosas,
entre ellas lo bien que hasta cierto punto me ha ido con Tito estos primeros dos meses a su
lado. Después de que Tito vino a cenar a mi casa, a manera de primera cita, lo convencí de
que nos diéramos un mes más de tiempo para que papá no sintiera que íbamos de prisa en
lo que decidimos.
— ¿Y ya pensaron bien las cosas? —decía papá desde el sillón de su oficina jugando con
una pluma entre los dedos.
—Bueno… creo que sí. —le respondimos a coro Tito y yo, y nos miramos soltando una
risita nerviosa y de complicidad al responder juntos.
—Bueno, pues adelante. —no se notaba convencido, aunque considero que la mayoría de
los padres, y si no exagero “ningún” padre, está convencido de ceder el amor de su hija a un
hombre que a sus ojos no llena las expectativas deseadas para su princesa, sin embargo
respeta las decisiones que ésta tenga que tomar, —pero si quiero enfatizar lo siguiente a
cada uno, —miró por un momento a Tito fijamente a los ojos sin sonreír, con una seriedad
solemne que cala los huesos, y le dijo: —Quiero que la respetes, respetes mi casa, y
respetes a sus padres. No voy a establecer una serie de reglas porque ella sabe que es lo
correcto e incorrecto, lo prudente y lo imprudente, lo permitido y lo no permitido. Pero tú…
—se recostó suavemente sobre su escritorio, y se pasó la mano por la boca, —debes saber
que exijo eso de ti, de hombre a hombre te lo digo: “respeto”. Lo demás vendrá y harás
como consecuencia de esto.
—Haré lo posible porque así sea…
Lo vi dudar en la manera en que tenía que cerrar su respuesta al comentario y petición de
mi padre, creo que dudaba entre sólo decirle su nombre, o usar títulos como “Don” o
“Señor” a manera de respeto, pero en el fondo quería decirle “suegro”. Lo sabía porque
cada vez que hablábamos o lo veía, me decía: “¿Cómo están mis suegros?”, y en especial
me preguntaba por papá, creo que más que interés por él, era cierto pánico a no cometer un
error que le alejara de mí, así que constantemente me evaluaba con preguntas del tipo: “Qué
te dice tu padre últimamente sobre mi o nosotros”, pero al mismo tiempo conocía a Tito, y
no se atrevería a decirle suegro, y creo que por el momento, no era lo correcto.
—Señor. —Culminó su respuesta.
—Pues espero que así sea, Tito. —Después de esto último, me miró a mí y me dijo: — ¿Por
qué estás tan bonita? ¡Ya no estés tan bonita! —dibujé una respuesta en mis labios, y sentí
esa penita bonita que sentimos las hijas cuando papá te elogia delante de gente ante la que
quieres ser elogiada, —Sabes que te quiero, y que nada en esta tierra puede alterar mi amor
por ti, te quiero por tus errores y por tus defectos, así como por las mil virtudes que opacan
tus defectos, y si algo quiero de ti mi amor, es que me honres. Pero que tu honra hacia tu
madre y hacia mí, sea el resultado de que en tu corazón te has hecho el firme propósito de
honrar a Dios, ¿de acuerdo?
—Sip, —le respondí moviendo la cabeza, con las manos entre las piernas y mordiéndome
los labios, no quise agregar más. No era necesario. Papá sabía que en un “sí” mío, se
reducían todas sus complacencias.
6:30am y estaba casi lista para bajar e irme con Tito en cuanto llegara. Acomodé mis
libretas en mi bolsa y bajé las escaleras muy despacito como no queriendo bajar, pero sin
preocupación alguna. Mientras se desliza mi mano por la barandilla. Papá y mamá estaban
tomando un café en el comedor, mamá en pijama aún y papá listo para irse a trabajar.
— ¿Ya nos vamos? —dijo papá.
—Hey, estaba a punto de subir a despertarte ¿te caíste de la cama? —bromeó mamá.
—No. Me desperté yo solita. Me siento orgullosa de mí ¿dónde me entregan mi Pulitzer?
—Amor, —me respondió papá sin despegar los ojos del periódico que sostenía entre sus
manos, —los premios Pulitzer solo se entregan en los Estados Unidos.
—Pero yo también soy de los Estados Unidos.
—Tú eres de los Estados Unidos Mexicanos, no de los Estados Unidos de América.
—Pero… —dudé en hacer la broma, — ¿…y si un día me caso con un gringo?
—Mira hija, —quitó los ojos del periódico, sorbió el café, suspiró y soltó el aire
comprimido en su pecho lentamente, —cásate con quien tú quieras, pero no con el Tito. Se
trata de mejorar la raza, no de empeorarla, —entornó los ojos y me mandó un beso tronado.
—A veces eres muy feo en tus comentarios, ¿sabías? —espeté mientras buscaba en mi
bolsa el móvil. Levanté la mirada y lo vi a los ojos para cuestionarle: — ¿No lo quieres
verdad?
— ¡Nos cae bien! —dijeron los dos llevándose la taza de café a la boca, mantuvieron la
boca cerrada y llena de café aguantándose la risa y al final “fuaaa”. Soltaron la risa
característica de un silencioso complot no acordado pero en curso.
—Ash bye con ustedes. Tito no tarda en pasar. —Me les acerqué para darles un beso
mientras ambos se persuadían de no haberse manchado ni la pijama ni el traje.
—Eh, chavala, ¿pero qué te has creído tú? ¿Cómo qué te vas y con quién? Pensaba llevarte.
—Pa’. Te dije ayer por la noche que Tito pasaría por mí, no me hagas esto.
—Ya, vale, vale… vete antes de que me arrepienta. —le dí otro beso rápidamente mientras
mamá me metía a la fuerza una especie de box-lunch “te lo comes Zoé, no me gusta que te
mal pases”, le dije que sí al momento que alguien tocaba el timbre.
—Me voy, los quiero.
Salí volando, abrí la puerta principal. No era Tito, era mi tía Federica, le abrí el portón
recibiéndola de un beso. Me cuestionó si mi madre ya estaba despierta, le dije que sí y se
dirigió hacia la puerta principal y yo me quedé afuera sentada en la banqueta de la calle de
mi casa bajo un árbol enorme del que nunca me he dado a la tarea averiguar de qué es, pero
me gusta. Me gustan sus enormes ramas y su abundante follaje verde. Pero por la noche de
otoño, me aterra, me imagino que a las 12:00am, el árbol de tronco enorme, se abre por la
mitad y miles de duendes y monstruos pequeños salen al asecho. Hasta cierto punto el
otoño me deprime, me gusta más la primavera: flores, hojas, todo reverdece y da su fruto,
¡eso es genial! pero no el otoño. 6:45am y Tito no se ve por ningún lado. Empiezo a
irritarme y de coraje reviso la el estuche que mi madre metió a presión en mi bolsa atestada
de cosas que no necesito llevar, pero que me importa poco y me llevo a clases. Un rico
sándwich de atún surge del misterioso estuche despertando mi hambre. Mastico lento. Una
y otra vez y nada. 6:47am, volteo hacia la derecha de donde se suponen debe venir Tito, y
no llega. Volteo a la izquierda por si las dudas, y ni un alma en pena. Ya casi por acabarme
el sándwich, saco un termo de agua que siempre llevo conmigo y bebo. Sonrió al
imaginarme que si Carolina me viera aquí en la banqueta desayunando en la banqueta no
dudaría en llamarme: “indigente”.
Volteé una vez más a la derecha, y como a dos cuadras o más veo a un chico venir a toda
velocidad pedaleando de pie. 200 metros, 150 metros, sigue avanzando y como a los 100
metros: me ve. Clava sus ojos en mí, y yo lo veo a él avanzar en cámara lenta. Tengo el
último pedazo del sándwich sosteniéndolo entre mis dedos y otro tanto siendo triturado
entre mis dientes, y el tipo aproximándose a toda velocidad, pero lo veo en cámara lenta, a
manera de instinto, persuado que algo va a pasar. Me sigue viendo atónito, creo que se le
olvido que va en bicicleta. Sigue avanzando sin pedalear, pero de pie. No hay nadie en la
calle, que por cierto está limpia. Característica de la residencial donde vivimos. Como a los
30 metros de distancia, lo veo perder el control, “aguas”, quiero gritarles desde mis
adentros. Demasiado tarde. Lo veo volar frente a mí lentamente manifestando todo tipo de
expresiones, aunque la gorra que lleva puesta le cubre los ojos, por los segundos que se
mantiene en el aire aterrado de la caída, incluso puedo verle unos auriculares blancos que
lleva puestos. Extiende sus manos para amortiguar el golpe pero es inútil: “auuuuch…” le
escucho gritar. Cae al suelo y da varia vueltas. Encojo las piernas y pego mis manos al
rostro protegiéndome de la bicicleta que pasa barriendo la calle ante mis ojos.
— ¡Hey, aguas! —le grito aún asustada. Me levanto rápidamente y voy hacia donde está él
como a cinco metros, trata de incorporarse y se sienta sobre la calle a quejarse.
— ¡Rayos! ¡Grrrr! ¡Arde! —Lo veo allí tirado y me compadezco de su dolor.
—Hey, ¿estás bien? —al momento de preguntarle veo a papá abrir la cochera a punto de
sacar el carro.
—Rayos son las 6:50am tengo 10 minutos para llegar al colegio, ¡Papá me va a matar si me
ve aquí!
— ¡Auch! Yo también, —me dice el chico quejándose pero sin levantarse de la calle.
— ¿Qué? —espetó.
—Que yo también tengo 10 minutos para llegar al colegio.
—Como sea. ¡Yo me voy! Lamento tu caída. —Le respondo apresuradamente al ver que
papá está sacando el carro.
—Hey, Zoé, no. No te vayas. —Se incorpora a toda velocidad y se sacude las manos
raspadas sobre sus jeans negros algo sucios por la caída y rotos de una rodilla.
— ¿Nos conocemos? —le pregunto alarmada y dudosa.
—Sí. Bueno, no. Sí y no. Como sea. Ayer vine a comprar hamburguesas aquí. —Dijo.
Tito y yo, más yo que él, habíamos decidido vender hamburguesas para ahorrar e ir al
campamento juvenil que organizaba la iglesia Roca Eterna cada año en alguna región de
Yucatán, en la que también año con año los jóvenes de nuestra iglesia y muchas otras
participaban. “Tú vas a terminar vendiendo sola, beba”, me dijo mamá, que porque el Tito
era más de: “dame papá” y resolvía el problema, y aunque yo podía hacer lo mismo, no era
mi costumbre.
—Disculpa, viene mucha gente a comprar, no te recuerdo, además era noche, —le respondí.
Y me percaté que hasta el momento seguía con el rostro agachado.
—No te preocupes, ya tendrás tiempo para recordarme a diario, —susurra.
— ¿Perdón? ¿Qué dijiste? —le cuestiono.
Levanta el rostro y lo veo guapísimo. Y cuando digo: “guapisimo”, no necesariamente
hablo de belleza física, aunque lo era. El tipo tiene un no sé qué, que qué sé yo. Tiene esa
sonrisa que te habla mil lenguajes. Y unos ojos oscuros intensos, como pozos de aguas
profundo en los que te puedes hundir placenteramente. El cabello bien cortito, no sé, eso
me gusta. Me descubre viéndole y se pone de pie frente mí, unos 30cm más alto que yo.
Siento ganas de temblar, me muerdo el labio inferior, sonrío nerviosa y retrocedo un paso,
pero al retroceder quedo a la vista de papá y me regreso dos pasos al frente topándome con
él. ¡Me invade algo! Ya será porque mi papá viene en dirección de la salida y yo sigo aquí o
porque este tipo raro y guapo esta frente a mí.
—Nada. No dije nada.
—Hey chico raro, yo me voy, papá me mata si me ve aquí. —Le digo viendo el reloj y son
las 6:53am. Empiezo a correr hasta encontrar la próxima esquina y esconderme. Me siento
agitada y a la vez angustiada, llegaré tarde y me van a cerrar el portón. ¡Rayos!
—Vamos, te llevo. —El chico aparece una vez más escondiéndose conmigo entre los
arbustos, y su bicicleta a un lado.
—Hey, ¿qué te pasa? me das miedo, ¡vete o grito! —le digo seriamente.
—Déjate de cosas, no soy un acosador. Además estudiamos juntos.
Lo miro de pie a cabeza, mientras él ve en dirección a mi casa. “tu papá está cerrando el
portón” me dice. Por qué rayos no lo conozco si dice que estudiamos juntos. Lo escaneo
una y otra vez y simplemente no. No lo recuerdo. “si no te vas te dejo, y no quiero hacer
eso, a mí también se me hace tarde” me dice sin voltear a verme.
— ¿Pero en qué nos vamos? —le pregunto ya casi convencida, y siento la adrenalina correr
por mi cuerpo.
—En mi bicicleta, —me dice. Sale de entre los arbustos en donde estamos escondidos del
carro de papá, se sube a su “lujosa bici”.
—Nunca me han llevado al colegio en bicicleta, o sea, que oso. —le dije no sintiéndome
digna.
—Bien, —responde con un aire de patán y dignidad, —creo que si no llevo peso puedo
llegar más rápido y rogar que me dejen entrar si ya cerraron el portón.
—Hey, espera, —le grito, —detente. Llévame. ¿Y dónde me subo?
—Aquí, —quita su mano derecha del volante y me indica que me siente en el tubo de la
bicicleta. —ponte cómoda que se nos hace más tarde, —miro el reloj y son 6:56am.
De pronto me invade una ira que me aterra. Tito nunca llegó. Y eso mismo me hace
subirme a la bicicleta de este extraño que dice estudiar conmigo, que ayer me compró
hamburguesas y que además es muy guapo para terminarla de amolar. Avanzamos a toda
velocidad, o por lo menos hasta donde él puede. Ya no vi el carro de papá en todo el
trayecto, pienso que tomó otro camino y no el que normalmente toma cuando me lleva al
colegio. Unos metros más adelante ya más tranquilos, le pregunto:
—Oye, chico raro ¿te duelen las manos?
—Sí, mucho, —responde agitado por el pedaleo. Sostiene le volante con la mano izquierda
y me muestra la derecha.
No pude evitar reírme. Suelto una carcajada demasiado incómoda para su desgracia. Hay
ocasiones en que no puedo controlarme, me rio sin control, sin pena y abiertamente. Incluso
me sucede que si papá me toca una parte de la mano, es como si se me activara un botón.
Otros días no es la mano, es la espalda u otras partes, como el pie, la oreja o cuello. Como
si ese botón estuviera vivo y recorriera mi cuerpo y al tocarlo explotara en risas. Y este
chico y su caída activaron ese botón sin tocarlo, y de haberlo tocado lo hubiera abofeteado
por atrevido, eso me daba más risa.
—Te voy a bajar aquí si te sigues burlando, —me dice sonriendo. Levanto el rostro y le veo
esa sonrisa bellísima. Y ahora descubro que se le forman dos hoyuelos súper tiernos.
—Ya tranquilo, —digo entre risas. —Voy a parar de reír. Tú sigue pedaleando, ya faltan
solo dos minutos, “arreeee”, —le digo burlándome de otra manera.
—Contigo no se puede, verdad Zoé. Tan seria que te vez. —Me dice.
—Oye, como es que sabes mi nombre y yo no sé el tuyo.
—Porque estudiamos juntos.
— ¿Desde cuándo, estudiamos juntos?
—Desde ayer lunes que fue mi primer día de clases. Te saludé y me respondiste con un
“ummmm…” —Me dijo más agitado sin parar de pedalear.
— ¿En serio? Ay qué pena, en serio discúlpame qué grosera.
Faltando un minuto para que cerraran el portón. Llegamos al colegio. Me bajé adolorida y
entumida de las piernas, pero se me paso rápido cuando vi a la prefecta Kelly en el portón
dispuesta a cerrarlo. Entramos rápidamente y yo le sonreí hipócritamente ante su rostro
inmutable de seriedad por mi extrema llegada.
— ¿Nuevo transporte y chofer? —me dijo.
—Ajam… quizá, algo así. —Respondí ya con más amabilidad.
El chico saludó a la prefecta, y acomodó su bicicleta en su área. Ya dentro del colegio me
sentí más tranquila e incluso lo esperé para caminar juntos hacia el salón. No dijimos nada
en el trayecto, estábamos muy agitados como para decir algo. Entramos y Carolina se me
quedó viendo con ojos de espanto. El chico se sentó a la fila siguiente de donde Carolina se
sentaba, dos sillas más adelante. Y yo le quedé en la parte de atrás. Carolina volteó a verme
una vez que me senté y me hizo movimientos con la cabeza cuestionándome que había
pasado y porque estaba tan agitada. No le respondí nada. Abrí mi bolsa, saqué unos post-it
rosas fosforescentes. Y le escribí: “Por cierto chico raro, ¿cómo te llamas?, Atte. Zoe. XD”,
le pasé la nota a Carolina y le hice señas que se la pasara a él que estaba de espalda
acomodado sus cosas e inspeccionándose las manos raspadas. Todos miraban en silencio,
pero nadie decía nada. Recibió la nota, volteó a verme y sonrió. Escribió y me la devolvió
en el mismo proceso. En ese momento entró el profesor.
—Buenos días chicos. Amantes de las matemáticas. Hoy aprenderán algo muy
interesante…—dijo.
El maestro seguía diciendo más cosas pero le perdí el interés centrando mis ojos en el post-
it que tenía entre mis manos. Lo abrí lentamente y vi su respuesta: “Demián Quintana. Para
servirte, —entre paréntesis anexo su número—, por si un día te vuelven a dejar plantada:
llámame, yo te llevo.” Levanté la mirada, lo vi de espalda y arrugué la cara sacándole la
lengua, cosa que no vio, después pegué el post-it entre las páginas de la libreta de
matemáticas que saqué. Carolina me seguía viendo atónita. Le mandé un beso y le dije
despacito: “después te cuento querida”. Sentí esa sensación de hormigueo y adrenalina por
su respuesta, después pensé en Tito y me invadió una mezcla de culpa y enojo.
Calmé mis emociones y preferí sonreír.

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