Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
El festejo de Guillermo Farré para el triunfo de Belgrano ante River en el Monumental. MARCELO CARROLL
El periodista argentino Juan Mascardi ganó el Premio Iberoamericano de Periodismo Rey de España por su crónica deportiva
titulada “Farré, el jugador que se había olvidado de hacer goles”.
El artículo forma parte del libro "Ni tan héroes, ni tan locos, ni tan solitarios" y toma como eje el histórico gol del
mediocampista de Belgrano Guillermo Farré en la Promoción ante River en 2011, que marcó el descenso del equipo
millonario y el regreso de los cordobeses a Primera.
La crónica completa:
Nunca había estado en el Monumental. El jugador, sin destino de verdugo, pisó por primera vez el Coliseo argentino y se
apropió de los silencios. Los hizo suyos. Fue flecha y arco. Velocidad y decisión. Voluntad y empeño. No hubo oráculos ni
prestidigitadores ni ilusionismo ni videntes. El deportista tuvo una revelación, propia de un libro de autoayuda. La repitió
hasta el hartazgo. El hombre, que se había olvidado los goles en su propia infancia, se habló a sí mismo. Se escuchó. Y los
demás lo oyeron. “Voy a meter un gol”. Él se creyó.
La pelota baja del cielo con un movimiento defectuoso. El jugador jamás le quita la vista. Y le pega con el cordón del botín
derecho. El hombre y el infinito. La eternidad. Un punto en el espacio que contiene todos los puntos. Flashes. Montaje
paralelo de la gloria y del ocaso. El roce de la esfera, símbolo perfecto, describe una parábola casi matemática. “La sentí
hermosa”, me dice. Después del éxtasis, del grito que exterioriza los nervios contenidos, del vuelo en tierra alrededor de un
arco pulverizado, Guillermo Martín Farré mira hacia la popular donde hay un puñado de seguidores de Belgrano y se golpea
tres veces el pecho. Fui yo, fui yo, fui yo.
La información que quedará en la historia gracias a la videomanía colectiva será parcial. Será un punto cúlmine, una pulsión,
un cross a la mandíbula, un electroshock colectivo. Será, como para los montañistas, la foto de la cumbre en un cerro
interminable. No habrá pasados ni afectos. No habrá caminos que se bifurcan ni senderos en subida. Será, ni más ni menos,
que ese instante. La anécdota que repetiremos todos según nuestro punto de vista. Una leyenda que, a través del tiempo,
sumará más testigos presenciales que la capacidad real del estadio más grande de Argentina. El día que River Plate se fue a la
B vi el gol agazapado en el mismo sillón donde ahora está sentado Guillermo.
En Córdoba lo bautizaron como San Farré. En la provincia mediterránea, de tonada alegre, cuarteto y sierras se ignora la
hegemonía porteña. Los ídolos son autóctonos. Los famosos, esos que firman autógrafos en servilletas, se les perdonan multas
de tránsito y se sacan fotos con los niños como Papá Noel en los centros comerciales, adquieren un peso sustancial fronteras
adentro. Fuera de Córdoba pueden ser perfectos desconocidos. ¿Pero qué hace que un futbolista rústico, de una extrema
regularidad, que corre en el mediocampo defendiéndose a las patadas sea uno de los ídolos máximos del balompié cordobés?
Cuando la fama es involuntaria
Nunca fue campeón. En un histérico fútbol posmoderno, donde se compran y venden jugadores como esclavos y el valor del
amor a los colores del club es patrimonio exclusivo de los hinchas, la trayectoria de Farré va en contramano ya que sólo jugó
en dos equipos: Central Córdoba de Rosario (2001-2007) y Belgrano de Córdoba (2007 a la fecha). El mediocampista es
invisible, no lo compran, no lo venden, todos los necesitan. Su juego suele pasar inadvertido para la crítica deportiva.
Habitualmente, los comentaristas dicen que su desempeño fue “regular” y lo califican con 6.
Cuando llegó a Córdoba nadie lo conocía. Pancho Ferraro era el DT de Belgrano. Su preparador físico, Rubén Olivera, le
pidió referencias a un periodista de Rosario porque necesitaban como refuerzo a un volante de marca, que pudiera jugar por
los laterales, que fuera colaborativo con el equipo, que tuviera regularidad y liderazgo entre los más jóvenes. El periodista,
hincha de Central Córdoba, no dudó y recomendó a Guillermo Farré. “Es una excelente persona, no es conflictivo, equilibra al
grupo adentro y afuera de la cancha”. Farré arribó en 2007 para jugar como suplente en el Torneo Nacional B, la segunda
categoría del futbol argentino, se fue a vivir a un departamento muy pequeño en la zona de la terminal de ómnibus y no fue la
tapa del diario La Voz del Interior.
Del perfil subterráneo a la explosión absoluta del gol que le dio el ascenso a Belgrano a la Primera División existe una
distancia cuantificable en tiempo y espacio. El jugador se consolidó como titular, se casó con su novia de siempre, se mudó a
una casa más linda, los hinchas cordobeses lo empezaron a reconocer, fue papá de Salvador, jugó dos finales por el ascenso y
vio pasar por el banco de suplentes a siete directores técnicos: Francisco Ferraro, Mario Gómez, Dalcio Giovagnoli, Omar
Labruna, Jorge Guyón, Luis Sosa, hasta el actual Ricardo Zielinski. Farré jugó siempre y en las posiciones que le pidieron,
incluso fue capitán en dos periodos. Los técnicos pasan, Farré queda.
No hay argumentos para explicar cuándo y cómo se olvidó de hacer goles. Hay un pasado muy lejano en el potrero de la calle
9. Allí lo bautizaron como “Espi”, un apócope argentinizado de “Speedy” González, el ratoncito mexicano de la Warner
Brothers que se caracteriza por su velocidad extrema. Espi, en el potrero y en El Fortín de Colón, jugaba de volante derecho.
Sus características: habilidad, buena pegada, proyección, gol y —en honor al roedor— mucha velocidad. El tiempo hizo que
ese niño mediocampista con características fusionadas entre Juan Sebastián Verón y Marcelo Gallardo abandone la habilidad
por la destreza táctica y la explosión por la regularidad. Él lo reconoce siendo sarcástico. Riéndose de sí mismo. La asperaza
de la vida se coló en la cancha y condicionó un carácter. Farré vive en el césped como juega en la vida. Hasta que un día se
convirtió en una celebridad involuntaria.