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Hablar y pensar la identidad como un problema de estudio implica por lo menos adentrarse en un
terreno que es amplio y en el cual habitan muchas polémicas y muchos debates. Uno de los
primeros escollos con los que un investigador se encuentra son las diferentes escalas en las cuales
el concepto ha sido trabajado, pero además la gran variedad de matices que la identidad tiene. Por
poner un ejemplo; se habla de identidad individual, identidad colectiva, identidad racial, identidad
de género, identidad nacional, identidad grupal, entre otras.
No obstante, a pesar de esta diversidad de conceptos asociados, se puede reconocer con relación a
la identidad un debate que es central y que incluso, hoy por hoy tiene sus versiones. Me refiero de
manera específica al debate entre la esencia y el devenir, en otras palabras, en torno a si la identidad
es una sustancia inmutable, inmodificable que inscribe la particularidad de un sujeto específico, o
si, por el contrario, al hablar de identidad, nos referimos a un ir siendo, a un proceso constante de
transformación y devenir (Zuluaga, 2014), igualmente si la identidad es individual o colectiva
(Ovejero, 2015).
A simple vista tomar una u otra posición no implica un hecho de mayor trascendencia; no obstante,
el debate que allí se lleva a cabo no es simplemente epistemológico, es también un debate sobre el
estatuto ontológico de la identidad y de manera más específica, sobre el estatuto ontológico del
sujeto en si mismo. A partir de este debate, y este transito conceptual sobre la identidad se buscará,
en el presente escrito, argumentar que la identidad, ante las condiciones actuales de la sociedad y
de las ciencias sociales, implica pensarla como un fenómeno complejo; esto es impredecible y
caracterizado por diferentes grados de libertad.
Pero para llegar a este punto, para poder argumentar esto hay primero que tomar un camino en el
cual el desarrollo conceptual de la identidad mostrará su versatilidad y su diversidad; pero por
sobre todo en el cuál la identidad dará un paso, un salto, una transición entre una característica
netamente humana, contenida y auto-contenida en un cuerpo; a una realidad que trasciende el
cuerpo, lo natural y lo humano y abre las puertas para pensar otros procesos y posibilidades.
Como ya se mencionó uno de los debates centrales en torno a la identidad apunta a determinar el
concepto bien como una esencia, bien como un proceso. Iñiguez (2001) hace un recorrido por estas
diferentes formas de entender la identidad y como, a lo largo de los desarrollos conceptuales la
reflexión se ha ido ampliando de formas esencialistas e individuales, a comprensiones cada vez
más contingentes y sociales. De esta forma desarrolla dos criterios de clasificación de las teorías
de la identidad: Teorías Psicológicas (Individuales y esenciales) y Psicosociales (Contingentes y
sociales).
Dentro del primer grupo, identidades psicológicas, se encuentran como base las teorías
biologicistas y las teorías internalistas. Las dos representan las formas más esenciales y más
naturales de entender a la identidad, pero por demás responden a una visión de la ciencia moderna,
caracterizada de manera particular por una territorialización disciplinar, o, en otras palabras, por
una geopolítica muy demarcada entre teorías, disciplinas y métodos.
Por un lado, las teorías biologicistas, argumentan que la identidad no debe entenderse más allá de
la configuración particular de unos rasgos biológicos, genéticamente programados y
estandarizados en el código genético. Desde esta postura la identidad no es algo que se construya,
sino algo que se encarna y se lleva, con anterioridad a la existencia en un entorno social. La
identidad es el resultado de una receta, natural, inmodificable, que toma forma en los calderos de
la determinación genética. Por tal razón, el ser de alguien estaría determinado por cierto tipo de
factores fenotípicos y genotípicos como el sexo, la raza, la estatura, entre otros; la identidad y el
sujeto, desde esta forma de entendimiento, resulta y posibilita una suerte de Determinismo
Biológico que, entre otras, ha sido invocado para sustentar y justificar las jerarquías sociales y la
dominación de unos grupos sobre otros (Gould, 1984).
Por otro lado, desde las perspectivas internalistas se puede reconocer de manera más específica las
ideas de la identidad y de la identificación del psicoanálisis freudiano. Estas posturas establecen
la identidad en relación con la conformación del Yo. Dentro de este postulado la identidad está en
un marco de significados estructurales y universales que responden a la ley paterna, en la cuál a
través de la prohibición del incesto se fundamentan los límites entre lo inteligible y lo no inteligible
(Butler, 2007) y se asume el sujeto a través de la introyección e incorporación, de la figura del
padre o de la figura de la madre. La identidad es posible por el ingreso a la Cultura, a lo Simbólico,
a la ley paterna; pero este ingreso se da posterior a diferentes conflictos intrapsíquicos que
experimentan los sujetos; como ejemplo de estos el complejo de Edipo.
Si bien existen otras versiones de la identidad como la fenomenológica y la narrativa, las dos
teorías referenciadas hasta ahora tienen un elemento en común. Están autocontenidas en un cuerpo.
Tanto la perspectiva biologicista, que concibe a la identidad como la expresión de unos elementos
fijos genéticos y fenotípicos, como la teoría internalista que ubican a la identidad como un proceso
contenido al interior del sujeto, entienden lo identitario como la expresión de un sujeto particular,
pero adicional a esto la entienden de manera implícita como un elemento diferenciador de lo
humano.
Por su parte, la identidad desde la perspectiva biologicista puede leerse también como una
particularidad de lo humano. Al afirmar que la identidad es un grupo de características fenotípicas
y genéticas, establece un criterio de estandarización de aquellas características que se considerarían
humanas y aquellas que no. Por ejemplo, la estructura general y organización de los sistemas
(digestivo, reproductor, etc.) pero sobre todo aquellas características que se consideran superiores
y que son en si mismas una expresión de la superioridad humana (ser bípedos, el desarrollo
cerebral, la función de pinzas).
Esto incluso puede verse, de forma crítica, en una cierta práctica eugenésica; por ejemplo en las
prácticas promovidas en torno a la dietética sexual, impulsadas en la antigua Grecia, y que tenía
por objetivo el garantizar a la descendencia aquellas características que marcan y definen lo
humano, o al menos los humanos que importan (Foucault, 1986); fuente esto de cierta forma de
poder, de cierta forma de política que tiene como objetivo gobernar sobre los cuerpos y sobre la
vida, denominada Biopolítica (Foucault, 1977, 1990). En esta medida la identidad expresada a
través de una forma específica del cuerpo; color de piel, estatura, dimensiones, se constituye como
criterio nuevamente de demarcación entre lo humano y lo no humano, esta vez con un criterio de
jerarquización y dominación más marcado (Gould, 1984).
Tanto la perspectiva biologicista como la internalista remiten, como se señaló ya, a la idea de la
identidad como expresión de lo humano en tanto “compartimos el mismo patrimonio hereditario
de la especie, la misma unidad cerebral como rasgo distintivo y notable, también la aptitud para
hablar un lenguaje de doble articulación” (Alfaro, 2015, pp. 97-98). No obstante existen diferentes
elementos que permiten problematizar esta idea. Elementos que hacen parte de las redes y los
desarrollos actuales tanto en ciencia como en tecnología, pero también del reconocimiento de
algunos pensamientos que anteriormente hubieran sido catalogados como anteriores a la
civilización.
Uno de estos elementos, recurrente hoy por hoy, es el de la tecnología. Keneth Gergen (2006)
establece que esta situación y desarrollo de las telecomunicaciones ha permitido que el marco de
nuestras relaciones se amplié; de tal forma que a la hora de recurrir a un lenguaje para
identificarnos ya no acudamos a elementos cercanos y territoriales como la familia, el barrio, la
ciudad y la nación. En otras palabras la tecnología ha permitido una expansión de las relaciones
humanas, complejizando sus conexiones y en esta medida complejizando la constitución misma
del sujeto, poniéndola en una red relacional que va más allá de su cuerpo.
Esto nos arroja una primera pista para pensar y ver el proceso por el cual la identidad se constituye
como un fenómeno complejo. Tal como lo señala Gergen (2006) para cada época existe un
lenguaje que explica y favorece la construcción de la experiencia de una identidad, en esta medida
el tiempo es un factor fundamental en la constitución de la misma; en la medida en que la identidad
se desarrolla en una estructura de tiempo esta se va complejizando, la identidad tanto
conceptualmente, como experiencialmente es cualitativamente diferente en cada tiempo (pasado,
presente y futuro). De forma puntual “es el tiempo el que complejiza los fenómenos” (Maldonado,
2014, p. 77) y la identidad no está por fuera de él.
No obstante, aunque la propuesta mencionada en las líneas anteriores aún centra las posibilidades
de la diversidad de la identidad en el marco de relaciones humanas; el aporte de la tecnología es
meramente instrumental, es un canal por el cual se expresa lo realmente importante: las relaciones
humanas ampliadas. Sin embargo, si hacemos nuestro el argumento de que “cualquier cosa que
modifica con su incidencia un estado de cosas es un actor o, si no tiene figuración aún, un actante”
(Latour, 2008, p. 106) habría que ampliar más el marco del análisis y reconocer entonces en la
tecnología, pero además en otros elementos como el medio ambiente, una influencia y una
interacción mucho más allá de una visión meramente instrumental.
De manera explícita lo que esta idea plantea como valor adicional es la necesidad de tener una
mirada desde lo humano, “pero superando el marco estrictamente humano” (Maldonado, 2016c,
p. 294). Las consecuencias son radicales; para el caso de la identidad implica que su conformación,
su existencia o si se quiere su desarrollo, no está determinado por factores humanos, y en cierta
medida van más allá del cuerpo en al cuál se inscribe. Poniendo lo mismo en diferentes palabras
es argumentar que adicional a la referencia del tiempo que hacíamos, la identidad se complejiza
aún más cuando reconocemos que como fenómeno no está determinada de manera única por
elementos humanos (biológicos o psicológicos), sino que existe la posibilidad de pensar en su
consolidación y constitución la incidencia de elementos no-humanos, como la tecnología, pero no
sólo esta.
En favor de esto se pueden poner sobre la mesa otros argumentos y otras voces. Donna Haraway
(1995) describe tres divisiones que en la modernidad eran claras, pero que hoy por hoy tienen
fronteras difusas. Una de estas es la distinción entre lo humano y lo animal, los organismos
(humanos-animales) y las máquinas; y lo físico de lo no físico. Cada una de estas continuidades
son hoy por hoy protagonistas de páginas de periódicos: un robot que adquiere ciudadanía, un río
que obtiene derechos o la utilización constante de la información en la nube.
En el caso de la identidad implica pensarla como un problema cada vez más complejo no reducible
simplemente a un código biológico o a un conflicto universal. Pensar la identidad es pensarla por
fuera del cuerpo mismo, hay que reconocer que la influencia de la tecnología ha permitido que en
cuanto al fenómeno que estamos tratando, alcancemos una velocidad de escape, esto es una
velocidad que vence la atracción gravitatoria de nuestro propio cuerpo biológico (Dery, 1998) y
expande nuestra identidad en otros escenarios y espacios, de manera más puntual en el
ciberespacio.
En este estado de cosas podemos entonces argumentar que nuestra identidad interactúa con otros
actores o actantes, incluso sin que nuestra conciencia esté involucrada en dicha relación. Para
ilústralo un poco basta pensar en nuestros perfiles en redes sociales, estos están allí disponibles
para interactuar con personas o máquinas, sin la necesidad de nuestra presencia; mi información
puede estar siendo leída por alguien al otro lado del mundo, pero también puede estar siendo
analizada por un algoritmo que reforzará más adelante mis gustos a través del ofrecimiento de un
conjunto bien diseñado de películas que aparecerán de primero en mi próxima búsqueda en google.
De forma taxativa, la identidad es irreducible a un solo factor determinante, y “allí donde y cuando
se tiene una multiplicidad que es irreductible, tenemos, con absoluta seguridad, un sistema o un
fenómeno complejo” (Maldonado, 2016a, p. 28). Las derivaciones de esto son tanto teóricas como
metodológicas. Por un lado la complejidad del fenómeno identitario que se ha expuesto en este
escrito implica dejar a un lado las definiciones que sobre la identidad se puedan dar; en cambio la
mira del trabajo está en concebir el problema no en su limitación, no en el hallazgo de
características que permitan un proceso de normalización y estandarización; sino más bien en
como a partir de la identidad, de sus múltiples expresiones y conexiones se constituyen otras
posibilidades que interpelen las formas normales de ser.
https://revistas.ucr.ac.cr/index.php/reflexiones/article/view/20882
Paidos.
Dery, M. (1998). Velocidad de Escape. La Ciber Cultura en el Final de Siglo. (R. Montoya,
XXI.
Foucault, M. (1986). Historia de la Sexualidad: 2. el uso de los placeres. México, D.F.: Siglo
XXI.
Barcelona: Paidos.
Gould, S. J. (1984). La falsa medida del Hombre. Buenos Aires: Ediciones Obris.
Recuperado a partir de
https://www.academia.edu/194185/IDENTIDAD_de_lo_personal_a_lo_social._Un_recor
rido_conceptual
Latour, B. (2008). Reensamblar lo social–una introducción a la teoría del actor-red (1a ed.).
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Maldonado, C. (2016c). Hacia una antropología de la vida: elementos para una comprensión de
https://doi.org/http://dx.doi.org/10.17533/udea.boan.v31n52a18
Papeles del CEIC. International Journal on Collective Identity Research, 2015(2), 124.