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Sólo desarrollando el sector rural de manera integral, con el buen vivir de su población y
generación de conciencia socialista y capacidad productiva sostenible, -lo cual requiere una
nueva forma de relación democrática y de complementariedad entre lo urbano y lo rural-,
podremos producir los alimentos y las materias primas que hagan posible que TODA LA
POBLACIÓN de Venezuela (urbana y rural) sea Independiente y Soberana, y que podamos
construir el socialismo bolivariano del siglo XXI.
La dinámica histórica generada por la invasión militar y cultural europea a lo que hoy es
América Latina hace un poco más de 500 años, con la implantación del colonialismo y
luego del capitalismo dependiente, convirtieron durante el siglo XX a Venezuela, en un país
rentista, exportador de materias primas, -petróleo en primer lugar-, e importador de
alimentos y productos manufacturados por los países capitalistas industrializados.
Esto determinó el surgimiento de ciudades y puertos en la zona norte costera y la
concentración allí de la mayoría de la población, con el surgimiento de actividades
orientadas a la prestación de servicios y construcción de infraestructuras para la
exportación e importación de productos, y el despoblamiento de la mayor parte del país: la
cuenca del Orinoco-Apure, en donde se ubican las más importantes fuentes de agua dulce,
las fuentes productoras de energía eléctrica y las mayores potencialidades productivas,
incluidos los alimentos.
Los gobiernos oligárquicos de la IV República, se asociaron de manera subordinada a los
monopolios imperialistas y sus gobiernos, para saquear los recursos naturales del país y
percibir una porción de la renta petrolera, con lo cual pudieron acumular capital y vivir de
manera privilegiada, explotando al resto de la población e importando la mayoría de los
bienes manufacturados y los alimentos: de alta calidad para ellos, y de mediana y baja
calidad para el resto de la población.
En la dinámica de la configuración de la división internacional capitalista del trabajo,
resultó para los gobiernos oligárquicos, más fácil y menos costoso desde el punto de vista
económico, importar los alimentos que producirlos.
Los productores agrícolas venezolanos, no podían, ni aún pueden en muchos casos,
competir con la calidad y precios de los productos y alimentos importados, producidos por
tecnologías de punta y con enormes subsidios de los gobiernos de los países
industrializados, en primer lugar Estados Unidos. De esta manera sus posibilidades de
producir para generar ingresos para una vida digna fueron cada vez menores. La quiebra
de los campesinos y productores rurales se aceleró durante la segunda mitad del siglo XX.
Los gobiernos de la oligarquía no estaban interesados en invertir una parte significativa
de la renta petrolera, en la creación de condiciones favorables, tanto materiales como
culturales, que permitieran una vida digna y gratificante para la población rural, ni en
producir alimentos que posibilitaran la soberanía y seguridad alimentaria del país, puesto
que esto no les generaba ganancia alguna y aumentaría el nivel cultural de la población
pudiendo poner en riesgo su hegemonía política. Si acaso, realizaron algunas inversiones
para favorecer las zonas donde tenían o aún tienen sus latifundios (algunos de ellos
recuperados por el gobierno bolivariano) y fincas de recreo; y en pocos casos, para
beneficiar sus tierras dedicadas a la producción de alimentos y materias primas. El aporte
hacia las clases rurales, trabajadoras y pobres, siempre fue en la modalidad de
beneficencia social y regalías que profundizaban el dominio de las élites dominantes, de la
clase burguesa, por medio del clientelismo político.
Los desequilibrios y desigualdades territoriales, entre el campo y la ciudad, entre lo
urbano y lo rural, entre los productores agrícolas y consumidores urbanos, se hicieron
inmensos: pobreza para el campo y los campesinos; concentración de la riqueza en manos
de la burguesía y concentración de la población en las ciudades; en las que a su vez se
configuraron sectores y urbanizaciones ricas por una parte, y barrios marginales por otra.
Los habitantes del campo debieron abandonarlo y migrar a las ciudades en busca de
sobrevivencia y mejores condiciones de vida. Tuvieron como destino los terrenos de mayor
riesgo y marginales, sin interés económico inmediato para la burguesía, en donde
configuraron los barrios pobres, o se adicionaron a los ya existentes.
Las ciudades, surgieron hace unos 8.000 años en el mundo, y hace unos 5.000 años en
América. En este continente, la ciudad de Caral en el sur de Perú, es la más antigua de
todas las hasta ahora conocidas. Se desarrollaron como centros de intercambio mercantil y
se construyeron a costa del saqueo de las riquezas naturales del campo y de la explotación
del trabajo esclavo o servil, utilizados para la construcción de edificios e infraestructuras y
para el bienestar de sus habitantes, en primer lugar de las elites dominantes.
En el período capitalista, sufrido en Venezuela a lo largo del siglo XX, las ciudades
crecieron igualmente a costa de la expropiación de las tierras que ocupaban los indígenas,
afro-descendientes y campesinos; y de la explotación de los trabajadores urbanos, peones,
obreros, administradores y profesionales.
Las materias primas y alimentos provinieron de los campesinos, pescadores, mineros y
productores del campo, a quienes los comerciantes e industriales-comerciantes compraban
-y siguen comprando hoy en día- todo lo que producen a precios irrisorios, para luego
comercializarlos sin valor agregado en sus propios mercados; para exportarlos en caso de
encontrar mercados internacionales; o para procesarlos en agroindustrias y luego vender
los productos finales a precios altos a los habitantes urbanos o rurales, obteniendo enormes
ganancias.
Para los campesinos y habitantes rurales la situación es la peor. Tienen que comprarlo
todo a precios aún más elevados, puesto que éstos son incrementados con los costos del
transporte.
En resumen, la energía en todas sus manifestaciones, es succionada del campo y
trasladada a las ciudades, en detrimento de la naturaleza y de la población rural; y en favor
de la ganancia y acumulación de las elites dominantes, generando riqueza para unos pocos
y pobreza y miseria para la mayoría.
Para construir el Socialismo es indispensable reestructurar las relaciones entre el campo
y la ciudad. Para esto se requiere conocer y comprender a fondo cómo es la dinámica de la
explotación capitalista en la relación entre lo urbano y lo rural, entre explotadores y
explotados. Es necesario conocer y utilizar la economía política marxista con sentido
transformador.
Debemos comprender que sólo desarrollando el sector rural de manera integral, con el
buen vivir de su población y generación de conciencia socialista y capacidad productiva
sostenible, lo cual requiere generar una organización popular basada en el equilibrio
humano-ambiente, una relación democrática y de complementariedad entre lo urbano y lo
rural, gestión socialista de las cadenas y redes socio-productivas integrales de
financiamiento, producción, distribución, intercambio y consumo, con participación de los
productores sobre el destino y uso de los productos y excedentes (intercambio valor-
energía); podremos producir los alimentos y las materias primas que hagan posible que
TODA LA POBLACIÓN de Venezuela (urbana y rural) sea Independiente y Soberana, y que
podamos construir el socialismo bolivariano del siglo XXI. Solo con una estrategia que
permita el Desarrollo Rural Integral, podremos alcanzar los cinco objetivos históricos del
Programa de la Patria 2013-2019.
Se requiere aplicar al sector rural de nuestro país, un concepto de desarrollo del
Socialismo Bolivariano coherente con la Constitución de la República Bolivariana de
Venezuela, la doctrina bolivariana y los valores y principios socialistas, que sean síntesis de
la teoría y práctica de la lucha por el socialismo en el mundo.
Definir con precisión qué se entiende por sector rural. Establecer cuál es la relación y el
aporte actual y potencial del sector rural al conjunto del país y a su proceso de desarrollo
socialista bolivariano y cual es y debe ser el aporte del sector urbano al sector rural
(intercambios energéticos).
Examinar la interrelación del MPPAT con los demás ministerios y sus políticas, que en
algunos casos, de acuerdo a la forma como se aplican, son contradictorias, produciendo
resultados negativos para el país y su proceso de desarrollo integral, con efectos
especialmente nocivos para el sector rural. Por ejemplo, la importación de alimentos, en
condiciones que constriñen el desarrollo de la producción agrícola y agroindustrial nacional.
¿Cuál es la política que permite resolver la contradicción entre importación y producción a
favor del desarrollo nacional? ¿Existe o hay que elaborarla?
Analizar la distribución nacional de la renta petrolera y sus efectos sobre el sector rural.
Analizar los efectos del control de cambios, procedimientos para aprobar importaciones,
sujetos beneficiarios, contrabando de extracción de alimentos hacia Colombia, Brasil y otros
países del Caribe; efectos sobre el sector rural. Propuestas para corregir problemas
detectados y sus consecuencias.
Analizar los efectos de los altos salarios pagados por PDVSA en el sector rural, que
desestimulan el trabajo productivo agrícola. ¿Cómo resolver ese problema?
Analizar el efecto del clientelismo político de las alcaldías, que en muchos casos es el
mayor empleador de los municipios, y su efecto sobre el sector rural. ¿Cómo desarrollar
una economía productiva y diversificada, focalizada en el sector rural?
El sector rural y sus personificaciones sociales organizadas, campesinos, pescadores,
mineros, etc., no deben producir para un mercado impersonal, controlado por intermediarios
capitalistas; sino para personas y grupos sociales concretos organizados en un sistema
económico comunal, tanto rural como urbano, articulado de manera sistémica.
El modelo de gestión que se ha venido aplicando en las fábricas y empresas
agroindustriales del Estado, es estatista, por lo que las decisiones fundamentales son
tomadas por los funcionarios públicos, sin participación de los productores de materias
primas y alimentos. Esto significa que estos se mantienen alienados, pues no pueden
ejercer el control sobre sus condiciones materiales y culturales de existencia y reproducción
social. Otro tanto ocurre con los trabajadores de las plantas de procesamiento
agroindustrial y de las fábricas establecidas en el sector rural.
Los precios y condiciones de compra de su trabajo y producción no pueden corresponder
con sus necesidades materiales y culturales, objetivas y subjetivas.
Por lo tanto, los productores rurales no pueden vivir dignamente de su relación con estas
empresas, ni pueden sentirlas como propias; tampoco pueden estar dispuestas a
defenderlas. En las condiciones nacionales e internacionales en que transcurre la
revolución bolivariana y su perspectiva socialista, esto resulta nefasto. Los territorios de la
Patria solo podrán ser defendidos con la participación consciente y activa de los habitantes
del sector rural.
Cambiar esta situación, implica aplicar un modelo de gestión socialista que incorpore en
las decisiones fundamentales de empresas y cadenas socio-productivas, a los productores
de materias primas, a los trabajadores de las fábricas, a los consumidores y habitantes de
los territorios, y a los representantes del Estado en sus diversos niveles: nacional, regional
y local.
Implica también que la planeación del desarrollo en los diversos territorios y su defensa
integral, así como la distribución de los recursos de que dispone el Estado, entre ellos los
provenientes de la renta petrolera, se haga con la participación democrática y protagónica
de estos mismos sectores.
Implica que la elaboración de las políticas públicas del Estado nacional (a través de sus
diversos ministerios), de las gobernaciones y alcaldías, se haga con la participación
protagónica del pueblo organizado: del Poder Popular.
El Desarrollo Rural Integral debe abarcar todas las dinámicas en que se desenvuelve la
vida de sus habitantes: política, cultural, económico-productiva, social, ambiental, territorial,
histórica e internacional, teniendo en cuenta siempre la necesaria existencia de las cinco
infraestructuras territoriales en las cuales se apoyan: el agua, la energía, los transportes,
las comunicaciones y los asentamientos humanos (patrón espacial de organización y su
equipamiento) (Pacheco, José Luis, Modelo Territorial, 2012).
Uno de los potenciales del desarrollo rural integral es el turismo político-cultural y el agro-
ecoturismo, por medio del cual la población de Venezuela, en primer lugar los jóvenes y
estudiantes podrán conocer su país, sus territorios y cultura. Con apoyo del Ministerio de
Agricultura y Tierras, en especial del Viceministerio de Desarrollo Rural y en convenio con
los ministerios de educación, de educación universitaria y de Turismo, se puede organizar
que cada año, en los períodos vacacionales, los estudiantes y profesores visiten y recorran
una región natural del país y establezcan relaciones de intercambio con sus habitantes y
cultura. Por ejemplo: el primer año, los llanos; el segundo año, los Andes; el tercer año, la
Zona Norte Costera; el cuarto año, la Amazonia; el quinto año, la Orinoquia-Gran Sabana.
Esta movilización anual de millones de estudiantes y profesores, puede ser fuente de gran
enriquecimiento humano y cultural, de esparcimiento, recreación y aprendizaje y puede
dinamizar actividades productivas y culturales.
Nadie puede amar lo que no conoce, nadie puede defender lo que no ama. Debemos
ayudar a que nuestro pueblo conozca su territorio, sus habitantes y culturas, para que los
ame y los defienda.
Esta normativa central es instrumentada por un conjunto de leyes entre las cuales destaca
la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario, la cual, además de normar todo lo relacionado con la
tenencia de la tierra, establece la nueva institucionalidad pública agraria mediante la
creación del Instituto Nacional de Tierras (INTI), el Instituto Nacional de Desarrollo Rural y
la Corporación Venezolana Agraria (CVA). Adicionalmente esta ley reforma la Jurisdicción
Especial Agraria dictando nuevas normas para los tribunales con competencia en esta
área.2
Otras de las leyes que instrumentan aspectos de las nuevas orientaciones constitucionales
en el primer período de gobierno de Hugo Chávez son: la Ley de Mercadeo Agrícola (enero
de 2002); la Ley de Crédito para el Sector Agrícola (octubre de 2002); Ley de Silos,
Almacenes y Depósitos Agrícolas (septiembre de 2003); Ley del Fondo de Desarrollo
Agropecuario, Pesquero, Forestal y Afines (Fondafa) (junio de 2001); la Ley de Pesca y
Acuicultura (mayo de 2003); y la Ley Especial de Asociaciones Cooperativas (agosto de
2001).3
Otro elemento de significativa importancia en los tiempos actuales para lograr el óptimo
abastecimiento agroalimentario, lo constituye la sustentabilidad y sostenibilidad del sistema
de producción, que permita que el productor primario se mantenga en sus actividades, que
el medio ambiente requerido y utilizado se conserve o sea poco afectado negativamente, lo
que es una garantía para la producción y suministro agroalimentario, con base no sólo en
las utilidades y/o ganancias que obtengan los productores e intermediarios, sino más bien
que satisfaga las necesidades alimenticias en términos nutricionales de las generaciones
presentes sin comprometer o arriesgar las del futuro.
En resumen, la producción agroalimentaria con sentido ecológico constituye hoy por hoy el
elemento clave para garantizar el funcionamiento de las ciudades con sus empresas,
instituciones y familias, pues en la medida en que los ciudadanos tengan asegurado el
suministro de alimentos, podrán dedicarse a la realización de otras actividades propias del
mundo actual. Así mismo, esta garantía será válida en la medida en que los productores
obtengan beneficios razonables de su actividad, que les permita mejorar y mantener su
nivel de vida, a la vez de guardar el necesario equilibrio en su interacción con el medio
ambiente que le rodea y genera las condiciones productivas.
En tanto ente biológico y social, el ser humano confronta cotidianamente una serie de
requerimientos de vida que se constituyen en necesidades para su desempeño y desarrollo,
que al conformarse en limitantes u obstáculos para sus propósitos implican problemas
ineludibles a superar. Una de estas necesidades supremas la representa precisamente el
problema alimentario, cuyos orígenes datan desde la génesis misma de la humanidad,
aunque expresado de diferentes modos según el estadio de desarrollo y/o evolución
histórico-social, su estructura política, económica y cultural, en correspondencia con el
avance de la ciencia y la tecnología a que los individuos y grupos sociales tengan acceso.
En tanto elemento estructural de las necesidades humanas, en lo individual y colectivo, el
problema alimentario sigue teniendo vigencia y se profundiza aún más en los albores del
siglo XXI, cuando aspectos colaterales derivados del modelo capitalista mundial y su
consecuente explosión demográfica, utilización excesiva y depredadora del medio
ambiente, entre otros, generan la mercantilización de la alimentación, el desbalance entre la
relación oferta-demanda en función a la capacidad de pago de los consumidores, así como
el desgaste y deterioro del medio ambiente, debido a la aplicación de tecnologías
agroquímicas artificiales en procura de maximizar la producción-beneficio y minimizar los
costes de los dueños de los medios de producción, bajo los criterios de la lógica capitalista
que evidentemente orienta la concepción del llamado agronegocio.
No obstante, al ser asumido desde una perspectiva humanista, y por ende absolutamente
contraria a la lógica del capital, el problema agroalimentario se constituye en un asunto de
Estado en tanto y cuanto afecta directamente a la seguridad y soberanía nacionales, a los
cuales debe darse soluciones reales en términos de sustentabilidad y sostenibilidad como
elementos neurálgicos del desarrollo endógeno y la autodeterminación política, económica,
social y cultural de los pueblos, fundamentados en la soberanía científica y tecnológica. En
este contexto tanto para el sector agrícola como para el ambiental se han diseñado políticas
de Estado, se crean instituciones y leyes contra el latifundio, se norman los procesos de
producción, transformación, distribución y consumo de manera inocua y sana, además de
fomentar la producción y apoyar al pequeño productor con el propósito de lograr la
soberanía alimentaría y tecnológica, hechos que desde 1999 marcan hitos sin precedentes
en la política del Estado venezolano, pero que aún en la actualidad implican significativas
distancias por recorrer.
Es oportuno destacar que la política agraria del Gobierno Bolivariano no sólo combate al
latifundio e incorpora campesinos sin tierras a la producción, sino que ha permitido elevar
en aproximadamente un 25% la producción nacional de los siete más importantes rubros
alimenticios, como el arroz, el maíz, la caraota, el frijol, carne de cerdo y pollo, huevos de
gallina y caña de azúcar, lo que constituyen modestos pero firmes resultados de una
política de vocación social orientada fundamentalmente al fortalecimiento de la soberanía
alimentaria del país, la democratización de la tierra y la justicia social, cuya meta esencial
es la transformación del campo y el rompimiento de la injusta estructura de la propiedad,
tenencia y uso de la tierra, vigente en Venezuela desde la época de la colonia, con el
rescate de aproximadamente 4 millones de hectáreas sustraídas al latifundio que han sido
entregadas a los pequeños productores organizados, que han permitido de este modo
incorporar a la producción más de 120 mil familias campesinas (INTI, 2008), que se
encontraban marginadas del proceso productivo hasta la llegada de la Revolución
Bolivariana.
Sin embargo aún queda mucho por hacer. Necesario es elevar el nivel de conciencia al
pueblo y fundamentalmente a las generaciones de relevo, para asimilar la importancia que
en la conservación de la libertad de los hombres y mujeres del futuro, implica la posibilidad
de ser soberanos agroalimentariamente hablando. Es decir, en cuanto y tanto se logre la
independencia de los mercados foráneos y del capital internacional para alimentar de
manera sana y segura a la población del país, se podrá hablar de la independencia político-
social del mismo y de la autodeterminación de los pueblos para crear su sistema de
organización.
En tal sentido, las políticas neoliberales han generado transformaciones en los sistemas de
producción y modificaciones importantes en la estructura social del agro latinoamericano y
caribeño, de forma tal que los agricultores capitalistas modernizados se han beneficiado,
pues tienen acceso a los recursos financieros, tierras, tecnologías y organización,
necesarias para asumir el cambio en los sistemas de producción y las posibilidades de
acceso a estos nuevos mercados, que dada la globalización del capital, constituyen
alianzas internacionales, apátridas y sin el más elemental sentido de pertenecía e
identificación con los problemas de sus compatriotas y congéneres.
La crisis alimentaría actual acentuada por las políticas neoliberales mundiales ha puesto en
evidencia la realidad de la inseguridad y dependencia alimentarias de nuestros pueblos y
en particular de Venezuela. El desarrollo de la agricultura en Venezuela a lo largo del siglo
pasado estuvo orientado por los procesos y esquemas que ya hemos descrito, añadiéndose
a ello el hecho de, que a pesar de contar con todos los recursos, Venezuela es un
importador neto de alimentos. La estructura de nuestro agro está dominada por la gran
agroindustria y en ella persiste el latifundio. Nuestros profesionales del agro mayormente se
forman y trabajan desconectados de la realidad social y tienen como referencia paradigmas
de conocimiento que responden a la racionalidad del capitalismo y a la pretensión de
dominar a la naturaleza, acudiéndose para ello a la destrucción de la Pacha Mama
mediante el uso indiscriminado, pero rentable en el corto plazo, de los recursos hídricos,
edafológicos y culturales.
Los pueblos que hoy por hoy se resisten al dominio transnacional agroindustrial, luchan por
otros estilos de vida que tengan a la defensa de la naturaleza y la cultura como máxima
prioridad, ámbito de acción sociopolítica en el cual se inscribe la agroecología en tanto
propuesta de una producción ecológica, que defiende la economía y la identidad campesina
ante el avasallante mercado mundial capitalista y se combina con el derecho a la soberanía
alimentaria y a una alimentación sana, nutritiva, suficiente y libre de contaminación por el
uso de agrotóxicos y otras sustancias nocivas, enfrentándose a las propuestas, decisiones
e iniciativas de las grandes corporaciones globalizadas, que imponen la alimentación
industrial basada en un consumo altamente estandarizado, con las mismas propiedades
gustativas en cualquier parte del planeta, en una vulneración de la seguridad en la calidad
alimenticia.
Los verdaderos agricultores que son los campesinos tratan a la naturaleza con el mayor
respeto, trabajan con los dones que la naturaleza nos ofrece a condición de conservarlos y
preservarlos para las futuras generaciones; no puede haber propiedad privada o cualquier
otro tipo de apropiación sobre lo que pertenece a todos como bien público. Los auténticos
campesinos, son unos economistas domésticos, saben evaluar los factores de producción
cuando son abundantes y renovables y utilizan con austeridad aquellos elementos que son
escasos y no renovables.
Por último, debe tenerse en cuenta la importancia de pensar en términos de tiempos largos
y con dimensiones universales, pensar la agricultura campesina las labores de faenas
rurales en dimensiones: social, económica y ecológica; principios y dimensiones nos dan
una concepción integral y universal del campesinado, el sujeto inicial, de confrontación con
el capitalismo globalizado que pone en peligro nuestra soberanía alimentaria y la salud
colectiva de los pueblos. Sería redundante referir la importancia de los centros
universitarios en estas tareas de sembrar “ciencia con conciencia”.
Necesario es hacer referencia además a los revolucionarios programas como “Todas las
manos a la siembra”, actualmente convertido en línea de trabajo de la educación
venezolana en todos los niveles; la Misión “Vuelvan Caras” y posteriormente la Misión “Ché
Guevara”, así como con las orientaciones que en materia de desarrollo social y
organización del Poder Popular se inscriben en nuestras políticas públicas actuales.