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Sue Morgan - “Escribir historia feminista: debates teóricos y prácticas

críticas”
Morgan, S. (2006) Writing feminist history: theoretical debates and critical practices.
Morgan, S. (ed.) Feminist History Reader. Londres: Routledge.
Resumen a cargo de Federico Berghmans y Sofía Lazzarino

En 1976, Joan Kelly-Gadoll identificó tres enfoques históricos principales: la


periodización, el análisis social y las teorías del cambio social.

Luego de 30 años, la recuperación de la mujer como sujeto y agente en la


producción de la historia y el simultáneo descentramiento del sujeto masculino
estimuló una amplia re-examinación de las suposiciones históricas más
fundamentales. Sin embargo, ‘el logro no es perfecto’ ya que las mujeres aún
no son tomadas como iguales por completo.

Este libro (El lector de historia feminista) tiene el propósito de presentar una
introducción de los hitos teóricos y críticos que han estimulado los estudios
feministas durante los últimos 35 años.

El foco de El lector no está en el “producto” histórico de los estudios feministas


sino en las principales formas y direcciones teóricas que ha tomado: El lector
se ocupa de la historia de la historiografía feminista.

Esta guía, organizada en una estructura de cuatro partes y un epílogo, explora


las tempranas teorizaciones feministas de la historia, el impacto del desafío del
postestructuralismo, las reconstrucciones lésbicas del pasado y los debates
alrededor de la ‘diferencia’. La organización de este volumen es más temática
que cronológica.

La autora está al tanto del énfasis anglo-americano de muchas de las


controversias a las que refiere; esto se debe, por una parte, a las limitaciones
que tiene como británica, tanto en su área de experiencia como geográficas; y
por otra, a la predominancia de los estudios feministas angloparlantes que hay
el área.

Que las feministas nunca se han unido en torno a una única corriente teórica o
marco metodológico es evidente a partir de las múltiples posiciones que
continúan alterando y enriqueciendo el campo, muchas de las cuales están
representadas en este volumen.

¿A quién se incluye o excluye en esta categoría como el sujeto legítimo de la


historia feminista? ¿Y qué impacto tiene esto en la agenda teórica y política del
feminismo académico? Estas son las preguntas clave que este libro pretende
responder.

Dado que El lector discute la heterogeneidad del discurso histórico feminista,


es necesario notar las diferencias teóricas y metodológicas que existen entre la
historia de las mujeres, del feminismo y del género. Si bien el vínculo entre la
historia de las mujeres y del feminismo es fuerte, no son términos
intercambiables. Existen muchos puntos de intersección, por lo que cada uno
de los enfoques que están representados en El lector serán entendidos como
‘historia feminista’.

Parte I - Visibilizar al sujeto femenino

Qué significaba ser una mujer y cómo esa categoría podía ser mejor
representada históricamente fue muy debatido en las décadas de 1970 y 1980.
En la Parte I, la autora examina una serie de grandes controversias alrededor
de las teorías de ‘patriarcado’, ‘esferas separadas’, ‘cultura de mujeres’ y
‘género’, y la influencia formativa que tuvieron estas discusiones en la
trayectoria inicial de la historia feminista.
Para poder hacer posible que las mujeres sean sujetos reconocibles como
agentes históricos era necesaria la consolidación de la identidad de la mujer.
El desarrollo del discurso histórico feminista fue en sus orígenes
mayoritariamente político y no académico; el movimiento de mujeres fue el
que influenció a las historiadoras feministas.

La historia feminista desarrolló durante ese período una presencia académica


estable pero irregular. Desde su comienzo se consolidó como un fenómeno
internacional. Al mismo tiempo, sin embargo, su desarrollo frecuentemente
estaba determinado por los diferentes ‘contextos historiográficos e
infraestructuras institucionales’. Dos ejemplos que contrastan son los de
Francia y Gran Bretaña: mientras que en la primera existía una preferencia por
temas culturales como la sexualidad femenina, el cuerpo y la maternidad, en la
segunda existía una preocupación central por la lucha de clases y el género.

La cuestión del patriarcado

El concepto de patriarcado proporcionó a las feministas de la primer teoría


abarcativa mediante la que podían identificar las formas distintivas (y
relacionadas al género) de subordinación femenina ejercida por los hombres.

El término de patriarcado ha sido continuamente controversial y criticado por


alentar una teoría monocausal de la condición de las mujeres.

La historia feminista, sostenían algunas historiadoras británicas, necesitaba un


marco teórico distintivo a través del cual examinar la vidas de las mujeres.

Diez años después, Judith Butler se despegó del binarismo “opresor


masculino/víctima femenina” al sugerir que las mismas mujeres formaban
parte de las diversas operaciones históricas del patriarcado.

Las esferas separadas y la ‘cultura de mujeres’

Un análisis alternativo al patriarcado muy en boga durante las décadas de


1970 y 1980 se basó en la metáfora de las ‘esferas separadas’, donde las
historiadoras feministas trazaron un mapa de las restricciones a las que se
veían sometidas las vidas de las mujeres de los siglos XVIII y XIX, de acuerdo a
las prescripciones ideológicas referidas a la división por géneros de los
espacios públicos y privados.
El argumento de las ‘esferas separadas’ se convirtió en uno de los tropos
dominantes en la historia de las mujeres europeas y norteamericanas durante
más de 30 años. Linda Kerber identificó tres fases dentro de los análisis en
base a este concepto. El primero surgió en la década de 1960; interpretaba a
las esferas separadas como un término más burlesco sinónimo de la
encarcelación femenina dentro del hogar. El segundo marcaba un enfoque
teórico distinto de esa noción: sugería que la rígida diferenciación de los roles
de género norteamericanos durante el siglo XIX dieron lugar al surgimiento de
un mundo homosocial femenino autónomo, unido mediante redes de afinidad y
experiencias femeninas de vida como el matrimonio, la familia y la religión.

Esta representación de una cultura femenina empoderadora y de apoyo


transformó las lecturas negativas de las esferas de mujeres; como
consecuencia, surgió un nuevo marco teórico: ‘la cultura de mujeres’.

A partir de finales de los ‘80 se identificaron muchas inadecuaciones analíticas


de las ‘esferas separadas’, sin mencionar sus limitaciones geográficas, raciales
y de clase social. Sin embargo, la longevidad y durabilidad de esta metáfora
todavía es aparente en los estudios feministas.

El género como categoría de análisis histórico

En 1990 la teoría de las esferas separadas ya había agotado su utilidad y


estaba pasando el bastón epistemológico a la nueva categoría de análisis de
‘género’, que intentaba ubicar a las mujeres en un marco de referencia más
amplio en lo referente a sus relaciones sociales, culturales y políticas con los
hombres.

La necesidad de salirse del dualismo opresivo del término ‘esfera de la mujer’ y


del término liberador ‘cultura de mujeres’ propulsó una tercera etapa en el
desarrollo de la metáfora de las esferas separadas, en la que, resumidamente,
las esferas pública y privada, masculina y femenina, se influenciaban
recíprocamente.

Las limitaciones de un enfoque ‘compensatorio’ y ‘separatista’ a la historia


feminista ya se había vuelto aparente en los años ‘90. La teoría de género
apareció para ofrecer una salida a este impasse teórico.

Scott y Bock reforzaron que las operaciones de género, más como una
categoría social que biológica, podían analizarse en relación a otras
formaciones culturales tales como raza, sexualidad, edad, clase y religión. Por
su capacidad de establecer cruces con muchas áreas de indagaciones
históricas tradicionales, la categoría de género fue proclamada como un medio
poderoso mediante el que podía volver a configurarse la historia.

Sin embargo, la respuesta feminista fue escéptica: un resultado de la historia


del género fue el hecho de que estimulara nuevas áreas de investigación en
relación a los hombres, la masculinidad y las instituciones masculinas; lo que
renovaba la silenciación y marginalización de las mujeres al retornar al hombre
al centro narrativo.

La historia del género marcó una reorientación teórica significativa para el


feminismo: el giro de una historia de sujetos a una historia de relaciones.
Mientras que el feminismo representaba la hegemonía del discurso intelectual,
el género proporcionó un enfoque teórico más inmediato y productivo para
recuperar los pasados de las mujeres y para analizar las relaciones entre
hombres y mujeres.

Parte II - Deconstruir al sujeto: historia feminista y el ‘giro lingüístico’

Las historiadoras feministas del mundo angloparlante conocieron los principios


del llamado ‘giro lingüístico’ a través de la historiadora norteamericana Joan
Scott y la filósofa británica Denise Riley, cuyos trabajos proporcionaron una
referencia central a fines de los ‘80 y durante los años ‘90.
Más que recuperar las experiencias históricas de las mujeres y los hombres
como evidencia de la diferencia sexual, se enfocaron en cómo esa diferencia se
producía discursivamente como un sistema normativo de conocimiento y
significado, y cómo las identidades de género se diseminaron a lo largo del
tiempo.

El enfoque de ‘agregar y revolver’ respecto de la historia de las mujeres


perpetuó, en lugar de desafiar, las estructuras binarias hombre/mujer de la
historia tradicional. Sólo al deconstruir esas categorías sería posible una
transformación.

El influyente colapso de la distinción de género que propuso Butler fue


fundamental. El cuerpo sexuado femenino o masculino no podía ser visto como
una realidad esencial y ‘pre-discursiva’, discutía. Mejor dicho, el género, como
un sistema de conocimiento sobre la diferencia sexual, produce varios
significados del cuerpo. El ‘sexo’ es, entonces, un producto de la cultura, como
también los discursos específicos del género.

La refutación de la diferencia sexual como origen de las bases sobre la que las
construcciones culturales de género se podrían haber formulado generaron
extraordinarios debates dentro del feminismo.

El hecho innegable de que la mayoría de los líderes del movimiento


postestructuralista eran hombres (para quienes ni el feminismo ni el género
eran las preocupaciones analíticas primarias) dio a la crítica feminista un corte
particular.

El punto principal no radicó en que las historiadoras feministas deberían evitar


usar teorías masculinas basadas en el hecho de que podrían ser innatamente
misóginas, sino que no están desviadas de las causas feministas por tales
apropiaciones, ni dubitativas al reconfigurar figuras masculinas con propósitos
políticos directamente dirigidos a los intereses de las mujeres.
Subjetividad e identidad

La insinuación de que las mujeres eran por completo construcciones culturales


generó un malestar profundo entre las historiadoras feministas, quienes
consideraron esta instancia como un ataque al autoconocimiento y la identidad
de las mujeres, y también a la misma legitimidad del proyecto histórico
feminista.

Los postestructuralistas fueron acusados de un anti-esencialismo extremo; se


consideró que las lecturas postestructuralistas disminuían la significación del
sufrimiento físico.

Lenguaje y experiencia

La crítica del impacto de la despolitización del postestructuralismo siguió


siendo una cuestión clave.

Existía una tendencia de las historiadoras feministas a dicotomizar las


dimensiones de análisis en lingüística/discursiva y pre-lingüística/material; así
presentando al lenguaje como situado fuera del reino material.

Interpretar la posición estructuralista como anti-realista es una lectura errónea


en la que han incurrido muchos historiadores, generando una serie de
confrontaciones innecesarias.
Más que anti-realistas, los postestructuralistas son anti-representacionistas.

¿Cómo puede ser evaluado el impacto del postestructuralismo en la historia


feminista? No hay duda de que dejó un legado revolucionario pero incompleto
para la escritura y teorización de la historia feminista. Una nueva generación
de historias feministas interesadas en la exploración de la relación entre la
producción discursiva del género y el contexto material en la que dichos
discursos se naturalizaron y resistieron; como también en la interrupción de las
narrativas lineales del progreso femenino en favor de las historias de
contradicción y ambigüedad.

Parte 3: buscando al sujeto: historia lesbiana

La historia lesbiana surge en un contexto político de movimientos de liberación


femenina y gay, y en un contexto académico de una emergente historia de la
sexualidad. Constituyó un cambio de signo en la historización de la vida de la
mujer a través de la crítica de la heteronormatividad de la historia feminista y
la consecuente borradura del sujeto del lesbianismo. Les historiadorxs del
lesbianismo han articulado sus investigaciones en sexualidades de mismo sexo
con una agenda política expresa que apunta a restituir tanto el sujeto del
lesbianismo como a exponer la homofobia subyacente de los discursos
patriarcales dominantes. Adrienne Rich argumenta que la heterosexualidad es
un principio organizador central del patriarcado que impidió a las mujeres
experimentar “intensidad primaria” con otras mujeres.
En el curso de las tres últimas décadas se ha producido un cuerpo de textos
significativo sobre el origen de la identidad lesbiana, así como reconstrucciones
de varias formas de amor y sexo entre mujeres. Se pudieron identificar varias
formas de conducta y cultura lesbianas que incluyen, travestismo, amigas
románticas, metejones maestra-alumna, mujeres que “pasan” [passing],
compañeras butch/femme, política transgénero, y un rango diverso de
comunidades exclusivas de mujeres.

Al igual que la historia feminista, la historia lesbiana combinó en sus


comienzos visiones políticas radicales con objetivos primariamente de
recuperación de un pasado escondido. El discurso histórico lésbico está
dominado por una política de la identidad poderosa pero problemática.

¿Importa si lo hicieron? Política y sexo en la identidad lesbiana

La actividad sexual tiene un papel preponderante en la controversia sobre la


identidad del sujeto del lesbianismo. El concepto analítico más influyente es el
de una “amistad femenina romántica” sin genitalidad de por medio, que iría a
convertirse parte de la ortodoxia académica lésbica. Cualquier lectura des-
erotizante del lesbianismo era vista como una traición inaceptable contra la
mujer, que experimentaba una opresión diaria por sus elecciones sexuales y
políticas. Esta de-sexualización fue criticada por borrar la distintividad y
pluralidad de la identidad lesbiana.

Esto desembocó en un cambio de enfoque hacia la sexualización de la cultura


lesbiana, primeramente con los roles butch/femme y representaciones
histórico-literarias del deseo sexual lésbico. Supuso una crítica de la
ingenuidad sexual de la mujer y su cultura adyacente. La recuperación de
narrativas lesbianas (con un matiz de cohibición) fue clave para una lectura de
la historia lesbiana más sexualidad, formando parte de la identidad y no
simplemente una reacción a la lectura científica del lesbianismo como una
desviación.

La escasa cantidad de este tipo de narrativas da lugar a preguntarse si la


visión de la historiadora privilegia la auto-identificación de la identidad lesbiana
previa a la existencia de individuos y comunidades propiamente lésbicos.

Teoría Queer

La teoría queer representa una salida del dilema de la identidad de los debates
anteriores, proponiendo desmantelar la categoría de “lesbiana”. Se distingue
por una oposición férrea a lecturas hetero-normativas de la sexualidad y el
género, escepticismo respecto de la política de identidades tradicional, y el
rechazo del status marginal de la homosexualidad.
La heterosexualidad y todos los géneros son performativos (J.Butler), y por lo
tanto producen el efecto de estar naturalizados y producir el fundamento para
toda otra “imitación”. Todas las formas de esencialismo de género reproducen
prácticas opresivas (D. Penn). Se rechaza un carácter esencial de la identidad
lésbica y se opta por dejarlo bajo el signo de una permanente falta de claridad
definicional. Esto es visto como una forma radical de evitar los problemas de la
normatividad de cualquier categoría sexual.

La teoría queer se preocupa por rastrear la formación de subjetividades


lesbianas y gays por medio de discursos de resistencia y actos de transgresión.
Rechaza la heteronormatividad de la historiografía feminista y hacer lecturas
de subjetividades desviadas (J. Terry), en referencia a la idea de que la historia
lesbiana no puede desprenderse de lecturas discriminatorias heterocéntricas
que han parasitado en subjetividades gay y lesbianas para establecer su propia
autoridad. Sin embargo es posible hacer lecturas en donde se vea como la
homosexualidad ha sido descripta como desviada y también mapeando
diversos métodos de resistencia y subversión contra la homofobia.

Algunas críticas de historiadoras feministas tienen que ver con la inclusión de


subjetividades gay y lesbianas, lo cual supone la posibilidad de la emergencia
de un sexismo gay del feminismo y la retención de una perspectiva demasiado
feminista de la experiencia lesbiana. Algunas historiadoras lesbianas sostienen
que la historia lesbiana debe mantener sus prioridades teóricas diferenciadas,
mientras que otras teóricas queer responden que estas separaciones tienen
sus límites.

Lesbianas y la “diferencia”

Historiadoras negras y lesbianas sostienen que las historias gay y lesbiana


deberían ser leídas y escritas como parte de una historia integrada que es
imposible de comprender la experiencia de un grupo sin el otro. También han
cuestionado la priorización que han hecho las lesbianas blancas de la
sexualidad por sobre otras categorías identitarias, y la denuncia de una
desviación sexual que las corrientes racistas dominantes endilgan a la mujer
negra por un supuesta hipersexualidad, más aún en el caso de lesbianas
negras.

Estas intersecciones propuestas son un recuerdo de que la sexualidad lesbiana


invariablemente está relacionada con categorías de raza, etnicidad y clase.
Gran parte de la historia lesbiana está enfocada en clases medias y mujeres
educadas. El incremento de historias que están escritas en base a otras
categorías identitarias son de utilidad para poder mostrar cómo discursos
dominantes de nacionalismo, raza, etnicidad, y colonialismo han formado
expresiones de la experiencia y la identidad lesbianas.

Perspectivas futuras sobre la identidad lesbiana


Nuevos enfoques teóricos están produciéndose con la intención de evitar la
borradura de ciertos grupos de lesbianas a través de la raza, clase, edad y
diferencias políticas, así como el deseo de integrar la historia lesbiana en el
marco de la más amplia historia del feminismo, el género y la sexualidad. Y
más allá de la recepción de la teoría queer en las historiadoras del lesbianismo,
es posible ver el impacto del pensamiento post-estructuralista en el
reconocimiento en la inestabilidad de todas las formaciones identitarias.

Las nociones dualistas occidentales de la sexualidad pueden ser un obstáculo


para analizar las prácticas homoeróticas del pasado, al menos no sin privilegiar
otros factores identitarios igualmente complejos. Existe un llamado a
deconstruir los significados de los silencios y omisiones que caracteriza a la
historia del lesbianismo.

Parte IV: Centros de diferencia: decolonizar sujetos, repensar límites

El concepto de “diferencia” (“difference”) es clave para historiadoras


feministas que han querido cuestionar lecturas esencialistas de categorías
clave como “mujer”. Teorizar sobre diferencias entre mujeres en oposición a
diferencias entre mujeres y hombres ha probado ser un desafío.

Los términos “negra”, “mujeres de color” y “tercer mundo” son problemáticos


porque borran distinciones entre mujeres homologando una vasta cantidad de
experiencia histórica y cultural. Feministas negras y del tercer mundo han
buscado impugnar la visión estrecha de la visión occidental de la emancipación
de la mujer. Porque dificulta la teorización de opresiones no ligadas
exclusivamente al género, como pueden serlo las provenientes del racismo y el
imperialismo.

El desafío del feminismo es historizar el pasado de, por ejemplo, mujeres


indígenas sin reproducir otro tipo de prácticas excluyentes. Y ese desafío tiene
a la diferencia como centro epistemológico de la historia feminista. Mientras
que la raza ser percibida como sinónimo de “ser negra”, ser blanca se
mantendrá un estatuto naturalizado y libre de problematicidad.

Historia feminista Afro-Americana

Algunas historiadoras negras han señalado que priorizar una experiencia de


mujer blanca y de clase media, las historiadoras feministas han fracasado en ir
más allá de la primer lección patriarcal, replicando las mismas prácticas
excluyentes que habían de proponerse desmantelar. La universalización de
experiencias altamente particularizadas de las experiencias de las mujeres, las
feministas blancas oscurecen la especificidad cultural e histórica de las
mujeres negras. Las historiadoras africano-americanas han hecho una serie de
críticas profundas al racismo presente en el movimiento de mujeres, hablando
del doble riesgo de la identidad de la mujer negra, que nunca ha sido prioridad
para las historiadoras blancas, cuyas estrategias de cambio tenían valor
limitado para mujeres de color. Han sabido revolucionar presuposiciones
previas en torno a la emergencia histórica de tanto la mujer como el hombre
negro pero también sobre el modo en que el género pivotea raramente
alrededor de una simple oposición binaria entre “masculino/femenino”. La
identidad de la mujer no sólo tiene lugar frente a la identidad del hombre, sino
también a la identidad de mujeres blancas y de status de clase. Esto puede
llevar a futuro a una serie de innovaciones teóricas con potencial de hacer
análisis más relacionales de género.

Poscolonialismo e historia feminista

Las consideraciones feministas sobre la diferencia también tuvieron lugar entre


académicas británicas, europeas, indias, africanas y caribeñas en relación al
legado histórico del imperialismo. El énfasis de lo cultural por encima de
relaciones militares y diplomáticas de construcción de un imperio dio
oportunidad a las feministas de señalar el valor del género en ese tipo de
análisis, y fueron protagonistas de debates en relación al género y al
imperialismo. El feminismo occidental blanco de valores principalmente
imperialistas fue un gran blanco de críticas por parte de historiadoras
poscoloniales. Para algunas de ellas, como Gayatri Spivak, la naturaleza
discriminatoria y colonialista del archivo oficial es tan agudo que la
recuperación de la voz ce la mujer indígena va a siempre ser eludida (ensayo:
“¿puede hablar la subalternidad?”). Algunas feministas poscoloniales
encuentran esta posición innecesariamente pesimista e incluso evocadora del
discurso colonialista del siglo XIX.

Las relaciones entre la metrópolis y la colonia han sido repensadas por


historiadoras feministas (Burto, Midgley, Thorne), explorando el impacto de la
escolaridad británica feminista “en casa”, examinando la presencia de
comunidades negras y asiáticas en la metrópolis, y a su vez, el impacto del
imperialismo en la formación de la identidad inglesa/británica, no menos que el
movimiento de mujeres del siglo XIX. Los trabajos de Sinha y Hall han podido
rastrear la simultaneidad de formaciones coloniales e indígenas en la
formación de la masculinidad como indicativo de un ejercicio de poder más
amplio entre el colonizador y el colonizado.

Historias feministas transnacionales, comparativas y globales

Las feministas tienen una sólida historia de organización internacional


alrededor de temas como socialismo, sexualidad, derechos ciudadanos, salud y
pacifismo. Historias feministas transnacionales requieren un trabajo académico
innovativo y comparativo que no disminuye la diferencia en el nombre de un
feminismo falsamente universalizado ni lo convierte en un relativismo. Muchas
feministas (Ahluwalia, Burton) coinciden en que la categoría “nación” puede a
menudo ser en términos de la investigación, insuficientes, en la medida en que
los límites nacionales pueden ser resabios del poder imperialista. El mayor
desafío teórico de este tipo de historiografía es pensar una historia feminista
de solidaridad a través de fronteras que esté fundamentado firmemente en
experiencias locales y particulares de mujeres.

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