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HISTORIQUE EN DÉBAT
Étienne Balibar et al.
Collège international de Philosophie | Rue Descartes
2012/3 - n° 75
pages 81 à 101
ISSN 1144-0821
Article disponible en ligne à l'adresse:
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http://www.cairn.info/revue-rue-descartes-2012-3-page-81.htm
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Para citar este artículo :
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Balibar Étienne et al., « L'anthropologie philosophique et l'anthropologie historique en débat »,
Rue Descartes, 2012/3 n° 75, p. 81-101.
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Debate
entre
La
antropología
filosófica
y
La
antropología
histórica
Conversación
entre
ÉTIENNE
BALIBAR
&
GUNTER
GEBAUER
Conducida
por
Roberto
Nigro
y
Diogo
Sardinha1
Étienne
Balibar:
Desde
hace
un
tiempo
trabajo
de
diferentes
maneras,
una
vez
la
idea
de
la
antropología
filosófica,
luego
la
de
la
antropología
política,
lo
cual,
para
mi,
dibuja
un
mismo
objeto.
No
pretendo
evidentemente
ningún
monopolio
en
esta
materia,
pero
el
hecho
es
que
debo
ser
probablemente
uno
de
los
raros
que
en
Francia
(pero
no
sólo
en
Francia)
utiliza
cada
vez
más
sistemáticamente
la
categoría
de
antropología
(como
adjetivo)
para
designar
lo
que
hago,
tanto
en
el
marco
histórico
como
en
otro,
filosófico
y
político.
Tengo
que
decir
que
todo
este
trabajo,
lo
he
hecho
esencialmente
en
colaboración
con
Bertrand
Ogilvie:
el
título
de
nuestro
curso
en
común,
organizado
en
conjunto
durante
diez
años
en
la
universidad
de
Nanterre,
era
“Antropología
y
política”.
1
.-‐
Gunter
Gebauer
habló
tanto
en
francés
como
en
alemán.
La
traducción
al
francés
fue
hecha
por
Roberto
Nigro
y
Diogo
Sardinha
1
Gunter
Gebauer:
Por
mi
parte,
he
colaborado,
en
Berlín,
con
colegas
como
Dietmar
Kampewr,
Christoph
Wulf,
Jürgen
Trabant,
quien
ha
escrito
sobre
Humboldt,
el
origen
el
lenguaje…
esto
ha
sido
crucial
para
nuestro
trabajo.
Desde
un
punto
de
vista
genealógico,
que
permite
explicar
por
qué
usted
y
yo
nos
distanciamos
de
la
antropología
clásica,
y
yo
de
la
antropología
filosófica,
yo
diría
que
la
única
consideración
que
retomo
de
esta
es
que
el
hombre
está
por
comprender
su
existencia
en
el
mundo,
In-‐der-‐Welt-‐
sein.
Esto
es
muy
importante
respecto
de
la
intención
de
la
antropología
clásica,
también
en
Alemania.
El
hombre
en
el
mundo,
esto
quiere
decir
ante
todo
que
el
hombre
es
un
ser
corporal.
El
hecho
de
que
tiene
un
cuerpo
material,
visible,
y
que
al
mismo
tiempo
es
miembro
de
una
comunidad,
de
una
sociedad
o
de
un
grupo,
tiene
una
extrema
importancia.
En
segundo
lugar,
hay
que
considerar
el
punto
de
vista
genético.
Hay
desarrollo,
es
decir
el
hombre
no
nace
con
todas
sus
cualidades,
no
hay
una
esencia
humana,
sino
una
continuidad
en
el
desarrollo:
hay
aprendizaje,
un
iniciarse
en
el
lenguaje,
la
comprensión,
el
sentir,
la
expresión.
Todo
esto
es
crucial
para
mi
manera
de
reflexionar.
Tengo
muchas
fuentes,
principalmente
las
de
autores
franceses
como
Bourdieu
y
Foucault.
Después
en
Jean
Pierre
Vernant
encontré
el
lado
histórico
de
comparación
con
la
Grecia
antigua,
que
adopta
un
punto
de
vista
materialista,
de
una
extrema
importancia
porque
el
hombre
es
un
ser
material,
biológico,
que
tiene
un
desarrollo
incierto
y
abierto.
Hago,
igualmente,
referencia
a
Nietzsche,
por
la
idea
de
una
Entwicklungsoffenheit,
de
una
apertura
del
desarrollo,
según
la
cual
el
proyecto
del
hombre
no
está
terminado.
Yo
no
diría
que
necesita
un
proyecto
superhumano:
la
idea
del
superhombre
representa
para
mí
un
problema
en
la
tradición
alemana,
la
cual
consiste
en
interpretar
la
apertura
del
hombre
como
la
promesa
de
algo
más
elevado
que
él.
Esto
me
inspira
muchos
temores.
Lo
que
es
posible
es
continuar
desarrollando
al
hombre.
Esto
me
parece
evidente,
y
es
lo
que
pienso
cuando
hablo
de
una
apertura
del
desarrollo
que
es
real.
De
otra
parte,
lo
que
siempre
me
ha
inspirado
enormemente
es
la
filosofía
de
Wittgenstein,
que
encuentro,
de
hecho,
antropológica,
en
el
sentido
en
que
habla
de
la
historia
natural
de
lo
humano:
el
lenguaje
perteneciendo,
como
él
dice,
a
“la
historia
natural”
del
hombre.
La
comprensión,
la
capacidad
de
seguir
reglas
(capital
para
la
discusión
anglosajona),
es
decir
de
ser
un
ser
social
–sobre
todo
esto
Foucault
es
muy
importante
por
su
discurso
sobre
la
interiorización
de
las
reglas,
y
Bourdieu
quizá
más,
con
su
concepto
de
habitus.
Somos
seres
de
dos
caras
(es
peligroso
simplificar
así,
pero
simplifico
en
gracia
de
discusión):
el
hombre
es
simultáneamente
un
ser
biológico
y
un
ser
social
e
histórico.
Por
esto,
entramos
enseguida
en
contacto
con
las
ciencias
sociales,
de
un
lado
la
sociología
y
la
historia
social,
y
del
otro,
hoy
en
día,
la
biología.
Plessner
y
Gehlen,
en
Alemania,
habían
interpretado
al
hombre
a
la
luz
de
los
resultados
de
la
biología
de
su
tiempo.
Creo
que
ellos
se
equivocan
completamente
al
proceder
así,
sobre
todo
como
Gehlen,
que
considera
a
ciertos
seres
humanos
como
seres
deficientes
en
razón
de
las
constataciones
biológicas.
El
hombre
no
es
un
ser
deficiente.
E.
Balibar:
Si
Bertrand
Ogilvie
estuviese
aquí,
inmediatamente
objetaría,
porque
es
su
punto
de
partida.
Es
la
idea
de
Bolk,
lo
específicamente
prematuro
del
hombre.
2
G.
Gebauer:
Justamente,
lo
considero
falso.
E.
Balibar:
Es
la
idea
de
Lacan
también,
naturalmente.
G.
Gebauer:
Bueno,
en
Lacan
es
más
sofisticado.
E.
Balibar:
Lo
veremos,
lo
veremos…
continúe,
esto
es
muy
interesante.
G.
Gebauer:
Creo
que
se
le
presta
un
pobre
servicio
a
la
filosofía
cuando
se
parte
de
las
investigaciones
biológicas
para,
de
ahí,
determinar
lo
humano,
y
una
de
las
razones
es
que
las
investigaciones
en
biología
están
en
lucha,
en
concurrencia
unas
con
otras.
Bolk,
en
los
años
veinte
y
treinta,
así
como
Gehlen,
pretendían
que
el
ser
humano
es
un
ser
deficiente
porque
no
es
especializado.
La
investigación
biológica
hoy
en
día
ve
esto
de
un
modo
distinto:
ciertamente
el
ser
humano
no
es
especializado,
pero
tiene
la
capacidad
de
aprender
y
de
actuar
socialmente.
Entre
todos
los
seres
biológicos,
es
el
único
que
posee
esta
capacidad.
Hago
referencia
a
los
trabajos
de
Michael
Tomasello
y
vuelvo
al
problema:
tengo
una
representación
del
ser
humano
como
abierto
al
desarrollo,
capaz
de
aprender
–como
ser
social.
Y
constato
que,
de
la
investigación
actual,
principalmente
en
la
comparación
de
los
humanos
con
los
animales,
los
primates,
sobre
todo
los
primates
hominoides
(que
fueron
objeto
de
investigaciones
muy
rigurosas
y
amplias
como
no
se
habían
hecho
nunca),
emerge
la
representación
según
la
cual
los
humanos
tienen
la
capacidad
de
aprender
con
otros
humanos.
En
cierta
medida
los
animales
también
pueden
aprender.
Sin
embargo,
los
humanos
pueden
no
sólo
aprender,
sino
también,
de
modo
con
consecuencias,
cooperar
los
unos
con
los
otros,
ligar
sus
acciones
entre
ellos,
y
aún
interconectarlas
muy
sistemáticamente.
Los
primates
más
evolucionados
y
más
próximos
al
hombre
(no
hago
aquí
una
jerarquía)
no
lo
logran
más
que
de
una
manera
más
débil
que
los
humanos;
tienen
capacidades
de
cooperación
muy
reducidas.
Creo
que
me
puedo
servir
de
esos
resultados
de
la
investigación
empírica
porque
corresponden
por
completo
con
mi
representación
del
ser
humano,
y
puedo
ligar
esto
con
la
idea
de
que
los
seres
humanos
pueden
constituir
comunidades,
pueden
hacerlo
porque
interiorizan
las
reglas
de
la
comunidad,
porque
pueden
captar
las
intenciones
de
otros
seres
humanos
y
aún
ponerse
en
el
lugar
del
prójimo.
A
mi
modo
de
ver
y
en
mis
trabajos
actuales
(he
trabajado
también
sobre
esos
aspectos
en
contacto
con
la
neurobiología),
esto
es
decisivo.
Yo
encuentro
la
atención
a
esta
capacidad
en
la
psicología
del
desarrollo,
naturalmente
también
en
la
sociología
de
la
interacción,
y
después
en
autores
como
Foucault
o
Bourdieu.
Igualmente
en
los
teóricos
del
lenguaje:
Benveniste
es
muy
interesante
en
esta
perspectiva.
Fantástico,
su
trabajo
sobre
los
pronombres
“yo”
y
“tu”.
O
también
en
un
psicólogo
del
desarrollo
de
orientación
marxista,
que
estimo
mucho,
Henry
Wallon
para
quien
se
constituye
muy
pronto
en
el
niño
la
capacidad,
ya
desde
las
primeras
semanas
de
vida,
de
captar
a
quien
se
encuentra
frente
a
él
y
entrar
en
contacto
con
él.
E.
Balibar:
Es
el
autor
del
estadio
del
espejo.
3
G
Gebauer:
Del
estadio
del
espejo,
exactamente…
y
de
captar
las
intenciones
del
otro.
Y
más
aún
–
es
en
lo
que
trabajo
actualmente-‐
de
captar
las
emociones
del
otro.
Es
algo
extraordinario.
Las
bestias
pueden
captar
las
emociones
humanas
y
de
las
otras
bestias,
pero
funcionan
a
un
nivel
en
el
cual
no
son
capaces
de
lenguaje.
Con
los
humanos
los
estados
emocionales
son
“reconfigurados”
–es
el
término
que
he
encontrado
para
describir
el
paso
de
la
emoción
a
la
expresión
de
la
emoción
por
medios
lingüísticos-‐
en
la
lengua.
Las
investigaciones
clásicas
de
comparación
entre
el
humano
y
el
animal
son,
me
parece,
suscitadas
por
la
sorpresa
de
que
los
animales,
sobre
todo
los
primates,
son
capaces
de
pensar
–una
capacidad
de
la
que
siempre
se
les
había
privado.
La
cuestión
se
vuelve
entonces:
¿qué
es
lo
que
el
ser
humano
puede
reclamar
para
sí
ahora
que
los
animales
piensan?
El
primero
en
aportar
una
respuesta
es
Max
Scheler,
quien
dice
que
el
ser
humano
“tiene
el
espíritu”.
Y
creo
que
toda
esta
antropología
filosófica,
y
la
comparación
entre
el
humano
y
el
animal
que
plantea,
tienen
por
meta
mostrar
que
el
ser
humano
está
caracterizado
por
el
espíritu,
y
eso
en
lo
que
consiste.
Para
mí,
la
palabra
“espíritu”
no
me
interesa,
la
noción
de
espíritu
es
un
gran
mito
del
ser
humano.
E.
Balibar:
Pero
usted
puede
remplazar
esta
por
Naturaleza-‐Cultura,
no
es
muy
diferente.
G.
Gebauer:
Pero,
justamente,
los
animales
tienen
cultura
E.
Balibar:
Ah,
¡es
un
punto
interesante!
G.
Gebauer:
Es
porque
se
ha,
por
así
decirlo,
“concedido”
a
los
animales
una
cierta
inteligencia
práctica.
Pero
más
allá
de
eso,
no
se
les
presta
cultura.
E.
Balibar:
En
la
terminología
bergsoniana,
o
que
venía
a
través
de
Bergson,
pero
que
tiene
detrás
de
sí
una
larga
historia,
y
que
Deleuze
ha
retomado
por
su
cuenta
en
un
corto
texto
de
juventud,
de
hecho
extraordinario,
que
sirvió
de
prefacio
a
una
pequeña
antología,
la
oposición,
era
“instinto
e
institución”.
G.
Gebauer:
Eso
está
muy
bien.
E.
Balibar:
Pero
desde
el
punto
de
vista
de
Deleuze
la
institución
no
es
contra-‐natura.
G.
Gebauer:
Si,
yo
retomo
los
términos
de
Wittgenstein:
la
historia
natural
del
ser
humano
y
la
historia
natural
del
lenguaje,
es
lo
que
me
interesa.
Esto
quiere
decir
que
el
lenguaje
nace
de
disposiciones
naturales
se
desarrolla
muy
rápido
por
todo
lo
que
está
en
su
lugar
como
disposición
en
lo
humano:
la
disposición
para
mirar
al
otro,
reaccionar
con
el
otro,
tener
la
posibilidad
de
sentir
con
el
otro.
Esto
se
desarrolla
muy
rápido
y
se
transforma
en
una
sistematización
y
un
comportamiento
regular,
porque
el
pequeño
humano
está
siempre
en
un
contexto
regular,
regulado
por
los
padres.
Entonces
el
mismo
deviene
muy
rápido
reglado,
y
muy
rápido
un
ser
social,
y
el
paso
de
la
naturaleza
a
la
cultura
se
hace
de
manera
fluida.
No
hay
ruptura.
Todo
lo
que
está
ahí
como
disposición
natural
en
el
hombre
es
retomado
por
las
4
interacciones
culturales
y
se
transforma
en
reglas
sociales,
instituciones
sociales,
lenguaje,
expresiones,
sentimientos.
Podemos
estudiar
esto
en
los
detalles,
y
lo
que
me
interesa
justamente
no
es
delimitar
al
animal
contra
el
hombre,
sino
la
historia
natural
de
las
emociones.
Es
más
bien
el
alcance
de
la
naturaleza
de
los
seres
humanos,
principalmente
su
capacidad
de
experimentar
emociones
y
asimilarlas
naturalmente
(esto
es
bien
conocido
hoy
en
día),
de
ligarlas,
después
marcarlas
y
sistematizarlas
por
el
lenguaje.
Lo
importante
es
esta
imbricación
de
disposiciones
naturales
y
capacidades
lingüísticas,
culturales,
sociales.
Para
volver
a
la
idea
del
ser
deficiente,
me
interesa
mostrar
que
no
existe
aquí
ningún
defecto,
sino
una
apertura
al
desarrollo,
que
puede
ser
utilizada
puesto
que
el
hombre
(un
punto
que
la
antropología
filosófica
nunca
ha
tomado
en
cuenta)
vive
siempre
en
un
contexto
humano.
No
puede
haber
un
niño
que
crezca
solo.
Los
humanos
crecen
siempre
en
un
contexto
social,
histórico,
con
ciertas
organizaciones,
ciertos
otros
seres
humanos,
que
tienen
un
lenguaje
y
una
cultura.
En
esta
medida,
no
se
trata
solamente
de
decir
que
lo
humano
entra
en
un
medio
ambiente
cultural,
sino
de
comprender
que
no
puede
hacer
nada
distinto
a
transformarse
en
cultura
y
sociedad.
A
esto
lo
podemos
llamar
una
apertura,
no
un
defecto,
puesto
que
se
trata
de
una
posibilidad,
como
la
de
una
molécula
que
conoce
múltiples
posibilidades
de
empalme,
a
las
cuales
otras
moléculas
pueden
ligarse.
Es
así
como
comprendo
la
cosa.
E.
Balibar:
Para
mi
recurrir
a
las
ciencias
humanas
me
lleva
por
vías
muy
diferentes,
pero
justamente
eso
es
lo
que
encuentro
interesante.
También
es
quizá
significativo
de
una
coyuntura
teórica
en
la
cual
a
la
vez
la
cuestión
antropológica
y
la
cuestión
del
derecho
(o
la
cuestión
epistemológica
sobre
la
posibilidad,
los
objetivos,
el
contenido
de
un
discurso
antropológico)
se
convierten
–o
vuelven
a
convertirse-‐
en
las
preguntas
de
una
actualidad
candente.
Pienso
que
una
confrontación
un
poco
sistemática
de
la
manera
como
se
trata
hoy
en
día
el
objeto
antropológico
es
muy
importante,
y
va
a
adquirir
cada
vez
más
importancia.
A
priori,
no
excluyo
ninguno
de
los
usos
del
termino
antropológico,
que
evidentemente
se
específica
cada
vez
por
un
adjetivo
que
designa,
sea
una
orientación
de
método,
sea
una
frontera
disciplinaria.
Aún
si
la
genealogía
del
uso
(o
del
no-‐uso),
a
la
vez
de
la
aceptación
y
del
rechazo
(muy
vivo
en
algunos),
o
de
la
transformación,
del
retomarlo
críticamente,
del
termino
antropología,
con
los
adjetivos
calificativos
cada
vez
muy
importantes,
no
es
el
centro
de
nuestra
discusión,
es
al
menos
algo
importante
para
poner
en
su
lugar.
En
el
contexto
francés
actual,
si
hablamos
de
antropólogos,
evidentemente
no
pensamos
de
entrada
en
filósofos.
Es
interesante
que,
en
la
época
en
que
Lévi-‐Strauss
entra
al
Collège
de
France,
le
fue
necesario
precisar
la
naturaleza
de
la
antropología
que
pensaba
enseñar.
Él
ha
llamado
a
su
catedra
“Catedra
de
antropología
social”.
Antropología,
quiere
decir:
no
hago
simplemente
etnología.
Esto
dibuja
la
ambición
de
una
disciplina
sintética,
en
el
límite
totalizante,
a
la
cual
ninguna
de
las
preguntas
elaboradas
por
las
ciencias
del
hombre
(entonces
también
por
esas
ciencias
en
sus
relaciones
con
las
disciplinas
vecinas,
la
biología
en
particular)
le
eran
en
principio
extrañas.
Pero,
teniendo
en
cuenta
la
particular
insistencia
de
Lévi-‐Strauss
en
esa
época
(desde
entonces
la
situación
ha
evolucionado
constantemente)
sobre
el
corte
naturaleza-‐cultura,
y
los
debates
a
los
cuales
dio
lugar
esta
idea
o
su
interpretación
(puesto
que
en
el
fondo
podía
aparecer
sea
como
la
condición
de
posibilidad
mínima
de
una
cientificidad,
sea
al
contrario
como
la
prueba
flagrante
del
hecho
de
5
que
una
tal
disciplina
reposaba
sobre
presupuestos
metafísicos,
que
es
lo
que
Derrida
fundamentalmente,
en
particular,
le
ha
reprochado
en
una
célebre
polémica),
y
teniendo
en
cuenta
la
importancia
de
esta
idea
del
corte
naturaleza-‐cultura
en
el
planteamiento
del
programa
lévi-‐straussiano,
habríamos
podido
esperar
que
su
catedra
se
llamara
“Antropología
cultural”.
Si
no
se
llamaba
así,
es
porque
el
quería
diferenciarse,
a
pesar
de
la
deuda
que
tenía
al
respecto,
de
la
antropología
americana
(por
otra
parte
de
todas
maneras
de
origen
alemán,
humboldtiana,
a
través
de
Boas
y
otros),
que
había
instituido
la
cultura
y
la
diferencia
cultural
(en
su
diferencia
con
los
condicionamientos
biológicos,
la
cultura
y
la
diferencia
cultural,
las
estructuras
de
la
cultura)
en
objeto
privilegiado
de
esta
disciplina.
Era
una
manera
de
reclamar
también
de
la
tradición
sociológica
francesa,
durkheimniana,
contra
la
antropología
cultural,
y
de
incluir
en
su
programa,
al
menos
en
principio,
una
dimensión
más
compleja
de
investigación
de
las
estructuras
y
de
la
historicidad
de
lo
social.
Pero
era
también
una
manera
de
decir:
yo
no
hago
antropología
filosófica.
Tomo
a
Lévi-‐Strauss
como
ejemplo
porque
es
uno
de
los
más
sorprendentes,
también
más
prestigioso,
y
ciertamente
uno
de
los
que,
en
el
debate
francés,
ha
tenido
la
influencia
más
profunda.
Mi
punto
de
vista
no
es
que
las
pretensiones
de
cientificidad
de
Lévi-‐Strauss
sean
absurdas.
El
debate
epistemológico
existe;
y
continúa,
sobre
los
modelos
de
cientificidad
en
los
que
se
han
inspirado
Lévi-‐Strauss
y
sus
sucesores,
sobre
las
relaciones
que
su
programa
de
investigación
mantiene
con
los
de
otras
disciplinas.
Todo
esto
hace
de
la
antropología
social,
o
de
la
antropología
estructural
a
lo
Lévi-‐Strauss,
una
disciplina
en
la
que
su
pretensión
de
cientificidad
no
puede
excluirse,
y
mucho
menos
considerarse
como
absurda,
arbitraria
o
sin
fundamento.
Dicho
esto,
para
mí
la
idea
de
que
Lévi-‐Strauss
no
hace
filosofía
es
un
no-‐sentido
perfecto:
Lévi-‐
Strauss
hace
filosofía
de
cabo
a
rabo.
Hace
filosofía
en
sus
presupuestos,
en
la
manera
como
pone
en
su
lugar
las
categorías
fundadoras
de
su
programa
de
investigación,
y
hace
filosofía
constantemente
en
sus
resultados
y
en
las
aplicaciones
que
propone
a
las
cuestiones
de
la
civilización,
que
son
también,
en
su
parte
esencial,
cuestiones
éticas.
De
la
misma
manera
(usted
ha
citado
su
nombre
hace
un
momento)
que
Benveniste
hace
filosofía.
G
Gebauer:
Si,
así
es.
É.
Balibar:
Entonces,
comienzo
por
recusar,
si
se
quiere,
la
idea
de
que
haya
de
un
lado
una
antropología
filosófica,
en
un
sentido
que
sería
puro
si
se
puede
decir,
y
que
se
distinguiría
esencialmente
de
eso
de
lo
que
se
ocupan
las
ciencias
humanas
(pero
no
hay
más
que
ciencias
humanas:
la
historia,
la
teoría
política,
etc.).
E
inversamente,
recuso
completamente
la
idea
de
que
los
programas
de
investigación
científica
que
podemos
asociar
con
la
palabra
“antropología”
serían
no-‐filosóficos.
Su
orientación
filosófica
no
es
necesariamente
del
tipo
fenomenológico
o
de
tipo
esencialista,
pero
por
eso
no
es
menos
filosófico.
Basta
observar,
por
todas
partes,
la
manera
como
ciertas
referencias
fundamentales
–usted
evoca
a
Wittgenstein,
podríamos
proponer
otros-‐
circulan
de
cabo
a
rabo
de
esta
frontera,
como
para
concebir
que
ella
sea
de
hecho
inexistente.
Entonces,
se
toma
partido
por
tesis
filosóficas,
inscribiéndose
en
una
proximidad
más
o
menos
grande
respecto
de
los
programas
de
investigación
empírica,
pero
de
todas
maneras
los
dos
siguen
siendo
interdependientes.
6
Entonces,
puesto
que
el
nombre
de
Foucault
ha
aparecido
muchas
veces
en
la
discusión,
es
importante
también
referirse
a
él.
Foucault,
a
causa
de
ese
tan
grande
libro
Las
palabras
y
las
cosas,
es
a
la
vez
aquel
que,
para
cierta
época,
ha
instalado
la
antropología
(en
un
sentido
próximo
a
Levi-‐Strauss)
al
mismo
tiempo
que
al
psicoanálisis
(punto
muy
importante)
en
una
posición
excepcional
en
el
interior
del
campo
de
las
ciencias
humanas.
Era
una
especie
de
posición
de
interioridad-‐exterioridad:
eran
las
disciplinas
que,
haciendo
parte
de
las
ciencias
humanas,
autorizaban
un
punto
de
vista
crítico
sobre
la
constitución
y
los
objetivos
de
esas
disciplinas.
Yo
considero
este
aspecto
como
muy
importante,
porque
es
necesario
tener
un
punto
de
vista
crítico,
esta
vez
sobre
los
usos
del
termino
antropología.
Y
en
fin,
naturalmente,
podríamos
también
plantearnos
la
cuestión
de
saber
lo
que
Foucault
podría
pensar
acerca
de
que
el
aporte
de
sus
contribuciones
a
la
antropología
fuesen,
sea
antropología
filosófica
o
política.
Pienso
que
eso
lo
habría
hecho
reír.
Habría
rechazado
tan
formulación,
pero
pienso
que
todo
esto
debe
ser
relativizado.
Al
igual
que
no
creo
nunca
en
los
filósofos
que
te
dicen:
“Yo,
yo
no
hago
filosofía,
estoy
más
allá
del
fin
de
la
filosofía,
yo
hago
no-‐filosofía
o
anti-‐filosofía”…
G.
Gebauer:
ellos
también
hacen
filosofía.
É
Balibar:
…
siempre
es
de
la
filosofía;
igual
podríamos
de
entrada
plantear
la
cuestión
de
saber
si
no
es
la
misma
cosa,
si
no
es
el
mismo
problema,
y
de
otra
parte,
todo
lleva
al
estatuto
que
se
acuerde
no
sólo
a
la
pregunta
“¿qué
es
el
hombre?”,
sino
a
las
cuestiones
teóricas
sobre
la
condición
humana.
En
filosofía,
se
puede
estar
tentado
a
pensar
que
una
buena
parte
o
al
menos
la
gente
que
no
se
reconoce
bajo
el
vocablo
de
antropología
en
realidad
aportan
contribuciones
fundamentales
a
un
programa
de
investigaciones
de
tipo
antropológico.
Personalmente,
yo
no
intento
hacer
una
antropología
y
me
cuido
de
proponer
algo
así
como
un
programa
de
investigación
en
el
campo
de
la
antropología.
Me
interesa
secundariamente,
más
próximo,
desde
ese
punto
de
vista,
a
la
inspiración
de
Foucault,
el
estatuto
de
la
cuestión
antropológica
en
la
tradición
de
la
filosofía
y
de
las
ciencias
humanas
para
la
modernidad.
Naturalmente,
cuando
nos
remontamos,
cuando
planteamos
la
cuestión
de
saber
de
dónde
viene
la
pregunta
antropológica
y
cómo
ha
cambiado
de
estatuto
o
de
lugar,
nos
vemos
llevados
cada
vez
más
a
incluir
también
otros
discursos,
que
no
son
solamente
los
de
la
filosofía
y
las
ciencias
humanas,
de
invención
reciente,
burguesa
para
ir
rápido,
pero
también
el
discurso
de
la
teología
y
el
discurso
de
la
cosmología…
G.
Gebauer:
De
la
mitología.
É
Balibar:
…
de
la
mitología
y
de
la
cosmología.
Entonces,
como
es
necesario
un
hilo
conductor
para
discutir
estas
cuestiones
críticas,
yo
diría
dos
cosas.
De
entrada,
una
de
las
referencias
que
me
ha
sido
muy
útil
es
el
libro
de
Bernard
Groethuysen,
Antropologie
philosophique.
Groethuysen
es
uno
de
los
mediadores
entre
la
gran
discusión
filosófica
alemana
de
los
años
veinte
y
treinta
y
la
discusión
filosófica
francesa
del
periodo
de
la
post-‐guerra.
Era
un
alumno
de
Dilthey
y
al
mismo
tiempo
un
marxista
heterodoxo,
que
ha
sido
uno
de
los
testigos
y
un
participante
de
esa
gran
discusión,
de
la
que
el
punto
de
partida
ha
sido
la
divergencia
o
las
diferentes
interpretaciones
de
7
la
famosa
cuestión
kantiana,
la
cuarta
pregunta
crítica,
“was
ist
der
Mensch?”,
pregunta
de
la
que
nadie
se
acordaba,
puesto
que
no
figura
en
las
principales
obras
de
Kant,
pero
que
precisamente
Scheler,
Heidegger
y
algunos
otros
han
ido
a
buscar
en
un
pequeño
reducto
de
la
obra
de
Kant,
el
Curso
de
lógica
(que
no
es
un
texto
escrito
por
Kant,
cómo
lo
repetirá
más
tarde
Foucault),
para
volverlo
la
apuesta
central
de
la
discusión.
La
discusión
en
los
años
veinte
y
treinta
se
organiza
alrededor
de
eso,
y
pienso
que
Gehlen,
Plessner
y
otros
asumen
la
consecuencia
de
esta
discusión.
En
Francia,
la
discusión
recomienza
en
los
años
sesenta
sobre
bases
profundamente
diferentes,
pero
con
una
especie
de
transmisión
de
testigo
que
ha
sido
operado
a
la
vez
por
la
lectura
directa
de
Heidegger
(muy
poco
Scheler,
que
no
era,
para
nada,
conocido
en
Francia
en
esa
época)
y
por
intermedio
de
gente
como
Groethuysen.
Lo
interesante
en
Groethuysen,
y
voy
a
volver
a
mi
proposición,
es
que
él
ha
intentado
diferenciar,
en
su
libro,
las
tradiciones
o
las
problemáticas
en
el
interior
de
la
noción
general
de
antropología
filosófica.
Pero
él
trabaja
sobre
la
base
de
la
idea
de
que
ha
habido
siempre
una
especie
de
gran
elección,
o
de
gran
bifurcación,
entre
una
tradición
naturalista,
de
un
lado,
que
necesita
remontar
hasta
Aristóteles,
donde
la
cuestión
es
la
del
lugar
del
hombre
como
ser
natural
en
la
naturaleza
o
en
el
mundo
considerado
como
totalidad
objetiva,
y
de
otra
parte
una
tradición
subjetivista,
para
quien
la
cuestión
es
esencialmente
la
de
la
consciencia
que
el
hombre
tiene
de
su
propia
singularidad
e
interioridad,
que
hace
remontar
a
la
pregunta
de
Sócrates,
pero
que
fundamentalmente
es
planteada
por
San
Agustín
y
la
tradición
agustiniana.
De
esta
idea,
he
retenido
sobre
todo
que
cada
una
de
esas
dos
tradiciones,
en
el
fondo,
se
inscriben
en
el
marco
de
una
cierta
manera
de
pensar
el
universalismo
y
la
universalidad.
Y
si
proponemos
una
periodización
filosófica
(pero
también
necesariamente
epistemológica
y
política)
de
los
conceptos
de
lo
universal,
lo
universal
cosmológico
es
una
cosa
(y
la
tradición
aristotélica
se
inscribe
evidentemente
en
ese
marco)
y
el
universal
teológico
(y
en
particular
teológico
monoteísta)
es
otra
cosa,
cuyos
requisitos
no
son
los
mismos.
Evidentemente,
la
cuestión
que
se
plantea
a
partir
de
ahí
es
doble:
de
un
lado,
cómo
la
tradición
filosófica
continúa
intentando
situarse
respecto
de
esas
dos
grandes
maneras
de
pensar
lo
universal
(y
me
parece
que
toda
la
problemática
de
In-‐der-‐
Welt-‐sein
en
la
tradición
fenomenológica
es
una
especie
de
extraordinaria
tentativa
no
tanto
de
conciliación
sino,
más
bien,
de
depasamiento
de
la
oposición
entre
esos
dos
puntos
de
vista,
es
por
lo
que
Heidegger
hace
uso,
de
manera
tan
fundamental,
de
una
noción
como
la
de
intencionalidad,
o
de
finitud
o
de
manifestación).
Pero
de
otro
lado,
la
modernidad
ha,
progresivamente,
antes,
durante
y
después
de
las
revoluciones
burguesas
(que
comienzan
antes
de
la
revolución
francesa),
intentado
poner
en
su
lugar
un
tercer
tipo
de
conceptualización
de
lo
universal,
que
no
es
ni
cosmológico,
ni
teológico
(aún
si
está
profundamente
impregnada
de
teologemas),
sino
político.
Entonces,
intento
pensar
la
transformación
de
estatuto
de
la
pregunta
antropológica
en
el
marco
de
la
nueva
universalidad
que
caracteriza
a
la
modernidad
–la
universalidad
burguesa-‐,
que
concibo
como
esencialmente
política,
por
oposición
con
las
dos
precedentes.
Ninguna
de
las
dos
precedentes
ha
ignorado
lo
político,
evidentemente
no…
G.
Gebauer:
¿Pero,
a
qué
ustedes
llaman
universalidad?
Porque
la
universalidad
política
es,
para
mí,
un
concepto
muy
complicado.
8
É
Balibar
:
Estoy
de
acuerdo,
es
un
concepto
muy
complicado.
Naturalmente,
todo
esto
es
circular,
porque
trabajar
en
la
definición
de
lo
universal
o
la
universalidad
constituye
a
la
vez
un
presupuesto
o
un
punto
de
partida,
y
una
especie
de
consecuencia
infinita
de
la
descripción
histórica
que
se
propone.
Después
volveré
a
un
último
punto,
pero
intento
responderle.
Tomo
como
punto
de
referencia
los
textos
fundadores
de
la
política
burguesa
de
entre
el
siglo
XVIII
y
el
siglo
XIX,
entonces
son
los
de
las
grandes
declaraciones
de
los
derechos
del
hombre
y
del
ciudadano,
o
los
que
le
preceden
en
la
revolución
americana,
o
que
les
siguen.
Y
pienso
que
es
posible
ahí
leer
el
mismo
texto,
de
una
parte
una
tentativa
para
volver
lo
humano
y
lo
político
(o
lo
cívico)
co-‐extensivo,
es
decir
para
fundar,
sobre
una
cierta
descripción
de
la
condición
humana
o
de
la
naturaleza
humana,
un
derecho
universal
de
acceso
a
la
ciudadanía
(“the
right
to
have
rights”,
en
la
terminología
de
Hannah
Arendt),
donde
nadie,
a
priori,
podría
ser
excluido.
Y
de
otra
parte,
por
vía
de
consecuencia,
una
tensión
muy
fuerte
entre
las
dimensiones
que
yo
llamo
intensiva
y
extensiva
de
la
universalidad.
La
primera
es
simplemente
el
hecho
de
que,
en
los
límites
de
un
cuerpo
político,
de
una
constituency
(que
históricamente
encontramos
que
es
la
nación,
pero
que
podría
ser
de
naturaleza
muy
diversa),
las
discriminaciones
como
tales,
las
discriminaciones
entre
diferentes
tipos
de
humanidad,
entre
diferentes
estatus
(no
sólo
en
el
sentido
social,
sino
en
el
sentido
de
la
dignidad
humana),
son
descalificados
en
principio:
no
hay
hombres
que
sean
esclavos
por
naturaleza,
de
otros;
no
hay
superioridad
a
priori
de
los
hombres
sobre
las
mujeres,
o
de
las
mujeres
sobre
los
hombres.
Nos
vemos
abocados
muy
rápidamente
a
dificultades
considerables,
en
particular
a
propósito
de
los
niños.
Bentham
lo
había
señalado
inmediatamente
en
su
crítica
a
la
Declaración
de
los
derechos
del
hombre
y
eso
suena
muy
actual.
Pero,
en
fin,
hay
una
especie
de
ideal
regulador
que
es
el
de
la
no-‐discriminación.
Es
lo
que
yo
llamo
la
universalidad
intensiva.
Por
otra
parte
se
plantea
la
cuestión
de
la
universalidad
extensiva
(cuestión
que
viene
desde
tan
lejos
como
los
imperios,
los
proselitismos
religiosos,
etc.),
de
saber
si
la
humanidad
como
tal,
en
tanto
que
habita
el
planeta
tierra,
pertenece
a
un
solo
y
mismo
espacio
político
(o
cosmopolítico,
como
se
acostumbró
a
decir
en
el
siglo
XVIII).
Entre
el
ideal
de
la
no-‐discriminación
y
el
ideal
del
cosmopolitismo
hay
una
interrelación
directa.
Pero
no
hay
ni
identidad
absoluta
desde
el
punto
de
vista
conceptual,
ni
encadenamiento
automático
desde
el
punto
de
vista
histórico
y
político.
Pero
quisiera
volver
a
la
cuestión,
que
evocaba
hace
un
momento,
del
nuevo
tipo
de
universalidad.
El
interés
de
las
discusiones
sobre
la
formulación
Kantiana
“was
ist
der
Mensch?”
es
la
de
haber
conducido
(y
aquí
Foucault,
entre
otros,
pero
quizá
más
que
otros,
ha
jugado
un
papel
crucial)
a
tomar
en
consideración
no
sólo
una
de
las
fases
del
doblete
empírico-‐trascendental,
sino
siempre
las
dos.
Es
decir
tomar
consciencia
del
hecho
de
que
el
Kant
de
la
antropología
pragmática,
o
el
Kant
de
la
geografía
(que
ha
sido
editado
recientemente
en
Francia
por
Michèle
Cohen
Halimi
y
Max
Marcuzzi
de
manera
muy
interesante),
o
el
Kant
de
la
pedagogía
no
son
disociables
del
Kant
de
la
filosofía
crítica.
De
tal
suerte
que
la
significación
de
las
cuestiones
que
plantea
Kant
a
propósito
del
sujeto
trascendental
dependen
enteramente
de
la
manera
como
trata
los
carácteres
que
diferencian
a
los
seres
humanos
unos
de
otros.
E,
inversamente,
el
estudio
de
las
diferencias
antropológicas
que
se
llaman
en
Kant
diferencias
en
el
carácter
de
los
seres
humanos,
plantea
en
realidad
las
cuestiones
trascendentales
más
difíciles,
las
más
importantes,
justamente
la
de
saber
en
que
condiciones
podemos
formarnos
una
idea
del
hombre.
Entonces,
9
en
un
primer
tiempo,
la
cuestión
kantiana
retomada
por
Foucault
como
siendo
una
especie
de
motor
implicito
o
de
causa
ausente
de
lo
que
yo
hacía.
Mi
objeto
no
ha
sido
otra
cosa
que
estudiar,
a
partir
de
ahí,
las
modalidades
múltiples
e
infinitas
en
las
que
el
doblete
empírico-‐
trascendental
(que
considero
como
típico
de
la
universalidad
moderna
o
de
la
universalidad
burguesa)
trabajo,
sea
en
los
textos
filosóficos,
sea
en
los
discursos
institucionales
(y
en
general,
en
realidad,
en
los
dos
a
la
vez,
en
una
interacción
directa).
Lo
cual,
lo
repito,
no
es
más
que
una
manera
de
yo
hacer
antropología.
Pero
es
más
bien
una
manera
de
intentar
mantener
un
discurso
crítico
adjunto,
un
discurso
genealógico
sobre
el
discurso
antropológico
que,
me
parece,
está
en
construcción
por
todas
partes
en
la
filosofía
moderna,
tanto
como
en
las
disciplinas,
en
el
sentido
de
Foucault.
Pero,
en
un
segundo
tiempo,
me
he
visto
obligado
a
proponer
algo
como
una
codificación,
o
una
problematización
de
la
cuestión
de
la
diferencia
antropológica
considerada
por
sí
misma
como
estructura
característica
de
la
universalidad
moderna
o
de
la
universalidad
burguesa.
Y
como,
naturalmente,
la
cuestión
que
me
planteo
,
como
Foucault
también
se
la
planteaba
cuando
hablaba
de
la
ontología
del
presente,
es
la
de
saber
en
qué
medida
nosotros
todavía
estamos
en
el
interior
de
ese
paradigma
o
bien
al
contrario
ya
por
todas
partes,
quiza
en
otro
tipo
de
universalidad
que
es
post-‐moderna,
o
cognitiva,
o
biotecnológica,
etc.,
evidentemente
no
puedo
hacerlo
conservando
indefinidamente
una
mirada
alejada
y
una
distancia
crítica
respecto
del
paradigma
antropológico
que
describo.
Estoy
obligado
a
situarme
en
el
interior,o
de
intentar
elaborarlo
por
mi
propia
cuenta,
en
esta
relación
extremadamente
ambigua
que
consiste
a
la
vez
en
describirla
para
tomar
sus
distancias
e
introducirse
para
intentar
desarrollarla,
orientarla,
eventualmente
utilizarla.
De
ahí
esta
tentativa
que
he
hecho
para
sugerir
que
la
cuestión
antropológica
tipicamente
moderna
no
es
la
de
la
esencia
del
hombre,
sino
la
de
la
función
política
de
las
diferencias
entre
individuos,
y
sobre
todo
entre
categorías
de
seres
humanos,
en
el
momento
mismo
en
que
la
idea
reguladora
de
la
política
moderna
es
que
no
haya
diferencia.
G.
Gebauer:
Quiero
hacer
una
precisión
sobre
mi
asunto
comparado
con
el
suyo.
Para
mí
la
pregunta
del
pensamiento
antropológico
moderno
es:
“¿cómo
el
hombre
deviene
hombre?”.
Entonces
ya
no
“¿qué
es
el
hombre?”,
sino
“¿cómo
deviene?”.
Y,
“¿Quién,
en
el
mundo,
constituye
lo
humano?”
una
respuesta,
la
primera,
sería
naturalmente:
el
político.
Después,
algo
más
fundamental,
el
hecho
de
que
los
hombres
son
capaces
de
superar
su
posición
subjetiva.
Permítame
que
aclare
esta
idea
por
el
ejemplo
del
dialogo.
Con
sus
pensamientos
y
sus
emociones,
los
seres
humanos
pueden
salir
de
sí
mismos.
Pueden
abandonar,
por
el
pensamiento,
el
lugar
en
el
que
se
encuentran
y
tomar
la
perspectiva
de
otro
que
se
encuentra
frente
a
ellos.
En
un
dialogo,
un
ser
humano
puede
pasar
del
yo
al
tú.
En
la
perspectiva
de
la
segunda
persona,
el
yo
puede
justamente
tomar
parte
en
la
situación
emocional
del
prójimo.
Y,
en
fin,
puede
captar
las
intenciones
del
tú.
El
yo
se
encuentra,
para
decirlo
como
Tomasello,
en
una
situación
de
atención
compartida
con
el
tú.
El
paso
del
yo
al
tú
vuelve
posible
al
sujeto
de
percibirse
a
partir
del
afuera:
puede
conocerse
en
una
visión
objetivante.
La
capacidad
de
adoptar
un
punto
de
vista
en
el
exterior
de
sí
mismo
deviene
el
punto
de
partida
para
una
formación
de
relaciones
y
subjetividades
e
intersubjetividades
entre
el
yo
y
el
prójimo
tanto
como
la
relación
del
yo
consigo
mismo.
10
De
ahí
emerge
una
dualidad,
por
la
cual
justamente
tenemos
la
posibilidad
de
tener
opiniones
sobre
los
otros
y
sobre
sí
mismo,
entonces
también
la
posibilidad
de
la
política
en
sentido
amplio.
Todo
eso
por
lo
que
usted
se
interesa
es,
para
mí,
algo
que
emerge
de
eso
en
lo
que
me
intereso.
Es
así
como
yo
intentaría
relacionar
nuestras
preocupaciones.
E.
Balibar:
Si,
comprendo
bien.
G.
Gebauer:
Porque,
evidentemente,
es
su
representación
de
eso
que
un
jugador,
como
participante
en
el
juego
del
lenguaje,
hará,
y
de
lo
que
puede
esperar
de
los
otros.
Esto
es
muy
próximo
de
la
concepción
que
tiene
George
Herbert
Mead
de
la
interacción.
Al
mismo
tiempo,
y
eso
es
lo
que
tiene
de
wittgensteiniano
esto,
el
conjunto
funciona
por
el
hecho
de
que
los
humanos
han
entrado
en
el
juego.
Han
entrado
de
manera
mimética,
por
learning
by
doing,
etc.,
y
devienen
jugadores,
que
han
aprendido,
en
el
curso
de
su
vida,
a
jugar
relacionándose
con
otros
jugadores.
Y
cada
una
de
sus
historias
de
vida
nunca
es
una
historia
de
vida
individual:
siempre
es
una
historia
de
vida
típica
para
quienes
pertenecen
a
un
juego
de
lenguaje
determinado.
El
conjunto
de
los
juegos
de
lenguaje
que
juega
un
jugador
hace
parte
del
conjunto
de
los
juegos
de
lenguaje
de
una
sociedad,
de
una
comunidad.
Emerge
entonces,
en
esa
comunidad,
algo
universal.
Quizá
podamos
decir:
también
hay
ciertos
juegos
de
lenguaje
que,
en
el
conjunto,
son
jugados
(o
deberían
serlo)
en
el
mundo
entero,
los
juegos
del
lenguaje
de
la
comprensión,
de
la
captación
de
intenciones,
de
emociones,
de
la
persona,
etc.
Y
la
diferenciación
fundamental
que
tenemos
en
todos
los
juegos
de
lenguaje,
que
podemos
encontrar
por
todas
partes,
es,
me
parece,
la
que
separa
la
perspectiva
objetiva
sobre
lo
que
está
en
juego,
de
la
perspectiva
subjetiva
sobre
lo
que
cada
uno
tiene
por
hacer
en
el
juego.
Por
eso
el
Kant
de
la
antropología
es
muy
interesante
para
nosotros,
porque
él
habla
del
uso
de
la
razón.
Esto
me
ha
sorprendido
mucho,
y
es
también
eso
sobre
lo
que
Foucault
ha
llamado
la
atención.
Tenemos
tendencia
a
no
señalar
este
aspecto.
Para
un
wittgensteiniano
como
yo,
el
uso
es
una
categoría
extremadamente
importante
y
central.
Es
el
asunto
del
uso
de
las
facultades
de
las
que
se
dispone.
De
esta
manera
emerge
inmediatamente
una
dimensión
de
lo
social
y
también
de
lo
político,
cuando
nosotros
utilizamos
nuestra
razón,
o
bien
cuando
no
la
utilizamos,
o
aún
cuando
la
utilizamos
bien,
o
mal.
Aparece
entonces
un
margen
de
juego
o
de
acción
que
no
encontramos
en
el
Kant
de
las
tres
Críticas.
E.
Balibar:
Tengo
evidentemente
muchas
cosas
por
decir
acerca
de
eso,
pero
estoy
convencido
de
que
hay
un
objeto
de
encuentro
y
de
discusión
muy
interesante,
que
podría
también
implicar
a
otros
colegas,
tanto
del
lado
francés
que
pertenezcan
a
una
tradición
de
filosofía
trascendental
mucho
más
fuerte
que
la
mia.
Y
en
consecuencia
usted
desearía
remontarse
a
la
pregunta
que,
desde
un
punto
de
vista
de
las
condiciones
de
posibilidad,
precede
a
aquella
que
me
interesa
indirectamente
comentando
el
discurso
de
los
otros.
Yo
respondería,
no
e
el
sentido
de
recusar
su
punto
de
vista,
sobre
una
base
marxista-‐derrido-‐foucaultiana,
es
decir
que
le
debo
algo
a
la
inversión
marxista
del
idealismo
en
materialismo,
algo
a
Foucault
y
algo
a
Derrida:
para
mí,
las
cuestiones
trascendentales
son
ya
dependientes
de
su
propio
uso,
no
sólo
de
su
uso
empírico,
sino
de
su
propio
uso
político.
Mi
cuestión
no
es
la
de
lo
trascendental,
sino
es
la
de
lo
cuasi-‐
11
trascendental.
Y
yo
intento
emplear
la
expresión
“cuasi-‐trascendental”
combinando
las
diferentes
lecciones
que
acabo
de
indicar,
en
particular
la
idea
de
Foucault
según
la
cual
lo
trascendental
está
siempre
ya
afectado
de
empiricidad
o
de
impureza;
y
de
otra
parte,
la
idea
de
Derrida
según
la
cual
las
condiciones
de
posibilidad
de
una
cierta
experiencia
son
siempre,
al
mismo
tiempo,
las
condiciones
de
imposibilidad.
Es
decir
que
finalmente
son
indisociables
del
conflicto
(y
eventualmente
del
movimiento
de
auto-‐destrucción)
que
se
alberga
en
el
corazón
de
cualquier
realización
de
un
principio
sea
el
de
la
igualdad,
la
dignidad,
etc.,
en
la
historia
real.
Razón
por
la
cual
no
puedo
plantearme
la
pregunta
de
saber
lo
que
es
la
subjetividad
humana,
o
que
relación
mantiene
con
el
mundo,
o
con
la
sociedad
(aún
si
tomo
muy
en
serio
todo
lo
que
usted
dice
de
la
historicidad
y
del
carácter
social
de
las
inter-‐relaciones
que
forman
los
individuos)
sin
plantearme
de
entrada
la
pregunta
de
saber
por
qué
y
cómo
diferentes
humanos
son
desiguales,
y
separados,
desde
ese
punto
de
vista,
por
líneas
de
jerarquización
que
son
dudosas,
móviles,
pero
de
cierta
manera
radicales.
En
el
fondo,
yo
rechazo
absolutamente
hablar
del
hombre
en
general
porque
la
cuestión
que
me
parece
políticamente
primera
es
la
de
saber
por
qué,
contradictoriamente
en
una
sociedad,
la
nuestra,
cuyo
principio
es
la
igualdad,
o
la
igual-‐dignidad,
hay
siempre
aún
–y
màs
que
nunca-‐
diferencias
antropológicas
radicales:
hay
gente
normal
y
anormales,
hay
adultos
y
niños,
hay
hombres
y
mujeres.
Ninguna
de
esas
fronteras,
es
lo
que
encuentro
fascinante,
puede
fijarse
de
una
manera
neta,
todas
son
dudosas
y
todas
cada
vez
más
puestas
en
duda
en
nuestra
experiencia
de
hoy
en
día,
pero
ninguna
de
ellas
es
eliminable.
Y
en
consecuencia,
para
mi,
la
pregunta
trascendeltal
y
la
cuestión
política
se
encuentran
exactamente
en
ese
punto
y
son
absolutamente
indisociables
una
del
la
otra.
G.
Gebauer:
Estoy
de
hecho
de
acuerdo
y
creo
que
sería
importante
lanzar
un
puente
de
Wittgenstein
a
Marx;
esta
empresa
podría
ser
muy
interesante.
Wittgenstein
se
ha
inspirado
mucho
en
ciertos
pensamientos
marxistas,
y
pienso
que
tiene
conceptos
de
esta
vena.
Para
él,
hay
que
presentar
lo
social
como
primero
y
lo
social
siempre
es
lo
social-‐que-‐juega-‐en-‐conjunto.
Los
agentes
juegan
los
unos
con
los
otros
en
un
contexto
social.
La
subjetividad
es
algo
que
viene
del
ser
social
de
lo
humano,
y
no
(tomo
por
esto
todas
las
distancias
respecto
de
Heidegger)
de
su
Dasein.Por
esto
el
nivel
de
análisis
más
elevado,
más
importante
que
un
nivel
antropológico
fundamental,
es
el
del
juego
del
lenguaje.
Aquí
estamos
muy
próximos
de
vuestra
representación
de
lo
político.
El
juego
del
lenguaje,
que
es
un
concepto
wittgesteiniano,
implica
un
contexto
social
reglado,
en
el
cual
los
personajes
juegan
papeles
determinados,
frecuentemente
idealmente
de
manera
igualitaria
(sobre
este
punto,
estamos
muy
próximos),
con
los
mismos
derechos,
pero
con
funciones,
intenciones,
modos
de
ver
y
representaciones
que
son
diferentes
y
que
todas
están
activas
en
este
juego.
Alguien
puede
jugar
con
otros
en
el
interior
de
un
juego
de
lenguaje
simplemente
si
es
capaz
de
concebir
el
conjunto
de
ese
juego.
Aún
el
más
simple
juego
de
lenguaje
sólo
funciona
si
se
sabe
de
que
juego
de
lenguaje
se
trata,
que
fines
persigue,
y
cómo
se
supone
que
los
actores
individuales
deben
conducirse.
Así
emerge
una
imagen
global
del
funcionamiento
del
conjunto.
Ahora,
esta
imagen
o
esta
representación
no
está
presente
a
nivel
cognitivo
,
pero
existe
justamente
en
el
hacer,
en
la
acción,
en
tanto
que
saber
práctico,
susceptible
de
todos
modos,
bajo
ciertas
circunstancias,
de
volverse
consciente,
si
lo
necesita.
Entonces,
de
entrada
una
representación
del
conjunto,
y
después
una
ldel
ado
alemán.
Podemos
12
pensar
en
una
serie
y
preguntarnos,
en
un
espacio
posible,
si
no
valdría
la
pena
lanzar
una
tercera
ronda
de
la
discusión
sobre
la
antropología
filosófica:
la
primera,
en
1929
en
Davos;
la
segunda
en
París
1960;
la
tercera,
será
quizá
en
Berlin
u
otro
lugar
en
2013.
En
todo
caso,
hay
materia
para
la
discusión.
Traducción
al
español:
Cali,
marzo
de
2014,
Ernesto
Hernández
B.
13