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SANTIAGO EN EL PERIODO INCA

El Inca Garcilaso en el Capitulo VIII del libro séptimo de los Comentarios Reales, hace
una descripción de la ciudad y dice: “Lejos de este barrio (Pumaqchupan) y al poniente
de él, había un pueblo de más de trescientos vecinos, llamado Cayaucachi. Estaba aquel
pueblo a más de mil pasos de las últimas casas de la ciudad; esto era el año del mil
quinientos y sesenta; ahora que es el año de mil seiscientos y dos, que escribo esto, está
ya (según me han dicho) dentro, en el Cuzco, cuya población se ha extendido tanto que
lo ha abrazado en si por todas partes”.
“Al poniente de la ciudad, otros mil pasos de ella, había otro barrio llamado
Chaquillchaca, que también es nombre importante pero compuesto si ya no es propio.
Por allí sale el camino real que va a Cuntisuyu; cerca de aquel camino están dos caños
de muy linda agua, que va encañada por debajo de la tierra; no saben decir los indios de
dónde la llevaron, porque es obra muy antigua y también porque faltando las tradiciones
de cosas tan particulares. Llaman Collque macháchuay a aquellos caños; quiere decir
culebras de plata, porque el agua se asemeja en lo blanco a la plata y los caños a las
culebras, en las vueltas que van dando por la tierra. También me han dicho que llega ya
la población de la ciudad hasta Chaquillchaca”.

PUEBLOS INCAS.

En el área geográfica que ocupa actualmente el Distrito de Santiago, se encontraban los


barrios incaicos de Callaucachi (Cayaucachi o K’ayaucachi, zona de Qoripata y Belén) y
Chaquillchaca (puente de algas), el actual barrio de Santiago. En la base de los cerros
Puquín, estaban los arroyos Qorimachaqhuay y Ccolquemachaqhuay, (serpiente de oro y
serpiente de plata). Así nos lo afirmaba el Dr. Manuel Chávez Ballón, en las animadas
conversaciones que sosteníamos, durante sus visitas al barrio de Santiago, junto con su
hijo el artista Edwin Chávez, sosteniendo sus afirmaciones en sus lecturas de las obras
de Polo de Ondegardo y el padre Cobo.
Según la relación de adoratorios y huacas, descritas por Polo y el padre Bernabé Cobo, y
estudiadas por mi padre el escritor Julio G. Gutierrez Loayza, en esta zona se hallaba y
se halla aún, el camino inca al Contisuyo y las huacas de Qochirhuaylla, nombre histórico
que quedó en una de las calles y que fue, lamentablemente, modificado no hace mucho,
por el nombre de un vecino médico de profesión, que construyó una clínica, de esa
manera se ha perdido el valioso topónimo inca que debe ser repuesto.

En tiempos inmemoriales las tribus de los legendarios Ayar salidos de las cuevas de
Tamput’oco, habían echado del valle a sus antiguos pobladores, “Los Huallas,
Sahuasiras, Allca huicsas y Antasayas”, ese predominio se denominó Hurin Qosqo o urai
Ccoscco, o Cusco de abajo.
Los Asentamientos humanos Hurin, debieron ser los de Ch’oqo K’achona, que se
ubicaban hasta Huancaro, Pumacchupan, Araway, Chaquillchaca y C’ayaucachi. Es decir
lo que hoy es el Distrito de Santiago.
Ello trae a colación la existencia de una piedra totémica, que tiene tres horadaciones o
t’ocos de forma cuadrada y doble, a la manera de la doble jamba de los dinteles
incaicos. Se trata de una evidencia sagrada y única de lo que habría sido una Huaca o
adoratorio inca que se hallaba en el lugar de la actual iglesia parroquial. La piedra en
mención, se encuentra en la base de la famosa “Cruz de Santiago”, que se alza en el
atrio de esa iglesia. Esta pieza lítica tallada en piedra basáltica, representa,
indudablemente, a las tres cuevas legendarias de Tampu. En la crónica de Juan de Santa
Cruz Pachacuti Yamqui, se puede leer en lo referente al Inca Manco Capac y a las huacas
lo que sigue: “Este Inca Manco Capac fue enemigo de los Aucas y como tal destruyó al
curaca Pinao Capac con todo sus ídolos: y lo mismo venció a Tocay Capac, gran idolatra
y después mandó labrar en el lugar donde nació”... “edificando canterías a manera de
ventana, que eran tres ventanas que significaban la casa de sus padres, de donde
descendieron, los cuales se llamaron el primero Tampu Ttoc’o (otro autor como
Sarmiento de Gamboa lo llama Capac t’oco), el segundo Maras Ttoc’o, el tercero Sutic
Ttoc’o, que fueron de sus tíos abuelos maternos y paternos, como éste: “Incap
Tamputocon o Pacarincu Kacpa Unanchan.”

Todavía quedan restos arqueológicos de la canalización del rió Wancaro (Nombre propio
derivado de la palabra Wancar = tambor) y se han descubierto entierros en las faldas del
Cerro Araway y Viva el Perú, (que como sabemos, fueron asiento Qotakalli); asimismo,
en la zona de Qoripata o “altura o lugar de oro”.

EL POQUEN CANCHA, MUSEO Y “BIBLIOTECA” DE LOS INCAS

En la parte alta del camino real al Contisuyu, en el lugar donde actualmente se


encuentran los Pueblos Jóvenes La Pradera y Hermanos Ayar. (“A tres tiros de arcabuz
de la Plaza de Armas”), se hallaba el museo inca o Phoquen kancha (de la palabra
quechua, Phoquen, que según los quechuólogos, nomina a la primera leche de los
mamíferos o puede provenir de Pokes, nombre propio de un pueblo antiguo que hábito
este valle).
En este santuario o cancha que era una de las casa sagradas del Sol, el par del
Qoricancha, como testimonian los cronistas que he consultado, se guardaban los Kipus o
Quelcas y tablones en los que Pachacutec Inca Yupanqui, había hecho pintar la historia
incaica; además, allí se guardaban, a manera de museo, los restos culturales de los
pueblos sometidos: obras de arte, vestigios de civilización y cultura, etc. Era, pues, el
recinto más importante de la zona, una de las casas sagradas del sol o Inti kancha.
Probablemente, allí, también, se guardaban los archivos de la vida económica del Estado
inca, en los llamados t’akes o conjuntos de khipus, que eran ayudas nemotécnicas
consistentes en cuerdas de colores y nudos donde se anotaban hechos históricos,
cantidades numéricas o estadísticas de producción y de población. Casi todos los
cronistas coinciden en señalar que ese recinto se hallaba en el camino real al Contisuyo
en la ladera de las montañas, por lo que, las bases de arquitectura inca imperial, que
fueron descubiertas en el pueblo joven “La Pradera”, son del Phoquen kancha, nombre
de donde deriva el vocablo Pukín, con el que se conoce, por extensión, a toda la ladera
en la que se encuentra actualmente el pueblo joven Construcción Civil.
En el lugar donde presuntamente se encontraba el Phoquen kancha, por los años 1970 a
1980, con motivo de la construcción de una carretera a Ccorcca, pudimos ver,
asombrados, cómo, en esa explanada alta que ocupa el pueblo joven La Pradera, la pala
frontal sacaba enormes bloques pétreos labrados en diorita epidotizada, vale decir, en
el mismo tipo de material de los muros de Hatunrumiyoc; las piedras desaparecieron del
lugar, quizás fueron destruidas para servir de cimiento en las casa de los pobladores
emigrantes, como nos lo confió, mucho después, un poblador de ese lugar (Sr. Félix
Dávila, ex trabajador del Municipio de Santiago) quien aseguraba, igualmente, que, para
no tener problemas con el INC, los pobladores enterraron en tres pozos una gran
cantidad de piedras finamente labradas; dijo, también, que en el patio de su casa se
hallaba enterrada una fuente tallada en una gran piedra. Poco después, un periodista
cusqueño nos confió la noticia del descubrimiento de unas láminas metálicas,
presumiblemente de oro, (junto con ofrendas quemadas o carbonizadas se encontraron
260 laminillas de oro), en ese lugar, por lo que muchas personas se empeñaban en
realizar “huaqueos” o excavaciones clandestinas. En 1990, el arqueólogo del INC, Justo
Torres Montesinos, fue el encargado de la prospección arqueológica, y encontró,
efectivamente, ¡Una de las esquinas del recinto sagrado!, pero, extrañamente la volvió a
enterrar y, con el resto de piedras que encontraron, armaron una pared improvisada,
abandonando el sitio, cuando se debió exigir la confiscación y puesta en valor de todo
ese espacio, dada su importancia, para la recuperación de nuestra identidad cultural y
revaloración del pasado histórico. Al respecto, escribí un artículo en el diario El
Comercio del Cusco del 04- 03 - 93, que se reprodujo en el diario de circulación nacional
“La República” del 20- 04- 93, con el título “Defendamos el Phoquen Cancha, fue el
museo y biblioteca de los Incas”. Pero la iniciativa no prosperó.

En el informe del mencionado arqueólogo Torres Montesinos podemos leer lo siguiente:

“LA ARQUITECTURA DE PUKÍN:

Los muros y estructura que se levantaron en este sector corresponden a la época “Inka
Imperial” y trae consigo una novedosa y nueva técnica constructiva (sic), los aparejos de
los muros son rectangulares, cuadrangulares, muy semejantes a los de la calle Loreto,
Corikancha y sector religioso de Písaj.
Este tipo de construcción se inicia con el Inka Pachacutec y corresponde al clásico que
identifica a la sociedad y cultura del Tawantinsuyo a lo largo y ancho del territorio que
ocupó y dominó; la Waka de Intikancha, debió contar con estructuras similares
construidas con bloques de andesita, el diseño concebido por los proyectistas inkas,
presenta paramentos rectangulares de acabado fino, biselado, y pulimentado con una
portada de ingreso amplia y alta de una sola jamba, los bloques tienen la misma
proyección de los otros restos, de mayor a menor, se halló la cimentación de la muralla
circundante, los andenes sucesivos, toda esta evidencia ha sido alterada y depredada
por los urbanizadores de la actual Pradera, quienes han utilizado los bloques para
cimentación de sus viviendas y los demás han escondido los restos con construcciones de
cuartos y viviendas hasta de dos pisos haciendo imposible poder determinar todo el área
ocupada por la construcción inka, que debieron haber sido muchas, porque las
evidencias así lo demuestran, por la gran cantidad de restos culturales en todo el área”.

El cronista Cristóbal de Molina (El cuzqueño), en su libro “Ritos y Fábulas de los Incas”,
al referirse a la fábula del diluvio universal, escribe lo siguiente:
“Y para entender dónde tuvieron origen sus idolatrías, aunque es así que estos no usaron
escritura y tenían en una casa del sol llamada Phoquen kancha, que es junto al Cusco; la
vida de cada uno de los incas y de las tierras que conquistó, pintando por sus figuras en
unas tablas, y qué origen tuvieron...”
En la edición argentina que tenemos a la mano hay las notas ampliatorias siguientes:
“Poquen Cancha – Pokoy- cancha-, tiempo del otoño, lugar donde probablemente se
hacían las fiestas en la época de la maduración de los frutos, pues poquen, voz
desconocida en los vocabularios, parece derivada del verbo pokoni; madurar frutos o
sembrados”.
(...) Quizas el Poquen Cancha fue el antiguo adoratorio o huaca, venerada por los
primeros pobladores del valle, los Poques, y que quedó, bajo los Incas en las afueras de
la ciudad”.
(...) Sobre esa historia de los retratos de los soberanos Incas pintados en paños, que
fueron remitidos por don Francisco de Toledo, al Rey, nos cuenta el notario Alvaro Ruiz
de Navamuel lo que sigue: “Estaban escriptos y pintados en los cuatros paños los bultos
de los ingas y la fábula y notables que van puestos en el primer paño, uno que ellos
dicen de Tampotoco y las fábulas de las creaciones de Viracocha que van en la cenefa
del primer paño, por fundamento y principio de la historia, cada cosa por si
distintamente escripto y señalado de la rúbrica de mí, el presente secretario; y de la
declaración y prevención para la inteligencia de la historia, y los rumbos y vientos para
la demarcación de los sitios de los pueblos, que es puesto por el capitán Pedro
Sarmiento”.
Tres relaciones, XXVIII, sobre el destino de estos celebres paños pintados y la probable
traslación de los retratos de los Incas a las portadas de las “Décadas” de Herrera, véanse
las noticias que traen en referencia don Marcos Jiménez de la Espada”.

Sarmiento de Gamboa, por su parte, en su “Historia de los Incas” refiere lo que sigue: “Y
además desto había, y aun agora hay, particulares historiadores destas naciones, que era
el oficio que se heredaba de padre a hijo. Allegóse a esto la grandísima diligencia de
Pachacuti Inga Yupangui, noveno Inga, el cual hizo llamamiento general de todos los
viejos historiadores de todas las provincias que él sujetó, y aun de otros muchos más de
todos estos reinos y túvolos en la ciudad del Cuzco mucho tiempo examinándolos sobre
las antigüedades, origen y cosas notables de sus pasados de estos reinos. Y, después que
tuvo bien averiguado todo lo más notable de las antiguedades de sus historias, hízolo
todo pintar por su orden en tablones grandes, y deputó en las Casas del Sol una gran
sala, a donde las tales tablas, que guarnecidas de oro estaban, estuviesen como nuestras
librerías, y constituyó doctores que supiesen entenderlas y declararlas, y no podía
entrar, donde estas tablas estaban, sino el Inga o los historiadores, sin expresa licencia
del Inga” (1).
Respecto a tan importantes pinturas, los esposos Mesa-Gisbert, en el libro “Pintura
Cusqueña” (2) escribieron:
“En marzo de 1572, el Virrey Francisco de Toledo envía al Rey de España una carta
acompañando la “Historia Índica” de Sarmiento de Gamboa y un conjunto de pinturas así
descritas: Estaban escriptos y pintados en los cuatro paños los bultos de los ingas con las
medallas de sus mujeres y ayllos, en las cenefas de la historia de lo que sucedió ...”
Enrique Marco que estudió estas pinturas nos indica que desaparecieron en el Incendio
del palacio del Buen Retiro el año de 1734. De acuerdo al inventario tres de los lienzos
eran aproximadamente cuadrados, tenían algo más de cuatro varas de ancho por cuatro
varas de alto y en ellas venían pintadas las efigies de los doce incas, probablemente
agrupados de cuatro en cuatro.
Al parecer estos lienzos sirvieron de modelo a los dibujos que ilustran la década quinta
de la “Historia General de los hechos de los Castellanos” de Antonio de Herrera.
El cuarto lienzo era apaisado de seis varas dos tercias de ancho por algo más de una vara
de alto, allí se representaba la descendencia de los incas en larga sucesión. Lienzos
similares a éste se enviaron posteriormente a España. Garcilaso nos habla de uno de
ellos, mandado por los descendientes Cusqueños de los incas, el cual estaba pintado
sobre tafetán.
Iconográficamente estos lienzos que manda pintar Toledo son el antecedente a las series
de la dinastía incaica, tan populares en el siglo XVIII.
Los artistas que ejecutaron los lienzos para Toledo eran indios y es de suponer que para
la versión que realizaron se basaron en algo existente. Al respecto Cristóbal de Molina
“El Cusqueño”, indica que en el Poquen Cancha existían pinturas referentes a los incas y
sus conquistas. Cobo también habla de una historia que vio dibujada en una tapicería de
cumbe”.

El historiador Raúl Porras Barrenechea, publicó en la revista limeña “Mercurio Peruano”


Nº 238 de enero de 1947 el artículo “Quipos y Quillca” (3), de allí extraemos los párrafos
siguientes:
“Sarmiento de Gamboa escribió su crónica en el Cuzco, en 1572, dice que Pachacuti Inga
Yupanqui reunió a los historiadores de toda las provincias de la ciudad imperial
examinando sobre las antigüedades, origen y cosas notables del pasado estos reinos y
después que tuvo bien averiguado todo lo más notable de las antigüedades de sus
historias hízolo todo pintar por su orden en tablones grandes y deputó en las Casas del
Sol una gran sala a donde las tales tablas que guarnecidas de oro estaban, estuviesen
como nuestras librerías y constituyo doctores que supiesen entender y declararlas. Y no
podían entrar donde estas tablas estaban sino el inga o los historiadores sin expresa
licencia del inga”.
“Aquí se halla confirmada, lo mismo que en otras partes de la crónica de Sarmiento, la
existencia de unos “Tablones pintados” cuya interpretación se enseñaba a los
historiadores y cuyo contenido histórico se transmitía como un sistema esotérico de
padres a hijos. El propio Sarmiento de Gamboa dice que los visitadores de Pachacutec
regresaron al Cusco trayendo “en unas mantas descriptivas las provincias que habían
visitado”.
“En las informaciones levantadas por el Virrey Toledo en el Cuzco, Don Diego Cayo y don
Alonso Tito Atauche, descendientes de los Incas, declaran “que ellos vieron una tabla y
quipus donde estaban sentadas las edades que hubieron los dichos Pachacuti Inca y Topa
Inca Yupanqui, su hijo y Guayna Capac, hijo del dicho Topa Inca y que por la dicha tabla
y quipo vieron que vivió Pachacuti Inca Yupanqui cien años y Topa Inca Yupanqui hasta
cincuenta y ocho o sesenta años y Guayna Capac hasta sesenta años”. (Leoi, Hun II 173).
En otras informaciones hechas en el Cuzco en 1582 por orden del Virrey Martín
Henríquez, el mestizo Bartolomé de Porras y dos indios viejos declaran que los jueces
incaicos para conocer y aplicar las leyes se entendían “por unas señales que tenían en
quipos, que son nudos de diferentes colores y por otras señales que tenían en unas
tablas de diferentes colores, por donde entendían la pena que cada delincuente tenía”.
La misma información dice que estas tablas fueron destruidas cuando los españoles
conquistaron al Cuzco. (Medina I. 199)”.
“La gran sala de tablones pintados de que habla Sarmiento de Gamboa puede
considerarse como una galería de pintura, museo o biblioteca moderna. En ella se
hallaba depositada, en tablones o en telas de cumbe, toda la historia de los Incas, las
biografías de cada uno de ellos, las tierras que conquistaron y las antiguas leyendas
sobre el origen del imperio. Era una cátedra viva de la historia incaica reservada para el
Inca y los historiadores Imperiales. Era, en buena cuenta, la sospechosa Universidad a la
que aludió, con tanto escándalo de historiadores concienzudos, el clérigo Montesinos.
Por otros cronistas, poco explotados aún por los más minuciosos apologistas del incario,
se descubre que el archivo polícromo e historial de los Incas estuvo en Poquen Cancha,
en un cerrillo o huaca cercano al Cuzco a tres tiros de arcabuz de la ciudad, encima de
Cayocache. Lo atestiguan con su acendrado conocimiento del Cuzco incaico los cronistas
españoles Cristóbal del Molina y Bernabé Cobo”.
(...) “El propio cronista Cobo anota que los quipucamayocs que informaron a Polo de
Ondergado en 1559, los cuales habían alcanzado el tiempo de los Incas, fueron
examinados cuando aún se conservaban “los memoriales de sus quipos y pinturas”. Y se
refiere particularmente a las que tenían en un templo del Sol. Junto a la ciudad del
Cuzco, de la que se sacó una historia “dibujada en una tapicería de cumbe” que el
jesuita vio en el Cuzco “no menos curiosa y bien pintada que si fuera de muy finos paños
de corte”. (Cobo III.117”.

SEQUES Y HUACAS DE SANTIAGO.


En el capítulo XVI de “La historia del Nuevo Mundo”, el padre Bernabé Cobo
(probablemente sobre lo escrito por Polo) informa sobre los seques (4) y Huacas (5) del
camino Contisuyu”:
“El camino de Contisuyu, que nosotros llamamos Condensuyo, tenía catorce Ceques y
ochenta Guacas, como aquí van puestas. Al primer ceque llamaban Anaguarque (6) y
tenía quince Guacas. La primera era una piedra dicha Subaraura (7), que estaba donde
ahora es el mirador de Santo Domingo, la cual tenían creído era un principal de los
Pururaucas.
“La segunda Guaca era otra piedra como esta llamada Quinquil, que estaba en una pared
junto a Coricancha.
La tercera se decía Pomachupa (8) (suena cola de León). Era un llano que estaba en el
barrio así llamado, y desde allí se ofrecía a aquellos dos riachuelos que por allí corren.
La cuarta se nombraba Uxi. Era el camino que va a Tampu; sacrificábase al principio de
él por ciertas causas que los indios dan.
La quinta, Guamán (9), es una quebrada, donde estaba una piedra pequeña redonda,
que era ídolo.
La sexta curipaxapuquiu (10), es otra quebrada, junto a la de arriba, en el camino de
Membilla (11), ofrecíanle lo ordinario y niños en ciertos días.
La sétima, Anaguarque, era un cerro grande que esta junto a Guanacauri (12), donde
había muchos ídolos, que cada uno tenía su origen e historia. Sacrificábanse de ordinario
niños.
La octava Chataguarque (13), era cierta piedra pequeña que estaba en un cerrillo junto
a esa otra.
La novena, Achatarquepuquiu (14), era una fuente junto al cerro de arriba: ofrecíanle no
más de ropas y conchas.
La décima, Anahuarqueguaman (15), era una piedra que estaba en un cerro, junto a él
de arriba; ofreciánle niños.
La undécima guaca era una fuente llamada Yamarpuquiu (16), la cual estaba en una
quebrada en la falda del cerro de arriba.
La duodécima era otra fuente dicha Chicapuquiu (17), que sale cerca de la de arriba.
La decimatercera, que decía Incaroca (18), que era una cueva que estaba más delante
de las fuentes sobredichas, era adoratorio principal, ofrecíanle niños.
La decimocuarta era cierta piedra llamada Puntaguanca, que estaba encima de un cerro
deste nombre cerca del cerro Anaguarque.
La postrera guaca se decía Quiguan (19). Era tres piedras que estaban en un portezuelo
camino de Pomacancha (20).
El segundo Ceque desde dicho camino de Contisuyu era del Ayllu de Quisco (21). Llámase
Cayao (22) y tenía cuatro Guacas. La primera era un llano grande dicho Cotocari (23)
que después fue chacara (24) de Altamirano (vecino fundador de Cusco).
La segunda se decía Pillochuri, (25), era una quebrada camino de Tambo (26), en que
había una piedra mediana y larga tenida en veneración.
La tercera, Payllallauto (27), era cierta cueva en la cual tenía creído que entró una
señora deste nombre, madre de un gran Señor por nombre Apucurimaya (28), la cual
nunca más apareció.
La cuarta se decía Ravaraya (29). Es un cerro pequeño donde los indios acababan de
correr la fiesta del raymi; y aquí se daba cierto castigo a los que no habían corrido bien.
El tercer ceque se nombraba Payan y tenía otras cuatro Guacas. La primera era una
fuente llamada Chuquimatero (30) de donde beben los indios de Cayocache (31).
La segunda se decía Caquiasavaraura. Es un cerro frontero de Cayocache, encima del
cual estaban cinco piedras tenidas por ídolos.
La tercera, Cayascasguaman (32), era una piedra larga que estaba en el pueblo de
Cayascas (33).
La cuarta, Chucuracaypuquiu (34), es una quebrada que está camino de Tambo, donde
se pierde de vista el valle del Cuzco.
Al cuarto Ceque llaman Collana y tenía cinco Guacas. La primera se decía Pururauca. Era
una piedra de aquellas en que decían haberse convertido los Pururaucas, la cual estaba
en un poyo junto al templo del Sol.
La segunda se decía Amarocti (35). Eran tres piedras que estaban en un poblezuelo
llamado Aytocari. (36).
La tercera, Cayaopuquiu (37), era una fuente que estaba frontera de Cayaocache, en la
ladera del río.
Las cuarta Churucana (38), (38), era cierta piedra grande que estaba en un cerro junto a
el de Anaguarque; ofrecianle niños.
La quinta se llamaba Cuipancalla (39). Es una quebrada que está camino de Tambo,
donde echaban lo que sobraba de las ofrendas deste.
El quinto Ceque se decía Cayao. Estaba a cargo del Ayllo de Chimapanaca (40) y tenía
otras tantas Guacas como el pasado. A la primera nombraban Caritampucancha (41). Era
una plazuela que está ahora dentro del convento de Santo Domingo, la cual tenía por
opinión que era el primer lugar donde se asentó Manco Capac en el sitio del Cuzco,
cuando salió de Tampu. Ofrecíanle niños con todo lo demás.
La segunda Guaca se decia Tincalla (42). Eran diez piedras de los Pururaucas, que
estaban en Cayocache.
La tercera, Cayallacta (43), era ciertas piedras que estaban en un cerro Choco (44),
pueblo que fue de Hernando Pizarro.
La cuarta, Churupuquiu (45), es una fuente que está encima del dicho pueblo Choco.
La quinta se decía Cumpuguanacauri (46). Es un cerro en derecho de Choco, encima del
cual había diez piedras que tenían creído había enviado allí el cerro Guanacauri.
El sexto Ceque deste mismo camino se llamaba Payan y tenía cinco Guacas. La primera
tenía por nombre Apian. Era una piedra de los Pururaucas que estaban en el sitio que
hoy tiene Santo Domingo.
La segunda Guaca se decía Guaman. Era una piedra que estaba en Cayocache.
La tercera, Ocropacha (47), eran unas piedras de los Pururaucas que estaban en
Cayocache.
La cuarta, Pachapuquiu, era una fuente que está hacia Pomapampa.
La quinta se decía Intirpucancha (48). Era un buhio que estaba en medio del pueblo
choco y había sido del primer Señor del.
El sétimo Ceque se llamaba Collana, y tenía otras cinco Guacas. La primera era una casa
pequeña dicha Inticancha, en que tuvieron por opinión que habitaron las hermanas del
primer Inca que con él salieron de la ventana de Pacaritampu. Sacrificábanle niños.
La segunda Guaca se llamaba Rocramuca (49). Era una piedra grande que estaba junto al
templo del Sol.
La tercera, Carvincacancha, (50), era una casa pequeña que estaba en Cayocache, que
había sido de un gran señor.
La cuarta Sutimarca está en un cerro de donde dicen que salió un indio y que, sin tener
hijos, se volvió a meter en él.
La quinta, Cotacotabamba (51), era un llano entre Choco y Cachona, a donde se hacía
una fiesta en ciertos días del año, en la cual se apedreaban.
El octavo Ceque, se llamaba la mitad, Callao y la otra mitad Collana, y todo él tenía
quince Guacas. A la primera nombraban Tanancuricota. Era una piedra en que decían
que se había convertido una mujer que vino con los Pururaucas.
La segunda era una sepultura de un señor principal, llamada Cuti-manco; sacrificábanle
niños.
La tercera se decía Cavas (52). Era otra sepultura que estaba en Cachona.
La cuarta se llamaba Econconpuquiu (53), que era otra fuente que está en Cachona (54).
La quinta Chinchaypuquio (55), era una fuente que está en una ladera de puna.
La sexta, Mascataurco (56), es un cerro donde se pierde la vista del Cuzco por este
Ceque.
La sétima, Cachicalla (57), es una quebrada entre dos cerros a modo de puerta; no le
ofrecían otra cosa que la Coca que echaban de la boca los que pasaban.
La octava, Quiacasamaro (58), eran ciertas piedras que estaban encima de un cerro más
allá de Cayocache.
La novena, Managuañuncaguaci (59), era una casa de una de las Coyas o reinas, que
estaba en el sitio que ahora tiene el convento de la Merced.
La décima, Cicui (60) era una sepultura que estaba en la ladera de Cachona.
La undécima, Cumpi (61), es un cerro grande que está camino de Cachona, sobre el cual
había diez piedras tenidas por ídolos.
La duodécima, Pachachiri (62), es una fuente que está en la puna de Cachona.
La décima tercia, Pitopuquiu (63), es otra fontezuela que estaba junto a la sobredicha.
La décima cuarta, Cavadcalla (64), era como puerta entre dos cerros, que está hacia
Guacacacha (65).
La última Guaca deste Ceque se decía Lluquirivi (66). En un cerro grande junto a la
quebrada de arriba.
EL noveno Ceque, tenía por nombre Cayao, y abrazaba tres Guacas. La primera se decía
Colquemachacguay (67), (suena culebra de plata). Es una fuente de buen agua muy
conocida, que está en la falda del cerro Puquin, junto a la ciudad del Cuzco.
La segunda se llamaba Micayurco. Es un cerro grande que esta encima de Puquin.
La tercera, Chaquira (68), es un cerro que está cerca del camino de Alca (69), encima
del cual había diez piedras tenidas por ídolos.
Al décimo Ceque llamaban Payan, y tenía cuatro Guacas la primera era una fuente dicha
Polcopuquiu (70), que está en la huerta de Santo Domingo.
La segunda se decía Puquincancha (71). Era una casa del Sol que estaba encima de
Cayocache. Sacrificábanle niños.
La tercera tenía por nombre Cancha (72). Esta era la cerca de la casa de arriba, donde
también ofrecían.
La cuarta, Viracochaurco (73), es un cerro que está encima de Puquin.
El undécimo Ceque se llamaba Collana y en él había cuatro Guacas. La primera era una
fuente dicha Matarapacha (74), que está camino de Cayocache.
La segunda se llamaba Cuchiguayla (75). Es un pequeño llano que está más debajo de
dicha fuente.
La tercera, Puquinpuquiu, (76). Es una fuente que está en el cerro Puquin.
La cuarta, Tapuurco (77), es otro cerro que está a un lado de Puquín.
El duodécimo Ceque, se llamaba Cayao, y tenía tres Guacas. A la primera pusieron
Cunturpata (78). Era un asiento en que descansaba el Inca cuando iba a la fiesta del
raymi.
La segunda se decía Quilca (79). Era una sepultura antiquísima de un Señor que se
llamaba así.
La tercera, Llipiquiliscacho (80), era otra sepultura que estaba detrás de Choco.
El décimo tercio ceque se nombraba Cayao y tenía cuatro Guacas. La primera era un
Puquiu o fuente llamada Chilquichaca (81).
La segunda se decía Colcapuquiu (82) era otra fuente que está en una quebrada que baja
de Chilquichaca.
La tercera, Chinchincalla (83), En un cerro grande donde estaban dos mojones, a los
cuales, cuando llegaba el Sol era tiempo de sembrar.
La cuarta Pomaguasi (84), es un cerrillo al cabo deste Ceque, que estaba por fin y
término de la Guacas dél.
El último ceque deste camino de cuntisuyu se decía Collana, y tenía cuatro Guacas. La
primera era una piedra no muy grande, llamada Oznuro (85), que estaba en la Chacra de
los Gualparocas (86).
La segunda Guaca deste Ceque se decía Otcuropuquiu (87). Era una fuente cerca de
Picho (88), heredad de la Compañía de Jesús.
La tercera se llamaba Ravaypampa (89). Era un terrado donde se aposentaba el inca, el
cual estaba en la falda del cerro de Chinchincalla (90).
La cuarta, Pantanaya (91), es un cerro grande partido por medio, que divide los caminos
de Chincha y Condensuyo o Contisuyo.” Hasta aquí lo escrito por el Padre Cobo.

LOS AYLLUS DE CHOCCO – CACHONA, EN LA DEFENSA DEL QOSQO

Los pobladores de los barrios sur orientales del Qosqo fueron los que contuvieron el
feroz ataque Chanca a la ciudad defendida por Pachacutec Inca Yupanqui. El ataque se
realizó por dos frentes. El primero por Carmenca (Santa Ana) y por Chocco-Cachona
(Santiago). En esa defensa heroica brilló por su valor, arrojo y ferocidad una mujer
guerrera de esas panacas, llamada Chañan Cury Coca, quien hizo retroceder al enemigo
matando a un capitán Chanca. (92), al que arrancó los pulmones y los infló para
aterrorizar a sus enemigos.
SANTIAGO, ÚLTIMO REFUGIO DE LOS NOBLES INCAS.

Una vez que las panacas incas fueron reducidas a poblados para vivir en vasallaje, la
mayoría de las panacas reales fueron reducidas a vivir en el barrio inca de Cayocache. Al
respecto, Sarmiento de Gamboa escribe: “Y aunque digo que estos agora viven en el
Cuzco, la verdad es que están en un barrio de la dicha ciudad, que llaman los indios
Cayocache y nosotros le llamamos Belén, por la advocación de la iglesia de aquella
parroquia, que se dice Nuestra Señora de Belém”.
Esta es la razón por la cual los bandos y ordenanzas dadas por los españoles se difundían
primero en la Plaza de Armas y luego en Santiago, como puede comprobarse
ampliamente, en la obra de Esquivel y Navia. (93)
Con lo dicho anteriormente cobra también importancia la piedra denominada por el Dr.
Uriel García con el nombre de “Tamputocco” (94) o de las tres ventanas, que existe en
la base de la cruz de Santiago, puesto que en estos lugares, vivieron ya en vasallaje los
ayllus descendientes de los legendarios hermanos Ayar:
Chauin Cozco Ayllu, descendientes de Ayar Cache; Arayraca Ayllu, descendientes de Ayar
Uchu; Cozco Callan, Sutic-toco Ayllu que salieron de la ventana de Maras-Toco. Además
los ayllus de Masca Ayllo, Oro Ayllo, etc. (95)
Es obvio, entonces, que estos naturales hayan colocado junto a la Cruz Cristiana su
propia deidad totémica, la piedra con las tres ventanas legendarias.
Los incas nobles, a su vez, para no verse reducidos a la condición de mitayos, sirvientes
o esclavos en las minas y obrajes de los españoles, se acogieron a una ordenanza de
Toledo para hacerse alarifes, artesanos, pintores, doradores, escultores, fundidores y
orfebres, para defender su amenazada libertad tan venida a menos.

CAPITULO III

SANTIAGO, PERIODO COLONIAL

CONQUISTA Y VIRREYNATO

No sabemos a ciencia cierta, qué partido tomaron los incas de las panacas de lado del
Contisuyo cusqueño al llegar los conquistadores y adueñarse a sangre y fuego de estás
soleadas tierras.
Durante la rebelión de Manco Inca, muchos nobles abrazaron la religión, se sometieron
al invasor y fueron sus más firmes aliados. Se cuenta que los guerreros incas empezaron
a ajustar el cerco a los españoles, ingresando al Cusco por Ch’akill-Chaka, es decir por el
territorio actual de Santiago.
Durante los repartimientos de encomiendas de indios, es sabido que el ayllu de Choco le
tocó a Hernando Pizarro, hermano de Don Francisco, quién derrotó y condenó a muerte
al Adelantado Don Diego de Almagro; por ello Hernando al volver a España, sufrió pena
de cárcel como castigo.
A la llegada del Virrey Toledo, ejecutor del último Inca y que fue, a pesar nuestro, un
gran legislador y organizador del coloniaje, se fundaron las parroquias cusqueñas. Las
correspondientes al distrito de Santiago fueron: las parroquias de Belén, Santiago,
Almudena dependiente de la de San Pedro y la desaparecida parroquia de San Miguel que
ocupaba la zona de Qoripata, donde tenía una iglesia. Las fundó el corregidor Polo de
Ondegardo quien mandó también construir los puentes de Belén y Santiago e hizo
colocar en ellos las cruces que hasta hoy se veneran.
En la parroquia del Apóstol Santiago el Mayor, redujeron a varias parcialidades indígenas
formando una pequeña población un tanto alejada del centro de la ciudad, todavía en
los títulos antiguos a este pueblo se le conoce como «Ayllu de los indios de Santiago».

“La primitiva iglesia - dice el historiador y vecino ilustre de Santiago Dr. Víctor Angles
Vargas- (1) fue construida sobre un soberbio andén, en la parte dominante de una plaza
cuadrilonga, en su sector occidental; de adobes, con techo de dos vertientes y tejado,
con torre adscrita al cuerpo de la iglesia, también de piedras hasta cierta altura y de
adobes. El terremoto del 31 de marzo de 1650 destruyó totalmente las iglesias de Belén
y Santiago así como las casas, por que el movimiento telúrico fue más intenso en la
parte occidental de la ciudad. Los párrocos que se sucedieron en Santiago, con ayuda de
los muchos ayllus que comprenden la parroquia, reconstruyeron desde sus cimientos la
iglesia en el mismo sitio, bajo los mismos cánones y sin mayores variantes con relación a
la iglesia anterior al terremoto. Se construyeron también en la parroquia y muy cerca a
la iglesia, dos beaterios, llamados Monserrat o Carmelitas de Santiago; uno de los
beaterios fue congregación de mujeres españolas, y el otro para religiosas mestizas.
Estos beaterios se han ido extinguiendo poco a poco, de modo que en la actualidad, ni
recuerdo existe de ellos.
La iglesia de Santiago nuevamente sufrió serio daño con el terremoto del 21 de mayo de
1950, pero ha sido reconstruida, respondiendo sus caracteres arquitectónicos, aunque
notamos que la torre la han restituido disminuida en cuanto su altura» (Angles p. 542 )
«En la Plaza de Santiago - dice Uriel García en su obra «La ciudad de los incas» -
parroquia fundada por el Virrey Toledo en 1571, sobre el atrio del templo -hoy
reconstruido-, se alza una artística Cruz de piedra, que conserva todavía los nombres de
los devotos que mandaron construir –un alcalde y un regidor indígenas- y fecha de
erección, 5 de julio de 1606".
«Antaño -prosigue el historiador- en esta plaza, la nobleza cusqueña celebrada grandes y
lúcidas fiestas, en las ceremonias en que algún hidalgo tomaba la cruz de la Orden de
Santiago».
Acerca del culto cusqueño a Santiago Apóstol, nos informan los escritores bolivianos
Mesa-Gisbert en su libro «Pintura Cusqueña»:
«Desde los primeros tiempos de la Conquista se estableció en el Perú la devoción al
Apóstol Santiago. Por su triunfo obtenido por las armas españolas contra los árabes en la
batalla de Clavija, triunfo que se atribuyó a la aparición del apóstol en el campo de
batalla, se le proclamó patrón del ejército español.
Esto unido a que se creyó que la tumba del Apóstol estaba en Compostela, hicieron de
este Santo uno de los de más devoción en la península. En el ejército, el grito de
«Santiago y cierra España» fue el llamado de los españoles a la batalla. Desde los días de
Pizarro y Almagro en Cajamarca y posteriormente en el Cuzco, los españoles mostraron
gran devoción a la figura del Santo, devoción que se tradujo en la dedicación de capillas
e iglesias, esculturas y cuadros en las diversas ciudades peruanas.»
«Los indígenas cusqueños que aprendieron la tradición de la aparición del Suntur Huasi y
que escucharon decir a los misioneros cristianos que en el evangelio Santiago era
denominado Hijo del Trueno, establecieron inmediatamente un estrecho paralelo entre
la figura del Santo Cristiano y la de su Dios del Trueno Illapa, con el cual lo
identificaron. Desde ese periodo el culto que se rendía a Illapa en la antigüedad
precolombina fue trasladado a Santiago y aún hoy se puede ver en los campos andinos
pequeñas capillas levantadas a Santiago en los lugares que cayó algún rayo. El 25 de
julio, fiesta del Apóstol, es aún muy celebrado por los indios en todo el territorio del
antiguo virreynato. Muchas iglesias se han levantado en su honor en ciudades y pueblos;
entre ellos Santiago de Surco en las afueras de Lima; Santiago en el Cuzco, Santiago de
Cajamarca, Santiago de Huamán en Trujillo, Santiago de Huata, etc.
La presentación iconográfica en escultura y en pintura fue preferentemente la del
Apóstol a caballo en traje talar con amplio sombrero de peregrino y el manto volante
por el viento. A los pies del caballo caen derrotados los árabes y en ocasiones los
indígenas. Esculturas de Santiago existen muchísimas en diversos tamaños y es rara la
iglesia del Perú o Bolivia en donde no aparece la imagen del Apóstol. Otro tanto sucede
con las pinturas que, remontándose a Checacupe, las más antiguas, abundan en el
ámbito virreynal. Interesantes representaciones del tema son, entre muchas otras, las
de la Colección Pedro de Osma y la de la Colección Celso Pastor de la Torre, ambas de
Lima.»

Según la tradición Santiago matamoros, Patrón de las Españas había socorrido a los
primeros conquistadores sitiados por Manco Inca, cuando estos se hallaban en el Suntur
Huasi, ayudándoles a derrotar y poner en fuga al ejército imperial. En ese mismo lugar
había aparecido la Virgen María. Con ese motivo los españoles consagraron patronos de
la ciudad a Santiago y a la Virgen llamada «La linda». Y para perennizar esa creencia,
dejaron inscripciones en piedra en las hornacinas de los costados laterales de la puerta
de la iglesia del triunfo. En la actualidad, hay numerosos cuadros que muestran al
apóstol ecuestre matando indios espada en mano, como los que hizo fotografiar mi
padre en el Templo de Pujiura de cuyos cuadros decía que pertenecieron al templo del
Triunfo o eran copias de los que se hicieron para ese templo.
El autor de «Tradiciones Cusqueñas», don Ángel Carreño, habló de la importancia de la
venerada imagen ecuestre de Santiago Apóstol, en el Corpus Christi, de la época de la
colonia.
«La imagen – dice Carreño - puesta sobre un caballo de madera, todo forrado con
planchas de plata, era llevada en un anda baja y estaba chapeada con el mismo metal»
(..)Tras el anda del Patrón de Santiago iban por el lado izquierdo los Caballeros
españoles, ostentando la lujosa vestimenta de jubón atrencillado, zamarreta de
terciopelo, con mangas acuchilladas y almidonadas, gorguera de encaje, calzón a media
pierna, medias blancas de seda, zapatos de rostro bajo con hebilla de oro y espolín.
(..)Tenían pelucas rizadas y empolvadas de blanco y el hombro llevaban una capetilla de
color celeste, con broches de oro, cadenilla del mismo metal, rematadas en higas
colgantes, (borlas de hilado de oro).
(..)Sostenía en la mano izquierda el elegante tricornio negro de seda y galoneado con
franja de oro con airosa pluma blanca; y en la derecha; un cilindro encendido, sujeto
entre un ramo de flores.
(..)Las damas iban al frente y formando calle; ostentando su belleza realzada por la
falda de seda de color, arabescos bordados con sartas de perlas. El justillo, con
gorgueras y chorreras de encaje en las mangas; la cruz de oro con cadeneta y el cabello
recogido arriba por la peineta de plata, con adornos de oro y brillantes.
Además, lucían ricos anillos de oro con piedras preciosas, «chupetes» con brillantes.
Todas tenían el clásico mantón de Manila.
Detrás del Alferez indio que llevaba el Guión, acompañado de sus Cabildantes, vestido
como en la época del Imperio, iban las autoridades y comunidades religiosas; el alcalde
de Segundo Voto al frente de sus soldados y la gran masa del pueblo.
El forzoso descanso de la Sagrada Forma, en cada uno de los numerosos altares
levantados en las tres plazas, demoraban el curso de la procesión hasta las cuatro de la
tarde».

Hace poco (marzo del 2006), en un certamen sobre Historia del Cusco, Donato Amado,
joven investigador, trató el tema de las instituciones del Alferado de los incas de la
colonia y de los 24 electores del Cabildo de los descendientes de Huayna Cápac, dijo
también que el llamado Escudo de los Incas o “Placa de Echenique”, había sido la
imagen del Sol que usaba el Alferez Real Inca, en el pecho y que fue obsequiado al
presidente Rufino Echenique durante una visita de este señor al Cusco y él debió haberlo
dispuesto para que, después, lo encontremos en un museo de los Estados Unidos.

En la tradición titulada «La llamada de Dios», el tradicionista Ángel Carreño, apunta que
«por causa que no es el caso a explicar (...) los españoles avecinados en la parroquia
especial de Santiago, volvieron a España unos tras otro». Como sabemos, estas familias
españolas, vecinas de Santiago eran de origen noble.
En la iglesia de Santiago se encuentra el venerado lienzo de «El Señor de la Sentencia».
El Corpus parroquial se festeja el día 25 de julio de cada año, la plaza se llena de gente
y se ofrecen viandas como el ancestral Chiri uchu, Llacway uchu o Altar uchu con
abundante cerveza y chicha. Se queman cohetes y castillos y alegres comparsas de
bailarines ejecutan danzas como: el majeño, el auca chileno, sajra, contradanza, etc.,
venidos de Paucartambo y otros lugares. Aún se puede observar a las bandas indígenas
típicas de las comunidades parroquiales, con pito o flauta traversa, tambor o huancar,
pututos y viejísimas cornetas, que hacen juego con la paupérrima indumentaria de
nuestros nativos, totalmente alcoholizados, con una bola de coca en los carrillos.
Hoy ya no está el pintoresco párroco Dr. Alejandro Palomino, quien presidía estas
procesiones.
Otra procesión que aún se realiza es la procesión nocturna de viernes santo y la
procesión de la Virgen del Carmen, el 16 de julio.
También la iglesia posee un lienzo muy venerado con la imagen del Señor de Huanca.
EL APORTE DE SANTIAGO A LA PINTURA COLONIAL CUSQUEÑA.
PINTORES INDIOS DE SANTIAGO.

Mesa-Gisbert, señalan que entre los discípulos y ayudantes del inmortal Diego Quispe
Tito, se encontraban: Diego Callaimara, Alonso Yunca, Diego Huallpa y Andrés Juan
Túpac. Según Vargas Ugarte estos artistas indios fueron «oficiales pintores dignos de
mención», Provenían de la parroquia de Santiago y fueron llamados para el Convento de
San Francisco el año de 1650 para dar un informe sobre el cuadro de la Virgen del
Milagro.(Mesa p.159)
En la página 178, vuelve a citar a estos pintores indígenas co-parroquianos insinuando
«la existencia de un grupo cohesionado de pintores de raza indígena en el Cuzco a
mediados de siglo (1650), -concluyendo líneas abajo que- (...) «No se conoce obra
identificada de estos pintores».
Igualmente cita al oficial dorador indio, Lucas Vilcas, «natural de la parroquia de
Nuestra Señora de Belén, contratado en 1658, para trabajar con el pintor y dorador
español Juan Calderón».
Entre los pintores que retratan a los donantes al pié de los lienzos, se encuentran: junto
a Juan Espinoza de los Monteros, Basilio Santa Cruz, Diego Quispe Tito y sus discípulos,
el maestro Joaquín Tisoc Sayritúpac Inga, «noble indio de la parroquia de Santiago», que
vivió en la segunda mitad del siglo XVII. (Mesa-Gisbert. Pág. 227)

LA CAPILLA DE CAPILLAYOC

Capillayoc es una callejuela angosta que desemboca en la plazoleta de Santiago. En el


solar de la esquina se encuentra una pequeña capilla cuya propietaria era la señora
Hortensia Fernández. La capilla fue reconstruida, no hace mucho, puesto que el
terremoto la había arruinado, pero la portada monumental y el escudo de piedra labrada
se hallaban amontonados en un rincón del patio, junto con grandes piedras labradas de
una construcción inca que hubo en el lugar.
Según testimonio de la Señora Fernández, el solar fue propiedad de un noble llamado
Inca Sihua y en cierta oportunidad allí se obró el milagro de la aparición de la Virgen.
En conmemoración de éste hecho, el inca Sihua mandó construir la capilla, en cuyo altar
mandó colocar un cuadro de la Virgen de Monserrat.
Fue éste el solar donde vivieron los artífices pintores indios de Santiago: también
cuentan que hubo un taller de campanas y joyas por eso es qué en esta capilla se
veneraba a San Eloy, Patrón de los orfebres y joyeros, cuya imagen un tanto
deteriorada, todavía se le podía ver en 1992, cuando escribí estas glosas.
Entre las obras de arte que subsisten tenemos: Un retablo en bulto del Padre Eterno; un
cuadro de la Virgen de la Natividad a los que los devotos han añadido cabello y una
mano en bulto que sobresale al cuadro. La propietaria nos contó que detrás de ese
cuadro se encuentra el lienzo antiguo de la Virgen de Monsérrat mandado pintar por el
inca Sihua. También pude ver un Señor de la Columna y un Cristo crucificado. En la base
del altar existe un lienzo antiguo que representa alegorías decorativas de flores y
dibujos arabescos.
Es de lamentar que este precioso patrimonio haya caído en manos privadas, por que los
herederos vienen vendiendo, poco a poco, lo que aún queda. Una parte de los lienzos
entre los que se dice que se encontraba uno de Santo Domingo, La Sagrada Familia y
otros, fueran vendidos a una familia de apellido Hermoza, de la Av. Antonio Lorena;
pude constatar, además, que la portada de piedra “le tocó en herencia” a una de las
hermanas, para que la dispusiese a su antojo.

Respecto al Inca Sihua, en el segundo tomo de «Noticias Cronológicas de la Gran Ciudad


del Cusco» de Diego Esquivel y Navia (Edición hecha por Félix Denegri Luna en 1980),
(p.345) Hay una fotografía de un lienzo donde se retrata de cuerpo entero a un noble
inca llamado don Marcos Chiguan Topa Inca, Cacique de inicios del siglo XVIII.

Al respecto de la dudosa propiedad de esta capilla por parte de esa familia particular
tenemos una observación hecha por el tradicionista Ángel Carreño en su libro sobre el
origen de las calles, en ella dice lo siguiente, al referirse a la plazoleta de Santiago:
«Más abajo, hace esquina con el angosto callejón llamado del «beaterio» la Capilla del
Carmen, cuyo Convento fue usurpado por un escribano apellidado Ramírez y vendido por
escritura pública, hace muchos años a propietarios cuyos descendientes existen en la
actualidad».

IGLESIA BELEN DE LOS REYES.

Un templo de elegante arquitectura que puede considerarse como la Catedral del


distrito, es la iglesia de los Reyes o de Belén.
Fue construida por el párroco Martín de Irure en 1690 (5) después del famoso sismo de
1650 que echó por tierra a la antigua edificación colonial.
El Dr. Uriel García dice al describirla: «La anuncia una típica fachada de presentaciones
platerescas, consta de un vano de entrada alto y recio de medio punto, con las puertas
claveteadas con grandes tachones. Encima se abre un vano de luz, también de medio
punto. Sus tres cuerpos arquitectónicos están formados por columnas corintias -cuatro
en el primero, ocho en el segundo y dos en el último- hornacinas, frisos, frontones y
otros sobrios elementos decorativos.”
“Entre esta sobriedad decorativa de la alta fachada, resaltan las que hay sobre la puerta
de entrada, bajo el frontón circular formado por la cornisa del primer cuerpo, o sea, los
bajos relieves que representan la Adoración de los Reyes Magos. En el escudo central
están representadas las imágenes de Jesús Niño, de Maria y de José y a los lados del
escudo, afrontados, como si fueran tenantes, dos Reyes, sobre sus clásicas cabalgaduras.
Decoración criolla qué sobresale de los cánones estéticos que informaron la construcción
de los demás templos del Cuzco. Dicho ornamento conserva la tradición de haber sido
elegida esta parroquia, primitivamente, en honor a los Reyes Magos.”
“Adosadas en la fachada se yerguen dos torres, de elevados campanarios, con
decoraciones que guardan armonía con la fachada.”
“El templo es de una sola nave, en forma de cruz latina, de una elevación interior
apreciable. Bajo sus bóvedas se nota una relativa riqueza decorativa, aunque sus íconos
de raídos indumentos, sus retablos fragmentados, sus lienzos de museo como en otros
templos de la ciudad.
Entre los retablos es digno de anotarse el del altar mayor, de un fulgente barroquismo
de áureos reflejos.”
“Hacia la cornisa de los muros maestros hay patinosos lienzos de ricos marcos tallados,
que representa escenas religiosas de escaso mérito artístico.
En uno de los retablos se encuentran la tradicional imagen de Belén, que merece una
veneración fanática por parte del pueblo.
El púlpito es una artística factura plateresca.
También aquí, en otros sitios, se ve la mano protectora y artística del obispo restaurador
del Cuzco arruinado por el terremoto, y a quien tanto lo mencionamos en el curso de
estos estudios” (“La Ciudad de los Incas” Pág. 239-240).
En su «Relación del Cusco», don Ignacio Castro (1788) (6), nos habla de la bella iglesia
de cantería y de mucho ornato interior. La devoción a una imagen de María Santísima
que allí se venera, hace que esta iglesia aunque distante se frecuente. No hay necesidad
o calamidad que amenace en que el recurso no sea a la Señora en su imagen. La traen
en procesión y conseguido el beneficio la restituyen a su iglesia con singular conmoción
de afectos en todos».
Más adelante, De Castro informa que en Belén y Santiago «hay tres casas con nombre de
beaterios».
En la obra «El Cuzco en 1835» de José María Blanco (7), podemos informarnos:
«El templo de la Parroquia de los Reyes, conocida en el día por la de Belén, es de cal y
de piedra sillar con bóveda y una sola nave. Se ignora su fundación. Está situado a 13
cuadras de la plaza mayor hacia el Sudoeste de ella. El pavimento está enlozado y tiene
una elevada media naranja bien tallada.
Es bastante claro por las portadas que tiene. La portada y las dos torres son de piedra
sillar y de orden compuesto, y en muy poco se diferencian de las de la catedral. Las
puertas, que son las únicas que tiene el templo son de cedro, y están adornadas de
gonces tallados, mascarones y clavos de bronce.
Sus altares dorados están construidos al uso antiguo, y sus majestuosas paredes de
piedra se hallan cubiertas de cuadros grandes de delicado pincel. El altar mayor, donde
está colocada la Virgen María de Belén está casi todo forrado en plata: tal es la devoción
que los fieles profesan a esta imagen. En el lado derecho de éste, que es el lado de
Epístola, y cae hacia el Este, hay una gran reja de hierro que corresponde al coro, que
tiene las Beatas llamadas de la Concepción, quienes cuidan este templo y del aseo de su
sacristía, que es hermosa en su estructura y pobre en sus ornamentos.
Entre las alhajas que tienen de plata son las principales las andas de San José, que son
sencillas, y las de la Virgen de los Remedios llamada de Belén, que son de tres órdenes y
bien tallados, las que las cargan las señoras de tango y los caballeros para ganar la
indulgencias concedidas a este objeto. Para esto pagan de 4 pesos hasta 100 o lo que
quieran. El mayordomo o colectador de estas obligaciones emplea seguramente este
dinero en cohetes y ruedas, para la bajada y subida de la Virgen en el Corpus, u otra
bajada que haga en la Catedral.
Tiene la Virgen concedido por la Silla Apostólica oficio y misa propia que lo rezan en
toda la Diócesis, y un jubileo plenario en el día de su fiesta.
El cura actual se llama D.D. Toribio Carrasco, sujeto recomendable por su ancianidad y
virtudes.»
Dice Carreño en sus tradiciones: Tomo I, pag. 45:
«La parroquia Belén fue fundada por el Corregidor Ondegardo por mandato del Virrey
don García Hurtado de Mendoza, segundo Marqués de Cañete, resolvieron establecerla
Cofradía y Mayordomía de la Adoración de los Santos Reyes; tocando a todos entregar
dinero por las misas del novenario, misa solemne y plática el día de la fiesta de Navidad
y el día de los Santos Reyes con lo cual henchía la bolsa del Párroco, almorzando y
comiendo en casa del Mayordomo, lo cual era una gollería.»

Según Mesa-Guisbert, el gran retablo mayor de esta iglesia fue ejecutado por los artistas
doradores Martín Valencia y sus hijos Gaspar y Francisco en 1714. «El contrato se
efectúa con el canónigo Tesorero de la Catedral don Juan Núñez Ladrón de Guevara, de
la orden de Calatrava.
Se comprometían los doradores a efectuar la operación «con toda la perfección, cuidado
y limpieza». Los Valencia también eran escultores como lo acredita su compromiso de
«entregar los bultos de imágenes que faltan que poner en dicho retablo, esmaltados y
bien perfectos», lo que incluye obviamente la encarnadura y esgrafiado. Por el trabajo
total se les pagaría tres mil pesos y a cuenta había recibido cuatrocientos. El tiempo a
emplearse era seis meses.» (Historia de la pintura cusqueña, Mesa-Gisbert, P.183).
Para mayor información, remitimos al lector también, a la obra «Historia del Cusco»
(Cusco Colonial) Tomo II, p. 459-464, del historiador santiaguino Víctor Ángles.
El terremoto del Cusco de 1950, destruyó gran parte de este hermoso templo,
especialmente las torres y fue reconstruido y restaurado por la CRIF. El fotógrafo Eulogio
Nishiyama, nos obsequió las copias de las fotografías que él había tomado momentos
después del sismo del 50.
Cabe anotarse que entre los enormes lienzos se encuentran una Anunciación que fue
pintada por el artista cusqueño, contemporáneo, don Agustín Rivero Ricalde.
La imagen de la Virgen de Belén cuya «milagrosa» aparición en aguas del puerto del
Callao, se narra en un enorme lienzo de la Catedral, pintado por el artista indígena
Basilio Santa Cruz Pumacallo, es conocida como la Patrona jurada del Cusco. Antaño,
tanto como en la entrada de Santos del Corpus cusqueño, como en la Ida de Belén, era
pomposamente festejada.
En la actualidad, el Corpus de Belén, se realiza el primer domingo después del Corpus
Christi, iniciando las fiestas o Corpus parroquiales.

LA IGLESIA DE LA ALMUDENA

En terrenos cedidos por el doctor Andrés de Mollinedo y Rado, sobrino del gran mecenas
del Cusco, Obispo Manuel Mollinedo y Angulo cerca del Convento y hospital de los
Betlemitas, se alza una hermosa capilla, construida en 1698, en la que se venera la
imagen de la Virgen de la Almudena, una de las obras más reconocidas del escultor y
artista inca Juan Tomás Tuiro Túpac. Según la tradición el Obispo Mollinedo había
entregado una astilla de la imagen de su devoción, que se venera en la capilla madrileña
de mismo nombre para que la incrustara en la cabeza de la escultura cusqueña.
Mollinedo y Angulo; había sido párroco de esta parroquia española, antes de ser
nombrado Obispo del Cusco.
Entre las reliquias que guarda esta iglesia, se encuentra: el corazón del famoso
mecenas, por su expresa disposición testamentaria y la tumba de su sobrino, licenciado
Andrés de Mollinedo y Rado.
La iglesia es pequeña, de planta en forma de cruz latina, y techumbre baja, posee una
cúpula decorada con mayólicas venecianas de colores verdosos. Los altares tallados en
cedro, púlpito muy bien labrado, tiene cuadros alusivos muy deteriorados y una torre o
espadaña con varias campanas pequeñas.
La imagen fue incorporada a la procesión del Corpus Christi y se le festeja el 8 de
setembre, día de la Inmaculada Concepción. El pueblo la conoce como «Mamacha
Natividad» y le profesa gran devoción. La fiesta es muy pomposa, con comparsas de
bailarines venidos desde Bolivia, el departamento de Puno y la provincia de
Paucartambo.
El color de la tez, los ojos almendrados de esta imagen mestiza, despierta la simpatía en
el gran pueblo. Lástima que tanto dinero gastado en quema de cohetes, castillos y
fuegos artificiales, así como abundante libación de bebidas alcohólicas y consumo de
viandas típicas, no vaya por lo menos a mejorar la prestancia a este templo. El sismo de
1986, dañó la estructura de la cúpula, y después de más de quince años, recién se
procedió a su restauración. La iglesia de la Almudena pertenecía a la parroquia de San
Pedro.
Entre las reliquias artísticas que guarda este templo, están tres tablas pintadas por el
denominado «Maestro de la Almudena», por ser aún desconocido su nombre: “La
adoración de los reyes”, “La adoración de los pastores” y “Los desposorios de la Virgen”,
pintados, según los esposos Mesa-Gisbert, entre 1580 y 1590, para otro templo y llevados
allí después de 1698. El maestro de la Almudena es, según estos autores,
probablemente, el florentino Pedro de Santángel. (Mesa Gisbert, p. 52).
Otro cuadro importante es «La Coronación de Espinas», copia de un cuadro de Van Dyck,
que se halla en el Museo de Prado en Madrid (Mesa Gisbert, p. 101).
El lienzo «San Juan con el cáliz y el dragón en la mano», tiene reminiscencias de la
escuela sevillana de Zurbarán. (Mesa Gisbert, p. 116).
El lienzo que representa al fundador de los Betlemitas ante la Virgen y la Trinidad. (Mesa
p.214), pertenece al pintor cusqueño Marcos Zapata. Una de las obras maestras de la
pintura colonial, debida al pincel de Marcos Zapata, y que se encuentra en este templo
es “La Virgen en trono, incensada por los ángeles” ó “La Virgen de la iglesia de la
Almudena”, pintado en el año de 1774. (Mesa Gisbert, p. 49).
El mismo pintor tiene también aquí un cuadro de “La Inmaculada”. (Mesa, p. 304).

EL PUENTE DE ALMUDENA
Otro monumento colonial de Santiago es el puente de la Almudena, que actualmente
está siendo intervenido por el INC, para habilitar otro paso para la carretera a Abancay.
La más antigua referencia a este puente se encuentra en el plano del Cusco colonial que
descubrió el Dr. John Rowe y que data del 1643, en el cual se ve dibujado este puente,
como uno de los principales, pues da paso al camino real del Contisuyo y es de presumir
que esté construido sobre las bases sólidas de un puente incaico. En 1926, la Fundation
Compani, realizó unas reparaciones y amplió el puente para el servicio carrozable al
cementerio de la Almudena. La ampliación se hizo usando unos pilares de concreto
armado y el puente sirvió, también, para colocar las tuberías que llevan el agua potable
a Santiago y al reservorio de Coripata.
En la cruz que estaba en el mismo puente y que fuera retirada a sus inmediaciones, hay
una fecha e inscripción talladas en la base de piedra: 1795.

EL OBISPO MOLLINEDO

El más importante benefactor, protector y mecenas de la época virreynal del siglo XVII,
fue sin duda el Obispo del Cusco, don Manuel Mollinedo y Angulo, por la cantidad de
obras monumentales que promocionó para el embellecimiento y progreso artístico de su
obispado y en especial de la ciudad del Cusco. Mollinedo llegó al Cusco en 1673 y ejerció
su fructífero mecenazgo hasta 1699, año en que falleció en esta ciudad.
Bajo su protección nacieron talleres de tallado en madera, de dorado, de pintura
colonial, etc., que con el tiempo darían fama y gloria a esta ciudad. Mandó levantar
prácticamente de las ruinas de la ciudad, desbastada por el terremoto de 1650, una
nueva ciudad, con iglesias de piedra, torres, capillas adornadas con bellísimos retratos
dorados, enormes lienzos, ornamentos de plata y oro, imágenes, andas de plata,
púlpitos, campanas y todo lo imaginable.
“Bajo su patronato,-dice Mesa Gisbert- florecieron artistas de la talla de Tomás Tuiro
Túpac, Basilio Santa Cruz, Marcos Rivera, Martínez de Oviedo”, etc.
(..)”A él se debe la introducción del barroco y de la escuela madrileña del siglo XVII”
Hay noticias que pudo haber traído dos cuadros de El Greco al Cusco, pero estos dos
lienzos no han sido encontrados.
«El esplendor del barroquismo - dice el Marqués de Lozoya- (8) coincide con la presencia
en la cede episcopal del Cuzco de un gran mecenas: el madrileño don Manuel Mollinedo,
nacido en la Villa y Corte, colegial de Alcalá y doctor por esta Universidad fue cura
párroco de la Almudena (de Madrid). Hombre culto y de gustos refinados, generoso hasta
el extremo, es, según Marco Dorta, para el Cuzco, lo que Lorenzo el Magnífico para
Florencia. El gran mérito del Obispo Mollinedo consiste en haberse dado cuenta exacta
de la capacidad artística del indio. Todas sus construcciones fueron edificadas por mano
de indios. Un nativo fue el más importante de sus arquitectos, el que define el estilo que
pudiéramos llamar «Mollinedo»; Manuel de Sahuaraura. Su gran escultor, capaz de
conseguir con la gubia insólitas maravillas, es otro indio: Juan Tuiro Tupac”.
Para más información sobre la iglesia de la Almudena, el lector puede consultar al
artículo «Iglesia de la Almudena Convento y Hospital Betlehemita», del Dr. Ángles
Vargas, en su obra «Historia del Cusco» Tomo II, página 520.

El ilustre prelado, el más importante de cuanto religioso hubo por estos lares, hizo dar
término a la reconstrucción de la catedral y la compañía, se dedicó, usando su fortuna
personal, a construir iglesias y ornarlas con joyas valiosísimas, cuadros, marcos y altares
que hoy exhibimos con tanto orgullo. “¡Cincuenta iglesias construidas en todo el ámbito
de su extensa diócesis y otros costosos objetos de culto y exornación en sólo veinte
años!”, dice en tono exclamatorio el historiador Horacio Villanueva Urteaga, en el
trabajo antes referido.
En la catedral, Mollinedo hizo construir altares de cedro, el maravilloso coro, el púlpito,
las andas del señor de los Temblores, la custodia de plata y oro, “guarnecida de
esmeraldas y amatistas” escribe el Dr. Villanueva Urteaga citando un pasaje del no
menos acucioso historiador cusqueño Dr. Julián Santisteban Ochoa, refiriéndonos,
además, que Mollinedo mandó construir y adornar la capilla de San Antonio Abad y la
iglesia de San Blas, para cuya realización el obispo contribuyó con un fuerte caudal de
sus propias rentas.
No debemos confundir, sin embargo, la obra del gran prelado madrileño, con la de sus
ilustres sobrinos y émulos: Don Andrés de Mollinedo y Rado, párroco de la parroquia del
Hospital de Naturales del Cusco, quién edificó las iglesias de San Pedro y de “La
Almudena”. Y del licenciado Don Gaspar de Mollinedo, párroco de Urubamba,
constructor de la iglesia de esa localidad.
El obispo Mollinedo, fallecido en 1699, según los tratadistas de su vasta obra, renovó el
gusto artístico de la región, impuso el barroco en la arquitectura, la columna salomónica
en los retablos y el influjo flamenco y sevillano en la pintura.

LA ANTIGUA PARROQUIA DE SAN MIGUEL

José María Blanco en su obra «El Cuzco de 1835» dedica unas cuantas líneas sobre el
tema y escribe:
«A diez cuadras de la Plaza mayor, y hacia el Sudoeste de ella está la capilla de San
Miguel en un sitio llamado Coripata (Alto o lugar de oro) que es de adobe y techo de una
sola nave y sirve de panteón a los cadáveres de los padres dominicos. Se asegura que
antes del terremoto del Cuzco fue esta capilla el templo de un curato, cuyos feligreses
se dispersaron con la ruina”.
Como sabemos esta capilla fue el asiento de la antigua parroquia fundada por el
licenciado Polo de Ondegardo. En tiempos de J. M. Blanco todavía existía, para
extinguirse totalmente, después.
El libro “Los Incas del Cuzco” siglos XVI- XVII-XVIII de John Howland Rowe, publicado por
el INC en el 2003 (9) bajo la dirección del Dr. Jorge Flores Ochoa, contiene el artículo:
“El barrio de Cayau Cachi y la parroquia de Belén”, donde el Dr. Rowe investiga las
causas de la desaparición de esta parroquia y de cómo, al parecer, se mudó su gente y
su iglesia a la parroquia de Belén, y de los pleitos que tuvieron esos habitantes con el
dueño de la hacienda de Collque Machaqhuay, don Antonio Henríquez de Monroy, “por
haberles quitado el agua de Collque Machaqhuay”. Por lo que Rowe sugiere que el
antiguo lugar original del barrio Cayau Cachi habría sido Qoripata y, según sus
informantes, hasta 1900 todavía estaba en pie la torre de adobe de la antigua iglesia.
En cuanto a la creación de la parroquia de Belén escribe Rowe:
“ El 26 de febrero se nombró y señaló por alcalde de la parroquia de Cayocache de
nuestra señora de Belén y la Magdalena a don Juan Uscamaita Panaca...dieronle por
alguaciles... a don Sebastián Quispe Uscamayta y don Alonso Llama Oca (f.69v)”.
“Cayau Cachi fue un barrio antiguo en el camino de Cuntisuyu; Don Juan Tambo
Uscamayta, o Mayta Panaca, fue el principal de los descendientes del Inca Mayta Capac.
Después de 1572, fue testigo de la historia de los Incas de Pedro Sarmiento de Gamboa
(1906, p 131). Don Alonso Llama Oca fue principal de Maras Ayllo (Sarmiento de
Gamboa, cap. 11, 1906, p. 34)”

Quizás esa era el agua de “Ccantoq” que hasta la llegada de la Fundation Compani,
tadavía abastecía de líquido elemento a la ciudad, llegando entubada hasta la pileta de
Santa Clara. Esta agua de Ccantoq Uno esta citada en uno de los dibujos de Guamán
Poma.

SANTIAGO EN LAS TRADICIONES CUSQUEÑAS.

Santiago en la época colonial fue una zona de refugio de la nobleza, pues abundaban
familias de rancio apellido y blasones. Condes, Duques, caballeros que poseían portal
con una cadena en sus casas solariegas, de modo que el delincuente que fuera
encontrado por la policía, agarrando estas cadenas, quedaba libre y al servicio del dueño
de la casa. Estas casas de la cadena hubieron en la calle del Inca, que antes se había
llamado “Cadenayoq” o calle de la cadena. En esta zona vivieron, también, al servicio
de los españoles, los indios cañaris, venidos del Ecuador, y hubo una calle, hoy
desaparecida, llamada Cañari.
Se cuenta que durante la colonia, en la plaza de Santiago se realizaban torneos entre
caballeros, a la usanza peninsular y, allí mismo, al pie de la cruz se nombraba caballeros
de Santiago.
Nuestro barrio ha contribuido en las tradiciones populares del Cusco.
Algunas de ellas son:
“Frailes” (A la luz del relámpago) y “Zelenque”, de la tradicionista cusqueña Doña
Clorinda Matto de Turner.
“El crimen de Maram-pata”; “Concubina y verdugo”; “El fantasma del Ti-lu-li”; en las
“Tradiciones cusqueñas” de Angel Carreño, tomo I.
“El reclamo de un cadáver”; “La huérfana y el camisón de satanás”; “El terrible fin del
magnate”; “El castigo de un perjuro”; “La caridad de la virgen” y “La felonía de don
Pacorro Tijerolini”, en el segundo tomo de “Tradiciones Cusqueñas” de A. Carreño.
Un tema típico de Santiago es el denominado, “Rapto de Olavita”, una de cuyas
versiones fue publicada por el tradicionista Ángel Carreño, en 1937, como tradición
Cusqueña de la Colonia, drama en tres actos y un epílogo. Y trata de una bella joven
tentada por el demonio y que salvó su alma al aferrarse a la cruz. Un ejemplar de esta
rara edición tengo en mi poder con la esperanza de reeditarlo, pues es una joya de la
cultura santiguina.
La novela “El Ángel Salvador” (10) de Narciso Aréstegui, también trata del rapto de
Olavita, por el rey de Averno.wwww

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