Вы находитесь на странице: 1из 10

Constitución de la República Bolivariana de Venezuela

PREÁMBULO

El pueblo de Venezuela, en ejercicio de sus poderes creadores e invocando la protección de Dios,


el ejemplo histórico de nuestro Libertador Simón Bolívar y el heroísmo y sacrificio de nuestros
antepasados aborígenes y de los precursores y forjadores de una patria libre y soberana;

con el fin supremo de refundar la República para establecer una sociedad democrática,
participativa y protagónica, multiétnica y pluricultural en un Estado de justicia, federal y
descentralizado, que consolide los valores de la libertad, la independencia, la paz, la solidaridad,
el bien común, la integridad territorial, la convivencia y el imperio de la ley para esta y las
futuras generaciones; asegure el derecho a la vida, al trabajo, a la cultura, a la educación, a la
justicia social y a la igualdad sin discriminación ni subordinación alguna; promueva la
cooperación pacífica entre las naciones e impulse y consolide la integración latinoamericana de
acuerdo con el principio de no intervención y autodeterminación de los pueblos, la garantía
universal e indivisible de los derechos humanos, la democratización de la sociedad internacional,
el desarme nuclear, el equilibrio ecológico y los bienes jurídicos ambientales como patrimonio
común e irrenunciable de la humanidad;

en ejercicio de su poder originario representado por la Asamblea Nacional Constituyente


mediante el voto libre y en referendo democrático,

Decreta la siguiente CONSTITUCIÓN:

Principio de no intervención

El principio de no intervención es la obligación de los Estados de abstenerse o


intervenir, directa o indirectamente, en los asuntos internos de otro Estado con la
intención de afectar su voluntad y obtener su subordinación. Es un principio del
Derecho Internacional Público y deriva directamente de la independencia de las
naciones y el derecho de autodeterminación de los pueblos. Este principio de no
intervención prácticamente equivale al de no injerencia en los asuntos internos de
otro país.

Origen

El origen del principio de no intervención se encuentra en la Doctrina Monroe


desarrollada en 1823 por el Presidente James Monroe de los Estados Unidos bajo
el lema de «América para los americanos» en función de la cual sostuvo que las
potencias europeas no tenían derecho a intervenir en ninguna parte del
continente. Paradójicamente, la Doctrina Monroe fue considerablemente dirigida a
detener la intervención de las potencias imperiales europeas sobre las recién
independizadas colonias, pero abrió también camino a la intervención neocolonial
de los Estados Unidos en el continente americano.
Doctrina Estrada

El 27 de septiembre de 1930, Genaro Estrada, entonces secretario de relaciones


exteriores del gobierno de Pascual Ortiz Rubio en México, envió una carta a todos
los representantes de aquella nación en el extranjero. En ella les refirió un gran
principio que a la postre sería conocido como La doctrina Estrada. En la cual
queda perfectamente desarrollado el principio de no intervención, aunque con un
enfoque diferente al usado por James Monroe.

En esta doctrina, se establece que ante la existencia de gobiernos extranjeros y


actividades emanadas de ellos, México no se mostraría partidario de emitir juicios
al respecto. Ya que esta práctica se considera denigrante, en el principio de que
menoscaba la soberanía de tales estados. Además se establece que México tan
sólo se limitará a mantener o retirar a sus agentes diplomáticos en otras naciones,
así como aceptar o seguir aceptando, según se considere necesario, a
representantes extranjeros.

Así se fundamenta, para México, un principio de no intervención en el cual este


país no se considera en capacidad de juzgar, aprobar o desaprobar a otras
naciones.

http://biblio.juridicas.unam.mx/revista/pdf/DerechoComparado/76/art/art3.pdf

http://luismfernandez.blogspot.com/2011/04/el-principio-de-la-no-intervencion.html

Vigencia del principio de no intervención


—Gustavo-Adolfo Vargas *—
Managua

La no-intervención constituye, junto con la igualdad jurídica de los Estados y la


proscripción del uso de la fuerza, un fundamento de la lógica interna del Derecho
Internacional Público. El principio se encuentra codificado de manera explícita en
numerosos tratados multilaterales.

Igualmente, la Carta de Naciones Unidas, excluye cualquier intervención de la


Organización en los asuntos internos de los Estados. Por otro lado, el principio de
no-intervención encuentra sustento, por una necesaria y elemental congruencia,
en la prohibición del uso de la fuerza, así como la afirmación del principio de
igualdad soberana, incluidos igualmente en la Carta.

Probablemente la formulación más acabada del principio de no- intervención se


encuentre en la Carta de la Organización de Estados Americanos (OEA),
especialmente en los artículos: 18, 19 y 20.
A partir de 1945, la no-intervención debe ser considerada como una norma
imperativa de derecho internacional que no admite acuerdo en contrario. Como ya
se indicó, el principio se encuentra clara y categóricamente enunciado en los
principales tratados multilaterales que versan sobre la materia. En efecto, las
cartas de la ONU y de la OEA son muy precisas al respecto. Por otra parte, la
práctica de los Estados han sido consistente en el sentido de condenar los actos
de intervención.

Así, las intervenciones más flagrantes han sido objeto de condena en la Asamblea
General de las Naciones Unidas, por ejemplo: Hungría en 1956; Afganistán en
1980; Grenada en 1983; Panamá en 1989, etc.

Las decisiones judiciales también son una fuente importante para determinar el
estado que guarda ese principio frente al orden jurídico. La Corte Internacional de
Justicia (CIJ) se ha pronunciado puntualmente y sin ambages en favor de la norma
de no-intervención, por ejemplo: en 1949 en el caso del Canal de Corfú; en 1986
de Nicaragua contra los Estados Unidos de América, etc.

Con esas decisiones, la CIJ ha dejado firmemente establecido un precedente


jurídico que facilitará, en el futuro, la creación de una jurisprudencia. Asimismo,
dejó claramente establecido que, conforme al orden jurídico vigente, no existe un
derecho de injerencia.

También la Asamblea General de las Naciones Unidas se ha pronunciado de


manera particularmente enérgica en torno a la cuestión. En efecto, en una
resolución de un gran peso político, ese órgano adoptó en 1970 la Declaración
sobre los principios del derecho internacional relativos a las relaciones amistosas y
la cooperación entre los Estados.

De esta suerte, el derecho convencional consagrado en los tratados multilaterales,


la práctica continua de los Estados, las decisiones de la Corte Internacional de
Justicia y las resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas,
ratifican la vigencia de un derecho internacional en materia de no-intervención. La
repetición de esas decisiones por los Estados y órganos políticos y jurídicos de la
comunidad internacional, con la convicción de que se actúa conforme a un criterio
legal, ratifica la existencia de un derecho consuetudinario internacional que
prohíbe las injerencias dictatoriales.

El fin de la Guerra Fría ha provocado, por un lado, el resurgimiento de fuentes de


tensión y violencia, y, por otro, la pretensión de establecer un nuevo orden
internacional basado en los valores que presumiblemente resultaron victoriosos en
dicha contienda ideológica, la democracia liberal y le economía de mercado.

En los últimos años ha surgido una amplia corriente de opinión en los países
hegemónicos, que pretende revisar el principio de no-intervención y legitimar un
supuesto derecho de injerencia en nombre de la protección de los derechos
humanos y la promoción de las formas democráticas de gobierno. En su versión
más radical (OTAN), su opinión sostiene que el concepto de soberanía ha
quedado superado por los cambios en el sistema político internacional, la
globalización de la actividad económica y los avances en materia de
comunicaciones y transportes.

Si bien las potencias intervencionistas siempre han tratado de justificar sus


injerencias invocando excusas legales, por lo general pretendían establecer un
nuevo derecho de la comunidad internacional para determinar las formas
concretas de organización política de los Estados soberanos, como sucede en el
caso del supuesto derecho de injerencia. En el pasado han utilizado argumentos
que han resultado en la mayoría de los casos falaces, y han buscado encubrir
usos de la fuerza contrarios al espíritu de la Carta.

Tradicionalmente se han pretextado excepciones al principio de no intervención


aduciendo, por ejemplo, que la potencia interventora no pretende violar la
integridad territorial de un Estado o su independencia política, sino tan sólo
proteger bienes y personas, evitar el caos, defender otros intereses nacionales o
salvaguardar la seguridad internacional.

La pretensión de establecer un derecho de injerencia, invocando una serie de


razones aparentemente legítimas, modifica principios fundamentales del orden
jurídico internacional estrechamente relacionados entre sí. Con el pretendido
"derecho de injerencia" lo que se proponen las potencias hegemónicas, es
modificar un principio básico del orden internacional, la característica esencial que
determina el comportamiento de las unidades políticas que participan en la
comunidad de naciones.

Los países latinoamericanos, que han sido a lo largo de su historia víctimas de


intervenciones injustas, han reafirmado la eficacia del principio jurídico de no-
intervención, promoviendo su vigencia; y, en general, la del derecho internacional,
como un medio de supervivencia frente a las ambiciones de la potencia
hegemónica.

Sería paradójico que los Estados Unidos de América, intervinieran en Colombia,


ya que fue precisamente en la Conferencia de Bogotá, en 1948, que el principio se
incluyó en la Carta de la Organización de Estados Americanos. Desde entonces el
sistema regional americano, el primero de los acuerdos regionales a que se refiere
la Carta de las Naciones Unidas (Capítulo VIII, artículos 52-54), reposa en el
principio de la no-intervención.

* Gustavo-Adolfo Vargas, jurista, politólogo y diplomático, ex embajador


representante permanente de Nicaragua ante la Organización de Naciones Unidas
y otros Organismos Internacionales en Ginebra (Suiza) y Viena (Austria).

http://archivo.elnuevodiario.com.ni/1999/noviembre/05-noviembre-1999/opinion/opinion1.html
Intervención humanitaria
Joana Abrisketa

http://www.dicc.hegoa.ehu.es/listar/mostrar/131

Acciones emprendidas por la comunidad internacional en el territorio de un determinado


Estado con el fin de proteger y defender a la población de violaciones graves y masivas de
los derechos humanos fundamentales, y de garantizar la asistencia humanitaria a las
víctimas de conflictos armados cuando el gobierno soberano impide su paso.

Se trata de un concepto que se presta a cierta confusión, en buena medida por su


evolución durante los últimos años. Para algunos autores (Gundel; 1999:9), la intervención
humanitaria abarca en general acciones de tipo político, diplomático y militar, con los
objetivos mencionados; en tanto que el concepto de intervención militar humanitaria se
referiría específicamente a las acciones armadas.
Sin embargo, en términos jurídicos, el concepto de intervención humanitaria se utiliza en
un sentido más restrictivo, como una acción específicamente militar de uno o varios
Estados dentro de otro para frenar las violaciones graves y masivas de los derechos
humanos (Brownlie, 1991:44). Además, se entiende también como el recurso a la fuerza
armada para imponer la ayuda humanitaria que se pretende proporcionar a las víctimas
de los conflictos armados cuando el Estado soberano territorial impide el paso de la
asistencia humanitaria.

Su carácter generalmente coercitivo y la inexistencia del consentimiento del Estado son los
elementos definitorios que distinguen al concepto de intervención humanitaria del de
acción humanitaria (ver acción humanitaria: fundamentos jurídicos). Igualmente, la
diferencia con las operaciones de paz realizadas en el marco de naciones unidas radica en
que también en éstas existe el consentimiento del Estado en el que se llevan a cabo.

La práctica de la intervención humanitaria es previa a la creación de la ONU en 1945. Así,


por ejemplo, Francia intervino en Siria en 1860 para salvar a los maronitas masacrados por
los drusos, y varios países occidentales y Japón lo hicieron en China para proteger a su
población cristiana en 1901. Después de 1945, algunas intervenciones invocando razones
humanitarias fueron la de Egipto y Jordania al crearse Israel en 1948, la de EE.UU. en
Líbano en 1958, o la de Israel en Entebbe en 1976 para rescatar a sus nacionales en un
avión secuestrado.

Ahora bien, en la post-Guerra Fría, desde principios de los 90, se ha registrado un


inusitado incremento de este tipo de intervenciones, debido a la proliferación de
emergencias complejas, caracterizadas por violaciones masivas de los derechos humanos
en contextos de conflicto civil y el desmoronamiento del Estado. Además, la presión de los
medios de comunicación internacionales ha forzado a los gobiernos occidentales a
mostrarse activos ante sus opiniones públicas, resultándoles menos difícil y costoso
ponerse de acuerdo sobre actuaciones con un trasfondo humanitario que sobre políticas
eficaces para la solución de los conflictos. Entre otras intervenciones, destacan las de Irak
(1991), Somalia (1992), ex Yugoslavia y Ruanda (1994).

Estas intervenciones se han realizado habitualmente con el recelo de diversos países


(como China, Rusia, Cuba, Turquía o Marruecos), que invocan la validez del principio de
soberanía temerosos de que una consolidación de la práctica de la intervención para
defender los derechos humanos pudiera volverse en su contra.

Por otro lado, el auge de las intervenciones humanitarias guarda relación también con una
creciente relativización del principio de soberanía, sobre todo en lo referente a la
protección de los derechos humanos fundamentales. En este sentido, a finales de la
década de los 80 se acuñó la expresión “deber de injerencia” por Bettati y Kouchner
(1987), quienes defendían que el derecho internacional debía ser revisado a fin de no
confiar solamente al Estado soberano territorial la competencia para el suministro de la
ayuda humanitaria y el acceso a los heridos. Ahora bien, la expresión implicaba por
encima de todo un comportamiento ético, deducido de cierta subjetividad moral o
religiosa, pero no de una obligación jurídica. En este sentido, observa P. M. Dupuy
(1992:75-76) que no se trata de un verdadero “deber de injerencia” de los Estados en los
asuntos internos de otro Estado, sino de un derecho de terceros Estados de suministrar
asistencia humanitaria, o “derecho de injerencia”, correspondiendo al Estado territorial el
aceptarlo.

1) La intervención humanitaria conforme a la Carta de Naciones Unidas

La intervención humanitaria constituye una excepción a tres de los principios más


consolidados en el derecho internacional: el de soberanía estatal; el de no intervención en
los asuntos internos de otros Estados y el de la prohibición de usar la fuerza armada. Los
tres constituyen el pilar de las relaciones internacionales y aparecen plasmados en la Carta
de las Naciones Unidas. Ahora bien, la Carta no se refiere explícitamente a la intervención
humanitaria. De este modo, su justificación se encuentra en una interpretación extensiva
de los supuestos que, según el cap. VII de la Carta, permiten la adopción de medidas
coercitivas contra un Estado, consistente en entender que las violaciones graves de los
derechos humanos son aplicables a tales supuestos.

En efecto, la Carta consagra el principio de no intervención, pero también la excepción al


mismo, cuando en su art. 2.7 afirma que: “Ninguna disposición de esta Carta autorizará a
las Naciones Unidas a intervenir en los asuntos que son esencialmente de la jurisdicción
interna de los Estados ...; pero este principio no se opone a la aplicación de las medidas
coercitivas prescritas en el Capítulo VII”. El principio de no intervención fue luego
ratificado en 1970 por la Declaración 2625 de la Asamblea General de Naciones Unidas
sobre los Principios de Derecho Internacional referentes a las relaciones de amistad y de
cooperación entre los Estados.

Como vemos, los principios de soberanía y no intervención pueden quedar sin efecto
mediante la aplicación del cap. VII, el cual otorga al Consejo de Seguridad la capacidad de
adoptar medidas coercitivas, incluido el uso de la fuerza armada, contra un Estado que
haya cometido una “amenaza a la paz”, “un quebrantamiento de la paz” o “un acto de
agresión”. Estas posibles medidas coercitivas están orientadas a “mantener o restablecer
la paz y la seguridad”, y constituyen el denominado “sistema de seguridad colectiva” de la
Carta de Naciones Unidas.

Tras el fin de la Guerra Fría dicho sistema de seguridad colectiva ha experimentado dos
cambios decisivos. Por un lado, si durante aquélla estuvo paralizado por el habitual
recurso al derecho de veto de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad
(EE.UU., Reino Unido, Francia, China y Rusia), la superación de la rivalidad bipolar ha
hecho posible su aplicación en varias ocasiones. Por otro, como avanzábamos antes, se ha
afianzado la interpretación de que las violaciones graves y sistemáticas de los derechos
humanos fundamentales constituyen amenazas o quebrantamientos de la paz. Esto se
debe a que la proliferación de tratados internacionales sobre derechos humanos implica
que tales derechos han alcanzado una aceptación universal, por lo que su violación no
puede ya ser considerada como un asunto exclusivamente nacional y que compete sólo al
Estado soberano, pero no al conjunto de la comunidad internacional. Como consecuencia,
el Consejo de Seguridad, ampliando sus competencias sobre el mantenimiento de la paz y
seguridad internacionales, puede ahora, aplicando el cap. VII, autorizar acciones
coercitivas contra un Estado con objeto de frenar las violaciones de derechos humanos.
Así lo hizo, por ejemplo, con ocasión de los conflictos de Somalia (1991), la antigua
Yugoslavia (1992) y Ruanda (1994).

2) Intervención humanitaria unilateral

En algunas ocasiones, la valoración de determinados actos como violaciones de derechos


humanos graves y la consiguiente adopción de medidas coercitivas para la protección de
éstos no es realizada por el Consejo de Seguridad, sino por determinados Estados por su
cuenta. Algunos ejemplos de estas denominadas intervenciones unilaterales fueron la de
Israel en Entebbe (Uganda), en 1976, con ocasión del secuestro de un grupo de israelíes
por una organización palestina; la de Estados Unidos en Granada en 1983, para proteger a
los norteamericanos residentes en la isla; y la de la OTAN en Kosovo en 1999 con el fin de
frenar las graves violaciones de los derechos humanos contra los albanokosovares por el
régimen de Milosevic.

Estas intervenciones unilaterales, al no contar con la autorización del Consejo de


Seguridad, son consideradas ilícitas por la gran mayoría de los especialistas en derecho
internacional. Ahora bien, algunos autores (Bermejo, 1993; Oraá, 1995) sí las consideran
legítimas como último recurso para salvar los derechos humanos cuando el Consejo no lo
hace y siempre que se satisfagan las siguientes condiciones: a) existencia de una violación
grave de los derechos humanos fundamentales; b) agotamiento de otros medios
diplomáticos y de presión sin que se haya conseguido salvaguardar esos derechos
humanos; c) proporcionalidad entre el uso de la fuerza y los objetivos perseguidos; d)
carácter limitado de la operación en el tiempo y en el espacio; e) informe inmediato de la
intervención al Consejo de Seguridad y, si se da el caso, al organismo regional pertinente.

Evidentemente, las intervenciones unilaterales encierran el riesgo de que las condiciones


señaladas pueden ser objeto de amplias interpretaciones y ser instrumentalizadas al
servicio de los intereses geopolíticos de los Estados que las realicen. Sin embargo, también
las intervenciones avaladas por el Consejo de Seguridad pueden responder a los intereses
de las grandes potencias que son miembros permanentes de ese órgano.

Un paso decisivo hacia el afianzamiento del intervencionismo unilateral por parte de la


OTAN se dio en abril de 1999, al aprobar en Washington su Nuevo Concepto Estratégico
con motivo del 50 aniversario de su fundación y un mes después de iniciados los
bombardeos contra Serbia por su represión hacia los albaneses de Kosovo. Dicho
documento redefine los objetivos, métodos y ámbito de actuación de la nueva OTAN de
cara al futuro. La transformación de sus fines radica en que la OTAN pasa de los
meramente defensivos a asumir como misión esencial el “defender la seguridad y los
valores democráticos dentro y fuera de sus fronteras”, incluyendo entre sus cometidos la
lucha contra el genocidio, el terrorismo y las armas de destrucción masiva. En cuanto al
ámbito de actuación, éste no se circunscribe a los propios miembros de la organización y
circundantes, sino a una amplia e imprecisa zona euroatlántica, que abarcaría gran parte
del hemisferio norte, incluyendo zonas que Rusia considera de su influencia. En tercer
lugar, y esto es lo más relevante, en el Nuevo Concepto Estratégico la OTAN se reserva el
derecho de actuar sin el permiso expreso del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas,
entendiendo que basta con no contradecir la Carta de Naciones Unidas o las resoluciones
del Consejo. De este modo, la OTAN ha consagrado su propio derecho de intervención
humanitaria unilateral, transgrediendo la Carta de Naciones Unidas según la cual los
organismos regionales no aplicarán medidas coercitivas sin la autorización del Consejo de
Seguridad. La propia intervención militar en Kosovo, que estaba en plena ejecución sin el
aval del Consejo mientras se aprobaba el Nuevo Concepto Estratégico, representaba su
materialización práctica.

Estos cambios que acabamos de comentar son coherentes con un incremento de la


unipolaridad de EE.UU. como única superpotencia tras el fin de la Guerra Fría, palpable en
distintas actuaciones en las que ha prevalecido por encima de las Naciones Unidas: el veto
a la reelección de Butros Gali para sustituirlo por un secretario general más dócil, la firma
de los acuerdos de Dayton auspiciada por Estados Unidos y no por las Naciones Unidas, los
bombardeos unilaterales de Irak, etc. El papel de las Naciones Unidas parece haber
quedado relegado a un segundo plano, a pesar de que el fin de la Guerra Fría y la erosión
del principio absoluto de la soberanía estatal le auguraban un papel preponderante.

3) Intervención para salvar a nacionales

Un último debate sobre el tema, recogido por Bermejo (1993), se refiere a la posible
intervención por un Estado para salvar las vidas en peligro de ciudadanos suyos en peligro
en otro Estado. Numerosos autores entienden que ésta no puede considerarse
propiamente una “intervención humanitaria”, por cuanto su justificación legal sería más
bien la de la “legítima defensa”. Dado que los ciudadanos nacionales son un componente
esencial del Estado, el ataque a los mismos en el extranjero supone un ataque al propio
Estado, lo que autoriza a ejercer el derecho a la legítima defensa. Ahora bien, otros
autores señalan que, teniendo en cuenta que el fin último de la figura de la intervención
humanitaria es restablecer el respeto de los derechos humanos, la nacionalidad de la
población a favor de la que se interviene es irrelevante. Por lo tanto, el uso de la fuerza
para proteger a los nacionales debería fundamentarse más en el concepto de la
intervención humanitaria que en el de la legítima defensa. J. Ab.
Bibliografía

 Abellán, V. (1993), "La ampliación del concepto de mantenimiento de la paz y la seguridad


internacional por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas: fundamento jurídico y
discrecionalidad política", en AA.VV., Hacia un nuevo Orden Internacional y Europeo.
Estudios en Homenaje al Profesor Manuel Díez de Velasco, Tecnos, Madrid, pp. 3-26.
 Bermejo, R. (1993), El marco jurídico internacional en materia de uso de la fuerza:
ambigüedades y límites, Cívitas, Madrid.
 Bettati, M. y B. Kouchner (1987), Le devoir d'ingérence, Denoël, París.
 Brownlie, I. (1991), International Law and the Use of Force by States, Clarendon, Oxford
(1ª ed., 1963).
 Dupuy, P. M. (1992), Droit international public, Dalloz, París.
 Gundel, J. (1999), Humanitarian Assistance: Breaking the Waves of Complex Political
Emergencies. A Literature Survey, Working Paper 99.5, Centre for Development Research,
Copenhague. En internet: http://www.cdr.dk/wp-99-5.htm
 Oraá, J. (1995), "Derecho Internacional y posibilidades de intervención en situaciones de
emergencia", en AA.VV., Convulsión y violencia en el mundo, Seminario de Investigación
para la Paz, ed. Diputación Foral de Aragón, Zaragoza, pp. 98-114.
 Ramón, C. (1995), ¿Violencia necesaria? La intervención humanitaria en derecho
internacional, Trotta, Madrid.
 Roberts, A. (1999), "El papel de las cuestiones humanitarias en la política internacional de
los años noventa", en Unidad de Estudios Humanitarios, Los desafíos de la acción
humanitaria, Icaria, Barcelona, pp. 31-70.
 Verwey, W. (1992), "Legality of Humanitarian Intervention after the Cold War", en Ferris,
E. (ed.), The Challenge to Intervene: A New Role for the United Nations?, Life and Peace
Institute, Uppsala (Suecia).
 Zalaquett, J. (1998), "Moral Reconstruction in the Wake of Human Rights Violations and
War Crimes", en Moore, J., Hard Choices. Moral Dilemmas in Humanitarian Interventions,
Rowman & Littlefield Publishers, Oxford, pp. 211-228.

Вам также может понравиться