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PREÁMBULO
con el fin supremo de refundar la República para establecer una sociedad democrática,
participativa y protagónica, multiétnica y pluricultural en un Estado de justicia, federal y
descentralizado, que consolide los valores de la libertad, la independencia, la paz, la solidaridad,
el bien común, la integridad territorial, la convivencia y el imperio de la ley para esta y las
futuras generaciones; asegure el derecho a la vida, al trabajo, a la cultura, a la educación, a la
justicia social y a la igualdad sin discriminación ni subordinación alguna; promueva la
cooperación pacífica entre las naciones e impulse y consolide la integración latinoamericana de
acuerdo con el principio de no intervención y autodeterminación de los pueblos, la garantía
universal e indivisible de los derechos humanos, la democratización de la sociedad internacional,
el desarme nuclear, el equilibrio ecológico y los bienes jurídicos ambientales como patrimonio
común e irrenunciable de la humanidad;
Principio de no intervención
Origen
http://biblio.juridicas.unam.mx/revista/pdf/DerechoComparado/76/art/art3.pdf
http://luismfernandez.blogspot.com/2011/04/el-principio-de-la-no-intervencion.html
Así, las intervenciones más flagrantes han sido objeto de condena en la Asamblea
General de las Naciones Unidas, por ejemplo: Hungría en 1956; Afganistán en
1980; Grenada en 1983; Panamá en 1989, etc.
Las decisiones judiciales también son una fuente importante para determinar el
estado que guarda ese principio frente al orden jurídico. La Corte Internacional de
Justicia (CIJ) se ha pronunciado puntualmente y sin ambages en favor de la norma
de no-intervención, por ejemplo: en 1949 en el caso del Canal de Corfú; en 1986
de Nicaragua contra los Estados Unidos de América, etc.
En los últimos años ha surgido una amplia corriente de opinión en los países
hegemónicos, que pretende revisar el principio de no-intervención y legitimar un
supuesto derecho de injerencia en nombre de la protección de los derechos
humanos y la promoción de las formas democráticas de gobierno. En su versión
más radical (OTAN), su opinión sostiene que el concepto de soberanía ha
quedado superado por los cambios en el sistema político internacional, la
globalización de la actividad económica y los avances en materia de
comunicaciones y transportes.
http://archivo.elnuevodiario.com.ni/1999/noviembre/05-noviembre-1999/opinion/opinion1.html
Intervención humanitaria
Joana Abrisketa
http://www.dicc.hegoa.ehu.es/listar/mostrar/131
Su carácter generalmente coercitivo y la inexistencia del consentimiento del Estado son los
elementos definitorios que distinguen al concepto de intervención humanitaria del de
acción humanitaria (ver acción humanitaria: fundamentos jurídicos). Igualmente, la
diferencia con las operaciones de paz realizadas en el marco de naciones unidas radica en
que también en éstas existe el consentimiento del Estado en el que se llevan a cabo.
Por otro lado, el auge de las intervenciones humanitarias guarda relación también con una
creciente relativización del principio de soberanía, sobre todo en lo referente a la
protección de los derechos humanos fundamentales. En este sentido, a finales de la
década de los 80 se acuñó la expresión “deber de injerencia” por Bettati y Kouchner
(1987), quienes defendían que el derecho internacional debía ser revisado a fin de no
confiar solamente al Estado soberano territorial la competencia para el suministro de la
ayuda humanitaria y el acceso a los heridos. Ahora bien, la expresión implicaba por
encima de todo un comportamiento ético, deducido de cierta subjetividad moral o
religiosa, pero no de una obligación jurídica. En este sentido, observa P. M. Dupuy
(1992:75-76) que no se trata de un verdadero “deber de injerencia” de los Estados en los
asuntos internos de otro Estado, sino de un derecho de terceros Estados de suministrar
asistencia humanitaria, o “derecho de injerencia”, correspondiendo al Estado territorial el
aceptarlo.
Como vemos, los principios de soberanía y no intervención pueden quedar sin efecto
mediante la aplicación del cap. VII, el cual otorga al Consejo de Seguridad la capacidad de
adoptar medidas coercitivas, incluido el uso de la fuerza armada, contra un Estado que
haya cometido una “amenaza a la paz”, “un quebrantamiento de la paz” o “un acto de
agresión”. Estas posibles medidas coercitivas están orientadas a “mantener o restablecer
la paz y la seguridad”, y constituyen el denominado “sistema de seguridad colectiva” de la
Carta de Naciones Unidas.
Tras el fin de la Guerra Fría dicho sistema de seguridad colectiva ha experimentado dos
cambios decisivos. Por un lado, si durante aquélla estuvo paralizado por el habitual
recurso al derecho de veto de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad
(EE.UU., Reino Unido, Francia, China y Rusia), la superación de la rivalidad bipolar ha
hecho posible su aplicación en varias ocasiones. Por otro, como avanzábamos antes, se ha
afianzado la interpretación de que las violaciones graves y sistemáticas de los derechos
humanos fundamentales constituyen amenazas o quebrantamientos de la paz. Esto se
debe a que la proliferación de tratados internacionales sobre derechos humanos implica
que tales derechos han alcanzado una aceptación universal, por lo que su violación no
puede ya ser considerada como un asunto exclusivamente nacional y que compete sólo al
Estado soberano, pero no al conjunto de la comunidad internacional. Como consecuencia,
el Consejo de Seguridad, ampliando sus competencias sobre el mantenimiento de la paz y
seguridad internacionales, puede ahora, aplicando el cap. VII, autorizar acciones
coercitivas contra un Estado con objeto de frenar las violaciones de derechos humanos.
Así lo hizo, por ejemplo, con ocasión de los conflictos de Somalia (1991), la antigua
Yugoslavia (1992) y Ruanda (1994).
Un último debate sobre el tema, recogido por Bermejo (1993), se refiere a la posible
intervención por un Estado para salvar las vidas en peligro de ciudadanos suyos en peligro
en otro Estado. Numerosos autores entienden que ésta no puede considerarse
propiamente una “intervención humanitaria”, por cuanto su justificación legal sería más
bien la de la “legítima defensa”. Dado que los ciudadanos nacionales son un componente
esencial del Estado, el ataque a los mismos en el extranjero supone un ataque al propio
Estado, lo que autoriza a ejercer el derecho a la legítima defensa. Ahora bien, otros
autores señalan que, teniendo en cuenta que el fin último de la figura de la intervención
humanitaria es restablecer el respeto de los derechos humanos, la nacionalidad de la
población a favor de la que se interviene es irrelevante. Por lo tanto, el uso de la fuerza
para proteger a los nacionales debería fundamentarse más en el concepto de la
intervención humanitaria que en el de la legítima defensa. J. Ab.
Bibliografía