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Dice Lucía
Hojas marchitas del calendario de los años setenta se desprenden sobre las heridas aún
frescas del jueves de Corpus. Por esa vereda del tiempo camina la inexperta Ana, recién
reclutada por uno de los comités político estudiantiles del Colegio de Ciencias y
Humanidades: el Movimiento Revolucionario de Izquierda Radical, conformado por
jóvenes apasionados y de ideas extremistas. A la muchacha llegada a la ciudad para sus
estudios se le hace adoptar cierto pseudónimo, equivalente a su nombre de guerra... Ella
elige Lucía, que con el paso de los días se convierte en Luciérnaga... Lucky... Lucrecia...
Lucas... Luz... El nombre sobrepuesto conforma un alias, como lo alude el título de la
novela, y curiosamente, sus transformaciones van dando pistas del modo en que es
tratada por el grupo al transcurrir su estancia en la célula.
Facturada en tres capítulos extensos de títulos tan sugerentes como la prosa de Eva
Leticia de Sánchez (Entre ser y no ser, él sería un prócer; Bajo el dulzón mirar de las
estrellas que con indiferencia hoy me ven volver; ¿Y qué hicimos de esa rebeldía?) más
un epílogo esclarecedor, Alias Lucía nos conduce por el dédalo de una historia de
iniciación adolescente en el mundo de los ideales revolucionarios, escasamente
reflejados en las acciones de los personajes que introducen a Lucía, con sólo fragmentos
aislados, decepcionantes, al materialismo dialéctico e histórico, al marxismo leninismo y
a las lecturas de José Revueltas y Mario Benedetti. A lo largo de las 162 páginas de la
novela, conocemos no sólo el mundo interior de las células estudiantiles que pretenden
el cambio del país, comandadas en parte por Enrique, Pato, El Borrego, El Colombia, El
Gallo, Mamalucha y muchos alias más, sino el yo profundo de Ana, que presencia
asombrada, con desilusión paulatina, los accidentes amargos de la contradicción
humana. Esto último es lo que dota del carácter de novela, antes que de anecdotario o
texto de recuerdos, a Alias Lucía.
Tal como ocurriese con la novela de Kundera, La broma, Alias Lucía aspira a
ofrecérsenos no como la antinovela de la revolución, sino como obra de la memoria: ese
jardín del que nunca podremos ser expulsados. De haber aspirado la escritora a erigir la
antinovela aludida, el resultado habría sido también un pasquín de ideología, otro
panfleto. Antes bien, se trata de la crítica ríspida y documentada a la que se permite fluir
a través de la ficción y vivencias de personajes, más aún, a partir del lenguaje silencioso
de la autora, para que su heroína hable. ¿No es ese el método de la buena narrativa?
Antes de la caída del Muro de Berlín ya se habian derrumbado otros muros, los de la fe
inamovible o los del dogma ideológico —que al cabo resultan lo mismo— y el
detonante para tal estrépito no fue sino la desilusión. Dice Lucía: “Era más fácil obtener
certezas recurriendo a los dogmas, que tratando de analizar”. Las acciones consecuentes
acabaron como literatura, porque existen hechos que en lugar de refereridos propenden a
ser narrados. Aludamos aquí al alcance estricto de la palabra narrar, que conlleva
también el conocer. Es innegable que la caída del Muro derribó mitos y vicios históricos,
aunque sólo fue para instituir otros. Como despojos nos quedaron las memorias, las
confesiones, los secretos incómodos: material imprescindible para novelar.
Resulta notorio que Alias Lucía inicie con un nudo de tensión —el atraco a la virginidad
de su protagonista— que la autora supo conservar y hacer crecer. Su recurso logró
sostener la narración hacia atrás en el tiempo, internándose por los ámbitos íntimos de lo
pretérito. Sin habilidad, la técnica habría resultado en narración derivativa, enunciativa y
sin drama. Al transcurrir las páginas del libro podemos dar fe de las inquitudes de Lucía,
la soledad de Lucía, el deseo adolescente y genuino de la joven por pertenecer a la tribu.
De tal modo, entrega sin reparos su vida, energía y tiempo a la causa. Se le pide no
asistir a clases y matricularse a los cursos sólo para tener el pretexto justo de ingresar a
las instalaciones del colegio. Se le adiestra en la disposición de propaganda política. Aun
con impericia, es entrenada en el manejo de una pistola. La camarada Lucía sabe que
llegará el momento de emplear lo aprendido para fines más 'prácticos', como el atraco a
un banco, colocar algunas bombas por aquí y por allá, reventar la caja de una tienda o
hasta el posible secuestro de alguien de la asquerosa clase burguesa. A sabiendas de que
su vida correrá peligros futuros, no sólo ante las acciones de clandestinaje, sino por la
represión que todo mundo vaticina, jamás vacila en mostrar su talante. Cada noche, al
final de sus actividades militantes debe atravesar la ciudad y como dice Lucía misma:
“A las doce o una de la mañana todavía tenía frente a mí tres kilómetros de miedo a lo
largo de una ancha y solitaria avenida”. ¿Qué más aprende la joven? Por un lado, a
golpes de panfleto, conoce los secretos de colocar carteles, la elección del mejor
engrudo, el boteo en los autobuses o las aulas. Por el otro, desentraña lo que puede o no
mover a la acción revolucionaria: en su compañera Florencia nota carencia del “motor
del resentimiento”. En cambio, El Colombia y El Gallo, dice Lucía, y con ello la autora:
“exudaban resentimiento; no el resentimiento que alcanza para el reclamo de lo que se
considera justo, sino el que sobra para cobrárselas al que se ponga enfrente”. Las líneas
anteriores nos muestran que la autora de Alias Lucía, además de un amplio dominio en
el tema que trata posee la habilidad para dibujar e inyectar alma a sus personajes. Por si
fuera poco, Eva Leticia de Sánchez traza con precisión la farsa y la paranoia,
ingredientes que dotan a su creación de conflicto creciente.
Alias Lucía es también el despojamiento de una máscara. Ahí está ahora, mirándose al
espejo de aquellos años en busca revelaciones. Dice Lucía: ”Me involucré en la
militancia política por motivos totalmente equivocados —concluí—; no por ser de
origen obrero, sino precisamente para no parecerlo, para no reconocerme ordinaria; para
parecer pobre por elección [...] y no porque fuera mi condición real”. Atributo aparte es
que la autora presenta los descubrimentos de su protagonista sin recurrir a la voz
solemne o dolida que emplearía, digamos, alguna escritora propensa a exhibir la
marginación del género femenino. Dejemos a otras plumas los ánimos emancipadores,
que la de Eva Leticia persigue la literatura. Para su logro, la narración de Alias Lucía se
sustenta en registros nítidos de voces, diálogos naturales y la depuración de la prosa que
fluye desde la mirada consciente. Dosis de ironía administradas a cuenta gotas, destellos
de humor, dotan de levedad esta narración de peso.
Sospecho que para Eva Letica de Sánchez la novela es la única lente para mirar a través
del tiempo. O bien, el mecanismo de la memoria para erigir sus logradas arquitecturas.
Debe tratarse de la vía de los significados a través de las palabras. Lo enuncia mejor su
protagonista. Describiéndose, dice Lucía: “[...] yo, Ana, alias Lucía, la que aprendió a
creer en un nuevo significado de las palabras...”
Isaí Moreno