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Caleuche.

La chalupa de las ánimas del lago Lácar


Recopilado por Bertha Koessler, 1962
Narrado por Nancupán
Extraído de ¨Cuentan los mapuches¨, edición de César A Fernández, Ediciones
Nuevo Siglo SA, Buenos Aires, 1999 (*)

Parecía que iba a ser un día nublado (1), pero cuando me fui a eso del mediodía al
Lácar, para ver mis majadas, que pastaban cerca del peñasco llamado la Bandurria,
el sol se había comido la neblina, había iluminado todo. Como aceite se veía el
agua, que se movía suavecito. En el cielo no se veían nubes grises ni oscuras: ni
siquiera ¨plumitas¨ de color se veían. Cuando miré otra vez el vallecito que está a la
derecha de la Bandurria, vi que algunos de mis animales miraban furiosos hacia el
lago. Y allí fue que vi el ¨palo¨, el árbol de los espíritus, que es del lago (2).
Pero a mí no me parecía árbol sino una barca, que tenía dos palos y clarito se veían
los hombres que remaban. Pesada andaba, despacio; no tenía nada de raro;
cualquiera podía ver que iba hacia el Sur. Cuando yo, contento, les hice señas, ni
me miraron; parecía que descansaban no más, sin hacer ruido casi, y miraban
alrededor sin preocuparse. Yo sabía que en el lago no hay barcas, solamente una
que otra canoa. Conocía las barcas, que una vez, cuando fui en un malón que
hicimos en Bahía Blanca, vi muchas cosas nuevas y también estas barcas. Y lo que
me parecía ya tan antiguo, resultó de repente muy cerca: una barca en el Lácar.
Relucía todo, parecía que la barca se agrandaba y que quería subirse en el aire,
igual que una nube clarita. Grité y les hice señas. Hice ondear mi trarülonko entre los
arbustos. Me parecía conocer las caras de la gente, que movían los remos todos por
igual. Eran caras satisfechas, tranquilas, que saludaban al sol. Tan cerca estaba de
ellos, que el ruido de los remos en el agua lo escuchaba lo más bien. Todo ahí era
luz; alegre era eso. Tuve como un escalofrío y quería estar con los amigos. Quería
correr hasta la playa. Una barca de los espíritus sería; serían los antiguos que se
atrevían a andar en pleno día y sin viento. Pero todavía quise esperar a ver qué iba
a hacer la barca, si seguiría para el Sur… Linda se la veía, cómo iba bajo el sol,
sobre el lago limpito. Entonces parecía que querían dar vuelta. Pero al contrario.
Remaban para el centro del lago, donde se había formado una mancha oscura, azul,
alrededor. La mancha se hacía más grande y la barca se achicaba. De repente,
cambió todo: los que remaban se volvieron gaviotas. Volaban en círculo como para
orientarse y al fin decidieron nadar. Mucho rato todavía se veían sus alas y se
escuchaba su risa: jü, jü, jü. Pero el otro que me hizo acordar a un malle, que hace
rato se reunió con los antepasados, se volvió un gran ketrú. Chapoteaba fuerte;
haciendo mucho ruido nadaba y dejó una mancha espumosa detrás, que se veía
como un trarülonko que flotaba en el lago. La barca se había vuelto un tronco de
leña, y el tronco se deshizo en muchos pedacitos grandes y chicos. Sobre el agua
flotaban y se hundieron al rato, después. Fuerte estaba todavía la luz del sol. Nada
se oscurecía con sombra. La barca se había ido para siempre y yo estaba seguro de
haber visto un ¨cambio¨. Uno de ésos de que hablaban en la tribu desde antiguo,
desde muchísimo tiempo atrás. De los cambios que cuentan los viejos, cuando
hablan del uampú. Cómo no voy a creer en el ¨tronco¨, que muchos lo han
visto. Nguluches, que hay que creerles, chilenos, que saben muy bien lo que es
un uampú. A veces parece como cacique y hasta muestra el hacha de mando.
También sabe cabalgar sobre una gigantesca raíz, que hace pedazos lo que se le
pone por delante en las noches de tormenta. Todo eso significa desgracia, hay que
cuidarse. El ¨tronco¨ o ¨cacique¨, saben llamarlo, no es tan rico y poderoso
como Shompallue (3). Éste sí es poderoso; éste tiene en el fondo del lago casas y
vasijas de oro y las mujeres más lindas. Los viejos cuentan que vive solo en la
ciudad que está hundida en el lago. La ciudad que desapareció, que por eso se
llama Lácar el lago; quiere decir: la ciudad muerta. Así que él está viviendo en la
ciudad, mientras el ¨tronco¨ o ¨cacique¨ anda siempre sobre el agua, cuidando el
lago. Puede cambiarse en lo que más le guste, no hace nada malo, al revés
que Shompallue, que a veces no es muy bueno. Ahora, claro que también el ¨tronco¨
mata, cuando lo hacen enojar. Le gusta remar contra la corriente y contra el viento,
porque es muy fuerte. Su uampú es más grande y más pesado que otros, pero
muchas veces se dejar ver como tronco de árbol y no como canoa.
—————
(*) Con el fin de identificar adecuadamente este mito popular, se le adosó al título
original el vocablo ¨Caleuche¨. A lo largo del texto, se ha respetado la versión
original de César A Fernández, transcribiendo su notación.
(1) El texto fue traducido del alemán para Tradiciones Araucanas por Elisabeth
Koessler de Martínez.
(2) Según indican los anotadores de Tradiciones Araucanas (1962, p 195, n 3), se
trata ¨de un cacique que se ahogó y como palo vivo volvió a la laguna y andaba,
caminaba…¨. En el relato ¨Huaca Mamül¨ se amplía la referencia.
(3) B Koessler (1962: p 197 n 3) dice: ¨También se lo llama Nguenkó, ´señor de las
aguas´. Puede adoptar figura humana y ser de ambos sexos. Es temido por su
costumbre de molestar a las mujeres y a las vacas. Sale del agua, disfrazado, en las
noches de tormenta, y hace mucho daño. Su voz es como el bramido de un toro
inmenso. Suele aparecer como un hombre no mucho más grande que un enano, de
piel morena y pelo crespo –posiblemente por influjo etimológico-. Si rapta una niña
araucana pura, recompensa a los padres con abundante pescado, que deposita a la
puerta de su ruka. Se dice que los peces, a su mandato, se juntan en la orilla para
que él los extraiga.
trarülonko: Vincha que se coloca en la frente
malle: Tío
ketrú: Pato
uampú: Canoa de madera, hecha a partir de un tronco ahuecado
nguluches: Mapuches chilenos, de ¨ngulu¨: oeste y ¨che¨: gente.
Shompallue: Ser mitológico que vive en el agua, rapta a las jóvenes y se las lleva a
su reino submarino. Le paga a la familia de la mujer con peces, o con animales en el
caso del kotür.
“Lo que cuentan los wichis”, de Miguel Ángel Palermo
Los wichis crearon una cultura propia, una manera de entender el mundo, que
aparece en gran cantidad de historias. Son mitos religiosos, en los que se cree como
una verdad de los dioses, pero también cuentos inventados por el simple gusto de
divertirse.

“Tokjuaj y la lluvia”

Dicen que antes la Lluvia era un hombre, un hombre todo hecho de agua. Era de
agua, pero vivía en la tierra; por eso, todo estaba siempre bastante inundado. Un
día, Lluvia hizo mucha cerveza de algarroba – de esa que en el Chaco llamamos
aloja – y preparó una gran fiesta. Entre los invitados estaba Tokjuaj y – vaya uno a
saber por qué, ya que era riquísimo – se apareció en la reunión vestido con ropa
vieja, rota y sucia.
Lluvia era bastante cascarrabias y se ofendió mucho con él, porque lo tomó como un
desprecio. Por eso lo insultó de arriba abajo. Tokjuaj, entonces, fue corriendo a su
casa y se cambió.
¡Qué diferencia! Quedó muy elegante: todo vestido de negro, con sombrero aludo,
pañuelo blanco de seda al cuello, camisa fina, cinto con monedas de plata y unas
botas espléndidas, con espuelas de plata. Se miró en un charco y – muy contento
con su elegancia – volvió a la fiesta.
Pero Lluvia era un tipo bastante especial y tampoco quedó conforme. Ahora se
había puesto celoso de este Tokjuaj que llamaba la atención. Por eso, apenas lo vio
distraído, le tiró un rayo, que le erró por poco y partió un árbol en dos.
Claro, a Tokjuaj esto no le gustó nada, así que buscó una rama de árbol, la convirtió
en un rifle (¡cosas de sus poderes mágicos!), apuntó y le tiró dos balazos. Lluvia se
asustó, montó en su mula y se escapó a galope tendido.
Por detrás de él iba Tokjuaj, a los tiros, haciendo saltar astillas de los troncos y
salpicando agua de los charcos con sus balas.
Al fin, Lluvia se trepó a un árbol, con mula y todo, y desde la punta de la copa pegó
un tremendo salto que lo hizo llegar hasta el cielo.
Allí se ha quedado desde entonces. Pero como sigue con miedo a Tokjuaj, no para
un momento y va de acá para allá, montado en su mula mañera, que cada tanto
patea, y eso son los truenos. Anda envuelto hasta la cabeza con su poncho de
flecos larguísimos, que son los chorros de agua cuando llueve, y cada tanto asoma
los ojos: así se forman los relámpagos, como reflejos de esa mirada terrible que
tiene.

Miguel Ángel Palermo nació en Buenos Aires, en 1948.


Es antropólogo, fue docente en la Universidad de Buenos Aires e investigador del
CONICET. Escribió la colección La otra historia, de divulgación sobre los pueblos
aborígenes (Segundo Premio Nacional de Etnología y Folklore, Secretaría de
Cultura de la Nación), y es coautor de los volúmenes 6 y 7 de la serie didáctica El
trébol azul (Apique Grupo Editor). En narrativa, escribió Superhéroes de nuestro
pueblo, Lo que cuentan los onas, Loque cuentan los guaraníes y Lo que cuentan los
tehuelches.
El Bien Peinado
"El Bien Peinado" es una leyenda mapuche, y toca varios puntos interesantes; la
ambición material y el miedo a lo desconocido... entre otros tantos... pero sobretodo
nos relata el origen de aquella florecilla amarilla tan común en la cordillera que se
conoce como "Topa-topa". Algunos la llaman también "Zapatitos de duende" porque
su forma nos recuerda un par de botitas o zuecos, pero según este relato, podríamos
relacionarlas con otro tipo de ser. Los dejo con el cuento, así descubren ustedes con
cual.
La versión es la recopilada y adaptada por Miguel Angel Palermo, escritor, antropólogo
e investigador argentino.
:D

El Bien Peinado
Cuentan que una vez, cerca del lago Lácar, un hombre que estaba cuidando ovejas
se encontró con la entrada de una caverna; nunca la había visto antes y nunca había
oído a nadie hablar de que por ahí hubiera una gruta.

Como era muy curioso, se metió adentro; era una cueva muy pero muy honda. Caminó
y caminó y caminó y al rato de andar caminando ya no se veía nada porque hasta allí
no llegaba la luz del día: había una oscuridad total. Así que anduvo un rato tanteando
y así fue como con la mano tocó algo que le parecieron piedritas. Como no podía
mirarlas, sacó un puñado y salió. Al sol, ?vio que tenía la mano llena de pepitas de
oro!

Entonces, pensó que lo mejor era volver a entrar pero con gente que lo ayudara y luz
para revisar bien esa cueva oscura que parecía que no se terminaba más.

Juntó sus animales y volvió a su pueblo. Cuando ahí se enteraron de la cueva con
pepitas de oro, todos se entusiasmaron, prepararon antorchas, montaron a caballo y
allá fueron. Era un montón de gente.

Pero cuando llegaron a la boca de la caverna, se pararon en seco y muchos caballos


se asustaron, se encabritaron y hasta tiraron a sus dueños al suelo: junto a la entrada
había un hombre sentado. Eso no sería nada raro, pero es que el hombre era negro
como el carbón; esto tampoco sería tan raro, pero es que el hombre estaba muy bien
peinado... Pero lo raro de veras y lo que hizo que todos se pararan en seco y que los
caballos se espantaran no fue que hubiera un hombre negro bien peinado sentado
junto a la cueva, sino que tenía medio cuerpo de hombre y el resto - desde el ombligo
hacia abajo - era una enorme culebra, gruesísima y enroscada. Cuando la gente ve
cosas que no conoce, muchas veces se asusta, y cuando se asusta muchas veces se
pone mala. Así que todos se enojaron mucho con el hombre mitad hombre y mitad
culebra; se enojaron porque iban contentos a buscar oro y se habían encontrado con
algo feo, se enojaron porque se habían asustado y a ellos no les gustaba asustarse.

Así que lo rodearon, amenazándolo con palos, y lo cargaron en una carreta tirada por
dos bueyes y se lo llevaron para el pueblo, para decidir qué hacían con él, aunque la
verdad es que nadie tenía buenas intenciones.

El monstruo ni se inmutó; acomodó, bastante pachorriento, su medio cuerpo de


culebra en el carro, se arregló un poco el peinado y esperó con paciencia a que los
bueyes - más pachorrientos que él - llegaran al pueblo. Ahí se bajó y habló:

- Yo soy el Bien Peinado, así me llamo. No me hagan nada. Si me dejan tranquilo, les
voy a dar mucho oro, que parece que les gusta tanto; se me hacen mal, soy capaz de
hacer que venga un terremoto o una inundación, o mejor, un terremoto y una
inundación juntos.
- ¿Y cuándo nos vas a dar el oro y cuánto oro nos vas a dar? - quiso saber uno, al que
le gustaban los negocios claros.
- Ahora les voy a dar bastante, para que vean que es cierto; pero después me tienen
que llevar enseguida de vuelta para la cueva adonde vivo. Ahí les voy a dar muchísimo
más: van a ver amarillo todo el suelo - contestó el Bien Peinado.

Y entonces empezó a poner unos huevos iguales a los huevos de las culebras (que
son más chiquitos que los de las gallinas) pero ¡de oro!. El suelo se llenó enseguida;
la gente se amontonaba y se pegaba empujones por agarrar esas pepitas de oro, y
las guardaban en frazadas o en ollas o en bolsas o en canastos, según lo que cada
uno tenía a mano.

Sólo una viejita, que tenía fama de sabia, no se agachó a juntar ese oro; miró fijo al
Bien Peinado, sonrió un poco, se le acercó y le dio la mano. El monstruo le dio la suya
y también sonrió un poco.

Entonces hicieron subir al hombre-culebra de nuevo a la carreta y lo volvieron a llevar


a la cueva. Pero ahora no podían encontrar la entrada; había llegado al lugar pero la
caverna no estaba. Y ahí oyeron otra vez hablar al Bien Peinado:

- ¡Como les dije! ¡Van a ver amarillo todo el suelo! ¡Todo el suelo amarillo! ¡Ja, ja, ja!

En ese momento, el campo se puso dorado, pero cuando se agacharon para agarrar
las pepitas, vieron que no era oro, sino unas florcitas amarillas que nunca había habido
antes. Se dieron vuelta para preguntarle al Bien Peinado qué era eso, pero el Bien
Peinado ya no estaba. Había desaparecido. Buscaron y buscaron y buscaron, pero ya
no pudieron encontrar ni a la cueva, ni al monstruo, ni una sola pepita de oro.

Volvieron a su pueblo, y cuando fueron a buscar los huevitos de oro que habían
conseguido antes, se encontraron con que todas esas frazadas, esas ollas, esas
bolsas o esos canastos que habían llenado estaban ahora repletas de estas florcitas
amarillas. Y la viejita aquella, que era sabia y por eso sabía qué iba a pasar, se reía
despacito.

Al poco tiempo hubo un terremoto, aunque no muy fuerte, y el agua del lago creció
bastante y después volvió a bajar.

- ¡Esto es cosa del Bien Peinado! - comentaban todos.

Desde entonces, nunca más pudo encontrarse la caverna del hombre-culebra, y en


realidad nadie tenía ya muchas ganas de toparse con él; había resultado mucho más
poderoso de lo que creían, y tenían la impresión de que si no lo hubieran agarrado en
un día de buen humor, la cosa hubiera sido bastante más peliaguda.

Oro no tuvieron, pero desde ese día les quedaron esas florcitas amarillas que crecen
todos los años en la zona. Muchos les dicen "Topa-topa", pero los mapuches, que se
acuerdan de cómo aparecieron por primera vez, las llaman kuram filú, que en su
idioma quiere decir "huevo de culebra".

http://coleccion.educ.ar/coleccion/CD9/contenidos/para-seguir/index.html

Presentamos "Los animales y el fuego", versión literaria de una leyenda del


folklore mataco y "El mundo se quema", cuento toba. Los matacos
(también wichís) y los tobas son pueblos aborígenes de la región chaqueña
argentina. (Biografía, bibliografía y otros datos de Miguel Ángel Palermo, en la
sección Autores de Imaginaria.)

Los animales y el fuego

Recreación del folklore mataco por Miguel Ángel Palermo

Extraído, con autorización del autor, del libro Los animales y el


fuego (Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1978.
Colección Los Cuentos del Chiribitil).

Hace mucho tiempo los animales hablaban y hacían cosas de


personas.

Pero no tenían fuego, y como no se habían inventado los fósforos los


pobres tenían que comer su comida cruda, que mucho no les gustaba, y en invierno
pasaban bastante frío.

El Jaguar en esos tiempos no tenía manchas, sino que era todo lisito, amarillo.

Un día que estaba tomando calorcito en una montaña alta, al Sol le dieron lástima
los animales y lo llamó:
—¡Eh, Jaguar! Te voy a dar una cosa para que usen vos y los demás animales.

—¿Qué es? ¿Algo para comer? —dijo el Jaguar, que era bastante tragón.

—No, te voy a dar un poco de fuego. Hacé un atadito de ramas y pasto seco y
levantalo, que yo te lo enciendo. Pero tenés que convidarle a todos, ¿eh?

—Síii —dijo el Jaguar. Y preparó una antorcha, que el Sol prendió.

—Gracias, ahora les llevo a todos. Hasta pronto, Sol.

Y bajó de la montaña. Pero el Jaguar, no bien se alejó, dijo:

—¡Ja, ja! Ahora sí que voy a poder comer churrasquitos y asados y no todas esas
porquerías crudas. Y en invierno no voy a pasar más frío. Y a los demás no les doy
nada, porque al fin de cuentas la antorcha la preparé yo y me tomé el trabajo de
bajarla.

Así que se fue a su casa, juntó ramas e hizo un lindo fuego, al que iba agregando a
cada rato leña para que no se apagara nunca. Y comió asado y se acostó a dormir al
calor del fogón.

Pero la Avispa, que era muy curiosa y siempre andaba escuchando las
conversaciones de los demás, había oído lo que el Sol había dicho, así que se fue
volando a avisar a los demás.

—¡No puede ser! —dijeron los otros—. ¡Nosotros también queremos fuego! Vamos a
pedirle.

Entonces mandaron a la Lechuza, que sabía hablar muy bien, para que pidiera al
Jaguar una brasita. Pero cuando la Lechuza empezó a hablar el Jaguar le gritó:

—¡NOOO! ¡El fuego es MÍOOO! —y pegó tales rugidos que la pobre Lechuza se
asustó mucho y se escapó volando.

Entonces mandaron a la Vizcacha para ver si convencía al Jaguar. Pero no bien


empezó a hablar el Jaguar se enojó; se puso a rugir y la sacó corriendo.

Entonces mandaron al Loro, que empezó a dar charla al Jaguar, de cualquier cosa,
para ver si se ablandaba y le convidaba una brasita. Y habló tanto que el otro se
quedó dormido, medio mareado de escucharlo hablar tanto.

Entonces el Loro dijo:

—Bueno, vamos a aprovechar y a sacar un poquito de fuego.

Pero no se le ocurrió nada mejor que agarrar una brasa con el pico, y se quemó la
lengua. Pegó un grito y el Jaguar se despertó.

—¿Qué hacés? ¡Loro sinvergüenza! ¡Te voy a dar! —Y se abalanzó sobre el Loro,
que se escapó volando.
Entonces los animales mandaron al Zorro, que era muy vivo. Cuando el Zorro llegó
adonde estaba el Jaguar le dijo:

—¿Cómo le va, don Jaguar? —y empezó a charlar haciéndose el distraído.

—¡Basta de charlas, que ya me cansó el Loro! —le contestó el otro.

—¡Huy, cuánto trabajo tiene para mantener este fuego! ¿No quiere que lo ayude
trayendo ramas?

Como el Jaguar era bastante vago le dijo que sí y el Zorro empezó a trajinar
trayendo leña, amontonándola y echándola al fuego. El Jaguar empezó a
amodorrarse mientras vigilaba por las dudas al Zorro. Entonces éste le dijo:

—El fuego se va a apagar si no acomodamos mejor la leña. Voy a usar un palo para
acomodar las brasas.

Agarró un palo y empezó a revolver el fuego, hasta que la punta se encendió bien;
vio de reojo que el Jaguar se distraía y bostezaba y salió corriendo con el palo
encendido.

El Jaguar pegó un salto para atraparlo, pero el Zorro había dejado atravesados unos
palos, así que el Jaguar tropezó, se cayó y se ensució la piel con los carbones.

El Zorro corrió tanto que el Jaguar no lo pudo alcanzar.

—¡Ahora sí que me embromó el Zorro este! ¡Me sacó fuego y encima me caí y me
manché la piel, tan linda y lisita que la tenía!

Desde entonces todos tuvieron fuego para cocinar y calentarse en invierno y los
jaguares tienen manchas negras y andan siempre de malhumor.

El mundo se quema

Cuento toba, versión de Miguel Ángel Palermo

Extraído, con autorización del autor, del libro Cuentos que cuentan
los tobas (Buenos Aires, Secretaría de Cultura de la Nación-Ediciones
Culturales Argentinas/Centro Editor de América Latina 1986, Colección
Cuentos de mi país).

Cuentan que hace muchísimo tiempo, una vez apareció un perro en un


pueblo de tobas; nadie sabía de dónde venía ni quién era su dueño.

Dicen que este perro tenía la cara muy linda y que —cosa rara— también tenía una
barbita como la de algunos monos, pero nadie lo quería porque estaba muy sucio y
bastante sarnoso. Así que cuando se le acercaba a la gente, lo sacaban corriendo,
le gritaban y le tiraban cosas.
Pero un hombre le tuvo pena, lo llamó, le dio de comer, le dijo que se podía quedar
con su familia y hasta lo tapó con su poncho.

Se hizo de noche y todos se durmieron. Entonces, el perro se fue transformando:


empezó a crecer y crecer y a cambiar, y al final fue como un hombre, un hombre
muy lindo y bien vestido. Parece que era un dios, el dios de los tobas, que se había
disfrazado de perro para ver si la gente era buena.

Despertó al hombre que lo había ayudado:

—Levantate rápido, m’hijo, levantate que tenés mucho que hacer. Mañana mismo
toda la tierra se va a quemar porque son todos malos; va a haber un fuego grande
que no va a dejar nada. Vos solo te vas a salvar, porque sos bueno; vos y tu familia.

—¿Y qué tengo que hacer? —dijo el hombre.

—Escuchá bien: ahora mismo ponete a hacer un pozo grande, bien grande para que
entren vos y todos los tuyos. Cuando lo terminés, se meten enseguida adentro. Ahí
no les va a pasar nada. El fuego va a terminar y entonces pueden salir, pero oíme
bien: no se tienen que apurar, porque si no, el que no tenga paciencia y salga muy
rápido, se va a convertir en animal.

El hombre agarró una pala, hizo un pozo bien grande y se metió adentro con toda su
familia, que eran un montón: había abuelos y abuelas, tíos y tías, hijos y nietos,
sobrinos y primos, cuñados, yernos y nueras.

Amaneció y empezó a quemarse toda la tierra: los árboles, el pasto, las casas, todo.

Pasó un tiempo y el fuego se apagó: desde adentro del pozo ya no se oía más el
ruido de las llamas, ni se sentía olor a humo. Entonces uno de los familiares dijo:

—Bueno, yo salgo. Ya se acabó el incendio.

—¡Esperá! —le dijeron los otros.

—¡Quiero ver como está afuera! —contestó, y salió del agujero.

Afuera estaba todo quemado: quedaba la tierra, nada más, llena de ceniza y
carbones apagados. Pero como este hombre se había apurado mucho en salir,
apenas dio dos pasos, ¡paf!, se convirtió en oso hormiguero.

Pasó un día más, y una muchacha dijo que se aburría ahí dentro del pozo, que no
daba más y que iba a subir. Y salió nomás; ¡y enseguida se transformó en una
corzuela!

Pasó otro día, y otro impaciente salió: se convirtió en chancho de monte. Y así
después otro se hizo yacaré, y una mujer pajarito, y un hombre ñandú y otros más
fueron distintos animales: garzas, pumas, cigüeñas, carpinchos, zorros y de todo un
poco.

Al final, los que habían sido prudentes y esperaron, subieron del pozo y se quedaron
nomás como personas.
Un pajarito se puso a llorar porque no había pasto ni nada; no había nada para
comer, ¡y qué triste estaba todo! Y llorando, llorando, escarbaba la tierra con la patita
y así encontró una raíz verde. Vino el dios y le dijo:

—Plantá bien esa raíz, y así van a aparecer de nuevo las plantas.

El pajarito le hizo caso y en seguidita brotó pasto y después árboles y empezaron a


crecer y crecer muy rápido, y la tierra estuvo verde otra vez, como antes.

Los que habían quedado como hombres y mujeres, tuvieron hijos, y después nietos
y después bisnietos y después tataranietos y de ellos nació el pueblo toba.

Todos esos animales que se formaron a partir de las personas que habían salido
antes del pozo, fueron los primeros animales que hubo en esta tierra nueva después
del incendio.

El primer oso hormiguero fue el Padre de los osos hormigueros que vinieron
después; la primera corzuela fue la Madre de las corzuelas que hubo después y así
pasó con todos los demás.

Y dicen los tobas que esos Padres y Madres de los animales viven todavía y que se
ocupan de proteger a sus hijos. Los cuidan para que no les pase nada y se enojan
mucho si alguien les hace mal por gusto: lo único que permiten es que los hombres
cacen para comer, pero sin agarrar ni un animal más de lo que se necesite. Si los
hombres cazan demasiado o si no aprovechan bien lo que cazaron, entonces los
Padres de los animales, que son muy poderosos, se ponen bravos: pueden enfermar
al cazador o hacer que se pierda en el monte y además nunca más dejan que cace
ni un solo bicho.

Los otros animales, los animales domésticos como el caballo, la vaca, la oveja o la
cabra, vinieron después, más adelante: los mandó Dios desde el cielo.

Así fue que la tierra quedó como es hoy, con sus árboles y su pasto, sus hombres,
sus mujeres y sus animales.

La leyenda del Timbo - Varias versiones


En la última publicación, mencioné un cuento de Silvina Ocampo, "Timbó". Les
conté que me resultó imposible hallarlo en internet y que ese y otros cuentos
infantiles de la autora, faltaban en la recopilación "Cuentos completos"... Bien, fui a
lo de mis padres y tenía razón: allí estaba aquel libro de mi infancia que lo contenía.
Pero para compartir "Timbó" de Silvina Ocampo, antes me gustaría hablar sobre el
Timbó... una leyenda que descubrí gracias al haber buscado ese otro cuento.
El timbó pertenece a la cultura guaraní y hay una serie de mitos a su alrededor.
Pero, ¿qué es el Timbó? También llamado Pacará o Camba Nambi (oreja negra), es
un árbol que simboliza el amor paternal. El recopilador de la leyenda fue Lázaro
Flury en 1945 pero encontré varias versiones en internet, algunas más novelizadas
que otras. Elegí dos además de la de Flury.
Espero que les gusten.
Ah, acompañé los relatos con algunas imágenes del árbol... la imaginación del
hombre es infinita.

Versión 1 - Lázaro Flury

El timbó es un árbol corpulento de hermosa forma, cuya parte superior se parece a


una sombrilla abierta. Su madera es muy consistente y tiene la particularidad de no
agrietarse ni astillarse. Su fruto es una baya negra, muy semejante a una oreja
humana. Por eso los guaraníes le llaman cambá nambí ( oreja negra) . Este árbol
tiene una hermosa leyenda.

Se dice que un cacique famoso llamado Saguáa, adoraba a su hija bella como el sol,
llamada Tacuarée. Vivía por ella y para ella. Pero he aquí que un día Tacuarée se
enamora de un cacique de una tribu lejana. Llevada por ese amor irresistible
abandona a su padre para unirse al hombre amado. Sagnáa, desesperado, sale a
buscada. Anda días y días entre la selva afrontando miles de peligros. Nada le
arredra. Quiere encontrar a su hija amada. En el delirio de la desesperación cree
escuchar sus pasos en la selva y aplica sus oídos sobre la tierra. Ese oído capaz de
escuchar los más recónditos murmullos de la selva y descifrarlos. Pero nada puede
escuchar y sigue andando y apoyando su oído a la tierra, con la esperanza postrera
de oír los pasos de Tacuarée. Cuando ya sus fuerzas están agotadas, cae rendido,
presa de una fiebre mortal. Y muere con el oído pegado a la tierra...

Mucho tiempo después, dos hombres de su tribu lo encuentran, pero cuando quieren
levantar su cuerpo, notan que tiene una oreja. unida a la tierra donde ha echado
raíces. Para arrancar el cuerpo deben cercenar la oreja; pero ésta ha echado raíces
y da origen a una nueva planta que crece y se levanta majestuosa en la selva, y
todas las primaveras brinda unas bayas negras en forma de oreja humana,
recordando las orejas de indio. Es el timbó (cambá nambí) que simboliza el amor
paternal.

Versión 2 - Adaptación de Susana C. Otero

Dicen que dicen .....que la hermosa Tacuareé era tan bella como en ramillete de
orquídeas.

Saguaá, su padre era el cacique de esa comunidad, Tacuareé y Saguaá eran muy
queridos en el lugar.

Padre e hija se amaban, pero Saguaá sentía devoción por la muchacha, él estaba
orgulloso de ella y la protegía sobremanera, veía con buenos ojos a un guerrero que
la cortejaba.

Pero en una de sus incursiones al monte, en busca de frutos silvestres la jovencita


había conocido a un cazador que venía en busca de sustento a esas tierras desde
lejos. Tacuareé y el cazador se enamoraron apasionadamente y su padre al conocer
la noticia trato de oponerse, bien sabía el padre que la mujer debía seguir a su
hombre, eso aterrorizaba al cacique, eso era lo que él jamás hubiese querido.

Saguaá a pesar de su pena, y de saber, que tal vez por muchas lunas no volvería a
ver a su hija, se contentaba viéndola tan feliz e ilusionada, tanto que no pudo
impedirle que partiese.

Con el transcurrir de los días, extrañaba oír la voz y la contagiosa risa de su amada
hija. Sin embargo, solía contentarse pensando que a pesar de la distancia que los
separaba, Tacuareé debía estar feliz junto a su amor.

Pasaron los días, las semanas, los meses y no tenía ninguna noticia de ella.

Era mal presagio. Saguaá se sentía desesperadamente solo y preocupado.

Una noche, Saguaá tuvo un sueño, una pesadilla, se despertó sobresaltado,


angustiado, terriblemente abrumado, no perdió tiempo, Tacuareé estaba en peligro
inminente, guiado por su terrible presentimiento y con la seguridad que su querida lo
precisaba, partió llevando en su lliclla unas pocas provisiones, en busca de ella.

El camino era largo, el anciano caminó y caminó, estaba extenuado, pero con la
terquedad de un padre que cree que su hija lo necesita, no se dejaba vencer. Al fin,
llegó a las tierras donde su hija vivía, pero nada pudo encontrar allí, la comunidad
había sido arrasada por algún enemigo al que Saguaá no conocía.

El cacique no se dio por vencido, si algo había aprendido en su larga vida era
rastrear huellas, por ellas pudo saber que algunos integrantes de la comunidad
habían sobrevivido, las huellas lo llevaban a adentrarse en el espeso monte.

A pesar que las raciones ya se le habían agotado, pensó que el monte le daría de
comer, si sus fuerzas se lo permitían, si bien ya no gozaba de la agilidad de antaño,
se las ingeniaría como siempre lo había hecho.

Las huellas se perdían en la espesura, Saguaá cada tanto apoyaba su oreja en


tierra, él quería escuchar algo que lo llevase hasta su hija, más no fue capaz de
escuchar ningún sonido humano, debilitadas sus fuerzas cada vez más, la continuó
buscando por días y días, siempre con su oreja en tierra tratando de capturar algún
indicio que lo llevara hasta ella.

Pasaron muchas lunas, al ver que el cacique no regresaba, los integrantes de su


comunidad salieron en su búsqueda.

Después de mucho, fue encontrado sin vida y aún hincado con su oreja en tierra,
pero algo misterioso había sucedido con su oreja, le habían crecido raíces y de ellas
había brotado una misteriosa planta, desconocida hasta entonces.

Con el tiempo esta planta se convirtió en un frondoso árbol al que llamaron Timbó o
Camba Nambí, cuyos frutos tienen la forma de una oreja, tal vez sea ésta para que
nadie olvide el amor que Saguaá le profeso a su querida hija.
Versión 3 - Fernán Silva Valdés

Era un viejo cacique indio: alto, musculoso, de melena tirando a gris y de plumas
rojas bajo la vincha. La india que compartía su toldo le había dado varios hijos
varones seguidos y recién al final, una hija, la cual fue criada como una princesa,
salvaje, es cierto, pero con mimos de princesa.

Al llegar a los quince años, ésta se enamoró del hijo del cacique de la tribu vecina,
que era enemiga, y como por las leyes indígenas no podían unirse en matrimonio, se
unieron ellos por voluntad de amor ante máximo sacerdote de sus creencias
primitiva, que era el Sol.

Y la princesa, así, desapareció del toldo, o sea del hogar, pues el hijo del cacique,
huyendo a la vez de los suyos, le había llevado lejos.

El padre de la joven, desesperado, salió con un grupo de guerreros a rescatar a su


hija. En su busca cruzaron bosques, ríos, arroyos, escalaron serranías, andando
durante meses bajo las lunas blancas.

Pero llegó el invierno, y los guerreros, creyendo que el cacique había enloquecido de
dolor y creyendo a la vez que la princesa no iba a ser hallada, lo abandonaron.

Continuó el viejo cacique la búsqueda el sólo; pero ya no era el jefe, el tubichá,


quien lo sostenía en su intento, sino su amor de padre.

De tiempo en tiempo se detenía y apoyaba una de sus orejas en la tierra, siempre


con la esperanza de oír, a lo lejos, las pisadas de la princesa buscada.

Así pasó el invierno. Al llegar la primavera, los guerreros partieron en busca del
cacique, y luego de mucho andar lo hallaron muerto.

Al intentar levantarlo, notaron que una de sus orejas estaba unida a la tierra como
con raíces. Con cuidadoso esfuerzo le levantaron, pero la oreja quedó unida al
suelo.

Y de esa oreja nació una plantita, que fue creciendo, creciendo, hasta convertirse en
un grande y hermoso árbol, al que le pusieron el nombre de TIMBÓ; y ese árbol
produce las semillas o bayas con la forma humana de color oscuro, como fue la
oreja del viejo indio, que murió pegada su cabeza a la tierra en la esperanza de oír
los pasos de la hija que volvía.

en jueves, julio 31, 2014 5 comentarios:


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Etiquetas: Fernán Silva Valdés, Lázaro Flury, Leyendas, Susana C. Otero
viernes, 11 de octubre de 2013
Wun y Etensher, los gemelos de la luz
El cielo patagónico es el más bello del mundo. Si no me creen, visiten el sur
argentino y verán que no miento :D Tanto los amaneceres como atardeceres son
únicos. Para los tehuelches, ese juego de colores rojizos es obra de los gemelos
Wun y Etensher.
Según los tehuelches, cuando Xaleshem, el sol, y Keenyenkon, la luna, se casaron,
tuvieron varios hijos. Una de sus hijas fue Teluj, a quien conocimos en "El´Al y Teluj",
pero antes fueron padres de los gemelos de la luz. Vivían en Korkonk, la isla creada
por Kóoch.
Esta leyenda habla de ellos y relata otra parte del mito sobre el nacimiento de El'Al.
Fue recopilada para el libro "Cuentos, mitos y leyendas Patagónicos" por Nahuel
Montes.
Wun y Etensher, los gemelos de la luz
El matrimonio de Xaleshem y Keeneykon fue bendecido por Kóoch con dos mellizos:
Wun y Etensher que eran los encargados, respectivamente, de avisar a los
habitantes de Korkonk de la aparición o desaparición de sus padres, pero ni el cielo
del amanecer ni el del ocaso tenían color alguno. Wun se encargaba de ir aclarando
el cielo desde el negro absoluto de Tons (la oscuridad), a través de una cenicienta
gama de grises, hasta que la presencia de Xaleshem iluminaba todos los rincones
de La Isla, Etensher, por su parte, recogía la claridad al marcharse sus padres, hasta
que el negro manto de Tons cubría por completo La Isla. Y debió desatarse una
terrible tragedia para que esto cambiara.

Una noche, Nóshtex, uno de los gigantes hijos de Tons, raptó a Teo, la nube, y la
mantuvo cautiva durante tres días con sus consecutivas noches, durante los cuales
engendró en ella al semidios El'Al.

Kóoch, al enterarse de esta afrenta a una de sus hijas, desencadenó contra él una
maldición, a raíz de la cual Nóshtex, que era sumamente engreído y pagado de sí
mismo, no sólo sería superado en belleza y poderío por su propio hijo, sino que sería
admirado y venerado por todos los seres vivos de Korkonk.

Al conocer la noticia, Nóshtex experimentó un furor inenarrable, y decidido a acabar


con la amenaza que para él representaba su futuro hijo, asesinó a Teo y abrió su
vientre con un puñal de sílex, en un insano intento de acabar con la criatura que latía
en su vientre. Sin embargo, su crimen sería en vano, ya que Terr-werr, una tucutuco,
logró rescatar al niño con vida y lo escondió en su cueva para salvarlo.

Pero el esfuerzo de Terr-werr fue insuficiente para salvar a Teo que murió
desangrada. Nóshtex arrojó su cuerpo al espacio para no ser descubierto. No
obstante, la sangre que manaba a torrentes de su cuerpo salpicó a los gemelos Wun
y Etensher, y los tiñó de todos los tonos de rojo que hoy muestran el alba y el ocaso
haciendo que, de allí en más, los amaneceres y atardeceres patagónicos recuerden
a los que los contemplan el origen de los cielos más hermosos y quizás más trágicos
de la Tierra.

El zorrino, el puma y el cóndor


Como recordarán de "Kóoch, el creador de la Patagonia" y "Los inventos de Elal", el
gigante había raptado a Teo, la nube y el Kóoch profetizó que si ella tenía un hijo,
éste sería más poderoso que el gigante y lo vencería. Así nació El'Al y un día huyó
de la isla para crear todo lo que aún faltaba crear en el mundo. Kóoch creo el
universo, El'Al creo el hombre...
La leyenda de hoy fue recopilada por Nahuel Montes en "Cuentos, mitos y
leyendas patagónicos" y corresponde a las leyendas que hablan sobre la creación.
Dice Nahuel Montes que "fue referido por Kantrü, el anciano narrador de la voz
profunfa, habitante de la reservación de Sepaukal, en el sureño departamento de
Telsen, provincia de Chubut".

El lago de los tres en El Chaltén

El zorrino, el puma y el cóndor

Cuando terr-werr (tucu-tucu) eligió a los mensajeros que convocarían a los animales
para la reunión en la laguna, le encomendó a Oije, el zorrino, la tarea de avisarle a la
avutarda que El'Al ya estaba en condiciones de emprender el viaje para alejarse
de Korkonk, la isla, con rumbo a la Mapu (la tierra, la Patagonia). Encantado con su
misión, Oije salió corriendo tan apurado, que Goyse, el gigante hermano de Nóshtex,
que se encontraba patrullando junto a la orilla del lago, le preguntó el motivo de su
urgencia.

Al verse frente al malvado hermano, el zorrino se asustó tanto que terminó por
confesar toda la verdad, pero una lechuza que pasaba casualmente por allí lo
escuchó y regresó de inmediato junto a Terr-werr, a quien contó lo que había
sucedido. La indignación fue tremenda, pero El'Al, que comprendió lo indefenso que
se había sentido Oije frente a Goyse, en lugar de castigarlo, decidió darle un medio
de defensa para el futuro, y le hizo crecer la glándula que lo caracteriza, la cual
expele un olor tan nauseabundo que pone en fuga a otros animales mucho más
grandes que él.

Desde entonces, cuando Oije se encuentra con un hombre, se siente avergonzado


de haber sido tan cobarde y, creyendo que es otro gigante, reacciona rociándolo con
el pestilente líquido. No obstante los esfuerzos de Terr-Werr por convocar a todos
los animales, tanto Goin, el puma, como Ñaiki, el gato montés, y los demás felinos, a
pesar de haber sido avisados de la reunión, primero por Kapenkenk, el flamenco y
luego por Mexeush, el ñandú, optaron no sólo por no concurrir a ella, sino también
por reconocer que tampoco hicieron nada por impedirla.

Sin embargo, Terr-werr, la tucu-tucu protectora del muchacho, enojada por la actitud
de los gatos silvestres, aconsejó a El'Al que los combatiera en todos los terrenos,
advertencia que desató una lucha sin cuartel, especialmente entre los pumas y los
hombres. Y prueba de esta lucha fue, por ejemplo, la caverna en que se alojó
nuestro héroe en el Chaltén, a poco de llegar a la Mapu, que se encontraba tapizada
y alfombrada por innumerables pieles de los pumas a los que el joven iba venciendo
en su constante batallar.

Pero Goin no era rival únicamente de El'Al, sino también de todos los seres vivientes
que éste había creado, especialmente del hombre, cuyas crías el puma ataca
cuando se hallan lejos de sus padres, y a los mayores cuando se encuentran
enfermos o imposibilitados de defenderse.

No obstante, la fortaleza y el indómito coraje de Goin en el combate son


proverbiales, y los antiguos tehuelches, antes de las batallas contra el invasor
blanco, solían encender fogones de lenga, molle o ñire y calentar en ellos huesos de
puma y sorberles la médula para adquirir de esa forma su bravura y su desprecio por
el temor.

Otro de los animales que se negaron a prestar ayuda a El'Al cuando debió huir de la
persecución de su padre Nóshtex (gigante de la isla), fue Xoiye, el cóndor, que
durante uno de sus largos planeos sobre la cordillera habia visto a kelfü, el cisne,
cuando depositaba al joven Dios en la ladera del Chaltén.

Ansioso de congraciarse con el gigante, Xoiye se apresuró a denunciar a El'Al frente


a su padre, pero una vez más el odioso Nóshtex fracasó en su intento de
cumplimentar el propósito de asesinar a su hijo, ya que éste, que se mantenía alerta,
creó de inmediato una selva impenetrable, que impidió a su padre llegar hasta él.
en domingo, octubre 06, 2013 No hay comentarios:
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Etiquetas: Anonimo - Leyendas Tehuelches, Leyendas, Nahuel Montes
viernes, 4 de octubre de 2013
Elal y Teluj
Tiempo atrás, publiqué una leyenda en la que se mencionaba a Elal. Era una
leyenda Tehuelche y nos contaba los inventos de Elal. En un párrafo decía "Cuentan
que hasta la Luna y el Sol están donde están por obra de Elal, que los echó de la
Tierra porque no querían darle a su hija por esposa". Esa muchacha, la hija del sol y
la luna, amada por Elal era Teluj.
Hoy traigo dicha historia, la de Elal y Teluj, recopilada y adaptada por Mario
Echeverria Baleta en "Vida y Leyendas Tehuelches". El libro está presentado de
tal manera que es una anciana quien cuenta la historia a los niños de la tribu. La
tribu de chonkes o tehuelches, está de viaje (eran nómades) y cada noche la
anciana Tama les narra las historias de su pueblo...
Tomé el relato sobre Elal y Teluj completo. El mismo está formado por los capítulos
"Viaje al Sol", "Las pruebas", "Más pruebas", "Elal y Teluj" y "Elal triunfa" pero
son muchas las narraciones de Tama a los niños tanto antes como después de esta
leyenda... si quieren leer el resto, encontrarán el libro completo en este link.
Punto y a parte, me gustaría comentar algo sobre la mención de avestruces. En la
Patagonia no vive el tipo de avestruz que uno imagina cuando lee esa palabra. El
avestruz de aquí recibe el nombre de ñandú o choique y, aunque tiene cierta
similitud, es un ave de mucho menor tamaño.

Viaje al Sol
Durante la noche había llovido un poco, muy suavemente, de manera que por la
mañana una bruma espesa cubría los cerros hasta la mitad. A medida que avanzaba
el día la neblina se fue disipando. La calma era total. El lago semejaba un gran
espejo.

Los niños aprovecharon la calma del agua para jugar al "tamle", consistente en
arrojar piedritas planas sobre el agua, para que se deslicen rebotando. (Jugar al
"patito" para nosotros)

Caminando por la costa, donde el bosque llega hasta el borde, la vegetación es cada
vez más exuberante; tiene caracter´sticas de selva. Esto los motivó a jugar casi todo
el día. Allí pudieron observar al diminuto colibrí de copete rojo, libando el néctar de
las flores, disputando el espacio con los mangangá y la mariposa grande de alas
multicolores dibujando arabescos en el aire. Esta mariposa se puede ver únicamente
en las regiones de los bosques australes.

Ningún pajarito patagónico emite los gritos fuertes, de manera que hay que tener el
oído muy educado para distinguirlos.

Los niños se sentaban sobre algún palo caído, escuchando con suma atención y al
captar algún canto trataban de identificarlo. De pronto, un golpeteo rápido e
intermitente interrumpió la quietud. A muy poca distancia de ellos una pareja de
pájaros carpinteros cumplía su faena de agujerear palos para sacar los codiciados
gusanos cabeza naranja.

Para quien haya vivido siempre en las pampas, entrar a un bosque cordillerano
significa algo así como entrar al paraíso. Todo es distinto, se viven experiencias
desconocidas.

Los pequeños disfrutaron de las maravillas del paisaje y juntaron hongos de los
árboles, que llevaron a su regreso como obsequio a la abuela Tama, que los recibió
con la dulce sonrisa de siempre.

- ¡Ua ingue koone Tama! - corearon los pequeños visitantes y de inmediato contaron
acerca del paseo por el hermoso bosque y de las cosas que los sorprendieron.

La abuela los escuchó con atención y luego comenzó su relato acostumbrado:

- Tanto hablaban los cazadores de la hermosura de la hija de la Luna y el Sol, que


Elal sintió deseos de conocerla. La hija se llamaba Karró, también Teluj, otros la
llamaban Peten, la poderosa y es en realidad el lucero del amanecer. Elal le
comentó sus intenciones a la madrina, pero ella intentó disuadirlo diciéndole: "Tu irás
allá y no volverás", y él le respondió: "Yo iré, veré a la hija del Sol y volveré". Elal
comenzó a preparar boleadoras, arcos y flechas. Entonces la madrina le preguntó:
¿Para qué lo haces?", y él repuso: "Para matar a un pajarito". "¡Déjalo vivir, pobre
pajarito! ¿Para qué lo quieres matar?", le dijo ella, pero en realidad se estaba
preparando para el gran viaje. Cuando estuvo listo salió al campo y se encontró con
Kokn (el cisne), que ascendió a llevarlo, aunque para ello tuvo que convertir a Elal
en pajarito. Kokn, en realidad, era su vieja madrina convertida en cisne - explicó la
anciana narradora.
-¿Pudieron viajar tan lejos? - preguntó Keóken.
-Si, pudieron viajar. Se elevaron sobre Aoni Güent y tomaron rumbo hacia el oriente
- respondió la abuela.
-¿No se cansaba Kokn? - inquirió Ótilkel.
-Cuando se cansaba, descendía hasta el mar, tocaba el agua con el pico y aparecía
una isla donde reponía energías. Esa es la razón porque haya tantas islas en el
mar...
-¿Qué pasó cuando llegaron? - consultó Tako.
-Cuando llegaron al país de Keengenken (Sol) se encontraron con Télgalon
(Ratonera). Elal le dijo a qué venía y ella le respondió: "Cuando vayas a hablar con
el Sol, no vayas por allí, ya que hay un Kámeter (Lagarto) que te pegará un colazo y
tirará al Koluel (Pantano) de donde no se sale".
-¿Elal le hizo caso?- preguntó Losha.
-Si, le hizo caso, además le informó: A la chica que buscas no la podrás ver, la
tienen escondida en un toldito. Keengenkon (Luna) saca a pasear a dos sirvientas
vestidas de fiesta para que los pretendientes se equivoquen.
-¿Pudo Elal llegar a hablar con el Sol? - consultó Güenta.
-Antes de llegar a hablar con el Sol, al pasar junto a un menuco, se le vino encima
un kámeter, pero Elal lo traspasó de un flechazo. Después desparramó tierra seca
fina sobre el pantano y losecó. Así fue como llegó a la presencia del Sol, al que le
contó su viaje y que su intención era conocer a su hija Teluj. Mañana les seguiré
contando esta hermosa historia - dijo la anciana y se despidió de los niños con un:
- Mas itáinko tálenke.
-Mas itáinko koone Tama - respondieron ellos y se alejaron comentando lo que les
había narrado la vieja.

Las pruebas

En el último tramo del viaje, los chonkes consiguieron abundante caza por lo que
podrían preparar sus enseres. la comida estaba asegurada.
Para atraer a los guanacos y avestruces habían criado a uno de cada especie,
teniendo la precaución de atarle a una pata una correa con una piedra redonda, de
manera que el animal pudiese desplazarse muy poco. Estos animales oficiaban de
señuelo atrayendo a sus congéneres.

Uno de los juegos preferidos de los chonkes era, sin duda, "auken" (cazar),
consistente en disfrazar a un muchacho de aveztruz utilizando flechas con la punta
cubierta de lana y embebida en pintura, darle caza.

Los cazadores se ubicaron en línea, prudentemente separados, rodilla en tierra. el


muchacho disfrazado era llamado "Uenkoóiu". Se escondía entre las matas y salía
imprevistamente para cruzar corriendo frente a ellos a unos treinta pasos. En la
carrera imitaba los movimientos del ave, pero trataba de esquivar los flechazos. Al
ser alcanzado por algún proyectil, se determinaba el cazador según el color. Los
niños colaboraban buscando las flechas erradas. En este juego se convenía la
cantidad de disparos de cada uno, los que una vez cumplidos daban por terminada
la prueba, contándose los aciertos. En algunos casos se apostaba dejando una
prenda que sería el premio ganador. El “auken” concitaba la atención general y las
mujeres oficiaban de espectadores vivando a sus preferidos, que generalmente era
el “Uenkoóiu”.

La diversión concluía cuando se cansaban los participantes. Luego vendrían los


comentarios.

El juego terminó al anochecer, momento que aprovecharon los chicos para


acercarse al fogón de la abuela Tama, saludando como de costumbre:

- ¡Ua ingue koone Tama!


- ¡Uái, uái, tálenke!-, respondió la anciana, sentándose junto al fuego para comenzar
su narración:
- Impuesto Keengenken del motivo del viaje le dijo: “Si superas algunas pruebas que
te daré, tendrás mi consentimiento. Si quieres ser mi “ikorker” (yerno) debes traerme
dos huevos de avestruz para hacer una tortilla, pero cuídate, porque los vigila un
“makseush” (avestruz macho) muy malo-, contó la abuela.
- ¿Cómo hizo para traerlos?-, preguntó Átele.
- Elal salió a buscar su pedido y se encontró con un hombre que le informó: “Aquí
cerquita hay una avestruz con una nidada”, y le señaló el sitio. Para allá se fue Elal,
pero, por las dudas, se hizo un casco con unas lajas de roca, atadas con tientos.
Alguien le arrojó dos huevos de avestruz que estallaron sobre el casco sin
lastimarlo.
- ¿Encontró al avestruz que buscaba?-, se interesó Keóken.
- Lo vio echado en su nido y empezó a arrimarse despacio y atento. Mekseush se
ponía inquieto y quiso levantarse para atacarlo, pero Elal le disparó un flechazo que
le atravesó el cogote y lo mató. Después sacó dos huevos y se los llevó a la futura
suegra, la que al verlos, exclamó: ¡Qué has hecho! ¡No debiste quitarle los huevos a
Mekseush, que es de mi familia! Y se puso a llorar.
- ¿Qué opinó el Sol?-, se interesó Tankelou.
- El Sol dijo: “Eres muy astuto…Ahora me traerás un cuero de cogote de guanaco
para hacer una aljaba…”. Elal salió presuroso y se encontró con “Gijer” (Arco Iris),
quien le dijo: “Arriba de aquella loma hay un guanaco grande.”
- ¿Era cierto que había un guanaco?-, preguntó Pol.
- Sí, era cierto. Elal lo vio y fue bordeando una laguna para acercarse. “Chaki”
(guanaco macho) lo vio y vino corriendo a atacarlo, pero Elal se convirtió en “Tool”
(guanaquito) y disparó hacia la laguna perseguido por “Chaki”, que cortando camino
se metió en el agua. La madrina, convertida en “Koluel” (pantano), le dijo: “Tú no
entres”. “Chaki” de pronto se encontró empantanado sin poder moverse y “Tool”
recobró su forma de hombre matando al viejo guanaco de un bolazo. Sacó el cuero
en bolsa y se lo llevó a la Luna.
- Grande fue la sorpresa de la Luna, ya que ese guanaco estaba puesto
especialmente para matar a la gente.
- ¿Le dio más pruebas el Sol, abuela?-, inquirió Átele.
- Sí, le dio más pruebas, en las que tenía que poner inteligencia, astucia y coraje
para salir airoso-, respondió
la abuela-. Mañana les contaré.
- ¡Mas itáinko tálenke!
- ¡Mas itáinko koone Tama!
Más pruebas

Aprovechando la bondad del clima, tanto grandes como chicos disfrutaban de juegos
y competencias. Las tejedoras pudieron armar sus telares y hacer las tramas.

Los chicos del grupo, caminaron hasta la costa del lago, buscando piedras de
colores y trocitos de cristal de roca, en los que admiraban los matices del arco iris al
exponerlos al sol.

Cerca del arroyo asomaba una barranca de rocas festoneada de musgo y allí se
detuvieron un momento a observar las cuevitas de los tucu-tucu, para ver si
asomaban. Les agradaba ver su piel tan suave y los movimientos rápidos que
hacían. Sabían que a ese animalito debían respetarlo y no permitir que nadie los
matara.

- ¡Miren, aquí estuvo el mar!-, dijo Pol.


- ¿Aquí, el mar? ¿Cómo lo sabes?-, se sorprendió Keóken.
- Porque aquí veo las mismas cosas que se ven en el mar y dijo la abuela Tama que
hace mucho tiempo, tanto que no se puede contar, que donde ahora hay tierra antes
hubo mar.
- Es cierto, yo lo recuerdo-, acotó Losha.
- ¡Cuánto sabe la abuela!-, se admiró Tankelou.
- ¡Aquí hay un hormiguero!-, avisó Tako, levantando una laja y dejando al
descubierto miles de hormigas que desesperadas trataban de esconder sus huevos.
Para ellas aquello debió ser una catástrofe.
- ¿Sabrán las hormigas quién era Elal?-, pensó Ótilkel.

Los niños no se preocuparon en absoluto por regresar a los kau, lo estaban pasando
muy bien, disfrutando de un ambiente grato y distinto de los que estaban habituados
en las áridas mesetas o en las desoladas pampas. El niño que vive en el campo no
se acuerda del hambre, hasta que regresa. Puede andar todo el día en actividad,
sólo calma su sed, tendiéndose a beber boca abajo donde encuentra agua. ¡Qué
hermosa libertad!

Llegaron a la cita inefable con la abuela Tama, trayéndole hongos y raíces


comestibles recién cosechadas.

- ¡Ua ingue koone Tama!-, corearon los niños.


- ¡Ua ingue tálenke!-, respondió la anciana. Se sentó en su lugar, guardó silencio y
luego comenzó su relato:
- Keengenkon le pidió a Elal que fuera a buscar piedras para hacer raspadores, ya
que debía preparar unos cueros. ¡Allá (le dijo, señalando una loma) hay de la piedra
que necesito! Pero debes tener cuidado, a veces revienta y mata a la gente.
- Esta prueba parece más fácil-, opinó Ótilkel.
- En realidad, lo mandaba allá en la seguridad que al explotar las piedras lo
matarían. Pero Elal fue muy cauteloso. Miró bien el lugar y construyó un refugio bajo
las rocas, desde donde tiró una piedra con la honda contra el cerrito que hizo tres
explosiones, haciendo un desparramo de piedras.
- ¿No le hizo nada a Elal?-, preguntó Tako.
- ¡No, estaba bien protegido!-, respondió la abuela. Cuando salió de allí recogió
cuantas piedras quiso y se las llevó a Keengenkon.
- ¿Qué dijo Keengenkon?-, preguntó Keóken.
- Quedó muy sorprendida y llorando decía: ¡Qué hombre! ¡Todo lo puede! ¿Qué
haremos? No podemos matarlo… Tendremos que darle nuestra hija Teluj… Luego
dirigiéndose a Elal, le dijo: Vuelve mañana, tengo que esperar el regreso de
Keengenken…
- ¿Le dieron el permiso que pedía Elal para casarse con Teluj?-, consultó Pol.
- Al día siguiente, muy temprano Elal se presentó ante el Sol, quien le dijo: Has
cumplido las pruebas con inteligencia, astucia y coraje, pero para casarte con mi hija
tendrás que rescatar el brazalete de boda que un “shoikn” le robó escondiéndolo
dentro de una caverna.
- No parece tan difícil-, opinó Tankelou.
- ¡No hubiera sido difícil, si no fuese porque la caverna se hallaba custodiada por un
terrible guanaco que mataba al mirar; además, el brazalete estaba escondido dentro
de un huevo de avestruz, podrido y envenenado!
- ¿Cómo hizo Elal para rescatar el brazalete sin ser visto por el guanaco?-, preguntó
Átele.
- Primero tuvo que ubicar la barranca donde se hallaba la caverna; después, la
madrina convertida en mosca le susurró al oído: Escóndete para que no te vea el
guanaco y yo lo molestaré para distraerlo, entonces lo matas. Voló la mosca y se le
posó en una oreja, luego en la otra, después en los ojos… El guanaco cabeceaba
tratando de ahuyentarla, pero el insecto se le introdujo en la nariz, haciéndolo cerrar
los ojos para estornudar, momento que aprovechó Elal para arrojarle el “shome”,
pegándole un terrible bolazo que lo mató.
- ¡Bravo, bravo!-, exclamaron los niños.
- ¿Cómo hizo con el huevo? Porque al romper un huevo podrido explota-, dijo Tako.
- Primero encendió una antorcha con la que entró en la oscura caverna, hasta que
halló el huevo, pero no lo tocó. Señaló el lugar y regresó hasta la entrada donde
estaba el guanaco muerto y le sacó el cuero con el que regresó al lugar, con mucho
cuidado lo extendió sobre el huevo, luego se retiró a una distancia prudencial, tomó
el arco, tensó la cuerda y disparó un flechazo. Una sorda explosión indicó el éxito.
Esperó un momento y con sumo cuidado, utilizando una varilla, retiró el brazalete.
¡No lo toques!, le dijo la mosca-madrina. ¡Está envenenado!-, explicó la abuela
Tama.
- ¿Cómo hizo para llevarlo?-, preguntó Güenta preocupado.
- Lo quemó en la antorcha, con lo que eliminó el veneno y después salieron de la
caverna para ir a entregarlo.
- ¿Le siguieron dando más pruebas, abuela?-, consultó Keóken.
- Mañana se los contaré-, dijo la anciana y se despidió de los niños, que prometieron
regresar.

Elal y Teluj

Yalo y Mafulco, dos cazadores, preparaban sus enseres de cuero, consistentes en


lazos y tientos para las boleadoras.

Para lazos, cortaron el cuero de guanaco comenzando por el cogote, siguiendo por
el costillar hasta la cola para pasar al otro lado y terminar la vuelta donde
comenzaron, continuando en forma circular. Con el resto, desde los ijares a la panza
inclusive, hicieron tientos para boleadoras.

La gente de campo, indios o no, son sus propios artesanos, fabricando cada uno lo
que necesita, aprendiendo desde niños a ser ingeniosos y valerse por sí mismos.

Los dos paisanos habían cavado un pocito junto al manantial donde dejaron las
pieles en remojo varios días para que larguen el pelo, después las dejaron secar, no
del todo, a la sombra, hasta que estuvieron maleables y comenzaron el sobado,
utilizando, al principio, una mordaza de madera de calafate, con lo que lograron un
graneado especial. Después, sobre una piedra, procedieron a golpear con un palo
grueso la larga tira de cuero, siempre sobre el doblez, desplazándolo en cada golpe.

Terminaron el trabajo del sobado apoyando el cuero sobre la rodilla y haciendo un


movimiento de amase. Después vendría la presilla con un botón de cuatro tientos y
una argolla de cuero sin sobar en el otro extremo. Al fin, el retorcido y un engrase.
Los lazos quedaron tensados entre mata y mata durante dos o tres días.

Los chicos siguieron atentamente los trabajos realizados por los dos cazadores,
tratando de no perder detalles y preguntando los por qué y para qué de cada cosa.
Los mayores se complacían en explicar secretos de su artesanía, sabiendo que con
ello aseguraban el futuro.

Al caer la tarde, el kau de la abuela Tama recibió las alegres voces de los niños.

- ¡Ua ingue koone Tama! ¿Konke nue?


- ¡Shaionk! ¡Uái, uái! - respondió la abuela y se sentó al lado de su fueguito apenas
encendido, para empezar la narración:

- Elal había cumplido la prueba de rescatar el brazalete (1). Su madrina, convertida


en mosca, se escondía junto a su oreja para indicarle lo que debía hacer y avisarle
los peligros. Fueron ante la presencia de Keengenken, quien le dijo: conversaremos
acerca de la boda, siéntate. ¡No te sientes!, le dijo la madrina, bajo el asiento hay un
pozo sin fondo por donde caen los que se sientan. Elal no se sentó. ¡Eres muy
astuto!, reconoció el Sol. Vamos a dar un paseo. Caminaron hacia donde estaban
las mujeres jóvenes y elegantes, una linda y otra fea; allí el Sol le dijo: Nos has
ganado, no hemos podido contigo, y señalando a las dos mujeres, acotó: Una de
ellas es Teluj, ¡elige!
-¿Qué hizo, eligió a la más linda? -, consultó Keóken.
- ¡Ninguna de las dos! La madrina le había previsto que era otra trampa, de manera
que miró atentamente todo y dando un fuerte soplido volteó la mampara de cueros
de un toldo que había allí y dejó al descubierto a una mujer de aspecto horrible.
-¿Era una bruja? -, se apresuró a preguntar Átele.
- No, no era una bruja... ¡Era Teluj!... Keegenkon, su madre, la había disfrazado para
que no fuera reconocida, pero la madrina de Elal le susurró al oído: es ella, está
disfrazada para que no la reconozcas. Y continuó el siguiente diálogo:
-¡Esta es Teluj! - dijo Elal -. ¡Con ella me casaré!
- ¡No, no! - decía el Sol -. ¡No te cases con ella! ¡Mira cómo está de fea!

Pero Elal no cedió, entonces la luna dijo:

-¡Cásate con ella, total está horrible!

Elal dio tres soplidos y la hija del Sol y la Luna volvió a su estado natural, resultando
la mujer más hermosa jamás vista.

-¿Cómo pudieron casarse? - se interesó Losha.

La luna dijo por lo bajo: dejemos que se casen, total la noche de bodas él morirá,
como murieron todos los que la pretendieron. La mosca-madrina le habló al héroe
diciéndole: ¡Escápate con ella esta noche! ¡Ni el Sol ni la Luna te la darán jamás!

- ¿Huyeron juntos entonces? - preguntó Átele.


-Esa misma noche escaparon y Teluj nunca más se dejó ver ya que en cuanto el Sol
sale, ella se esconde, temiendo la ira de su padre.

La anciana se despidió:

-Ketouans tálenke!
- ¡Mas itáinko koone Tama!-, respondieron los niños.

Elal triunfa

El grupo de niños caminaba cerca de la desembocadura del arroyo, observando los


pequeños pececitos que, como veloces nubes, se desplazaban bajo el agua y de
pronto quedaban inmóviles.

Continuaron caminando hacia arriba, mientras descubrían el milenario misterio del


ciclo ecológico en todas sus expresiones. Se detuvieron en unos rápidos, donde se
asombraron de la velocidad del Pato de los Torrentes y su habilidad para nadar bajo
el agua.

Allí el bosque estaba constituido por lengas y coihues muy altos y gruesos, cosa que
les asombraba; además, en la sombra escasa de vegetación se destacaban los
hongos 26 grandes y redondos, apenas adheridos al suelo, sin columna. Ótilkel
partió uno para ver el interior y luego lo mostró a sus compañeritos. Parecía una
masa blanca muy liviana. Güenta recordó que cuando esos hongos están secos, por
fuera los contiene una fina cáscara marrón y por dentro se convierten en polvo del
mismo color. Ese polvo es utilizado por el “shoikn” para curar quemaduras, dando un
excelente resultado.

- Al regreso recogeré uno para llevarle al “shoikn” por haber salvado a Peuche -
manifestó Tankelou, siendo aprobado por el grupo.

Luego continuaron subiendo por la orilla del arroyo, hasta que comenzaron a oír un
ruido continuo que acrecentaba en la medida que se acercaban. A poco de andar
descubrieron su origen: una cascada con una fosa a manera de pileta, donde
nadaban unos macacitos zambullidores y en cuyas aguas transparentes se veían
algunas truchas y puyenes.

Atrás de la cascada, contra la barranca, crecían, adheridos a las rocas, los


“bálsamos de las cascadas” (Alpinia), con sus flores rojas en forma de campanitas
pequeñas y sus lustrosas hojas grandes acorazonadas; además de las estrellitas del
agua y los musgos asomando por las fisuras de las piedras. Rodeando la cascada,
una variedad de hierbas y matas se disputaban el espacio. Allí, las condiciones de
fertilidad se multiplicaban, haciendo superior el tamaño de las flores y la vivacidad de
sus colores, lo que atraía a mariposas e insectos para alegría de los pajaritos.

Los chicos treparon la barranca para mirar desde allí el paisaje. A lo lejos, en la orilla
del lago, los toldos semejaban diminutos medios hongos.

- ¿Volvemos?-, propuso Pol, que no tenía ganas de continuar ascendiendo.

La propuesta fue aceptada y comenzó el descenso, durante el cual prometieron


volver a ese hermoso lugar. La abuela Tama los recibió con la alegría de siempre,
conociendo el interés demostrado por los pequeños.

- ¡Ua ingue koone Tama!-, saludaron los chicos.


- ¡Ua ingue tálenke!-, repuso ella.

Luego, comenzó el relato:

- Keengenkon estaba segura que Elal moriría sin consumar el matrimonio con su hija
Teluj y decía: Ella regresará mañana en cuanto descubra que él murió.
- ¿Por qué estaba segura que moriría?-, preguntó Keóken.
- ¡Porque la Luna había pactado con un espíritu maligno la muerte de los
pretendientes de su hija y las dos veces anteriores había tenido éxito!-, explicó la
abuela.
- ¿No pudieron matarlo, verdad abuela?-, consultó Pol.
- No Pol, nada pudo hacer el mal espíritu. Elal era superior a todo, además estaba
amparado por su madrina que lo prevenía de los peligros.
- ¿Qué decía la Luna al ver pasar los días?-, inquirió Losha.
- La Luna se lamentaba diciendo: ¡Este hombre nos ha vencido! ¿Qué podré hacer?
¡Nada! ¡No lo he podido vencer! ¡Y allí anda…vivo y feliz…! Teluj estaba
embarazada y eso le hacía lamentar aún más a la Luna que no se resignaba.
- ¿Se amigaron al fin?-, consultó Ótilkel, anhelando un final feliz.
- Elal, viendo la contrariedad de su suegra y no pudiendo convencerla ni amigarse,
comenzó a caminar hacia el mar. Teluj, que lo amaba, lo siguió. Él caminó sobre el
agua para ir a una isla donde estaba el cisne y, no deseando llevarla, la convirtió en
“Jono-pete” (leopardo marino-Higruga leptonyx), quedando para siempre en el mar.
- ¡Se quedó para siempre en el mar!-, exclamó Losha.
- Así dicen que fue-confirmó la abuela-. Cuando la Luna llena alumbra el agua, Teluj
siente la presencia de su madre y juega alegremente, produciendo las mareas.

Los niños quedaron consternados por el extraño final de Teluj, pero decidieron
regresar al día siguiente, interesados en la historia de Elal.

- ¡Mas itáinko koone Tama!-, se despidieron los pequeños.


- ¡Mas itáinko tálenke!

en viernes, octubre 04, 2013 No hay comentarios:


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Etiquetas: Anonimo - Leyendas Tehuelches, Leyendas, Mario Echeverría Baleta
martes, 1 de octubre de 2013
El lago Lácar y su ciudad muerta
La leyenda de hoy es sobre el Lácar, un lago de mi provincia, Neuquén, que se
encuentra dentro del parque Nacional Lanín (el parque donde también se halla el
volcán del mismo nombre, protagonista de la leyenda anterior). Tiene un ancho de 3
km y un largo de unos 23 Km y a orillas del mismo encontramos la ciudad San
Martín de los Andes.
La recopilación fue realizada por Bertha Koessler-Ilg en su libro "Cuentan los
araucanos" (mapuches). La tomé de la página de Alconet. A Bertha Koessler-Ilg la
llamaban "la araucana blanca", era alemana y llegó a San Martín de los Andes en
1920 junto a su esposo, Rodolfo Koessler, quien fue el primer médico local. En
un artículo sobre ella cuentan que "se convirtió en recopiladora de leyendas
mapuche, del folclore araucano" y que "su gran llegada hacia algunos de los
referentes más ancianos de la comunidad Curruhuinca, le permitió ser quien
transmitiera historias y leyendas que formaron parte de varios volúmenes, que
traspasaron la frontera".
Con respecto a la referencia que el relato hace de Incas tan al sur de Argentina... me
quedo sin comentarios. Dejo a un historiador, si aparece por aquí alguno, que aclare
sobre este tema. En wikipedia encontré esto: "A la llegada de los conquistadores
españoles en el siglo XVI, habitaban entre el valle del Aconcagua y el centro de la
isla de Chiloé, en el actual territorio chileno. Los grupos septentrionales, llamados
«picunches» por los historiadores, se hallaban parcialmente bajo el dominio o
influenciados por el Imperio inca y en su mayoría se sometieron a los
conquistadores"

EL LAGO LACÁR Y SU CIUDAD MUERTA

El truwi (chinchillón andino) había perdido una apuesta convenida entre varios
animales de su comarca y debía pagarles una comida a los ganadores,
sus kuchü (1): entre ellos había también algunos koncho, con quienes estaba
doblemente obligado.

Muy complicada se le presentaba la tarea de preparar el banquete, ya que algunos


de sus amigos sólo se alimentaban de carne, mientras que otros comían pasto y
raíces y no faltaban quienes preferían el pescado fresco de las lagunas y
especialmente el del lago Lácar.

El día del convite ya estaba próximo y el truwi no tenía nada preparado.

Y ello no era raro en el truwi, quien se sentía gran señor y con pocas inclinaciones al
trabajo.

Su mujer, la truwi, al ver semejante negligencia, le riñó seriamente. Entonces el


chinchillón se hinchó, alzó con soberbia su larga y espesa cola y se fue.

Decidido a efectuar alguna diligencia, el truwi llegó hasta la orilla del lago Lácar, se
sentó dentro de un tronco hueco, comenzó a silbar y quedó a la espera de algún
incauto.

Al poco rato, atraída por el silbido y con mucha curiosidad, la lipüng (2) asomó la
cabeza entre los juncos. Y al advertirla el truwi con voz grave y solemne dijo:

-Yo soy el gran Rayo Futha Lüfke (3).

Al decir esto, sacó pecho y vientre de orgullo. Muy vanidoso se sentía el vanidoso
pícaro, de estirpe de ladrones, quien nunca diera carne por carne, como si fuera de
la familia del zorro.

La trucha escuchaba maravillada y el truwi, quien acababa de comprobar el buen


estado de la presa, volvió a decir, para ganar tiempo:

-¿Conoces a mi mujer? Se llama Amankai y es de un hermoso color rojo. ¿Quieres


que te haga una visita?

La curiosa lipüng se sintió conmovida ante tanto honor y le pidió al Gran Rayo que
trajera a su mujer, cuyo magnífico nombre nunca oyera mencionar.

Entonces el ladrón le dijo, con aire muy amable:

-Acuéstate sobre la arena: llamaré inmediatamente con un silbido a Amankai, mi


mujer.

El chinchillón silbó fuertemente y muy pronto se presentó en escena un personaje;


pero no se trataba de su mujer, sino del águila cazadora, que dormía en un árbol
vecino y a la cual acababa de despertar el silbido.
El águila vio a la trucha gorda y reluciente sobre la arena, entre los juncos y como
tan preciada presa despertó su avidez, intentó atraparla, pero el truwi intervinó muy
oportunamente, y con enérgica voz, que surgía como un trueno del hueco del tronco,
dijo, mientras la trucha miraba con aire estúpido la escena, sin comprender nada:
-Vamos a narrarnos unos cuentos y ...alabado sea Dios! ...usted puede ser nuestro
juez. Proclamaremos vencedor a quien refiera el cuento más largo y con mayor
número de personajes. ¡Empieza tú, jaspeada hermosa, la de los bellos ojos! Dentro
de un momento llegará mi mujer, para otorgar el premio.

La lipüng no tenía buenas condiciones de narradora, pero se sintió tan honrada por
esta preferencia que, después de un gran esfuerzo mental, comenzó así:

-En cierta ocasión vino el puma, a mirarse en el agua ...Después vino el huemul a
mirarse en el agua... y luego el zorro colorado y el jabalí a mirarse en el agua...
Después, vino el gato montés y más tarde el zorrino ... Por último, llegó el ser más
hediondo entre los hediondos, el truwi, el de la cola sucia y viscosa; el gran
presumido vino al lago, y también quería mirarse en el agua...

El truwi estuvo a punto de abalanzarse furioso sobre la calumniadora, pero el águila,


quien advirtió el movimiento, dijo con tono conciliador:

-Lo pactado debe cumplirse: le toca el turno a usted, señor silbador: debemos seguir
como amigos...

El águila sentía crecientes deseos de comerse la trucha, pero como no sabía quién
estaba oculto en el árbol creyó prudente esperar.

La voz era sonora como la de un demonio.

-¡Ay! ¿Y si fuera el Trauko?

El truwi, serenado, comenzó su narración:

-Hace muchos años, una gran ciudad ocupaba este lugar del lago.

La trucha tembló de emoción, ya que sus aristocráticos tatarabuelos habían vivido


en esa época, pero no en la propia ciudad sino en sus alrededores.

-En la ciudad reinaba un inca -continuó el truwi.. Un inca perverso y descreído. Lo sé


por boca de mi cheche, el padre de mi augusta madre: mis ascendientes, las familias
de Futha Lüfke, habían precedido en el gobierno de la ciudad al inca malo.
"Ese inca maltrataba y hacía matar a la gente, sin piedad, por cualquier motivo.
Pronto sus súbditos se contagiaron y se tornaron perversos e intolerantes como él.

"Odiaban a los extranjeros y los llamaban burlonamente "huinkas", o sea "ladrones


de animales", porque veían que lucían pieles desconocidas y adornos de plumas
raras, nunca vistas en la cordillera nevada.

"A tanto llegó la perfidia de aquel inca que Dios, sentado en el cielo azul de su
Reino, con su Señora Madre a su lado, decidió castigarlo.

"Justo era su designio, ya que Él era el creador de la tierra, las aguas y los hombres.
Y por eso mandó a su hijo, ya mozo y vestido de mendigo, para poner a prueba el
corazón del inca.

"El hijo de Dios, con su pobrísima indumentaria, se presentó ante el soberbio


gobernante y le imploré su ayuda.

"Este, enfurecido, les ordenó a sus guerreros que lo prendieran y empalaran, pero
en el momento en que se iba a cumplir la voluntad del soberano, ante el estupor
general, el joven se convirtió en un veloz arroyuelo y se deslizó a través de la
ciudad... Nada lo atajaba: corría y corría, con creciente prisa...

"El inca oyó entonces una voz que le decía:

"-Serás castigado, malvado.

"Lejos de atemorizarlo, esas palabras lo llenaron de ira.


"Cuando llegó a su casa, encontró a su hijo muerto.
"Los lamentos resonaban en todo el ámbito de la ciudad.
"Los machi y todos los que eran capaces de interpretar el destino, comprendieron
que el Gran Chau del cielo había mandado a su emisario para castigarlos.
"A pesar de la prohibición del inca, muchos hicieron en secreto sacrificios para
aplacar la ira divina. Cuando el inca lo supo, vociferó contra Dios y no sólo no le
ofreció holocaustos, sino que castigó con la muerte a los pocos hombres que se
mostraban creyentes.
"En su cólera, arrancó la bandera blanca, que pedía buen tiempo, e hizo colocar la
negra, que reclamaba lluvia, y él mismo, con un hacha, taló el árbol sagrado, el
canelo.

"Otra vez, oyó la voz que le anunciaba:

"-Pronto llegará tu castigo. ¡Morirás!

"La voz provenía de mis propios aristocráticos bisabuelos, quienes vivían en las
afueras de la turbulenta ciudad, en sus palacios de piedra labrada o madera pintada,
como acostumbraban vivir los grandes señores en sus dominios. La voz de mis
antepasados encarnaba la verdad: el riachuelo crecía sin cesar; primero, arrastró
objetos pequeños y luego todo lo que encontró en su camino.

"Empezó a llover torrencialmente y el río se convirtió en una inmensa masa de agua


embravecida, que arrastró a animales, hombres y casas; el palacio del inca
desapareció con todos sus habitantes y numerosas mujeres, porque había tantas
como fuegos se encendían en él.

"Porque cada mujer tenía a su cargo un hogar y además una parcela de tierra de
cultivo. Y no quedó una sola ruka en pie. El inca y la ciudad desaparecieron bajo las
embravecidas olas de este gran lago.

"Con el correr de los años, la gente olvidó el nombre de la ciudad, que se lamaba
Kara Mahuida, o sea "Ciudad de la montaña y del bosque". Porque, como se puede
ver aún, la rodeaban estas montañas y estos magníficos bosques...

"Y al lago que sepultara a la ciudad lo llamaron Lácar, lo cual significa "ciudad
muerta"...

-Este es mi cuento, señor juez -dijo el truwi-. Y como en él aparecen tantos


personajes, todos los de una populosa ciudad, me corresponde el premio, y el
premio es...."

Y al decir esto quiso abalanzarse, pero al salir del hueco el águila lo vio y reconoció
en él al pícaro y farsante truwi, le cerró el paso sin miramientos y decidió comerse
ella la trucha.

La lipüng, quien notara el ardid, se había deslizado lentamente entre los jueces y, sin
esperar a que la narración concluyera, desapareció en este instante de las aguas del
lago.

Ambos burladores quedaron burlados.

Entonces, el águila decidió atrapar al truwi, quien estaba regordete, y llevárselos a


sus pequeños, pero el truwi previó el peligro y se ocultó en su escondite.

Desde entonces, el truwi vive en los huecos de los árboles o rukas de piedra,
adonde sólo llegan los búhos.

Todos los animales desprecian al truwi y al águila de rapiña por sus pésimas
cualidades.

La ciudad muerta yace en el fondo del lago, que por eso se llama Lácar, aunque
también puede significar "lugar misterioso", o "lugar que asusta". Sus plácidas aguas
se agitan en ciertas ocasiones, peligrosas y traicioneras.
El inca fue condenado a cabalgar sobre un enorme tronco, con el cual ha de navegar
eternamente por el lago.

Así se lo ve en medio de las tempestades que convulsionan las aguas, entre los
vientos que rugen y braman desatados, sobre las olas blancas de espuma, a la luz
de los rayos verdes que saben cruzar el espacio.

El inca, dueño y señor de aguas, poseído de su antigua crueldad, ataca y mata a


cuanto ser vivo encuentra a su paso; por eso, todos huyen y se ocultan.

Al amainar la tempestad, suele verse flotar en la superficie los cadáveres de peces y


otros animales y también de hombres. Hasta las sirenas del lago se ocultan en las
grutas, que son los palacios de la extinguida Kara Mahuida.

(1) Expresión de amistad que usan los hombres que han canjeado entre sí regalos
de licor u otra bebida
(2) Trucha
(3) Literalmente: gran relámpago

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