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Parecía que iba a ser un día nublado (1), pero cuando me fui a eso del mediodía al
Lácar, para ver mis majadas, que pastaban cerca del peñasco llamado la Bandurria,
el sol se había comido la neblina, había iluminado todo. Como aceite se veía el
agua, que se movía suavecito. En el cielo no se veían nubes grises ni oscuras: ni
siquiera ¨plumitas¨ de color se veían. Cuando miré otra vez el vallecito que está a la
derecha de la Bandurria, vi que algunos de mis animales miraban furiosos hacia el
lago. Y allí fue que vi el ¨palo¨, el árbol de los espíritus, que es del lago (2).
Pero a mí no me parecía árbol sino una barca, que tenía dos palos y clarito se veían
los hombres que remaban. Pesada andaba, despacio; no tenía nada de raro;
cualquiera podía ver que iba hacia el Sur. Cuando yo, contento, les hice señas, ni
me miraron; parecía que descansaban no más, sin hacer ruido casi, y miraban
alrededor sin preocuparse. Yo sabía que en el lago no hay barcas, solamente una
que otra canoa. Conocía las barcas, que una vez, cuando fui en un malón que
hicimos en Bahía Blanca, vi muchas cosas nuevas y también estas barcas. Y lo que
me parecía ya tan antiguo, resultó de repente muy cerca: una barca en el Lácar.
Relucía todo, parecía que la barca se agrandaba y que quería subirse en el aire,
igual que una nube clarita. Grité y les hice señas. Hice ondear mi trarülonko entre los
arbustos. Me parecía conocer las caras de la gente, que movían los remos todos por
igual. Eran caras satisfechas, tranquilas, que saludaban al sol. Tan cerca estaba de
ellos, que el ruido de los remos en el agua lo escuchaba lo más bien. Todo ahí era
luz; alegre era eso. Tuve como un escalofrío y quería estar con los amigos. Quería
correr hasta la playa. Una barca de los espíritus sería; serían los antiguos que se
atrevían a andar en pleno día y sin viento. Pero todavía quise esperar a ver qué iba
a hacer la barca, si seguiría para el Sur… Linda se la veía, cómo iba bajo el sol,
sobre el lago limpito. Entonces parecía que querían dar vuelta. Pero al contrario.
Remaban para el centro del lago, donde se había formado una mancha oscura, azul,
alrededor. La mancha se hacía más grande y la barca se achicaba. De repente,
cambió todo: los que remaban se volvieron gaviotas. Volaban en círculo como para
orientarse y al fin decidieron nadar. Mucho rato todavía se veían sus alas y se
escuchaba su risa: jü, jü, jü. Pero el otro que me hizo acordar a un malle, que hace
rato se reunió con los antepasados, se volvió un gran ketrú. Chapoteaba fuerte;
haciendo mucho ruido nadaba y dejó una mancha espumosa detrás, que se veía
como un trarülonko que flotaba en el lago. La barca se había vuelto un tronco de
leña, y el tronco se deshizo en muchos pedacitos grandes y chicos. Sobre el agua
flotaban y se hundieron al rato, después. Fuerte estaba todavía la luz del sol. Nada
se oscurecía con sombra. La barca se había ido para siempre y yo estaba seguro de
haber visto un ¨cambio¨. Uno de ésos de que hablaban en la tribu desde antiguo,
desde muchísimo tiempo atrás. De los cambios que cuentan los viejos, cuando
hablan del uampú. Cómo no voy a creer en el ¨tronco¨, que muchos lo han
visto. Nguluches, que hay que creerles, chilenos, que saben muy bien lo que es
un uampú. A veces parece como cacique y hasta muestra el hacha de mando.
También sabe cabalgar sobre una gigantesca raíz, que hace pedazos lo que se le
pone por delante en las noches de tormenta. Todo eso significa desgracia, hay que
cuidarse. El ¨tronco¨ o ¨cacique¨, saben llamarlo, no es tan rico y poderoso
como Shompallue (3). Éste sí es poderoso; éste tiene en el fondo del lago casas y
vasijas de oro y las mujeres más lindas. Los viejos cuentan que vive solo en la
ciudad que está hundida en el lago. La ciudad que desapareció, que por eso se
llama Lácar el lago; quiere decir: la ciudad muerta. Así que él está viviendo en la
ciudad, mientras el ¨tronco¨ o ¨cacique¨ anda siempre sobre el agua, cuidando el
lago. Puede cambiarse en lo que más le guste, no hace nada malo, al revés
que Shompallue, que a veces no es muy bueno. Ahora, claro que también el ¨tronco¨
mata, cuando lo hacen enojar. Le gusta remar contra la corriente y contra el viento,
porque es muy fuerte. Su uampú es más grande y más pesado que otros, pero
muchas veces se dejar ver como tronco de árbol y no como canoa.
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(*) Con el fin de identificar adecuadamente este mito popular, se le adosó al título
original el vocablo ¨Caleuche¨. A lo largo del texto, se ha respetado la versión
original de César A Fernández, transcribiendo su notación.
(1) El texto fue traducido del alemán para Tradiciones Araucanas por Elisabeth
Koessler de Martínez.
(2) Según indican los anotadores de Tradiciones Araucanas (1962, p 195, n 3), se
trata ¨de un cacique que se ahogó y como palo vivo volvió a la laguna y andaba,
caminaba…¨. En el relato ¨Huaca Mamül¨ se amplía la referencia.
(3) B Koessler (1962: p 197 n 3) dice: ¨También se lo llama Nguenkó, ´señor de las
aguas´. Puede adoptar figura humana y ser de ambos sexos. Es temido por su
costumbre de molestar a las mujeres y a las vacas. Sale del agua, disfrazado, en las
noches de tormenta, y hace mucho daño. Su voz es como el bramido de un toro
inmenso. Suele aparecer como un hombre no mucho más grande que un enano, de
piel morena y pelo crespo –posiblemente por influjo etimológico-. Si rapta una niña
araucana pura, recompensa a los padres con abundante pescado, que deposita a la
puerta de su ruka. Se dice que los peces, a su mandato, se juntan en la orilla para
que él los extraiga.
trarülonko: Vincha que se coloca en la frente
malle: Tío
ketrú: Pato
uampú: Canoa de madera, hecha a partir de un tronco ahuecado
nguluches: Mapuches chilenos, de ¨ngulu¨: oeste y ¨che¨: gente.
Shompallue: Ser mitológico que vive en el agua, rapta a las jóvenes y se las lleva a
su reino submarino. Le paga a la familia de la mujer con peces, o con animales en el
caso del kotür.
“Lo que cuentan los wichis”, de Miguel Ángel Palermo
Los wichis crearon una cultura propia, una manera de entender el mundo, que
aparece en gran cantidad de historias. Son mitos religiosos, en los que se cree como
una verdad de los dioses, pero también cuentos inventados por el simple gusto de
divertirse.
“Tokjuaj y la lluvia”
Dicen que antes la Lluvia era un hombre, un hombre todo hecho de agua. Era de
agua, pero vivía en la tierra; por eso, todo estaba siempre bastante inundado. Un
día, Lluvia hizo mucha cerveza de algarroba – de esa que en el Chaco llamamos
aloja – y preparó una gran fiesta. Entre los invitados estaba Tokjuaj y – vaya uno a
saber por qué, ya que era riquísimo – se apareció en la reunión vestido con ropa
vieja, rota y sucia.
Lluvia era bastante cascarrabias y se ofendió mucho con él, porque lo tomó como un
desprecio. Por eso lo insultó de arriba abajo. Tokjuaj, entonces, fue corriendo a su
casa y se cambió.
¡Qué diferencia! Quedó muy elegante: todo vestido de negro, con sombrero aludo,
pañuelo blanco de seda al cuello, camisa fina, cinto con monedas de plata y unas
botas espléndidas, con espuelas de plata. Se miró en un charco y – muy contento
con su elegancia – volvió a la fiesta.
Pero Lluvia era un tipo bastante especial y tampoco quedó conforme. Ahora se
había puesto celoso de este Tokjuaj que llamaba la atención. Por eso, apenas lo vio
distraído, le tiró un rayo, que le erró por poco y partió un árbol en dos.
Claro, a Tokjuaj esto no le gustó nada, así que buscó una rama de árbol, la convirtió
en un rifle (¡cosas de sus poderes mágicos!), apuntó y le tiró dos balazos. Lluvia se
asustó, montó en su mula y se escapó a galope tendido.
Por detrás de él iba Tokjuaj, a los tiros, haciendo saltar astillas de los troncos y
salpicando agua de los charcos con sus balas.
Al fin, Lluvia se trepó a un árbol, con mula y todo, y desde la punta de la copa pegó
un tremendo salto que lo hizo llegar hasta el cielo.
Allí se ha quedado desde entonces. Pero como sigue con miedo a Tokjuaj, no para
un momento y va de acá para allá, montado en su mula mañera, que cada tanto
patea, y eso son los truenos. Anda envuelto hasta la cabeza con su poncho de
flecos larguísimos, que son los chorros de agua cuando llueve, y cada tanto asoma
los ojos: así se forman los relámpagos, como reflejos de esa mirada terrible que
tiene.
El Bien Peinado
Cuentan que una vez, cerca del lago Lácar, un hombre que estaba cuidando ovejas
se encontró con la entrada de una caverna; nunca la había visto antes y nunca había
oído a nadie hablar de que por ahí hubiera una gruta.
Como era muy curioso, se metió adentro; era una cueva muy pero muy honda. Caminó
y caminó y caminó y al rato de andar caminando ya no se veía nada porque hasta allí
no llegaba la luz del día: había una oscuridad total. Así que anduvo un rato tanteando
y así fue como con la mano tocó algo que le parecieron piedritas. Como no podía
mirarlas, sacó un puñado y salió. Al sol, ?vio que tenía la mano llena de pepitas de
oro!
Entonces, pensó que lo mejor era volver a entrar pero con gente que lo ayudara y luz
para revisar bien esa cueva oscura que parecía que no se terminaba más.
Juntó sus animales y volvió a su pueblo. Cuando ahí se enteraron de la cueva con
pepitas de oro, todos se entusiasmaron, prepararon antorchas, montaron a caballo y
allá fueron. Era un montón de gente.
Así que lo rodearon, amenazándolo con palos, y lo cargaron en una carreta tirada por
dos bueyes y se lo llevaron para el pueblo, para decidir qué hacían con él, aunque la
verdad es que nadie tenía buenas intenciones.
- Yo soy el Bien Peinado, así me llamo. No me hagan nada. Si me dejan tranquilo, les
voy a dar mucho oro, que parece que les gusta tanto; se me hacen mal, soy capaz de
hacer que venga un terremoto o una inundación, o mejor, un terremoto y una
inundación juntos.
- ¿Y cuándo nos vas a dar el oro y cuánto oro nos vas a dar? - quiso saber uno, al que
le gustaban los negocios claros.
- Ahora les voy a dar bastante, para que vean que es cierto; pero después me tienen
que llevar enseguida de vuelta para la cueva adonde vivo. Ahí les voy a dar muchísimo
más: van a ver amarillo todo el suelo - contestó el Bien Peinado.
Y entonces empezó a poner unos huevos iguales a los huevos de las culebras (que
son más chiquitos que los de las gallinas) pero ¡de oro!. El suelo se llenó enseguida;
la gente se amontonaba y se pegaba empujones por agarrar esas pepitas de oro, y
las guardaban en frazadas o en ollas o en bolsas o en canastos, según lo que cada
uno tenía a mano.
Sólo una viejita, que tenía fama de sabia, no se agachó a juntar ese oro; miró fijo al
Bien Peinado, sonrió un poco, se le acercó y le dio la mano. El monstruo le dio la suya
y también sonrió un poco.
- ¡Como les dije! ¡Van a ver amarillo todo el suelo! ¡Todo el suelo amarillo! ¡Ja, ja, ja!
En ese momento, el campo se puso dorado, pero cuando se agacharon para agarrar
las pepitas, vieron que no era oro, sino unas florcitas amarillas que nunca había habido
antes. Se dieron vuelta para preguntarle al Bien Peinado qué era eso, pero el Bien
Peinado ya no estaba. Había desaparecido. Buscaron y buscaron y buscaron, pero ya
no pudieron encontrar ni a la cueva, ni al monstruo, ni una sola pepita de oro.
Volvieron a su pueblo, y cuando fueron a buscar los huevitos de oro que habían
conseguido antes, se encontraron con que todas esas frazadas, esas ollas, esas
bolsas o esos canastos que habían llenado estaban ahora repletas de estas florcitas
amarillas. Y la viejita aquella, que era sabia y por eso sabía qué iba a pasar, se reía
despacito.
Al poco tiempo hubo un terremoto, aunque no muy fuerte, y el agua del lago creció
bastante y después volvió a bajar.
Oro no tuvieron, pero desde ese día les quedaron esas florcitas amarillas que crecen
todos los años en la zona. Muchos les dicen "Topa-topa", pero los mapuches, que se
acuerdan de cómo aparecieron por primera vez, las llaman kuram filú, que en su
idioma quiere decir "huevo de culebra".
http://coleccion.educ.ar/coleccion/CD9/contenidos/para-seguir/index.html
El Jaguar en esos tiempos no tenía manchas, sino que era todo lisito, amarillo.
Un día que estaba tomando calorcito en una montaña alta, al Sol le dieron lástima
los animales y lo llamó:
—¡Eh, Jaguar! Te voy a dar una cosa para que usen vos y los demás animales.
—¿Qué es? ¿Algo para comer? —dijo el Jaguar, que era bastante tragón.
—No, te voy a dar un poco de fuego. Hacé un atadito de ramas y pasto seco y
levantalo, que yo te lo enciendo. Pero tenés que convidarle a todos, ¿eh?
—¡Ja, ja! Ahora sí que voy a poder comer churrasquitos y asados y no todas esas
porquerías crudas. Y en invierno no voy a pasar más frío. Y a los demás no les doy
nada, porque al fin de cuentas la antorcha la preparé yo y me tomé el trabajo de
bajarla.
Así que se fue a su casa, juntó ramas e hizo un lindo fuego, al que iba agregando a
cada rato leña para que no se apagara nunca. Y comió asado y se acostó a dormir al
calor del fogón.
Pero la Avispa, que era muy curiosa y siempre andaba escuchando las
conversaciones de los demás, había oído lo que el Sol había dicho, así que se fue
volando a avisar a los demás.
—¡No puede ser! —dijeron los otros—. ¡Nosotros también queremos fuego! Vamos a
pedirle.
Entonces mandaron a la Lechuza, que sabía hablar muy bien, para que pidiera al
Jaguar una brasita. Pero cuando la Lechuza empezó a hablar el Jaguar le gritó:
—¡NOOO! ¡El fuego es MÍOOO! —y pegó tales rugidos que la pobre Lechuza se
asustó mucho y se escapó volando.
Entonces mandaron al Loro, que empezó a dar charla al Jaguar, de cualquier cosa,
para ver si se ablandaba y le convidaba una brasita. Y habló tanto que el otro se
quedó dormido, medio mareado de escucharlo hablar tanto.
Pero no se le ocurrió nada mejor que agarrar una brasa con el pico, y se quemó la
lengua. Pegó un grito y el Jaguar se despertó.
—¿Qué hacés? ¡Loro sinvergüenza! ¡Te voy a dar! —Y se abalanzó sobre el Loro,
que se escapó volando.
Entonces los animales mandaron al Zorro, que era muy vivo. Cuando el Zorro llegó
adonde estaba el Jaguar le dijo:
—¡Huy, cuánto trabajo tiene para mantener este fuego! ¿No quiere que lo ayude
trayendo ramas?
Como el Jaguar era bastante vago le dijo que sí y el Zorro empezó a trajinar
trayendo leña, amontonándola y echándola al fuego. El Jaguar empezó a
amodorrarse mientras vigilaba por las dudas al Zorro. Entonces éste le dijo:
—El fuego se va a apagar si no acomodamos mejor la leña. Voy a usar un palo para
acomodar las brasas.
Agarró un palo y empezó a revolver el fuego, hasta que la punta se encendió bien;
vio de reojo que el Jaguar se distraía y bostezaba y salió corriendo con el palo
encendido.
El Jaguar pegó un salto para atraparlo, pero el Zorro había dejado atravesados unos
palos, así que el Jaguar tropezó, se cayó y se ensució la piel con los carbones.
—¡Ahora sí que me embromó el Zorro este! ¡Me sacó fuego y encima me caí y me
manché la piel, tan linda y lisita que la tenía!
Desde entonces todos tuvieron fuego para cocinar y calentarse en invierno y los
jaguares tienen manchas negras y andan siempre de malhumor.
El mundo se quema
Extraído, con autorización del autor, del libro Cuentos que cuentan
los tobas (Buenos Aires, Secretaría de Cultura de la Nación-Ediciones
Culturales Argentinas/Centro Editor de América Latina 1986, Colección
Cuentos de mi país).
Dicen que este perro tenía la cara muy linda y que —cosa rara— también tenía una
barbita como la de algunos monos, pero nadie lo quería porque estaba muy sucio y
bastante sarnoso. Así que cuando se le acercaba a la gente, lo sacaban corriendo,
le gritaban y le tiraban cosas.
Pero un hombre le tuvo pena, lo llamó, le dio de comer, le dijo que se podía quedar
con su familia y hasta lo tapó con su poncho.
—Levantate rápido, m’hijo, levantate que tenés mucho que hacer. Mañana mismo
toda la tierra se va a quemar porque son todos malos; va a haber un fuego grande
que no va a dejar nada. Vos solo te vas a salvar, porque sos bueno; vos y tu familia.
—Escuchá bien: ahora mismo ponete a hacer un pozo grande, bien grande para que
entren vos y todos los tuyos. Cuando lo terminés, se meten enseguida adentro. Ahí
no les va a pasar nada. El fuego va a terminar y entonces pueden salir, pero oíme
bien: no se tienen que apurar, porque si no, el que no tenga paciencia y salga muy
rápido, se va a convertir en animal.
El hombre agarró una pala, hizo un pozo bien grande y se metió adentro con toda su
familia, que eran un montón: había abuelos y abuelas, tíos y tías, hijos y nietos,
sobrinos y primos, cuñados, yernos y nueras.
Amaneció y empezó a quemarse toda la tierra: los árboles, el pasto, las casas, todo.
Pasó un tiempo y el fuego se apagó: desde adentro del pozo ya no se oía más el
ruido de las llamas, ni se sentía olor a humo. Entonces uno de los familiares dijo:
Afuera estaba todo quemado: quedaba la tierra, nada más, llena de ceniza y
carbones apagados. Pero como este hombre se había apurado mucho en salir,
apenas dio dos pasos, ¡paf!, se convirtió en oso hormiguero.
Pasó un día más, y una muchacha dijo que se aburría ahí dentro del pozo, que no
daba más y que iba a subir. Y salió nomás; ¡y enseguida se transformó en una
corzuela!
Pasó otro día, y otro impaciente salió: se convirtió en chancho de monte. Y así
después otro se hizo yacaré, y una mujer pajarito, y un hombre ñandú y otros más
fueron distintos animales: garzas, pumas, cigüeñas, carpinchos, zorros y de todo un
poco.
Al final, los que habían sido prudentes y esperaron, subieron del pozo y se quedaron
nomás como personas.
Un pajarito se puso a llorar porque no había pasto ni nada; no había nada para
comer, ¡y qué triste estaba todo! Y llorando, llorando, escarbaba la tierra con la patita
y así encontró una raíz verde. Vino el dios y le dijo:
—Plantá bien esa raíz, y así van a aparecer de nuevo las plantas.
Los que habían quedado como hombres y mujeres, tuvieron hijos, y después nietos
y después bisnietos y después tataranietos y de ellos nació el pueblo toba.
Todos esos animales que se formaron a partir de las personas que habían salido
antes del pozo, fueron los primeros animales que hubo en esta tierra nueva después
del incendio.
El primer oso hormiguero fue el Padre de los osos hormigueros que vinieron
después; la primera corzuela fue la Madre de las corzuelas que hubo después y así
pasó con todos los demás.
Y dicen los tobas que esos Padres y Madres de los animales viven todavía y que se
ocupan de proteger a sus hijos. Los cuidan para que no les pase nada y se enojan
mucho si alguien les hace mal por gusto: lo único que permiten es que los hombres
cacen para comer, pero sin agarrar ni un animal más de lo que se necesite. Si los
hombres cazan demasiado o si no aprovechan bien lo que cazaron, entonces los
Padres de los animales, que son muy poderosos, se ponen bravos: pueden enfermar
al cazador o hacer que se pierda en el monte y además nunca más dejan que cace
ni un solo bicho.
Los otros animales, los animales domésticos como el caballo, la vaca, la oveja o la
cabra, vinieron después, más adelante: los mandó Dios desde el cielo.
Así fue que la tierra quedó como es hoy, con sus árboles y su pasto, sus hombres,
sus mujeres y sus animales.
Se dice que un cacique famoso llamado Saguáa, adoraba a su hija bella como el sol,
llamada Tacuarée. Vivía por ella y para ella. Pero he aquí que un día Tacuarée se
enamora de un cacique de una tribu lejana. Llevada por ese amor irresistible
abandona a su padre para unirse al hombre amado. Sagnáa, desesperado, sale a
buscada. Anda días y días entre la selva afrontando miles de peligros. Nada le
arredra. Quiere encontrar a su hija amada. En el delirio de la desesperación cree
escuchar sus pasos en la selva y aplica sus oídos sobre la tierra. Ese oído capaz de
escuchar los más recónditos murmullos de la selva y descifrarlos. Pero nada puede
escuchar y sigue andando y apoyando su oído a la tierra, con la esperanza postrera
de oír los pasos de Tacuarée. Cuando ya sus fuerzas están agotadas, cae rendido,
presa de una fiebre mortal. Y muere con el oído pegado a la tierra...
Mucho tiempo después, dos hombres de su tribu lo encuentran, pero cuando quieren
levantar su cuerpo, notan que tiene una oreja. unida a la tierra donde ha echado
raíces. Para arrancar el cuerpo deben cercenar la oreja; pero ésta ha echado raíces
y da origen a una nueva planta que crece y se levanta majestuosa en la selva, y
todas las primaveras brinda unas bayas negras en forma de oreja humana,
recordando las orejas de indio. Es el timbó (cambá nambí) que simboliza el amor
paternal.
Dicen que dicen .....que la hermosa Tacuareé era tan bella como en ramillete de
orquídeas.
Saguaá, su padre era el cacique de esa comunidad, Tacuareé y Saguaá eran muy
queridos en el lugar.
Padre e hija se amaban, pero Saguaá sentía devoción por la muchacha, él estaba
orgulloso de ella y la protegía sobremanera, veía con buenos ojos a un guerrero que
la cortejaba.
Saguaá a pesar de su pena, y de saber, que tal vez por muchas lunas no volvería a
ver a su hija, se contentaba viéndola tan feliz e ilusionada, tanto que no pudo
impedirle que partiese.
Con el transcurrir de los días, extrañaba oír la voz y la contagiosa risa de su amada
hija. Sin embargo, solía contentarse pensando que a pesar de la distancia que los
separaba, Tacuareé debía estar feliz junto a su amor.
Pasaron los días, las semanas, los meses y no tenía ninguna noticia de ella.
El camino era largo, el anciano caminó y caminó, estaba extenuado, pero con la
terquedad de un padre que cree que su hija lo necesita, no se dejaba vencer. Al fin,
llegó a las tierras donde su hija vivía, pero nada pudo encontrar allí, la comunidad
había sido arrasada por algún enemigo al que Saguaá no conocía.
El cacique no se dio por vencido, si algo había aprendido en su larga vida era
rastrear huellas, por ellas pudo saber que algunos integrantes de la comunidad
habían sobrevivido, las huellas lo llevaban a adentrarse en el espeso monte.
A pesar que las raciones ya se le habían agotado, pensó que el monte le daría de
comer, si sus fuerzas se lo permitían, si bien ya no gozaba de la agilidad de antaño,
se las ingeniaría como siempre lo había hecho.
Después de mucho, fue encontrado sin vida y aún hincado con su oreja en tierra,
pero algo misterioso había sucedido con su oreja, le habían crecido raíces y de ellas
había brotado una misteriosa planta, desconocida hasta entonces.
Con el tiempo esta planta se convirtió en un frondoso árbol al que llamaron Timbó o
Camba Nambí, cuyos frutos tienen la forma de una oreja, tal vez sea ésta para que
nadie olvide el amor que Saguaá le profeso a su querida hija.
Versión 3 - Fernán Silva Valdés
Era un viejo cacique indio: alto, musculoso, de melena tirando a gris y de plumas
rojas bajo la vincha. La india que compartía su toldo le había dado varios hijos
varones seguidos y recién al final, una hija, la cual fue criada como una princesa,
salvaje, es cierto, pero con mimos de princesa.
Al llegar a los quince años, ésta se enamoró del hijo del cacique de la tribu vecina,
que era enemiga, y como por las leyes indígenas no podían unirse en matrimonio, se
unieron ellos por voluntad de amor ante máximo sacerdote de sus creencias
primitiva, que era el Sol.
Y la princesa, así, desapareció del toldo, o sea del hogar, pues el hijo del cacique,
huyendo a la vez de los suyos, le había llevado lejos.
Pero llegó el invierno, y los guerreros, creyendo que el cacique había enloquecido de
dolor y creyendo a la vez que la princesa no iba a ser hallada, lo abandonaron.
Así pasó el invierno. Al llegar la primavera, los guerreros partieron en busca del
cacique, y luego de mucho andar lo hallaron muerto.
Al intentar levantarlo, notaron que una de sus orejas estaba unida a la tierra como
con raíces. Con cuidadoso esfuerzo le levantaron, pero la oreja quedó unida al
suelo.
Y de esa oreja nació una plantita, que fue creciendo, creciendo, hasta convertirse en
un grande y hermoso árbol, al que le pusieron el nombre de TIMBÓ; y ese árbol
produce las semillas o bayas con la forma humana de color oscuro, como fue la
oreja del viejo indio, que murió pegada su cabeza a la tierra en la esperanza de oír
los pasos de la hija que volvía.
Una noche, Nóshtex, uno de los gigantes hijos de Tons, raptó a Teo, la nube, y la
mantuvo cautiva durante tres días con sus consecutivas noches, durante los cuales
engendró en ella al semidios El'Al.
Kóoch, al enterarse de esta afrenta a una de sus hijas, desencadenó contra él una
maldición, a raíz de la cual Nóshtex, que era sumamente engreído y pagado de sí
mismo, no sólo sería superado en belleza y poderío por su propio hijo, sino que sería
admirado y venerado por todos los seres vivos de Korkonk.
Pero el esfuerzo de Terr-werr fue insuficiente para salvar a Teo que murió
desangrada. Nóshtex arrojó su cuerpo al espacio para no ser descubierto. No
obstante, la sangre que manaba a torrentes de su cuerpo salpicó a los gemelos Wun
y Etensher, y los tiñó de todos los tonos de rojo que hoy muestran el alba y el ocaso
haciendo que, de allí en más, los amaneceres y atardeceres patagónicos recuerden
a los que los contemplan el origen de los cielos más hermosos y quizás más trágicos
de la Tierra.
Cuando terr-werr (tucu-tucu) eligió a los mensajeros que convocarían a los animales
para la reunión en la laguna, le encomendó a Oije, el zorrino, la tarea de avisarle a la
avutarda que El'Al ya estaba en condiciones de emprender el viaje para alejarse
de Korkonk, la isla, con rumbo a la Mapu (la tierra, la Patagonia). Encantado con su
misión, Oije salió corriendo tan apurado, que Goyse, el gigante hermano de Nóshtex,
que se encontraba patrullando junto a la orilla del lago, le preguntó el motivo de su
urgencia.
Al verse frente al malvado hermano, el zorrino se asustó tanto que terminó por
confesar toda la verdad, pero una lechuza que pasaba casualmente por allí lo
escuchó y regresó de inmediato junto a Terr-werr, a quien contó lo que había
sucedido. La indignación fue tremenda, pero El'Al, que comprendió lo indefenso que
se había sentido Oije frente a Goyse, en lugar de castigarlo, decidió darle un medio
de defensa para el futuro, y le hizo crecer la glándula que lo caracteriza, la cual
expele un olor tan nauseabundo que pone en fuga a otros animales mucho más
grandes que él.
Sin embargo, Terr-werr, la tucu-tucu protectora del muchacho, enojada por la actitud
de los gatos silvestres, aconsejó a El'Al que los combatiera en todos los terrenos,
advertencia que desató una lucha sin cuartel, especialmente entre los pumas y los
hombres. Y prueba de esta lucha fue, por ejemplo, la caverna en que se alojó
nuestro héroe en el Chaltén, a poco de llegar a la Mapu, que se encontraba tapizada
y alfombrada por innumerables pieles de los pumas a los que el joven iba venciendo
en su constante batallar.
Pero Goin no era rival únicamente de El'Al, sino también de todos los seres vivientes
que éste había creado, especialmente del hombre, cuyas crías el puma ataca
cuando se hallan lejos de sus padres, y a los mayores cuando se encuentran
enfermos o imposibilitados de defenderse.
Otro de los animales que se negaron a prestar ayuda a El'Al cuando debió huir de la
persecución de su padre Nóshtex (gigante de la isla), fue Xoiye, el cóndor, que
durante uno de sus largos planeos sobre la cordillera habia visto a kelfü, el cisne,
cuando depositaba al joven Dios en la ladera del Chaltén.
Viaje al Sol
Durante la noche había llovido un poco, muy suavemente, de manera que por la
mañana una bruma espesa cubría los cerros hasta la mitad. A medida que avanzaba
el día la neblina se fue disipando. La calma era total. El lago semejaba un gran
espejo.
Los niños aprovecharon la calma del agua para jugar al "tamle", consistente en
arrojar piedritas planas sobre el agua, para que se deslicen rebotando. (Jugar al
"patito" para nosotros)
Caminando por la costa, donde el bosque llega hasta el borde, la vegetación es cada
vez más exuberante; tiene caracter´sticas de selva. Esto los motivó a jugar casi todo
el día. Allí pudieron observar al diminuto colibrí de copete rojo, libando el néctar de
las flores, disputando el espacio con los mangangá y la mariposa grande de alas
multicolores dibujando arabescos en el aire. Esta mariposa se puede ver únicamente
en las regiones de los bosques australes.
Ningún pajarito patagónico emite los gritos fuertes, de manera que hay que tener el
oído muy educado para distinguirlos.
Los niños se sentaban sobre algún palo caído, escuchando con suma atención y al
captar algún canto trataban de identificarlo. De pronto, un golpeteo rápido e
intermitente interrumpió la quietud. A muy poca distancia de ellos una pareja de
pájaros carpinteros cumplía su faena de agujerear palos para sacar los codiciados
gusanos cabeza naranja.
Para quien haya vivido siempre en las pampas, entrar a un bosque cordillerano
significa algo así como entrar al paraíso. Todo es distinto, se viven experiencias
desconocidas.
Los pequeños disfrutaron de las maravillas del paisaje y juntaron hongos de los
árboles, que llevaron a su regreso como obsequio a la abuela Tama, que los recibió
con la dulce sonrisa de siempre.
- ¡Ua ingue koone Tama! - corearon los pequeños visitantes y de inmediato contaron
acerca del paseo por el hermoso bosque y de las cosas que los sorprendieron.
Las pruebas
En el último tramo del viaje, los chonkes consiguieron abundante caza por lo que
podrían preparar sus enseres. la comida estaba asegurada.
Para atraer a los guanacos y avestruces habían criado a uno de cada especie,
teniendo la precaución de atarle a una pata una correa con una piedra redonda, de
manera que el animal pudiese desplazarse muy poco. Estos animales oficiaban de
señuelo atrayendo a sus congéneres.
Uno de los juegos preferidos de los chonkes era, sin duda, "auken" (cazar),
consistente en disfrazar a un muchacho de aveztruz utilizando flechas con la punta
cubierta de lana y embebida en pintura, darle caza.
Aprovechando la bondad del clima, tanto grandes como chicos disfrutaban de juegos
y competencias. Las tejedoras pudieron armar sus telares y hacer las tramas.
Los chicos del grupo, caminaron hasta la costa del lago, buscando piedras de
colores y trocitos de cristal de roca, en los que admiraban los matices del arco iris al
exponerlos al sol.
Cerca del arroyo asomaba una barranca de rocas festoneada de musgo y allí se
detuvieron un momento a observar las cuevitas de los tucu-tucu, para ver si
asomaban. Les agradaba ver su piel tan suave y los movimientos rápidos que
hacían. Sabían que a ese animalito debían respetarlo y no permitir que nadie los
matara.
Los niños no se preocuparon en absoluto por regresar a los kau, lo estaban pasando
muy bien, disfrutando de un ambiente grato y distinto de los que estaban habituados
en las áridas mesetas o en las desoladas pampas. El niño que vive en el campo no
se acuerda del hambre, hasta que regresa. Puede andar todo el día en actividad,
sólo calma su sed, tendiéndose a beber boca abajo donde encuentra agua. ¡Qué
hermosa libertad!
Elal y Teluj
Para lazos, cortaron el cuero de guanaco comenzando por el cogote, siguiendo por
el costillar hasta la cola para pasar al otro lado y terminar la vuelta donde
comenzaron, continuando en forma circular. Con el resto, desde los ijares a la panza
inclusive, hicieron tientos para boleadoras.
La gente de campo, indios o no, son sus propios artesanos, fabricando cada uno lo
que necesita, aprendiendo desde niños a ser ingeniosos y valerse por sí mismos.
Los dos paisanos habían cavado un pocito junto al manantial donde dejaron las
pieles en remojo varios días para que larguen el pelo, después las dejaron secar, no
del todo, a la sombra, hasta que estuvieron maleables y comenzaron el sobado,
utilizando, al principio, una mordaza de madera de calafate, con lo que lograron un
graneado especial. Después, sobre una piedra, procedieron a golpear con un palo
grueso la larga tira de cuero, siempre sobre el doblez, desplazándolo en cada golpe.
Los chicos siguieron atentamente los trabajos realizados por los dos cazadores,
tratando de no perder detalles y preguntando los por qué y para qué de cada cosa.
Los mayores se complacían en explicar secretos de su artesanía, sabiendo que con
ello aseguraban el futuro.
Al caer la tarde, el kau de la abuela Tama recibió las alegres voces de los niños.
Elal dio tres soplidos y la hija del Sol y la Luna volvió a su estado natural, resultando
la mujer más hermosa jamás vista.
La luna dijo por lo bajo: dejemos que se casen, total la noche de bodas él morirá,
como murieron todos los que la pretendieron. La mosca-madrina le habló al héroe
diciéndole: ¡Escápate con ella esta noche! ¡Ni el Sol ni la Luna te la darán jamás!
La anciana se despidió:
-Ketouans tálenke!
- ¡Mas itáinko koone Tama!-, respondieron los niños.
Elal triunfa
Allí el bosque estaba constituido por lengas y coihues muy altos y gruesos, cosa que
les asombraba; además, en la sombra escasa de vegetación se destacaban los
hongos 26 grandes y redondos, apenas adheridos al suelo, sin columna. Ótilkel
partió uno para ver el interior y luego lo mostró a sus compañeritos. Parecía una
masa blanca muy liviana. Güenta recordó que cuando esos hongos están secos, por
fuera los contiene una fina cáscara marrón y por dentro se convierten en polvo del
mismo color. Ese polvo es utilizado por el “shoikn” para curar quemaduras, dando un
excelente resultado.
- Al regreso recogeré uno para llevarle al “shoikn” por haber salvado a Peuche -
manifestó Tankelou, siendo aprobado por el grupo.
Luego continuaron subiendo por la orilla del arroyo, hasta que comenzaron a oír un
ruido continuo que acrecentaba en la medida que se acercaban. A poco de andar
descubrieron su origen: una cascada con una fosa a manera de pileta, donde
nadaban unos macacitos zambullidores y en cuyas aguas transparentes se veían
algunas truchas y puyenes.
Los chicos treparon la barranca para mirar desde allí el paisaje. A lo lejos, en la orilla
del lago, los toldos semejaban diminutos medios hongos.
- Keengenkon estaba segura que Elal moriría sin consumar el matrimonio con su hija
Teluj y decía: Ella regresará mañana en cuanto descubra que él murió.
- ¿Por qué estaba segura que moriría?-, preguntó Keóken.
- ¡Porque la Luna había pactado con un espíritu maligno la muerte de los
pretendientes de su hija y las dos veces anteriores había tenido éxito!-, explicó la
abuela.
- ¿No pudieron matarlo, verdad abuela?-, consultó Pol.
- No Pol, nada pudo hacer el mal espíritu. Elal era superior a todo, además estaba
amparado por su madrina que lo prevenía de los peligros.
- ¿Qué decía la Luna al ver pasar los días?-, inquirió Losha.
- La Luna se lamentaba diciendo: ¡Este hombre nos ha vencido! ¿Qué podré hacer?
¡Nada! ¡No lo he podido vencer! ¡Y allí anda…vivo y feliz…! Teluj estaba
embarazada y eso le hacía lamentar aún más a la Luna que no se resignaba.
- ¿Se amigaron al fin?-, consultó Ótilkel, anhelando un final feliz.
- Elal, viendo la contrariedad de su suegra y no pudiendo convencerla ni amigarse,
comenzó a caminar hacia el mar. Teluj, que lo amaba, lo siguió. Él caminó sobre el
agua para ir a una isla donde estaba el cisne y, no deseando llevarla, la convirtió en
“Jono-pete” (leopardo marino-Higruga leptonyx), quedando para siempre en el mar.
- ¡Se quedó para siempre en el mar!-, exclamó Losha.
- Así dicen que fue-confirmó la abuela-. Cuando la Luna llena alumbra el agua, Teluj
siente la presencia de su madre y juega alegremente, produciendo las mareas.
Los niños quedaron consternados por el extraño final de Teluj, pero decidieron
regresar al día siguiente, interesados en la historia de Elal.
El truwi (chinchillón andino) había perdido una apuesta convenida entre varios
animales de su comarca y debía pagarles una comida a los ganadores,
sus kuchü (1): entre ellos había también algunos koncho, con quienes estaba
doblemente obligado.
Y ello no era raro en el truwi, quien se sentía gran señor y con pocas inclinaciones al
trabajo.
Decidido a efectuar alguna diligencia, el truwi llegó hasta la orilla del lago Lácar, se
sentó dentro de un tronco hueco, comenzó a silbar y quedó a la espera de algún
incauto.
Al poco rato, atraída por el silbido y con mucha curiosidad, la lipüng (2) asomó la
cabeza entre los juncos. Y al advertirla el truwi con voz grave y solemne dijo:
Al decir esto, sacó pecho y vientre de orgullo. Muy vanidoso se sentía el vanidoso
pícaro, de estirpe de ladrones, quien nunca diera carne por carne, como si fuera de
la familia del zorro.
La curiosa lipüng se sintió conmovida ante tanto honor y le pidió al Gran Rayo que
trajera a su mujer, cuyo magnífico nombre nunca oyera mencionar.
La lipüng no tenía buenas condiciones de narradora, pero se sintió tan honrada por
esta preferencia que, después de un gran esfuerzo mental, comenzó así:
-En cierta ocasión vino el puma, a mirarse en el agua ...Después vino el huemul a
mirarse en el agua... y luego el zorro colorado y el jabalí a mirarse en el agua...
Después, vino el gato montés y más tarde el zorrino ... Por último, llegó el ser más
hediondo entre los hediondos, el truwi, el de la cola sucia y viscosa; el gran
presumido vino al lago, y también quería mirarse en el agua...
-Lo pactado debe cumplirse: le toca el turno a usted, señor silbador: debemos seguir
como amigos...
El águila sentía crecientes deseos de comerse la trucha, pero como no sabía quién
estaba oculto en el árbol creyó prudente esperar.
-Hace muchos años, una gran ciudad ocupaba este lugar del lago.
"A tanto llegó la perfidia de aquel inca que Dios, sentado en el cielo azul de su
Reino, con su Señora Madre a su lado, decidió castigarlo.
"Justo era su designio, ya que Él era el creador de la tierra, las aguas y los hombres.
Y por eso mandó a su hijo, ya mozo y vestido de mendigo, para poner a prueba el
corazón del inca.
"Este, enfurecido, les ordenó a sus guerreros que lo prendieran y empalaran, pero
en el momento en que se iba a cumplir la voluntad del soberano, ante el estupor
general, el joven se convirtió en un veloz arroyuelo y se deslizó a través de la
ciudad... Nada lo atajaba: corría y corría, con creciente prisa...
"La voz provenía de mis propios aristocráticos bisabuelos, quienes vivían en las
afueras de la turbulenta ciudad, en sus palacios de piedra labrada o madera pintada,
como acostumbraban vivir los grandes señores en sus dominios. La voz de mis
antepasados encarnaba la verdad: el riachuelo crecía sin cesar; primero, arrastró
objetos pequeños y luego todo lo que encontró en su camino.
"Porque cada mujer tenía a su cargo un hogar y además una parcela de tierra de
cultivo. Y no quedó una sola ruka en pie. El inca y la ciudad desaparecieron bajo las
embravecidas olas de este gran lago.
"Con el correr de los años, la gente olvidó el nombre de la ciudad, que se lamaba
Kara Mahuida, o sea "Ciudad de la montaña y del bosque". Porque, como se puede
ver aún, la rodeaban estas montañas y estos magníficos bosques...
"Y al lago que sepultara a la ciudad lo llamaron Lácar, lo cual significa "ciudad
muerta"...
Y al decir esto quiso abalanzarse, pero al salir del hueco el águila lo vio y reconoció
en él al pícaro y farsante truwi, le cerró el paso sin miramientos y decidió comerse
ella la trucha.
La lipüng, quien notara el ardid, se había deslizado lentamente entre los jueces y, sin
esperar a que la narración concluyera, desapareció en este instante de las aguas del
lago.
Desde entonces, el truwi vive en los huecos de los árboles o rukas de piedra,
adonde sólo llegan los búhos.
Todos los animales desprecian al truwi y al águila de rapiña por sus pésimas
cualidades.
La ciudad muerta yace en el fondo del lago, que por eso se llama Lácar, aunque
también puede significar "lugar misterioso", o "lugar que asusta". Sus plácidas aguas
se agitan en ciertas ocasiones, peligrosas y traicioneras.
El inca fue condenado a cabalgar sobre un enorme tronco, con el cual ha de navegar
eternamente por el lago.
Así se lo ve en medio de las tempestades que convulsionan las aguas, entre los
vientos que rugen y braman desatados, sobre las olas blancas de espuma, a la luz
de los rayos verdes que saben cruzar el espacio.
(1) Expresión de amistad que usan los hombres que han canjeado entre sí regalos
de licor u otra bebida
(2) Trucha
(3) Literalmente: gran relámpago