Los jóvenes en la Argentina

Los jóvenes
en la Argentina
Desde una epistemología de la esperanza

Florencia Saintout

Universidad Nacional de Quilmes

Rector
Mario E. Lozano

Vicerrector
Alejandro Villar Bernal, 2013
Florencia Saintout
Los jóvenes en la Argentina : desde una epistemología de la esperanza .
Índice
- 1a ed. - Bernal : Universidad Nacional de Quilmes, 2013.
120 p. ; 15x23 cm.

ISBN 978-987-558-258-3

1. Medios de Comunicación. 2. Jóvenes. I. Título.

CDD 302.23

Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

Primera parte. Lo que queda de la destrucción

Capítulo I. Lo que se rompió. Lo que falta . . . . . . . . . 21
Capítulo II. Ni siquiera pibas chorras. . . . . . . . . . . 35

Segunda parte. Medios de comunicación hegemónicos

y juventudes: la necesidad de dar la batalla cultural
Capítulo III. Los medios hablan de los jóvenes.
Sus respuestas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
Capítulo IV. La relación política/jóvenes:
© Florencia Saintout. 2013 cuando la derecha la niega . . . . . . . . . . . . . . . . 63
© Universidad Nacional de Quilmes. 2013
Tercera parte. Jóvenes y reconstrucción
Universidad Nacional de Quilmes
Capítulo V. El pensamiento experto y su mirada
Roque Sáenz Peña 352
(B1876BXD) Bernal sobre los jóvenes en los noventa. . . . . . . . . . . . . 71
Provincia de Buenos Aires Capítulo VI. Jóvenes militantes: la reconstrucción. . . . . 81
República Argentina Capítulo VII. La Cámpora. . . . . . . . . . . . . . . 101
http://www.unq.edu.ar
editorial@unq.edu.ar A modo de cierre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117

ISBN 978-987-558-258-3
Bibliografía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
Como siempre, para Tomás y Catalina, por la belleza de la vida.

Y a los vientos del sur, por lo que volvió; por los sueños de futuro.
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Presentación

La invención de la juventud ha estado ligada en Occidente a la inven-

ción del futuro. Los jóvenes son considerados los sujetos que a través
de su paso por determinadas instituciones se harían cargo de transmi-
tir una herencia y tomar en sus manos los desafíos de un tiempo nuevo.
Decir que “los jóvenes son el futuro” fue un lugar común durante años,
y esto implicaba pensar que pasado y futuro se anudaban en ellos. Que
eran los jóvenes los que garantizaban la pervivencia de un proyecto co-
mún que habían construido las generaciones pasadas. En estos imagi-
narios, por supuesto, se normalizaban unas ciertas ideas de juventud y
se patologizaban otras. Había unas juventudes doradas y otras peligro-
sas, amenazantes o simplemente incapacitadas. Pero, en líneas genera-
les, la idea de juventud se sostenía en un imaginario de futuro al que se
le entregaba el mundo ya hecho para que los jóvenes tomaran la posta.
Es justamente cuando la idea de futuro se hace imposible de sos-
tener en forma colectiva que ese lugar hegemónico (que por supuesto
ya había entrado en crisis muchas veces, pero sin desaparecer) se des-
morona. Durante la larga década neoliberal en la Argentina, cuando la
escuela, el trabajo, la política y la familia propia se transforman en vías
rotas e incluso a veces en vías muertas para acceder al mundo adulto,
para hacerse cargo de la posta, los jóvenes son considerados más que
nunca incapaces, fallados, ausentes, y en ocasiones hasta monstruosos.
Se los culpabiliza de que no pueden hacerse cargo del futuro, de que
están desinteresados en él. Y en este acto de culpabilización se ocul-
tan las estructuras profundas que están haciendo del mundo un lugar
inviable, no solo para y desde los jóvenes, sino para las grandes mayo-
rías de la sociedad.
Pero, además, se soslayan las condiciones a las que se los está con-
vocando, la sociedad que se les está entregando. Jóvenes que han sido
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traídos a un mundo marcado por la precarización, por la vulnerabili-
dad, por el desconcierto y el riesgo global, pero a los que se les exige
compromiso e interés. Y a quienes, ante la falta de la respuesta espera-
da, se los responsabiliza de la ausencia de futuro. Como cita Miriam
Kriger (2010; Lewkowicz, 2002), en lugar de estar entregándoles la
posta se les entrega “el huevo podrido”, un mundo al cual nadie quiere
y del cual nadie se hace responsable.
Hacia fines de la década de 1990 trabajé en una investigación en
ciencias sociales que publiqué en los inicios de la década siguiente con
el título Jóvenes, el futuro llegó hace rato, donde daba cuenta de cómo
las instituciones, que en la consolidación del Estado-nación moderno
habían cohesionado el sentido social, en ese momento estaban en una
profunda crisis. Partiendo de la perspectiva de los actores, fui mostran-
do cómo el mundo del trabajo, la política, la escuela e incluso la fami-
lia no solo habían dejado de ser lugares de integración social, sino que
para muchos, especialmente para los jóvenes de sectores populares,
eran lugares de expulsión de la vida común.
Pero, además, mi propia investigación se inscribía en un campo de
estudios que evidenciaba la incertidumbre y la ampliación casi incon-
mensurable del riesgo a escala regional y global. En un contexto de
profunda crisis de modernidad o futuro en todo Occidente, la Argen-
tina contaba con el plus de ser un país que, luego de la dictadura y del
menemismo, estaba absolutamente polarizado y fragmentado, preca-
rizado, con altos índices de exclusión social, con un Estado de bien-
estar vaciado, donde pocos habían ganado y grandes mayorías habían
quedado fuera de la vida vivible. En este contexto, la imaginación de
un futuro posible hacia adelante era impensable. Lo que quedaba era un
absoluto presente, que además estaba cargado de vulnerabilidad para
amplias mayorías de jóvenes.
Las investigaciones en ciencias sociales de la larga década neoliberal
dieron cuenta de ello. Desde las perspectivas que asumían la desintegra-
ción y el desmantelamiento de los estados de bienestar, abundaron los
trabajos que describían una generación de jóvenes desinteresados con lo
que sus padres habían creído, esencialmente la política. En un contexto
en el que se levantaba a modo de único discurso la idea de que la historia
se había acabado, las indagaciones mostraban a unos jóvenes que veían
en los políticos corrupción y lejanía, y en la posibilidad de la revolución,
una quimera de viejos, de nostálgicos, o simplemente algo tan distante
de sus vidas que ni siquiera podían ni querían balbucear.
los jóvenes en la argentina | 13
Cambiar el mundo no era ni posible ni deseable. Fue un tiempo
donde los proyectos se reemplazaban por causas más o menos efíme-
ras y los sujetos dejaban de ser colectivos para ser individuos, consu-
midores en el mercado.
En todo caso, lo que se rescataba de los jóvenes era su capacidad
de resistir el desconcierto a través de tácticas en la vida cotidiana. Los
pequeños rituales de la cultura, los modos creativos de apropiarse de
lo que el mercado les ofrecía, unos ciertos estilos que hacían de los es-
tigmas emblemas de identidad, iban mostrando jóvenes que ya no po-
dían imaginar lo imposible, pero que no por ello estaban quietos. Que
resistían desde la cultura. También se comprobaba que los jóvenes de
sectores medios, o lo que se llama jóvenes integrados, encontraban un
camino para ser ciudadanos eludiendo la política, e incluso veían en
su condena un elemento profundamente político ligado a la impugna-
ción de un orden. Lo cierto es que, en todos los casos, la política no
era una opción para transformar el mundo, ni para ellos ni para la so-
ciedad en su conjunto.
Las investigaciones académicas entraban además en diálogo per-
manente con un contexto de opinión pública fuertemente influenciado
por los medios de comunicación. Allí se presentaba de manera lineal
y ahistórica a los jóvenes de sectores medios como apáticos y desinte-
resados, y a los de los sectores populares como peligrosos en el marco
de los discursos de seguridad ciudadana. Medios y academia coope-
raban paradójicamente en la idea del imposible encuentro entre polí-
tica y juventud.
Eran tiempos de deterioro y devastación, de desafiliación y desar-
ticulación, y entonces era muy difícil ver a los jóvenes como sujetos de
agencia colectiva.
Las consecuencias de un modelo neoliberal que se había forzado
con el terror primero, y con la hambruna de las mayorías luego, habían
construido una cultura de la inviabilidad de los proyectos comunes de
transformación para toda la sociedad, y especialmente para los jóve-
nes. El Estado, la nación, la política, los derechos, eran de otros. Este
orden de imposibilidad era una cultura común para todos, y aunque se
les demandara a los jóvenes hacerse cargo, ellos no estaban por fuera
de la creencia de que el único orden era el existente. Y eran las únicas
perspectivas de análisis, la epistemología de la desesperanza.
***
14 | presentación
Este libro es producto de trayectorias de investigación sobre juventu-
des compartidas en la Universidad Nacional de La Plata en los últimos
diez años con Andrea Varela, Ayelén Sidún, Natalia Ferrante, Dai-
na Bruzone, Federico Rodrigo, Leila Vicentini, Agustín Martinuzi y
Anahí Angelini. A ellos, mi enorme agradecimiento. Y como siempre,
a Rossana Reguillo, por su generosidad e inteligencia.
2001: luego del 20 de diciembre
Esta gran victoria del capital sobre la política se sostuvo en el horror:
los miles de desaparecidos, perseguidos, exiliados; los millones de ex-
cluidos de la vida vivible. Un horror que parió un modo hegemónico de
nombrarlo: aquí ya no hay más luchas, aquí se ha terminado la historia.
No fue solo la cultura (es decir, unos ciertos modos de nombrar el
mundo que se hacen sentido común y por lo tanto adquieren el peso
de la verdad) la que sostuvo la larga década neoliberal. No fue solo en
la cultura donde se reafirmaron, pero también fue en ella. Por eso, hoy
asume tanta relevancia la idea de batalla cultural, de contrahegemonía,
de construcción de unas nuevas verdades.
El orden que se sostuvo sobre los cuerpos atormentados de los ar-
gentinos (contra el trabajo, la educación, la salud, contra todos los de-
rechos inalienables de los pueblos, claro está), y que estalló el 20 de di-
ciembre de 2001, también se sostuvo en la derrota de las expectativas.
El 20 de diciembre fue un tajo en ese orden neoliberal que escondía
las esclavitudes, el malestar, pero también las luchas que de maneras
más o menos subterráneas decían que no.
Un orden cultural que parecía no tener fisuras. Que parecía domes-
ticar lo salvaje. Que podía hacer aceptable lo inaceptable y encadenar
las posibles pulsiones de emancipación.
Pero el 20 de diciembre fue, entre muchas cosas, un tajo profundo:
un momento donde algo se abrió, donde brotó la sangre (la sintomá-
tica sangre de jóvenes en ese día, también), donde nunca más, se haga
la sutura que se haga, se volverá al mismo lugar.
¿Cuál es ese orden cultural, entonces, que opera en la larga déca-
da neoliberal como artificio de la ausencia de contradicciones, de con-
flicto, de política y, por lo tanto, como un modo de narrar el mundo
funcional a la derecha y a la conservación de lo existente? Un existente
definido por la exclusión de las mayorías, por la concentración de to-
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dos los tipos de capitales en pocas manos. Y por la ubicación, a través
del discurso de la seguridad ciudadana, de los jóvenes pobres como
causantes del mal.
La cultura del neoliberalismo
Hablar de cultura implica muchas cosas. Ninguna de ellas la aleja de la
sociedad. Sin embargo, esto no indica anular todo tipo de autonomía,
incluso para reafirmar la sociedad: los poderes también necesitan de
la cultura para ser efectivos. Eso lo sabía muy bien Antonio Gramsci,
como tantos otros, y lo sabemos muy bien los argentinos que vimos
cómo un proyecto como el que denunció Rodolfo Walsh en su “Car-
ta Abierta a la Junta Militar” necesitó para implementarse primero de
la fuerza y la gestión del terror y luego menos (no nada) de la fuerza,
pero también de las creencias, de las ideas, de las normas, es decir, de
la cultura. Reiterativamente: no es posible pensar el neoliberalismo sin
sus muertos, pero tampoco sin sus ideas.
Una de las grandes ideas de los noventa fue el fin de la política: se
dijo que había desaparecido, que solo los nostálgicos o los burócratas
podían creer en ella. La otra, ligada claramente a la primera, es que ha-
bían desaparecido los grandes colectivos.
Este discurso del fin de las estructuras se tejió con las decisiones de
muchos de los gobiernos democráticos de la región que implementa-
ron reformas que implicaban ajustes fiscales, privatizaciones masivas y
desregulación de los mercados en contextos de corrupción. Pero, ade-
más, estos fueron años de una formidable concentración capitalista de
los bienes comunes, tanto materiales como simbólicos. Todos cambios
estructurales que fueron narrados como un nuevo orden.
Enumero de manera sintética algunas de las demás ideas de este
nuevo orden.
La noción de que las fronteras habían desaparecido o eran porosas
(se describe: están hechas de alambres caídos, posibles de ser entendi-
das como modo de encuentro, como zonas de contacto). Esta fue una
fórmula claramente sensible a un momento donde el conflicto tenía
mala prensa: “Nada nos separa, todos juntos en el mercado”, pareciera
ser la consigna. Conceptos como globalización y sociedad de la infor-
mación se transforman en los nuevos fetiches del momento, siempre
dispuestos a explicarlo todo (y negarlo todo también; por ejemplo,
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negar las fronteras que se levantaban con hierros blindados para los
espalda mojada del mundo, las fronteras que fueron dando forma a los
barrios privados de los que ganaron sobre la hambruna de los otros;
no todos pierden en el capitalismo salvaje).
Pero, además, esta idea de las fronteras caídas sostuvo la afirmación
de que las naciones habían terminado, que eran una más de las figuras
en extinción de los nostálgicos que se habían quedado atrás.
El no poder. El enflaquecimiento de la problematización del poder,
anclado en la afirmación de que el poder había dejado de ser demonía-
co y material para ser fluido, ambulante y subjetivo, alimentando el
abandono de la dimensión de clase y de la desigualdad para el análisis.
Finalmente, ¿para qué señalar el poder si al ubicarlo en todos lados no
era posible ubicarlo en ninguno? La denuncia del poder, su sola enun-
ciación, se volvió una vez más asunto del pasado.
El agotamiento de la totalidad o el imperio de los fragmentos. Esta
fue una época que enunció la desaparición de la totalidad. Babel deja-
rá de ser un castigo para ser celebrada (nos recuerda Renato Ortiz en
La supremacía del inglés que en el relato bíblico de Babel la pérdida de la
lengua universal, de una lengua única, sobreviene como castigo; pero
ahora Babel se celebra, porque los universales “han sido autoritarios,
falsos”, afirma).
De esta manera se festeja el fin de las totalidades, de la gran His-
toria, y su reemplazo por las historias mínimas. Las teorías de la mul-
ticulturalidad, de los fragmentos al infinito, se resaltan una y otra vez
para describir los nuevos estatutos del mundo contemporáneo que se
relamen en lo que Eduardo Grüner (1998) llamó la “fetichización de
los particularismos”: fragmentos que se juegan en sí mismos, sin nin-
guna referencia a estructuras más amplias.
Por último, el acuerdo de muchos en anunciar la desaparición de lo
real. Vía giro lingüístico, pero más vía triunfo de las derechas, se con-
solidó la increíble y fantástica idea de que la realidad también había
muerto y se estaba en el cielo de los simulacros.
El tajo
Sin embargo, el 2001 se erigió como emblema de una historia real
que no había muerto. Que balbuceaba unos caminos de signos nada
transparentes ni lineales: los movimientos sociales que irrumpieron en
los jóvenes en la argentina | 17
el espacio público para denunciar los efectos perversos del liberalismo
(en la Argentina, pero no solo aquí, sino, antes o después, en varias na-
ciones del Cono Sur); un No profundamente político a los políticos,
que impugnaba la política como empleada de las corporaciones; el de-
sarrollo de unas nuevas izquierdas en toda la región (que van a reivin-
dicar viejas banderas, pero que también se van a hacer eco de novedo-
sos planteos); la crisis global desatada o visibilizada por los atentados
del 11 de septiembre (que vuelven a escena súbitamente una perversa
totalización –Occidente/Oriente, o ellos o nosotros– incompatible con
el reino de los fragmentos); la carnalidad de la tortura y sus imágenes
que recorren el mundo desafiando el consenso de que todo es imagen;
finalmente, la crisis económica mundial que muestra como nunca an-
tes que la globalización es pagada en sus consecuencias negativas por
todos, pero que su gestión y provecho es de muy pocos.
La lista podría ser más profunda y compleja, pero lo que me inte-
resa señalar, al menos muy brevemente, es que el discurso sobre un
orden de la absoluta fragmentación, desmaterialización, desaparición
de fronteras y licuamiento de la historia en manos del mercado ya no
puede ser enunciado como plataforma desde la cual pensar lo social.
Este es el tajo: el que rompe el orden y muestra lo que hay en la
profundidad.
Y en la profundidad hay luchas, hay historia, hay política. En la pro-
fundidad es posible denunciar el movimiento atroz y falaz que sostiene
la enunciación de que la política ha muerto, y reencontrar la memoria
de los que lucharon y los que luchan por la justicia. Hay jóvenes.
Es justamente eso que está en la profundidad lo que sostiene des-
pués, en muy poco tiempo, a un extraordinario presidente que en el
acto monumental de hacer bajar los cuadros de los genocidas vuelve a
crear la historia para los argentinos. Porque es la política la que vuelve
a ser posible para los argentinos en un contexto latinoamericano de
profunda transformación.
Este libro
Si los jóvenes han sido pensados desde el contexto de derrota y devas-
tación, me planteo en este libro el desafío de pensarlos hoy en un con-
texto de recuperación y de reinvención del futuro.
Estamos en un momento en el que no solo en la Argentina, sino en
18 | presentación

América Latina, se afianzan procesos políticos que, más allá de todas

sus diferencias, se posicionan ante el neoliberalismo como horizonte
negativo. Desde allí sostienen la necesidad de transformación a través
de la política, poniéndose como objetivos la reafirmación de la verdad,
la memoria y la justicia, el combate a la pobreza, el enfrentamiento de
los poderes concentrados, la unidad regional, el reconocimiento de las
identidades subalternizadas, la soberanía nacional.
Por supuesto que estos movimientos no son lineales, no se dan a la
manera de manual, sino que están llenos de contradicciones, idas y vuel-
tas, pero a un ritmo que no se detiene. Se podrá pensar que el kirchne-
rismo es la opción de la derecha para encauzar el argentinazo de 2001
o, por el contrario, creer, como yo, que es una opción por izquierda Primera parte
para la reconstrucción de un proyecto nacional y estatal con inclusión.
Pero lo que no se puede poner en duda es que ha habido un cambio
con respecto a las décadas anteriores. En este sentido, cobra relevan- Lo que queda de la destrucción
cia la comprensión de unos jóvenes que han comenzado a socializarse
bajo los efectos del 2001, que lo tienen como referencia, y que hoy se
encuentran en un país que se ha movido de lugar. Escuchar sus voces
seguramente nos permitirá comprender de manera más compleja cuál
es ese lugar.
Este libro intenta hablar de lo que permanece y de lo que cambia.
De lo que entra en contradicción, de lo que se mueve y se resiste a ser
ubicado. De las penosas maneras de ser joven en la Argentina que se
han ido construyendo a lo largo de décadas, y de las maravillosas for-
mas de ir transformando y reconstruyendo una salida. Del desencan-
to, pero también de las nuevas posibilidades del encanto para aquellos
que han venido a un mundo sin elegirlo pero del que inevitablemen-
te se harán cargo. En una región, como dice el rap, “sin piernas pero
que camina”.
Por lo que camina.
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Capítulo I
Lo que se rompió. Lo que falta

Son tiempos, los actuales, de plena reconstrucción. Ante la idea de una

década perdida, se opone la de una década recuperada: recuperada para
los pueblos. Sin embargo, aún queda mucho por hacer y los desafíos
son inmensos. Los procesos de destrucción y daño han sido de tal en-
vergadura, que todavía seguimos padeciendo parte de ellos.
En el caso específico de las juventudes, uno de los principales da-
ños producidos por la derecha, por su dictadura (y su continuidad neo-
liberal), ha sido el de asociar la juventud a la muerte como un estado
natural. Esta asociación se presenta como absoluta cuando se refiere a
los jóvenes de los sectores populares.
Desarrollaré entonces esta hipótesis, centrándome en las opera-
ciones que hicieron posible el estatuto juventud/muerte como política
siniestra de la derecha, pero también señalando su permanencia en la
actualidad con el afán de, una vez más, reflexionar sobre continuidades
y rupturas para intervenir por la emancipación.

Juventud y muerte

Hubo muchos tiempos en los que la juventud estuvo ligada a la muerte.

Como lo señalan Levi y Schmitt (1995), la del Medioevo, por ejem-
plo, fue una “juventud para la muerte”. Eran los jóvenes quienes iban
al frente de la batalla para proteger a los señores. La muerte como cul-
minación de una vida joven no era algo difícil de aceptar, incluso de
anhelar. Fueron siempre jóvenes los que más murieron, los que más
mueren en las guerras.
En la década de 1970, en nuestro país, los treinta mil desapareci-
dos fueron mayoritariamente jóvenes.
22 | lo que se rompió. lo que falta
En la Argentina de la larga década neoliberal, la vida de ciertos jó-
venes aparece nuevamente ligada a la muerte. Y no a cualquier muer-
te, sino a la muerte violenta, aquella que no tiene nada que ver con la
calma de la vejez, con los procesos naturales de culminación de la vida
(Elias, 1987), con la moratoria vital. Esta ligazón fue construida por
los discursos hegemónicos como un dato sin historia, que hablaba de
la irracionalidad de las prácticas y del deterioro de la juventud. Como
si los jóvenes, ciertos jóvenes, estuvieran por naturaleza destinados a
la muerte.
En esos años, pero con continuidad en la actualidad, asistimos a la
presencia de un discurso mediático hegemónico que, de manera des-
contextualizada y simplificadora, asoció a los jóvenes pobres con la
muerte (y desde hace tiempo sabemos que aquello que se dice en los
medios no es solo cuestión de medios). Varios relatos los construye-
ron como delincuentes, como peligrosos que necesitan ser castigados
o excluidos del espacio común por no valorar la vida, ni la propia ni la
ajena. Como sujetos perdidos que entonces son capaces de salir a ma-
tar y morir. Como enfermos que consumen todo tipo de drogas, aun
las más pesadas, sin medir riesgos. Como integrantes de bandas con
rituales que no se entienden, pero donde la vida vale muy poco o nada.
Como adolescentes carentes de todo que se involucran en las conduc-
tas más riesgosas sin límite alguno.
Se habló de ellos como sujetos ahistóricos que un día sorprendie-
ron a la sociedad inocente con un juego que se ve sin sentido y sin po-
sibilidad de ser explicado por nadie. Casi como si existiera en estos
jóvenes un mal particular que se cerrara y terminara en ellos mismos.
Me interesa entonces en estas páginas poner en discusión dos ejes
del trabajo de investigación que hemos iniciado hace ya un tiempo. El
primero gira en torno a la idea de que muchas de las prácticas juveniles
donde la vida está y se pone en riesgo, lejos de ser irracionales o caren-
tes de sentido (como afirman los discursos periodísticos), pueden ser
comprendidas en el marco de unos jóvenes socializados en un tiem-
po de incertidumbre mundial y de vulnerabilidad regional. Un sector
de jóvenes tiene una clara conciencia de la vulnerabilidad de su propia
vida. De una vida donde no hay derechos ni garantías, donde no hay
instituciones que protejan. Me gustaría decirlo lo más claro posible:
los límites entre la vida y la muerte son vistos por los jóvenes, y espe-
cialmente por ciertos jóvenes, como límites precarios, porque viven en
un mundo donde impera el riesgo, con tremendos indicadores de vul-
los jóvenes en la argentina | 23
nerabilidad. Y esto no es porque sí, no es porque simplemente sucedió,
como parecen decir ciertos opinólogos y periodistas.
La segunda hipótesis, que completa la anterior, tiene que ver con
la ligazón entre esta conciencia de la vulnerabilidad de la vida (y, por
lo tanto, unas prácticas del riesgo que dan como resultado un núme-
ro altísimo de muertes violentas) y lo que llamaré el daño: las heridas
producidas por la dictadura y por treinta años de política neolibe-
ral. Incluso en un contexto de clara salida de esas políticas como es
el actual.
El daño
En Chile, en el desarrollo de un congreso, escuché por primera vez
la idea de daño. Del daño, de la herida, de aquellas consecuencias no
siempre accesibles a primera vista de los hechos traumáticos, como fue
allí la dictadura, como es un modelo de nación que algunos definen
como exitoso pero que es básicamente excluyente de las mayorías. El
daño como aquello que habla de una dimensión social, histórica, co-
lectiva, pero también profundamente subjetiva, emocional, que se car-
ga en el cuerpo. Un daño, finalmente, que se transmite de diferentes
formas de generación en generación.
La idea de daño servía para describir la angustia e impotencia enor-
me que sienten aquellos jóvenes, no todos, de distintos sectores so-
ciales, cuando las vías tradicionales de acceso a la adultez se les han
cerrado, y en las nuevas propuestas, básicamente ligadas al consumo,
no encuentran un lugar propio. Pensé, mientras escuchaba, en lo su-
gerente de la noción de daño: estructura y sujeto, sujeto y estructura.
Hablar de daño implica hablar del dolor (carnal, visceral, físico, emo-
cional, sentimental) que se vive en un cuerpo y en un individuo. Y,
cuando hablamos de daño social, incorporamos la historia a ese cuer-
po que se hace también cuerpo colectivo.
Pensé entonces en los jóvenes nuestros (nuestros: de nuestra re-
gión; en nuestros estudiantes, en los hijos, en los que habitan las es-
quinas, en las ciudades inmensas nuestras), en el daño que era heridas
físicas y también emocionales, que era de sujetos y también de histo-
ria. Pensé: ¿en qué consiste el daño de los jóvenes con daño?, ¿cómo se
hizo y quiénes lo hicieron?, ¿cómo es vivir dañado?, ¿qué relación exis-
te entre el daño y las formas aparentemente irracionales en las cuales
24 | lo que se rompió. lo que falta
ciertos jóvenes se encuentran de manera cotidiana con la muerte?, ¿qué
hacer con el daño, si es que finalmente se puede hacer algo con ello?
Estas son preguntas que indican largos caminos, y que seguramen-
te me seguirán acompañando por muchos años más, a mí y a otros que
desde diversos lugares las están transitando. Tal vez en este texto pue-
da retomar viejos trazos en los que, sin hablar directamente del daño,
he tratado de explorar las heridas que hoy padecen algunos jóvenes,
simplemente para aportar a pensar e hilvanar esta relación entre ju-
ventud y muerte que, con certeza, no es un vínculo que se pueda en-
tender desde el sinsentido o desde la culpabilización que los medios
hacen de los jóvenes.
Puntos de partida
En primer lugar, creo que es claro que parto de admitir la herida pro-
ducida por lo que, para simplificar, vamos a llamar la dictadura o el plan
neoliberal. Una herida que tuvo su punto de inflexión en la llamada cri-
sis de 2001, cuando el modelo político, económico y social estalló en
mil pedazos.
No voy a decir mucho más sobre esto. Cientos de análisis han to-
mado el tema por cientos de entradas. Lo que me interesa es remarcar
que aquí se originan las heridas de las que habla el daño en nuestros
jóvenes hoy: ellos no logran salir indemnes. No están afuera. Y no es-
toy focalizando ahora solo en los jóvenes ubicados como los de la ge-
neración de los setenta (acallados, perseguidos, exiliados, torturados,
desaparecidos), ni solo tampoco en los de los ochenta, los llamados jó-
venes de la transición (como si luego del horror fuera posible transitar
por la historia hacia algún lugar), sino que estoy hablando también, y
particularmente, de los que hoy son jóvenes. Pareciera ser que en mu-
chos de los trabajos anclados en las perspectivas de la memoria, cuan-
do se habla de jóvenes, ha habido un detenimiento evidente en los años
setenta. En el plano de las militancias políticas, esto es aún más claro,
rescatándose el valor de una juventud transformadora, revolucionaria.
Pero son pocas las miradas que, desde la necesidad de una memoria
activa, se detienen en los jóvenes de hoy, cuya existencia está profun-
damente marcada por la de las generaciones anteriores, por la relación
tan fuerte con la muerte: han venido a un mundo donde el horror ha
sucedido, lo sepan o no de manera consciente (tal vez también sea ne-
los jóvenes en la argentina | 25
cesaria la aclaración que remarca una idea: han sucedido muchas cosas,
pero también ha sucedido el horror).
Voy a detenerme entonces en este capítulo en los que hoy son jóve-
nes en la Argentina, en un tiempo de emancipaciones y reconstruccio-
nes, pero también de deudas y reparaciones por hacer. Nietos algunos
de la generación que enfrentó a la dictadura; hijos de los que fueron a
Malvinas; hijos, otros, de aquellos a los que se llamó los jóvenes de la de-
mocracia (los que surgieron a la vida pública con el Juicio a las Juntas, y
que rápidamente se encontraron con el Punto Final, para terminar con
el indulto). Voy a detenerme en aquellos que comenzaron a socializar-
se con el fin del menemismo, o con la crisis de 2001, o sobre todo con
lo que quedó después del estallido. Los que hoy están al frente de lo
nuevo, en el frente (de batalla, del enfrentamiento, donde primero se
sufren los avatares) y al frente (de la invención) del mundo por venir.
Voy a detenerme en los que están ahora en las escuelas y que, se-
gún los maestros, se resisten a ser educados; en los que están lim-
piando vidrios en las calles y se convencieron de que hay una justicia
para unos y otra para ellos; en las chicas que disfrutan el sexo porque
ya sus abuelas pelearon por el derecho al goce; en los que levantan la
bandera de la política luego de tanto tiempo; en los que trabajan en
negro y no saben que alguna vez existieron derechos laborales; en los
que comenzaron a trabajar; en las chicas que creen que la maternidad
no es un destino y en las que abandonaron la escuela y se embaraza-
ron sintiendo que la maternidad es el único camino; en los que creen
que no cuidarse del sida es enfrentar un poder que los niega. Voy a
detenerme en todos los que hoy son jóvenes, pero lo son con la his-
toria de los padres, de los abuelos, de los bisabuelos, en un país que
durante mucho tiempo negó la verdad y que hoy está en el camino de
la justicia y la memoria.
No es posible pensar que aquello que los historiadores de la me-
moria llaman el pasado traumático reciente los esquivó, no los lastimó,
que se salvaron de esa experiencia: la dictadura los dañó. Los dañó el
neoliberalismo. Los dañó la exclusión. Los daña todos los días. Y en
estas heridas tal vez sea posible rastrear algunas de las claves de sus
cercanías con la muerte, muchas veces como un juego, como un riesgo
más, como una forma de anclar los sentidos de la vida.
Pero también, y eso lo veremos en los últimos capítulos, con esa
historia los jóvenes han hecho algo, en una región donde, como dice la
letra de “Latinoamérica” de Calle 13, se “respira lucha”.
26 | lo que se rompió. lo que falta
Las heridas
Empecé durante la década de 1990 a indagar los modos en que jóve-
nes ubicados en diferentes lugares del espacio social construían sus
entradas al mundo adulto. Me interesaba ver cómo lo que para las ge-
neraciones de sus abuelos había sido un pasaje prefijable, claro, estaba
cambiando en un contexto de crisis de las instituciones modernas, en
el marco del neoliberalismo.
La hipótesis que me guió en el trabajo de investigación estuvo li-
gada a la idea de que las prácticas y las representaciones de los jóvenes
para acceder al mundo adulto y darle sentido no estaban reproducien-
do las estructuras y las instituciones que organizaron la vida durante la
modernidad, no “volvían a ellas sin discusión”, sino que, en todo caso,
estaban recreando nuevos principios estructurales. La pregunta central
tenía que ver entonces con los modos en que distintos jóvenes percibían
las instituciones que tradicionalmente cohesionaron la vida social y que
estaban en crisis. Preguntarse por ello era preguntarse, a la vez, por las
formas de imaginar el futuro y, por lo tanto, el presente de estos jóvenes.
Indagar cómo es que, en el marco de la incertidumbre, de la precariedad,
los jóvenes estaban construyendo futuros en relación con sus presentes.
Trabajé con diversidad de jóvenes, partiendo del supuesto de que
no existe un único modo de ser joven, que no existe la juventud como
un todo homogéneo, sino que es posible hablar de diferentes jóvenes de
acuerdo con la marca sociocultural de la categoría etaria. Pero, aun así,
todos ellos se exponen a una misma época, por lo tanto, constituyen
una generación.
Cuando cerré la investigación, hacia el año 2002 (como se cierran
las investigaciones en ciencias sociales: de manera provisoria, abrien-
do otras indagaciones, buscando otras piezas para un rompecabezas
construido colectivamente al infinito), una constatación me impactó
con fuerza: los evidentes procesos de desciudadanización que atrave-
saban el estatuto de lo juvenil. En el análisis de mis conversaciones y
entrevistas con jóvenes, en la lectura de una amplia y rica bibliografía
producida en los últimos años por investigadores de diversas discipli-
nas en toda la región, se hacía visible un proceso: grandes sectores de
la población juvenil desconocían sus derechos y garantías. Y, más aún,
desconocían la posibilidad de pelear por ellos: ante quién hacerlo, con
quién, qué pelear, se transformaban en interrogantes que no solo no
eran capaces de resolver, sino que en ocasiones ni siquiera podían for-
los jóvenes en la argentina | 27
mular. Amplias mayorías de jóvenes se sentían a la deriva, sin ninguna
dimensión institucional que los protegiera: tenían un concreto saber
de la vulnerabilidad y la precariedad.
Hoy esto ha cambiado profundamente. Sin embargo, todavía es po-
sible ver en los sectores más vulnerables cómo la desciudadanización se
hace clara en el saber sobre la existencia de la condición de desigualdad de
cada uno de ellos. Ciertos jóvenes saben, perciben, e incluso casi se podría
decir que aceptan (si a este verbo no se le otorga siempre características
de reflexividad consciente o voluntaria) que no todos son iguales, que no
poseen los mismos derechos, lo cual se enmarca en la gran dificultad que
tiene la mayoría para reconocer que puede ser de otra manera. Hay en ellos
un saber de las restricciones o los límites estructurales que impide asumir
que sus existencias tengan que ver con la opción de imaginar lo imposible.
Ligado a lo anterior, es relevante subrayar la percepción por parte
de los jóvenes de que no hay marcos regulatorios comunes que indi-
quen caminos a seguir. No hay en ellos la creencia en una verdad al fi-
nal, una autoridad común que pueda guiar a nadie, sino que, en todo
caso, deben construir las claves de este nuevo mundo en soledad.
Entonces, con una vida que se juega entre la vulnerabilidad y la au-
sencia de marcos regulatorios de integración, en un contexto de enor-
mes riesgos donde nada es calmo y predecible: ¿por qué la muerte ten-
dría que estar domesticada?, ¿por qué podría ser regulada?, ¿por qué
tendría que haber una sola muerte, una muerte que integre? Si la vida
es tan veloz, tan precaria, tan hecha de fragmentos y de soledades, ¿qué
hay de extraño en que así sea la muerte?
En esta ausencia de muerte domesticada, las posiciones conservado-
ras han visto no una consecuencia de una historia de exclusión y precarie-
dad producida de manera interesada, sino unas prácticas bárbaras y sal-
vajes, “naturales”, que abren el camino a la demonización de los jóvenes.
Postales de la muerte
La secta del gatillo alegre: la maldita policía,
el gatillo fácil, la violencia institucional
En 1991, durante un recital de los Redonditos de Ricota, se produjo
una razia policial en la provincia de Buenos Aires, donde fue apresado
y golpeado hasta la muerte el joven Walter Bulacio.
28 | lo que se rompió. lo que falta
En 1993, en la ciudad de La Plata, la policía bonaerense tam-
bién secuestró y torturó hasta la muerte, desapareciéndolo luego, a
Miguel Bru.
Estos hechos en los tempranos años noventa permitieron dar un
debate público sobre la impunidad policial, promovido por la capaci-
dad de movilización de instituciones de la sociedad civil que incluso
mostraron claramente que no se estaba ante casos aislados.
Luego de la dictadura, ya durante la democracia, se comenzó a ha-
blar de la maldita policía (primero con respecto a la policía de la provin-
cia de Buenos Aires, la más grande, y luego en relación con la policía
en general). El adjetivo “maldita” estuvo y aún está ligado a una estruc-
tura institucional delictiva y corrupta que comente crímenes contra la
población, la mayoría de las veces gozando de la más plena impunidad.
La condición de maldita no puede ser desligada de la permanencia en la
institución de una cultura y unas prácticas de la dictadura que se refor-
zaron en la década neoliberal y que, a pesar de todos los límites políti-
cos y sociales que hoy van encontrando, se continúan en la actualidad.
Conceptos como los de maldita policía, gatillo fácil (que se relacio-
na de modo tan directo con aquel “gatillo alegre” del cual hablara Ro-
dolfo Walsh) o violencia institucional (acuñado tempranamente por
el cels) permitieron en los noventa denunciar, en el espacio público,
la saña de los aparatos represivos del Estado contra los jóvenes, en es-
pecial contra los de sectores populares. Pero, sobre todo, permitieron
pensar la continuidad de lo que parecía haberse terminado al terminar-
se la dictadura: la persistencia de una estructura y una cultura represi-
vas, clasistas y corruptas en la policía durante la democracia.
Recuerdo en particular las dificultades iniciales de la Asociación
de Amigos Miguel Bru, ligada informalmente a hijos La Plata, para
dotar de un lenguaje político a la lucha por la verdad y la justicia ante la
desaparición del estudiante. Esas dificultades radicaban, a mí entender,
en la “novedad” del hecho con respecto a las desapariciones de los años
setenta. Para algunos de los militantes partidarios, como para algunos
–los menos– organismos de derechos humanos que se habían consti-
tuido como tales luchando contra la dictadura, era complejo pensar en
Miguel como un desaparecido. Y, en cierto sentido, por supuesto que
no lo era: no había formado parte de esa generación que enfrentó la
dictadura. Pero en otro sentido, claramente lo era: su desaparición era
imposible de entender sin la vigencia de los aparatos represivos cons-
tituidos en la dictadura.
los jóvenes en la argentina | 29
Lo que se comienza a nombrar en los noventa es una violencia que
tiene como principales víctimas no a militantes políticos sino a jóvenes
pobres. Nuevamente, aparece la idea de la continuidad del daño produ-
cido por el proyecto político, social y económico de la dictadura, con
su cara represiva, como presente en los noventa, como hilo vivo con el
pasado traumático: la dictadura en tiempos neoliberales. Y esto tam-
bién nos lleva a pensar qué es lo que queda de ese horror en la actuali-
dad, porque hoy siguen existiendo las prácticas represivas ilegales de
varias policías provinciales contra los jóvenes de sectores populares.
Pienso en el caso de Luciano Arruga, un joven de 16 años desapa-
recido en enero de 2009 en la localidad de Lomas del Mirador: la po-
licía bonaerense lo había detenido porque se negaba a robar para ella
en “zonas liberadas”. Arruga fue torturado y, a partir de ese momen-
to, comenzó a ser hostigado hasta que finalmente fue desaparecido.
Durante cuatro años la causa estuvo caratulada como “averiguación
de paradero”, y recién en 2013 se recaratuló como “desaparición for-
zada de persona” y se pidió prisión preventiva para el policía acusado
de golpearlo.
Por supuesto, el de Luciano Arruga no es un caso aislado, sino
que visibiliza el complejo de complicidades y responsabilidades entre
el sistema judicial, policial y (como trabajaré más adelante) mediático.
Porque sin la tarea de los medios, sostenida desde la década del seten-
ta hasta la actualidad, criminalizando a la juventud, estos hechos no
serían aceptables para una parte muy grande de la sociedad.
Por otro lado, debido a transformaciones del todo positivas, como
la recuperación de la política para amplios sectores de la sociedad (que
también desarrollaré más adelante), la saña policial ya no solo va di-
rigida hacia jóvenes pobres, sino también hacia jóvenes militantes de
sectores populares. Escribo esto pensando, particularmente, en los he-
chos ocurridos en Rosario durante los veranos de 2011-2012 y 2012-
2013, donde una de las policías más corruptas y violentas del país
asesinó primero a militantes del Frente Darío Santillán y luego atacó
salvajemente a jóvenes militantes del Movimiento Evita. La policía de
Santa Fe está denunciada ante la justicia por estar comprometida con
las redes del narcotráfico.
He tratado de mostrar en este brevísimo recorrido cómo existe un
hilo conductor concreto entre el plan siniestro de la derecha y su dic-
tadura en la década de 1970 y ciertas permanencias de sus prácticas e
ideologías en la actualidad, más allá de las impresionantes oposiciones
30 | lo que se rompió. lo que falta
a las que ese plan se ha enfrentado y de las cuales no ha salido siem-
pre victorioso.
En este hilo conductor, es posible ver cómo se fue asentando la
construcción de la peligrosidad de la juventud y una idea de que hay
que tomar con ella medidas predelictuales (la juventud puede cometer
delito..., es decir, se la reprime y se abusa de ella por una suerte de pre-
vención).
De todos modos, y tal vez esto sea lo más importante para afirmar,
también hay un hilo conductor en las prácticas de resistencia a esa po-
sibilidad del daño. Porque en la lucha contra los hechos de violencia
policial no solamente hubo logros puntuales (por ejemplo, el cambio
de la legislación que permitía la detención de jóvenes en comisarías,
el juicio y castigo a los asesinos de Miguel Bru, por citar algunos),
sino que también se fue configurando un territorio político/público,
un sujeto –incluso colectivo– que enfrentó esas prácticas y que en la
actualidad permite que en las plataformas militantes de agrupaciones
políticas juveniles el tema esté presente.
Cromagnon
A finales de 2004 (¡hace tan poco!) nos enteramos a través de los me-
dios de uno de los hechos más horrorosos de los últimos tiempos: cien-
to noventa y siete jóvenes muertos en un incendio durante un recital
de rock barrial en unas instalaciones absolutamente precarias, fuera de
todas las regulaciones públicas de seguridad. Los muertos provenían
mayoritariamente de sectores populares y medios, medios bajos. Ha-
bían ido a escuchar a una de las bandas del llamado rock chabón, un rock
en gran parte inventado por una escucha popular de los cordones del
Gran Buenos Aires y que toma como paisaje el de la “pobreza, la des-
ocupación, la delincuencia, el tráfico de drogas, en fin, las novedades
de la década del noventa” (Semán, 2006, p. 206). Un rock ciertamente
condenado por los rockeros de las décadas anteriores (grupo integra-
do, sobre todo, por sectores medios urbanos) por considerarlo apolí-
tico: si estos habían hecho música contra el sistema, el nuevo rock ba-
rrial pedía la entrada al sistema con nostalgia de un mundo en el que
existía la idea del trabajador.
Había en Cromagnon mucha más gente de la que podía reglamen-
tariamente estar: a nadie le importó hacer cumplir las normativas de
los jóvenes en la argentina | 31
seguridad. No había puertas de salida o estaban cerradas. Nada cum-
plía con las reglamentaciones urbanas. El incendio comenzó cuando
se prendió una bengala (práctica extendida en estos recitales en esos
tiempos) que impactó sobre un techo de poliuretano, material fuerte-
mente inflamable (nadie pudo ver una relación, la de las bengalas y el
poliuretano, evidente y predecible).
En Cromagnon, las víctimas fueron principalmente jóvenes. El ho-
rror mostraba otra vez heridas no curadas: la dimensión absolutamente
trágica del daño. ¿Qué fue lo que pasó, lo que dio lugar a la masacre?
Hay dos elementos sobre los cuales nadie tiene duda: la juventud y la
vulnerabilidad. Es poco lo que podremos entender de lo que sucedió
si no asumimos que las condiciones de precariedad (de instituciones,
de normas, de controles) que fueron construidas a lo largo de décadas
en la Argentina, de la mano de estados dictatoriales y estados privati-
zadores, esa noche sostuvieron el horror sobre aquellos que tienen uno
de los lugares más expuestos: los jóvenes.
Picadas
En muchas de las ciudades del país, el relato es común: por las noches,
en calles más transitadas, menos transitadas, más o menos lejanas de
los centros, jóvenes de distintos sectores se juntan para hacer picadas,
para apostar cuán veloz se puede ser, para correr. Para jugar el juego
“del gallina”, de la “ruleta rusa”.
El 16 de febrero de 2008, las noticias hablaron de tres jóvenes que,
junto a otros que los acompañaban, cerraron los ojos, se subieron a
las motos recién compradas, se “plancharon” y, en una ruta de noche,
corrieron hasta encontrar la muerte: Alejandro Valbuzzi, de 22 años,
César Tolosa, de 19 y Renzo Blanco, de 18.
El intendente de la ciudad declaró: “Se van a aumentar las multas en
lo que hace al tránsito, lo que va a venir bien para corregir la situación”.
Los amigos hicieron un santuario con cruces y “elementos tuercas”,
porque los chicos habían muerto “haciendo lo que les gustaba”. Los
medios nacionales subrayaron al infinito la irracionalidad del juego.
En una entrevista realizada por nuestro equipo de investigación,
se le preguntó a uno de los amigos por la velocidad: “El miedo –dijo–
en ese momento se te mezcla con lo que va a venir: vos lo tenés que
enfrentar”. Hacerse adulto es enfrentar los miedos. “Y cuando mane-
32 | lo que se rompió. lo que falta
jás, tenés el control.” Es imposible no relacionar estas prácticas con la
ausencia de trayectorias claras, prefijables y, sobre todo, colectivas de
entrada al mundo adulto. En un momento de ruptura, los jóvenes tie-
nen que construir sus propios modos de “hacerse grandes”, sin guías,
sin marcos de referencia comunes con los adultos. ¿Los padres sabían?,
les preguntamos: “A veces sí, a veces no. A veces no quieren saber. Pero
de última no importa, porque si lo querés hacer lo hacés”.
En la larga década neoliberal, no hubo ni guías ni referencias que
valieran (porque fracasaron, o porque fueron derrotadas, o porque es-
taban equivocadas, o todo a la vez), y entonces los jóvenes lo tuvieron
que hacer solos. A lo que se sumó, además, que en sociedades adul-
tocráticas como esa no hay demasiado lugar para los jóvenes, más allá
del de consumidores, y entonces tener el control de alguna situación,
aunque sea la de la propia muerte, no es poca cosa.
Los otros hijos
Son varias las investigaciones que, tanto desde las ciencias sociales
como desde organizaciones de la sociedad civil, han dado cuenta de la
criminalización de la juventud, en especial de aquella que está estruc-
turalmente ligada a la pobreza; de cómo el Estado posdictatorial ha
ido alternando políticas democráticas con políticas fuertemente re-
presivas hacia los jóvenes, que han sido acompañadas por la llamada
opinión pública.
Los asesinatos de jóvenes pobres, la mayoría juvenil en las pobla-
ciones carcelarias, se sostienen sobre una opinión pública que reclama
mayor represión sobre ellos, hijos de más de una generación de no ciu-
dadanos. A esto se suma la autopercepción de muchos jóvenes como
portadores, ellos mismos, de una identidad deteriorada.
En una serie de crónicas periodísticas que son la base del libro Si me
querés, quereme transa (2010), Cristian Alarcón habla de los jóvenes en
el Bajo Flores. De jóvenes vulnerables para los cuales la muerte forma
parte de la vida cotidiana: sin sacramentos, de manera banal y rutinaria.
Habla especialmente de lo que llama los “hijos” de los transas, los hijos
de aquellos que, empezados los noventa, se hicieron cargo del último
eslabón del narcotráfico: la venta de droga a los jóvenes adentro de los
barrios y las villas. No puedo dejar de pensar la línea de continuidad
de los hijos/de desaparecidos con estos otros hijos/de los transas.
los jóvenes en la argentina | 33
Cuenta Alarcón cómo las matanzas entre los mismos jóvenes son
moneda corriente, pero que no se da de manera ostentosa, con pesa-
dos rituales, como se podría imaginar el enfrentamiento entre bandas,
sino de manera cotidiana, con fines borrosos. La muerte puede estar en
cualquier esquina, se puede salir a buscar cualquier tarde. Los hijos de
los transas, cuenta Alarcón que dicen en el barrio, no necesitan robar:
salen a hacerlo por la vergüenza de ser lo que son, para pelear contra el
estigma. No hay muchos órdenes sagrados en la vida, ¿por qué habría
de haberlos en la muerte?
La responsabilidad ante el daño
Sabemos que la muerte, además de ser un dato biológico ineludible,
es un acontecimiento históricamente construido y culturalmente com-
partido. La muerte no se nos presenta a todos por igual de acuerdo a
la época (Ariès, 2007; Lomnitz, 2006; Barley, 2000) y de acuerdo
también al lugar que se ocupe en el espacio social.
Norbert Elias, en La soledad de los moribundos (1987), trabaja la
idea de que en las sociedades modernas, de la mano de la extensión
de la vida por los procesos de desarrollo científico y las prácticas de
la higiene y del cuidado, la muerte puede ser aquello que se sabe
pero que es susceptible al mismo tiempo de ser olvidado, puesto
entre paréntesis. Pero además, dirá Elias, de acuerdo con los pro-
cesos de pacificación social, la muerte podrá ser construida como
un acontecimiento natural, de la vejez, en una cama. Para muchos
jóvenes, la muerte definitivamente no es eso que se espera al final,
cuando duelan los huesos de viejo y haya cansancio de la vida. Es,
en cambio, lo que ya no es sagrado, que puede estar a la vuelta de
cualquier esquina.
Los jóvenes no quieren morirse. Ningún joven dice que quiere mo-
rirse (o lo dice sólo ante las cámaras que esperan que lo diga). Pero,
aunque nadie quiere morir, la muerte está, y ciertos jóvenes, los que aún
están condenados, están nuevamente en el frente. Y no porque sí, como
dicen los medios, sino porque algunas de las heridas que se abrieron
en la historia todavía no se han cerrado. Porque sí hay consecuencias
de lo ocurrido y estas no desparecen de un día para el otro. Y por eso
son cruciales las políticas de verdad, memoria y justicia que el Estado
está llevando adelante. Todas políticas de soberanía.
34 | lo que se rompió. lo que falta
Héctor Schmucler, uno de los intelectuales más poderosamente
inteligentes de la Argentina, exiliado en la década de 1970, padre de
un hijo asesinado en ese período, se pregunta en un texto desgarra-
dor (y desgarrado):
¿Quiénes son –o somos– los sobrevivientes? ¿Aquellos que estaban
en condiciones inmediatas de morir, como los pocos (es pequeñísimo
el número si se lo compara con los que murieron) que salieron con
vida de los centros clandestinos de detención? ¿Los que eludimos el
riesgo de la muerte exiliándonos, es decir, abandonando el campo de
una batalla en la que decidimos dejar de participar porque ya no nos
interesaba, porque se nos impuso el miedo o porque se nos hizo evi-
dente un error que solo viviendo podríamos redimir? ¿Los que per-
maneciendo en la Argentina pudieron sortear el riesgo a que los ex-
ponía el haber participado, directa o indirectamente, en las acciones
que la dictadura buscaba suprimir? ¿O sobrevivientes somos todos porque
estuvimos en peligro, los nacidos y los no nacidos [...] todos los que sin sa-
berlo plenamente llevamos la marca de una época de oprobio de la que
yo no puedo despegarme porque las cicatrices me marcan y no quiero
disimularlas aunque se hundan en mi propia responsabilidad por lo
ocurrido? Estar vivo [...] obliga a hacernos responsables hasta por los
muertos (Schmucler, 2007, el subrayado es mío).
Yo agregaría: estar vivos nos obliga a hacernos responsables por los
vivos también. Es tarea de todas/os tratar de comprender lo que pasa
desmontando discursos simplificadores y estigmatizantes. Es tarea
de todas/os imaginar otro mundo. Para los que están, para los que
vendrán.
Por todo lo que falta es que estamos donde estamos.
| 35
Capítulo II
Ni siquiera pibas chorras1
Este capítulo es producto de un trabajo de investigación desarrollado
en uno de los centros de reclusión para jóvenes mujeres menores de 21
años de la provincia de Buenos Aires, la totalidad de ellas encerradas
por robo u homicidio (en una proporción de uno a diez con respecto
a los varones en la misma situación).
Con la finalidad de indagar en torno a los modos de construir sen-
tido sobre la vida de aquellos que, se dice, no le dan ningún sentido,
durante un año participé junto a un grupo de investigadoras muy jó-
venes en una serie de reuniones donde pudimos reconstruir las histo-
rias de vida de cada una de estas chicas en conflicto con la ley, y sus
relaciones no solo con la institución sino con el espacio social en el
que se encuentran.
Desarrollaré entonces algunas de las cuestiones que suscitó el tra-
bajo, pero focalizando la mirada en una perspectiva de género que
asume como principio, a esta altura elemental, la idea de que la mujer
se hace históricamente, y que esta hechura ha sido y se sigue haciendo
aún en condiciones de subalternidad con respecto al predominio de
una sociedad patriarcal y androcéntrica.
Jessica
Jessica es una más de las chicas menores de 21 años internadas en esta
institución cerrada, como llaman ahora a los viejos institutos de me-
1 Una versión de este texto se publicó como capítulo en el libro de Silvia Elizal-
de, Jóvenes en cuestión. Configuraciones de género y sexualidad en la cultura, Buenos Aires,
Biblos, 2010.
36 | ni siquiera pibas chorras
nores. Todas las chicas que están aquí vienen de familias muy pobres,
hijas de padres que han atravesado la experiencia carcelaria, desapare-
cidos o muertos (la presencia de la muerte asociada al sida, y el sida a
la experiencia carcelaria), con profundas historias de desamparo, tanto
familiar como estatal: sin escuela, sin política social que las haya conte-
nido o que las contenga más allá de las del Estado represivo. Algunas
de ellas, madres de hijos que van creciendo en estos años de encierro y
que nadie tiene en claro si deben o pueden estar allí o si hay que entre-
garlos a unos familiares que la mayoría de las veces no están. Al vacío.
Nadie lo tiene muy claro porque nadie pensó que los llamados menores
tenían sexualidad, ni deseos, ni hijos. Por esta razón, tampoco gozan
del derecho a las visitas íntimas.
Jessica comparte sus días con Matías (que es también Anabel, pero
tiene cuerpo y cara de Matías. Las chicas nos lo presentan como Ana-
bel que es Matías). También está Julieta. A lo largo de las semanas nos
contará que ella mató por amor al padre de su hijo, que tiene un año y
se lo cuida una amiga. Que es el padre el que tendría que haberse he-
cho cargo de todo para que ella se quedara cuidando el bebé, pero que
no lo hizo. Que eso no se lo perdona.
Con ellas están además Dalma y Soledad, que nos dicen de entra-
da que allí se han enamorado. Dalma afirma que va a escribir un cuento
sobre amores prohibidos, y a lo largo de las semanas el cuento es sobre
su amor por Soledad, que no sabe cómo será afuera, si se lo va a bancar.
Dalma y Soledad son las que afirman también que ellas “se la bancan a
cuero”, que no necesitan droga para robar ni para nada. Pero ese aguante
no es certeza para este amor.
En las primeras semanas estaba Claudia, que fue reemplazada rá-
pidamente por otra chica, y por otra, y así... Claudia es la que, para ese
entonces, el año en que fuimos a Merlo, decía creer con firmeza que si
estudiaba algo podría salvarse. Volvía recurrentemente sobre la idea:
lo había conversado con la maestra que le enseñaba la primaria, con la
psicóloga, con nosotras.
Todas las chicas de Merlo (incluso Matías, para el Estado) son mu-
jeres. Las investigadoras son mujeres. Nos dijeron especialmente que
no podía haber varones en el equipo. Pero el director es varón. Tam-
bién el director del Ministerio de Desarrollo Social es varón. También
lo es el ministro. También el gobernador.
Jessica tiene ahora 20 años y ya hace cuatro que está encerrada.
Se escapó para tener a Brian, su bebé, a los cinco meses de embarazo.
los jóvenes en la argentina | 37
Se fue a la casa de una amiga, porque no tiene familia: la mamá no está
desde que era tan chica que ni se acuerda. El papá estuvo preso casi des-
de que nació, y cuando salió –ella tenía seis años– se murió con el vih
que se contagió en la cárcel. El papá del papá se hizo cargo un tiempo,
pero después empezó a transitar por institutos de la provincia con sus
hermanos. Ella tiene dos hermanos. Uno varón, más grande, que se
ahogó en el río un 24 de diciembre que hacía mucho calor: estaba tan
empastillado que ni siquiera se dio cuenta de que se estaba ahogando.
Jessica lo vio, pero no pudo hacer nada. La hermana menor “está per-
dida”, cuenta.
Cuando eran chicos se veían, se cruzaban en los institutos con el her-
mano varón (con la mujer era más fácil, porque podían estar en el mis-
mo lugar). Cuenta que se iba siempre de los institutos, que empezaba
a preguntar dónde está Solano, dónde es, cómo se llega. Y así llegaba.
A los doce robó por primera vez. Y conoció al chico del que quedó
embarazada. Al principio no quería estar embarazada. Pero después
sí, cuando ya estaba encerrada y sentía que algo se movía. Cuando se
escapó se fue a lo de una piba de esas que conocía cuando estaba afue-
ra, del barrio, iba de casa en casa, se drogaba y salía a robar. A traba-
jar, dice. Ella dice que robaba en supermercados, cosas grandes, no un
quiosco, no a los vecinos, que no hacía eso (todas dicen que no hacían
eso). Pero un día arregló un trabajo con otros dos, unos pibes. Le ha-
bían robado a un transa una tiza de cocaína y un arma. Y cuenta que
ella no sabe cómo pasó, que ya habían encontrado lo que fueron a bus-
car, y que no sabe si ella la mató o fue otro. Que cree que fue el otro,
porque ella no tenía sangre y él estaba todo manchado.
Jessica dice que quiere un juicio. Que quiere que alguien le diga
cuánto tiempo. Que sería justo un juicio. Que la tranquilizarían re-
glas claras, porque si la jueza dice que no porque no, o porque su hu-
mor... si es así no es justo. Que también sería justo que Brian estuviera
con ella. Que una madre debe cuidar a su hijo. Que eso lo peleó y lo
tuvo un tiempo, pero que se lo sacaron. Dice también que le gustaría
tener una familia. Una como la que no tuvo: con mamá, papá, con los
hijos que van a la escuela y comen todos juntos. Le hubiera gustado ir
de compras al Carrefour y llenar el changuito con cosas para la casa.
Vuelve con una idea: si la hubieran adoptado todo hubiera sido dis-
tinto. Pero no, y entonces pasó lo que pasó. Mientras, hace suvenires
para el cumpleaños de Brian (que no sabe si lo verá o no para ese día,
si le darán el permiso o no) y transita por la experiencia de hacer la es-
38 | ni siquiera pibas chorras
cuela ahí dentro, que de algo le va a servir, piensa. También hace dieta
y se cuida las cejas, se las depila. No quiere engordar ese cuerpo fuerte,
tatuado, dibujado. Se produce para cada visita nuestra.
El cuerpo de Jessica es, ha sido, territorio del amor de un hijo que
no se imaginaba que iba a querer así. Al que quiere cuidar. También de
su historia para enfrentar la adversidad: fuerte, que se la banca, tatua-
do. Otra vez, tantas veces, el cuerpo de los jóvenes. Desde hace tanto
tiempo, y sobre todo cuando hablamos de estos jóvenes que casi sin
escritura (tal vez haya que explicar más esto: sin la cultura escritural
hegemónica) tienen el cuerpo para todo: contra el frío, contra la bru-
talidad policial, para el trabajo, sea este cual sea, para el amor. El cuer-
po como único capital.
El cuerpo de Jessica, como el de Juli, son cuerpos para todo, pero
en una aparente paradoja anhelan ser cuerpos en consonancia con un
modelo de belleza femenino hegemónico: las uñas, las cejas, el delinea-
do de una cierta feminidad de mercado. Hacer una rutina de gimnasia
para estar bien, para estar en forma, dice. Fuerte pero flaca. Femenina,
afirma. Pienso: un cuerpo fuerte para resistir que toma la forma de su
dominio. Que ensaya rebelarse en el dibujo del tatuaje, pero que añora
un orden al que no llega, al que sueña llegar.
Jessica no puede dejar de soñar que una madre debe ser, que una be-
lleza femenina debe ser. Eso que, entre muchas otras cosas, la sujeta a un
orden que la condena y que a la vez no puede dejar de desear.
Por otro lado, Jessica tiene conciencia de una justicia que no se
cumple pero que debería estar. De una ciudadanía por la que hay que
pelear: por el derecho al hijo, por el derecho al juicio. También me im-
pacta en su relato la ausencia de otra ley, la del no matarás. O la pre-
sencia de una ley: ellos o nosotros. Están las dos: una ley común que
falta y una ley de grupo que no se cuestiona.
Poder
Vuelvo sobre el título de este apartado: poder en singular. Hemos pen-
sado tanto en las últimas décadas sobre la microcapilaridad, sobre las
tácticas, sobre la deconstrucción y la multiplicidad. Hemos pensado
y ya lo sabemos, no somos inocentes, y entonces es necesario tal vez
volver a señalar el poder. Volver a señalar que no hay vacío social, que
siguen existiendo estructuras.
los jóvenes en la argentina | 39
Marcadas desde la normatividad hegemónica como lo otro de lo
otro: ni jóvenes ni niñas (menores, pobres, hijas de presos, chicas que
han matado), ni varones (mujeres), ni mujeres (a excepción de Matías,
que ahí sí es mujer más allá de su resistencia a un cuerpo que la sujeta a
una feminidad que la oprime; porque dos son madres, pero en el marco
de una legislación que no pensó que podrían serlo). No ciudadanas.
Pero con todo el poder hegemónico sobre sus espaldas: saturadas
de un poder que dice lo que no son. En este sentido, jóvenes satura-
das del poder de un Estado que no las protege pero que las somete sin
lugar a dudas a la presencia de su fuerza.
Si el Estado es lo que vincula también es lo que puede desvincular. Y
si el Estado vincula en nombre de la nación, entonces también desvin-
cula, suelta, expulsa, destierra. Y esto no siempre ocurre por medios
emancipatorios, es decir, dejando ir o liberando, el Estado expulsa
precisamente a través de un ejercicio del poder que depende de barre-
ras y prisiones, y de este modo, supone cierta forma de reclusión. No
estamos fuera de la política cuando estamos en el estado de despose-
sión (Butler y Spivak, 2009, p. 47).
La desposesión como un poder que dice lo que no son y sobre lo cual se
construyen nuevos bordes y nuevas prácticas. Pero un poder del cual es
tan difícil liberarse. Un poder que día a día, en esos largos días de una
vida desesperadamente rápida,2 no puede dejar de reproducirse.
Añorar la familia heterosexual. Añorar una feminidad de mercado.
Añorar una clasificación: o se es Anabel o se es Matías. Desear ser un
consumidor. Añorar aquello que oprime.
Esto no es nuevo, claro que no. Diferentes estructuralismos han ha-
blado de ello. La idea misma de la dominación y la hegemonía en la tradi-
ción marxista ha aportado complejos e innumerables análisis de la cues-
tión. Sabemos ya que es en la naturalización muda de la asimetría (y en
el punto en que focalizamos, aunque por supuesto no restringimos, en la
naturalización de la desigualdad de género) donde se sostiene un orden
2 Me he pasado los últimos años hablando del presente para las culturas contem-
poráneas, exacerbado en los jóvenes, y veo cómo el tiempo en Merlo no existe “por
fuera” del espacio social, que es el mismo, pero con la absoluta referencia al mañana
de toda la institución, con la espera forzada de las chicas, es decir, con un mañana por
decreto que opera como horizonte de cada una de las prácticas.
40 | ni siquiera pibas chorras
hegemónico. Que es en cada una de las verdades asumidas; en la con-
ciencia de lo posible y lo imposible, de lo deseable; en los modos del cuer-
po donde se inscribe la dominación, mucho más que en un conjunto de
ideas sistemáticamente ordenadas en torno a la dependencia.
Me interesa detenerme sobre esta reproducción de las condiciones
de dominación, especialmente en este capítulo, en lo que hace a los po-
deres de una sociedad patriarcal. Sobre todo porque venimos de unos
años en los que, desde la microsociología de la vida cotidiana, al que-
darnos atrapados en la idea de que la historia se había terminado, he-
mos hablado de las tácticas o las resistencias al orden social solo con
el gesto que niega. Como estilo. Como si con ese gesto alcanzara para
transformar las condiciones de la vida. O, peor, también para domes-
ticar la posibilidad de imaginar lo nuevo que tienen las sociedades hu-
manas aun en los momentos de mayor obturación.
Es muy conocida la crítica (Grignon y Passeron, 1991; García
Canclini, 1990; Martín-Barbero, 1987) que se hace a Pierre Bour-
dieu (1979) por reproductivista (crítica que, si bien se había realiza-
do antes, adquiere tonalidad de moda académica en los noventa en
nuestra región), señalándole la “monstruosidad” de ver en el gusto de
los sectores populares solo la degradación del gusto de los dominan-
tes. Estas críticas, hechas desde una nueva lectura gramsciana, desde
los llamados estudios culturales y poscoloniales, más allá de la moda,
fueron inmensamente productivas para un tipo de investigación que
permitió ver cómo es que los sectores populares reinventaban su vida
cotidiana resistiendo la opresión. Sin embargo, como decía en párra-
fos anteriores, tuvo como gran dificultad una tendencia al olvido de la
problematización del poder como dominación.
Luego del trabajo de investigación con estas jóvenes, lo primero a
señalar es que, más allá de la construcción de lo que algunos podrían
llamar subcultura o contracultura, más allá de la creación por parte de
estas chicas de unos modos de ver el mundo, de unas leyes y verdades
que funcionan entre/para ellas y en contraposición a las verdades he-
gemónicas, estas no solo existen en condiciones de clara subalterni-
dad, sino que además, por esta razón, conviven con los anhelos propios
de una vida sostenida en los valores hegemónicos que las niegan. Las
construcciones de unos sentidos o leyes propios no les impiden anhe-
lar aquello que el resto de la sociedad considera valioso.
Por un lado, estas chicas han construido una serie de valores, de
sentidos, que funcionan como recursos para enfrentar la adversidad,
los jóvenes en la argentina | 41
incluso transformando el estigma en emblema de identidad. A modo
de ejemplo, podríamos decir cómo es que la maternidad a tempraní-
sima edad y en condiciones de precariedad y vulnerabilidad, que ge-
neralmente es construida de manera estigmatizadora por los relatos
hegemónicos, es resignificada por ellas como una identidad que les
confiere fuerza, poder sobre el resto. Una fuerza y un poder que son
un plus de la feminidad: como en el viejo cristianismo del siglo ix, ser
madre significa una ganancia respecto del ser mujer. Estos valores fun-
cionan especialmente intragrupo, reasegurando un lugar de superio-
ridad de las que son madres en relación con las que no lo son. Es así
como la maternidad se transforma en un recurso de prestigio que se
utiliza en lo cotidiano.
Sin embargo, más allá de estas tácticas o resignificaciones que pa-
recieran hacer un uso en clave de resistencia de un orden patriarcal, lo
que aparece con insoslayable presencia es más bien el sueño de perte-
necer a ese orden desde los lugares que más clásicamente se han de-
nunciado como opresivos por los feminismos varios. Uno de ellos es
el de la familia heterosexual con roles ligados a la producción/acción
de los varones y a la reproducción/pasividad de las mujeres. Para ellas,
los hombres deben proteger, deben marcar rumbos, deben ser fuertes.
Deben “hacerse cargo”. Modelos sociales anclados en las familias he-
terosexuales y que solidifican relaciones de género claramente desigua-
les, que más allá de todas las transformaciones siguen operando a la
manera de anhelos y horizontes, como puntos desde los cuales valorar
sus propios lugares y posicionarse en ellos.
Lo subalterno de lo subalterno: las pibas chorras
Una tarde pregunté a las chicas por qué cuando salen a robar lo ha-
cen en compañía de otros varones, por qué es que nunca salen gru-
pos de chicas, y entonces me dijeron que no existen las pibas chorras,
que es un invento de los medios. Que las chicas no salen a robar. Sin
embargo, todas allí habían robado, lo cual no quiere decir de ningu-
na manera que cuando afirman la no existencia de pibas chorras es-
tén mintiendo.
En los estudios sobre juventud en la región, en consonancia con los
clásicos estudios de juventud, se ha trabajado la construcción de una
subcultura juvenil del delito con sistemas de clasificaciones, visiones y
42 | ni siquiera pibas chorras
divisiones del mundo, protagonizada fundamentalmente por varones.
Una cultura que es paralela e incluso muchas veces alternativa al orden
social dominante. Desde ella, se dice, los jóvenes construyen reglas
de legitimidad en las que reproducen elementos de las culturas domi-
nantes, pero en las que también encuentran espacios de negociación y
recreación de estas para sus propios beneficios, y que no siempre son
funcionales a los poderes hegemónicos. Se ha visto cómo desde estas
llamadas subculturas los jóvenes construyen unas identidades que les
permiten sobrevivir a la adversidad e incluso no solo impugnar la cul-
tura oficial, sino también crear nuevos sentidos. Es decir, cómo ciertos
jóvenes subalternos, sometidos a condiciones de desempleo estructu-
ral y precariedad, que recorren un circuito más o menos fijo entre el
barrio, la calle, la villa y los centros de reclusión, van recreando e in-
ventando unas otras legalidades que, si bien no pueden ser entendidas
solo como una opción de resistencia al orden que los oprime (porque
en ocasiones terminan siendo aún más opresivas o más “duras”), tam-
bién pueden ser vistas de esta manera.
Cuando las chicas dicen que no hay pibas chorras, que las muje-
res no son chorras, creo que están diciendo, entre muchas otras cosas,
que “ni siquiera pueden ser chorras”. Que esa historia de siglos de
discursos que subordinan a las mujeres (Anderson y Zinsser, 2007)
está presente, tan arraigada como ideología que no se ve porque es el
lugar desde el cual se ve. No es que ellas valoran positivamente que no
haya pibas chorras: no puede haber porque la mujeres son inferiores,
no llegan, no alcanzan a ser pibas chorras. Es decir que la calle, el espa-
cio público en donde se han sedimentado durante siglos las reglas de
la masculinidad y del cual lo no masculino fue expulsado o subalter-
nizado, sigue cerrándoles la entrada. Por lo tanto, ni siquiera pueden
ser partícipes de esa subcultura de la que hablábamos antes, ya que, de
hacerlo, tienen que hacerlo como apéndice, como mala copia de los va-
rones, como no mujeres. Tienen que ser varones.
Durante el mismo año en el que hicimos el trabajo en Merlo, tam-
bién mis alumnos del Seminario de Estudios Culturales que dicto en
la Universidad Nacional de Quilmes realizaron un trabajo de campo
en bailantas y fiestas de jóvenes de sectores populares en la zona. Una
cuestión que les llamó la atención es cómo las chicas que van a esos lu-
gares a bailar se visten, se “producen” como varones y específicamente
como “pibes chorros”: la visera, el pantalón deportivo, las medias sobre
el pantalón. Modelan el cuerpo y sus prácticas para ser varones. “Las
los jóvenes en la argentina | 43
chicas tratan de parecer varones”, decía uno de los alumnos. Podría de-
cir: actúan de varones, ponen en acto (acto no como mentira, no como
copia o falsedad, como imitación o simulación con respecto a un ori-
ginal, sino como puesta en acción). No quiero decir que son en esencia
mujeres que se disfrazan de varones. Simplemente describo cómo es
que para ser parte de esa fiesta con otros tienen que “jugar” en torno
a una referencialidad protagonizada por los varones. En torno a una
normatividad hegemónica a la que aspiran pertenecer como varones,
es decir, en condiciones de igualdad con ellos.
Daniel Míguez, en su trabajo Delito y cultura: los códigos de la ile-
galidad en la juventud marginal urbana (2008), describe cómo en las
subculturas delictivas actuales se crea una serie de clasificaciones
que jerarquizan prácticas y sujetos dentro de ella, otorgando presti-
gio a unos y desprestigio o subordinación a otros en un sistema es-
calonado de poder que los posiciona en diferentes lugares para la ac-
ción social. En uno de los capítulos, el autor se detiene a analizar el
género musical de la llamada cumbia villera para ver allí homologías
con la vida de estos sectores. Analizando las letras de la cumbia vi-
llera producida por mujeres (que es una producción minoritaria con
respecto a la de los varones, ya que este es un género protagonizado
por ellos), escribe:
Lo que reclama es la pertenencia identitaria a la delincuencia juve-
nil... Si ya sabemos que existen gatos, mulos, chorros, etc., lo que se
pone en juego en estas letras es la posibilidad de que existan pibas
chorras. Una alternativa que si bien de acuerdo a las entrevistas que
realizamos no está totalmente definida, parece estar marcando una
última variación en la estructura estamental de la subcultura delicti-
va (Míguez, 2008).
Entonces, si la subcultura delictiva es una cultura que puede permitir
resistir a la autoridad, pero básicamente es una cultura de la subordi-
nación, es todavía patrimonio de los varones. Las jóvenes mujeres, cu-
yas vidas transitan entre la villa y los centros de reclusión, atravesadas
por los conflictos con la ley, ven en la incorporación a esta cultura una
posibilidad de jerarquización de sus lugares dentro del espacio social.
Hay un anhelo de pertenecer, aunque este lugar sea el de la subordina-
ción luego de la subordinación.
Si para los llamados feminismos de la igualdad esta era una con-
44 | ni siquiera pibas chorras los jóvenes en la argentina | 45

dición ligada a la ciudadanía, a una perspectiva de derechos ante una juventud hemos trabajado en particular,3 es necesario poner en rela-
terceridad común, para estas chicas lo más parecido a una cierta igua- ción para el análisis la invención junto con el trabajo silencioso del
lación tiene que ver con las posibilidades de incluirse en una cultura poder para su reproducción justamente para encontrar allí articula-
que, lejos de ser niveladora, es absolutamente jerarquizada, y donde ciones, pero también las contradicciones desde donde se produce lo
ocuparán, en el mejor de los casos, el último escalón de una cadena de que está en continuo movimiento.
sucesivas subordinaciones.
Por otro lado, la maternidad también significa para ellas, dentro de
la red de relaciones sociales e institucionales en las que están insertas,
otra posibilidad de prestigio y “de obtención de recursos extras” ante
las demás, representaciones de las que, cabe decir, no siempre son ab-
solutamente homologables a lo que en efecto sucede en la dinámica
social extramuros.
Para finalizar, quiero señalar cómo es que en los últimos años, con
clóset y sin clóset (Kosofsky Sedgwick, 1998), se ha hablado (y no so-
lamente hablado) de las posibilidades de liberación de género e incluso
se ha ido más allá del género. Planteos como los de Judith Butler, pero
no solamente ella, han problematizado las múltiples dimensiones de
las luchas por la impugnación del control y la clasificación patriarcal
del deseo en pos de la creación de nuevas relaciones sociales.
Pero hay momentos en que, ante la riquísima y enorme produc-
ción de pensamiento y de movimiento, tanto desde la academia como
desde los diferentes colectivos militantes que van más allá del género
(y que incluyen en la problemática no solamente otras identidades
que no se reducen a la feminidad/masculinidad, sino que incluso re-
problematizan críticamente la idea misma de identidad), pareciera
ser que hablar de ciudadanía y mujer es un tema viejo del cual solo
deberían ocuparse las “atrasadas políticas públicas” ante casos de
violencia física de varones contra mujeres. Como si ya no fuera ne-
cesario seguir situando en la agenda la problemática de la opresión
patriarcal sobre las mujeres.
Volver con lo aprendido sobre esta agenda parece seguir siendo
fundamental. No solamente por los datos concretos de coerción físi-
ca sobre las mujeres, sino también por la densidad de violencias a las
que son sometidas cotidianamente, que la mayoría de las veces se nos
3 Y que en este capítulo podría retomar para indagar, por ejemplo, la clara concien-
hace imperceptible ya que se vive como cultura, como sentido común,
como verdad muda reproducida al infinito. cia de estas chicas con respecto a la necesidad de una justicia común. O el lugar de la
maternidad con respecto a su derecho de ejercicio aun en condiciones de reclusión:
Y si bien es cierto que las prácticas no son meras ejecuciones de estar con los hijos, algo por lo que hay que pelear. También pareciera haber prácticas
un orden, que actualizan y transforman las estructuras objetivas que novedosas en Matías, en su conciencia del derecho (remarco esta idea de la conciencia
les han dado lugar, cuestión que desde el campo de los estudios de del derecho) de llamarse Matías aun a pesar de una institución que lo llama Anabel.
 Segunda parte
Medios de comunicación
hegemónicos y juventudes:
la necesidad de dar la batalla cultural
 | 49

Capítulo III
Los medios hablan de los jóvenes. Sus respuestas

Ni los medios de comunicación construyen la realidad, ni la realidad

se deja construir pasivamente. Más allá de lo que hayan enunciado
con vehemencia los giros posmodernos, lo que llamamos realidad no
se deja narrar con cualquier relato ni es producto solo del lenguaje.
Afirmar esto, por otro lado, no nos lleva de ninguna manera a pen-
sar que los relatos nos traduzcan algo así como la verdad sin fisuras,
que exista una realidad empírica por fuera absolutamente del lengua-
je que pueda ser mostrada objetivamente.
Los medios entonces ni crean la realidad ni la representan: con-
tribuyen a su existencia, modelando sentidos preexistentes a sus re-
presentaciones con mayor o menor influencia. Nada de lo que se dice
en los medios está por fuera del espacio social, de sus relaciones de
fuerza, aunque afirmar esto no implica pensar que los medios se li-
mitan a una traducción lineal de lo que ocurre en un espacio social
imaginado por fuera de ellos. Estos forman parte de ese entramado,
contribuyen a crearlo. Son actores que junto a otros se disputan la
capacidad legítima de nombrar verdaderamente el mundo. Pero lo hacen
desde una posición privilegiada, especialmente en el último siglo, y
con mucha presencia en las últimas décadas, cuando se habla de so-
ciedades mediatizadas, lo que implica pensar en sociedades donde
cada una de las prácticas de manera directa o indirecta, con mayor o
menor fuerza, están atravesadas por alguna dimensión de los medios.
Este poder ha radicado y radica en tres cuestiones, al menos, que
están inextricablemente enlazadas.
En primer lugar, en el alcance masivo que se sostiene en el gran pú-
blico, pero también en un sistema comunicacional que permite el infi-
nito juego de espejos, de reproducción de las imágenes y relatos mol-
deados por los medios aun en la fragmentación de propuestas (porque
50 | Los medios hablan de los jóvenes. sus respuestas
hay que recordar que la fragmentación no necesariamente se contrapo-
ne a la homogeneización).
En segundo lugar, porque los medios son actores empresariales que
en las últimas décadas han acumulado capital tanto material como sim-
bólico de una manera escandalosamente desigual con respecto a otros
actores. Lo han concentrado creando monopolios, oligopolios, atentan-
do contra derechos incluso liberales, como es el derecho a la informa-
ción, y derechos nada liberales, como es el derecho a la comunicación
de los pueblos.1 Esta acumulación totalmente desmedida con respecto
a otros actores solo es explicable en el contexto de las políticas neolibe-
rales implementadas para toda la región y sostenidas sobre la idea del
achicamiento del Estado de bienestar y de todo marco regulatorio sobre
el orden de las comunicaciones que no fuera el del mercado mismo. Las
empresas de comunicaciones concentraron capitales como nunca antes
en la historia y obtuvieron un posicionamiento injusto y desigual con
respecto a los demás a la hora de su capacidad para nombrar la verdad.
En tercer lugar, los medios ocupan un espacio privilegiado en la
construcción del sentido social, porque no son cualquier empresa,
sino aquella cuya materia específica es la materia significante: pro-
ducen sentido. No producen automóviles, no producen zapatos, no
trabajan con petróleo, sino que producen sentido. A través de meca-
nismos de focalización, deshistorización y rehistorización, de des-
contextualización o recontextualización, los medios construyen lo
que se llama la información sobre la realidad. Clasifican la realidad
de un modo que oprime, menos por lo que no permite decir de ella
que por lo que obliga a decir de ella. Sin que necesariamente mien-
tan (aunque muchas veces lo hagan), la información se presenta con
la forma de los intereses que sostienen, siendo funcional a ellos. Y
si la información como noticia producida industrialmente ha teni-
do que ver con la historia moderna de la expansión del mercado, en
momentos históricos de primacía del capital por sobre otras esferas
de la vida, la información tiene valor de mercancía. Así, la dupla in-
formación-ciudadanía muta a la de vendedor-comprador, que ha sido
la dominante en tiempos liberales de mercado.
1 Y han acumulado ese capital con las manos manchadas, es decir, de las maneras
más siniestras, además de los casos donde han quebrado la ley. Vale decir que en la
mayoría de nuestros países lo han hecho de manera ominosa, comprometidos en oca-
siones, inclusive, con crímenes de lesa humanidad.
los jóvenes en la argentina | 51
Entonces, y con el objeto de avanzar en los modos que tienen los
medios de hablar de los jóvenes, sintetizaré qué entiendo por medios
en este capítulo.
• Los medios masivos como sistema de medios dominante (lo que
no quiere decir que no existan medios alternativos, pero me inte-
resa ver justamente el sistema de medios que tiene capacidad para
construir discursos hegemónicos, verdaderos, legítimos).
• Los medios como actores históricamente situados que junto a otros
actores disputan la capacidad de nombrar el mundo, es decir, de na-
turalizar una verdad como la verdad (que, incorporada como sen-
tido común, cada uno de los miembros de la sociedad vivirá como
verdad propia).
• Es así como, entonces, los medios no son solo medios, instrumen-
tos que reflejan la realidad, sino que contribuyen a crearla desde la
disputa por determinado lugar en el espacio social junto/contra
otros actores o agentes.
• Los medios modelan aquello que ya está presente en la cultura y
la sociedad, de acuerdo con sus intereses (que son históricos, es
decir, situados, y en la actualidad básicamente ligados a la repro-
ducción del capital). Aquello que se dice en los medios no es pu-
ramente originario de los medios.
• Los medios tienen una posición privilegiada a la hora de construir
un relato social por sobre otros actores.
• Por lo tanto, analizar el discurso de los medios no es hablar solo
de los medios, sino de los movimientos de construcción de las
hegemonías y las contrahegemonías en un determinado momen-
to histórico.
¿Cómo es que se nombra a los
jóvenes? ¿Qué dicen de ellos?
He trabajado hace unos años sobre tres tipologías que son actuales y
que retomaré de manera breve y sintetizada para agregarles ahora una
nueva elaboración sobre la relación juventud-política. Las tres convi-
ven complementándose y reafirmándose mutuamente. No hay plurali-
dad de discursos, hay polisemia, que no siempre es lo mismo.
Las tipologías son: los jóvenes exitosos, los jóvenes desinteresados
y, finalmente, los jóvenes peligrosos.
52 | Los medios hablan de los jóvenes. sus respuestas
Los exitosos: casi ángeles
Esta es una construcción ligada a la idea del joven consumidor. Son
los jóvenes de la publicidad, de los programas de la tarde, los casi ánge-
les, que aparecen hablando en primera persona, esos que responden sin
lugar a dudas a los modelos hegemónicos de belleza mundializados,
cuyos problemas principales (o aquellos que son presentados como sus
problemas principales) son conflictos puramente subjetivizados, sin
referencia a los entornos sociales o políticos. El yo puesto en primera
persona y a partir de allí las relaciones con sus pares, con sus adultos.
Este tipo de joven es visto como exitoso, como aceptable. Es un jo-
ven posible e incluso deseable para nuestras sociedades. Este modo de
nombrar la condición juvenil constituye claramente aquel que el mode-
lo político-económico neoliberal necesita para su reproducción, y que
desde los dispositivos infocomunicacionales se refuerza y multiplica
en infinito juego de espejos a través de diferentes relatos.
Una figura que completa a estos casi ángeles de las telenovelas de la
tarde o de la publicidad es la del joven modelo. Generalmente en las
revistas dominicales o en el último segmento del noticiero, como nota
de color, de vez en cuando aparece la noticia de un chico que, por ejem-
plo, “devolvió una valija de dinero que encontró”, o que “cuida a sus
abuelitos”, o que es “el mejor alumno a pesar de vivir en la más extre-
ma pobreza en una región olvidada por la humanidad”. Es decir que,
aunque no se espera que lo sea, es modelo de comportamiento para los
otros jóvenes que no lo son: así funciona la idea de modelo. Casos indi-
viduales, casos extraños que por eso necesitan ser mencionados, en un
doble movimiento en el que se reafirma entonces que la gran mayoría
de los jóvenes, aunque deberían, no pueden cuidar abuelitos, no pue-
den ser buenos alumnos si son pobres. En fin, no pueden.
Los desinteresados: los perdidos
Cotidianamente se presenta a los jóvenes como desinteresados, como
perdidos. Se dice que nada les interesa, y este nada claramente tiene que
ver con la idea de que no les interesa nada de lo que les interesó a las ge-
neraciones anteriores: la política, transformar el mundo, la solidaridad.
Si el anterior modo de nombrar a los jóvenes como exitosos tenía
que ver con géneros ficcionales y publicitarios, la idea de los desin-
los jóvenes en la argentina | 53
teresados aparece en las noticias y en los llamados informes especiales.
Particularmente desde la televisión, nos bombardean con informes
donde los jóvenes se drogan, se emborrachan, vomitan en las veredas,
están sin rumbo, asumiendo que las generaciones anteriores tuvieron
objetivos y que a estas les faltan. Los jóvenes son presentados como
apáticos, individualistas, distanciados de las problemáticas sociales,
perdidos en un ocio eterno, y finalmente, entonces, como propensos
y disponibles al descontrol. Es allí donde radican el temor y la nece-
sidad del rescate. Porque la idea de que estos jóvenes están perdidos
genera malestar, pero a la vez todavía –se piensa– pueden ser resca-
tados, encaminados, vueltos al rumbo. Y cuando se piensa en esto,
se piensa en la necesidad de más padres, de más escuela e incluso, en
ocasiones, de más policía.
El conjuro ante el desinterés es la propuesta de mayor control so-
bre ellos.
Los peligrosos: los desangelados
Finalmente, el joven que aparece con mayor presencia en los medios
es el que se construye como el peligroso. Desde el discurso de la segu-
ridad ciudadana, que se mantiene a modo de sentido común y en las
instituciones policiales más allá de las críticas a las políticas de Tole-
rancia cero, se van construyendo relatos e imágenes en torno a la cen-
tralidad de unos jóvenes que, se dice, no tienen nada que perder y por
lo tanto son incontrolablemente peligrosos para el resto de la sociedad.
Que son capaces de romper una vidriera, y también utilizar esa misma
capacidad para robar y matar.
Los medios tienen un particular ensañamiento con los jóvenes po-
bres, fundamentalmente varones. De ellos ni siquiera se habla como
si fueran jóvenes: son menores, son chorros, son delincuentes, no jó-
venes. Sin embargo, la juventud es una marca sociocultural (no todos
los jóvenes son iguales), pero también etaria (todos los que biológica-
mente tienen una moratoria vital más amplia son jóvenes). Entonces,
los medios se olvidan de que son jóvenes. Se los ve como lo podrido,
lo causante del deterioro de la sociedad. De estos jóvenes nada se es-
pera. Aterrorizan, ya no solo incomodan, y no es posible rescatarlos
como a los desinteresados. El conjuro aquí es la extirpación del espa-
cio común.
54 | Los medios hablan de los jóvenes. sus respuestas
Los primeros jóvenes eran casi ángeles. Estos son los desangela-
dos. Los proscriptos.
Según el informe “Los jóvenes en los medios, cartografías de las
narrativas mediáticas”, elaborado por el Observatorio de Juventud y
Medios de la unlp en 2010:
Ya sea como víctimas o victimarios, los y las jóvenes aparecen en los
medios ligados mayoritariamente a casos de violencia. Un claro corre-
lato de esto es que la sección donde mayor cantidad de noticias sobre
jóvenes aparecen, en términos generales, es la policial. En este con-
texto cabe preguntarse quiénes son las voces que aparecen en las na-
rrativas mediáticas cuando se habla de jóvenes. De manera coherente
con el panorama planteado, la abrumadora mayoría de voces provie-
ne del ámbito judicial, ya sean jueces, fiscales, defensores o voceros.
Aún más, luego del ámbito judicial las voces más escuchadas por los
medios son las policiales y las de funcionarios públicos de diferentes
instancias del Estado, ya sea nacional, provincial o local. Muy relega-
das aparecen las voces de los y las jóvenes, protagonistas centrales de
las noticias abordadas, y cuando aparecen, aparecen incluso después
de las voces de sus propios familiares.
Así, estos jóvenes hijos de más de una generación de ciudadanías pre-
carias o inexistentes se van narrando desde mecanismos de deshisto-
rización y descontextualización: están simplemente allí. Es decir, pa-
reciera que siempre hubo excluidos y siempre los habrá, entonces esa
es una condición natural que no es necesario problematizar, en la que
quedan como responsables, causantes de los miedos más tremendos
de la sociedad. Son los sujetos del pánico moral.
Para eso, el trabajo de las imágenes, más que el de las cifras o los
argumentos, es absolutamente funcional. Las imágenes, que apelan a
la emoción más que a la razón, conmocionan y son claramente efecti-
vas a la hora de la presentación de una otredad amenazante. En ellas
se actualizan todos los dispositivos racistas y clasistas para crear es-
tereotipos donde se sedimentan las justificaciones históricas de la
segregación, reconociéndolas y desconociéndolas al mismo tiempo.
El poder simbólico, ese poder que radica en la capacidad de hacer
cosas con palabras (y con imágenes) de unos sobre otros, se utili-
za para nombrar a unos jóvenes como la mierda social sin utilizar la
palabra “mierda”. Lo execrable, el desecho, lo mugriento, lo oloroso.
los jóvenes en la argentina | 55
Un poder que es simbólico, que se juega en la cultura como verdad
(se reconoce), pero que es a la vez histórico, que se ha construido a
lo largo de la historia, que no es nada natural (aunque este carácter
se desconozca, se oculte).
Los jóvenes de sectores populares, sus modos de vestir, de hacer
música, de escucharla, los territorios, sus prácticas, en fin, sus estilos,
son puestos en escenarios de violencia, narrados bajo el relato de la vio-
lencia. A veces un caso sirve de testigo, de muestra para hacer de ello una
ley general. A veces ni siquiera hay caso: hay la certeza de una masa
sin nombre agazapada y dispuesta a atacar en un mundo que se divide
entre ciudadanos víctimas y fieras no ciudadanas, sin derecho a nada.
Y todo eso en un orden televisivo que pasa del entretenimiento a la
noticia, de la noticia al entretenimiento, en un entramado donde los
límites entre uno y otra se van borrando a la manera de un mareo tan
sostenido e imperceptible que acomoda hasta la náusea.
Los medios, y especialmente la televisión, ejercen en nuestras
sociedades contemporáneas una especial capacidad de desarrollar lo
que Eugenio Zaffaroni ha denominado “la criminalización mediáti-
ca”: los jóvenes pobres son culpables por ser jóvenes pobres. En su
libro La palabra de los muertos (2011), el jurista desarrolla los meca-
nismos a través de los cuales la televisión va construyendo la otredad
peligrosa para condenarla:
Si bien la enorme mayoría de ellos no ha cometido ningún crimen,
se los proyecta a todos como potenciales delincuentes, alegando que
nunca sabremos cuándo pasarán de la acechanza a la acción, pero ase-
gurando que lo harán; por eso ellos son malos y temibles y nadie debe
asumir su defensa ni discutir lo que muestra la imagen, que es la única
realidad mediática (Zaffaroni, 2011).
Este es un mapa que por supuesto no es patrimonio de la Argentina,
sino que forma parte de la victoria cultural de la doctrina de Seguridad
Ciudadana y hoy se actualiza bajo distintas formas, todas siniestras
(como ejemplos, de manera más evidente en el Tea Party norteameri-
cano; en la mano dura del nuevo presidente de Guatemala Otto Pérez;
en México, bajo el gobierno derechista de casi doce años del pan [Par-
tido Acción Nacional] y ahora en sus continuidades priistas; en varias
policías provinciales de la Argentina; e incluso de formas nada espera-
bles, como el caso del gobierno izquierdista de El Salvador).
56 | Los medios hablan de los jóvenes. sus respuestas
Esto sucede porque, más allá de las decisiones de algunos gobier-
nos de ir en una dirección distinta, e incluso contraria, como es el caso
de la Argentina, sigue existiendo un sentido común, una cultura que
los medios y especialmente la televisión reafirman cotidianamente, en
donde la idea de la mano dura y la peligrosidad de los sectores popula-
res, especialmente de los jóvenes, sigue vigente. Es decir, sigue siendo
aceptada por grandes sectores de la sociedad, lo que hace, por ejemplo,
que existan muertes que sean olvidables.
Si en las noticias televisivas todos los días aparecen hechos de vio-
lencia (asaltos, secuestros, asesinatos) en los cuales los jóvenes son
protagonistas, y su condición de victimarios se recalca y se fija en in-
finito juego de espejos a través de los distintos programas del día y de
la semana, el hecho de que en esos mismos acontecimientos mueran
también jóvenes delincuentes en manos de la policía no es un dato a
prestar demasiada atención. Pareciera ser natural, esperable, casi un
castigo divino. La muerte de jóvenes delincuentes no es construida como
noticiable, salvo casos excepcionales. Rossana Reguillo, con respecto
a esta situación que rebasa los límites de la Argentina y se hace exten-
sible al resto de América Latina, señala:
De ahí que el saldo de los acontecimientos arroje como balance una
esquizofrénica dicotomía entre muertos buenos y muertos malos, o
peor aún muertos olvidables. Las noticias de hechos de violencia en
contra de jóvenes se convierten en algo natural, normal, pasan a se-
gundo plano, se olvidan. Y con esta amnesia se contribuye a la impu-
nidad, a la tolerancia infinita que no es capaz de ponerle un freno a la
violencia venga de donde venga (Reguillo, 2000).
Vidas que se lloran y vidas que no, porque no son siquiera considera-
das vidas (Butler, 2006). No hay en ello solo una dimensión simbóli-
ca. Las muertes son reales.
Según el informe de la Correpi (Coordinadora contra la represión
policial e institucional) de 2011, desde diciembre de 1983 a la fecha
ha habido 3.393 víctimas de la represión policial, de las cuales el 50%
son jóvenes de entre 15 y 25 años. La clasificación indica que el 45%
de estas muertes se produjo en cárceles y comisarías, y el resto en epi-
sodios de gatillo fácil. El organismo no cuenta los casos de enfrenta-
miento, sino solo los de represión, cuando la víctima está indefensa y
no presenta peligro para terceros.
los jóvenes en la argentina | 57
Los jóvenes decodificando a los medios
Desde hace ya varios años, tanto desde las ciencias sociales como desde
los estudios del arte y la crítica literaria, se ha incorporado la idea de la
decodificación creativa o crítica, de la lectura activa. Se ha hablado de
receptores, consumidores, lectores con capacidad para resemantizar
los discursos que circulan en las industrias culturales, es decir, darles
nuevos o inesperados sentidos a los textos.
Propongo revisar entonces cuáles son estas apropiaciones que ha-
cen los jóvenes de aquellos discursos que circulan como hegemónicos
en los medios sobre el ser joven. Es decir, propongo detenernos en los
modos en que los jóvenes leen, interpretan, replican o reproducen, ha-
cen uso de lo que se dice de ellos.
Lecturas dominantes o preferenciales
La llamada lectura preferencial o dominante es aquella que reproduce
el sentido del discurso tal cual se presenta. Allí no hay réplica. En va-
rias ocasiones los jóvenes asumen que aquello que se enuncia en los
medios sobre ellos “es así”, es “verdadero”. Esto podemos verlo tanto
en jóvenes de sectores medios y altos (los llamados jóvenes integrados,
aunque esta idea es muy problemática; en este caso decimos: integra-
dos a la ciudadanía política, social, cultural; o que están en condiciones
de gozar de derechos civiles, sociales, derecho a la identidad cultural),
como en jóvenes de sectores subalternos (y agregaríamos, entonces,
jóvenes que no poseen ciudadanía social, cultural e incluso en ocasio-
nes ni siquiera política).
En los jóvenes que llamamos integrados, la lectura que reproduce
el discurso dominante aparece básicamente de dos modos.
En primer lugar, cuando asumen que lo que se dice de los “otros” jó-
venes, los subalternos, es tal cual lo dicen los medios, y entonces clara-
mente los jóvenes de sectores populares se les aparecen como enemigos,
como sujetos de los cuales tienen que cuidarse. Y sienten que, si es posi-
ble, hay que evitarlos: no pasar por lugares donde puedan encontrarlos,
no ir a sus colegios, no cruzárselos en la noche. Los jóvenes pobres, fun-
damentalmente varones, se les aparecen como otros amenazantes, como
otredades radicales. Los ven como peligrosos, contribuyendo así a pro-
fundizar los procesos de fragmentación y segregación social.
58 | Los medios hablan de los jóvenes. sus respuestas
El segundo lugar desde el cual estos jóvenes integrados leen los
discursos dominantes y los reproducen es cuando asumen que los casi
ángeles de la tele son como ellos, que tienen sus problemas, que hablan
su mismo lenguaje. Esta idea de hablar “un mismo lenguaje” es la que
utiliza la publicidad para interpelarlos, y los jóvenes muchas veces res-
ponden acríticamente. La publicidad habla desde un aparente de igual
a igual. Resalto la idea de apariencia: detrás de muchas publicidades y
programas con onda hay megaempresas que establecen con los jóve-
nes, sus consumidores, una relación profundamente asimétrica. Pero,
a la vez, no nos olvidemos de que este discurso con onda, de pares, se
apropia de un lenguaje, el de los jóvenes, que las instituciones tradi-
cionales se han olvidado de tomar o no logran reconocer que existe,
tan poco proclives al diálogo, a la escucha. Contra el discurso vertical
de jueces y maestros, se crea la ilusión de que es el mercado el que es-
cucha, y muchos jóvenes afirman que realmente esto es así.
Por otro lado, también los jóvenes subalternos reproducen lo que
hemos visto como discursos dominantes. Una de las peores formas
es cuando ellos mismos asumen que son lo que se dice de ellos: el de-
terioro, el mal, la amenaza. Que ellos, o que sus jóvenes vecinos, son
realmente los causantes de la inseguridad y del deterioro, ya que se
han entregado al delito, o a las drogas, o a lo que sea que se les ofreció
para llevar adelante tan lamentable papel. Se ven a sí mismos o a sus
vecinos y amigos, incluso a aquellos que conocen desde que nacieron,
como los causantes del malestar social.
En ocasiones, esta asociación entre violencia y jóvenes que hacen
los mismos jóvenes se sostiene sobre una autojustificación anclada en
la victimización de la condición juvenil ligada a la denuncia de la pre-
sencia del paco, de las “malas juntas”, de la falta de trabajo, del aban-
dono, situaciones de las cuales finalmente ellos se asumen culpables
porque no pueden torcer lo que aparece como un destino. No pueden
pensar en los condicionamientos históricos, en los procesos sociales
que sostienen ciertas prácticas. No pueden creer en la posibilidad de que
algo sea distinto, sino que se piensan bajo las reglas con que los pien-
san los medios: sin salida, culpables de todo. Me detengo un segundo
en esto: no es que son otros los que los ven así, ellos mismos se perciben
de esta manera.
Por otro lado, la aceptación de los jóvenes de sectores populares
que otros jóvenes pobres como ellos son los responsables de la inse-
guridad puede explicarse en una socialidad fragmentada y en espacios
los jóvenes en la argentina | 59
homogéneos, cerrados, cargados de signos de segregación no solo in-
terclase, sino también intraclase, lo que significa que se configuren
subgrupos con valores compartidos solo por ellos mismos y que pue-
den ser hostiles a otros grupos dentro de un mismo sector. En este
sentido, menciono a manera de ejemplo la condición de ciertos grupos
subalternos juveniles de transformar en capital la capacidad de hosti-
gamiento de los que aparecen como más débiles (Míguez, 2008). La
capacidad de victimizar al otro a través de la fuerza es un capital en
situaciones de adversidad como las que se presentan en instituciones
de reclusión. Y en momentos en donde la existencia de una ley como
terceridad en la que se dirimen los conflictos se desdibuja, esta capa-
cidad podría perpetuarse como capital extramuros, haciendo que jó-
venes de un mismo barrio y sector social, cercanos, se transformen en
hostigadores de otros jóvenes.
La vivencia de que no hay ley (persona, autoridad, institución) que
pueda mediar en los conflictos entre pares sostiene en muchas ocasio-
nes la posibilidad de que estos se diriman como se pueda. Y si lo que se
puede es el ejercicio de un poder de fuerza de unos sobre otros, así será.
Jóvenes que se transforman en verdugos de otros jóvenes cercanos. Es
entonces cuando el discurso hegemónico de la culpabilización y crimi-
nalización individual adquiere por otras vías sentido de verdad.
La lectura negociada
Stuart Hall, en “La codificación y decodificación del discurso televi-
sivo”, un texto muy viejo y muy criticado (Morley, 1996), nos dice
que hay una lectura dominante, una lectura negociada y finalmen-
te una lectura que resiste, que se opone, que impugna. Pero lo que
hace Hall es presentarnos un modelo de análisis, una herramienta,
no como una receta, sino como una guía de interpretación. Las teo-
rías son herramientas y como tales deben ser utilizadas para crear.
No para describir lo real (que es una forma de adecuarse), sino para
recrearlo, hacerlo inteligible, interpretarlo: darle nuevos sentidos que
no son evidentes. Entonces, sigo utilizando el modelo de Hall, pero
para decir que ciertos jóvenes realizan lecturas negociadas con el fin
de impugnar el orden hegemónico. Que la impugnación está hecha de
negociaciones, de “bricolaje”, diría Hebdige (2004), de tácticas, di-
ría De Certeau (1997).
60 | Los medios hablan de los jóvenes. sus respuestas los jóvenes en la argentina | 61

Podría buscar varios ejemplos, pero me voy a detener en el que pa-
rece más rico: aquel en el que unos jóvenes de sectores subalternos
transforman el estigma ser peligroso, estar perdido, en emblema de iden-
tidad (Goffman, 1998). En los últimos años se ha conocido a través
de las industrias culturales, especialmente de la música (la cumbia vi-
llera, pero también el llamado rock plebeyo, por ejemplo), un discurso
juvenil que en un uso táctico asume la identidad de juventud peligrosa
resignificando su lugar de carencia y situándola como capital. Aguante
pibes chorros, Aguante los pibes, Ciento por ciento negro. El orgullo de ser lo
estigmatizado hecho música, pero también hecho cuerpo: una forma
de vestirse, de caminar, de tatuarse, que expresa claramente que no se
trata de esconder el estigma, sino de embanderarse con él.
Introduciendo elementos de muy diversa índole, donde conviven
esquemas de una cultura autoritaria y machista con prácticas de sub-
versión del orden dominante, muchos de estos jóvenes toman la infor-
mación que sobre ellos circula moldeándolos a partir de la condición de
la identidad deteriorada y la transforman en plataforma desde la cual
enfrentar un mundo que se les hace cada día más adverso.
Desde lo que se ha denominado estilo, con la utilización de los ob-
jetos que les ofrece el mercado, con la producción de toda una simbolo-
gía interesada en trazar una huella propia, estos desangelados gestualizan
la posibilidad de otro destino que les permita sobrevivir.
En este sentido, se han trabajado las llamadas subculturas del deli-
to como tácticas de sobrevivencia de ciertos jóvenes socializados en las
consecuencias de desintegración de las políticas neoliberales. Unas sub-
culturas que pueden ser pensadas como prácticas de resistencia de esos
jóvenes a un orden que no les da lugar, que los desecha, pero con el cual
tienen una relación conflictiva y ambigua, ya que a la vez que lo impug-
nan anhelan pertenecer a él. Unas subculturas que parecieran permitir
la sobrevivencia, pero sin eludir el gesto represivo que las condena tam-
bién como destino.
medios: no es explicitado). Muchos jóvenes saben (no como un saber
experto, sino más bien práctico) que lo que enuncian los medios no es
solo producción mediática, sino que responde a una opinión pública
creada en relaciones de fuerza y sentido que les son adversas. Es decir,
reconocen que hay intereses detrás de la producción de la noticia, aun-
que no sean especialistas o estudiantes de comunicación. Y más aún:
sospechan de esos intereses.
Un ejemplo claro de esto es la conciencia que los chicos recluidos
en instituciones por conflictos con la ley tienen de que aquellos que, en
sus palabras, “los dejaron afuera de la sociedad”, los que “no les dan
oportunidades”, son los que están detrás de un tratamiento noticioso
interesado. Ellos saben que hay intereses más allá de lo periodístico,
que no logran definir con claridad, pero que experimentan como cier-
tos y que operan en la construcción de la noticia. Y, a la vez, como un
círculo pesado, dicen que los medios refuerzan esos mismos intereses.
Manifiestan sentirlo, quizás más que en ninguna otra ocasión, cuando
los permisos de salida, las condenas, o incluso las reclusiones, según su
propia mirada, se agravan o se adelgazan de acuerdo al clima noticioso.
Los medios, para ellos, no gozan de inocencia.

Una lectura que resiste

Finalmente, voy a señalar la que podríamos denominar lectura crítica:

aquella que los jóvenes realizan reponiendo en el discurso mediático
su espesor político. Es decir, dándole un contexto histórico/social al
tratamiento noticioso (contexto que, como vimos, está ausente en los
 | 63

Capítulo IV
La relación política/jóvenes: cuando
la derecha la niega

Hay en el sentido común una especie de lugar original donde se piensa

la relación entre juventud y política: los años sesenta y setenta. Luego,
desde allí, se parte para hablar de los jóvenes hoy.
Cuando se habla de esa generación, hay además un relato: el de los
ideales y el compromiso. Se describe a los jóvenes de ayer como idea-
listas, llenos de convicciones, capaces incluso de dar la vida por ellas.
La política es ahí un territorio de grandes colectivos, de estructuras y
proyectos a futuro en los que ellos se involucran con entrega.
Pero este relato sobre los jóvenes de las generaciones pasadas es
claramente despolitizador.
Durante las décadas de 1980 y 1990, cuando se promulgaron las
leyes de Obediencia Debida y Punto Final, se fue moldeando una vi-
sión de jóvenes en el pasado idealistas y llenos de creencias, pero que
de alguna manera estaban por fuera de la política; se fueron despoli-
tizando sus luchas. Incluso quedaron en escena dos tipo de jóvenes:
los idealistas como jóvenes casi ingenuos, para quienes la política era
solo convicciones utópicas, y los jóvenes oscuros de la política, aque-
llos que, narrados desde el espíritu de la teoría de los dos demonios,
se transformaban en monstruos incluso a los ojos progresistas de la
sociedad. En los primeros, la política era tan pura y tan blanca que
no les permitía incidir en un mundo que necesitaba de acciones más
concretas; en los segundos, la política era algo tan siniestro y negro
que se condenaba sin duda. En ambos, la política se borraba como
posibilidad para pensar la juventud más allá de toda enunciación.
Pero se rescataba esta ubicación de los jóvenes ligándolos a los idea-
les, aunque no se profundizara mucho más en los alcances que estos
tenían. Y, además, a través de una operación folklórica, esos ideales
se ubicaban en el pasado.
64 | política y jóvenes: cuando la derecha lo niega
Por otro lado, estas miradas convivieron con otra, elaborada desde la
derecha triunfante, que de maneras más o menos explícitas se sostenía
en la ubicación de los jóvenes como potenciales guerrilleros peligrosos,
como subversivos, como el mal que las sociedades tenían que combatir.
A lo largo de los años, y pese a las sucesivas derrotas de los movimientos
de liberación, los discursos sobre la juventud de los setenta como peligro-
sa se fueron adelgazando, aunque hay que decir que no desaparecieron
por completo, sino que adquirieron otras formas, especialmente la de la
seguridad ciudadana, y permanecen hoy como un sedimento dispuesto
a ser actualizado bajo diferentes figuras. Pero las narraciones sobre una
juventud setentista cargada de ideales y utopías por fuera de la historia
(allí radica su despolitización) fueron las que primaron como posibles
de ser enunciadas en el sentido común. Con un elemento que además les
daba una fuerza contundente: la afirmación de que esa juventud estaba
en el pasado. No quedaban en la actualidad ni vestigios de ella.
Cuando, a partir del proceso iniciado en 2003 de reafirmación des-
de el Estado de una política de Verdad, Memoria y Justicia que tiene
como principales aliados a los movimientos de derechos humanos, se
impugna el indulto y se reactivan los juicios a los asesinos de los jóve-
nes de los setenta, se comienza a reescribir la historia de esos jóvenes
apoyándose en el relato de los idealistas, pero repolitizando sus luchas
para ligarlas al presente.
Los medios hegemónicos, entonces, ya no pueden negar la existen-
cia de la relación entre juventud y política, pero la narran desde dis-
cursividades preexistentes sostenidas en plataformas y estructuras de
menosprecio y discriminación adultocráticas y antipopulares.
Los medios de comunicación hegemónicos hoy, en definitiva, van
en una dirección opuesta a la del campo político para pensar la rela-
ción juventud-política.
Los que no pueden
En primer lugar, el relato que es dominante en los medios para pensar
la juventud y la política sigue siendo el de los jóvenes del pasado como
idealistas y de los actuales como carentes. Es decir: cuando se habla de
los jóvenes de hoy se dice que son poco comprometidos, comparándolos
con la generación de los setenta, previa operación de despolitización
de ella. Así, cuando los jóvenes se organizaron para un reclamo en el
los jóvenes en la argentina | 65
espacio público, como sucedió en los colegios secundarios de la ciu-
dad de Buenos Aires y otras ciudades de la provincia de Buenos Aires,
parte importante del análisis de los medios los ubicó como aprendi-
ces, como incapaces de plantear una política de verdad. Esta manera
de analizar, o más bien de clasificar a los jóvenes, por supuesto, no es
patrimonio de los medios. Como dije, estos no se limitan a inventar,
sino que reproducen y entonces refuerzan un sentido común que exis-
te en la sociedad más allá de ellos. La idea de los jóvenes incapacita-
dos, carentes, es una idea que circula por muy distintos campos. Par-
ticularmente con los conflictos estudiantiles, he escuchado infinidad
de veces al mundo adulto, a profesores, maestros, autoridades educa-
tivas, la afirmación de que “están tan mal preparados” que no pueden
“ni enunciar una demanda”, que no pueden “ni hablar”, manifestando
así mucho más acerca de su propia despolitización que sobre la de los
estudiantes. Precisamente porque el discurso de la carencia en relación
con una supuesta completitud de los jóvenes en las generaciones ante-
riores está muy presente en el espacio social, es que los medios pueden
tomarlo y reforzarlo sin que sobre ellos se ejerza la más mínima crítica.
Al contrario, se lo naturaliza.
Los interesados. El cálculo
El otro modo de desacreditar la participación política de los jóvenes
hoy es presentarlos como interesados, calculadores, suponiendo que
el interés no tiene que ver con la política, sino que esta es el terreno de
unos ideales o un conjunto de valores por fuera de la historia, desco-
nociendo así que la política no puede existir por fuera de los intereses.
Entonces, se presenta a los jóvenes como “rosqueros”, “ideologizados”,
que esconden intereses que no hacen explícitos y que, de hacerlos, los
tornarían ilegítimos.
En ocasiones, estos intereses son presentados como de otros (adul-
tos, partidos, dirigentes) que usan a los jóvenes como instrumentos de
objetivos no declarados. Los jóvenes son vistos desde estas miradas
paternalistas como niños que necesitan de tutela y que no pueden to-
mar sus propias decisiones. La idea de que son usados los victimiza y
a la vez los inhabilita como sujetos para la toma de decisiones.
En otras ocasiones, los intereses oscuros se les atribuyen a los
mismos jóvenes. Se dice de ellos que solo persiguen el poder, cues-
66 | política y jóvenes: cuando la derecha lo niega
tión que se asume como ilegítima. El caso de la postura que han to-
mado los medios con respecto a la agrupación kirchnerista La Cám-
pora (que presentaré más adelante) es especialmente ilustrativa de
estas posiciones peyorativas con respecto a los jóvenes. Los miem-
bros de esta agrupación son presentados como sujetos “manejados
desde arriba”, como un instrumento sin agencia que solo opera como
fuerza de un poder que no tiene. Se dice que “es la agrupación de
la presidenta, del hijo de la presidenta”, soslayando el hecho de que
son cientos de jóvenes los que se han involucrado con un proyecto
político asumiendo la identidad de pertenecer a esta agrupación. La
idea de una agrupación de la presidenta asume que es ella la única que
tiene agencia, que los jóvenes son incapaces de actuar por sí mismos
como sujetos políticos.
Pero, además, otro eje discursivo con el que se habla de esta agru-
pación es el de una aparente ilegitimidad para disputar poder. Casi
podría pensarse que disputar poder es algo sucio, negativo, que des-
merece a la agrupación. Se dice que estos jóvenes “solo piensan cómo
ocupar cargos”, espacios en el Estado, asumiendo que esto está mal o
no debería suceder. En los últimos años se han multiplicado las noti-
cias u opiniones en los medios gráficos especialmente dedicadas a La
Cámpora y, salvo contadísimas excepciones, la ideología que sostie-
nen estos tratamientos noticiosos es negadora de la legitimidad de la
política para los jóvenes.
Los inocentes
Si los jóvenes construidos como interesados son vistos negativamente,
hay unos otros jóvenes que se involucran con la política y que los me-
dios presentan de manera positiva, aunque despolitizándolos. Iróni-
camente, podríamos decir que los muestran como inocentes: inocentados
de la culpa de la política. Hay unos que son culpables y otros inocentes, sin
intereses, que militan por una especie de bienestar común por fuera
de la historia. Y son, la mayoría de las veces, víctimas.
Este modo de nombrar a ciertos jóvenes es el que utilizan los me-
dios hegemónicos cuando se habla de jóvenes militantes víctimas de lo
que se sospecha la participación más o menos directa de los aparatos
represivos estatales y sus convivencias con redes delictivas. Un ejemplo
claro es el tratamiento que hicieron medios como los diarios Clarín y
los jóvenes en la argentina | 67
La Nación del asesinato de los tres jóvenes militantes del Frente Darío
Santillán en la ciudad de Rosario a principios de enero de 2012. Sos-
layando que Santa Fe es la provincia argentina con más casos de gati-
llo fácil y represión policial contra jóvenes en proporción poblacional
del país (Informe de Correpi, 2011), estos diarios no se detuvieron en
la relación de esas muertes con ello, ni en el proyecto político del cual
esos jóvenes formaban parte, sino que hablaron de ellos simplemen-
te como buenas personas, como “tres amigos que vivían para ayudar a
sus vecinos”. Daba lo mismo si eran militantes de una agrupación po-
lítica o eran miembros de alguna organización solidaria o caritativa.
Estos jóvenes militantes, despojados del proyecto político en el cual
militaban o solo reduciendo ello a un dato de color, eran presentados
con las mismas claves de lectura de los jóvenes modelo que desarrollé
en el capítulo anterior.
Algo similar sucedió con la muerte del militante Mariano Ferreyra,
con la diferencia de que en este caso los medios se detuvieron en el
análisis del entramado político coyuntural y sus consecuencias, pero
no desarrollaron ni complejizaron el lugar político de la militancia del
joven, presentándolo solo como una víctima, que por supuesto lo era,
aunque no era solo eso.
Los irracionales
Finalmente, hay un lugar que no quiero dejar de señalar y es el de la
construcción de una mirada sobre los jóvenes que integran los movi-
mientos políticos antisistema, la mayoría de las veces provenientes de
sectores excluidos o marginalizados, que son clasificados como peli-
grosos. Su peligrosidad, se dice, radica en su irracionalidad. Se habla
de ellos negando lisa y llanamente sus modos de intervención como
políticos.
Actualizando los discursos más represivos de la seguridad ciu-
dadana y de las políticas de Tolerancia cero, se muestra a estos jó-
venes en hechos que se describe como vandálicos (escraches, rotu-
ras de vidrios), revitalizando la idea de que si pueden romper un
vidrio pueden ir contra todo tipo de propiedad privada, contra la
vida y el orden.
La capucha, utilizada según estos mismos jóvenes como un modo
de protegerse ante el reconocimiento de las fuerzas represivas con afán
68 | política y jóvenes: cuando la derecha lo niega

revanchista, es presentada en los medios como una prueba de la peli-

grosidad, desconociendo sus explicaciones y argumentos. Es que no
solo se los niega como sujetos políticos, sino que directamente se los
niega como sujetos con una palabra propia.
Este relato, estas imágenes, abonan una cultura represiva contra los
jóvenes pobres organizados políticamente.

Tercera parte
Jóvenes y reconstrucción
 | 71

Capítulo V
El pensamiento experto y su mirada sobre
los jóvenes en los noventa

Las décadas de 1960 y 1970 fueron tiempos donde la política tuvo

cara de juventud, en la Argentina y en el mundo. Los jóvenes irrum-
pieron en un espacio público conservadoramente adulto trastocando
las relaciones de poder.
Pero en la noche más oscura de nuestra historia, con la dictadura,
la relación entre juventud y política se transformó en brújula del ex-
terminio y dio lugar al horror. El Estado en manos de los poderes más
siniestros hizo de los jóvenes las nuevas inpersonas, como escribiera
Robert Cox en The Herald: los desapareció.
Con el llamado retorno de las democracias, y bajo el eje de la tran-
sición, se convocó nuevamente a los jóvenes (a unos otros jóvenes que
no eran los de los setenta: ni montoneros, ni peronistas, ni movimien-
tos armados; que parecían no tener historia, haber nacido allí desde la
nada). Se los convocó a transitar (¿transitar hacia qué?, ¿con quiénes?,
¿a dónde llegar?). Transitar a la democracia, se dijo. Empezar de nue-
vo. Se los convocó a la ilusión.
Luego, la desilusión inmensa de lo que para simplificar se llamará el
menemismo, ese proyecto que hundió sus raíces en el modelo político,
económico y social impulsado por sectores civiles, militares y eclesiás-
ticos –y que Rodolfo Walsh denunció a un año del golpe de Estado de
1976, con la “esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perse-
guido, pero fiel al compromiso de dar testimonio en tiempos difíciles”.
El cruce de siglos vino con el que se vayan todos, la más profunda
negación a la política que nuestra historia ha imaginado y que arro-
jó a los jóvenes a la intemperie poniéndolos al frente (en el frente de
batalla) de todas las transformaciones que habían provocado los po-
deres neoliberales: fragmentación, polarización social, precarización,
vulnerabilidad.
72 | el pensamiento experto y su mirada sobre los jóvenes...
Sin embargo, de ellos no se esperó nada. Se dijo: no les interesa
nada. Se los condenó por apolíticos e individualistas. Mientras unos
celebraban lo que creían era el final de la historia (de la dialéctica, de
las luchas) y otros lo lamentaban aceptando que el mundo no podría
ser nunca más transformado, se asumió que los jóvenes ya nada tenían
que ver con la política. Que la devastación, la desafiliación, la desarti-
culación (todas las “d” del deterioro), los habían dejado por fuera del
compromiso con lo público.
Mientras, los jóvenes balbuceaban primero un no profundamente
político que no tenía que ver con el desinterés, sino más bien con otro
interés. Y con la bronca, con el malestar, con un modo de la denuncia.
También, mientras, muchos jóvenes formaban parte central de los mo-
vimientos sociales ligados al mundo del trabajo roto, aunque ni siquie-
ra se los pudiera considerar como jóvenes.
Y veían la desolación de sus adultos ocupando las calles en 2001.
Y aprendían de las luchas.
Y se juntaban a hacer un lenguaje que no era el del rock hijo de
las clases medias en los teatros, sino el del barrio y la cancha de fút-
bol, el de las letras que hablaban de que “todo preso es político”
tejiendo una embarrada continuidad entre los ideales libertarios
contra la propiedad privada y los nuevos paisajes cotidianos de la vida
en la cárcel.
Mientras se decía que a los jóvenes nada les interesaba, eran mu-
chos de ellos los que protagonizaban las experiencias de las fábricas
recuperadas, los que cortaban puentes, los que resistían en las univer-
sidades, los que murgueaban o escribían letras de cumbia villera don-
de transformaban el estigma de ser chorro en un emblema de identidad
que se levantaba sobre los escombros y sedimentos de una dignidad de
los de abajo vapuleada.
Mientras se decía que nada les interesaba, en 2002 pusieron el
cuerpo y la vida por la solidaridad y la justicia.
El 27 de octubre de 2010 volvieron a aparecer los jóvenes en la po-
lítica para todos aquellos que no los habían visto: para unos intereses
conservadores que festejaron demasiado rápido todos los finales, pero
también para una ciencia social de espistemología de superficie, nada
dedicada a ver el hormigueo siempre intenso de las profundidades.
Un presidente que bajó los cuadros (y no solo el del dictador, sino
los de muchos otros poderes opresivos que supo enfrentar) los con-
vocó al habla.
los jóvenes en la argentina | 73
Luego, la presidenta de la nación de un Estado en vías de ser re-
cuperado vio a estos jóvenes que se movían ante “los ojos ciegos nada
abiertos”. Y continuó el llamado. Esta parte del libro hablará justa-
mente de ello.
Juventud y política en la mirada experta
La larga década del noventa, signada por el neoliberalismo, comienza a
clausurarse en la Argentina con la crisis de 2001, y puntualmente con
la masacre de Puente Pueyrredón, en junio de 2002, donde las fuerzas
represivas del Estado asesinan a los jóvenes militantes Maximiliano Kos-
teki y Darío Santillán, que se constituirán en emblemas del compromiso
y de la lucha contra las políticas de ajustes. Es el asesinato de los jóvenes
militantes de los movimientos sociales por el trabajo lo que aparece ce-
rrando un tiempo en donde se había anunciado el fin de la política para
una historia que, se decía, había terminado. Es la intolerancia colectiva
a este asesinato, la condena pública, la que pone en escena una relación
que se había dado por muerta: la de los jóvenes con la política.
Sin embargo, tendrá que suceder un nuevo acontecimiento en la Ar-
gentina para que la llamada opinión pública (siempre me remitiré a ese
maravilloso texto de Bourdieu, “La opinión pública no existe”) descu-
bra la pervivencia bajo nuevos ropajes de aquello que no había muerto
nada, o que al menos no había muerto para siempre: la relación entre ju-
ventud y política. Ese acontecimiento será la muerte de Néstor Kirchner.
Allá sucederá el encuentro.
En las jornadas que transcurren entre el 28 y el 29 de octubre de
2010, cientos y cientos de jóvenes se movilizan en organizaciones y
de maneras espontáneas para despedir los restos del ex presidente.
Mientras hacen fila para darle el saludo final en la Casa Rosada, o se
congregan en Plaza de Mayo, cantan consignas ligadas a la historia del
peronismo, la nación (esa que la bibliografía post había dado por ani-
quilada), el antiimperialismo. Se los ve profundamente consternados,
manifestando toda su emoción y tristeza por la muerte; le gritan a la
presidenta: “¡Fuerza Cristina!”.
Durante las semanas que siguen, los medios de comunicación no
dejarán de marcar con el tono de la sorpresa la presencia de jóvenes
militantes en el campo político. Se va armando un interrogante: ¿de
dónde salieron?, ¿dónde estaban?
74 | el pensamiento experto y su mirada sobre los jóvenes...
Esta misma pregunta empieza a circular entre los especialistas, los aca-
démicos, que durante las últimas décadas venían investigando a los jó-
venes. (Paréntesis: nunca como en las últimas décadas hubo tanta can-
tidad de investigaciones sobre juventudes, así, en plural. Los jóvenes
como objeto de estudio estaban en las agendas sociológicas desde la
década de 1950, pero es en los últimos años cuando esa agenda se infla
y se expande como nunca. Tal vez una paradoja: cuando los jóvenes se
retiran del espacio político es cuando más preguntas sobre la relación
juventud y política se produce en el espacio académico.)
En este capítulo voy a trabajar entonces sobre estos interrogantes.
En primer lugar, me detendré en la mirada sobre la relación juventud/
política que se fue construyendo en la década de 1990 desde puntos
de vista expertos, tanto desde el espacio académico como desde las prác-
ticas periodísticas. Veremos qué de todo ello puede ser tomado para
explicar quiénes son hoy estos jóvenes que ingresan a la política, y qué
podría ser descartado ante un nuevo contexto.
En segundo lugar, vamos a transitar unas primeras aproximaciones
a la relación juventud/política desde el análisis e interpretación de los
relatos de jóvenes militantes en la actualidad.
La política diluida... ¿por la mirada?
En las últimas décadas, el vínculo de los jóvenes con la política apareció
como una relación perdida. O al menos escamoteada, resquebrajada, en
serios problemas. Luego de unos años, como los sesenta y los setenta, en
los que la juventud había sido la figura emblemática del espacio político,
esta parecía no existir más como tal. Por supuesto que no había “ocurri-
do simplemente”, sino que estaba ligado de manera directa a las profun-
das derrotas de los movimientos de liberación encabezados por jóvenes
en toda la región que habían tenido en la Argentina, entre muchas otras
consecuencias, el saldo de treinta mil desaparecidos, la mayoría de ellos
jóvenes. Una generación de jóvenes desaparecida.
Pero en los noventa, incluso más allá del análisis de las causas, tanto
para las ciencias sociales como para el sentido común, la dificultad de
la inscripción de los jóvenes en el campo de la política se había consti-
tuido en un dato imposible de eludir.
Son dos los modos en que la mirada experta (tanto de las ciencias
sociales como del periodismo) habló de ello: por un lado, se afirmó que
los jóvenes en la argentina | 75
a los jóvenes no les interesaba la política porque nada les interesaba;
por otro, se desarrolló una reflexión que se desplazó del campo políti-
co hacia la cultura y la ciudadanía, caracterizando a los jóvenes como
sujetos de nuevas prácticas dotadas de politicidad en la vida cotidiana.
Veamos sintéticamente cómo es que operó cada uno de estos modos.
El desinterés
La primera mirada parte de una constatación: que los jóvenes conde-
nan a los políticos y las instituciones de la política; el descreimiento, el
malestar, la puesta en cuestión de todo lo que tiene que ver con ellos.
Se afirma que los jóvenes no ven en la política una alternativa a la re-
solución de los conflictos.
A mediados de los noventa, la sociología daba cuenta de cómo los
jóvenes condenaban a los políticos pero salvaguardaban, diferencián-
dolas, las instituciones (Tenti Fanfani y Sidicaro, 1998). Sin embar-
go, a medida que fue avanzando la década, esa diferenciación dejó de
hacerse y todo lo que estuviera ligado a la práctica política era impug-
nado. La idea de que los jóvenes se habían alejado de la política fue a
su vez un dato que se enunció no de manera simplemente descriptiva,
sino que la mayoría de las veces se comunicó desde una postura conde-
natoria. En ocasiones, no solamente se olvidó que habían sido expul-
sados de la política, sino que incluso se pensó este alejamiento como
un dato más que hablaba de lo que se entendía como el deterioro de
la propia juventud. Una juventud que se condenaba como culpable de
no interesarse ni comprometerse con nada.
No hay que olvidarse de que esto se dio en el contexto de una so-
ciedad que a nivel local construyó como gran consigna aglutinadora el
“que se vayan todos”, y que a nivel global afirmó que la historia había
concluido en el momento preciso en que el mercado se transformaba
en la única vía para acceder a lo posible, que era a su vez lo único.
Emerge entonces la pregunta de por qué, si la política aparecía ne-
gada en los discursos dominantes y por amplias mayorías, fue a los jó-
venes a los que se les demandó ese interés, e incluso se los condenó por
su ausencia. Seguramente hay aquí más de una respuesta, entre las que
se encuentran la presencia de unas sociedades adultocráticas que siem-
pre estigmatizaron a las generaciones que entraron a la vida pública en
último lugar. Sin embargo, creo que esta demanda de que les interese
76 | el pensamiento experto y su mirada sobre los jóvenes...
la política (con su contracara, la condena por el desinterés) se explica
en la presencia dominante en el imaginario social de la juventud como
aquella de la generación de los años sesenta y setenta. Un imaginario
que ve esa juventud como dorada o monstruosa, pero que la sigue te-
niendo como único modelo. La presencia de una cierta añoranza, que
hace pensar en la juventud de los noventa y del cruce de siglos com-
parándola y midiéndola con esas generaciones pasadas. Ejercitando la
idea de que todo tiempo pasado ha sido mejor, en los años de euforia
de neoliberalismo, cuando se festejó la idea de entrar al Primer Mun-
do y a la globalización de mercado, se pidió a los jóvenes ¡que creyeran
en la política! Cuando nadie creía en la política, se los condenaba por
traicionar un ideal de juventud derrotado pero que pervivía de manera
subterránea a modo de sentido común.
Pero, además, el periodismo y los medios de comunicación son en
esta época los encargados de producir y reproducir la idea de unos jó-
venes desinteresados en el contexto de unas políticas de seguridad ciu-
dadana que ven en la juventud la causante del deterioro social.
Y aunque las ciencias sociales y los estudios de juventud no se si-
tuaron en una postura condenatoria, sino que por el contrario hicieron
grandes esfuerzos por rescatar a los jóvenes de ello, hablaron de ese
desinterés en un tono de lamento por lo perdido, comparándolo con el
que apareció como el interés verdadero, el de las generaciones anteriores.
Así se fue consolidando un relato en ocasiones muy lineal sobre cómo
en los sesenta/setenta se concebía la política desde unas dimensiones
que aparecían perdidas y se las añoraba. Este es un pensamiento que,
cuando dijo que a los jóvenes no les interesaba la política, estaba afir-
mando que no les interesaba en los términos en que le interesaba a la
generación de sus padres. Y lo hizo además desde un punto de vista
anclado en el diagnóstico de unas sociedades que, producto de las po-
líticas neoliberales, habían sido devastadas. Es la verificación de la ex-
clusión, la desintegración y el deterioro, la desafiliación, lo que va a dar
consistencia al análisis sobre la ruptura de una relación entre los jóve-
nes y la política que debería ser de una forma pero que ya no lo es más.
Lo político
Ante este diagnóstico se erigirán unos estudios de juventud con una
fuerte influencia de los cultural studies británicos, que partirán de las
los jóvenes en la argentina | 77
hipótesis de la resistencia y la reubicación de una nueva politicidad en
el espacio de la cultura y la ciudadanía. Tal vez están aquí los mejores
trabajos de investigación que se hayan llevado a cabo durante el perío-
do, aunque no por eso están exentos de crítica.
La línea argumental para la investigación, de manera muy sintética,
podría resumirse así: a) la política tal cual la conoció la modernidad ha
declinado, por lo tanto, el mundo no puede ser transformado a través
de ella; b) los jóvenes se han separado del campo político; c) sin embar-
go, llevan adelante prácticas de impugnación y resistencia al orden exis-
tente en el plano de la cultura; d) finalmente, esas prácticas pueden ser
comprendidas como emergencia de una nueva politicidad de lo social.
La distinción entre lo político y la política adquirió fuerza y sen-
tido para pensar la juventud y el espacio público. Lo político, como
el momento donde se instituye la sociedad desde las diferencias y el
conflicto (Lefort, 1990). El momento donde la contingencia se hace
presente a través de la visibilidad de las opciones posibles que pueden
dar forma al orden. La política, en cambio, como el sistema donde tie-
nen lugar los intercambios institucionalizados del conflicto. Es decir,
las formas institucionalizadas, legalizadas o legitimadas, de aparición
de lo político. Desde esta distinción
se destacarán dos formas de pensar a la política. El primer enfoque la
circunscribe a una región independiente de la vida social, un sistema
diferenciado y autónomo que procesa demandas y realiza decisiones
que afectan y vinculan al conjunto de la sociedad. La segunda perspec-
tiva no desconoce que existe una esfera donde se institucionalizan y
tratan los conflictos, pero señala que es necesario prestar mayor atención a
los mecanismos generales por los cuales fue posible esta separación. Para
esta perspectiva lo político es entendido como el momento de nega-
ción y re institución del orden social, donde la unidad de la sociedad
es posible a pesar de las diferencias (Muñoz, 2007, p. 30).
Los jóvenes van a ser pensados entonces como estos sujetos que se
han alejado del sistema instituido de lo que se llamará la “vieja políti-
ca”, o la “política tradicional”, del orden existente pero que “ahora está
en crisis”, y justamente serán los que visibilizan el conflicto con ese
orden impugnándolo, resistiéndolo, e incluso proponiendo otras op-
ciones. Se desplazan, en esta óptica, desde la política hacia lo político.
Y esas nuevas prácticas se desarrollan en la esfera de la vida cotidiana.
78 | el pensamiento experto y su mirada sobre los jóvenes...
En el marco de una nueva lectura de los escritos de Antonio Gramsci
a través de los estudios culturales británicos, se piensa la cultura como
un territorio de disputa. El plano de lo simbólico cobra cada vez más
relevancia, sobre todo cuando se cree que otro tipo de camino (la trans-
formación a través de la política, incluso la lucha armada) ya no existe
como posibilidad para estas sociedades.
Una propuesta heurística que comprometerá a gran parte de los es-
tudios de juventud, como dije, tendrá que ver con la indagación del no
de los jóvenes a la política, entendido como un momento de impugna-
ción y refundación posible de otro orden (Beck, 1999; Feixa, 1999;
Reguillo, 2011; Saintout, 2006; Chaves, 2006). Esa impugnación, a
su vez, será restringida al espacio simbólico, y tendrá el carácter de re-
sistencia con minúscula, de táctica al modo en que lo plantea De Cer-
teau (1997), como táctica del débil, aprovechando la coyuntura, como
un arte clandestino de hacer trampa ante un poder que se erige con la
fuerza de la inamovible estructura.
Serán muy productivos para las investigaciones locales los concep-
tos de subcultura y estilo propuestos por los cultural studies británicos.
Estos estudios parten de ver a los jóvenes en la posguerra como metá-
fora del cambio social y, así, como sujetos clave para pensar nuevamente
la relación entre cultura y sociedad. Así analizan cómo los modos de
ver la vida de los sectores subalternos, en particular de los jóvenes, si
bien están marcados por una posición de subordinación, se transfor-
man en estrategias de sobrevivencia que les permiten negociar sus exis-
tencias colectivas para obtener un saldo más favorable. Escribe Hall
en el prólogo a la reedición de Resistencia a través de rituales, uno de los
trabajos emblemáticos de esta perspectiva:
Las impresionantes culturas jóvenes plantearon varias preguntas so-
bre el carácter necesariamente controvertido y contradictorio del cam-
bio cultural y la diversidad de formas de expresión que encontró “la
resistencia” (Hall y Jefferson, 2010, p. 16).
Y agrega que, cuando a lo político se le otorga una definición más am-
plia mediante la cultura, se puede encontrar el valor político de la re-
sistencia a través de los rituales culturales.
Estos estudios pondrán especial énfasis en los modos de resisten-
cia de los jóvenes a un orden que los estigmatiza y los excluye. Y, para
ello, el estilo será un concepto clave. El estilo como ese conjunto de
los jóvenes en la argentina | 79
gestos, ritos construidos desde un uso subversivo de objetos triviales
que ofrece el mercado, y que permite a los jóvenes nombrarse a sí mis-
mos en clara reacción a las clasificaciones estigmatizadoras que les da
la cultura dominante. Y que a la vez les permite disputar el sentido pú-
blico de la cultura. Así lo expresa Hebdige:
Como sea, el proceso desemboca en la construcción de un estilo, en
un gesto de desafío o repulsa, una sonrisa o un rictus de desdén. Indi-
ca un Rechazo. Quiero creer que ese Rechazo tiene razón de ser, que
esos gestos poseen un significado, que sonrisas y muecas revisten un
valor subversivo (Hebdige, 2004, p. 16).
Los problemas y los objetos para estos años entonces estarán construi-
dos desde estas perspectivas. Así, los nuevos modos de agrupamientos
juveniles, las nuevas identidades y las vías para comunicarlas en el es-
pacio público serán ejes clave para la comprensión de lo que será nom-
brado como las nuevas culturas juveniles. La temática de lo que algunos
llamarán tribus urbanas, siguiendo a Maffesoli (1990) o haciendo un
uso despolitizador de las perspectivas anteriores, y que otros crítica-
mente denominarán estilo, formará parte de las agendas académicas,
aunque rápidamente será tomada de manera estigmatizadora y banal
por los medios de comunicación. ¿Qué dicen los jóvenes sobre la vida
social a través de estos modos de pintarse el cuerpo, de resemantizar
lo que el mercado ofrece, de consumir ciertas industrias culturales?
¿Qué dicen cuando ya no dicen a través de la cultura escritural, del ar-
gumento, de aquella cultura en la que se ha jugado la política moderna
que ahora aparece, a los ojos de muchos, como extinguida? Identida-
des fragmentadas, móviles, más comprometidas con los consumos que
con las ideologías, serán los tópicos desde los que se hable de la fuga de
las grandes identidades comunes, los grandes relatos, las grandes cau-
sas que habían caracterizado un espacio político ligado a la existencia
de estructuras más que de sujetos, de proyectos más que de causas, de
grandes colectivos más que de tribus.
Es en estos tópicos donde se producen investigaciones sobre trans-
formaciones en el campo de la cultura, la juventud y la sociedad. Y esto
es justamente porque a los estudios de juventud no los va a mover tanto
un afán por la juventología, por los jóvenes en sí mismos, sino por ver
a través de ellos la dinámica social, lo que en ella se está transforman-
do. Siguiendo la idea de que los jóvenes naturalizan lo nuevo (Passerini,
80 | el pensamiento experto y su mirada sobre los jóvenes...
1996; Mead, 2002), y que por lo tanto son los que mejor pueden ha-
blar de ello, los investigadores darán cuenta de una serie de rupturas,
desplazamientos y prácticas emergentes que, entre otras cosas, recon-
firmarán que la política tal cual la habían entendido las generaciones
anteriores había llegado a su fin y que se iba reconfigurando una nue-
va politicidad.
Pero no hay que dejar de lado que esta vocación de encontrar lo
político se da en un contexto de fuerte exclusión y desciudadaniza-
ción, donde ciertos jóvenes, los de los sectores populares, van viendo
como vías muertas (Braslavsky, 1987; Auyero 1993) todas aquellas
instituciones, como la escuela y el trabajo, que habían sido ejes de la
integración social. Entre esas vías muertas, entre esas instituciones
que los excluyen, está la política que se aparece sin vida para ellos. Y
la idea de una nueva politicidad es tan improbable, o tan pobre, o tan
restringida a la única posibilidad de hacer de los estigmas emblemas
de identidad, que solo una romántica exageración podrá transformar
esos gestos en resistencia.
Unas décadas después, en un contexto de crisis del neoliberalis-
mo, que encuentra como respuesta en varios lugares de América La-
tina unos estados que se desafían a incluir lo excluido, a rearticular lo
desarticulado y a reconstruir lo devastado, comienza a pensarse que la
historia no ha desaparecido, que no se murió, y eso se va a ver en una
nueva relación de los jóvenes con el campo político.
| 81
Capítulo VI
Jóvenes militantes: la reconstrucción
Por supuesto, no es posible decir que todos los jóvenes hoy son mili-
tantes, o que se han volcado a la política. Tal vez, incluso, solo se auto-
definan como tales los de sectores medios y no los de otros sectores,
aunque tengan una clara participación en espacios políticos más o me-
nos ortodoxos. Es que han sido tan profundas las políticas de exclusión
de los treinta años de neoliberalismo, y puntualmente de exclusión de
la política, que para los jóvenes que aún permanecen fuera de la ciuda-
danía social la recuperación de esta es un proceso que todavía no se ha
dado absolutamente, o se está dando en términos distintos.
Presentaré en este apartado los avances de una investigación que
explora los sentidos que la política tiene hoy para los jóvenes mili-
tantes. En esta investigación, cabe aclarar, nos hemos concentrado
hasta el momento en jóvenes de La Plata, una ciudad con una im-
portante población juvenil debido a la presencia de la universidad.
Pero, además, para la década de 1970, La Plata fue una de las ciuda-
des que más ferozmente vivieron la represión de las dictaduras mili-
tares, que vieron en el movimiento estudiantil uno de los enemigos
internos más peligrosos. La “Noche de los Lápices” es un punto em-
blemático de las luchas estudiantiles secundarias en la ciudad y, ya
lo veremos, un espacio clave de disputa y recuperación de la política
en la actualidad.1
1 Mientras desarrollamos la investigación, comenzó en La Plata el juicio por el
llamado Circuito Camps. El juicio involucró seis centros clandestinos de detención y
causas como la de la Noche de los Lápices y los tormentos a Julio López, desapareci-
do por segunda vez en 2006. El juicio se hizo por 281 víctimas, la mayoría jóvenes.
Se juzgaron responsabilidades civiles y militares que habían quedado impunes en la
larga década neoliberal.
82 | jóvenes militantes: la reconstrucción
Los jóvenes de los que hablaré ahora se autodefinen como militan-
tes o comprometidos con diversas fuerzas políticas (partidos, agru-
paciones, frentes) y están transitando además por alguna experiencia
educativa formal, tanto en el colegio secundario como en la universi-
dad. Hemos realizado entrevistas y grupos de discusión. Lo que sigue
es una primera aproximación al análisis de los materiales que desde allí
produjimos con el equipo de investigación. Aunque hemos trabajado
con jóvenes de diversas fuerzas políticas, nos focalizaremos en esta pre-
sentación en aquellos que pertenecen a agrupaciones políticas ligadas
más o menos directamente al peronismo.
El desplazamiento
Estos jóvenes han ingresado a la política desde múltiples lugares, pero
fundamentalmente desde la convocatoria de un tiempo histórico que los
llama, como dicen ellos, “a comprometerse, a militar”. Citaré solo una de
las ocasiones en que la presidenta de la nación los interpela. Y citaré esta
porque justamente es un acto que conmemora los 38 años del triunfo de
Héctor Cámpora, un triunfo contundentemente ligado a la historia de
los movimientos juveniles masivos de los setenta y a la idea del trasva-
samiento generacional, como modo de provocar la incorporación de los
jóvenes a espacios de poder. En este acto, Cristina Fernández de Kirch-
ner los llama “jóvenes del Bicentenario”, y los convoca a que “hagan su
historia, que mientras la hacen, hacen la de los argentinos”. Les dice: “No
cometan los mismos errores” y “Construyan con amor”. Afirma que “no
hay mejores batallas que las que se ganan con el corazón... esas son las
que perduran en la memoria de los pueblos”.
Retomaré más adelante el lugar del corazón y el amor en esta relación
de los jóvenes con la política. Como también la idea de “no cometer los
mismos errores”. Pero ahora me interesa remarcar cómo es que desde la
política instituida, desde un liderazgo en el gobierno del Estado, se con-
voca a unos jóvenes hermanos de estos otros, que solo una década atrás
decían no creer en nada, en ningún tipo de representación política, ni en
los políticos, ni en la política. Me interesa puntear cómo desde la políti-
ca institucionalizada como tal se está convocando a los hijos de aquellos
que pasionalmente habían dicho “que se vayan todos”. Y cómo es que es-
tos jóvenes (hermanos menores e hijos de los que rechazaron la política)
responden asumiendo que tienen un lugar en la historia.
los jóvenes en la argentina | 83
Es este movimiento el que me lleva a la indagación: ¿qué pasó aquí?,
¿cómo es que se dio este desplazamiento que para una mirada tal vez
desprevenida es demasiado profundo, incluso vertiginoso?
Seguramente no hay una sola línea explicativa para ello, sino más
bien una constelación de líneas a trabajar, investigar y recrear. Pero creo
que una de ellas tiene que ver con la posibilidad de reconocer que, ade-
más del deterioro, del declive, e incluso de la profunda derrota de la po-
lítica en las décadas anteriores, esta no había desaparecido ni se había
transformado solo en gesto cultural o estético, sino que, en todo caso,
tal vez se estuviera desinstituyendo para reinstituirse de otros modos.
Y que en ello, junto a las prácticas de disolución e impugnación del
orden tradicional, se iban comprometiendo nuevos modos de recrear
la política en la que los sectores juveniles habían cobrado protagonis-
mo. Un protagonismo que, desde los lugares a partir de los cuales se
miraba el hecho social (la epistemología de la desesperanza que men-
cioné en las páginas anteriores, la celebración de la posmodernidad
o el relato estigmatizador de los jóvenes), no había podido ser visto.
Me refiero a las experiencias ligadas al mundo del trabajo roto y a su
reconstrucción (fábricas recuperadas, pero especialmente movimien-
tos de desempleados), movimientos por los derechos humanos, de co-
municación alternativa, y movimientos estudiantiles que habían sido
protagonizados por jóvenes a los cuales los estudios de juventud no
habían podido ver. Tal vez porque, tan absortos como estaban con sus
puntos de vista y objetos, no podían ni siquiera considerarlos jóvenes
(ya que estos eran solo “tribus culturales”).
Y podría ser que, luego de la impugnación, la crisis, el conflicto que
aparece como desgarrador, la visibilización de opciones ante lo que ya
no es más un destino, lo que se mueve se reinstitucionaliza instalando
un nuevo orden que llama, entre otros, a los jóvenes, que aparecen en
el campo político visibilizados nuevamente.
Entonces volveré sobre las preguntas: ¿quiénes son ahora estos jó-
venes?, ¿qué imaginarios/ideas/percepciones tienen de la política?
Convocados y abrigados
La convocatoria de la presidenta a hacer la historia (no a hacerla ma-
ñana, como si los jóvenes solo fueran el futuro, sino a hacerla ahora; y
tampoco a hacer una historia generacional, sino a “hacer la historia de
84 | jóvenes militantes: la reconstrucción
los argentinos, de la nación”) encuentra a unos jóvenes dispuestos a
ubicarse como la continuidad de sus padres.
La mayoría de las veces, estos jóvenes que militan empezaron a ha-
cerlo en relación con la experiencia quebrada de sus padres que, dicen,
habían comenzando a militar en los ochenta, padres que han visto de-
solados en 2001. Hay una referencia a la presencia de ideales en los
padres, a una militancia que en algún momento se frustra pero que re-
conocen, incluso admiran. Hay en sus relatos un modo de conectar sus
propias ideas y compromisos con los de ellos. Lejos están de la ruptu-
ra generacional radical que se efectuó en los años sesenta y setenta, como
ruptura política y cultural profunda donde los padres eran vistos como un
horizonte negativo que había que quebrar y transformar. Los jóvenes
entrevistados se reconocen como la continuidad de sus adultos, como
la continuidad de una generación que en cierta forma abriga la suya.
La idea del abrigo es sugerente: no están a la intemperie, no están solos
aunque ellos no sean sus padres que, de alguna manera, han quedado
en el camino. Los padres acompañan, ven con buenos ojos sus mili-
tancias, a pesar de que en ocasiones discutan y pongan en tensión los
tiempos de la militancia y los del estudio (esto, sobre todo, en aquellos
que están transitando la experiencia de la escuela secundaria). Pero en
la mayoría de los casos están orgullosos, dicen los jóvenes, de lo que
sus hijos están haciendo.
Tampoco los padres son los que señalan el miedo a comprometer-
se, a “meterse en política”, como sucedía con los jóvenes militantes de
los ochenta. Estos padres no tienen ese miedo.
Todos narran el 2001 como un momento de génesis, de punto
de referencia al cual es necesario remitirse para explicar el propio pre-
sente. Tanto desde las agrupaciones de izquierda (algunas de ellas to-
man como referencia fundamental la masacre de puente Pueyrredón)
como especialmente desde los grupos ligados al peronismo, el 2001
es el momento de referencia colectivo para la posibilidad de la acción
política. Tienen un recuerdo construido de esa crisis, aun a pesar de
que algunos eran muy chiquitos, y de que es improbable el nivel de
conciencia y reflexión que afirman haber tenido en ese entonces. Sin
embargo, lo que me parece relevante es la construcción social efectua-
da e incorporada de reconocer ahí (donde ubican a unos padres “que
se dan cuenta”, que “dicen que no”, que estaban a punto de “quebrarse
para siempre”) el comienzo de unas otras posibilidades. Esto me hace
pensar en ellos como una generación hija de lo que viene luego de la
los jóvenes en la argentina | 85
desolación: del impulso disruptivo y creativo de un momento que les
va a dar lugar en la historia. Es decir: los padres son la resistencia de-
solada y que va perdiendo fuerza en los noventa, son también el 2001,
pero los hijos son los que toman la fuerza creativa posterior a 2001. La
toman para hacer la historia.
Los jóvenes reconocen a su vez a la generación de los setenta como
una referencia de lucha. Algunas de las agrupaciones políticas juveniles
lo demuestran en sus nombres: La Cámpora, Los Herederos del Pro-
yecto Nacional y Popular, 30.000 Razones, por ejemplo, o en uno de
los símbolos más destacados, el Eternauta, ahora con la cara de Néstor
Kirchner. Y, por supuesto, la figura del Che.
Sin embargo, para ellos la lucha armada no es en absoluto una
posibilidad. Ni siquiera a veces pueden plantear ni problematizar la
idea misma de la lucha armada como una opción tomada por la ge-
neración que ellos admiran y nombran, a veces más folklóricamente,
a veces más políticamente. Tal vez esto esté ligado a unas ciertas po-
líticas de la memoria escolar con la cual ellos crecieron y donde las
luchas políticas han sido “enseñadas” más en términos anecdóticos
y románticos que históricos, donde la historia ha sido enseñada más
lineal que dialécticamente. Aunque, por supuesto, sus dificultades
son también las dificultades que existen en la sociedad argentina en
su conjunto de problematizar el tema. Lo cierto es que, para los jó-
venes militantes, hoy la lucha armada no es una opción posible ni
pensable, y esto me parece, entre otras cuestiones, muy importante
a la hora de desafiar los discursos estigmatizadores de la juventud
que la ubican como violenta y agresiva.
Conflictos: contra la muerte de la dialéctica
La acción política de las agrupaciones de jóvenes ligadas al peronismo,
o más ampliamente al llamado campo nacional y popular, se juega ante
un principal antagonista que es el neoliberalismo de los noventa. Este
antagonista se ve representado en diversas figuras, de las cuales las más
nombradas son los medios hegemónicos (el Grupo Clarín, especialmen-
te) y “el campo” (la Sociedad Rural Argentina). Muchos jóvenes recuer-
dan, como una primera discusión política en la que participaron, la Re-
solución 125 –una propuesta del Ejecutivo nacional, que implicaba un
nuevo esquema de retenciones a las exportaciones de soja y girasol– o la
86 | jóvenes militantes: la reconstrucción
Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Hablan de la izquier-
da y de la derecha. Se ubican en la izquierda y en la derecha, que están
representadas en cada una de esas figuras.
Por otro lado, entre los adversarios principales para los grupos li-
gados al peronismo, y sobre todo a nivel estudiantil, tanto en el secun-
dario como en la universidad, están los militantes de las diversas agru-
paciones de izquierda a los que despectivamente estos grupos llaman
“los troskos”, más allá de que no todos sean militantes trotskistas. Re-
producen la acusación de una izquierda funcional a la derecha. Uno de
los lugares centrales de disputa entre estas agrupaciones a nivel de estu-
diantes secundarios en la ciudad de La Plata es la marcha de la Noche
de los Lápices, que recuerda el 16 de septiembre de 1976, cuando la
dictadura secuestró a diez militantes, la mayoría de ellos pertenecien-
tes a la ues (Unión de Estudiantes Secundarios, ligada al peronismo),
de los cuales seis continúan desparecidos. Agrupados y organizados
a través de la ues y, en los últimos dos años, de la cues (Coordina-
dora Unificada de Estudiantes Secundarios, integrada por centros de
estudiantes conducidos por agrupaciones de izquierda varias que tie-
nen como antagonistas objetivados al kirchnerismo y al gobierno de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que se constituye a partir de las
tomas de los colegios secundarios, primero en Buenos Aires y luego
en La Plata), los secundarios disputan el sentido que tiene esa marcha,
llegando a realizar incluso dos marchas distintas, una que reconoce las
políticas de derechos humanos del gobierno y otra que las impugna.
La Noche de los Lápices ha sido un tópico relevante en la recons-
trucción de la memoria de la dictadura en la escuela.2 Cuando la pers-
pectiva de los derechos humanos se incorpora a la enseñanza oficial
de la historia en la escuela a través de la reconstrucción del pasado re-
ciente, la Noche de los Lápices se va constituyendo en un territorio de
identificación claro para los jóvenes.
Esto sucede, seguramente entre muchas otras cuestiones, porque
los secuestrados son, como ellos, estudiantes secundarios. No voy a
entrar aquí en el debate profundo y rico que se ha dado y se sigue dan-
2 Se recomienda el documental Los irrecuperables, historias de militancia y represión,
realizado por la Comisión Provincial por la Memoria. El documental articula tres
historias de militantes secuestrados en la llamada Noche de los Lápices, y recupera la
mirada de las nuevas generaciones sobre aquella época (si bien la construcción de esta
mirada data de la primera mitad de la década pasada).
los jóvenes en la argentina | 87
do sobre los límites de la oficialización y estatización de la memoria, y
particularmente de un acontecimiento como el de la Noche de los Lápi-
ces. Pero sí creo que es interesante señalar cómo esa construcción que
parecía ir dándose por terminada, por cerrada, obturando las posibili-
dades de problematización, en los últimos años vuelve a abrirse en la
disputa de estos jóvenes en torno a su significado para la contempora-
neidad y su relación con el pasado. Es más: la situación de las marchas
por el 16 de septiembre permite rearticular sentidos en el presente,
habilitando organización, alianzas, conflictos, planes de lucha, puesta
en público de viejas y nuevas demandas. Las marchas permiten hacer
política. Son posibles porque se hace política.
Esto también ocurre a nivel nacional, en la disputa por el sentido
del 24 de marzo en la actualidad, con dos convocatorias (una apoyan-
do al gobierno nacional y otra opositora), protagonizadas ambas por
jóvenes. Es profundamente conmovedor para los que a lo largo de dé-
cadas nos movilizamos el 24 de marzo, y que llegamos a ser muy po-
cos en algunos momentos, cómo no solamente cada año estas marchas
son más numerosas, sino especialmente cómo se han ido incorporando
como mayoría los jóvenes.
Para ellos, la afirmación de los que enuncian la pospolítica y asumen
que la izquierda y la derecha no existen es una falacia. Hablan de iz-
quierda y derecha, de nosotros/ellos, y estas son coordenadas estructu-
rales de sus discursos. Especialmente, la idea de derecha está nombrada
sin eufemismos y es allí donde los jóvenes ubican un conflicto central.
La posibilidad de situarse en el conflicto no los lleva a negar la po-
lítica, sino, por lo contrario, a reafirmarla. Escribe Chantal Mouffe
contra la perspectiva consensual que aplana la dialéctica:
Otra tesis se refiere a la naturaleza de las identidades colectivas que
implican siempre una discriminación nosotros/ellos. Ellas juegan un
rol central en la política, y la tarea de la política democrática no con-
siste en superarlas mediante el consenso sino en construirlas de modo
tal que activen la transformación democrática (Mouffe, 2007, p. 13).
Los jóvenes debaten con fervor. Con pasión. Lo hemos visto en los
grupos de discusión. Sin embrago, en ocasiones también conviven en
ellos, por un lado, la necesidad y la legitimidad de la confrontación, y,
por el otro, un cierto temor o cuidado en no caer en algo que podría ser
mirado como una “falta de respeto a la opinión de los demás”. Como si
88 | jóvenes militantes: la reconstrucción
todas las opiniones tuvieran que valer lo mismo siguiendo la ley de las
equivalencias. Una especie de malentendido, residuo invisible de lo que
se ha llamado la pospolítica, donde el respeto de las diferencias se con-
funde con la indiferencia y la imposibilidad, entonces, del encuentro.
La puesta en conflicto de las opiniones y las posiciones es encuen-
tro y posibilidad de la democracia. Los jóvenes lo saben, pero lo con-
jugan a veces, sin saberlo, con la pervivencia de una cultura antipolí-
tica posmoderna.
Es que luego de años de una fuerte celebración de los fragmentos
cerrados sobre sí, de las diferencias sin ningún tipo de articulación, des-
estructuradas, esta cultura antipolítica también está presente, aunque
fuertemente golpeada. Entonces, hay en sus discusiones una tensión:
habilitan el debate y el encuentro conflictivo, pero ponen cuidados y
resquemores, van y vienen sobre la legitimidad de la confrontación, al
punto en que en ocasiones escuchamos cómo, cuando relatan que han
perdido la conducción de un centro ante otro grupo que levanta como
consignas algo que ellos desprecian (por ejemplo, en vez de pelear por
los derechos humanos hacen una campaña ofreciendo descuentos en
los negocios de ropa de moda), dicen que hay que respetarlos porque si
sus compañeros prefieren eso “bueno, prefieren eso”, anulando en ese
gesto de aceptación la posibilidad de intervenir, evitando el conflicto
en pos de un supuesto consenso donde cada uno puede quedarse en la
suya tal cual está. El respeto de la otredad es entendido como aceptación
de un orden otro sobre el cual no es posible actuar para transformarlo.
Es posible pensar cómo la llamada reposición de lo político o de
la historia en la actualidad convive en ocasiones de manera mezcla-
da y conflictiva con el residuo de un orden neoliberal que habla de su
muerte. Y hay aquí combates y debates en los que los jóvenes militan-
tes están al frente.
Ni que se vayan todos ni que vuelvan:
que se hagan nuevos
La idea de que los políticos son corruptos y nada se puede esperar de
ellos también es una idea que estos jóvenes militantes no solo han pues-
to en crisis, sino que en muchas ocasiones han descartado como tales.
Hay políticos “que son de derecha” (y con esto quedan anulados como
opción para ellos), hay “malos políticos”, hay también “políticos des-
los jóvenes en la argentina | 89
preciables” y hay políticos corruptos. Finalmente, hay “buenos políti-
cos”, “políticos jugados”, “necesarios”, dicen. Cuando explican por qué
es que apoyan a algún político, una de las clasificaciones recurrentes es
que “se la banca”, “se la juega”. Mucho se ha escrito sobre la cultura del
aguante en los sectores de clases populares, así que no me detendré en
ello más que citándolo (y citando todo el trabajo de Pablo Alabarces
como aquel que abrió en la Argentina este campo). Solo mencionaré
que estos jóvenes de sectores medios, seguramente a través del rock, del
fútbol y de las industrias mediáticas en general, se han reapropiado de
unas referencias ligadas a las prácticas culturales de resistencia de los
subalternos, que hoy resemantizan para ubicar a los que para ellos son
los mejores políticos, sus referentes: los que tienen aguante.
Los jóvenes no niegan los mecanismos tradicionales de ejercicio de
la política. Dicen que, si “es necesario”, si “se da porque el momento lo
solicite”, participarían de las disputas para ser parte de los candidatos
y de las contiendas electorales. De hecho, en la Argentina contempo-
ránea, agrupaciones que se autodesignan como juveniles han partici-
pado muy activamente de la disputa para formar parte de las listas de
candidatos que confluyen en las elecciones nacionales, provinciales y
municipales en todo el país.
Valoran esa participación como posibilidad de acceso al Estado
para la transformación. La capacidad de hacer de Néstor Kirchner una
figura asociada a las pasiones, a un relato casi romántico de encuentro
con la política, los aleja de la mirada absolutamente profesionalizan-
te y burocrática de los políticos de otras generaciones, especialmente
de la de los noventa. Ellos marcan la diferencia. Los profesionales son
otros y se distinguen de esos. Hay unos políticos que valoran y son
los militantes.
Ven en la figura del ex presidente una convocatoria a las pasiones y
a la vez a la política llamada tradicional, o ligada a la disputa desde par-
tidos políticos, que les permiten entrar al campo de la política desde la
subjetividad, desde la emoción, pero también desde el cálculo. He tra-
bajado en otros momentos sobre el lugar central que para las genera-
ciones anteriores tuvieron la emoción y el yo, la subjetivad, que dejaba
de lado las dimensiones estructurales: la patria, el partido, la izquier-
da o la derecha. Nuevamente, pareciera haber aquí una conjunción en-
tre dos culturas mezcladas que posiblemente esté constituyendo una
nueva cultura política, donde es posible integrar la sensibilidad a las
luchas duras, estructurales.
90 | jóvenes militantes: la reconstrucción
Una concepción política del amor. La experiencia amorosa como
ese acto de verdad que encuentra la propia identidad cuando está la
diferencia, o que marca la existencia de la identidad en el reconoci-
miento de lo otro.
Es muy probable que lo que esté sucediendo no sea que los jó-
venes se estén volcando a la política como si esta fuera una entidad
intocable en sí misma, sino que lo que hacen es volcar, disputar el
sentido dominante que han tenido la política y los políticos durante
el triunfo neoliberal. Y este vuelco puede ser entendido en un con-
texto de cambios históricos, en el marco y con la dirección que están
teniendo en América Latina.
Escenarios
En los relatos de los jóvenes que están transitando aún por la experien-
cia del secundario, la escuela aparece como una referencia fundamental
para la política. La discusión con los compañeros, la necesidad de su-
mar su voluntad y las dificultades o no para hacerlo, son convocadas
cada vez que hablan de sus relaciones con la política.
La figura del profesor es central. Los profesores se distinguen entre
los que habilitan el debate y los que lo obturan, que son vistos como
obstáculos para hacer política. Casi no encontramos la referencia a
aquellos que poseen una ideología o pensamiento antagónico, sino
que lo antagónico está ubicado sobre los que no “abren la clase” a la
reflexión problemática de los diferentes posicionamientos. Los estu-
diantes que están en escuelas privadas son los que más claramente se-
ñalan este comportamiento, e incluso los que más convocan la figura
del profesor.
Ellos tienen, además, muy presentes a sus compañeros que no mi-
litan. Se saben en minoría con respecto a ellos, y asumen el desafío de
sumarlos, de convencerlos. Con ese objetivo diseñan estrategias don-
de intervienen el tiempo, las actividades, los modos de la organiza-
ción. Muchos tienen elaborados una reflexión y un cálculo sobre los
tiempos para la posibilidad del compromiso, que implica que tal vez al
principio se sumen a causas más puntuales, que se sumen incluso para
encontrar amigos o un lugar de contención, y que luego posiblemente
se vayan comprometiendo más con un proyecto. No ven ilegítimo el
cálculo sobre estas opciones y posibilidades.
los jóvenes en la argentina | 91
Para muchos, la política tiene como horizonte y límite el territorio
de la escuela. Pareciera que todo sucede allí, y que sus militancias se jue-
gan en la posibilidad de intervenir en el espacio escolar. Para otros, los
de capitales culturales más complejos, hijos de universitarios, la política
adquiere sentido en un marco de cuestiones que van desde la globaliza-
ción y el capitalismo, pasando por la necesidad de la revolución agraria
y la Ley de Medios, hasta la escuela. Militan en la escuela para inter-
venir sobre la nación, ubicándola en el mundo. La política se inscribe
en un marco de horizontes en relación. La idea de patria y de nación,
son ejes articuladores de ese horizonte. Y esto es impactante porque
hace muy pocos años la nación para los jóvenes era esa especie de “ar-
gentinidad al palo”, hecha de fragmentos inconexos, o, a lo sumo, una
mención escolar donde los relatos de ciudadanía eran imposibles de
conjugar con la política.
Poder, nuevamente
Cuando estos jóvenes hablan de poder, este tiene un carácter instru-
mental: poder para hacer, poder para intervenir. Dicen: “es necesario
el poder, el poder no es solamente negativo”. Están, por un lado, los
poderes de otros, con mayúscula, los “poderosos” (“poderosos inte-
reses”), y está el poder que debe ser construido como alternativa. No
tienen temor a hablar de poder.
Una de las cuestiones que aportaron los estudios de juventud en
las décadas anteriores fue la posibilidad de dar cuenta de cómo los jó-
venes, en su crítica radical a la política, denostaban el poder como ejer-
cicio de la verticalidad. La idea de unos poderes horizontales, donde
las decisiones no estuvieran “arriba” sino que se tomaran de manera
asamblearia, fue además uno de los tópicos importantes de la crisis de
2001, que se tradujo en múltiples formas de organización social y que
los jóvenes hicieron propio en un contexto de desdibujamiento de las
verdades existentes y sus marcos de autoridad. La crítica a la verticali-
dad se sostenía con la crítica a un poder que se veía autoritario, que se
demonizaba, que nada tenía de creador, sino que básicamente era visto
como opresivo. Contra el poder que oprime se erigió una cultura del
no poder, o del poder horizontal y asambleario.
No debemos olvidar que en la larga década de 1990 circularon en
las academias y en cierto sentido común, más o menos especializado,
92 | jóvenes militantes: la reconstrucción
los conceptos de la microcapilaridad del poder, de los múltiples po-
deres, de la desaparición de un poder centralizado en pos de la red, la
idea de la desterritorialización del poder (interesante paradoja: ¡mien-
tras más se hablaba de los micropoderes en plural, más se concentra-
ban en pocas manos los grandes capitales materiales y simbólicos que
circulaban en las sociedades!).
Hoy, estos jóvenes, que, como dije, tienen otra valoración de la
política, sí creen que las decisiones se tienen que dar en un marco de
discusiones horizontales. Valoran positivamente el espacio de partici-
pación de sus pares a la hora de llegar a una decisión y condenan con
contundencia los espacios cerrados, que excluyen la opinión y partici-
pación de los demás. Así, relatan cómo pasan horas y horas de deba-
te si es necesario, pero también cómo, si no llegan a un acuerdo con
sus compañeros, “no se mandan solos”, cambian de estrategia o sim-
plemente esperan una nueva oportunidad. Tienen mucho cuidado en
que la palabra última sea la palabra del colectivo, y los temas pueden
ser tan diversos como desde quién va a ir a hablar con los directivos
del colegio por el estado de una pared, hasta la decisión con respecto
a si tomar el colegio o no, a cuál movilización asistir, con qué bandera,
pasando de qué modo por las aulas.
La preocupación por la horizontalidad está mucho más presente
en los estudiantes secundarios que en los universitarios, que ya res-
ponden a identidades políticas más estructuradas o tienen más tiem-
po de militancia, y entonces asumen que “si todo se discute” a veces
no es posible ir hacia ningún lugar. O que en algunas coyunturas eso
es muy engorroso.
De todos modos, aun en agrupaciones como son las peronistas,
que han hecho de la idea de la verticalidad una doctrina, la verdad se
juega en una idea de horizontalidad. Nuevamente vemos que, si es que
en la actualidad están surgiendo nuevas culturas políticas, estas exis-
ten revueltas, mezcladas, incluso hibridadas con culturas anteriores: la
de los años setenta y la de los noventa, aun como horizonte negativo.
Jóvenes, tic y política
En los últimos años, uno de los tópicos privilegiados para hablar de
los jóvenes ha sido su relación con las llamadas tecnologías de la in-
formación y la comunicación (tic), y desde allí con las redes sociales.
los jóvenes en la argentina | 93
Hoy, cuando hablamos de jóvenes y política, es ineludible hacer una
mención a ello. Sin embargo, me gustaría no caer en un posible lugar
común que creo falso, o al menos necesario de ser revisado, que ubica
esta relación en la pérdida de lo real, en la pura virtualidad, e incluso
en la pérdida del espacio público.
Los estudios de juventud y comunicación han dado cuenta de que,
para pensar la relación de los jóvenes con las tic, es necesario saber
que las usan de manera diversa y desigual, pero, a la vez, como compar-
ten una época (constituyen una generación), estos usos están también
atravesados por unas dimensiones comunes que pasaré a comentar.
Las primeras enunciaciones en torno a la relación de las socieda-
des modernas con las tic pusieron el foco en su instrumentalidad y
sus efectos. De un modo simplista, podríamos decir que el debate giró
alrededor de, por un lado, miradas que veían en el poder de la técnica
efectos democratizadores o alienantes y, por el otro, de aquellas que,
sin negar la dimensión instrumental, plantearon claramente que la téc-
nica es social antes que técnica, es decir que no está en ella su poder
sino en la sociedad y la historia que la posibilitan. Estas discusiones
estructuraron tradiciones de investigación y enseñanza de la comuni-
cación y sostuvieron modos de comprensión de la relación medios de
comunicación-sociedad. En este debate se construyeron, entre muchas
otras cuestiones, perspectivas de análisis que centraron su mirada en
dos figuras que resultaron clave para la comprensión de la dimensión
comunicacional: por un lado, la de los productores (emisores, condicio-
nes de producción, rutina de producción) y, por otro, la de los recep-
tores (consumidores, usuarios, lectores, públicos). De acuerdo con la
opción en que se situara la mirada (si en los instrumentos y sus efectos,
o en la cultura, la sociedad y la historia dándoles vida a los instrumen-
tos), la figura de los productores o de los públicos era la que prevalecía.
Hoy, luego de un largo camino recorrido en la ciencia social, pero
también ante una transformación histórica de magnitudes no imagina-
das hace décadas en el desarrollo tecnológico, seguir pensando en los
términos maniqueos de este debate resulta estéril. O al menos preca-
rio, pobre. Ya no es posible imaginar unos públicos que sufren la alie-
nación mecánicamente o se gratifican sin crítica con los efectos de los
medios de comunicación, tradicionales o no. Pero tampoco es posible
pensar que solo en la actividad de los receptores, en los usos creativos
que ellos pueden hacer de lo que reciben, se dirime la relación social
con las tic. Los públicos usan, más o menos creativamente, las tic,
94 | jóvenes militantes: la reconstrucción
pero estas adquieren sentido en las relaciones sociales históricas que
les dan vida. No hay solo estructuras, no hay solo agencias. Y, del mis-
mo modo: no hay tecnología en el vacío, no hay uso en el vacío, sino
que esta es una relación social histórica con sujetos y con agencias.
Puntearé en principio cuatro constataciones de la investigación so-
cial en los últimos años que nos hablan de la inscripción de los jóve-
nes en un nuevo marco histórico, para ver luego cuánto de novedoso
existe en el uso actual para las prácticas políticas de las tic y cuánto,
en cambio, permanece.
La generación multimedia. Los jóvenes contemporáneos han sido
socializados desde temprana edad en la relación simultánea con di-
ferentes medios y tecnologías de comunicación. La condición de ge-
neración multimedia no se restringe a la existencia de múltiples me-
dios en simultáneo, sino que fundamentalmente nos remite a la idea
de usos en simultáneo, donde los límites entre unos usos y otros,
entre diferentes gramáticas, están desdibujados. Para ellos no hay
medios tradicionales y nuevos, sino que todos aparecen mezclados,
desafiando las fronteras entre unos y otros, naturalizados en el pai-
saje cotidiano. No es posible para los jóvenes pensar en un mundo
sin estas tecnologías.
Temporalidad. Este es un tiempo que pone énfasis en el presente. Un
tiempo que podríamos definir como desordenado con respecto al orden
moderno, que era lineal y progresivo (precisamente como el tiempo de
dos de las instituciones centrales de la modernidad, la escuela y la polí-
tica). Hoy aparecen en tensión e hibridación un tiempo de las discon-
tinuidades y un tiempo de posibilidad de futuro, pero un futuro que
da cuenta de esas transformaciones de la temporalidad. Y, además, es
un tiempo de la velocidad, del ya.
Es aquí, entonces, donde encontraremos una de las claves más im-
portantes para pensar la fuerte relación que se establece entre las nue-
vas propuestas de comunicación y los jóvenes. Las tic interpelan a los
jóvenes desde una temporalidad que es la única que conocen, por lo
tanto, que es la natural para ellos.
La individuación. Un elemento más que está en juego tiene que ver
con la relación entre la individuación de la sociedad y los medios o las
tic. Si la prensa escrita apelaba al ciudadano (todos sabemos que los
ciudadanos no eran todos, pero podemos decir que se construía des-
de un ideal del todos), y el cine y la televisión abierta apelaban al gran
público, hoy estamos ante la presencia de propuestas de comunicación
los jóvenes en la argentina | 95
cuyo interlocutor es cada día más un individuo. Las tecnologías cada
vez más personalizadas nos hablan de otras propuestas que nuevamen-
te se conectan con fuerza con los jóvenes, porque la época que ellos
conocen como única es una donde conviven esfuerzos por reconstruir
lo colectivo y a la vez un relato de mercado que los interpela como in-
dividuos y subjetividades, donde el yo ocupa el primer lugar. No es
nada casual que sean los jóvenes los que han utilizado mayormente
las nuevas tecnologías para dar testimonio de que están en el mundo.
Los fotolog y el Facebook son tecnologías cargadas de subjetividad:
el grupo se hace a partir del propio yo, sostenido en el yo, no en ideas o
estructuras que vayan más allá de él. Y no estoy haciendo aquí un jui-
cio de valores: no digo que haya más egoísmo, ya sabemos que egoís-
mo no necesariamente es individuación. Digo hay más yo, más sujetos
sobre sí mismos que, por ejemplo, en el primer cine, ese que era para
las masas, que se veía en un salón lleno, donde se transpiraba juntos,
que podía contar una historia de amor pero, por ejemplo, en el marco
de la Revolución Mexicana. En el fotolog se habla de uno, de yo, de los
conocidos del yo. Se da testimonio de eso. Y se puede entrar solo, en
la casa, en la computadora de la habitación.
Además, el yo se narra fundamentalmente desde la imagen, que, a
diferencia de la cultura escritural basada en el argumento y la distan-
cia, implica cercanía y emoción. La imagen interpela desde la subjeti-
vidad (nuevamente, una distancia con la escuela: en esta, lo público y
argumental prima sobre lo íntimo, emocional y subjetivo; otra vez la
fractura: los jóvenes se han socializado en un tiempo de individuación
que está muy presente en las tic y muy ausente en la escuela).
La desigualdad: la brecha cultural en los usos se corresponde con la brecha
social. En una sociedad desigual, la polarización social, la brecha que
separa a los que tienen más capitales y estructuras de capitales más va-
liosas de los que menos tienen, es una brecha no solo material, sino
simbólica. Y en el terreno de los usos de las tecnologías, esto implica
que estamos no solo ante el acceso desigual, sino, y fundamentalmen-
te en este momento, ante la desigualdad de competencias para el uso.
Cada día es más complejo pensar en un no acceso a la tecnología, pero
este acceso (más democrático en algunas tecnologías, como es la del
celular, pero no tanto si se piensa en equipamientos más sofisticados)
es asimétrico, tanto en términos de complejidad y cantidad de equipa-
mientos de acuerdo con el sector social como, fundamentalmente, en
competencias de desciframiento, diálogo y uso.
96 | jóvenes militantes: la reconstrucción
Esta desigualdad estructural en los últimos años está siendo efi-
cazmente atacada por la política pública Conectar Igualdad, basada
justamente en el reconocimiento de la necesidad de “alfabetizar” en
igualdad a los diferentes jóvenes para el uso creativo de las tic. Por su-
puesto que queda muchísimo por hacer al respecto, pero el avance a
través de la escuela pública (esa institución que en la década neolibe-
ral se aparecía, a los ojos expertos, en vías de extinción) es formidable.
Esto seguramente marcará una nueva manera de intervenir sobre lo
social de los jóvenes, ya que no es lo mismo incorporase a estas trans-
formaciones técnicas por la vía individual y privada que a través de un
proyecto nacional inclusivo.
La militancia y las tic
En este marco de generaciones multimedias, de individuación y desor-
den temporal, de desigualdad en los usos y de proyectos que la comba-
ten, es donde puede comenzar a comprenderse el uso de las tic de los
jóvenes militantes. Porque lo que antes solo se concebía como multi-
temporalidad, imagen e individuación, ahora se combina con la emer-
gencia de proyectos que los convocan a partir de la interpelación hacia
el futuro, hacia lo colectivo, hacia el argumento.
Hay aquí unas muy sugerentes tensiones, porque, mientras las
ciencias sociales caracterizan una época de desorden con respecto al
tiempo de la linealidad histórica, de revoltura temporal, como dije en
párrafos anteriores, y una época de individuación y subjetividad (la
época de las emociones, tan relegadas bajo el imperio de la razón mo-
derna), la política necesita de los proyectos, es decir, de los futuros
adelante, de los pasados como referencia. Y, a la vez, es imposible de
pensar sin la construcción de colectivos no siempre muy atentos a las
dimensiones de la subjetividad yoica.
¿Qué han hecho los jóvenes, entonces, con estas tecnologías pre-
paradas para encerrarlos en sus habitaciones y desde allí ver el mundo,
más que para la acción en el mundo? Yo lo diría de una manera muy
simple: las han cargado de nuevos sentidos. Las han modelado para
que también puedan ser políticas.
Las tecnologías tienen para ellos diferentes usos (como herramien-
tas para resolver las tareas escolares, para encontrarse, para construir
un espacio de autonomía con respecto al mundo adulto, etcétera), pero
los jóvenes en la argentina | 97
me detendré aquí en los usos de la tecnología de los jóvenes para la ac-
ción política. Tomaré, pues, los sitios de las agrupaciones políticas ju-
veniles con las que trabajamos. Merece otro espacio la mención al lla-
mado movimiento bloguero de los últimos años en la Argentina, que
se define como bloguero más que como militante.3
En primer lugar, es necesario señalar que las agrupaciones políticas
juveniles tienen sus sitios, sus páginas web. Ellas están estructuradas a
partir de un eje informativo que podríamos llamar clásico, o ligado a la
cultura escritural del argumento (una cultura que, dicho sea de paso, los
jóvenes escolarizados de sectores medios han adquirido, pero que aún
no tienen todos los jóvenes, y ahí radica mucho del llamado acceso des-
igual, que no es acceso básicamente desigual a la tecnología, sino a los
capitales de uso de esta, como ya dije). En estos sitios enuncian quiénes
son, remontándose siempre a un origen y ubicándose en un presente, a
través de una toma de posición ideológica. Luego, hay un apartado de
noticias coyunturales: eventos, próximas movilizaciones, movilizaciones
a las cuales se apoya. Es interesante pensar cómo claramente se apela a
este medio para convocar a reunirse en el espacio público no virtual. Las
tic para encontrarse en la plaza, en la calle. Esto podemos verlo en rela-
ción con lo trabajado en otras investigaciones (Morduchowicz, 2008;
Urresti, 2008) que dan cuenta de cómo los jóvenes siguen valorando
más que nada el encuentro no virtual con sus pares, como primera op-
ción, y que el uso de las tecnologías se orienta hacia ese encuentro.
Las páginas o los sitios también tienen un lugar destacado para las
imágenes: fotos de las movilizaciones de las que han participado, de los
actos, de las tomas. Fotos del colectivo que conforman.
El Facebook, este territorio de encuentro contundente entre lo co-
lectivo y el nombre propio, merece ser destacado como el dispositivo
de mayor uso de los jóvenes. Allí se desarrollan discusiones, puestas
en común de ideas y toma de posiciones. También desde allí se con-
voca a la acción.
En las redes sociales, las fotos aparecen mezcladas, revueltas, sin
respetar una separación entre aquello que se podría ubicar en la esfe-
ra política y otro tipo de esferas ligadas a la vida cotidiana familiar o
escolar, o a los consumos culturales. El uso que les dan los jóvenes
militantes a las redes sociales, en especial a Facebook, no está ligado
3 Véase el blog Movimiento Peronista Bloguero, m.p.b., <http://mpb1945.blogs-
pot.com/>.
98 | jóvenes militantes: la reconstrucción los jóvenes en la argentina | 99

únicamente a una actividad, o a un espacio donde cuentan/muestran inhabilita de ninguna manera el encuentro no virtual. Creo que es muy
solo algo de su vida, sino que aparece como un lugar donde se cuentan importante preguntarnos qué significado tiene esto, sobre todo en un
múltiples experiencias, es decir, donde confluyen distintas actividades momento histórico como el actual, donde desde la gestión del miedo,
que desarrollan. Estas experiencias en principio están representadas a desde el discurso de la seguridad ciudadana, se intenta obturar el uso
través del posteo de imágenes, de vinculaciones con amigos, familiares, del espacio público, el espacio del encuentro. Un momento en el que
compañeros, y por la adhesión a determinados espacios o comunida- se invoca el miedo a juntarse. Estoy diciendo que estos jóvenes valoran
des ligados con el arte, la política, la educación, encuentros los fines de mucho el encuentro y la posibilidad de ocupar el espacio público, im-
semana, salidas, gustos estéticos. Es decir que dan cuenta de posicio- prescindible para la política.
namientos y discusiones políticas (a través de foros, muros, etcétera),
al tiempo que los mezclan con otras dimensiones de sus vidas. De al-
guna manera, la exposición fotográfica también muestra que la red so-
cial no es un espacio donde se expresan solamente sus ideas políticas.
El contenido de las fotos es variado: fotos familiares, con amigos (en
la escuela, en la plaza, en algún boliche, en viajes, tocando la guitarra,
en una obra de teatro), de personajes reconocidos socialmente como
líderes políticos, del deporte o de la cultura, con compañeros de mili-
tancia, en marchas, en la calle o participando en una actividad cultural.
También los vínculos son mezclados: se ligan a otras agrupaciones
o con organizaciones sociales, se vinculan con espacios ligados a gru-
pos seguidores de una banda de rock, de un personaje, de una marca
particular de ropa, o inclusive a distintos enlaces donde se vende ropa
o entradas para alguna fiesta o evento.
Estas redes van hablando de cómo la cultura del nombre propio,
de la valoración y puesta en atención de la subjetividad, aparece com-
binándose con una dimensión estructural o macro, de cómo ambas
no se niegan entre sí sino que, por el contrario, parecieran potenciar-
se. Están el proyecto y el conjunto de ideas que acompañan el proyecto
(aquello que les permite ubicarse incluso como militantes), pero esto
no niega la posibilidad de hablar en primera persona inscribiéndose
en un colectivo. Tal vez esté aquí una de las cuestiones más novedosas
con respecto a la relación entre juventud y política, de la cual habla la
posibilidad de unas tecnologías cuyo espesor es dado por una época.
Voy a remarcar esto para pensar: la gran mayoría de los jóvenes pasa
mucho tiempo frente a las tecnologías, pero prefiere la sociabilidad cara
a cara, “cuerpo a cuerpo”. El uso de la tecnología cada vez más priva-
do, individual, tiene para muchos un valor menor que el encuentro no
virtual (no digo no real, digo no virtual). Incluso utilizan ciertas po-
sibilidades tecnológicas para propiciar el encuentro que los lleve a in-
tervenir sobre lo social. Es decir, la virtualidad tiene un valor, pero no
 | 101

Capítulo VII
La Cámpora

La Cámpora es la agrupación política que más jóvenes convoca en la

actualidad argentina, contundentemente comprometida con la identi-
dad kirchnerista. Está integrada por militantes de distintos sectores
sociales, mujeres y varones que a lo largo y ancho del país intervienen
en territorios variados: universidades, colegios secundarios, barrios,
políticas públicas, ámbitos legislativos. Es una agrupación que levan-
ta banderas clásicas del peronismo (justicia social, independencia eco-
nómica, soberanía), pero además políticas de memoria, verdad y jus-
ticia, como así también demandas de ampliación de nuevos derechos
subjetivos y civiles.
No es la única agrupación de jóvenes comprometida con el kirch-
nerismo, pero sin lugar a dudas es la más estigmatizada por la derecha
en la Argentina.
Es difícil reconocer una fecha única de fundación, porque es una
agrupación que aglutina a otras preexistentes pero desarticuladas en-
tre sí, y desde allí suma militantes nuevos que de a miles se han incor-
porado a la política en los últimos años.
El 14 de septiembre de 2010 se hizo un acto en el Luna Park in-
terpelado como “Néstor le habla a la juventud, la juventud le habla a
Néstor”, donde claramente distintas agrupaciones juveniles, entre ellas
La Cámpora, se consagraron como una nueva gran fuerza política del
kirchnerismo. Un mes después, con la muerte del ex presidente, la re-
lación de estos jóvenes con el sujeto kirchnerismo se terminó de sellar
con una marca de acero.
Pero cuando se llega a esta fecha hay un largo recorrido de convocato-
rias y también de respuestas muy contundentes con la toma de posición
frente a políticas clave de estos años: derechos humanos, nacionalización
de las afjp, Ley de Medios, matrimonio igualitario, nacionalización de
102 | la cámpora
Aerolíneas Argentinas, y toda una serie coherente de decisiones que
incluirán más adelante la recuperación de ypf y un llamado a la puesta
en agenda de Malvinas como hito de una posición a favor de la sobe-
ranía nacional.
La Cámpora está constituida por distintos agrupamientos de jó-
venes, varios incluso preexistentes y que no siempre venían ligados al
peronismo. Algunos de sus militantes ya formaban parte de la Agru-
pación hijos, de agrupaciones más nuevas (Compromiso K, Juventud
Presente, Movimiento Unidad Popular, Generación para la Emancipa-
ción Popular) o de agrupaciones universitarias (Tontos pero no Tanto,
la Walsh, nbi), como también de agrupaciones con trabajo territorial.
Esencialmente, forman parte de La Cámpora jóvenes que a partir del
quiebre de 2001 comienzan a ser interpelados por el mundo público
resistiendo al modelo neoliberal, que militaban en esos años casi “don-
de podían”, en agrupaciones desarticuladas entre sí, y jóvenes sin nin-
guna experiencia militante previa, muy niños en 2001, pero que van a
ser convocados para la creación de lo que llamarán el Proyecto Nacio-
nal conducido por la figura de Néstor Kirchner.
Este llamado será una convocatoria a salir del infierno y a imaginar
más allá de los posible (“Vino a proponernos un sueño”, dice –junto a
la figura de Néstor Kirchner– el afiche que convoca a un acto en el es-
tadio de Vélez, el 26 de abril de 2012, organizado por La Cámpora y
por el Movimiento Evita).
Las sucesivas interpelaciones del kirchnerismo, primero la del ex
presidente Néstor Kirchner y luego la de la presidenta Cristina Fernán-
dez de Kirchner, van a ir aglutinándolos en una identidad comprome-
tida con la política de gobierno, y con una estructura compleja que da
lugar en su seno a múltiples expresiones de trayectorias y armado con
un acento en lo juvenil como potencia de transformación.
Encuentros
Es sugerente pensar cómo es que esta agrupación recoge en su núcleo
no solo recorridos militantes previos, sumado a nuevos militantes (a
jóvenes sin ninguna experiencia previa, como decía), y a la vez anuda
su identidad nombrándose en el reconocimiento de una juventud muy
anterior, la de los setenta, en la figura de Héctor Cámpora (cabe recor-
dar que el 28 de diciembre de 2006 la familia de Cámpora le entrega a
los jóvenes en la argentina | 103
Néstor Kirchner los atributos presidenciales del ex presidente). Tal vez
en su heterogénea composición esté una de las claves de su capacidad
para la creatividad militante y la posibilidad de diálogo y articulación
con otras agrupaciones peronistas kirchneristas con armados juveni-
les, como el Movimiento Evita, Kolina o la Tupac Amaru, e incluso,
aunque más problemáticamente, con la Juventud Sindical.
La Cámpora es una agrupación que yo definiría como de anudamiento
de trayectorias militantes. Ahí radica parte importante de su fuerte identi-
dad: anuda lo que venía recientemente, anuda lo nuevo, anuda lo que Nés-
tor Kirchner anuda cuando dice: “Somos hijos de las Madres”. La Cám-
pora es lo que crece como efecto de ese monumental afán de encuentro.
En esta construcción de una generación existe el olvido de otros
jóvenes, esencialmente de los jóvenes de los ochenta. Primero, creo,
porque lo que se está enlazando tiene que ver con la reconstrucción
de una vía peronista, no solamente juvenil. No da lo mismo cualquier
joven: son jóvenes que se inscriben en el reconocimiento de una his-
toria del peronismo, previa operación de negación del menemismo
como emblema de traición. En segundo lugar, el olvido tiene que ver
con el impresionante signo de la desilusión que encarna la juventud
de la década de 1980, la Coordinadora, la juventud alfonsinista. La
Cámpora, por el contrario, toma la derrota de los setenta para hacerla
una victoria en el presente, un lugar donde mirar y mirarse, y recupe-
rar sus banderas para guiar el futuro.
La Cámpora está llena de ilusiones de futuro que la compromete
en el presente. Esa es una clave de acumulación.
Tomar esa historia, por otro lado, no consiste en recuperarla lineal-
mente. Es absoluta la diferencia entre una juventud que opta por la lu-
cha armada y otra que se inscribe claramente en la institucionalidad de
una democracia para ir corriendo sus límites.
Pero esta, por supuesto, no es la única diferencia, como lo desarro-
llé en el capítulo anterior.
Los militantes de La Cámpora están entre los grupos que más ra-
dicalmente señalan, en sus palabras, una ruptura: la “vieja política (la
de la subordinación al capital) con la nueva política (la del compromi-
so con los intereses del pueblo)”. Esto a veces se simplifica con la alu-
sión al conflicto con estructuras tradicionales, especialmente las viejas
estructuras del Partido Justicialista, o lo que llaman el sistema político
tradicional. Y, por supuesto, con todas las figuras de la derecha. Pero,
más allá de los nombres de los adversarios, lo que está claro es que estos
104 | la cámpora
jóvenes están dando una disputa por el sentido de la política. La política
no es una realidad inamovible, un ente que esté suspendido en tiempo
y espacio, una verdad dogmática, sino que existe al calor de la historia.
Por lo tanto, su sentido puede ser transformado, imaginado y amasado
de otra forma. El sentido de la política puede ser apropiado, reinven-
tado. Y eso es lo que están haciendo estos jóvenes: toman la idea de la
política como un asunto de pocos al servicio de los grandes negocios
para hacerla una asunto de muchos al servicio de (en sus palabras y en
las palabras de la historia) la “felicidad del pueblo”. Esa es la verdadera
disputa: quién define la política.
La generación
Claramente, los jóvenes de La Cámpora se reconocen como una gene-
ración: forman parte de la llamada generación del Bicentenario, la que
surge en la región como reacción a la hegemonía neoliberal.
“Este cargo no honra a mi persona, honra una generación”, dijo Ju-
lián Álvarez, integrante de la agrupación, cuando asumió como vice-
ministro de Justicia. Este joven viceministro dijo: “Nuestra generación
tiene una misión: pensar y hacer un país para los próximos cien años”.1
En la misma línea, José Otavis, uno de los dirigentes de La Cámpora,
con un fuerte perfil territorial de militancia en el provincia de Buenos
Aires, adhiere a la idea de que “cada generación debe desempeñar su
misión, cumplirla o traicionarla”. Y afirma: “la justicia social será la
obra concluida de la generación del Bicentenario”.2
La conclusión de la obra se remite a una iniciada por la generación
del setenta, interrumpida por el golpe de Estado y la dictadura, como
también por la democracia neoliberal, y que retomó como propia Nés-
tor Kirchner, aquel que dijo en su discurso de asunción que venía de
una generación diezmada, castigada por los dolores de ausencia. Esta
generación del Bicentenario tomará el recorrido roto para tejerlo nue-
vamente, mucho más luego de la muerte del ex presidente.
1 Acto de lanzamiento de campaña para elecciones en el Colegio de Abogados
de la Provincia de Buenos Aires, Rectorado de la Universidad Nacional de La Plata,
8 de abril de 2012.
2 Otavis, José, “La generación del Bicentenario”, Tiempo Argentino, 7 de octubre
de 2011.
los jóvenes en la argentina | 105
En un país que tiene en su historia reciente la desaparición de una
generación de jóvenes militantes, la emergencia de una generación
nueva como sujeto político de la escena pública vislumbra, entre mu-
chas otras cuestiones, la posibilidad de continuidad hacia el futuro del
proyecto político que se comienza a partir de 2003 en la Argentina.
Las generaciones nunca están compuestas por un grupo homo-
géneo, sino por jóvenes en plural, es decir, diversos, que comparten
una época y están atravesados por ella. Hoy no todos los jóvenes son
militantes, ni todos los jóvenes militantes lo son en La Cámpora, por
supuesto. Sin embargo, todos ellos están atravesados por un momen-
to histórico en el que se han revalorizado la política y la militancia, y
entonces no solo están interpelados por este rasgo de época, sino que
construyen respuestas más o menos novedosas.
La militancia
La Cámpora es una de las agrupaciones que han dado sentido a la idea
de la militancia luego de décadas en que había sido vapuleada o guar-
dada en todo caso en el cajón de los recuerdos. “Somos militantes” es
una de las autodefiniciones primeras ante cualquier indagación sobre
la identidad. El somos militantes antes que estudiantes, que profesiona-
les, que trabajadores... y un enunciado claramente en plural.
Me llama la atención, siempre que entrevisto a uno de estos jóve-
nes, su primera definición identidaria, donde se liga el nombre propio
(soy Carlos) inmediatamente al militante (soy militante en tal lugar).
Un antecedente reciente de la recuperación del valor de la mili-
tancia, y especialmente ligado a lo juvenil, sin duda es la referencia
a Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, asesinados por la policía
el 26 de junio de 2002 en el marco de una feroz represión contra la
protesta social. En ese momento, las figuras de Maxi y Darío son re-
cuperadas como las de dos militantes sociales, no políticos, ya que
la política luego de las brutales derrotas del campo popular aparecía
como inviable. Kosteki y Santillán formaban parte del Movimiento de
Trabajadores Desocupados Aníbal Verón. Luego de sus asesinatos,
el relato más intenso que se va construyendo es el de sus militancias,
que poco a poco van dejando de ser sociales para ser profundamente
políticas. Sus nombres van a ser recuperados por otros agrupamientos
políticos, esencialmente el Frente Darío Santillán, con un alto prota-
106 | la cámpora
gonismo juvenil en su armando. Pero, al margen de ello, me interesa
señalar cómo estas referencias van también abonando un territorio
donde el concepto de la militancia política deja de ser negativo para
ser reapropiado por los sujetos colectivos interesados en la transfor-
mación social.
Para La Cámpora, la referencia más importante del militante es la
figura de Néstor Kirchner, el Nestornauta, ese que se narra a partir de
su compromiso con los intereses colectivos contra los corporativos,
poniendo en juego todo de sí, incluso su propio cuerpo. Suscriben a
una historia de la muerte de Kirchner asociada al sufrimiento y la bron-
ca que le produjo el asesinato del joven militante Mariano Ferreyra.
Se dice que hasta su último momento Néstor “no paró”, no se quedó
quieto contra los adversarios más allá de las recomendaciones médicas
de preservación y cuidado de su vida. Su vida ya estaba entregada a la
causa del Proyecto Nacional.
La militancia, para los jóvenes de La Cámpora, tiene que ver con la
organización, pero también con el amor, con la entrega, con la puesta
del cuerpo. La idea del amor es una bandera de lucha. Una de las imá-
genes preferidas para los militantes es la de Néstor y Cristina abraza-
dos amorosamente en un acto público.
Ante la hegemonía histórica de la cultura patriarcal en la política,
donde el amor es una cuestión de mujeres, de débiles, de maricones,
pero no de aquellos que pueden decidir dentro del espacio público,
donde más bien imperan las reglas de la dureza y la razón, que estos
jóvenes tomen efectivamente el amor como consigna es algo que me-
rece ser mencionado.
Otro lugar importante es el de la alegría. La frase de Jauretche, re-
petida infinitas veces en los festejos del Bicentenario, se ha transfor-
mado en una cita de referencia: “nada se hace con la tristeza, por eso
venimos a combatir por el país alegremente”. La frase exacta es así: “El
arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos.
Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por
el país alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza”. Ellos
están convencidos de estar haciendo algo grande.
También es una militancia que tiene una fuerte convicción en la for-
mación “técnica”, para nada entendida como una formación indepen-
diente. Para disputar el Estado “es necesario también ser los mejores
economistas, los mejores abogados, los mejores periodistas”, afirman.
Es esta una concepción muy distinta a la del técnico como experto al
los jóvenes en la argentina | 107
servicio de cualquier tipo de poder o proyecto, que fue la que estruc-
turó el mundo intelectual y académico durante los noventa: carreras
académicas liberales, contundentemente individualistas, cuya finali-
dad se agotaba en la escalada de posiciones hacia el interior del sistema
científico. Los militantes de La Cámpora con formación universitaria
se sitúan en las antípodas de este modelo, cuando además está severa-
mente cuestionado en el actual momento histórico y ha perdido su he-
gemonía. Para ellos, la formación académica es al servicio del Proyecto
Nacional que defienden y construyen.
La militancia es el modo legítimo de disputar el Estado. Eso, di-
cen, los diferencia del modo en que los neoliberales se apropiaron de él.
Pero, además, los diferencia de una otra militancia de ciertas izquierdas
en donde el Estado es caracterizado como aparato de dominación y,
por lo tanto, van contra él, no a su conquista, quedándose siempre en
la denuncia de lo que consideran un poder antipopular.
Para los militantes de La Cámpora, el Estado es el único lugar des-
de el que se pueden diseñar políticas democráticas e inclusivas para la
totalidad del pueblo argentino. Por eso, dicen, se lo disputan a aque-
llos que lo consideran una herramienta para hacer negocios privados.
Estos jóvenes están convocados a hacer la historia y convencidos
de que la están haciendo. Y, de hecho, la están haciendo. Sus involu-
cramientos en puestos centrales del Estado recuperado es una mues-
tra de ello.
Se podrá decir, tal vez, que mi mirada sobre los jóvenes hoy peca
de romanticismo y que, por lo tanto, es desacertada, o al menos par-
cial. Tal vez eso suceda y esta epistemología, que más que romántica
yo llamaría de la esperanza, para ver los nuevos sujetos políticos juve-
niles, tenga que ser puesta en relación con otras miradas. Igualmen-
te, creo que es indiscutible que hoy estamos muy lejos de los relatos
del desencanto que tanto miramos en la larga década neoliberal. Lo
que no quiere decir, por supuesto, que todas las plataformas de la
desilusión hayan desaparecido en la Argentina, pero sí quiere decir
que el único modo de la historia han dejado de ser la desesperación
y el desaliento. La capacidad de recuperación del concepto de mili-
tancia, por ejemplo, es una señal en ese sentido, mucho más cuando
los que la protagonizan son los jóvenes con el entusiasmo y las ban-
deras de la democracia, de la ampliación al infinito de los derechos
para la emancipación, con la afirmación de unas subjetividades vivas
dentro de proyectos colectivos.
108 | la cámpora
Posiciones
Los primeros pronunciamientos públicos de La Cámpora adquirieron
gran notoriedad en el conflicto por las retenciones móviles a la expor-
tación agropecuaria y también, particularmente, con respecto a la dis-
cusión por una nueva ley de servicios audiovisuales (ambas situacio-
nes, como ya desarrollé, son consideradas por muchos jóvenes como
momentos de iniciación en la militancia). Pero La Cámpora también
ha impulsado y defendido políticas como la Asignación Universal por
Hijo, la nacionalización de los fondos de las afjp y, por supuesto, las
políticas de memoria, verdad y justicia. En los últimos tiempos, ha sido
uno de los sujetos políticos que con mayor eficacia han hecho de la na-
cionalización de ypf una gran bandera de soberanía.
Existe también La Cámpora Diversia, surgida a partir de las luchas
por el matrimonio igualitario y el derecho a la identidad de género, que
reconoce como antecedentes a todos los movimientos por los derechos
sexuales de décadas anteriores. Estos jóvenes han sabido recrear la an-
tigua bandera peronista del amor y la igualdad, defendiendo derechos
que podrían ser pensados como liberales en el marco de una platafor-
ma comunitaria. Lo cual es sin dudas muy claro en las condiciones de
surgimiento en la Argentina de lo que en algunos países es la lucha por
una ley que permita el matrimonio entre personas del mismo sexo, pero
que aquí se dio en el marco de una construcción discursiva/política que
habló fundamentalmente de la igualdad para reconocer la diversidad.
Varias veces he escuchado la afirmación de que los camporistas
no “quieren hablar”, que son un misterio o, como dice el libro más
vendido en el año 2012 sobre La Cámpora, que imponen un “cepo
comunicativo”.3 Sin embargo, no solo no es complicado hablar con
ellos, sino que sus posiciones son públicas en cada acto político en el
que participan, como también a través de páginas web, sitios e incluso
publicaciones específicas.
Por otro lado, estos militantes toman posiciones desde un lugar cla-
ro: reconocen una historia ligada a las luchas del peronismo. Por eso
han recuperado como parte de la formación militante las lecturas de
la historia del pensamiento nacional, esas que durante muchos años
3 Dicho sea de paso, un libro vendido a través de una de las editoriales “pulpo”
de Iberoamérica y con las peores estrategias de mercado, denunciando falsas censu-
ras y persecuciones.
los jóvenes en la argentina | 109
solo circulaban como referencias de nostálgicos o perdidas en algunas
bibliotecas de los bordes. Las referencias a Scalabrini Ortiz, a Jauret-
che, a John William Cooke, incluso en ocasiones vueltos a editar por
la misma agrupación, son una constante. Estas referencias, que en el
cruce de siglos han sido mediadas por unos pocos grupos del llama-
do rock barrial, hoy son puestas en un nuevo contexto para recrearlas
y fijar posiciones en actos públicos y a través de las redes sociales que
tan bien maneja la mayoría de ellos.
El ensañamiento de los medios de derecha contra
la agrupación política juvenil La Cámpora
Merece un pequeño apartado la construcción que desde los medios se
hace de la agrupación, porque, como ya he dicho, los medios nunca son
solo medios. Cuando hablan, hablan en ellos y por ellos los intereses
que los sostienen, en este caso, los intereses de la derecha argentina.4
Existe sobre La Cámpora un discurso que permanentemente la
demoniza como a ninguna otra agrupación política.
Recordando que la comunicación nunca está por fuera de las re-
laciones sociales, y que en momentos de transformación los relatos
pierden su naturalidad (entendida como legitimidad producto de su
condición de dominantes) para ponerse en evidencia como construi-
dos y en disputa, cobra politicidad la lectura a contrapelo de esos dis-
cursos y sus violencias.
Es significativo, para trabajar los modos estigmatizadores que tie-
nen los medios hegemónicos al hablar de estos jóvenes, que uno de los
primeros pronunciamientos públicos de La Cámpora haya sido el de
denunciar con pequeños carteles en actos políticos del kirchnerismo
que “tn miente”. tn, Todo Noticias, es el canal de cable de una de las
4 En este apartado trabajamos el análisis de los diarios Clarín, La Nación y Per-
fil, tomando un período para las citas arbitrario, desde febrero a mayo de 2012. Sin
embargo, es necesario decir que el seguimiento de medios se realizó en el Observa-
torio de Juventud y Comunicación de la Facultad de Periodismo y Comunicación
Social de la unlp, que tomó 2010 y 2011, y desde donde es posible afirmar que las
construcciones de sentido con respecto a La Cámpora en un período mayor no han
cambiado. Es decir que lo que estos medios construyen sobre La Cámpora es un
discurso que vienen modelando desde un período mucho mayor que el que toma-
mos para las citas.
110 | la cámpora
empresas de comunicación de mayor concentración de capitales me-
diáticos y que se transformó en la Argentina de los últimos años en el
emblema del poder corporativo de los medios. Pero cuando los jóve-
nes de La Cámpora comenzaron a mostrar la relación entre medios,
negocios e intereses políticos, era impensable ese desenmascaramiento
para la opinión pública generalizada. Hoy, por el contrario, y luego de
sancionada la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, pero
especialmente luego de todo el proceso profundo de discusión que se
dio al respecto, los medios aparecen para gran parte de los argentinos
(des)inocentados como medios, es decir, ya casi nadie cree que solo
sean instrumentos de reflejo de lo real sin más. Gran parte de ello se
lo debemos a La Cámpora.
Los medios, y especialmente los ligados a la derecha, se han ensa-
ñado con la agrupación. Retomando discursos preexistentes sobre los
jóvenes, hablan de ellos con desconfianza y enorme malestar. Todo lo
que ven es negativo, y agitan permanentemente los fantasmas de una
juventud entre violenta e irracional (salvaje y épica) que pone en peli-
gro el orden institucional.
La demonización de los jóvenes no es nada nuevo en una cultu-
ra adultocrática, pero es menos llamativa en la Argentina reciente. La
derrota de los movimientos de liberación protagonizados por jóvenes
de los años sesenta y setenta en toda nuestra región fue la plataforma
donde se esculpió un relato de las nuevas generaciones cargado de pre-
juicios negativos y temores varios que se actualizan permanentemente.
No son ellos
Uno de los relatos más importantes con respecto a La Cámpora es que
“no son ellos”. Es decir, no hay un agrupamiento genuino, no hay unas
creencias o convicciones que los convoquen, sino que son una especie
de formación superestructural armada para el choque. Es “la agrupa-
ción de Máximo”, el hijo de los Kirchner, a quien muestran además
como un monje oscuro que “arma” desde unas sombras que, como ta-
les, siempre son sospechosas.
De los militantes de dice que los usan, que no tienen conviccio-
nes propias.5 Se los describe como una identidad inventada desde
5 Pepe, Osvaldo, “Los imberbes de Aerolíneas”, Clarín, 12 de marzo de 2012.
los jóvenes en la argentina | 111
las estructuras políticas preexistentes, y por lo tanto ilegítima, ya
que la autenticidad sería aquello que surgiría de modo espontáneo,
sin organización. Esta es una idea que ha circulado con mucho afán,
pero que tiene un importante sentido despolitizador o negador de
la política, ya que la posibilidad de institucionalizar el movimien-
to que en un primer momento puede ser espontáneo (lo que, por
otro lado, nunca surge de la nada, tal cual lo piensan ciertas mira-
das superfluas) es vista negativamente a pesar de que, sin ella, la
política se hace inviable.
El relato construido desde los medios es fácilmente desmontable
en el análisis de las entrevistas realizadas a los integrantes de la agru-
pación, donde incluso las creencias y convicciones no se revelan solo
desde el discurso argumental (por ejemplo, cuando defienden con ar-
gumentos encadenados lógicamente, racionalmente, cada una de las
medidas de lo que constituye para ellos un proyecto nacional), sino
que además hablan de lo que los “emociona”, los “compromete” con
vehemencia y poniendo el cuerpo en ello.
He visto cómo jóvenes secundarios y universitarios se organizan
y ponen mucho esfuerzo para llevar adelante tareas que les llevan ho-
ras y días, como ir a pintar escuelas, y también los he visto organizarse
para “aguantar” en actos públicos y “bancar” medidas tomadas por el
gobierno que les llevan esfuerzo y alegría. Es muy difícil, cuando se ve
el compromiso de estos jóvenes con la militancia, que levantan y de-
fienden luego de años de destrucción y vapuleo, creer que solo lo hacen
porque hay una estructura vertical que los maneja o los utiliza. Más
bien, esta idea de la utilización de los jóvenes es la actualización bajo
nuevas formas de una posición elitista que a lo largo de los años ha ha-
blado también de la utilización de los sectores populares, de clientelis-
mo, de la utilización de las mujeres o los homosexuales, de los olvida-
dos, de los subalternos, cada vez que estos sectores se han organizado
para pelear por lo que creen justo.
No tienen ideas... o tienen las del demonio
De La Cámpora se afirma además que no se sabe contra quién se
enfrenta, es decir, que no tiene posiciones ni políticas ni ideológi-
cas: “Gritan desde el poder a favor de ese poder. Son contestata-
rios no se sabe de qué”, escribió el secretario de redacción del dia-
112 | la cámpora
rio Clarín, emblema de los poderes mediáticos concentrados en la
Argentina.6
O todo lo contrario: se sostiene que son los sectores más ideologi-
zados de la política, y sus ideas son vistas por la derecha como las del
demonio. Sobre Axel Kicillof, militante de La Cámpora, un colum-
nista del diario La Nación, tribuna de la oligarquía argentina durante
más de un siglo, el mismo día en que se publicó la nota recién citada,
escribió: “es un académico marxista... En los últimos tiempos se con-
centró en leer a Marx. Está aprendiendo alemán para leerlo en su ver-
sión original”.7
Entonces, la agrupación es presentada como completamente desideo-
logizada (“no saben a qué se enfrentan”), pero también desde una pos-
tura elementalmente macartista se la acusa (porque claramente el tono
de la nota es acusatorio, no descriptivo) de marxista o montonera, lle-
gándose a plantear incluso barbaridades tales como que tiene en sus
“genes” las ideologías montoneras. Al respecto, sugiero atender el
discurso de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner del 12 de
marzo de 2012 contestando estas acusaciones como una pieza genial
de desestructuración de una posición profundamente estigmatizado-
ra de la derecha mediática, como un acto de contrainformación. Allí,
la presidenta desmonta unas afirmaciones periodísticas cargadas de
profunda violencia simbólica sobre La Cámpora, sostenidas en una
historia residual de discursos persecutorios sobre la juventud de los
setenta, y las ubica en una mirada que ella misma va a clasificar de
neonazi, “iguales a las que el dictador Videla había tenido sobre la
juventud en las décadas pasadas”, concluye.
Demasiado poder
Otro de los temas que obsesionan a los medios es lo que consideran
un “demasiado poder” para estos jóvenes. Es demasiado porque es un
poder que describen como salvaje, soberbio.
Afirman que “son la guardia pretoriana de la Presidenta” y que
“van por todo”. Se habla de ellos como un poder de intervención, de
6 Ibid.
7 Pagni,
Carlos, “Axel Kicillof, el marxista que desplazó a Boudou”, La Nación,
12 de marzo de 2012.
los jóvenes en la argentina | 113
choque. Dicen con respecto a Aerolíneas Argentinas que “se erigió en
bastión de la fuerza fundada por Máximo Kirchner”,8 naturalizando
la metáfora de guerra. O: “Estos chicos huelen sangre y se entusias-
man con los cargos”, atribuyendo la expresión a una fuente de la cual
no dan cuenta.9
Se habla de ese poder como un exceso, algo que no debería estar
sucediendo, inscribiendo ese discurso en una trama muy antigua de
temores y temblores ante la presencia de la juventud a la hora de tomar
decisiones públicas. En principio, en una cultura hegemónica adulto-
crática de todos los siglos, pero en particular en la operación de rela-
cionar a estos jóvenes con un rasgo con el cual la derecha ha descrito
hegemónicamente a los jóvenes de Montoneros: la soberbia. La dere-
cha argentina ha clasificado a los jóvenes organizados en la década de
1970 (no solo a Montoneros, pero especialmente a ellos) como sober-
bios, irracionales, feroces.
Expone el jefe de redacción de Clarín en la nota ya citada: “No es en
el coraje que aun en el error mostraron aquellos cuadros armados que
desafiaron al propio Perón, sino en la soberbia en lo que se parecen”.
Es llamativo cómo, al comparar La Campora con Montoneros, no
se detienen en mencionar positivamente que la lucha armada, que fue
una opción para los jóvenes setentistas, para estos jóvenes de hoy es un
camino impensado, sosteniendo incluso una mirada crítica con respec-
to a aquella generación en este aspecto. Pero, para los medios, este es
un dato inexistente o sin valor, y lo único que les preocupa en la com-
paración es lo que llaman soberbia.
“Soberbia” es un término para clasificar de manera negativa que,
generalmente, se aplica a los jóvenes o a las mujeres cuando ejercen
poder. Es que el poder es algo naturalizado para los varones adul-
tos blancos (es decir, legítimo, en un sentido de lo legítimo como
dominante) e impostado, no natural (e ilegítimo, como subalterno),
para los jóvenes o los no varones o no blancos (recordemos cómo
una de las características más resaltadas para criticar a la presidenta
Cristina Fernández de Kirchner fue especialmente la de nombrarla
como “soberbia”).
8 Biassi, Jesica, “Cambios en la cúpula de Aerolíneas Argentinas”, La Na-
ción, Buenos Aires, 25 de febrero de 2012.
9 Olivera, Francisco, “El soldado que tiene que dar batallas está herido”,
La Nación, Buenos Aires, 28 de febrero de 2012.
114 | la cámpora
El poder de los jóvenes es resaltado recurrentemente: “quieren
todo”, “La Cámpora busca adueñarse del despacho de Kirchner en el
Congreso y de otras oficinas del edificio”.10
Me pregunto qué significa esta afirmación escuchada en tantos
lugares, no solo en los medios, de que “quieren todo”, “van por todo”.
Por un lado, hacer política sin una aspiración de construcción de un
poder propio lo suficientemente fuerte, que permita intervenir sobre
la realidad para transformarla en función de objetivos, no solo no es
ilegítimo, sino que es esperable y deseable para todo aquel que se plan-
tee una opción de militancia. Pero acá se dice “van por todo”, como si
estuviéramos ante un grupo totalitario o bárbaro que no reconoce lí-
mites para su accionar.
Cabe recordar que cada uno de los lugares (que por cierto no son
mayoritarios, más bien lo contrario) que los miembros de La Cámpo-
ra han ido ocupando en el Estado han sido otorgados a través de me-
canismos de absoluta transparencia y democracia, sostenidos sobre el
voto popular.
Pero, además, la derecha utiliza otro argumento para deslegiti-
mar el poder construido por los militantes de La Cámpora, sea este
más o menos significativo (siempre desde su mirada, lo recuerdo, es
mayor del que debería tener, de acuerdo con una vara de medida que
solo la derecha conoce y que no está objetivada en ningún lugar). La
derecha dice que este poder es servil. En un editorial del diario La
Nación, hablando de la agrupación, afirman: “Casi nueve años han
puesto al Estado al servicio del Régimen, que lo va copando a fuerza
de servilismo y obediencia debida”.11 La referencia a la obediencia
debida para hablar de militantes no debería dejarse pasar por alto. El
concepto de obediencia debida se remite al campo militar, según el
cual los subordinados se limitan a obedecer órdenes de sus superio-
res, sin poner jamás en crisis ninguna de ellas. En la Argentina, en el
año 1987, la Ley de Obediencia Debida se sancionó con respecto a
los delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura
militar, haciendo no punible la gran mayoría de ellos. Esta ley es con-
siderada hoy una de las grandes claudicaciones de la democracia, a la
que siguieron en la larga década neoliberal muchas otras en materia
de derechos humanos, ya no solo en el gobierno de Ricardo Alfonsín,
10 Pizi, Nicolás, Clarín, 28 de febrero de 2012.
11 “El avance de La Cámpora”, Editorial, La Nación, abril de 2012.
los jóvenes en la argentina | 115
sino especialmente en el de Carlos Menem. Por lo tanto, relacionar la
militancia juvenil con un concepto militar que sirvió de coartada para
la impunidad no solo es inadecuado, sino absolutamente mal inten-
cionado. Y todo esto en el contexto en el cual se habla de “Régimen”
para aludir a un gobierno elegido democráticamente.
Finalmente, además de la obediencia, estos medios se detienen en
otro punto común de las sociedades adultocráticas y discriminadoras
de la juventud: la falta de experiencia. Ese lugar común, tantas veces
escuchado, que argumenta, para impedir que los jóvenes accedan en
igualdad de condiciones con otras generaciones a gobernar, que ellos
no tienen experiencia y entonces no pueden tener poder porque no
saben, no han aprendido nada. Un argumento, dicho sea de paso, que
desconoce los infinitos errores que a lo largo de la historia han come-
tido las generaciones mayores a la hora de tomar decisiones. Así, otro
editorial de La Nación dice: “La obediencia ciega y la falta de experien-
cia caracterizan a los militantes de la élite kirchnerista que ha copado
el Estado”.12 Por supuesto, esta no es la única cita posible al respecto,
pero condensa toda una posición que se esgrime como verdad que es
necesario desmontar.
Qué es lo que no ven
Hay algo que hoy nadie puede dejar de ver: que la relación entre juven-
tud y política está viva. Se podrá decir que no todos los jóvenes militan,
que la militancia no significa lo mismo para todos. En fin, se puede dar
la vuelta sobre esta afirmación de mil maneras y seguramente la gran
mayoría de ellas tiene algo interesante para pensar complejamente el
tema. Pero lo que no se puede negar es la existencia de esa relación,
que ha transformado a los jóvenes pero que también ha transformado
la política. Hoy la política está viva en la Argentina, y muchos, muchos
jóvenes hijos o hermanos de una generación que llegó a decir “que se
vayan todos” se vuelcan hacia ella.
Los jóvenes hoy tienen una gran capacidad de movilización y de
acción en el espacio público. Le dan valor a la idea de la militancia. Le
dan valor y alegría, la recrean, se comprometen. Y pueden imaginar que
otro mundo es posible.
12 Editorial, La Nación, mayo de 2012.
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Frente a aquellos que intentan situar la afirmación “somos solda-

dos de Cristina” para desacreditarlos, desde el trabajo de campo es po-
A modo de cierre
sible poner en evidencia esa acusación como interesada y miope. Los
jóvenes hablan de ser soldados como afirmación de lealtad y de estar
jugados con este proyecto nacional, lo que no les impide ser críticos,
evaluar permanentemente por dónde van, cuáles son sus aliados, quié-
nes son sus adversarios, cuáles son las cuestiones coyunturales y cuál
es el proyecto que los convoca cotidianamente a estar o a decir que no.
En este proyecto, la solidaridad se inscribe en la política y se hace
un valor fundamental.
Y, por supuesto, nada de lo que sucede a los jóvenes puede ser pen-
sado fuera de la historia: los profundos cambios estructurales y sim- El 24 de marzo de 1977, Rodolfo Walsh escribe su “Carta Abierta a la
bólicos ocurridos en la Argentina y en la región impactan en las posi- Junta Militar”. A un año del golpe de Estado, de su infausto gobierno,
bilidades concretas de estos pasajes hacia la política. Walsh denuncia un crimen contra la humanidad, las atrocidades que
Desde una ciencia social implosionada que discute nuevamente los han cometido. Los enfrenta:
alcances de la autonomía, que se embarra y no teme a las impurezas,
pero sobre todo desde una ciencia social anclada en una epistemolo- Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son
gía de la esperanza, es imprescindible poder ver esto para comenzar sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argen-
a ver más allá. tino ni las peores violaciones a los derechos humanos en que ustedes
incurren. En la política económica de este gobierno deben buscarse
no solo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que
castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada.

Su guerra es vana, aunque maten al último la lucha seguirá resurgiendo bajo

nuevas formas.Estos jóvenes de la generación del Bicentenario, como
sus hermanos mayores, como seguramente muchos de sus padres, lle-
garon a un mundo donde se había consumado un crimen contra la
humanidad. Recibieron un mundo con un crimen y con la impunidad
de ese crimen. Y han visto en estos diez años cómo la impunidad se
terminaba y cómo la justicia aparecía como horizonte posible. Esta ju-
ventud, sin lugar a dudas, está preparada para hacer otro mundo. Con
justicia social, con soberanía, con memoria y verdad.
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Edición: Anna Mónica Aguilar, Rafael Centeno,
Germán Conde
Diseño: Hernán Morfese, Mariana Nemitz
Administración: Andrea Asaro, Otilia Diaz Bulay
Librería y ventas directas: Darío Rey Pineda
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Prensa editorial: DL Prensa Cultural

Esta edición de 1.000 ejemplares se terminó

de imprimir en marzo de 2013, en los talleres
gráficos Altuna Impresores SRL, Doblas 1968,
Buenos Aires, Argentina.