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LA FILOSOFÍA DE PLATÓN

 INTRODUCCIÓN

Platón ha pasado a la Historia de la Filosofía como el primer gran Filósofo. Aunque


muchos coloquen este título a Sócrates, lo cierto es que es Platón el primer pensador
que nos ofrece un sistema filosófico completo en el que todos sus elementos quedarán
fuerte y consistentemente conectados y relacionados. No hay mayor error que el de
pretender explicar la ética, antropología o política de Platón sin aludir a su tesis
básica sobre las Ideas. Es imposible comprender (al menos comprender bien) lo uno
sin lo otro y viceversa. El por qué de esto está claro desde el momento en que
entendemos que la filosofía de Platón es absolutamente deudora de la de su maestro
Sócrates. Platón sofisticará, sistematizará y matizará el pensamiento socrático, pero, en
su base, en lo concerniente al conocimiento verdadero, este permanecerá igual. La
identidad entre saber y virtud (conocimiento y acción) que defendió Sócrates se
seguirá manteniendo en Platón y de nuevo las ideas: “para hacer el Bien debemos
conocerlo” y “conocer el Bien nos lleva a hacerlo” se volverán a repetir en su filosofía.

 EL OBJETIVO DE LA FILOSOFÍA PLATÓNICA

Por decirlo de forma resumida: El objetivo de la filosofía platónica es llevar a cabo


una profunda y efectiva reforma de la polis. A través de su concepción de la
República pretenderá crear un Estado ideal en el que el conjunto social funcione de
forma idílica a través de la perfecta formación y educación de todos los individuos
que conforman dicha sociedad ¿Por qué este es el objetivo principal de Platón?
Recordemos el impacto que la muerte de Sócrates tiene en Platón. El maestro,
hombre que según su aventajado alumno era el prototipo de hombre bueno y justo, es
ejecutado públicamente acusado de impiedad y corrupción de la juventud. No es la
corrupción propia lo que llevó a Sócrates a su sentencia de muerte, piensa Platón,
sino la corrupción en la que estaba sumida Atenas. Se hacía necesaria, por tanto, la
reforma política de Atenas para que tal injusticia no se volviese a repetir.

Ahora bien ¿en qué lugar deja todo esto a la teoría ontológica (realidad) y epistémica
(conocimiento) de Platón? Es decir, si su pensamiento busca sobre todo una reforma
ética y política de la Atenas de su tiempo ¿para qué hablar de realidad y
conocimiento? Pues porque sencillamente es imposible comprender una cosa sin la
otra. Para Platón, es el conocimiento de la Verdad y el Bien lo único que nos puede
conducir a llevar estas ideas a cabo. Sin conocimiento no hay acción. Y en esto,
Platón es totalmente deudor de Sócrates.

Empecemos con la teoría.

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1. LA HERENCIA SOCRÁTICA

La principal herencia socrática en Platón es el intelectualismo moral. La identidad


entre saber y virtud que defendió Sócrates se seguirá manteniendo en Platón y de
nuevo las ideas: “para hacer el Bien debemos conocerlo” y “conocer el Bien nos lleva a
hacerlo” se volverán a repetir. Conocimiento y práctica se implican el uno al otro: no
se puede hacer el Bien sin conocerlo y si conozco el Bien no puedo hacer otra cosa que
llevarlo a la práctica.

Sócrates defendía que todo lo que se puede hacer posee un arte, es decir, un
conocimiento que nos lleva a hacer algo como debe hacerse. Todo en esta vida se puede
hacer bien o mal ¿quién lleva, pues, a cabo una buena acción en el ámbito que sea?
El que sabe cómo llevarla a cabo. Poniendo un ejemplo simple, pero directo: ¿Quién
hará buen pan? Pues el que sepa cómo hacer bien el pan. Sin conocimiento no se
domina la práctica. Si no sabes cómo hacer pan, más que probablemente no harás un
buen pan.

Por otro lado, el verdadero conocimiento siempre requiere análisis y esfuerzo.


Generalmente los hombres no van más allá de sus meras opiniones, pero Sócrates
reclamará que para llegar a la esencia, a la verdad sobre cualquier tema, debemos
trascender dichas opiniones y alcanzar lo que él llamaba la definición universal de
la cuestión analizada filosóficamente. La definición universal va más allá de la
opinión, no es algo que podamos sostener o no de forma subjetiva o relativa, sino que
resulta verdadera de por sí y, una vez se ha alcanzado, todos aquellos que discutan
sobre ese tema en cuestión tendrán que aceptarla como verdadera.

Esto será compartido al 100% por Platón, pero tomará una nueva dirección en el
discípulo de Sócrates. Como veremos en posteriores epígrafes, las esencias no son
algo solo relevante en el ámbito del conocimiento, sino también en el plano
ontológico, es decir, en el plano de la realidad. Esas esencias (“definiciones
universales” para Sócrates) serán llamadas por Platón Ideas y esas Ideas no son solo
la causa del verdadero conocimiento (que también), sino que serán la causa y
fundamento de que las cosas mismas existan, de que nuestra realidad física y terrenal
exista.

2. LA TEORÍA DE LAS IDEAS

A partir de lo sostenido por Sócrates, Platón desarrolla su propia filosofía. Platón está
de acuerdo, como hemos visto, en el intelectualismo moral socrático y la necesidad
de ir más allá de las opiniones para alcanzar el verdadero conocimiento. La cuestión
ahora es ¿por qué resulta tan difícil acceder a dicho conocimiento verdadero? Es
decir ¿por qué los hombres tienen opiniones inexactas y les resulta tan difícil acceder a
la verdad sobre cualquier asunto? La respuesta la encontramos en su Teoría de las Ideas

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y de forma rápida podríamos decir que la causa es que el conocimiento verdadero que
se nos escapa “habita” en un mundo distinto al que vemos con nuestros ojos.
Expliquemos esto:

La Teoría de las Ideas representa el núcleo de la filosofía platónica, el eje a través


del cual se articula todo su pensamiento. Tradicionalmente se ha interpretado la
Teoría de las Ideas de la siguiente manera: Platón distingue dos modos de realidad,
una, a la que llama inteligible o Mundo de las Ideas conformado por las esencias, y
otra a la que llama sensible o Mundo sensible que se identifica con el mundo terrenal
o mundo físico (aquel donde vivimos y convivimos con todos los entes físicos). La
realidad inteligible, a la que denomina "Idea", tiene las características de ser
inmaterial, eterna, inengendrada e indestructible. Es ajena al cambio y constituye
el modelo de la otra realidad, la sensible, constituida por lo que ordinariamente
llamamos "cosas" y que tiene las características de ser material, corruptible (que
significa: sometida al cambio, esto es, a la generación y a la corrupción), en definitiva,
todo lo opuesto a la “Idea” y que resulta no ser más que una copia de la misma, de
la realidad inteligible.
La cuestión es entender por qué Platón habla de dos realidades separadas cuando
habla de "Ideas" y "cosas" (aunque las segundas, las "cosas", existan gracias a las
primeras). Creo que a través de un ejemplo entenderemos bien el por qué de esta
separación. Centrémonos, por ejemplo, en la Idea de Belleza. Podemos decir que una
mujer es bella, pero sabemos que dicha mujer acabará envejeciendo e irá dejando de
“participar” irremediablemente, a medida que pasen los años, de ese concepto de
belleza. En cambio, el concepto mismo de belleza no cambiará porque una mujer bella
haya dejado de serlo. Es decir, mientras que la belleza particular (de una mujer, un
objeto, un acto...) acaba degenerando y corrompiéndose, la Idea de Belleza jamás
degenera. La Idea de Belleza no se vuelve "fea", mientras que las cosas bellas si lo
hacen.

La conclusión de Platón es, pues: mientras que las cosas que forman parte de este
mundo (mundo sensible) cambian, degeneran o se corrompen, las Ideas (que forman
parte del mundo inteligible) son inmutables e incorruptibles: es decir, son perfectas y
eternas. La primera forma de realidad, constituida por las Ideas, representaría el
verdadero ser, mientras que de la segunda forma de realidad, las realidades
materiales o "cosas", hallándose en un constante devenir, cambio y corrupción, nunca
podrá decirse de ellas que verdaderamente “son”, ya que en algún momento "dejarán de
ser". Las cosas físicas son meras apariencias y el verdadero mundo es el que está
constituido por las Ideas. Por ello, sólo la Idea es susceptible de un verdadero
conocimiento o "episteme", mientras que la realidad sensible, las cosas, sólo son
susceptibles de opinión o "doxa". Por seguir con el ejemplo anterior: mientras
busquemos la Belleza entre la cosas materiales solo alcanzaremos una opinión de lo que
es la belleza (ya que esta es una belleza mundana, temporal y parcial) y nunca el
verdadero conocimiento de la Idea de Belleza.

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Vemos, pues, como de la Teoría de las Ideas platónica se deriva un marcado
dualismo ontológico, es decir, una separación de la realidad en dos ámbitos
claramente diferenciados: Una realidad inteligible, llamada también mundo o ámbito
inteligible y una realidad sensible, ámbito o mundo visible. Veamos con algo más de
detenimiento las características de cada uno de estos ámbitos:

- Lo inteligible:

Las Ideas, para Platón, tienen existencia independiente, más allá de que las pensemos o
no. Puede resultar curioso y extraño en un principio, pero lo que Platón quiere decir es
que las Ideas existen con anterioridad al haber sido pensadas (existen en ese otro
plano verdadero y real que es el Mundo Inteligible) y que, de hecho, son ellas las que
producen el efecto de que existan aquí las cosas y hechos que se derivan de dichas
Ideas (la belleza que apreciamos en los entes físicos proviene de la Idea de Belleza), ya
que las cosas no son más que copias de la verdadera realidad que es la Idea. Sin la
existencia de la Idea no habría realidad física tal y como la conocemos.

El mundo inteligible está lleno de Ideas. Cada ser, ente, objeto o concepto manejado
en este mundo tiene su correlato en la realidad inteligible en forma de Idea. En el
mundo inteligible “conviven” ideas distintas y variopintas (las de amor, lápiz, perro,
política… es decir, todas las cosas que nombramos) y todas ellas, más concretas o
abstractas, poseen su esencia en forma de Idea.

Pero no debemos obviar que para Platón existe una gradación jerárquica entre
dichas Ideas, ya que esto es de vital importancia sobre todo en lo que respecta a la Idea
de Bien: 1) En el lugar más elevado está la Idea de Bien, la más importante y aquella
que gobierna a todas las demás (de hecho, Platón la definirá como realidad suprema que
está por encima del resto de Ideas); 2) Después estarán las Ideas de corte superior
Belleza y Verdad, que seguirán de cerca a la Idea de Bien al tener una naturaleza casi
tan noble y pura como esta; 3) Tras estas irían la Ideas fundamentales como las de
unidad, multiplicidad, ser, no ser...; 4) A continuación las Ideas matemáticas; 5) Y
finalmente el resto de Ideas, modelos arquetípicos de los objetos sensibles, estas, por
motivos obvios, se colocarán en el último escalafón en importancia.

(Aquí encontramos la explicación de lo expuesto en el Libro VI, en la “Alegoría del


Sol”. Importante porque es una posible temática del texto a comentar)

Ahora bien, cabe preguntarse: ¿por qué esa importancia de la Idea de Bien? ¿Por qué es
la Idea de Bien la que corona el ámbito inteligible? Pues porque todas las demás Ideas
dependen del Bien: no queremos conocer la Justicia, la Belleza y el Amor más que en
su “buen” sentido, es decir, en sentido pleno; queremos conocer la “buena Justicia”, la
“buena Belleza”, el “buen Amor”… Queremos conocer cada idea o concepto
plenamente, es decir, “bien”, porque eso es lo que constituiría un verdadero
conocimiento (tener un falso o “mal” conocimiento es, como ya se ha dicho, quedarnos
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en el camino de la “doxa”, de la opinión, creyendo que lo que vemos en este mundo
sensible es la Verdad con mayúsculas). Así, vemos que la Idea de Bien destaca sobre
las demás porque, en última instancia, todas dependen de ella.

Pero, como venimos diciendo, las Ideas no solo son la causa de la verdad en el
conocimiento, sino la causa misma de que las cosas de las que son reflejos, existan.
Es decir, que todas las Ideas dependen de la Idea de Bien para conocer su verdad y
plenitud, pero que también dependen de ella en el plano ontológico o plano de la
existencia. Esto llevó a Platón a afirmar en su "alegoría del Sol" que, del mismo modo
que en el ámbito de lo visible el Sol es la causa de que haya luz gracias a la cual
podemos ver y de que los propios seres puedan existir (no podemos pensar en el Sol
simplemente como una estrella que nos ilumina, gracias al Sol hay vida y existencia en
nuestra Tierra), en el ámbito inteligible es el Bien el que permite no solo conocer el
resto de Ideas, sino que estas mismas existan. Tanto es así que Platón llegará a decir
que el Bien no es propiamente una Idea, sino algo más elevado ("en dignidad y
potencia", dice textualmente) que las propias Ideas, una realidad suprema. Y es una
realidad suprema porque del Bien surgen todas las Ideas y de estas surgen las cosas del
ámbito sensible. Por tanto, todo surge y depende directa o indirectamente del Bien.

- Lo sensible:

Por su parte, la realidad sensible se caracteriza por estar sometida al cambio, a la


movilidad, a la generación y a la corrupción. De esta forma, como ya se ha señalado,
la realidad sensible parece quedar como simple ilusión frente a la verdadera
realidad de la Idea (ya que la Idea no cambia, siempre “es” la misma y permanece
igual, mientras que las cosas físicas que se muestran como reflejo de esa Idea sí que
cambian, se corrompen y acaban por perecer). Pero el mundo sensible no se puede ver
reducido a esa mera realidad “fantasmal” sin ningún valor. Aunque su grado de
realidad no pueda compararse al de las Ideas ha de tener alguna consistencia y no puede
concebirse como si no fuese nada (además, las cosas, al ser copias de las Ideas,
muestran parcialmente algo de lo que dichas Ideas son). Es dudoso que podamos
atribuir a Platón la intención de degradar la realidad sensible hasta el punto de
considerarla una mera ilusión porque para Platón, como veremos ahora en la
exposición de su teoría del conocimiento, el conocimiento parte de la realidad
sensible, aunque también es cierto que esta debe ser superada y dejada atrás para
alcanzar el verdadero conocimiento (episteme): el de las Ideas.

3. LA TEORÍA ANTROPOLÓGICA

Para Platón, pues, como hemos indicado, la realidad se escinde en dos: ámbito,
realidad o mundo inteligible y ámbito, realidad o mundo sensible. Al primero lo
considera la verdadera realidad y al segundo la realidad aparente. Ahora bien, es
un hecho que nuestra vida se desarrolla en este mundo que Platón considera

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aparente, con lo que cabe preguntarse ¿Es posible alcanzar ese mundo verdadero
de las Ideas o, al estar atrapados en esta realidad sensible, dichas Ideas nos
resultan incognoscibles? Platón salvará esta cuestión con su idea de hombre, con su
concepción antropológica: El hombre es un conjunto formado por cuerpo y alma. El
cuerpo es nuestra parte sensible y el alma la inteligible. De este modo el hombre
pertenece a los dos mundos, teniendo así una conexión con el mundo inteligible que
le permitirá dar ese paso hacia el conocimiento verdadero, el de las Ideas. Esto tiene
bastante sentido si entendemos que "inteligir" es pensar y el pensamiento es un atributo
propio del alma y no del cuerpo (el pensamiento es inmaterial). El pensamiento (bien
dirigido, analítico, como ya señaló Sócrates) o intelección nos puede elevar al ámbito
inteligible y hacernos captar las Ideas verdaderas.

Cómo debemos dar ese “paso” hacia dicho conocimiento verdadero es algo que veremos
en el apartado siguiente, dedicado a la teoría del conocimiento platónica, pero hay algo
que sí que tenemos que aclarar: la concepción del cuerpo como “cárcel del alma”.
Para Platón, y en consonancia con el resto de su dualismo, la parte elevada del
hombre es el alma (por pertenecer al ámbito inteligible), mientras que la parte más
pobre de nuestro ser es el cuerpo (ámbito sensible). El alma humana queda
encerrada en el cuerpo al unirse a este y conformar el hombre particular. Esta
unión es la que nos dificulta el conocimiento de las verdaderas esencias ¿Por qué?
Pues porque el cuerpo pertenece enteramente al ámbito sensible y está apegado a
las cosas físicas, a las apariencias, las cuales capta a través de ese instrumento
defectuoso que son los sentidos; también nos empuja a las pasiones debido a los bajos
instintos; es él mismo físico (el cuerpo, se entiende) y, por tanto, meramente temporal y
aparente, etc. Toda la teoría del conocimiento platónica estará encaminada a la
purificación del alma por medio del conocimiento verdadero. Lo que se busca con
dicho conocimiento es que el alma se libere de esa “cárcel” que es el cuerpo, porque
solo entonces estaremos en disposición de alcanzar el conocimiento de la Idea,
separado por completo de las apariencias de este ámbito sensible.

4. LA TEORÍA DEL CONOCIMIENTO PLATÓNICA

- De la teoría de la reminiscencia a la dialéctica

Platón parte de la teoría de la reminiscencia, “conocer es recordar”, para explicar


el conocimiento. Como ya se ha visto, el hombre es un compuesto de cuerpo y alma,
donde el alma es la parte humana que participa de la realidad inteligible. Pues bien, para
Platón, el alma antes de unirse al cuerpo posee todas las Ideas verdaderas (al ser
parte de la realidad inteligible, el alma es perfecta y por ello no puede poseer
conocimientos erróneos), pero al darse dicha unión con el cuerpo y convivir ambas
partes en este mundo de apariencia e ilusión (ámbito sensible) las acaba olvidando.
Recordemos que todo lo que vemos en este mundo, en esta realidad sensible, son

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apariencias de los verdaderos objetos de conocimiento que son las Ideas. De esta forma,
al percibir solo apariencias durante su unión con el cuerpo, el alma acaba
olvidando lo que sabía en un principio. Es por eso que el alma debe recordar las
Ideas que poseía antes de la unión con esa parte corruptible, finita y degenerativa
que es el cuerpo.

Ahora bien, cabe plantearse en este momento la siguiente pregunta ¿De qué forma
debemos o podemos recordar dichas ideas verdaderas? Es decir, sabemos que para
conocer debemos recordar las ideas verdaderas que ya poseo, pero ¿Cómo puedo
hacerlo? Pues bien, a la teoría de la reminiscencia le seguirá la explicación ofrecida
en la República, donde encontramos la exposición de una nueva teoría: la dialéctica,
que será mantenida por Platón como la explicación definitiva del conocimiento, la
explicación acerca de cómo podemos recordar la verdad que nuestra alma conocía
antes de su unión con el cuerpo.

- La dialéctica platónica

En la República (libro VI), Platón desarrollará la dialéctica, basada en la Teoría de


las Ideas. En dicha dialéctica se establecerá una correspondencia estricta entre los
distintos niveles y grados de realidad y los distintos niveles de conocimiento.
Fundamentalmente distinguirá Platón dos modos de conocimiento: la "doxa", que
no es verdadero conocimiento, sino mera opinión, y la "episteme", o conocimiento
inteligible. A cada uno de ellos le corresponderá uno de los planos de realidad,
sensible e inteligible, respectivamente. El verdadero conocimiento viene
representado por la "episteme", dado que es el único conocimiento que versa sobre
el ser (sobre lo que las cosas “son” en realidad, es decir, las Ideas) y, por lo tanto, es
infalible. Efectivamente, el conocimiento verdadero lo ha de ser de lo universal, de la
esencia, de aquello que no está sometido a la fluctuación, al cambio de la realidad
sensible; ha de ser, por lo tanto, conocimiento de las Ideas. Pensemos en la Idea de
Belleza, recurriendo al ejemplo del principio. El objeto de estudio de la ciencia
verdadera tendría que ser la Belleza en un sentido absoluto, ya que aquí las cosas que en
principio parecen bellas luego se hacen viejas y degeneran y ya no participan de dicha
Belleza. Los seres y cosas materiales envejecen y se corrompen abandonando su
belleza, pero la BELLEZA en sí siempre permanece igual, no se corrompe, no se
degenera. Que dejemos de percibir a tal persona o tal otra como bellas no significa que
ya no podamos aplicar la idea de BELLEZA a ninguna otra persona. Por esto, como ya
sabemos, las Ideas son más verdaderas, poseen más “ser”, que las cosas sensibles, ya
que dichas Ideas "nunca dejan de ser lo que son". Son por tanto las Ideas el verdadero
objeto de conocimiento (episteme) porque son esencias universales que nunca se
degradarán y siempre se mantendrán perfectas e inmutables.

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(Aquí encontramos la explicación de lo expuesto en el Libro VI, en el “Símil de la
línea”. Importante porque es una posible temática del texto a comentar)

Platón desarrollará las diferencias entre los distintos tipos de conocimiento


mediante el conocido “símil de la línea”. Siguiendo las mismas indicaciones dadas por
Platón: Representemos en una línea recta, dividida en dos partes, los dominios de lo
sensible (donde se da la opinión o doxa) y lo inteligible (donde se da el verdadero
conocimiento, ciencia o episteme). Dividamos a su vez cada uno de dichos segmentos
por la mitad resultando una línea dividida en cuatro partes. Sobre la parte de la línea
que representa el mundo sensible tendremos dos divisiones: la primera
correspondiente a las imágenes de los objetos materiales (sombras, reflejos en las
aguas o sobre superficies pulidas), la segunda correspondiente a los objetos
materiales mismos (obras de la naturaleza o del arte, objetos). De igual modo, sobre la
parte de la línea que representa el mundo inteligible, la primera división
corresponderá a las imágenes inteligibles (objetos lógicos y matemáticos), y la
segunda a los objetos reales inteligibles (las Ideas).

Veamos cada grado de conocimiento (cada sección de la línea) por separado:

- Imaginación o eikasía (primera sección de la línea / terreno de la opinión):


Conocimiento sensible basado en la percepción donde no se captan los
objetos, sino sus sombras y reflejos. Es el conocimiento más bajo de todos ya
que lo que captamos son las apariencias y sombras de los objetos físicos.

- Creencia o pístis (segunda sección de la línea / terreno de la opinión): Aquí ya


captamos directamente los objetos y no su apariencia. También es un
conocimiento sensible basado en la percepción pero más cercano a las Ideas
ya que a este nivel estamos captando copias de las Ideas y no la apariencia de
esas copias.
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- Pensamiento discursivo o dianoia (tercera sección de la línea / terreno de la
ciencia): Nos sitúa ya en un conocimiento racional, inteligible, pero basado
en signos sensibles y que, por tanto, no es todavía perfecto y completo. El
conocimiento de este nivel tiene como resultado los objetos matemáticos y
estos los conocemos siempre a partir de una representación sensible de los
mismos. Cuando el matemático habla de las propiedades del triángulo, por
ejemplo, aunque quiere referirse al Triángulo en sí, para llegar a sus
conclusiones parte de una representación sensible del triángulo (la imagen
mental que de él tenga, el dibujo con el que lo represente en su demostración,
etc.) y no de la Idea de Triángulo. Por eso para Platón este conocimiento,
aunque sea la puerta de acceso al conocimiento inteligible, al no separarse
totalmente de lo sensible, es incompleto todavía.

- Ciencia dialéctica o noesis (cuarta sección de la línea / terreno de la ciencia): Es


el conocimiento puramente racional, la inteligencia o ciencia en sentido
estricto que nos permite llegar hasta las Ideas (y no solo a sus imágenes como
en la dianoia). En la noesis no partimos de representación sensible alguna y
operamos de forma diferente al matemático. Este tenía que partir de una
hipótesis (imagen sensible del triángulo que representaba al Triángulo en sí) para
llegar a conclusiones. El filósofo que hace uso de la inteligencia en estado puro
(noesis) no necesita una representación sensible para avanzar en el
conocimiento, sino que partirá de supuestos que tomará como supuestos hasta
alcanzar el verdadero conocimiento que perseguía desde el inicio de su
reflexión. Por ejemplo, cuando un filósofo trata de esclarecer qué es la Justicia
(la Idea de Justicia) no parte de una representación sensible de la “justicia”, sino
de opiniones acerca de la “justicia”, tomándolas como supuestos en los que
apoyarse hasta alcanzar el principio del todo (que es un principio no supuesto y
no una simple conclusión como en el caso de las matemáticas): la Idea de
Justicia. Para Platón este es el conocimiento más elevado de todos, el
conocimiento de la Idea que no se sirve para nada de lo sensible, “sino de
Ideas, a través de Ideas y en dirección a Ideas hasta concluir en Ideas”,
como el propio filósofo dice en el texto.

La dialéctica es, pues, el proceso por el que se asciende gradualmente hasta el


verdadero conocimiento de la Idea. Es decir, la dialéctica es el modo de conocimiento
que parte de las sombras de la realidad (mundo sensible) para alcanzar el conocimiento
verdadero de las Ideas en sí mismas (mundo inteligible). No podemos alcanzar las Ideas
más que al final del proceso y tras mucho esfuerzo cognoscitivo (la sabiduría no es
fácilmente alcanzable, como ya sostuvo el propio Sócrates), y este esfuerzo está
representado en el símil de la línea con ese paso gradual desde lo más aparente (las
imágenes de las cosas) hasta lo más verdadero (las Ideas en sí mismas), que sin duda
está coronado por la Idea del Bien.

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5. LA TEORÍA ÉTICA Y POLÍTICA PLATÓNICA

Al principio del tema señalamos que Platón perseguía un fin práctico con su filosofía.
Lo que él quería como pensador era sentar las bases teóricas para cambiar la sociedad
de su tiempo. Al partir del mismo punto que Sócrates, es decir, que para llevar algo a la
práctica correctamente se debe saber cómo ha de llevarse a cabo dicha tarea, se hacía
indispensable hablar del conocimiento. Una vez expuesto todo lo relativo a su parte
teórica (teorías sobre la realidad, la naturaleza humana, el conocimiento…) nos queda
ahora abordar la parte práctica de su pensamiento, donde el objetivo será
describir en qué consiste una sociedad y hombre justos.

El objetivo ahora será la Justicia debido a que nos centraremos en un aspecto del
Bien, su reflejo en la vida práctica. Consideramos una sociedad en concreto una “buena
sociedad” cuando se trata de una “sociedad justa”, es decir, que es buena para todos los
que la integran. Del mismo modo el “buen hombre” es el “hombre justo” que toma
buenas decisiones en cada situación particular.

Como vemos, la Justicia (que es una sola Idea en el ámbito inteligible) la podemos
encontrar tanto en lo colectivo, en la sociedad, como en lo individual, en el hombre,
pero Platón dirá que es más fácil verla en el todo (sociedad) que en la parte
(hombre) y que por ello es mejor buscarla primero en el Estado para después, por
analogía, aplicar la misma definición al hombre.

- La sociedad ideal

Como no hay ninguna sociedad conocida de la que realmente podamos decir que sea
completamente justa (recordemos que toda sociedad existente se da aquí, en el ámbito
sensible, siendo por tanto imperfecta como todo lo que compone dicho ámbito), Platón
propone que diseñemos una sociedad ideal: siendo la sociedad planteada una
sociedad perfecta, no podrá carecer de ninguna perfección y deberemos encontrar en
ella la Justicia (la verdadera Idea de Justicia) en un sentido pleno.

Dado que la sociedad existe para satisfacer las necesidades de los hombres y ya que
éstos no son independientes unos de otros ni autosuficientes para abastecerse, lo
primero que define a la sociedad es que esta es un conjunto de individuos los cuales
se ocuparán según su especialidad de una tarea determinada que contribuya al
conjunto. Así, dirá Platón, la sociedad se divide en tres clases sociales básicas: los
artesanos, encargados de proporcionar los bienes materiales necesarios para la
subsistencia; los guerreros, encargados de hacer que se cumplan las leyes y proteger a
los ciudadanos; y los gobernantes, encargados de dirigir la sociedad de la mejor forma.

Una vez definidas las clases sociales, Platón afirmará que para que tal sociedad
pueda ser considerada una sociedad justa, es decir, buena para todos sus integrantes,
es necesario que dicha sociedad esté ordenada. Que la sociedad esté ordenada quiere

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decir que siga un orden en el que cada cual ocupe el lugar que le corresponda. Una
sociedad justa es una sociedad que funciona bien y una sociedad solo funciona bien si
está ordenada. Imaginemos una sociedad cualquiera en la que repartiésemos los roles al
azar y no en función de la preparación y especialización de los individuos. Es decir,
imaginemos que a los artesanos los ponemos a gobernar, a los guerreros a producir y a
los gobernantes a guerrear ¿Cómo funcionaría dicha sociedad? Parece a primera vista
que no demasiado bien. La sociedad que se pretenda justa, es decir, que pretenda
actuar bien en todos sus ámbitos, debe ser una sociedad ordenada en la que cada
miembro de la misma ocupe el lugar que debe.

Ahora bien, la pregunta que cabría hacerle ahora a Platón es ¿qué es lo que determina
qué lugar debe ocupar cada individuo en la sociedad? es decir ¿cómo podemos saber a
qué clase social pertenece cada individuo? Y la respuesta es: el conocimiento.

GOBERNANTES

GUERREROS

ARTESANOS

El conocimiento es lo que determina la posición social de los ciudadanos. Los


gobernantes estarán en la posición más elevada con respecto al conocimiento, los
guerreros en la posición media y los artesanos en la más baja. Y lo que determina a
su vez el grado de conocimiento alcanzado por el ciudadano no es otra cosa que la
educación.

La educación es un concepto clave para entender la sociedad ideal desarrollada en la


República platónica, porque es en el proceso educativo donde se podrá determinar
qué tipo de naturaleza tiene cada ser humano y, por lo tanto, a qué clase social ha
de pertenecer. De este modo, aquellos que tengan mejores capacidades o
disposiciones naturales en el ámbito intelectual y vean estas desarrolladas en el
proceso educativo adquiriendo un mayor conocimiento, serán los gobernantes que
ocuparán una posición más elevada en la jerarquía social, mientras que los más
retrasados en este campo (aunque sean más hábiles en otras tareas manuales) serán
los artesanos que quedarán en la posición más baja de dicha jerarquía.

Para la pregunta de por qué son aquellos que tienen más conocimiento los que

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deben gobernar (la figura del Filósofo-rey platónica) tenemos una respuesta sencilla:
Platón defiende que solo el que conoce el Bien puede hacerlo, y el conocimiento del
Bien es el más elevado de todos, aquel al que solo acceden los más sabios. Si queremos
una sociedad justa que esté guiada hacia el Bien, es necesario que quienes guíen a
dicha sociedad, los gobernantes, sean aquellos que conozcan en qué consiste ese
Bien para poder dirigirla hacia el mismo, y, como decimos, esto solo pueden hacerlo
los más sabios.

- El hombre justo

Hemos visto que la Justicia en la sociedad ideal consistía en el orden social, es decir, en
que cada ciudadano ocupe el lugar que tiene que ocupar, desempeñando la función para
la cual está preparado. La cuestión ahora es: ¿puede esta definición encajar en el
hombre de alguna manera? Y la respuesta es sí. Platón establece una comparación
entre la naturaleza del Estado y la naturaleza humana: del mismo modo que en el
Estado encontramos tres clases sociales, encontramos en el hombre tres partes en
las que se divide su alma: racional, irascible y concupiscible.

La parte racional del alma es la que está dedicada al acto de inteligir, pensar, y es la
que nos acerca al conocimiento de las Ideas (verdadera sabiduría) si está bien dirigida;
se ubica en la cabeza. La parte irascible es la que representa la voluntad y el coraje
humanos (la que nos acerca a las pasiones nobles, según Platón); se sitúa en el pecho.
Finalmente, la parte concupiscible es la parte apetitiva del hombre, la que nos acerca
al deseo y los instintos (que también llama bajas pasiones el filósofo griego); se
encuentra localizada en el bajo vientre.

De nuevo el concepto de justicia se vinculará al orden, al equilibrio, y hombre bueno


y justo será el hombre ordenado o equilibrado. El hombre justo, para Platón, es
aquel en el que la parte racional, por ser la más elevada de todas (ya que es la que nos
eleva hasta lo inteligible. Nótese nuevamente la conexión con la Teoría de las Ideas),
gobierna sobre la irascible y concupiscible, del mismo modo que la sociedad justa era
aquella en la que los gobernantes, por ser los más capacitados gracias a su sabiduría,
gobernaban sobre guerreros y artesanos.

Esta teoría sobre la naturaleza tripartita del alma es expuesta por el filósofo ateniense en
su famoso "mito del carro alado". En él se nos cuenta que el alma humana es como un
carro tirado por dos caballos, uno blanco, bueno y obediente, y otro negro, malo y
desobediente. El conductor del carro o auriga representa a la parte racional, el caballo
blanco la parte irascible y el caballo negro la concupiscible. Este carro irá bien dirigido
cuando su conductor (parte racional) domine y controle a los caballos que tiran del
mismo (partes irascible y concupiscible).
Hay que ver este mito como una metáfora de la vida humana. Nuestra vida irá bien si
nuestra racionalidad se impone a la irascibilidad y la concupiscencia, y mal si son
cualquiera de estas las que nos dirigen. El hecho de que el carro sea alado resulta muy
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ilustrativo en este sentido: Las alas sirven para que el carro pueda elevarse y esta
elevación representa el ascenso hacia el conocimiento que se produce cuando la razón
pasa de lo sensible (aparente) a lo inteligible (verdadero). Dicha elevación solo es
posible si la razón se impone a las pasiones (tanto las nobles, propias de la parte
irascible, como las bajas, propias de la parte concupiscible) y es nuestra principal guía.

Hemos visto como por analogía con la teoría política se ha podido determinar cuál
es la configuración del hombre ideal (aquel en el que su naturaleza racional domina a
la irascible y concupiscible), pero si seguimos estableciendo analogías entre el campo
ético y el político también observaremos conclusiones interesantes y muy fáciles de
entender ¿Qué partes del alma destacarán en gobernantes, guerreros y artesanos?
Pues en el caso de los gobernantes será la parte racional, en los guerreros la
irascible y en los artesanos la concupiscible. Los gobernantes, como ya se dijo, debían
ser los más sabios entre los ciudadanos, es decir, los más racionales. En el caso de los
guerreros, la educación sacaría a la luz su naturaleza irascible que los convierte en los
más aptos para el desempeño de sus funciones. Finalmente, los artesanos, por ser los
más apegados a lo sensible, tendrán una naturaleza primordialmente concupiscible y por
ello estarán cercanos a lo material (en su vida y en el desempeño de sus funciones).

Para Platón, aunque un individuo puede estar naturalmente más cercano a su parte
racional que otro (por ejemplo), es la educación lo que potenciará realmente esa parte
que en él destaca, pudiéndole llegar a convertir a la larga en un sabio con grandes
responsabilidades políticas en la sociedad (el gobernante o Filósofo-rey del que habla
Platón). La educación, por tanto, es lo que conseguirá desarrollar las virtudes
propias de los hombres y como sabemos que cada hombre posee una naturaleza
particular, más racional, más irascible o más concupiscible según el caso, las virtudes
que se desarrollen en ellos también serán particulares: la sabiduría o prudencia en

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el caso del hombre esencialmente racional (que será el gobernante de la ciudad ideal
platónica); el valor o coraje en el hombre irascible (que será el guerrero); y la
moderación o templanza en el caso del hombre concupiscible (que será el artesano).

Estas tres virtudes, sabiduría, valor y moderación, están reguladas por esa virtud
más elevada de todas que regulaba también el orden de la sociedad: la Justicia. La
Justicia es la virtud gracias a la cual la sabiduría (o prudencia) se impone al valor
(o coraje) y a la moderación (o templanza), regulándolas, haciendo que el individuo
obre racionalmente siempre del mejor modo posible. Un guerrero valiente es muy
valioso, pero si su valor no está sometido a los dictámenes de la razón obrará mal. Por
ejemplo, lanzándose imprudentemente contra un enemigo y poniendo en peligro a los
demás por no haberlo hecho en el momento oportuno. El valor, así como la moderación,
deben estar controlados por la sabiduría ya que en todo se debe obrar prudentemente si
es que se quiere obrar bien. La Justicia es, por tanto, la virtud suprema que
establece la armonía en el hombre, imponiendo los límites y proporción en cada una
de las virtudes propias de cada aspecto de su ser, elevándolas a su máxima potencia.

Y de esta manera se cierra el círculo: El acceso o no al verdadero conocimiento


(conocimiento de las Ideas) en mayor o menor grado es lo que determina el ser humano
que somos, la virtud que en nosotros destaca y el lugar que debemos ocupar en la
sociedad. Si todo se ordena en función de dicho conocimiento, todo estará en orden,
proporción y armonía, es decir, orientado hacia el Bien.

6. EL MITO DE LA CAVERNA

(Aquí encontramos la explicación de lo expuesto en el Libro VII, en el “Mito de la


caverna”. Importante porque es una posible temática del texto a comentar)

En el libro VII de “La República”, Platón presenta el mito de la caverna, sin duda, su
mito más importante y conocido. El autor comienza diciendo expresamente que el mito
quiere ser una metáfora “de nuestra naturaleza respecto de su educación y de su falta de
educación”, o lo que es lo mismo: respecto de su alto o bajo nivel de conocimiento. Pero
tiene también claras implicaciones en otros dominios de la filosofía como la ontología
(veremos de nuevo la separación de los dos mundos), la antropología e incluso la

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política y la ética que acabamos de ver en el apartado anterior.
Pero lo primero que debemos hacer es ver qué es lo que dice el mito:

- Descripción de la situación de los prisioneros en la caverna: Platón pide al lector


que imagine a los hombres como unos prisioneros que habitan una caverna subterránea.
Estos prisioneros desde niños están encadenados e inmóviles de tal modo que sólo
pueden mirar y ver el fondo de la estancia. Detrás de ellos y en un plano más elevado
hay un fuego que la ilumina; entre el fuego y los prisioneros hay un camino más alto al
borde del cual se encuentra una pared o tabique, como el biombo que los titiriteros
levantan delante del público para mostrar, por encima de él, los muñecos. Por el camino
desfilan unos individuos, algunos de los cuales hablan, portando unas esculturas que
representan distintos objetos: unos figuras de animales, otros de árboles y objetos
artificiales, etc. Dado que entre los individuos que pasean por el camino y los
prisioneros se encuentra la pared, sobre el fondo sólo se proyectan las sombras de los
objetos portados por dichos individuos. En esta situación, los prisioneros creerían que
las sombras que ven y el eco de las voces que oyen son la realidad.

- Descripción de la liberación de las cadenas por parte de un prisionero:


Supongamos, dice Platón, que a uno de los prisioneros le liberásemos y obligásemos a
levantarse, volverse hacia la luz y mirar hacia el otro lado de la caverna. El prisionero
sería incapaz de percibir las cosas cuyas sombras había visto antes. Se encontraría
confuso y creería que las sombras que antes percibía son más verdaderas o reales que
las cosas que ahora ve. Si se le forzara a mirar hacia la luz misma le dolerían los ojos y
trataría de volver su mirada hacia los objetos antes percibidos.

Por otro lado, si se le arrastrara a la fuerza hacia el exterior sentiría dolor y,


acostumbrado a la oscuridad, no podría percibir nada. En el mundo exterior le sería más
fácil mirar primero las sombras, después los reflejos de los hombres y de los objetos en
el agua, luego los hombres y los objetos mismos. A continuación contemplaría de noche
lo que hay en el cielo y la luz de los astros y la luna. Finalmente percibiría el Sol, pero
no en imágenes, sino en sí y por sí. Después de esto concluiría, con respecto al Sol, que
es lo que produce las estaciones y los años, que gobierna todo en el ámbito visible y que

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de algún modo es causa de las cosas que ellos habían visto. Al recordar su antigua
morada, la ignorancia allí existente y a sus compañeros de cautiverio, los compadecería.

- Descripción del regreso al interior de la caverna: El prisionero liberado ha visto la


verdad fuera de la caverna y regresa para liberar a sus antiguos compañeros de
cautiverio. Si descendiera y ocupara de nuevo su asiento, por estar ahora acostumbrado
a la luz, no distinguiría las sombras y sería incapaz de ver lo que los prisioneros que
nunca han salido ven con facilidad. Por ello dichos prisioneros se reirían de él y dirían
que por haber subido hasta lo alto se le han estropeado los ojos y que no vale la pena
marchar hacia arriba. Si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, dice Platón, se
burlarían de él y lo perseguirían hasta darle muerte.

- Interpretación del “mito de la caverna”

El papel que da Platón a los dos escenarios del mito resulta evidente: El interior de
la caverna se corresponde con la realidad sensible, mientras que el exterior de la
caverna es la realidad inteligible. En el interior de la caverna solo vemos sombras y
apariencias, mientras que la verdad está fuera de la misma, iluminada por el Sol (Bien).

También cabe destacar los dos caminos descritos en el mito: El primero de ascenso
o salida de la caverna. Este se corresponde con el ascenso hacia el verdadero
conocimiento, el conocimiento de las Ideas. En dicho camino el hombre se eleva
desde las sombras y apariencias hasta el verdadero conocimiento que acabará en la
captación de la Idea del Bien (el Sol del exterior de la caverna). El segundo camino
descrito es el del regreso hasta el interior de la caverna. El hombre que capta lo
que es el Bien lo tiene que llevar a cabo (si se sabe lo que es el Bien no se puede obrar
mal) y por eso desciende a la caverna para liberar al resto de prisioneros que siguen
encadenados. Nótese como Platón describe en ambos momentos la dificultad de
emprender dichos caminos: al ascender nos costaría reconocer la verdad y
creeríamos que era más verdadero lo que veíamos cuando estábamos encadenados; al
descender nos encontraremos con la oposición de quienes no han visto la verdad y
creen que el salir al exterior nos ha “cegado”, persiguiéndonos y matándonos por
querer conducirlos hacia dicho exterior.

Por último, el hombre que sale de la caverna es el sabio que alcanza el verdadero
conocimiento del Bien y que, como tal, se ve obligado moralmente a llevarlo a cabo
(“para hacer el Bien hay que conocerlo y si se conoce no se puede hacer otra cosa que
llevarlo a la práctica”). Este es el hombre justo (en el terreno privado) que debe
gobernar y llevar el bien a la sociedad (en el terreno público), porque solo él y los
que como él alcancen el “exterior de la caverna” (ámbito inteligible) han conocido el
Bien y pueden guiar a los demás hombres hacia él (lo que en el mito se traduce como
liberarlos de las cadenas, cadenas que representan metafóricamente la ignorancia).

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