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INTRODUCCIÓN
Ahora bien ¿en qué lugar deja todo esto a la teoría ontológica (realidad) y epistémica
(conocimiento) de Platón? Es decir, si su pensamiento busca sobre todo una reforma
ética y política de la Atenas de su tiempo ¿para qué hablar de realidad y
conocimiento? Pues porque sencillamente es imposible comprender una cosa sin la
otra. Para Platón, es el conocimiento de la Verdad y el Bien lo único que nos puede
conducir a llevar estas ideas a cabo. Sin conocimiento no hay acción. Y en esto,
Platón es totalmente deudor de Sócrates.
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1. LA HERENCIA SOCRÁTICA
Sócrates defendía que todo lo que se puede hacer posee un arte, es decir, un
conocimiento que nos lleva a hacer algo como debe hacerse. Todo en esta vida se puede
hacer bien o mal ¿quién lleva, pues, a cabo una buena acción en el ámbito que sea?
El que sabe cómo llevarla a cabo. Poniendo un ejemplo simple, pero directo: ¿Quién
hará buen pan? Pues el que sepa cómo hacer bien el pan. Sin conocimiento no se
domina la práctica. Si no sabes cómo hacer pan, más que probablemente no harás un
buen pan.
Esto será compartido al 100% por Platón, pero tomará una nueva dirección en el
discípulo de Sócrates. Como veremos en posteriores epígrafes, las esencias no son
algo solo relevante en el ámbito del conocimiento, sino también en el plano
ontológico, es decir, en el plano de la realidad. Esas esencias (“definiciones
universales” para Sócrates) serán llamadas por Platón Ideas y esas Ideas no son solo
la causa del verdadero conocimiento (que también), sino que serán la causa y
fundamento de que las cosas mismas existan, de que nuestra realidad física y terrenal
exista.
A partir de lo sostenido por Sócrates, Platón desarrolla su propia filosofía. Platón está
de acuerdo, como hemos visto, en el intelectualismo moral socrático y la necesidad
de ir más allá de las opiniones para alcanzar el verdadero conocimiento. La cuestión
ahora es ¿por qué resulta tan difícil acceder a dicho conocimiento verdadero? Es
decir ¿por qué los hombres tienen opiniones inexactas y les resulta tan difícil acceder a
la verdad sobre cualquier asunto? La respuesta la encontramos en su Teoría de las Ideas
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y de forma rápida podríamos decir que la causa es que el conocimiento verdadero que
se nos escapa “habita” en un mundo distinto al que vemos con nuestros ojos.
Expliquemos esto:
La conclusión de Platón es, pues: mientras que las cosas que forman parte de este
mundo (mundo sensible) cambian, degeneran o se corrompen, las Ideas (que forman
parte del mundo inteligible) son inmutables e incorruptibles: es decir, son perfectas y
eternas. La primera forma de realidad, constituida por las Ideas, representaría el
verdadero ser, mientras que de la segunda forma de realidad, las realidades
materiales o "cosas", hallándose en un constante devenir, cambio y corrupción, nunca
podrá decirse de ellas que verdaderamente “son”, ya que en algún momento "dejarán de
ser". Las cosas físicas son meras apariencias y el verdadero mundo es el que está
constituido por las Ideas. Por ello, sólo la Idea es susceptible de un verdadero
conocimiento o "episteme", mientras que la realidad sensible, las cosas, sólo son
susceptibles de opinión o "doxa". Por seguir con el ejemplo anterior: mientras
busquemos la Belleza entre la cosas materiales solo alcanzaremos una opinión de lo que
es la belleza (ya que esta es una belleza mundana, temporal y parcial) y nunca el
verdadero conocimiento de la Idea de Belleza.
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Vemos, pues, como de la Teoría de las Ideas platónica se deriva un marcado
dualismo ontológico, es decir, una separación de la realidad en dos ámbitos
claramente diferenciados: Una realidad inteligible, llamada también mundo o ámbito
inteligible y una realidad sensible, ámbito o mundo visible. Veamos con algo más de
detenimiento las características de cada uno de estos ámbitos:
- Lo inteligible:
Las Ideas, para Platón, tienen existencia independiente, más allá de que las pensemos o
no. Puede resultar curioso y extraño en un principio, pero lo que Platón quiere decir es
que las Ideas existen con anterioridad al haber sido pensadas (existen en ese otro
plano verdadero y real que es el Mundo Inteligible) y que, de hecho, son ellas las que
producen el efecto de que existan aquí las cosas y hechos que se derivan de dichas
Ideas (la belleza que apreciamos en los entes físicos proviene de la Idea de Belleza), ya
que las cosas no son más que copias de la verdadera realidad que es la Idea. Sin la
existencia de la Idea no habría realidad física tal y como la conocemos.
El mundo inteligible está lleno de Ideas. Cada ser, ente, objeto o concepto manejado
en este mundo tiene su correlato en la realidad inteligible en forma de Idea. En el
mundo inteligible “conviven” ideas distintas y variopintas (las de amor, lápiz, perro,
política… es decir, todas las cosas que nombramos) y todas ellas, más concretas o
abstractas, poseen su esencia en forma de Idea.
Pero no debemos obviar que para Platón existe una gradación jerárquica entre
dichas Ideas, ya que esto es de vital importancia sobre todo en lo que respecta a la Idea
de Bien: 1) En el lugar más elevado está la Idea de Bien, la más importante y aquella
que gobierna a todas las demás (de hecho, Platón la definirá como realidad suprema que
está por encima del resto de Ideas); 2) Después estarán las Ideas de corte superior
Belleza y Verdad, que seguirán de cerca a la Idea de Bien al tener una naturaleza casi
tan noble y pura como esta; 3) Tras estas irían la Ideas fundamentales como las de
unidad, multiplicidad, ser, no ser...; 4) A continuación las Ideas matemáticas; 5) Y
finalmente el resto de Ideas, modelos arquetípicos de los objetos sensibles, estas, por
motivos obvios, se colocarán en el último escalafón en importancia.
Ahora bien, cabe preguntarse: ¿por qué esa importancia de la Idea de Bien? ¿Por qué es
la Idea de Bien la que corona el ámbito inteligible? Pues porque todas las demás Ideas
dependen del Bien: no queremos conocer la Justicia, la Belleza y el Amor más que en
su “buen” sentido, es decir, en sentido pleno; queremos conocer la “buena Justicia”, la
“buena Belleza”, el “buen Amor”… Queremos conocer cada idea o concepto
plenamente, es decir, “bien”, porque eso es lo que constituiría un verdadero
conocimiento (tener un falso o “mal” conocimiento es, como ya se ha dicho, quedarnos
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en el camino de la “doxa”, de la opinión, creyendo que lo que vemos en este mundo
sensible es la Verdad con mayúsculas). Así, vemos que la Idea de Bien destaca sobre
las demás porque, en última instancia, todas dependen de ella.
Pero, como venimos diciendo, las Ideas no solo son la causa de la verdad en el
conocimiento, sino la causa misma de que las cosas de las que son reflejos, existan.
Es decir, que todas las Ideas dependen de la Idea de Bien para conocer su verdad y
plenitud, pero que también dependen de ella en el plano ontológico o plano de la
existencia. Esto llevó a Platón a afirmar en su "alegoría del Sol" que, del mismo modo
que en el ámbito de lo visible el Sol es la causa de que haya luz gracias a la cual
podemos ver y de que los propios seres puedan existir (no podemos pensar en el Sol
simplemente como una estrella que nos ilumina, gracias al Sol hay vida y existencia en
nuestra Tierra), en el ámbito inteligible es el Bien el que permite no solo conocer el
resto de Ideas, sino que estas mismas existan. Tanto es así que Platón llegará a decir
que el Bien no es propiamente una Idea, sino algo más elevado ("en dignidad y
potencia", dice textualmente) que las propias Ideas, una realidad suprema. Y es una
realidad suprema porque del Bien surgen todas las Ideas y de estas surgen las cosas del
ámbito sensible. Por tanto, todo surge y depende directa o indirectamente del Bien.
- Lo sensible:
3. LA TEORÍA ANTROPOLÓGICA
Para Platón, pues, como hemos indicado, la realidad se escinde en dos: ámbito,
realidad o mundo inteligible y ámbito, realidad o mundo sensible. Al primero lo
considera la verdadera realidad y al segundo la realidad aparente. Ahora bien, es
un hecho que nuestra vida se desarrolla en este mundo que Platón considera
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aparente, con lo que cabe preguntarse ¿Es posible alcanzar ese mundo verdadero
de las Ideas o, al estar atrapados en esta realidad sensible, dichas Ideas nos
resultan incognoscibles? Platón salvará esta cuestión con su idea de hombre, con su
concepción antropológica: El hombre es un conjunto formado por cuerpo y alma. El
cuerpo es nuestra parte sensible y el alma la inteligible. De este modo el hombre
pertenece a los dos mundos, teniendo así una conexión con el mundo inteligible que
le permitirá dar ese paso hacia el conocimiento verdadero, el de las Ideas. Esto tiene
bastante sentido si entendemos que "inteligir" es pensar y el pensamiento es un atributo
propio del alma y no del cuerpo (el pensamiento es inmaterial). El pensamiento (bien
dirigido, analítico, como ya señaló Sócrates) o intelección nos puede elevar al ámbito
inteligible y hacernos captar las Ideas verdaderas.
Cómo debemos dar ese “paso” hacia dicho conocimiento verdadero es algo que veremos
en el apartado siguiente, dedicado a la teoría del conocimiento platónica, pero hay algo
que sí que tenemos que aclarar: la concepción del cuerpo como “cárcel del alma”.
Para Platón, y en consonancia con el resto de su dualismo, la parte elevada del
hombre es el alma (por pertenecer al ámbito inteligible), mientras que la parte más
pobre de nuestro ser es el cuerpo (ámbito sensible). El alma humana queda
encerrada en el cuerpo al unirse a este y conformar el hombre particular. Esta
unión es la que nos dificulta el conocimiento de las verdaderas esencias ¿Por qué?
Pues porque el cuerpo pertenece enteramente al ámbito sensible y está apegado a
las cosas físicas, a las apariencias, las cuales capta a través de ese instrumento
defectuoso que son los sentidos; también nos empuja a las pasiones debido a los bajos
instintos; es él mismo físico (el cuerpo, se entiende) y, por tanto, meramente temporal y
aparente, etc. Toda la teoría del conocimiento platónica estará encaminada a la
purificación del alma por medio del conocimiento verdadero. Lo que se busca con
dicho conocimiento es que el alma se libere de esa “cárcel” que es el cuerpo, porque
solo entonces estaremos en disposición de alcanzar el conocimiento de la Idea,
separado por completo de las apariencias de este ámbito sensible.
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apariencias de los verdaderos objetos de conocimiento que son las Ideas. De esta forma,
al percibir solo apariencias durante su unión con el cuerpo, el alma acaba
olvidando lo que sabía en un principio. Es por eso que el alma debe recordar las
Ideas que poseía antes de la unión con esa parte corruptible, finita y degenerativa
que es el cuerpo.
Ahora bien, cabe plantearse en este momento la siguiente pregunta ¿De qué forma
debemos o podemos recordar dichas ideas verdaderas? Es decir, sabemos que para
conocer debemos recordar las ideas verdaderas que ya poseo, pero ¿Cómo puedo
hacerlo? Pues bien, a la teoría de la reminiscencia le seguirá la explicación ofrecida
en la República, donde encontramos la exposición de una nueva teoría: la dialéctica,
que será mantenida por Platón como la explicación definitiva del conocimiento, la
explicación acerca de cómo podemos recordar la verdad que nuestra alma conocía
antes de su unión con el cuerpo.
- La dialéctica platónica
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(Aquí encontramos la explicación de lo expuesto en el Libro VI, en el “Símil de la
línea”. Importante porque es una posible temática del texto a comentar)
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5. LA TEORÍA ÉTICA Y POLÍTICA PLATÓNICA
Al principio del tema señalamos que Platón perseguía un fin práctico con su filosofía.
Lo que él quería como pensador era sentar las bases teóricas para cambiar la sociedad
de su tiempo. Al partir del mismo punto que Sócrates, es decir, que para llevar algo a la
práctica correctamente se debe saber cómo ha de llevarse a cabo dicha tarea, se hacía
indispensable hablar del conocimiento. Una vez expuesto todo lo relativo a su parte
teórica (teorías sobre la realidad, la naturaleza humana, el conocimiento…) nos queda
ahora abordar la parte práctica de su pensamiento, donde el objetivo será
describir en qué consiste una sociedad y hombre justos.
El objetivo ahora será la Justicia debido a que nos centraremos en un aspecto del
Bien, su reflejo en la vida práctica. Consideramos una sociedad en concreto una “buena
sociedad” cuando se trata de una “sociedad justa”, es decir, que es buena para todos los
que la integran. Del mismo modo el “buen hombre” es el “hombre justo” que toma
buenas decisiones en cada situación particular.
Como vemos, la Justicia (que es una sola Idea en el ámbito inteligible) la podemos
encontrar tanto en lo colectivo, en la sociedad, como en lo individual, en el hombre,
pero Platón dirá que es más fácil verla en el todo (sociedad) que en la parte
(hombre) y que por ello es mejor buscarla primero en el Estado para después, por
analogía, aplicar la misma definición al hombre.
- La sociedad ideal
Como no hay ninguna sociedad conocida de la que realmente podamos decir que sea
completamente justa (recordemos que toda sociedad existente se da aquí, en el ámbito
sensible, siendo por tanto imperfecta como todo lo que compone dicho ámbito), Platón
propone que diseñemos una sociedad ideal: siendo la sociedad planteada una
sociedad perfecta, no podrá carecer de ninguna perfección y deberemos encontrar en
ella la Justicia (la verdadera Idea de Justicia) en un sentido pleno.
Dado que la sociedad existe para satisfacer las necesidades de los hombres y ya que
éstos no son independientes unos de otros ni autosuficientes para abastecerse, lo
primero que define a la sociedad es que esta es un conjunto de individuos los cuales
se ocuparán según su especialidad de una tarea determinada que contribuya al
conjunto. Así, dirá Platón, la sociedad se divide en tres clases sociales básicas: los
artesanos, encargados de proporcionar los bienes materiales necesarios para la
subsistencia; los guerreros, encargados de hacer que se cumplan las leyes y proteger a
los ciudadanos; y los gobernantes, encargados de dirigir la sociedad de la mejor forma.
Una vez definidas las clases sociales, Platón afirmará que para que tal sociedad
pueda ser considerada una sociedad justa, es decir, buena para todos sus integrantes,
es necesario que dicha sociedad esté ordenada. Que la sociedad esté ordenada quiere
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decir que siga un orden en el que cada cual ocupe el lugar que le corresponda. Una
sociedad justa es una sociedad que funciona bien y una sociedad solo funciona bien si
está ordenada. Imaginemos una sociedad cualquiera en la que repartiésemos los roles al
azar y no en función de la preparación y especialización de los individuos. Es decir,
imaginemos que a los artesanos los ponemos a gobernar, a los guerreros a producir y a
los gobernantes a guerrear ¿Cómo funcionaría dicha sociedad? Parece a primera vista
que no demasiado bien. La sociedad que se pretenda justa, es decir, que pretenda
actuar bien en todos sus ámbitos, debe ser una sociedad ordenada en la que cada
miembro de la misma ocupe el lugar que debe.
Ahora bien, la pregunta que cabría hacerle ahora a Platón es ¿qué es lo que determina
qué lugar debe ocupar cada individuo en la sociedad? es decir ¿cómo podemos saber a
qué clase social pertenece cada individuo? Y la respuesta es: el conocimiento.
GOBERNANTES
GUERREROS
ARTESANOS
Para la pregunta de por qué son aquellos que tienen más conocimiento los que
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deben gobernar (la figura del Filósofo-rey platónica) tenemos una respuesta sencilla:
Platón defiende que solo el que conoce el Bien puede hacerlo, y el conocimiento del
Bien es el más elevado de todos, aquel al que solo acceden los más sabios. Si queremos
una sociedad justa que esté guiada hacia el Bien, es necesario que quienes guíen a
dicha sociedad, los gobernantes, sean aquellos que conozcan en qué consiste ese
Bien para poder dirigirla hacia el mismo, y, como decimos, esto solo pueden hacerlo
los más sabios.
- El hombre justo
Hemos visto que la Justicia en la sociedad ideal consistía en el orden social, es decir, en
que cada ciudadano ocupe el lugar que tiene que ocupar, desempeñando la función para
la cual está preparado. La cuestión ahora es: ¿puede esta definición encajar en el
hombre de alguna manera? Y la respuesta es sí. Platón establece una comparación
entre la naturaleza del Estado y la naturaleza humana: del mismo modo que en el
Estado encontramos tres clases sociales, encontramos en el hombre tres partes en
las que se divide su alma: racional, irascible y concupiscible.
La parte racional del alma es la que está dedicada al acto de inteligir, pensar, y es la
que nos acerca al conocimiento de las Ideas (verdadera sabiduría) si está bien dirigida;
se ubica en la cabeza. La parte irascible es la que representa la voluntad y el coraje
humanos (la que nos acerca a las pasiones nobles, según Platón); se sitúa en el pecho.
Finalmente, la parte concupiscible es la parte apetitiva del hombre, la que nos acerca
al deseo y los instintos (que también llama bajas pasiones el filósofo griego); se
encuentra localizada en el bajo vientre.
Esta teoría sobre la naturaleza tripartita del alma es expuesta por el filósofo ateniense en
su famoso "mito del carro alado". En él se nos cuenta que el alma humana es como un
carro tirado por dos caballos, uno blanco, bueno y obediente, y otro negro, malo y
desobediente. El conductor del carro o auriga representa a la parte racional, el caballo
blanco la parte irascible y el caballo negro la concupiscible. Este carro irá bien dirigido
cuando su conductor (parte racional) domine y controle a los caballos que tiran del
mismo (partes irascible y concupiscible).
Hay que ver este mito como una metáfora de la vida humana. Nuestra vida irá bien si
nuestra racionalidad se impone a la irascibilidad y la concupiscencia, y mal si son
cualquiera de estas las que nos dirigen. El hecho de que el carro sea alado resulta muy
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ilustrativo en este sentido: Las alas sirven para que el carro pueda elevarse y esta
elevación representa el ascenso hacia el conocimiento que se produce cuando la razón
pasa de lo sensible (aparente) a lo inteligible (verdadero). Dicha elevación solo es
posible si la razón se impone a las pasiones (tanto las nobles, propias de la parte
irascible, como las bajas, propias de la parte concupiscible) y es nuestra principal guía.
Hemos visto como por analogía con la teoría política se ha podido determinar cuál
es la configuración del hombre ideal (aquel en el que su naturaleza racional domina a
la irascible y concupiscible), pero si seguimos estableciendo analogías entre el campo
ético y el político también observaremos conclusiones interesantes y muy fáciles de
entender ¿Qué partes del alma destacarán en gobernantes, guerreros y artesanos?
Pues en el caso de los gobernantes será la parte racional, en los guerreros la
irascible y en los artesanos la concupiscible. Los gobernantes, como ya se dijo, debían
ser los más sabios entre los ciudadanos, es decir, los más racionales. En el caso de los
guerreros, la educación sacaría a la luz su naturaleza irascible que los convierte en los
más aptos para el desempeño de sus funciones. Finalmente, los artesanos, por ser los
más apegados a lo sensible, tendrán una naturaleza primordialmente concupiscible y por
ello estarán cercanos a lo material (en su vida y en el desempeño de sus funciones).
Para Platón, aunque un individuo puede estar naturalmente más cercano a su parte
racional que otro (por ejemplo), es la educación lo que potenciará realmente esa parte
que en él destaca, pudiéndole llegar a convertir a la larga en un sabio con grandes
responsabilidades políticas en la sociedad (el gobernante o Filósofo-rey del que habla
Platón). La educación, por tanto, es lo que conseguirá desarrollar las virtudes
propias de los hombres y como sabemos que cada hombre posee una naturaleza
particular, más racional, más irascible o más concupiscible según el caso, las virtudes
que se desarrollen en ellos también serán particulares: la sabiduría o prudencia en
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el caso del hombre esencialmente racional (que será el gobernante de la ciudad ideal
platónica); el valor o coraje en el hombre irascible (que será el guerrero); y la
moderación o templanza en el caso del hombre concupiscible (que será el artesano).
Estas tres virtudes, sabiduría, valor y moderación, están reguladas por esa virtud
más elevada de todas que regulaba también el orden de la sociedad: la Justicia. La
Justicia es la virtud gracias a la cual la sabiduría (o prudencia) se impone al valor
(o coraje) y a la moderación (o templanza), regulándolas, haciendo que el individuo
obre racionalmente siempre del mejor modo posible. Un guerrero valiente es muy
valioso, pero si su valor no está sometido a los dictámenes de la razón obrará mal. Por
ejemplo, lanzándose imprudentemente contra un enemigo y poniendo en peligro a los
demás por no haberlo hecho en el momento oportuno. El valor, así como la moderación,
deben estar controlados por la sabiduría ya que en todo se debe obrar prudentemente si
es que se quiere obrar bien. La Justicia es, por tanto, la virtud suprema que
establece la armonía en el hombre, imponiendo los límites y proporción en cada una
de las virtudes propias de cada aspecto de su ser, elevándolas a su máxima potencia.
6. EL MITO DE LA CAVERNA
En el libro VII de “La República”, Platón presenta el mito de la caverna, sin duda, su
mito más importante y conocido. El autor comienza diciendo expresamente que el mito
quiere ser una metáfora “de nuestra naturaleza respecto de su educación y de su falta de
educación”, o lo que es lo mismo: respecto de su alto o bajo nivel de conocimiento. Pero
tiene también claras implicaciones en otros dominios de la filosofía como la ontología
(veremos de nuevo la separación de los dos mundos), la antropología e incluso la
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política y la ética que acabamos de ver en el apartado anterior.
Pero lo primero que debemos hacer es ver qué es lo que dice el mito:
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de algún modo es causa de las cosas que ellos habían visto. Al recordar su antigua
morada, la ignorancia allí existente y a sus compañeros de cautiverio, los compadecería.
El papel que da Platón a los dos escenarios del mito resulta evidente: El interior de
la caverna se corresponde con la realidad sensible, mientras que el exterior de la
caverna es la realidad inteligible. En el interior de la caverna solo vemos sombras y
apariencias, mientras que la verdad está fuera de la misma, iluminada por el Sol (Bien).
También cabe destacar los dos caminos descritos en el mito: El primero de ascenso
o salida de la caverna. Este se corresponde con el ascenso hacia el verdadero
conocimiento, el conocimiento de las Ideas. En dicho camino el hombre se eleva
desde las sombras y apariencias hasta el verdadero conocimiento que acabará en la
captación de la Idea del Bien (el Sol del exterior de la caverna). El segundo camino
descrito es el del regreso hasta el interior de la caverna. El hombre que capta lo
que es el Bien lo tiene que llevar a cabo (si se sabe lo que es el Bien no se puede obrar
mal) y por eso desciende a la caverna para liberar al resto de prisioneros que siguen
encadenados. Nótese como Platón describe en ambos momentos la dificultad de
emprender dichos caminos: al ascender nos costaría reconocer la verdad y
creeríamos que era más verdadero lo que veíamos cuando estábamos encadenados; al
descender nos encontraremos con la oposición de quienes no han visto la verdad y
creen que el salir al exterior nos ha “cegado”, persiguiéndonos y matándonos por
querer conducirlos hacia dicho exterior.
Por último, el hombre que sale de la caverna es el sabio que alcanza el verdadero
conocimiento del Bien y que, como tal, se ve obligado moralmente a llevarlo a cabo
(“para hacer el Bien hay que conocerlo y si se conoce no se puede hacer otra cosa que
llevarlo a la práctica”). Este es el hombre justo (en el terreno privado) que debe
gobernar y llevar el bien a la sociedad (en el terreno público), porque solo él y los
que como él alcancen el “exterior de la caverna” (ámbito inteligible) han conocido el
Bien y pueden guiar a los demás hombres hacia él (lo que en el mito se traduce como
liberarlos de las cadenas, cadenas que representan metafóricamente la ignorancia).
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