Вы находитесь на странице: 1из 4

Jaeger, W. (1952). La teología de los primeros filósofos griegos. FCE, México.

En el capítulo sobre Heráclito, el autor señala que a fines del siglo VI y


principios del V hubo “un renacimiento general del espíritu religioso entre los
griegos” (p. 111).

“Heráclito es el creador de un nuevo estilo filosófico enormemente eficaz


por lo incisivo y por su potencia lapidaria de formulación” (p. 113). Jaeger afirma
que “con excepción de los pasajes iniciales no poseemos trozos extensos de su
libro, sino sólo frases aisladas” (p. 113).

“El comienzo de la obra, aún conservado por fortuna, nos habla de la


“palabra” que proclama el filósofo, el logos. Los hombres no aciertan en
comprenderlo, aunque es eterno” (p. 114). Esta palabra no es simplemente como la
de cualquier otro hombre, “sino una palabra que expresa una eterna verdad y
realidad y por consiguiente es eterna ella misma” (p. 114). “Este no es el lenguaje
de un maestro ni de un intelectual, sino el de un profeta que trata de arrancar a los
hombres de su sopor” (p. 114). Para Heráclito, “lo que los demás hombres llaman
“estar despierto, (…) está tan en absoluto desprovisto de toda conciencia intelectual
de la forma en que se suceden realmente las cosas, que con dificultad se lo puede
distinguir del estar dormido” (p.114).

Ahora bien, Jaeger entiende que “no es la voluntad de un dios lo que


proclama Heráclito, sino antes bien un principio de acuerdo con el cual ocurren
todas las cosas. Heráclito es el profeta de una verdad de la que tiene conocimiento
intelectual, pero esta verdad no es puramente teorética” (p. 115). Esto implica que
“sus enseñanzas pretenden influir también en la conducta práctica de los hombres”
(p. 115), puesto que “define a la sabiduría como un hablar y obrar de acuerdo con
la verdad” (p. 115). “Heráclito es el primer pensador que no sólo desea conocer la
verdad, sino además sostiene que este conocimiento renovará la vida de los
hombres” (p. 115), porque “espera hacerles capaces de dirigir sus vidas plenamente
despiertos y conscientes del logos de acuerdo con el cual ocurren todas las cosas”
(p. 115).

Para Heráclito, “los que están despiertos tienen un cosmos en común,


mientras que cada uno de los que yacen en sopor (…) tienen su propio cosmos” (p.
116); de lo cual se extrae un conclusión práctica: “Necesitamos, por ende, seguir lo
que es común” (fr. 2). Según Jaeger, “el pensamiento autoemancipador del filósofo
(…) es para Heráclito el lazo con el que estos mismos individuos pueden quedar
ligados en una nueva comunidad” (p. 116-17). De este modo, “el contenido del
logos sería ético y político por su carácter; (…) como lo prueba el repetido insistir en
su ser algo común” (p. 117). Jaeger afirma que “Heráclito es realmente el primer
hombre que abordó el problema del pensamiento filosófico poniendo la vista en su
función social. El logos no es sólo lo universal (…), sino también lo común” (p. 117).

En el fr. 114 aparece la idea de “ley”. Jaeger explica que “el término no se
usa en su simple sentido político, sino que se ha extendido hasta cubrir la
naturaleza propia de la realidad misma” (p. 117). “Lo que es nuevo en Heráclito es
la forma en que todo este simbolismo jurídico se resume en el concepto de una
sola ley cósmica gobernadora de todo” (p. 118). Si bien Heráclito la denomina “ley
divina”, éste “no encuentra lo Divino en lo eterno, lo imperecedero y lo
omnipotente tan sólo; por el contrario, conecta esta idea exactamente con (…) el
proceso de la naturaleza” (p. 118).

“Podemos suponer que el libro de Heráclito, que empezaba con la idea de


logos, procedía inmediatamente a definir al logos con más precisión como aquello
que es común a todos y como el conocimiento de la ley divina” (p. 118). El sabio
lleva a cabo el llamado a los hombres a despertar y obrar según los mandatos de
esta ley divina. Así, “la ley divina de Heráclito es algo auténticamente normativo. Es
la más alta norma del proceso cósmico y la cosa que le da a este proceso su
significación y valor” (p. 118).

Jaeger recurre a Diógenes Laercio, quien “refiere que la obra de Heráclito


estaba unificada por el tema de la teoría de la naturaleza, (…) sin embargo, (…)
encerraba “consideraciones” sobre tres asuntos, sobre el universo, sobre política y
sobre teología” (p. 118). Por este motivo, Jaeger señala que la teología de Heráclito
“hay que concebirla como formando con la cosmología un todo indivisible” (p.
119). Otra referencia es la del gramático Diodoto, quien situó la atención en las
relaciones entre los elementos físicos y políticos de la obra de Heráclito; al punto
tal de sostener que “la obra no trata de la naturaleza, sino antes bien del estado y
de la sociedad, y que el elemento físico tiene simplemente una función
paradigmática” (p. 119).

Siendo lo central en el pensamiento de Heráclito la doctrina de la unidad de


los contrarios, Jaeger afirma que “este principio va mucho más allá del reino de la
física y su aplicación a la vida humana casi parece más importante que su papel
dentro de la filosofía natural” (p. 119). Según Jaeger, Heráclito explica el proceso
cósmico “en términos de experiencias esencialmente humanas que cobran con ello
un sentido simbólico” (p. 119). (fr. 53). “La hostilidad y choque de fuerzas contrarias
–una de las grandes experiencias de la vida humana- se encuentra aquí que es el
principio universal que gobierna todos los reinos del ser. La guerra resulta así en
cierta forma la experiencia filosófica primaria de Heráclito” (p. 120). Sin embargo,
para “el hombre se sensibilidad normal no hay nada más horrible que la guerra” (p.
120). Heráclito apunta a revolucionar los hábitos de pensar de esos hombres
”durmientes”. Del mismo modo, Heráclito sugiere que “el hombre puede entrar en
la esfera de lo Divino al hacerse héroes de aquellos que han caído en la guerra” (p.
120) (fr. ¿?).

“El fragmento sobre la guerra también nos muestra cómo se generalizó la


lucha de los contrarios hasta convertirse en el principio supremo del mundo” (p.
120); al punto tal de identificar este principio con Dios mismo (fr. 67). “Esta cosa
única que se afirma permanentemente en medio de la lucha y del cambio es lo que
Heráclito llama Dios” (p. 121).

“La idea de la unidad de los contrarios de Heráclito no puede limitarse en


modo alguno a una sola significación. No podemos ligarla a la contigüidad o la
conexión más que a la tensión, la harmonía o la fusión” (p. 122).

Heráclito concibe al filósofo “como el descifrador de enigmas, como el


hombre que interpreta el sentido oculto de todo cuanto sucede en nuestras vidas y
en el mundo como un todo” (p. 123). De aquí proviene el gusto del “oscuro”
Heráclito por un estilo que recurre a enigmas. “Esta inclinación a lo oracular,
místico y enigmático está de acuerdo con toda su actitud profética” (p. 123). Por lo
cual, “es menester que aparezca en mediador e intérprete” (p. 123).

El principio de la unidad de los opuestos es la clave de apoyo “para su


básica idea de todo lo que ocurre entraña contrarios y que en estos mismos
contrarios se renueva perpetuamente la unidad” (p. 124). Así, “el orden es siempre
reversible” (p. 124).

“La concepción del cosmos como una revelación de la ley divina y única a
que están sujetas todas las cosas y a la que el hombre debe servir de ejecutor (…)
se vuelve para Heráclito el punto de partida de una nueva interpretación del
mundo y de la existencia humana. Heráclito espera conducir a sus prójimos a tomar
la ley sobre sí con plena conciencia, aceptándola heroicamente en cada “palabra y
acción”” (p. 126). “Heráclito no es un hombre de la plaza pública (…): es un
solitario” (p. 126).

Jaeger indica que “las observaciones de Heráclito sobre la relación del


hombre con Dios tratan insistentemente de mantener a Dios libre de todo rasgo
humano” (p. 127).

“En tiempos de Heráclito se decidía ordinariamente por voto mayoritario,


pues la suya es una edad democrática. Mas Heráclito siente que necesita poner
esta norma universal que considera como una expresión del cosmos mismo en
conexión con la idea de que el sumo principio es uno solo, implicada por su
concepción de un solo gobernante divino” (p. 128).

Вам также может понравиться