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Capítulo I
1. INTRODUCCION
Gente hablando con gente
Cuando la gente habla entre sí y pone en circulación sus opiniones en el espacio social, contribuye a la
formación de un tejido social específico, intangible y a la vez aprehensible para casi todos que no está
institucionalizado, que es informal, espontáneo y deliberativo. Ese plano de la vida social constituido por las
opiniones que las personas emiten y circulan entre ellas es llamado opinión pública. A esto le podemos sumar una
definición elaborada por Habermas: la opinión pública se forma a partir de lo que la gente dice cuando habla entre sí
cotidianamente, y esa comunicación está restringida por lo social, las instituciones y la cultura. (¡!!)
Las circunstancias históricas, culturales y políticas de una sociedad determinan los grados de libertad dentro
de los cuales las personas pueden formar opiniones (quienes tienen más influencia o poder seguramente tendrán
opiniones con mayores repercusiones). Se entienden a estas personas formadoras de opinión como la persona
común, el hombre de la calle. Aún así no es la idea caer en la falsa concepción de que la opinión pública es un
agregado de opiniones individuales.
Siempre existieron flujos de mensajes a través de los cuales se trasmite información y espacios públicos
acotados. Con la aparición del papel impreso los mensajes pudieron perdurar y el flujo de los mismos entre los
individuos constituyó un elemento decisivo en el fortalecimiento de la cohesión social y en la producción del cambio
social.
Según Allport los fenómenos que hay que estudiar bajo el nombre de opinión pública son especialmente
modos de comportamiento, siendo consciente de que otras personas están reaccionando ante la misma situación de
un modo semejante. La conversación cotidiana sobre temas públicos, es el más característico de los fenómenos que
generan la especificad de la opinión pública. Hoy en día hay que tener en cuenta que la gente conversando es
también a la vez un “público masivo”.
La irrupción de la prensa
Un aspecto decisivo que incide en las formas en que se desarrolla la opinión pública es el relativo a los
grados de libertad dentro de los cuales puede desenvolverse, además las tecnologías, las relaciones sociales y las
instituciones pueden ser colaboradoras a “destapar” o “taponar” la opinión pública.
En un contexto de relaciones sociales y de instituciones apropiadas, el libro, el diario, los cafés y los salones,
la televisión, Internet, son todos elementos que “destapan” la opinión pública, pues facilita la libre circulación de
opiniones. Restringir la difusión de estos recursos es un claro ejemplo de “taponarla”.
Durante muchos años el teatro ha sido un medio de comunicación crucial que tenía la capacidad de
entretener, emocionar y a la vez informar audiencias lo cual fue transportado al plano masivo con la invención del
cine y posteriormente, con la radio y la televisión. Pero para que el público se construya en masivo y anónimo se
requirió la invención de los medios de prensa masivos. El diario posibilitó la difusión masiva de información sin
necesidad de que exista contacto físico entre emisores y receptores (aún así es importante la comunicación persona
a persona para la formación de la opinión publica), luego aparece la televisión y más tarde internet, donde crece la
diversidad de la oferta de información y crece el consumo de la misma diversificando los públicos masivos.
Algunos autores, como Wolton, definen el espacio público político en términos de tres actores: los políticos,
los periodistas y la opinión pública (manifestada a través de encuestas), poniendo acento en la importancia de la
prensa masiva en el desarrollo de ésta última. En esta última relación queda establecida una asimetría en la
interacción entre emisores masivos y públicos masivos, y una simetría en la interacción entre los individuos que
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forman el público.
Otro de los emergentes significativos en materia de prensa fue la publicidad comercial masiva que retomó el
antiguo elemento de la imagen visual, aplicada primero a la gráfica, y sumó luego la imagen auditiva en la radio y
después en la televisión. La publicidad sigue siendo hasta hoy un canal de formación de opinión no menos decisivo
que la prensa. Y por último el surgimiento de la encuesta que nos permite conocer y determinar cuál es la opinión
pública.
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Podemos concebir entonces a la opinión pública como una napa de tejido social que se sitúa entre el
tejido estructural y la cultura, los valores y las instituciones. Es un tejido cuya materia es la comunicación, que
puede se, más o menos denso, y más o menos permeable, dependiendo de las circunstancias.
El orden social
Sobre la cuestión del orden social podemos citar a Hernández que plantea que la sociedad humana se
compone de individuos que interactúan entre sí dentro de un “sistema organizado de conceptos y objetos que
totalizan el ámbito existencial dentro del cual la vida se desenvuelve”. Podemos decir además que el plano colectivo
es un emergente del plano individual, es decir, las acciones individuales generan efectos colectivos o se orientan
ellas mismas a la formación de actores colectivos, constituyendo la acción colectiva.
La sociología se mueve en dos visiones opuestas acerca de la naturaleza ontológica de los actores sociales: la
visión individualista y la visión colectivista, que postula una existencia autónoma de actores colectivos, supra
individuales. El campo de la opinión pública se encuentra en un área intermedia, no es un fenómeno individual, es
más bien, un producto de la sociedad. La opinión pública no es un fenómeno de comportamiento colectivo sino un
espacio donde innumerables decisiones individuales se agregan conformando un estado colectivo.
Hay estructuras que condicionan los procesos de formación de opinión, por ejemplo las estructuras sociales
que condicionan interactuando con la voluntad, no sobre-determinándola. Hay dos fuerzas estructurales que se
generan en el seno de las sociedades: las que llevan a las personas al conformismo, aceptar las presiones sociales
que tienden a la uniformidad de pensamiento y de conductas, y las que las llevan a la innovación, la búsqueda de
cambios. Tanto una como la otra requieren de la existencia de colectivos para poder ser definidos, nadie es
conformista o innovador solo consigo mismo, sino en sociedad.
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dato.
La opinión pública
Podemos definir entonces a la opinión pública como el estado de las opiniones agregadas de los miembros
de una sociedad relativa a todo aquello que, en cada momento, la sociedad define como público. En diferentes
circunstancias, bajo distintos contextos culturales, en diferentes marcos institucionales y en distintas estructuras
sociales, la agregación de opiniones se organiza y estructura de distintas maneras. Su formación depende de estas
mismas circunstancias, particularmente de los grados de libertad dentro de los cuales, por un lado, los individuos
pueden generar opiniones en disenso con otros individuos y, por otra parte, pueden comunicar esas opiniones a los
demás.
El soporte simbólico de la opinión pública es en primer término la conversación entre la gente, lo que la
gente dice cuando habla, en segunda instancia los mensajes que circulan registrados en algún soporte, es decir, la
prensa como fuente de oferta de opiniones. Y por último la encuesta que ayuda a cristalizar una perspectiva de la
opinión pública en cada momento. Aún así la opinión pública como hecho social es independiente de las
herramientas que nos permiten estudiarla (como la encuesta) y de algunos actores sociales que contribuyen a
transformarla (como la prensa).
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pensamientos.
El segundo supuesto es que las ideas son estados mentales que sólo pueden ser generados por otros estados
mentales; no existen estados mentales que no sean contingentes de otros estados mentales a través de un vínculo
que respeta relaciones semánticas. No todo lo que ocurre en la mente es razonamiento, pero no hay algo así como
una determinación externa, de los pensamientos. De esta manera, las opiniones que una persona emite sólo pueden
gestarse y salir de su propia mente. Una vez que una persona adopta una opinión, tiende a ser sostenida por
razones.
Este hipotético actor individual existe, actúa, piensa y decide en interacción con otros. El tercer supuesto es,
entonces, que los individuos autónomos son seres sociales, “incompletos” a partir del hecho fundamental de su
necesidad de complementarse con otros. Al mismo tiempo, en su vida cotidiana, el actor individual es un tomador de
decisiones autónomo. Estamos hablando entonces de un homo sociologicus, un ser social, a la vez autónomo en su
capacidad de pensar, decidir y actuar.
A este actor individual lo caracterizo en términos de atributos capaces de configurar un tipo ideal de homo
sociologicus. Voy a definir a esta persona sociológica dotada de autonomía mediante 3 aspectos primarios:
1. Su estructura de personalidad: identidad, racionalidad, afectividad.
2. Su estructura de pensamiento: sus mecanismos de formación de juicios y opiniones.
3. Su estructura de recepción: aceptación, rechazo, almacenamiento y emisión de mensajes.
Este actor individual responde a una naturaleza esencialmente social, la cual reconoce tres fundamentos
distintos: uno moral, que lo lleva a percibir a los demás y a identificarse o solidarizarse; uno funcional, derivado del
hecho de que no hay un optimo social definible desde una perspectiva ajena a los propios individuos; uno
sociológico, derivado de la necesidad de pertenencia e identidad colectiva que lleva al individuo a establecer
vínculos con los demás.
La identidad del individuo es social (somos nominados por otros, aprendemos a hablar con otros, nuestra imagen
pertenece a los otros); parte de la identidad de uno consiste en la pertenencia a grupos, comunidades o
colectividades. Podemos resumir nuestro tipo de actor individual como una persona:
a. Capaz de mantener su propia identidad a través del tiempo,
b. Dotada de capacidad de acción individual a través del tiempo,
c. Necesitada de integrarse a otros,
d. Capaz de orientar sus acciones a través de opciones racionales, y
e. Sujeta a emociones.
La noción de ‘racionalidad’
El postulado de la racionalidad del homo sociologicus que estoy adoptando es materia de controversias y de
equívocos conceptuales.
En este significado de la noción de racionalidad queda excluida cualquier consideración de los fines mismos como
más o menos racionales de acuerdo con algún criterio externo al individuo. La ‘racionalidad’ se refiere a la relación
entre medios y fines perseguidos por cada individuo, no a los fines.
El modelo del actor racional requiere el supuesto de que el individuo persigue propósitos u objetivos y selecciona
medios para alcanzarlos.
La racionalidad que estamos predicando no se define por oposición a emocionalidad o impulsividad; nuestro actor
racional ante todo define preferencias, y estas bien pueden responder a gustos en cuyo origen difícilmente se
encuentre racionalidad o lógica alguna.
No constituyen aspectos de la racionalidad la estabilidad de las tendencias de la opinión pública en el plano
colectivo o agregado, no los cambios en esas tendencias que se correlacionan con eventos de la vida real. La noción
de ‘actor racional’ se aplica a individuos dotados de autonomía. Excluyo entonces también el atributo ‘racionalidad’
aplicado a actores colectivos.
Nuestro homo sociologicus, como maximizador de utilidades, busca ante todo maximizar su posición social en
dimensiones de riqueza, poder y prestigio. La racionalidad es un atributo de las decisiones, no de las creencias; para
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el individuo que desea maximizar una determinada utilidad, es racional hacer lo que a su juicio es conducente al
objetivo. La creencia en que pasar por debajo de una escalera trae mala suerte no es racional ni irracional; si creo
eso, es racional que evite pasar por debajo de la escalera.
Podemos identificar tres enfoques básicos relativos al análisis del actor social: el colectivista, el individualista no
racional y el individualista racional. Mi punto de vista es que el campo de la opinión pública no se nutre
mayormente de la perspectiva colectivista y sí más bien de la perspectiva del individualismo racional y de las
tradiciones que definen al individuo como ser social.
Razón y emociones
La razón, ¿se opone a las emociones, es complementaria o es independiente de ella? Con frecuencia se tiende a
colocar a las emociones en un plano opuesto a la razón, y se suele creer que si hay emociones éstas llevan a
decisiones irracionales, y si hay razón esta se ve despojada de toda emoción.
Prefiero ver a la razón como un vector independiente de las emociones y no necesariamente opuesto a ellas. Tengo
sueño y deseo ir a dormir, sin embargo el placer de la lectura me retiene; tomo entonces una decisión racional
inducido por una emoción: resisto el sueño y permanezco despierto para gozar del libro. En la vida colectiva una
típica decisión racional que puede verse influida por emociones es el voto: muchas personas votan por un candidato
tan solo porque pertenece al partido al que se sienten leales o porque la comunicación de campaña despertó en
ellos inclinaciones favorables, o simplemente porque les gusta el candidato.
Podemos concebir que hay razón y hay emoción y, entre ambas, principios. La pasión es una emoción sensible o
violenta, rara vez calma, no reflexiva. La razón lleva a opiniones fundadas, o a reconocer los propios intereses. La
razón también puede conducir a la búsqueda de emociones. La pasión lleva a impulsos y también a lealtades. Los
principios llevan a cumplir con las normas sociales, pueden llevar al conformismo, a comportamientos morales,
también a la inflexibilidad o rigidez.
Las opiniones que los individuos emitimos -ya sea que se presenten como juicios reflexivos, cognitivos, o
emocionales- contienen imágenes. La imagen es el significado atribuido a cualquier aspecto del mundo real en
función de su valor simbólico, su valor de uso o simplemente el lugar que ese elemento ocupa en el campo
perceptual del individuo, y es un componente central de la opinión.
El ser humano actúa movido por su razón, sus emociones, sus principios, su percepción de los demás, teniendo en
cuenta los costos involucrados en la acción. En el momento de decidir una acción, el individuo define sus propios
intereses, dispone de una cantidad dada de información y desarrolla expectativas relativas al comportamiento de
otros actores relevantes para él. Qué es racional para un actor depende de su información acerca de las opciones
futuras y acerca de las estrategias perseguidas por los otros. Como toda acción involucra un costo, el individuo antes
de actuar evalúa las consecuencias de su acción con respecto a los objetivos perseguidos y los costos involucrados.
La cantidad de información a disposición de un individuo en cada circunstancia depende de una diversidad de
factores, entre los cuales la educación es posiblemente el más importante. Toda persona puede elegir no informarse
mas allá de cierto grado, ya que adquirir información involucra un costo. También opinar involucra costos, por
ejemplo cuando la opinión de uno diverge de la de otros (Este es el fundamento de la teoría de la espiral del silencio,
que postula que el temor al aislamiento social es un factor importante en la decisión de emitir una opinión). En la
perspectiva de este modelo, entonces, no informarse puede ser racional, si esta decisión se basa en la evaluación del
costo de informarse.
La racionalidad puede verse limitada por la interferencia de factores de origen emocional o por factores originados
en el plano de la percepción. Los factores emocionales pueden llevar a un individuo a desestimar información
relevante a favor de otra menos relevante: un apersona compra reiteradamente un producto de mala calidad y corta
duración por el solo echo de que es mas barato, cuando a la larga ahorraría dinero comprando el producto de mejor
calidad y mas durable.
Las limitaciones originadas en la percepción son más conocidas. Por un lado, existen limitaciones o distorsiones
perceptivas a la información disponible; por ejemplo, los efectos psicológicos donde ciertas formas u objetos se
perciben distorsionadamente aún cuando se dispone de la información suficiente para evitar la distorsión. También
hay limitaciones que resultan de la sub o sobre estimación de las probabilidades de eventos futuros, de la
consideración de elementos que son irrelevantes para el resultado, o de la intromisión de factores emocionales (un
miedo, un antojo) en una decisión.
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Existen, además, otros matices que califican el principio de la racionalidad individual cuando está referida a
objetivos colectivos que el individuo puede estar persiguiendo. El concepto de “simbolismo autodestructivo” se
refiere a aquellos casos donde una persona puede sostener opiniones que son contradictorias con los fines que la
persona dice buscar, o con los valores que dice priorizar. Por ejemplo, alguien opina a favor de una política pública en
nombre de un valor aún sabiendo que la implementación de tal política sería en detrimento de ese valor: se defiende
el empleo público en nombre del ideal de que todo el mundo tenga trabajo, aún sabiendo que más empleo público
se correlaciona con menos empleo privado. En casos como estos el enunciado proporcionaría, por si mismo, una
utilidad. Es una “utilidad simbólica”. Estaríamos acá admitiendo entonces la existencia de un ámbito donde la
racionalidad se expresa mejor a través de símbolos que a través de líneas de acción instrumentales para alcanzar ese
valor.
Ahora bien, ¿responden las opiniones del actor individual a los mismos principios que dan cuenta de sus motivos
para la acción? Mi punto de partida es que cuando el individuo opina, lo hace motivado por los mismos factores que
pueden explicar sus comportamientos: persigue utilidades y expresa emociones. No hay nada generalizable en
cuanto a qué utilidades específicas persigue cada individuo en cada situación. Sin embargo, la teoría sociológica ha
desarrollado un cuerpo de proposiciones solidamente justificado, cuyo núcleo es el principio de la maximización de
status social en distintas dimensiones como principal fuente de utilidad individual.
Predisposiciones
Los motivos que llevan a un individuo a opinar son diversos.
Las predisposiciones son las propensiones que tienen las personas a actuar, o a opinar, antes de todo consideración
circunstancial. Pueden originarse en las ideas que la persona lleva en su mente o en otros rasgos de su personalidad,
o en los hábitos del grupo social al que pertenece, lo que llamamos “costumbre”. Como no son observables, su
existencia se infiere y es conceptualizada como la probabilidad de que un individuo genere un cierto juicio en una
situación dada.
Podemos distinguir 5 principales tipos de motivos en el origen de una opinión:
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● Convicciones: razones que cada uno puede tener para justificar una opinión. Algunas están arraigadas en
valores de fondo, otras se sostienen en argumentos complejos, algunas se presentan en forma deductiva,
otras se aplican puntualmente a casos particulares. Las razones pueden ser de variada naturaleza; la
consonancia cognitiva es muchas veces uno de sus fundamentos.
● Intereses: utilidades que el individuo asigna a determinadas situaciones, recursos o consecuencias de sus
decisiones.
● Conformidad a normas sociales: intereses específicos asociados a la pertenencia a un grupo social. Son la
fuente mas recurrente de las conductas cotidianas, que el individuo acepta ya sea por decisión explicita o
porque se han convertido en predisposiciones no necesariamente concientes.
● Benevolencia: sentimientos que llevan al individuo a la solidaridad con otros o a la caridad, o a valorar el
bienestar del grupo mas que el propio. En esos casos el motivo de la acción es la búsqueda de una utilidad
moral o deriva de un sentido subjetivo de responsabilidad social, el cual generalmente se origina en el
vínculo de pertenencia a un grupo social o una comunidad. Tales acciones pueden ser puramente
caritativas o pueden generarse en otra motivación adicional asociada a ésta.
● Emociones (o pasiones): impulsos generados por sentimientos o deseos intensos. Hay un tipo particular de
sentimiento que genera vínculos muy perdurables y estables con otras personas u objetos, a los que
llamamos lealtades. Esos vínculos carecen de fundamento racional, pero para quien los mantiene
constituyen factores de motivación muy importantes.
Una decisión racional bien puede verse alimentada por cualquiera de esos factores, ya sea que discurra por un
cause exclusivamente lógico o no.
1. Nivel 1: Ideologías: consiste de juicios valorativos muy generales, organizados de tal manera que pueden ser
aplicados a un amplio conjunto de dominios distintos. Son normalmente muy estables, cambian poco a lo
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largo de la vida de una persona.
2. Nivel 2: Valores: son juicios también muy generales y estables pero relativos a dominios mas específicos.
Tanto las ideologías como los valores son juicios de alcance muy general. A veces, en ciertas situaciones, son
expresados por los individuos en forma de opiniones, pero comúnmente actúan latentemente como
predisposiciones para la formación de opiniones particulares. Muchos de esos juicios se forman tempranamente
en la vida de cada uno y pueden llegar a asociarse fuertemente con la identidad individual. Operan como
predisposiciones que sirven de premisas a razonamientos que conducen a la formación de opiniones. Esas
predisposiciones representan fuertes vínculos del individuo con su cultura o sus grupos de pertenencia.
Cuando los juicios en estos niveles están profundamente arraigados en la mente del individuo, tienden a actuar
como filtro impidiendo que mensajes particulares que circulan en el espacio social puedan generar opiniones
inconsistentes con ellos.
Los valores se encuentran en la mente pero rara vez son expresados como tales; generalmente se reflejan en
opiniones sobre asuntos más específicos. Muchas veces los mismos valores pueden dar lugar, en diferentes
circunstancias, a diferentes opiniones.
3. Nivel 3: Actitudes: son juicios referidos a dominios mas específicos, pero todavía de alta generalidad.
Podemos concebirlos como “haces de ideas” referidos a temas específicos. No son activados
permanentemente y funcionan como premisas de opiniones más particulares. Entran en esta categoría la
mayoría de nuestras predisposiciones hacia temas habituales de la esfera publica, así como nuestras
preferencias políticas mas generales
4. Nivel 4: Juicios: son opiniones cuyo alcance es especifico, pero que reposan en fundamentos consistentes en
la mente del individuo. Son las opiniones que sostenemos cada día con convicción ante los asuntos del
gobierno, la política pública o el orden internacional, o ante cualquier evento que cobra interés público. Por
lo tanto, son mas estables que las opiniones ocasionales, aunque no necesariamente mas generales.
5. Nivel 5: Opiniones: son juicios que el individuo emite en respuesta a cualquier estimulo, siempre puntuales.
Pueden o no ser estables, y cristalizar o no en juicios del tipo anterior. Se mueven en una capa externa de la
estructura mental, mas expuesta en forma directa a los estímulos cotidianos y a los mensajes que circulan en
el espacio social. Las capas mas profundas, los niveles anteriores, informan en mayor o menor medida el
contenido de las opiniones.
6. Nivel 6: Intenciones: son juicios relativos a lo que el individuo piensa que hará en términos de decisiones
puntuales, de voto, de compra, de participación.
Este continuo puede ser claramente cortado en dos niveles principales: el de los juicios abstractos o generales
(ideologías, valores y actitudes) y el de los juicios particulares (juicios y opiniones propiamente dicho). El
comportamiento manifiesto, observable externamente, solo consiste de opiniones e intenciones. La existencia de los
demás niveles es una conjetura, una hipótesis, ya que no podemos tener evidencia de las ideologías, valores o
actitudes de una persona; solo nos aproximamos a ellos cuando los expresa en forma de opiniones. Lo que el
individuo piensa no es observable, solamente cuando habla podemos acceder, indirectamente, a lo que hay dentro
de su mente.
Esta es la crucial distinción entre lo latente y lo manifiesto en el campo de la opinión, establecida originalmente por
Thurstone. Los juicios generales (ideologías, valores, actitudes) son más estables; las opiniones son más situacionales
y especificas. La teoría postula una relación entre ambos planos: las opiniones están fuertemente condicionadas por
éstas pero influidas también por la información que se presenta como estimulo externo. La relación postulada entre
el nivel latente y el nivel manifiesto es probabilística; esto es, el proceso de selección de una respuesta a un estimulo
recibido genera una cierta variabilidad estadística. No siempre el mismo estimulo genera la misma respuesta.
Page y Shapiro lo expresan en términos de una tendencia central del individuo a seleccionar una opinión. Cada
opinión emitida contiene cierto pequeño grado intrínseco de inestabilidad. La hipótesis es que, cada vez que el
individuo emite una opinión, alrededor de esa tendencia central no hay gran variación.
De todo esto se desprenden algunas implicaciones sobre los procesos de comunicación estratégica. Cuando un
emisor persigue objetivos de comunicación para influir en un receptor, ¿hacia qué nivel apunta? En el marketing y en
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las campañas electorales se apunta a la intención de una conducta (la compra, el voto) y por tanto a los planos de la
mente del receptor que el emisor del mensaje supone que son movilizadores de la intención. En el marketing
gubernamental se apunta a las opiniones y también a las actitudes. En la comunicación institucional se apunta tanto
a los planos más generales como a los más particulares: las grandes empresas buscan que los ciudadanos sostengan
actitudes favorables al capital privado o que mantengan una buena imagen corporativa de ella, pero también
esperan que se las apoye en circunstancias específicas, cuando un asunto particular está en juego.
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puede mantener creencias rígidamente, pero reconoce que otros pueden no hacerlo; se mantiene una fe,
pero se reconoce que puede haber otras, o ninguna. Con frecuencia este tipo de pensamiento se sostiene
en una autoridad que imparte la creencia correcta.
3. Pensamiento racional argumentativo: es una disposición mental que solo admite creer en lo que puede ser
probado, demostrado o argumentado. Es propia del discurso deductivo.
4. Pensamiento simbólico: consiste en símbolos que inspiran esperanza o nuevos objetivos. Boulding
considera este tipo de pensamiento simbólico un estadio superior al pensamiento dogmático, porque no es
excluyente y permite una proyección simbólica constructiva. Creencias como los “ideales” o la “fe” no son
racionales en el sentido de 3, ni tampoco dogmáticas en el sentido de 1; son más bien imaginativas.
Es posible que el ser humano, cuando ha abandonado el pensamiento del tipo 1, necesite del tipo 4. casi todos
actuamos en muchas situación de la vida como si fuésemos creyentes de muchas cosas, aunque no las creamos del
todo. “la gente elige creer; y al hacerlo las personas se permiten a si mismas ser influidas por símbolos; pueden ser
inspiradas por ello y hasta gobernadas por ellos”.
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problemas existentes).
Es fácil concebir al individuo que ha llegado a un nivel de creatividad como un ser esencialmente independiente,
pero esto no es necesariamente así. Con frecuencia, el creativo pertenece al grupo de los creativos; o es líder de
otras personas menos creativas; o es maestro y forma discípulos o disemina su saber. Pero no necesariamente deja
de pertenecer; el equilibrio entre la necesidad de pertenecer y el movimiento hacia la independencia también está
vigente en los ámbitos donde se mueven individuos muy creativos.
La opinión pública es el proceso masivo que resulta de la interacción cotidiana entre los seres humanos, cada uno
de los cuales actúa en torno al equilibrio entre su necesidad de pertenecer y su impulso a desarrollar sus
potencialidades independientes.
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