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Robert Kurz
Por un período de más de cien años, los sectores del servicio público y de la
infraestructura social fueron reconocidos en todas partes como el apoyo necesario,
amortiguación y superación de las crisis del proceso del mercado. Sin embargo, en las
dos últimas décadas se impone en el mundo entero una política que, exactamente al
revés, resulta en la privatización de todos los recursos administrados por el Estado y de
los servicios públicos. De ningún modo esta política de privatización es defendida sólo
por partidos y gobiernos explícitamente neoliberales; desde hace mucho tiempo, ella
prepondera en todos los partidos. Esto indica que no se trata aquí sólo de ideología, sino
de un problema de crisis real. Seguramente desempeña un papel en esto el hecho de que
la recaudación pública de impuestos retrocede con rapidez a causa de la globalización
del capital. Los Estados, las provincias y los ayuntamientos superendeudados en todo el
mundo se convierten en factores de crisis económica, en vez de poder ser activos como
factores de superación de la crisis. Una vez dilapidados los dineros de los sistemas
socialmente administrados, las "manos públicas"
acaban pareciéndose fatalmente a las masas de víctimas de la vejez indigente, que en las
regiones críticas del planeta venden en los mercados de segunda mano los muebles y
hasta la ropa para poder sobrevivir. No obstante, la raíz del problema es más honda. En
esencia, se trata de una crisis del propio capital, que, bajo las condiciones de la tercera
revolución industrial, tropieza con los límites absolutos del proceso real de valorización.
Aunque tenga que expandirse eternamente, por su propia lógica, se encuentra cada vez
menos en condiciones para ello, sobre sus propias bases. De ahí resulta un doble acto de
desesperación, una fuga hacia adelante: por un lado, surge una presión aterradora para
ocupar todavía los últimos recursos gratuitos de la naturaleza, de hacer incluso de la
"naturaleza interna" del ser humano, de su alma, de su sexualidad, de su sueño, el
terreno directo de la valorización del capital y, con ello, de la propiedad privada. Por
otro, las infraestructuras públicas administradas por el Estado deben ser administradas,
también a vida o muerte, por sectores del capitalismo privado.