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Ficción y realidad: la novela histórica

en Latinoamérica
BEGOÑA PULIDO HERRÁEZ. Poéticas de la novela histórica contemporánea. México, D.F.: Universidad
Nacional Autónoma de México, 2006, 276 pp.

Ante la proliferación de novelas históricas que se escriben actualmente en Latinoamérica y el gran número de
lectores de este subgénero literario, lo primero que debemos pensar es, quizá, la complicidad que se establece entre
el autor y el lector, cuya interacción revela las pautas comunicativas en las que se desarrolla este diálogo. Los
implicados no sólo se reconocen y se encuentran, sino que
también se construyen pues, como menciona en algún
momento la autora del libro, «elegir un género implica el
reconocimiento de un modo de producción y recepción en el
marco de la comunicación literaria; de este modo, la obra se
inserta en una tradición determinada» (p. 220). Se elige una
forma de escribir, se plantea una manera de leer y este pacto
de lectura refleja la vitalidad de la novela histórica. Una parte
importante de este éxito se debe a que la relación lector-autor
supone un juego y la comunicación no va en una sola dirección,
los lectores mismos condicionan y construyen el subgénero.

Ahora bien, ¿para qué escribir novelas históricas? ¿Qué dicen


de aquella sociedad que las produce y las consume de manera
inmediata? En Poéticas de la novela histórica
contemporánea (2006) Begoña Pulido Herráez hace un
estudio minucioso sobre el subgénero literario para responder
éstas y otras cuestiones que recorren la producción novelística
en Latinoamérica. Para ello, la autora enmarca las obras con su
espacio y tiempo histórico y establece la importancia que posee
este subgénero para conocernos: nos definimos a partir de la
manera en cómo analizamos y ficcionalizamos el pasado.
La autora analiza tres obras para explicar las características de
la novela histórica contemporánea en Latinoamérica y, de paso,
poner en tela de juicio las clasificaciones que se han hecho de
este subgénero en estudios anteriores: El general en su
laberinto (1989) de Gabriel García Márquez, La
campaña (1990) de Carlos Fuentes y El mundo alucinante (1969) de Reinaldo Arenas. La empresa es compleja
debido a que Pulido Herráez no se limita a analizar las obras aisladamente, sino que las integra en la tradición
literaria y en el género al que pertenecen. Las obras son estudiadas como una red. En este sentido, la finalidad de
la autora es permitir que las poéticas de las obras hablen por sí mismas y, a partir de ellas, establecer los parámetros
y características que debemos considerar cuando hablamos de la novela histórica latinoamericana contemporánea.
Esta postura revierte los enfoques anteriores con los cuales se estudiaba el subgénero, donde se clasificaba a las
novelas de acuerdo con una serie de características establecidas con antelación. En el libro, la autora advierte el
peligro de buscar la «novedad» o la «posmodernidad» de una obra y establecer, a partir de esta indagación, las
diferencias que separan a las novelas contemporáneas de sus antecesoras; esto, en todo caso, sería la comprobación
de una teoría, en lugar de un verdadero estudio sustentado en las obras. Debido a este error, muchas novelas eran
infieles a las clasificaciones con las cuales se medían y, en lugar de cuestionar el enfoque, se ponía en duda la
pertinencia de las obras en la tendencia estudiada. Ante esto, las tres obras que analiza Begoña Pulido poseen una
función específica: mostrar la riqueza de novelas históricas que conforman el subgénero en Latinoamérica. A este
acierto, debemos agregar otro no menos importante: comprender que la novela histórica contemporánea está
siendo gestada, por lo cual es imposible abordarlo como un bloque inmóvil. Mediante estos principios, el crítico
deja de ser un censor y se convierte en el traductor del diálogo que mantienen las obras con la tradición.

Ahora bien, debido a que la autora buscar integrar y contribuir a redefinir el subgénero en Latinoamérica, la
problematización que hace sobre la manera en la que se ha abordarlo la novela histórica nos permite comprender
la forma en la que se han estudiado los géneros; por lo cual, las consideraciones que hace sobre la novela histórica
pueden ser aplicadas al estudio de cualquier otro género literario. En particular me refiero a un elemento: Begoña
Pulido estudia la novela histórica desde su historicidad, lo cual facilita la inclusión de novelas disímiles que
demuestran la movilidad del mismo subgénero. Es decir, si El mundo alucinante o El general en su laberinto no
son los modelos arquetípicos de la novela histórica como la conocemos, se debe a dos aspectos: a que la novela
histórica contemporánea abarca una amplia gama de expresiones que no agotan el subgénero, y a que estas obras
nos muestran el cambio de paradigmas que diferencia a la novela contemporánea de sus representaciones en el
siglo XIX.
Las obras estudiadas en el libro muestran una ruptura formal frente a la novela histórica del siglo XIX, pero, ¿cuál
es el hilo conductor que une a estas obras disímiles y de escritores de nacionalidades diferentes? Podemos
responder que es la forma en la cual las novelas dialogan con la tradición que les precede, pero Begoña Pulido nos
hace más explícita las razones por las cuales escoge estas
novelas: porque «elaboran poéticas diferentes en relación con
un gran tema histórico que las une: el fracaso de las
revoluciones de independencia en América Latina. Las tres
suponen un balance de esa experiencia definitiva» (p. 259-
260). En este punto, las obras se conciben como discursos
que cuestionan la validez de las verdades establecidas, son
textos que subvierten las aguas del tiempo y retoman el
pasado para explicar el presente.

El pasado está abierto y, ante los diversos empeños por


definirlo, exige ser reinterpretado permanentemente. Así, nos
explica la autora, ante la crisis de la representación, de las
verdades absolutas y de la historiografía, la novela histórica
contemporánea cuestiona cómo se construyó la verdad que
rige el presente y, sobre todo, problematiza qué se dejó atrás
para instaurar una historia cerrada. La argumentación de
Begoña Pulido, poco a poco, nos demuestra que la novela
histórica es la necesaria reelaboración del pasado para
explicar el presente; asimismo, la autora nos recuerda que la
novela está condicionada por el devenir histórico que la
construye: «Si cada época histórica ‘reescribe’ el pasado,
‘elige’ sus modelos históricos en función de los intereses
ideológicos del presente y de sus modelos culturales, la novela
histórica está en constante transformación» (p. 212).

Cada una de las novelas estudiadas desmitifica los orígenes de una nación o del proyecto independentista,
cuestionan la historia oficial y retratan un acontecimiento histórico que dice más de nosotros que de la sociedad
que se describe. Es decir, son las aguas donde se contempla un Narciso fascinado por su propia inmovilidad. En el
cuerpo del texto podemos encontrar una descripción que nos revela la continua reafirmación de la novela histórica
contemporánea: «En el siglo XIX se miraba hacia el pasado, pero con una mirada que lo construye al tiempo que
inventa y escudriña el futuro; en el siglo XX la vuelta hacia el pasado no observa ya de reojo hacia el futuro sino
que parece estar detenida en el presente» (p. 253).
Ahora bien, entre las características principales de la novela histórica contemporánea se encuentran el diálogo que
establecen con los modelos previos y la postura que toman frente a ellos, la mayoría de las veces parodiándolos.
De esta manera, las marcas de veracidad en el texto y el «apoyo documental» (p. 216) que eran indispensables en
la novela del siglo XIX, en la novela histórica contemporánea sirven como puentes con la tradición porque no
buscan retratar una imagen fiel de la realidad, sino servir a la ficción. Como nos refiere la autora, «los conceptos
realidad, ficción y verdad están construidos históricamente, por ello se nos presentan de forma dinámica, cambiante
y se resisten a una definición» (p. 204); de ahí que la novela histórica del siglo XX no dialogue con la historiografía
y otros documentos para ampararse en ellos (aunque los necesiten para establecer el pacto con el lector) sino para
discutirlos y replantear sus alcances.

Para la doctora Pulido, las tres obras son representaciones de una nueva manera de comprender el mundo, revelan
nuevos tiempos, cuyos parámetros están muy relacionados con la posmodernidad. Los tiempos la respaldan; en
época de crisis, de verdades inciertas y relativas, los textos parecen
ser lo único que se mantiene firme gracias a la red que teje con la
tradición. El diálogo de las obras es concreto mientras todo lo
demás se desvanece. Aunado a esto, Begoña Pulido expone la
voluntad que existe en nuestro tiempo de marcar finales para
constituir inicios; por un lado, la novela histórica del siglo XX,
termina con la «la capacidad del lenguaje para hacernos
transparentes la realidad y en concreto la historia» (p. 250); por
otro lado expresa: «El género que nació junto con la América
independiente, cierra también una etapa, una época» (p. 253).
Todo lo anterior es coherente y se sustenta con su propia lógica;
no obstante, los ojos de quien observa el fenómeno también son
históricos y reconstruyen los textos con una objetividad
imposible; la paradoja no es vana porque nos ayuda a
comprender la importancia que tiene el libro: se rechaza la
satisfacción de dejar a críticos futuros la explicación de nuestro
presente. Begoña Pulido analiza la producción literaria del
continente para descubrir el sentido de nuestras ensoñaciones, un
gesto de valentía, porque entrar en el presente es un recorrido
que se hace a ciegas, siempre.

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