esa», uno sabe quién hard justicia a Macbeth:
el traidor seré a su vez traicionado. Asi, final-
mente y por una vez no tengo que pedir perd6n
por él: un traductor traidor de traidores es un
traductor de traductores.
icopinganee: complejamente: «Ven, toche es-
EL BACILO DE HITCHCOCK
Un tirano de Siracusa
Una vez hubo un tirano en Siracusa. El ti-
rano se regalaba con holgura: tenia concubinas y
favoritos y también era duefio del tiempo. Un
dia pregunt6é qué hora era. Un sabio de la corte
hizo trizas el préximo reloj de arena, al tiempo
que respondifa: «La hora que querdis, sefior». Los
monarcas vecinos le rendfan tributo, los genera-
les se inclinaban a su paso, los intelectuales de su
tiempo le visitaban a menudo. Platén estuvo en
su corte varias veces. Este tirano adulado se lla-
maba Dionisios y tuvo un dfa un adulador exce-
sivo. Mas desmedido que el filésofo, que el gene-
ral y que el sabio, le dijo: «Sefior, qué ventura la
vuestra». Dionisios invité al adulén a su mesa
con estas palabras: «Ven a comer conmigo y par-
ticipards de la felicidad del tirano». Cuando el
turiferario lleg6 al banquete se encontré sentado
a la cabecera, asi: a su izquierda estaban los favo-
ritos, los validos, los cortesanos; a la derecha, los
generales, los soldados con galardones, los capi-
83tanes de la guardia imperial; al frente, los manja-
res y los vinos y los contravenenos; a un lado, de-
tras, el gran chambelan; al otro lado, detrds, al-
gunos catadores. El huésped comprendié que él
también era un tirano. Lo sintié con toda intensi-
dad, pero s6lo por un momento, porque entonces
miré al techo y vio sobre su cabeza una espada
pendiente de un hilo, y ya no pudo probar boca-
do ni beber sorbo ni decir palabra: el miedo a un
peligro inminente y constante se le habia hecho
manera de vivir, angustia. Este sicofante en des-
gracia se llamaba Damocles.
Con el tiempo la anécdota se ha hecho
metdfora, opinién autorizada, moraleja, y la
espada de Damocles ha devenido un azar pe-
ligroso que la voluntad —o ciertas enferme-
dades de la voluntad— convoca. Aparece don-
dequiera: en la politica (0 en la historia, de donde
surgié), en los deportes, en la astronomia. ¢Los
militares darén un golpe triunfador en Vene-
zuela? ;Tigran Petrosian ser4 un nuevo Capa-
blanca? ;Hay vida en Marte? La torre de Pisa es
la espada de Damocles de la arquitectura. En la
literatura (Pasternak lo sabe bien) esta el pre-
mio Nobel. Por el mundo del cine corre tam-
bién ese fantasma del miedo demorado, pero
aqui es un fil6n a explotar, un /eitmotiv, un re-
curso salvador. Se llama, a veces, suspense.
Ese miedo ha sido examinado, analizado,
compuesto, elaborado y servido en dosis masivas
84
por un cierto Alfred Hitchcock, inglés. Desde
su aparente invenci6n se le ha dado el nombre de su
descubridor al agente que lo transmite, el baci-
lo de Hitchcock. Antes existia, pero no era tan
facilmente reconocible: algunos dicen que se
trataba de un virus filtrable. En un viejo film de
Fritz Lang, M o E/ maldito, era reconocible a sim-
ple vista. Otras veces fue visible con auxilio de
un microscopio critico. A menudo, como en los
films de Chaplin, pasaba disfrazado de otra cosa:
el desastre inminente, el equilibrio inestable, la
felicidad precaria. Ahora cualquiera puede detec-
tarlo: no hay mds que mirar a cualquier film, a
un avance prolijo, hasta un sté// puede servir. Hitch-
cock, el viejo Hitch, lo ha descrito minuciosa-
mente, lo ha aislado en cada film suyo, lo ha es-
tablecido para siempre.
Casi es un problema geométrico. Los pro-
blemas geométricos, es sabido, no hay mas que
dibujarlos para encontrar su solucién. Un hom-
bre perseguido escapa de un tren detenido sobre
un puente. Lo siguen de cerca —la policfa, una
banda de espfas, malhechores sin nombre— y él
se esconde temeroso tras una columna. Es un
mal escondite, y la camara, también temerosa,
se mueve con susto hacia los perseguidores que
avanzan por el puente, afanosos, no dejando es-
condrijo por escudrifiar. Ya llegan. La cdmara,
de un sobresalto, regresa a la columna y por
sus ojos todo el piablico, temeroso por partida
85doble: por la camara y por el fugitivo, ve c6mo
este ojo ubicuo, nuestros ojos, los ojos de los sa-
buesos, Dios mio, van a atrapar al pobre hom-
bre. Pero a los ojos de miedo y de asombro, a la
mano en el corazé6n galopante, a las nalgas en el
borde de la luneta, sucede un suspiro de alivio.
éQué ha pasado? Nuestro héroe ha desapareci-
do, se ha salvado. Pero solamente por ahora. La
escena se funde como un hielo escalofriante
sobre otra escena en que el hombre escala un pi-
cacho. Se detiene. Recobra el aliento, que debe
ser nuestro aliento perdido. Mira hacia atrds.
Echa a correr. ¢Qué ha visto? Por el valle, por
los cerros, ahi detrds vienen los perseguidores
como un perro fiel al que ha atacado la rabia.
¢Lo atraparén ahora? No lo sabremos hasta que
el film acabe y quizds entonces descubramos
que no lo sabremos nunca. (Aquf, incidental-
mente, he topado con la iglesia de Hitchcock:
su metafisica es ésta.)
Se trata de un tridngulo: el perseguido,
los perseguidores, el espectador; la cémara, casi
siempre, es la hipotenusa. En su film mas risue-
fio o en su film més serio Hitchcock ha abando-
nado la geometria primaria para proponerse un
problema que alcanza a la gran Algebra irracio-
nal: Dios es la distancia mds corta entre el cero y el
infinito: y también: Dios es el punto tangencial en-
tre el cero y el infinito, Que este problema fisi-
co/metaffsico haya sido planteado mucho antes
86
ul
patafisico Alfred Jarry carece de impor-
tancia, O al revés, es de la mayor importancia.
A veces, el tridngulo tiene dentro otro
tridngulo que se ha hecho de la sustancia de la
trama y viene dado por un ardid técnico llevado al
plano metafisico. En Las 39 escalones, cuando la sir-
vienta descubre a la mujer asesinada, lanza un
grito, que se funde con el pitazo de un tren, a la
par que la escena del asesinato disuelve en un tren
que marcha a gran velocidad. Hitchcock utiliza
este tridngulo sonoro-visual-emotivo en Desapare-
ce una dama también y también en Pacto siniestro,
no s6lo para asegurarnos de su efectividad dramé-
tica, de su valor retérico que resiste treinta afios y
mas de una utilizacién, sino para dejarnos ver que
su geometria es casi un deliberado planteamiento
moral. (El doble tema de la velocidad y el peligro
parece tentar, obseder mds bien, a Hitchcock,
donde los trenes contienen todo el horror y la vio-
lencia y el error del mundo: véase Intriga interna-
cional, yaen 1959.)
Hitchcock es Hitchcock es Hitchcock
Un momento de lucidez filoséfica hace ex-
clamar a Johan Huizinga: E/ juego es mds viejo que -
la cultura. Es decir, el juego es mas viejo que la
historia, tan viejo como el hombre. Es wna funciin
Lena de sentido, dice Huizinga, y también dice al-
87go mds importante: Todo juego significa algo. El
libro en que Huizinga intenta explicar la cultura
por medio del juego se llama Homo Ludens y es un’
libro que ayuda a entender el sentido del arte y
de la literatura y de la filosoffa: es decir, de la cul-
tura y de la vida del hombre. He aquf unas mues-
tras de las elucidaciones de Huizinga:
Sobre arte: «Para poder apreciar a Ru-
bens:.. 0 a Bernini hay que prepararse de ante-
mano a acoger sus formas de expresién, para de-
cirlo asi, cum grano salis».
Sobre la literatura: «En la esfera espiritual
a que corresponde el drama griego desaparece la
diferencia entre lo serio y lo no serio».
Sobre filosofia: «Los griegos han tenido
conciencia, un poco tarde, de que habia una re-
laci6n entre el juego de enigmas y los origenes
de la filosofia».
A nosotros nos sirven estas argumentacio-
nes para apoyar en una autoridad una tesis sobre
Alfred Hitchcock. Hay que tomar en serioa este
creador porque sus juegos parecen significar
exactamente otra cosa. Si no, ¢c6mo entender su
juego de enigmas, sus alusiones metaffsicas, sus
metdforas concebidas en términos de entreteni-
miento? Hitchcock tiene por costumbre apare-
cer, un momento, en un momento de cada una
de sus peliculas. Una visi6n «seria» dirfa que
ésta es una payasada mds de Hitchcock, uno de
sus tantos afanes de notoriedad, su frivolidad, su
88
Pr
gusto exhibicionista. Un espectador atento, ver-
daderamente serio (y hay que distinguir de una
vez y para todas la seriedad verdadera de la cir-
cunspecci6n, de la respetabilidad: de lo pompo-
so y lo idiota y lo formal) no se responderia ja-
més antes de preguntarse: ;Por qué este hombre
hace estas cosas? ¢Por qué raz6n Alfred Hitch-
cock sale en todas sus peliculas, se hace conspicuo
como una mosca en un vaso de leche y desapare-
ce sin afectar la accién ni la trama, sin siquiera
alterar una simple anécdota? ;Por qué juega
Alfred Hitchcock? Quizds Platén, hablando por
boca de Sécrates, tenga la respuesta: «E/ verdade-
10 poeta tiene que ser, a la vez, trdgico y comico, y toda
la vida del hombre tiene que ser sentida, al mismo
tiempo, como tragedia y como comedia».
Este tema, el juego, en la obra de Alfred
Hitchcock, quedard, como dirfa Baltazar de Al-
kazar, para mafiana. Mientras tanto permitan-
me citar a Sartre y decirles con su voz: «Seria un
error mirar estas irregularidades», este juego,
digo yo, «como gratuitos ejercicios de virtuo-
sismo».
—Hemos podido ver en Paris Naufragos,
que nos parece prefigurar, recortar y explicar
todos vuestros otros films y en particular E/
tercer tire. ¢Esté usted de acuerdo en definir el
conjunto de su obra con esta frase de André
Gide: No juzgues?
89ocasi6n, las circunstancias, cada uno tiene
buena razén para hacer de esta manera o de
la otra. Muestro en mis films a los malva-
dos simpaticos e inteligentes, a los asesinos
seductores, porque las gentes son asi en la
vida, no cree usted? Las gentes honestas
son a menudo mds que ordinarias, tienen las
~ apariencias contra ellas y no solamente
las apariencias. Los malos, en cambio, son
a menudo tipos muy brillantes.
—Pero hay que deshacerse de los malos y
los justos, aunque sean esttipidos y moles-
tos, deben triunfar. ;No es asi?
—Si, exactamente.
Tres visiones del mundo (0 una vision del mundo tres veces)
Un hombre de memoria extraordinaria apa-
rece en medio de su acto de circo, Mr. Memory. Le
hacen preguntas desde el puiblico. Las preguntas
tienen una ingenua dificultad. ;Cémo se llamaba
el caballo de Caligula? ;Quién gané el campeona-
to mundial de los pesos pesados en 1937? A qué
edad murié Shakespeare? El hombre las responde
con una facilidad mecdnica, casi con eructos: no
hay una sola muestra de inteligencia en el rostro
rezagado, porque esta memoria es una naturaleza.
De pronto, del fondo de la sala viene una pregunta
90
—Sf, No podemos juzgar porque, segan la
-e laaat eee ee ince,
re y no quiere responder. Al fin dice: «Es una or-
ganizaci6n criminal dedicada al espionaje...». Un
disparo oportuno no le deja terminar.
La policfa llega a la casa en que se refugia el
fugitivo. Parece que el duefio piensa entregarlo.
La mujer del duejio, el fugitivo, el piblico estén
preocupados por esta contingencia. La policia
entra al cuarto donde hace apenas unos segundos
estaba el fugitivo: ahora el cuarto esta vacfo.
Un hombre y una mujer buscan a una an-
ciana desaparecida en un tren. Llegan al iltimo
vagén, lleno de bultos, batiles, mercancias. ¢Es-
taré aqui? Este es el tiltimo lugar posible: por
otra parte, la dama ha desaparecido con el tren
en marcha y el tren no se ha detenido antes. Al-
go se mueve en una cesta de mimbre. Tiene que
ser la desaparecida. Cuando los afiebrados bus-
cadores abren el cesto, aparece un becerro con la
manfa del afecto.
Los padres de los padres del absurdo
Para atrapar al ladrén termina con un gran
baile de disfraces que es un festival de pelucas.
Huizinga dice del gusto por la peluca en los si-
glos XVI y Xvi y parte del xvi: «El fenémeno de
la peluca como moda duradera, dificilmente se
91puede explicar de otra manera que entendiéndo-
la como una manifestacién del factor de juego
en la cultura». La Gnica explicacién al baile de
Hitchcock es que Hitchcock juega a jugar.
El problema de Harry (o El tercer tiro: casi
prefiero este titulo explicativo que embrolla) es
un film insélito, que tiene el sortilegio de lo raro:
desde los dibujos de Thurber en los créditos hasta
el vano juego légico del nifio que confunde el
hoy con el ayer y el mafiana con el hoy, como en
un juego metafisico: Hesfodo relacionaba lo que
fue con lo que sera y lo que es.
Mr. Smith (/eyendo el periédico): ;Vaya, va-
ya, vaya! Segiin lo que dice aqui murié
Bobby Watson.
Mrs. Smith: jSantos cielos! jEl pobre! ;Cudn-
do ocurrié?
Mr. Smith: ;Por qué pareces tan sorpren-
dida? Sabias muy bien que murié. Murié
hace como dos afios. Recuerda que fuimos
a su entierro hace como dieciocho meses.
E] abuelo de Ionesco, Alfred Jarry, sesenta
afios antes, a los quince, decia, al final del Padre
Ubu: «Si no hay Polonia entonces no habra pola-
cos». O sus padres —los padres de Ionesco—, los
surrealistas, que decfan por los afios veinte: «Los
elefantes son contagiosos», «Hay que pegarle a la
madre mientras es joven», «Curas, blasfemen».
oe
“También est4 el oe del verdadero absurdo,
Joseph Goebbels, que decia: «Las mentiras hay
que decirlas bien grandes, para que sean crefdas».
O los falangistas, que gritaban: «j Viva la muer-
tel». O José Stalin, que dijo: «Hay que cuidar a
los hombres como si fueran drboles frutales».
El estudioso
Desde los seis aitos senti el impulso de dibujar
las formas de las cosas. Hacia los cincuenta expuse
una coleccién de dibujos; pero nada de lo ejecutado
antes de los sesenta me satisface. Sélo a los sesenta y
tres ahos pude intuir, siquiera aproximadamente, la
verdadera forma dela naturaleza de las aves, peces y
plantas. Por consiguiente, a los ochenta attos habré
hecho grandes progresos; a los noventa habré penetra-
do la esencia de todas las cosas; a los cien, habré segu-
ramente ascendido a un estadio mds alto, indescripti-
ble y, si llego a ciento diez anos, todo, cada punto y
linea vivird. Invito a quienes vivirdn tanto como yo a
verificar si cumplo estas promesas. Escrito a la edad
de setenta y cinco anos, por mi, antes Hokusai y ahora
Mamado Huakivo-Royi, el viejo enloquecido por el
dibujo.
Alfred Hitchcock hizo buenos films a los
34 afios (Los 39 escalones); a los 45 hizo grandes
films (Cuéntame tu vida, La sombra de una duda,
Notorius); a los 55 hizo obras maestras (E/ tercer
2tira); casi a los sesenta ha hecho una obra maestra
entre las obras maestras (Vértigo). Ahora tiene 63
afios y sigue haciendo cine cada vez mejor y pare-
ce gozar de buena salud. Hokusai, un inmortal,
murié a los 89 afios. Esperemos que Hitchkusai
tenga mas suerte y a los 90 afios, todavia vivo,
haga esa obra maestra desconocida en que cada
cuadro, cada escena, cada secuencia viva solitaria.
Un profeta dentro y fuera de su tierra
Hes reconocido como duefio de una pre-
ciosa maquinaria técnica. El artista que nacié
en Inglaterra ha llegado a su punto de realiza-
cién. Lo que haga de aqui en adelante no podra
ser llamado un efecto de la casualidad, un golpe
de suerte, el sonido de una flauta. Alfred Hitch-
cock se puede llamar Alfred Hitchcock.
Hay que insistir en esta maestria técnica
para probar un punto estético, una tesis critica,
una visién filoséfica. Es tiempo de decir que
Hitchcock es un mistagogo y que cada uno de
sus films es un intento (logrado o fallido) de ini-
ciarnos en el misterio. Casi no hace falta decir
que la palabra misterio tiene aqui el sentido tras-
cendente que le da la teologia. Todavia seria me-
jor que hiciera referencia a los cuerpos de doctri-
na paganos y mencionara, como de pasada, a los
misterios de Eleusis, al complejo culto de De-
94
-y Perséfona. Como se sabe, aquellos mis-
terios terminaban en un rito que culminaba en
un recinto cerrado y oscuro, en el que se mostra-
ba a los iniciados las visiones del mundo bajo, el
descenso al Hades, y retazos de la vida futura por
medio de golpes de luz. ;No les recuerda esto de-
masiado a esta sala cerrada y oscura? ;Los golpes
de luz no serén 24 en un segundo? ¢Querrfan us-
tedes ser los iniciados?
Dice Sartre en una critica a E/ sonido y la
Juria, la novela de William Faulkner: «Una técni-
ca de ficcién siempre devuelve a la metafisica del
autor. La tarea del critico es definir la Gltima antes
de evaluar la primera». ;Cudl es la metafisica de
Hitchcock? Hitchcock, todos lo saben, es catéli-
co. Asi, cuando un misal salva la vida, milagrosa-
mente, a Robert Donat, en Los 39 escalones, no es el
grueso volumen literario de la Biblia, sino el pre-
ciso texto de la liturgia quien lo salva. Yo soy, como
muchos de ustedes, un catélico por herencia: Ie-
vo un nombre del santoral, estoy bautizado, he
hecho la primera comunién. Sin embargo, técni-
camente, no soy un catélico: no me confieso, no
voy a misa, no he vuelto a comulgar, uso contra-
ceptivos, no creo en los dogmas. Esto no me im-
pide saber que los sacramentos son siete y no
confundo nunca el bautismo con la comunién.
Entonces puedo decir que cuando un catélico mi-
litante —Hitchcock lo es— cuenta un cuento de
un hombre salvado por el libro de misa, no se dice
95que es la vida de ese hombre la salvada, sino su
alma. De aqui en adelante este hombre combatird
al mal, se casard en bodas laicas (Robert Donat es
esposado por la policfa junto a Madeleine Carroll)
y no cometerd adulterio y salvaré el alma de un
hombre bueno (Mr. Memory, a quien su pobre in-
telecto asocia con el mal) por un acto de contri-
cién que es a la vez una confesién del pecado. No
necesitaré mucho para reconocer los temas de
Hitchcock como trascendentales y a la vez inten-
tar una filosoffa hitchcockiana: un estudio de las
manifestaciones del espfritu a través de su len-
guaje cinematografico. Es un critico —ahora ci-
neasta— francés quien dio primero el aviso en
Cahiers du Cinéma, Dijo Alexander Astruc: «Cuando
un hombre después de 35 afios y a través de 50
films cuenta casi siempre la misma historia, la de
un alma en lucha con el mal [...] ese hombre es un
tedlogo». Afiade Astruc: «La leccién de Hitch-
cock pertenece al dominio ético [...]. La clase de
cuesti6n planteada es siempre, en definitiva, un
dilema moral». Para decir finalmente: «fel cri-
men} no representa para los personajes hitchcoc-
kianos mds que una prueba deliberadamente es-
cogida, porque es la mas dura y porque representa
la més vertiginosa situacién en que puede ser co-
locado un ser».
Noes Hitchcock el primer escritor catélico
que escoge la ficcién para plantear conflictos mo-
rales: Graham Greene es uno de ellos, G. K. Ches-
96
terton es otro. Hitchcock, como Greene, como
Chesterton, cree en Dios, pero también cree en el
entretenimiento. Un escritor catélico francés, por
ejemplo —Georges Bernanos, por ejemplo—,
convierte una novela en una empresa literaria tan
dificil como un manual de teologfa y E/ diario de
un cura rural casi apela a la raz6n de la fe para con-
mover. Un cineasta francés, por ejemplo —Ro-
bert Bresson, por ejemplo—, transforma la esca-
pada de un resistente francés de una prisién nazi
en una peripecia teolégica y el film puede llevar
como subtitulo cristiano E/ viento sopla donde quie-
re —es sabido que, en esta cita evangélica, viento
quiere decir el Espiritu Santo. Hitchcock, a la
inversa, hace entretenimiento y a través de éste
logra pasar su mensaje: el vuelo de la paloma
mensajera, su gracia, su rapidez, el azar de los
halcones, el cielo azul en que cuelgan nubes blan-
cas, el paisaje que transcurre debajo esta descrito
con un gusto y una pericia y una efectividad que
le hacen parecer el fin: en realidad, la verdad esta
atada a una de las patas de la paloma en un anillo.
Dos criticos franceses, Eric Rohmer y Claude
Chabrol (éste, slo recuerdan?, es también el autor
de Los primos) dicen que los personajes de Hitch-
cock «participan a la vez de la culpa y de la ino-
cencia... El inocente serd tanto mds culpable cuan-
to més inocente es y viceversa». Al final de La
sospecha, dando un giro a la novela de donde tomé
el argumento, el culpable es inocente y lo que pa-
97muchacha, triguefia, linda, con la que me hubie-
ra casado. Ahi no terminé todo, porque detras
venia una rubia, atin mds linda, con la que tam-
bién me habria casado si lo hubiera permitido la
primera muchacha o si la poligamia existiera
entre nosotros. Detras de la rubia venfa otra mu-
chacha, negra, con la que me habria casado, segu-
ramente, de no haber venido detr4s una mucha-
cha mulata, con la que definitivamente me iba a
casar. Cuando pas6 la muchacha mulata, vi venir
a una muchacha alta, delgada, de pelo castafio y
me decidf a casarme con ésta en vez, y ya lo ibaa
hacer cuando desaparecié sibitamente, misterio-
samente. Miré de nuevo y vi que, mientras yo de-
cidfa finalmente sobre mi matrimonio, habia lle-
gado un jeep de sanidad que fumigaba las calles y
habfa envuelto a la muchacha, a mi novia, en una
nube insecticida. Al disiparse el humo, la mucha-
cha habia desaparecido.
Entonces perdi la gana casadera y me vi en
un film. Quiero decir que me vi en la vida como
en una pelicula: la vida era una pelicula. Me perse-
guian. Agentes al servicio de una potencia extran-
jera querfan la valiosa f6rmula del caldo de allinm
cepa que me hizo aprender de memoria mi tatara-
buela, antes de morir acribillada a balazos (otro
tanto habria hecho la edad) por una pistola anéni-
ma que disparaba desde la ventana. Mi tatarabuela,
pobre mente anticientifica, insistfa en llamar a la
férmula secreta del caldo de allinm cepa «mi receta
rece un truco comercial puede ser también un
ardid teolégico. ;Quién es el verdadero culpable?
Ars Amatoria
Las confesiones deben ser un elemento de la
condicién humana. Sélo asi se explica que tres
instituciones tan diversas como la iglesia, el psi-
coandlisis y la policfa se vuelvan locas por las con-
fesiones. Debo confesar que las confesiones son
una parte importante de mi condicién humana:
me gusta confesar cosas. Ahora mismo siento un
gran gusto por confesarles que me gusta la tradi-
cién tanto como el mantecado: me gusta que las
cosas empiecen como acaban —o que acaben co-
mo empezaron. Asf creo que es una tradicién de
estas conferencias terminar como han empezado:
con una breve, un si es no es seria ilustracién del
titulo general. Debo hablarles, pues, del bacilo de
Hitchcock. (Iba a hablarles mas bien del sindro-
me de Hitchcock, pero reparé a tiempo que eso
no era acabar como habia comenzado.)
Iba un dia yo por la calle, caminando, mi-
rando a las azoteas (ustedes se sorprenderfan al
descubrir cuénto de mundo nuevo hay en las azo-
teas, en la parte alta de las casas, en las cornisas de
los edificios: uno siempre mira a la altura huma-
na que es la de los ojos, que es la de la calle), mi-
rando a la gente también, cuando vi venir una
98 99Cordon Bleu se acercaban por la calle, frente a mi.
Traté de huir. A mi espalda también avanzaban
aquellos espias de grandes gorros blancos. Estaba
perdido: ni el Gran Houdini habria logrado esca-
par. De pronto, de entre la nada y el guid6n, salié un
jeep de sanidad que rociaba las calles en su campaiia
anti-aegyptii. Me vi envuelto en una nube de dede-
té. Monté al jeep, en realidad tripulado por mis
amigos, los cocineros de la fonda El Milagro (comi-
da las 24 horas). Al alejarme en el jeep, via los peli-
grosos miembros de la Cuisine Francaise que me
buscaban, afanosos, entre el humo disipado.
No hay que decir que estas «vanas figuracio-
nes» me hicieron olvidar las casas miradas a loalto,
las muchachas de todos colores miradas a los ojos y
otras partes contiguas, el amor, y me salvaron del
matrimonio inminente. ;Qué habia ocurrido? Al-
gin mosquito suicida, el recuerdo traidor, una pe-
licula reciente me habja inoculado el bacilo de
Hitchcock. Me niego a creer que esta experiencia
sea tinica. Ustedes también habran tenido una vi-
si6n semejante alguna vez. Cuando les asalte una
de estas imaginaciones filmicas, aventureras, que
no haya sorpresa: acaban de padecer el sindrome de
Hitchcock. Quiera Dios que para estas entreteni-
das infecciones no haya ni aguja hipodérmica ni
helado medicinal ni caramelo preventivo: que no
exista nunca la vacuna antiHitch, la profilaxis an-
ticock, el antfdoto de Hitchcock.
100
dela sipe'tle eclvcllnan die peligwece Geena ad:
Del cine y del amor
Creo haber hablado aqui, antes, de una
teorfa feral de la ambigiiedad como la tinica cali-
dad posible en la obra de arte. No hace falta decir
que el cine suscita como nada esta reflexidn: hay
en el cine una doblez inmanente. Ustedes habrén
visto esas cartas 6pticas para explicar los fendme-
nos de la visidn psicolégica. Hay una figura negra
que rodea otra figura blanca. A primera vista ve-
mos un cuadrado negro y en el centro un jarrén
barroco, flamboyant, recortado. El jarrén cede el
paso a dos perfiles —femeninos, creo yo— ne-
gros, que se besan contra el fondo blanco de la pa-
gina. Sin ningdn esfuerzo el jarrén sustituye al
beso y viceversa, hasta que el observador, hastia-
do, echa a un lado esta ilustraci6n voluble. Bien,
asi es el cine: hay un paso constante y facil de lo
concreto a lo abstracto. Aqui estan las imagenes:
no son més que luces y sombras (a veces coloreadas)
sobre una tela blanca. Pero estas luces y som-
bras se mueven y hablan: tienen vida. El vitaf6n,
la célula fotoeléctrica, dos invenciones, explican la
voz; la persistencia de la visidn en el ojo humano,
una anomalfa fisiol6gica, explica el movimien-
to. Esas sombras fugaces parecen fantasmas. Ese
hombre gigantesco goza y sufre y puede morir:
esté vivo. Pero no es otro que Gregory Peck, el
101actor, Esa mano que empufia un revélver va a
matar a ese pobre hombre. No, no es mds que un
hacer creer: ese hombre es Humphrey Bogart y se
levantard cuando el falso forense del film lo haya
declarado muerto; la mano que mata es de otro
actor, un extra. Pero Humphrey Bogart hace afios
que esta muerto y en el film aparece més vivo que
los espectadores que lo miran inméviles, hipnoti-
zados, arrebatados por sus vicisitudes, que pade-
cen con él. Es como en las fotograffas. Pero ahora
las fotograffas —la vida en el espacio— cuentan
una historia, inventan un cuento, crean un mundo
fingido que se desarrolla ante nuestros ojos —la
vida en el tiempo. Es como en las novelas. Pero
hay una atmésfera de suefio, de pesadilla, a veces,
de duermevela. Es el encantamiento hipnético de
las imagenes, de la sala a oscuras, de la pantalla
fulgurantemente blanca. Pero es que yo conozco a
esa mujer bella y rubia y exhibicionista: se llama
Marilyn Monroe. Dicen que en la vida real es mu-
cho més linda que en el cine y mds simpatica y
mucho, mucho mis facil. Ese es el mito: Marilyn
Monroe, la de la vida real, no existe, la que existe
es esa sombra que se le parece tanto en el cine. Y
aquf nos encontramos con el mito, y el juego de
tesis y antitesis termina: el espontaneo pasaje de lo
abstracto a lo concreto nos fascina mds cuando
pensamos en él que cuando padecemos su fascina-
cién voluntaria. Ahora las sombras y las luces del
cine cuentan una historia de amor y de muerte, y
102
de pronto esa historia se nos revela ella misma con
la fuerza de los mitos: ella crea, recrea un mito en
términos actuales. Pero también participa del
mito: su sustancia —la trama, la narracién, los
personajes— es el mismo mito. Casi pienso que
Kim Novak no es una mujer viva, sino la sombra
de una mujer: una muerta. O atin mejor: una
mujer que nunca existié. Recuerdo no sin estupor
lo que le dijo un dia un nijfio al surrealista Max
Jacob: «El cine se hace con los muertos. Se les
coge, se les hace caminar y eso es el cine». El ho-
rror y la fascinacién y el sentimiento ambiguo
que se desprenden de esta tesis y antitesis de la
atraccién me devuelve, una vez més, a ese relato
primitivo de lo eterno que se llama, generalmen-
te, mito.
Lamentaba Denis de Rougemont, en E/
amor y Occidente, que el sentimiento amoroso de-
clinara en nuestros dias hasta convertirse en lo
opuesto de lo que fue en la Edad Media: un sen-
timiento religioso. «De ahi se puede deducir
—decia De Rougemont— que la pasién vulga-
rizada de nuestros dfas por las novelas y las pelf-
culas no es otra cosa que el reflujo y la invasién
anarquica en nuestras vidas de una herejfa espi-
ritual de la que hemos perdido las claves.» Me
gustaria que Denis de Rougemont hubiera visto
Vétigo, en definitiva, esa cosa execrable segiin él:
una pelfcula, y que hubiera descubierto en ella
lo que él cree que es el amor y que pensaba desa-
103parecido para siempre: un suceddneo, en térmi-
nos humanos, de la pasién mistica. Es imposible
haber visto Vértigo y evitar estos lirismos: «Es la
maravilla de Vértigo, y si uno lo quiere sin realis-
mo, que Hitch nos presente la locura de amor
bajo el dulce color del milagro y la impostura»
(Barthelemy Amengual). «Vértigo es el film-pa-
si6n, el primer gran film surrealista» (G. Cafn).
Pero parece que solamente los vehementes entra-
ran en el reino de los cielos: Amengual y Cafn, al
mismo tiempo, adelantaron dos comparaciones:
Vétigo es la vuelta del gran mito amoroso. Cain
sefialaba al mito clasico, al amor de Orfeo por
Eurfdice, a su locura fatal. Amengual se queda en
la Edad Media y emparenta a Vé&tigo con el mito
de Tristan. Yo he llegado tarde a estas exclama-
ciones lfricas y también me he perdido una tesis
romantica, Ahora puedo intentar alcanzar a mis
dos liebres colegas con el paso seguro y légico de
la tortuga.
VERDE DE VERDE HITCH
El color verde evoca para usted el pasado,
porque Madeleine tiene un auto verde,
Judy lleva un vestido verde la primera vez
que Scottie la reencuentra?
En efecto, el verde es mi color favorito. Amo
los colores de la tierra, los verdes, los casta-
104
fios, los ocres. Amo menos los azules 0 los
rojos. Aqui satisface mi gusto por el verde al
asociar este color con el tema del pasado que
tiene un gran lugar en el film. Insistf mucho
en tener un anuncio luminico verde afuera
del hotel de Judy: me servi sobre todo de
esta luz verde cuando Judy sale del bafio
bajo la apariencia de Madeleine.
(De una entrevista de Charles Bitsch
con Alfred Hitchcock.)
Vértigo es el filtro del miedo y del amor, y
donde todos los mitos son un solo mito. Tanto
Orfeo como Tristén tienen antecedentes en otras
culturas, en otros mitos. La leyenda biblica de
Lot prohibia a éste mirar atras, salvado de la des-
truccién de Sodoma. Uno de los angeles venga-
dores dijo a Lot: «Escapa por tu vida; no mires
tras de ti, ni pares en toda esta llanura; escapa al
monte, no sea que perezcas». Pero la mujer de
Lot tenia otras ideas, tan propias como las ideas
de su antecesora Eva: «Entonces la mujer de Lot
mir6 atras, a espaldas de él, y se volvié estatua de
sal» (Génesis, XIX, 17 y 26). En el mito de Te-
seo, el viejo Egeo espera el regreso de su hijo
Teseo, que ha ido a matar al Minotauro. A su
vuelta deberd traer una vela blanca si ha salido
con vida de la aventura, una vela negra si ha
105muerto como los demds retadores del monstruo
del laberinto. Por un error, la vela que trae Te-
seo en su barco triunfante, es una vela negra. Al
verla, Egeo, creyendo muerto a su hijo, se suici-
da arrojdndose, por supuesto, en el mar Egeo.
Es bueno recordar estos incidentes mitolégicos
porque ahora voy a relatar, brevemente, los mi-
tos de Orfeo y de Tristan.
Orfeo fue un tedlogo, un poeta y un misi-
co célebre. Conocia los misterios de Isis y Osiris*,
y es el padre de la teologia pagana. No sélo era un
poeta, sino un sabio que, como Dante, conocia la
astronomia mejor que nadie en su tiempo. Para
entretenerse, como Ingres, hacia misica con la
lira, que inventé del carapacho de una tortuga.
Su voz conmovia por igual a hombres y a bestias.
Amaba con pasi6n a Euridice y, en una mitologia
que es una cr6nica de infidelidades, le fue fiel
mas alld de la muerte: Euridice, huyendo de un
pretendiente emprendedor, fue mordida por una
serpiente y Orfeo bajé a los infiernos a rescatarla.
A orillas de la laguna Estigia canté su desgracia y
conmovi6 al infernal Pluté6n. Euridice se hallaba
entre las sombras cuando Plutén la llamé para
* Precisamente el culto a Orfeo originéd los misterios drficos.
Como dato curioso, puedo anotar que este culto influy6 en toda la
antigiiedad griega hasta Platén. En la doctrina, un principio abs-
tracto, el Tiempo, era el origen de todas las cosas. Para abundar en
una cierta Teorta del huevo de Hitchcock, en las creencias Grficas el
Tiempo formaba un huevo, del que salieron todos los dioses.
106
ie
que se reuniera de nuevo con Orfeo; le perdonaba
su alma con una condicién: Orfeo no debia mirar
nunca atrds hasta salir de los confines del infier-
no. Orfeo marcharia delante, Euridice detris. Pero
Orfeo, impaciente, miré atrds a ver si Eurfdice, tan
callada, le segufa y, «cediendo a la impaciencia
de contemplarla», la perdié para siempre. Eurf-
dice le tiende las manos a Orfeo por tiltima vez,
antes de caer al abismo. Orfeo «quiere abrazarla,
pero ya no estrecha sino un poco de vapor y puede
s6lo escuchar un largo suspiro y un adiés eter-
no». Fue intitil que Orfeo volviera a los infiernos:
Euridice se habja ido para no volver. Llorando su
pena eterna, Orfeo llegé a la Tracia, donde las ba-
cantes, furiosas porque no podian vencer con su
amor el recuerdo ni aplacar el dolor con caricias,
destrozaron su cuerpo en pedazos. Hace falta re-
cordar a Lot, a su mujer?
«Sefiores, ;os placerfa oir un lindo cuento
de amor y de muerte?» Asf, con estas lineas gra-
ciosas y terribles, comienza una de las versiones
modernas del mito de Tristan, del francés Jo-
seph Bédier. Poco ha cambiado el mito de Tris-
tén («el asf llamado por nacer entre penas»,
Tristram) y de Iseo desde sus orfgenes celtas
hasta nuestros dias, a pesar de las versiones fran-
cesas, a pesar de Richard Wagner. Esta es una
parafrasis de la versi6n medieval de Sir Thomas
Malory en su Morte d’Arthur: Tristan es un caza-
dor habil y un buen miisico (toca el arpa: Orfeo
107tocaba la lira, su hermana musical). Herido en
una batalla, el rey de Irlanda lo pone en manos
de su hija, la rubia y bella Isolda, experta curan-
dera. Se aman. Tristén tiene que abandonar la
corte cuando se sabe que ha matado a un herma-
no de Isolda en la batalla. A su regreso a Cor-
nualles, le habla al rey Marcos de Isolda y aquél
decide casarse con ésta. Tristan es el emisario de
las bodas reales. En el viaje de regreso a Cor-
nualles, Tristan e Isolda, por error fatal, beben
un filtro de amor y quedan unidos por este amor
para siempre. No obstante, Isolda se casa con
Marcos, y Tristan, de quien Marcos siempre ha
estado celoso (aun antes de que ambos conocie-
ran a Isolda), es desterrado a Bretafia. Alld cono-
ce a otra Isolda, «la de las blancas manos», con
quien se casa «por su belleza y por su nombre».
EI final de Malory difiere de todos los finales de
la leyenda, y Beroul y Thomas y Von Strassbourg
cuentan que Tristan, herido de muerte, manda
amar a la otra Isolda, a la rubia Isolda. E] barco
que la trae deberd izar una vela blanca si Isolda
viene a bordo, una vela negra en caso contrario.
Isolda, la de las blancas manos, vigila. Celosa, al
ver la blanca vela del barco, sube y anuncia a
Tristan que la sefial es una vela negra. Tristan se
desespera y muere. La rubia Isolda desembarca,
encuentra a Tristén muerto, abraza su cadaver
y muere a su lado. ;Quién ha olvidado las dos
velas de Teseo?
108
1
‘No es mia, por supuesto, esta yuxtaposi-
cién de mitos, que acttian como vasos comu-
nicantes: solamente reclamo la declaracién de
que todos los mitos remiten a un solo mito,
como todos los hombres regresan siempre a un
solo hombre. Jean Cocteau, que sabe mucho
de mitos porque siempre ha creido en ellos,
une el mito de Tristan y de Isolda y el mito de
Teseo en uno solo. Curiosamente, le da un
titulo significativo a su film mitolégico: E/
eterno retorno. Casi cita a Borges («{...] la eter-
nidad, un juego o una fatigada esperanza»)
antes de conocerlo. Cocteau toma estas lecciones
de los griegos y los mitos parecen regresar a su
origen. Dice Mircea Eliade en E/ mito del eter-
no retorno: «De la misma manera que los grie-
gos, en su mito del eterno retorno, buscan satis-
facer su sed metafisica de lo dntico y de lo
estatico [...] asimismo los primitivos, al confe-
rir al tiempo una direcci6n cfclica, anulan su
irreversibilidad». Es contra esta direcci6n ci-
clica que Orfeo mira atrds en busca de Euri-
dice: es asi que Scottie, el detective de Vértigo,
reconstruye a Madeleine y vence al pasado: el
tiempo no existe, todo no es més que un eterno
retorno. Pero al mirar atrds, al tratar de com-
probar si es Madeleine-Judy quien le sigue
o Madeleine-Eurfdice, Scottie la pierde para
siempre, porque no ha sabido creer que el
tiempo no es irreversible.
109tocaba la lira, su hermana musical). Herido en
una batalla, el rey de Irlanda lo pone en manos
de su hija, la rubia y bella Isolda, experta curan-
dera. Se aman. Tristdén tiene que abandonar la
corte cuando se sabe que ha matado a un herma-
no de Isolda en la batalla. A su regreso a Cor-
nualles, le habla al rey Marcos de Isolda y aquél
decide casarse con ésta. Tristan es el emisario de
las bodas reales. En el viaje de regreso a Cor-
nualles, Tristan e Isolda, por error fatal, beben
un filtro de amor y quedan unidos por este amor
para siempre. No obstante, Isolda se casa con
Marcos, y Tristan, de quien Marcos siempre ha
estado celoso (aun antes de que ambos conocie-
ran a Isolda), es desterrado a Bretafia. Alla cono-
ce a otra Isolda, «la de las blancas manos», con
quien se casa «por su belleza y por su nombre».
EI final de Malory difiere de todos los finales de
la leyenda, y Beroul y Thomas y Von Strassbourg
cuentan que Tristan, herido de muerte, manda
lamar a la otra Isolda, a la rubia Isolda. El barco
que la trae deberd izar una vela blanca si Isolda
viene a bordo, una vela negra en caso contrario.
Isolda, la de las blancas manos, vigila. Celosa, al
ver la blanca vela del barco, sube y anuncia a
Tristan que la sefial es una vela negra. Tristan se
desespera y muere. La rubia Isolda desembarca,
encuentra a Tristén muerto, abraza su cadaver
y muere a su lado. ;Quién ha olvidado las dos
velas de Teseo?
108
No es mia, por supuesto, esta yuxtaposi-
cién de mitos, que actGan como vasos comu-
nicantes: solamente reclamo la declaracién de
que todos los mitos remiten a un solo mito,
como todos los hombres regresan siempre a un
solo hombre. Jean Cocteau, que sabe mucho
de mitos porque siempre ha creido en ellos,
une el mito de Tristan y de Isolda y el mito de
Teseo en uno solo. Curiosamente, le da un
titulo significativo a su film mitolégico: E/
eterno retorno. Casi cita a Borges («{...} la eter-
nidad, un juego o una fatigada esperanza»)
antes de conocerlo. Cocteau toma estas lecciones
de los griegos y los mitos parecen regresar a su
origen. Dice Mircea Eliade en E/ mito del eter-
no retorno: «De la misma manera que los grie-
gos, en su mito del eterno retorno, buscan satis-
facer su sed metafisica de lo éntico y de lo
estdtico [...] asimismo los primitivos, al confe-
rir al tiempo una direccién ciclica, anulan su
irreversibilidad». Es contra esta direcci6n ci-
clica que Orfeo mira atrés en busca de Eurf-
dice: es asf que Scottie, el detective de V&rtigo,
reconstruye a Madeleine y vence al pasado: el
tiempo no existe, todo no es mds que un eterno
retorno. Pero al mirar atrds, al tratar de com-
probar si es Madeleine-Judy quien le sigue
o Madeleine-Eurfdice, Scottie la pierde para
siempre, porque no ha sabido creer que el
tiempo no es irreversible.
109pee er
Se hace tarde. Ustedes quieren ver el film,
es decir, la pelicula. Yo estoy agotado, casi per-
dido entre las citas innumerables, las infinitas
reflexiones que convoca este film raro en su ri-
queza emocional y psicolégica y mitica. Me per-
mito, pues, pasar revista breve a alguna de las
connotaciones literarias de Vértigo.
éPor qué este titulo?* Sabemos que su titu-
lo primitivo era De entre los muertos. Dice Ches-
terton: «No he visto nunca una pelicula en que el
movimiento no fuera tan répido que no Ilegara
a producir una verdadera sensacién de vértigo».
Hitchcock, al adoptar el titulo, gasume la condi-
cién vertiginosa del cine? ¢No ha dicho alguien
que el amor es una pasién vertiginosa? Creo que
fueron los surrealistas quienes dijeron que la vio-
lacién era el amor de la velocidad: hay que reir
ante este antiaxioma porque siempre hay que
reirse con los surrealistas —aunque ellos también
sabian ponerse serios. Poniéndonos serios, hay
que decir que el tema de Vétigo es —;lo sospe-
chaban ustedes?— el vértigo. Pero también lo es
la soledad, la desolaci6n que deja el amor perdido.
Por un tiempo cref que Rebeca era una pieza aisla-
* Recuerdo una cita de Auden lefda en alguna parte:
Cuidado. Los que me siguen son levadas
A esa Montaita Hialina donde no bay
Asidero a la ligica, a ese Puente Temeroso
Donde la sabidurta hace axmentar el vértigo,
110
da en la obra de Hitchcock. Ahora que he visto
Vé&rtigo y Psycho, sé que compone con éstas una tri-
logia de la soledad por el amor perdido. En Rebeca
el sefior de Manderley tiene la casa Ilena de re-
cuerdos del amor ido y un ama de Ilaves que pa-
rece guardar el recuerdo del amor con un celo
doméstico, sabiendo que Rebeca estd entre los
pucheros. En Vértigo, Scottie reconstruye a Judy-
Madeleine de entre las ruinas de Madeleine —es
decir, de Judy. Cuando la convierte en Made-
leine-Judy y conoce que siempre fue Judy-Ma-
deleine, la pierde, en un acto que a mi, ahora, se
me antoja voluntario. En Psycho el hijo ama
tanto a la madre que no la reconstruye desde el
presente hacia el pasado, sino que la conserva en
un eterno presente que desaffa todos los futu-
ros: vive con la momia de su madre —es su
madre fisica la que est4 presente— y la imper-
sona cada vez que su amor Unico y devorador
esté puesto en peligro por otra mujer —es un
facsimil involuntario quien acttia criminalmen-
te. Ni las intrigas romdnticas de Rebeca, ni la
forma policial de Vétigo, ni las explicaciones
cientificas de Psycho anulan la visible cadena
que une a estos tres films aparentemente insdli-
tos. Es la habilidad creadora de Hitchcock lo
que ha sabido unirlos y finalmente integrarlos
en su obra, a pesar de Daphne du Maurier, a
pesar de Boileau y Narcejac, a pesar de una cr6-
nica de la vida real. ;Piensa alguno qué hubiera
111sido de Rebeca en manos de John M. Stahl, qué
hubiera sido de Vértigo en manos de Clouzot,
qué hubiera sido de Psycho en manos de André
Cayatte? Amengual ha dejado imposible para
todos los que venimos después la relacié6n Vér-
tigo-Tristén. Admiro su inteligencia al decir
que el formato policiaco ha permitido a Hitch-
cock colocar su versi6n moderna de la leyenda
de Tristan e Isolda en un contexto de misterio
inicial. Creo, sin embargo, que algo se le ha es-
capado: Tristdén pierde una Isolda y encuentra
otra (las dos Madeleines o las dos Judys); cuan-
do reclama la verdadera, moribundo, es la Isol-
da rubia la que pide. Scottie no se conforma con
Judy tetida, maquillada, vestida de Madeleine,
y dice su verdadero nombre invocando su ver-
dadero ser*.
* Anoto una curiosidad mas bien que propongo una revelacién. La
libreria a que conduce a Scottie su amiga, la pintora, se llama Argosy. El
diccionario inglés no quiere que el nombre se aplique ni al monstruo de
los cien ojos ni al fiel perro de Ulises nia la nave de los argonautas. Dice
que es el nombre poético dado a ciertas embarcaciones, originado en
Ragucia (Ragosy) por el deletreo precario de un poeta isabelino, Sin
embargo, en el film, toda la entrevista con el sabio por viejo (como
Argos, también de memoria larga) Pop Liebel es por demas misteriosa y
coloca al espectador y a Scottie (no asi a su zafia, pragmitica novia o
amiga) en la pista de los misterios. Pop Liebel habla del pasado roman-
tico (gético, a juzgar por la arquitectura con que Hitchcock recobra ese
pasado), violento y perdido de California, y enumera las diversas Carlotas
Valdés: «The beautiful Carlota», «the sad Carlota», «the mad Carlota»,
Parece, en su conversacién suspendida, enere el dia y la noche, un viejo
saj6n 0 celta 0 islandés enhebrando sagas para discurrir en la larga vela-
da nérdica: el Snorri Sturluson del pobre.
112
_ Las connotaciones de la segunda parte de
Vé&tigo con las multiples leyendas del a/ter ego son
innumerables. Citarlas todas no conseguirfa mas
que hacer confuso lo que quiere ser aclaratorio.
Pero he aquf algunas que no he podido dejar pa-
sar de largo. La «otra Isolda», la de blancas ma-
nos, es, evidentemente, un facsfmil pobre de la
rubia Isolda. En la Palinodia, de Estesicoro, se in-
venta que Helena, otra legendaria mujer rubia,
nunca lleg6 a Troya: en su lugar viajé «un doble,
un fantasma». (Una leyenda relata que el poeta
fue dejado ciego por «haber insultado a Helena»
y que sélo recobré la vista cuando escribié su
poema.) En la Helena de Euripides, Juno, molesta
contra Paris, el raptor, sustituye a Helena por
una sombra que luego consigue pasar por la He-
lena real, ahora refugiada en la isla de Faros, en
Egipto. La falsa Helena vive diez afios con los
troyanos y siete con su marido Menelao, que no
sabe que ha rescatado de las ruinas de Troya el
fantasma de Helena. He aqui, en boca de la pro-
pia Helena, la verdadera, el cuento, segtin relata
la leyenda de Euripides: «Pero Juno llevé a mal
no haber vencido a las otras diosas y anulé mi
matrimonio con Alejandro, y no consintié que
me poseyera el hijo del rey Priamo, dandole en
mi lugar una viva imagen mia formada de aire».
Se lee en E/ banquete, en el argumento de Fedro,
esta versiOn de la leyenda de Orfeo: «{...}a Orfeo
{...] le arrojaron del Hades, sin concederle lo que
113r
pedfa. En lugar de devolverle a su mujer, que an-
daba buscando, le presentaron un fantasma, una
sombra de ella». Aqui volvemos al mito de Or-
feo, para terminar esta breve pesquisa. Es curioso
que el mito de Tristan e Isolda pertenezca a la
tradicién aria del gusto por los cabellos rubios,
porque Hitchcock también padece la supersti-
cién de las mujeres rubias. Rubia es Madeleine
Carroll y también Ingrid Bergman y Grace Kelly,
sus actrices favoritas; rubias son Joan Fontaine
y Eva Marie Saint y Vera Miles y Janet Leigh y
Tallulah Bankhead y Marlene Dietrich; y rubia
es, doblemente rubia, Kim Novak. De Tristdn,
del Tristén de Wagner, viene la musica. La parti-
tura perfecta (perfecta para el film, esto es) de
Bernard Herrmann, el misico que Orson Welles
levé a Hollywood en E/ cindadano, el preferido
de Hitchcock, tiene unas connotaciones wagne-
rianas que no me parecen casuales. El ostinato 1a-
gubre de las tres notas iniciales mantiene la os-
cilacién de un péndulo y denuncia que el tema
del film es también el tiempo. Las repetidas se-
cuencias musicales, el conato de melodia infinita
remiten al éxtasis amoroso, al «sentimiento oced-
nico» del amor, pero también a Richard Wagner, y
en los aullidos finales de las trompas, en los tutti
desgarrados de los metales he querido ver un
recuerdo de Muerte y transfiguracion, del epigono
de los epigonos de Richard Wagner, el otro Ri-
chard, Richard Strauss. La habanera que es el te-
114
ma de Carlota Valdés (que Cafn llamé en su cré-
nica las «habaneras depravadas», en la pesadilla),
y tememora el pasado espafiol de California, ade-
Janta el doble climax de la misién de San Juan
Bautista, que da todo el sentido al film —por
otra parte, la habanera es una forma musical ob-
sesiva y misteriosa y ex6tica.
Da gusto oir hablar a Hitchcock de sus as-
tucias técnicas. He aqui lo que dice de la famosa
escena del beso (una de las tantas escenas famosas
de besos de Hitchcock, como las habia en No-
torius y en La ventana indiscreta): «Para filmar el
largo beso de Scottie y de Judy, hemos fotografia-
do los lugares del cuarto y de la cuadra, después
filmamos a los actores que estaban sobre un es-
cenario giratorio puesto delante de una pantalla
de transparencias, sobre la que proyectamos los
elementos del decorado». Esta técnica giratoria
completa con su estructura formal una idea que
les adelanté antes: Hitchcock opone el orbe ce-
rrado del amor al malvado universo exterior, que
es siempre triangular*. Para lograrlo, el Gnico ca-
mino posible es la espiral, la via segura por que
Dante visité los circulos infernales. Asi, Saul Bass
interpreta y anuncia toda la visién metaffsica del
* Los griegos crefan en una felicidad esférica o al menos circular.
Dice Alcmeén de Crotona: «Los hombres perecen porque son inca-
paces de juntar el principio con su fin». Lo remite a Herdclito: «En
la periferia del circulo, principio y fin son uno».
115film con los créditos maravillosos y originales y
perfectos: un gran ojo rojo, el ojo del Averno,
atrae incesante los extremos de una espiral: la es-
piral del amor, de la muerte y del descenso al in-
fierno.
Acepté, finalmente, la visién adelantada de
Cain: Vértigo es de nuevo el mito de Orfeo. Scottie
es Orfeo, que conoce los misterios modernos que
adoptan las formas policiales. Madeleine es Eu-
ridice o el amor. Judy es Madeleine encontrada de
nuevo: es decir, Euridice rescatada poco a poco del
infierno de la soledad y del olvido. Judy-Made-
leine es Euridice perdida ya para siempre porque
Orfeo Scottie ha violado la regla del juego y ha
mirado atrds, buscando la verdad. Sin hacer caso
de un viejo conocedor de las mitologfas medite-
rraneas, Paul Valéry, que ha dicho: «Los mitos son
las almas de nuestras acciones y amores. Sdlo
podemos obrar moviéndonos hacia un fantasma.
Sélo podemos amar lo que creemos». El primer
descenso al infierno lo hace Scottie cuando sabe
que Judy ha muerto, cuando sufre las pesadillas,
cuando enloquece. Dice Hitchcock, en una entre-
vista: «Scottie tiene pesadillas porque quiere mo-
rir, porque busca a Madeleine en la muerte. Por
eso suefia siempre con la tumba vacia que le espe-
ra. Cuando cae, cae en esa tumba». Esa tumba es
la locura, su manjfa de la reconstrucci6én, su amor
loco para un racionalista. Para mi es un verda-
dero descenso a los infiernos, un encuentro con el
116
mito: «Sefiores, ;querrfan ofr ustedes un cuento
terrible de amor, de miedo y de muerte?» Las ba-
cantes son esa monja que dice, como Juana de
Arco: «He ofdo voces», al desencadenar la tltima,
la verdadera tragedia. Le preguntan a Hitchcock:
¢Scottie cae, después, al final? Dice Hitchcock: «Si,
creo que cae. Aunque puede volverse y hacer el
amora la monja». Yo sé bien que es la monja quien
hace el amor —una catequesis— a Scottie, como
las terribles mujeres de la Tracia. Pero Scottie no la
oird, porque llora a Eurfdice y finalmente caera en
el abismo del infierno pagano de los mitos y el
misterio y el enigma devorador.
Vértigo ha sido mal entendida: sera cabal-
mente comprendida dentro de veinte o treinta
afios. Toca a ustedes esta noche acercarnos algu-
nos de esos afios de un golpe de intuicién: hacer
que la evaluacién no espere a ser revaluacién y
gozar su extrafio placer sensual y admirar su
perfecta escritura cinematica, y de paso adelan-
tar la necesaria comprensi6n intelectual de este
film metafisico, que, sin embargo, como las obras
maestras de la literatura, puede ser gustado en
su dimensién de entretenimiento por el espec-
tador virginal. Dice Eric Rohmer estas palabras
que pueden también ser las mias: «Si he puesto
en exergo a esta critica una frase de Platén, que
podemos leer inscrita por Edgar Poe a la cabeza
de su “Morella”, donde el argumento recuerda
al de Vértigo, se entiende que yo no quiero igua-
117tampoco al de las Historias extraordinarias,
simplemente proponer una clave capaz, en mi
opinién, de abrir mas puertas que las otras. Tanto
peor si parece un poco pretenciosa». El epigrafe
de Platén dice la tiltima palabra sobre este film
esotérico: «E] mismo, para él mismo, con él mis-
mo, homogéneo, eterno».
118
HAWKS QUIERE DECIR HALCON
Dice el diccionario Webster: «Hawk, nom-
bre. (Anglosajén, Aafoc; holandés, havik; aleman,
habitch; islandés, haurk; danés, hig; una extensién
del verbo tener, have.) Ave de rapifia de la familia
de los halcones; un halcén».
Dice el diccionario Appleton-Cuyas, tradu-
ciendo: «Hawk (hok). I.s. (orn). halc6n, gavilén».
Dice el diccionario de la Real Academia
Espafiola:
«Halcén. (Del lat. falco, -onis). m. Zool.
Ave rapaz diurna, de unos cuarenta centimetros
de largo desde la cabeza hasta la extremidad de
la cola, y muy cerca de nueve decimetros de en-
vergadura; cabeza pequefia, pico fuerte, curvo y
dentado en la mandibula superior; plumaje de
color variado con la edad, pues cuando joven es
de color pardo con manchas rojizas en la parte
superior, y blanquecino rayado de gris por el
vientre; pero a medida que el animal envejece se
vuelve plomizo con manchas negras en la espal-
da, se obscurecen y sefialan més las rayas de la
parte inferior, y, en cambio, aclara el color del
119